Discursos 1994 51


ENCUENTRO MUNDIAL CON LAS FAMILIAS


A LAS FAMILIAS Y PEREGRINOS EN LA PLAZA DE SAN PEDRO


8 de octubre de 1994



1. Familia, quid dicis de te ipsa? Al inicio del concilio Vaticano II escuché por primera vez palabras semejantes. Pero el cardenal que las pronunció en lugar de familia dijo: «Ecclesia, quid dicis de te ipsa?».

Se trata de un paralelismo. Cuando, antes de este encuentro, reflexionaba y oraba, este paralelismo entre las dos preguntas se me quedó grabado en el corazón y en la memoria. Familia, quid dicis de te ipsa? Una pregunta, una pregunta que espera respuesta.

52 Podemos decir que este Año de la familia es precisamente una gran respuesta a esa pregunta. Quid dicis de te ipsa? Familia, familia cristiana: ¿qué eres? Encontramos una respuesta ya en los primeros tiempos cristianos. En el período postapostólico: «Yo soy la iglesia doméstica». En otras palabras: yo soy una Ecclesiola; una iglesia doméstica. Y de nuevo vemos el mismo paralelismo: Familia-Iglesia; dimensión apostólica y universal de la Iglesia, por una parte; y dimensión familiar, doméstica, de la Iglesia, por otra.

Ambas viven de las mismas fuentes. Ambas tienen su origen en Dios: en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Con ese origen divino se constituyen a través del gran misterio del amor divino. Este misterio se llama Deus homo, encarnación de Dios, que tanto ha amado al mundo que le dio su Hijo unigénito, para que no se pierda ninguno de los que le siguen. Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Un solo Dios, tres Personas: un misterio insondable. En este misterio encuentra su manantial la Iglesia, y también la familia, iglesia doméstica.

2. Amadísimos hermanos y hermanas, que habéis venido de cien países diversos para este importante encuentro con ocasión del Año de la familia: «Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre» (
Col 1,2).

He escuchado con gran atención los testimonios y las reflexiones que acaban de presentarnos. Agradezco al cardenal López Trujillo las palabras que me ha dirigido y el empeño que ha puesto, junto con sus colaboradores, para realizar esta celebración, y muchas otras celebraciones en este Año de la familia. Saludo, asimismo, a todos los presentes, cardenales y obispos, miembros del Sínodo, un Sínodo que ahora trabaja sobre un tema importantísimo: el tema de la consagración, de las personas y las comunidades consagradas en la Iglesia. Se podía pensar en un tema diverso, pero existe gran cercanía entre estos dos temas. ¿No dijo el concilio Vaticano II que los esposos, en el sacramento del matrimonio, en cierto nodo se consagran a Dios? Se consagran para crear un ambiente de amor y un ambiente de vida. Amor y vida. Ésta es vuestra gran vocación, amadísimos hermanos y hermanas; vuestra vocación, amadísimas familias. Ésta es vuestra vocación, que atraviesa todas las generaciones, comenzando por los bisabuelos y los abuelos, hasta los nietos y bisnietos: una familia de generaciones. En la misma familia se da esta peregrinación de generaciones a lo largo de la vida terrestre, para llegar a la casa del Padre.

También en esta ocasión, en que todos brindan su testimonio, quisiera brindar yo un testimonio de parte de la Iglesia de Roma, de parte del ministerio petrino, acerca de lo que se ha tratado de hacer en favor de la familia en estos últimos tiempos. Podemos comenzar por el Vaticano II: «Familia, quid dicis de te ipsa?». «Iglesia, ¿tú qué dices de ti misma?».

En la Gaudium et spes se dedica un capitulo especial a la familia; en él se habla de la promoción de la familia, de la promoción de la dignidad de la familia. Esa es la perspectiva justa; el mismo título basta para reflexionar profundamente en lo que quiere decir ser familia, ser esposo y esposa, marido y mujer, en lo que quiere decir ser padre y madre, y también hijo e hija, e incluso nietos. Todo eso se encuentra, en definitiva, en la dimensión de común dignidad, dignidad de la familia, promoción de la dignidad de la familia. Precisamente esta promoción de la dignidad de la familia es el faro con que el concilio Vaticano II —si podemos hablar así— inauguró este Año de la familia.

Este Año de la familia, como sabéis, se inauguró propiamente en Nazaret. Pero también se inauguró mucho antes, durante el concilio Vaticano II, en ese magnífico documento que es la Gaudium et spes, donde se habla de la promoción de la dignidad de la familia. Asimismo, debo citar a Pablo VI: es mérito imperecedero de este Papa el haber regalado a la Iglesia la encíclica Humanae vitae (año 1968), una encíclica que cuando apareció no fue bien comprendida en todo su alcance, pero que con el paso de los años ha ido revelando su contenido profético: en la Humanae vitae, Pablo VI, ese gran Pontífice, señalaba los criterios para defender el amor de los esposos frente al peligro del egoísmo hedonista, que, en muchas partes del mundo, tiende a extinguir la vitalidad de las familias y casi esteriliza los matrimonios. En otra de sus encíclicas históricas, la Populorum progressio, el Papa Pablo VI se hacía portavoz de los pueblos en vías de desarrollo, invitando a los países ricos a una política de auténtica solidaridad, que no tiene nada que ver con la engañosa forma de neocolonialismo que impone proyectos de control programado de los nacimientos.

De la familia se ha ocupado, también, el Sínodo de los obispos de 1980, del que surgió la exhortación apostólica Familiaris consortio, que brindó un planteamiento sistemático a la pastoral de la familia como opción prioritaria y eje de la nueva evangelización. Con ese Sínodo, y con esa exhortación postsinodal Familiaris consortio, está vinculada idealmente la redacción de la Carta de los derechos de la familia, publicada en 1983.

Quisiera recordar aquí también mis catequesis sobre este tema, desarrolladas en una serie de audiencias generales del miércoles y recogidas en el volumen titulado Varón y mujer los creó. Asimismo, hay que añadir otras numerosas intervenciones, en diversas ocasiones, y recientemente la Carta a las familias, con la que llamé a la puerta de cada casa, para anunciar el evangelio de la familia, consciente de que la familia es el camino primero y más importante de la Iglesia (cf. n. 2).

3. La atención a la familia ha impulsado a la Iglesia en estos años a crear estructuras nuevas a su servicio. Así pues, no sólo documentos, sino también estructuras, realizaciones.

El 13 de mayo de 1981, fecha muy significativa, se creó el Consejo pontificio para la familia y, posteriormente, el Instituto de estudios, de índole académica, sobre el matrimonio y la familia. A crear esas instituciones me impulsaron también las experiencias que han marcado mi actividad sacerdotal y episcopal ya en mi patria, donde siempre dediqué atención privilegiada a los jóvenes y a las familias.

53 Precisamente esas experiencias me enseñaron que en este campo es indispensable una profunda formación intelectual y teológica para poder desarrollar de modo adecuado las orientaciones éticas relativas al valor de la corporeidad, al sentido del matrimonio y de la familia, así como a la cuestión de la paternidad y la maternidad responsables.

La importancia de todo ello se ha apreciado de manera especial en este año 1994, que, por iniciativa de las Naciones Unidas, se ha dedicado a la familia. Cierta tendencia que se manifestó en la reciente Conferencia de El Cairo sobre población y desarrollo y en otros encuentros realizados los meses pasados, así como algunos intentos, llevados a cabo en las sedes parlamentarias, de alterar el sentido de la familia privándola de su referencia natural al matrimonio, han demostrado cuán necesarios han sido los pasos dados por la Iglesia para defender la familia y su misión indispensable en la sociedad.

4. Gracias a la concorde acción de los Episcopados y de los laicos conscientes, hemos afrontado numerosos obstáculos e incomprensiones, con tal de brindar este testimonio de amor, que ha subrayado el indestructible vínculo de solidaridad que existe entre la Iglesia y la familia. Pero, desde luego, aún es muy grande la tarea que nos espera. Y vosotras, queridas familias, estáis aquí también para aceptar este nuevo compromiso, en este tema decisivo que exige la participación vigilante y responsable no sólo de los cristianos sino también de toda la sociedad.

En efecto, tenemos la convicción de que la sociedad no puede prescindir de la institución familiar, por la sencilla razón de que nace en las familias y en ellas encuentra su consistencia.

Frente a la degradación cultural y social del momento, y ante la difusión de plagas como la violencia, la droga, el crimen organizado, ¿qué mejor garantía de prevención y de rescate que una familia unida, sana moralmente y comprometida en la vida civil? En esas familias es donde se forman las personas en las virtudes y en los valores sociales de solidaridad, acogida, lealtad y respeto a los demás y a su dignidad.

5. Volviendo al tema de la importancia de este Año, quisiera, de nuevo, recordar que nos estamos preparando para el año 2000, el gran jubileo de la venida de Cristo, de la Encarnación. Para esa fecha, para ese aniversario bimilenario, nos hemos preparado a lo largo de varias etapas: el Año de la Redención, en 1983; el Año mariano, en 1987-1988. Y ahora este Año de la familia constituye, ciertamente, una etapa importante en la preparación del gran jubileo del año 2000. Dios mediante, con ocasión de la clausura de este Año, como uno de sus frutos más valiosos y como programa para el futuro, trataré de publicar la anunciada encíclica sobre la vida.

Esta encíclica fue solicitada por los padres cardenales ya hace dos años. Creo que ahora se trata de una buena circunstancia para preparar y publicar esta encíclica sobre la vida, sobre la vida humana, sobre la santidad de la vida. Y, en cierto modo, estaría en armonía ideal con la primera encíclica de este período, que también se refiere a la vida, porque comienza con las palabras «Humanae vitae»...

Debo confesar que me concedieron veinticinco minutos, y no sé si ya han pasado, o no, esos veinticinco minutos. Bien; como veis, el Papa se halla sometido a rigurosas exigencias, muy rigurosas; pero no quisiera alargarme...

6. Así pues, amadísimos hermanos, estas luces que se ven son las luces que vienen de todo el mundo. Cada familia trae una luz, y cada familia es una luz. Es una luz, un faro, que debe iluminar el camino de la Iglesia y del mundo en el futuro, hacia el final de este milenio, y también después, mientras Dios permita que este mundo exista.

Queridos esposos, queridos padres, la comunión del hombre y la mujer en el matrimonio, como sabéis, responde a las exigencias propias de la naturaleza humana y es, a la vez, reflejo de la bondad divina, que se manifiesta como paternidad y maternidad. La gracia sacramental del bautismo y de la confirmación, así como del matrimonio, ha derramado una ola fresca y poderosa de amor sobrenatural en vuestro corazón. Es un amor que brota del interior de la Trinidad, de la que la familia humana es imagen elocuente y viva.

Se trata de una realidad sobrenatural que os ayuda a santificar las alegrías, afrontar las dificultades y los sufrimientos, a superar las crisis y los momento de cansancio; en una palabra, es para vosotros manantial de santificación y fuerza para la entrega.

54 Esa gracia aumenta con la oración constante y sobre todo con la participación en los sacramentos de la reconciliación y de la Eucaristía.

Con la fuerza de ese auxilio sobrenatural, estad dispuestas, queridas familias, a dar testimonio de la esperanza que hay en vosotras (cf.
1P 3,15).

Que vuestro testimonio sea siempre un testimonio de acogida, de entrega y de generosidad. Conservad, ayudad, promoved la vida de toda persona, especialmente de los débiles, enfermos o minusválidos; testimoniad y sembrad a manos llenas el amor a la vida. Sed artífices de la cultura de la vida y de la civilización del amor.

En la Iglesia y en la sociedad ha llegado la hora de la familia, que está llamada a desempeñar un papel de protagonista en la tarea de la nueva evangelización. Del interior de las familias, entregadas a la oración, al apostolado y a la vida eclesial, surgirán vocaciones auténticas no sólo para la formación de otras familias, sino también para la vida de consagración especial, cuya belleza y misión está explicando precisamente en estos días la Asamblea sinodal.

7. Para concluir, quiero repetir lo que dije al principio: Familia, quid dicis de te ipsa? Aquí, en nuestra asamblea de la plaza de San Pedro, la familia ha tratado de responder a esa pregunta: Quid dicis de te ipsa? Pues bien, Yo soy, dice la familia. ¿Por qué eres tú?: Yo soy porque Aquel que dijo de sí mismo Sólo yo soy el que soy, me ha dado el derecho y la fuerza de existir. Yo soy, yo soy familia, soy el ambiente del amor; soy el ambiente de la vida; yo soy. ¿Qué dices de ti misma? Quid dicis de te ipsa? Yo soy gaudium et spes. Y así podemos terminar esta improvisación, porque es verdad que tengo aquí unos papeles, pero la mitad de mi discurso ha sido improvisado, dictado por el corazón, y elaborado durante muchos días en la oración.






A LOS PEREGRINOS PRESENTES EN ROMA


PARA CINCO NUEVAS BEATIFICIACIONES


Lunes 17 de octubre de 1994



Carissimi Fratelli e Sorelle!

1. Nella solenne Celebrazione eucaristica di ieri abbiamo reso gloria al Signore per il dono di cinque nuovi Beati: Nicolas Roland, presbitero; Alberto Hurtado Cruchaga, presbitero della Compagnia di Gesù; María Rafols, Petra de San José Pérez Florido e Giuseppina Vannini, vergini. Pur essendo vissuti in epoche e circostanze storiche diverse, sono associati dal fatto di essere tutti fondatori di Istituti di vita consacrata.

La loro beatificazione è avvenuta mentre si stanno svolgendo i lavori dell’Assemblea Generale del Sinodo dei Vescovi, avente per tema “La vita consacrata e la sua missione nella Chiesa e nel mondo”. Con la loro esistenza, totalmente offerta a Dio e ai fratelli, e con il loro speciale carisma, che continua ad arricchire la comunità cristiana attraverso gli Istituti da essi fondati, i nuovi Beati testimoniano anche agli uomini del nostro tempo il primato dell’Assoluto.

(El Papa continuó su homilía en francés dirigiéndose a los peregrinos que habían venido par ala beatificación de Nicolás Roland.)

2. Je me tourne à présent vers Monseigneur Jean Balland, Archevêque de Reims, vers les Soeurs de la Congrégation du Saint–Enfant Jésus et vers leurs amis pour leur dire ma joie de voir Nicolas Roland désormais offert à la vénération de l’Église universelle.

55 Vous avez en lui le plus sûr des guides. S’il a un message permanent à nous livrer aujourd’hui encore, c’est bien celui de la grandeur et de l’amour du Dieu. Il disait en effet: “ Tout ce que nous pouvons faire pour le service de Dieu est bien au–dessous de ce que nous lui devons ”. Le sentiment de la transcendance absolue du Tout–Puissant lui inspirait en retour ce cri d’admiration devant l’OEuvre divine: “Tout ce qui est créé ne peut remplir un coeur que Dieu seul peut contenter”.

Puissiez–vous chaque jour puiser, pour nos contemporains assoiffés d’absolu, dans les trésors de doctrine spirituelle qu’il vous a laissés et que vous avez à coeur de transmettre! Dans les missions d’éducation et de catéchèse qui sont les vôtres et qui se révèlent aujourd’hui plus urgentes que jamais, je vous encourage à vous inspirer de lui pour annoncer la Bonne Nouvelle.

Comment ne pas reconnaître dans cette courte vie – moins de 40 ans! – un vivant exemple pour les personnes consacrées de notre temps? Je m’arrête ici en vous livrant une dernière pensée de Nicolas Roland dont nous pouvons tous tirer profit: “ Aimez le silence et gardez–le volontiers, car c’est le gardien des vertus ”.

3. Saludo ahora a los numerosos peregrinos de lengua española. Muchos de vosotros, queridos hermanos, habéis venido hasta Roma desde Chile y otros países de América Latina con vuestros Obispos y Altas Autoridades de la nación chilena, para asistir con devoción y júbilo a la beatificación del jesuita P. Alberto Hurtado y dar gracias a Dios por este reconocimiento.

El nuevo Beato se nos presenta como un religioso ejemplar en el cumplimiento de sus votos que supo unir una profunda vida espiritual y una gran fecundidad apostólica. Modelo de comunión en la Iglesia, de ejercicio del ministerio sacerdotal, de atención a los grandes cambios culturales de su tiempo y de extraordinaria sensibilidad social, es también un prototipo por su trabajo creativo en la formación y promoción del laicado.

Fruto de su ardor apostólico y de su sólida espiritualidad basada en Cristo, a quien siempre quería imitar preguntándose en cada instante: Qué haría Él si estuviese en mi lugar?, brotaron en torno suyo numerosas vocaciones sacerdotales y religiosas. Gran educador de su gente, se distinguió por inculcar en Chile, por medio de su testimonio, su acción y su palabra, los valores del Evangelio que hacen posible un desarrollo genuinamente humano.

Apóstol incansable, expresó con fuerza su opción por los jóvenes y por los necesitados. Su corazón apostólico le hizo promotor y defensor de la Doctrina Social de la Iglesia, para convertir así las mentes y los corazones de las personas a la justicia y la solidaridad. No es por casualidad que el aniversario de su muerte se celebra en su Patria como el “ Día de la Solidaridad ”. Su vida y su mensaje son de clara actualidad. Deseo que al revivirlos en espíritu de fe, sea éste un momento de gracia para toda la Iglesia, en especial para la que peregrina en América Latina.

4. Resulta sugestiva y conmovedora la figura de la nueva Beata María Rafols, conocida con razón como “ Heroína de la Caridad ”. Si las autoridades le dieron en su tiempo ese título por su heroica actuación durante los “ Sitios de Zaragoza ”, la Iglesia lo reconoce por el testimonio de toda su vida, en la que, como San Pablo, pudo decir: “ Me gastaré y me desgastaré por vosotros ”.

La mayor parte de su vida se enmarca en la primera mitad del siglo XIX, caracterizado por profundos cambios y convulsiones políticas que dificultaron su novedosa aventura de fundar una congregación apostólica. Sin embargo, animada por una fe profunda, un espíritu inclinado al sacrificio y el fuego de una encendida caridad, edificó y guió su pequeña Hermandad en el silencio, la oscuridad, la pobreza e incluso el sometimiento a unas condiciones, establecidas por la “ Junta Rectora del Hospital de Gracia ”, que hoy nos parecen inconcebibles.

La llegada de María Rafols y de las jóvenes que la acompañaban a Zaragoza, después de días de pesado viaje, fue todo un acontecimiento para la ciudad. Lo primero que hicieron fue postrarse a los pies de la Virgen del Pilar, implorando su protección y amparo para desempeñar con caridad y fervor la misión a que venían, que no era otra que servir con amor a Jesucristo en sus imágenes dolientes: enfermos, pobres, niños; empresa nada fácil para la que necesitaban el aliento de la Señora. Nacía así la Congregación de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana.

Desde ese momento, con “ el mayor acierto y satisfacción ”, como dicen las relaciones de la época, la Beata María Rafols, decidida, arriesgada y valiente, se empeña en un mejor servicio a los enfermos y, sobre todo, a los niños de la “ Inclusa ”, pasando el resto de su vida derrochando amor, abnegación y ternura. También se vió afectada por las guerras, la cárcel y el destierro, y sufriendo con paz y sin queja participa del espíritu de las bienaventuranzas.

56 5. La Beata Petra de San José, “ gran mujer de corazón de fuego ”, nos ofrece un testimonio de fidelidad al carisma que recibió del Espíritu. Tuvo la caridad como norma de su ser y de su obrar. En ella todo era amor y por eso nos dice: “ Es el amor quien debe prestarnos alas para subir más arriba ”.

Al quedarse huérfana muy pronto y tomar a la Santísima Virgen como madre, promete “ entregarse en cuerpo y alma, sentidos y potencias al servicio de su buen Jesús y de su bendita Madre ”. Llena de este amor materno y con el encanto de su atrayente personalidad, la nueva Beata ejercitó las virtudes en grado heroico, con sencillez, humildad y alegría, cualidad propia de Andalucía, su tierra natal.

La profunda devoción de la Madre Petra a San José la llevó a poner bajo su patrocinio todas las casas y capillas, entre las que destaca el Real Santuario de San José de la Montaña, de Barcelona. A este respecto decía: “ Hemos llegado a los tiempos de San José y sé que no le podemos prestar a la Santísima Virgen otro servicio más agradable que trabajar por extender la devoción a su castísimo esposo ”.

A sus hijas religiosas, las Madres de los Desamparados y San José de la Montaña, les pide que tengan siempre caridad fraterna, en un clima de paz y “ mutuo respeto ”, viviendo y compartiendo gozosamente la pobreza, en actitud de oración y serena observancia de las reglas. A todas las exhorta a derramar, como carisma del Instituto, amor y misericordia, especialmente entre los más necesitados y abandonados. A ella encomiendo los trabajos del presente Sínodo de los Obispos, por lo que se refiere a este importante aspecto de la vida religiosa en la Iglesia.

(Al final de nuevo en el italiano)

6. Madre Giuseppina Vannini, figlia della Chiesa di Roma, risplende come esempio di infaticabile carità verso gli ammalati.

Sul modello di San Camillo de Lellis, ella con le sue figlie spirituali si consacra totalmente al loro servizio fino ad essere pronta a dare la vita per loro. “Il nostro solo scopo è di lavorare per la maggior gloria di Dio e per la salute di coloro che soffrono – scrive – e spero che con la grazia di Dio la nostra comunità non esca mai da questa via”. Da Roma all’Italia, e poi in Francia, in Belgio, in Argentina, l’Istituto estende il suo valido servizio, nella quotidiana offerta al Cristo Crocifisso, amato e servito nei sofferenti.

Insieme con tutte le “Figlie di San Camillo” sparse in tredici Paesi del mondo, la Chiesa rende grazie al Signore per la significativa testimonianza di vita consacrata e di totale dedizione agli ammalati lasciata dalla Beata Fondatrice.

7. Carissimi Fratelli e Sorelle, lodiamo il Signore per le grandi cose che ha compiuto attraverso la generosa risposta di questi cinque nuovi Beati! I loro esempi e la loro intercessione vi sostengano nella ricerca e nell’annuncio dei valori dello Spirito. Facendo ritorno alle rispettive Comunità di provenienza, portate con voi la ricchezza e la gioia di questa visita a Roma. Vi accompagna la mia benedizione, che di cuore imparto a tutti voi, qui presenti, e a quanti vi sono cari, in modo particolare ai giovani, agli anziani e agli ammalati.

Non posso terminare senza fare una distinzione. Alcuni sono venuti da Roma, pochi chilometri; altri sono venuti da Spagna, Francia, già qualche centinaio di chilometri; ma altri sono venuti dal Cile, che dista diecimila chilometri, almeno. È una cosa da ammirare. Io rimango pieno di ammirazione per i cileni. Allora, chiedo anche le vostre preghiere, specialmente in questo primo giorno del diciassettesimo anno del mio Ministero Petrino.








A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL


DE CHILE EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Martes 18 de octubre de 1994



57 Queridos hermanos en el Episcopado,

1. Con gran gozo os saludo en “Jesucristo Señor nuestro, por quien recibimos la gracia y el apostolado, para predicar la obediencia de la fe a gloria de su nombre” (
Rm 1,4-5). La visita “ ad Limina ” me permite compartir vuestra solicitud pastoral y reforzar todavía más los estrechos vínculos que nos unen en la fe, en la oración y en la caridad. Con este espíritu, agradezco las deferentes palabras que Monseñor Fernando Ariztía, Obispo de Copiapó y Presidente de la Conferencia Episcopal, me ha dirigido en nombre de todos vosotros.

Las relaciones quinquenales y los coloquios privados de estos días pasados me han permitido recordar con afecto a la Iglesia que peregrina en Chile, evocando en mi corazón los entrañables momentos de mi visita pastoral de 1987. Quiero expresaros mi aprecio por la abnegada labor que lleváis a cabo, dirigida sobre todo a suscitar el encuentro de cada hombre con el Dios vivo y verdadero. Mi reconocimiento se dirige asimismo a los sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas y laicos que colaboran eficazmente en la actividad misionera de la Iglesia.

2. Con satisfacción he visto que las Orientaciones Pastorales para el período 1991-1994 llevan el sugestivo título de “Nueva Evangelización para Chile, Patria que amamos y servimos con el Evangelio del Señor”. La unidad mostrada en esa programación ofrece la imagen de un Episcopado atento a los signos de los tiempos que, con afecto colegial, se decide a escrutar y responder a los designios de Dios. De esta manera podéis conducir a vuestros fieles hacia la santidad, vocación última de todo cristiano (cf. Christus Dominus CD 15). Estáis seriamente empeñados en esta tarea cuando señaláis que “es urgente acercar a los fieles a la palabra viva de Dios y ayudarlos a participar plenamente en la vida sacramental. Es también urgente renovar la vida de oración personal y comunitaria, y la capacidad de contacto profundo con el Señor. Y, de un modo especial, es necesario fomentar la participación activa en la liturgia. Así resonará en las comunidades y en cada uno de nosotros, el llamado radical a la santidad” (Conf. Epis. Chilena, Orientaciones pastorales para el período 1991-1994, 41, y 42.)

Con el progreso vuestro País está afrontando nuevos desafíos: la cultura no siempre está exenta de la influencia del secularismo y de comportamientos contrarios a los principios éticos y a la dignidad de la persona humana. Vosotros mismos habéis llamado la atención sobre estos peligros. Por eso estáis convencidos de que la evangelización debe promover también los valores fundamentales de la vida, de la familia y de la solidaridad.

3. El obispo debe preocuparse de todos “por medio de la oración, de la predicación y de todas las obras de caridad” (Lumen gentium LG 27). Esta caridad pastoral se ha de extender de una manera especial, como la de Jesucristo, a sus más próximos colaboradores, los presbíteros, a quienes siempre ha de considerar como hijos y amigos (Lumen gentium LG 28).

He sabido con satisfacción que estáis promoviendo la formación permanente del clero. Os aliento, pues, a proseguir con decisión y firmeza en ese camino, tan importante para la vida de la Iglesia. En la Exhortación Apostólica Pastores Dabo Vobis expuse la necesidad de una formación continua, adecuada a las circunstancias de tiempo y lugar, para que los sacerdotes reaviven el don inefable que les fue conferido por la imposición de las manos (cf. 2Tim 2Tm 1,6). Por eso, hay que facilitarles los medios necesarios para intensificar su formación espiritual, teológica y pastoral. Mediante el estudio de la Palabra de Dios, realizado de forma orante, amorosa y metódica, de modo que pueda ser presentada a los fieles “no sólo de manera abstracta y general, sino aplicando la verdad perenne del Evangelio a las circunstancias concretas de la vida” (Presbyterorum ordinis PO 4), y la profundización en las diversas áreas teológicas: dogmática, moral, pastoral, derecho canónico, sin descuidar la doctrina social de la Iglesia, que es uno de los componentes esenciales de la “nueva evangelización” (cf. Centesimus annus CA 5).

4. Es motivo de profunda esperanza la vida de los nuevos seminarios en Chile. A este respecto quiero recordar que una “condición indispensable para la 'nueva evangelización' es poder contar con evangelizadores numerosos y cualificados” (Discurso inaugural de la IV Conferencia general del episcopado latinoamericano, n. 26, Santo Domingo, 12 de octubre de 1992), que sean conscientes de la gracia de haber sido llamados a tan alta misión. Por eso, la promoción de las vocaciones sacerdotales y religiosas ha de considerarse una prioridad por parte de los Obispos y una exigencia de todo el pueblo de Dios (cf. IV Conf. Gen. Episcoporum Americae Latinae, Conclusiones, 82). Al mismo tiempo, se ha de trabajar no sólo por incrementar el número de los llamados, sino también para garantizar a la Iglesia la idoneidad de los mismos.

Se debe tener presente, al organizar la vida de los seminarios, que su fin propio es la formación de jóvenes que configurándose con Cristo, Buen Pastor, edifiquen la Iglesia, como cooperadores del Obispo y miembros del presbiterio (cf. Presbyterorum ordinis PO 12). Para ello se requiere un equipo de formadores con la necesaria preparación espiritual, teológica, pastoral, humana y pedagógica, junto con un coherente testimonio de vida sacerdotal. Asimismo, el espíritu de oración, la celebración de la liturgia y el trato con el director espiritual, ayudarán a los seminaristas a formar el hombre interior fiel a Dios, a la Iglesia y a su ministerio, capaz de amar a todos, sin distinciones, y, si fuera el caso, de sufrir por el Reino. En este proceso no hay que olvidar el importante papel que le corresponde a la formación intelectual: el estudio de la sana filosofía, el conocimiento de la Sagrada Escritura, de los Padres y del Magisterio de la Iglesia, con una visión pastoral y en contacto con la cultura.

5. He visto con particular interés que, tanto en las Orientaciones Pastorales como en las últimas Asambleas del Episcopado, habéis dado prioridad a la pastoral familiar. Conocéis bien la importancia decisiva que tienen la unidad de la familia y la estabilidad del vínculo conyugal indisoluble para el pleno desarrollo de la persona y para el futuro de la sociedad. Por eso, la Iglesia, experta en humanidad, no puede dejar de proclamar la verdad sobre el matrimonio y la familia, tal como Dios lo ha establecido. Dejar de hacerlo sería una grave omisión pastoral que induciría a los creyentes al error, así como también a quienes tienen la importante responsabilidad de tomar las decisiones sobre el bien común de la Nación. Por eso os exhorto vivamente a mantener la unidad, fieles al Magisterio, enseñando los principios inviolables de la santidad e indisolubilidad del matrimonio cristiano, como un auténtico servicio a la familia y a la sociedad misma.

Los Obispos de América Latina en la IV Conferencia General, han recordado que “el matrimonio y la familia en el proyecto original de Dios son instituciones de origen divino y no productos de la voluntad humana” (cf. IV Conf. Gen. Episcoporum Americae Latinae, Conclusiones, 211). Enseñad con claridad esta verdad que es válida, no sólo para los católicos, sino para todos los hombres y mujeres sin distinción. Os invito, igualmente, a proclamar sin cesar que el matrimonio y la familia constituyen un bien insustituible de la sociedad, la cual no puede permanecer indiferente frente a su degradación o pérdida.

58 No se debe olvidar que la familia ha de dar testimonio de sus propios valores ante sí misma y ante la sociedad: “El cometido, que ella por vocación de Dios está llamada a desempeñar en la historia, brota de su mismo ser y representa su desarrollo dinámico y existencial. Toda familia descubre y encuentra en sí misma la llamada imborrable, que define a la vez su dignidad y su responsabilidad: Familia, ¡'sé' lo que 'eres'!” (Familiaris consortio FC 17). Por ello, acompañad a las familias cristianas, alentad la pastoral familiar en vuestras diócesis junto a los movimientos y asociaciones de espiritualidad matrimonial, despertad su celo apostólico para que hagan suya la tarea de la nueva evangelización, para que abran las puertas a quienes no tienen hogar o viven en situaciones difíciles, así como para que den testimonio de la dignidad humana que nace de un amor desinteresado e incondicional.

6. La pastoral familiar ha de considerar también la inestimable e irrenunciable vocación educadora de los cónyuges cuando, como padres, son llamados a la gran responsabilidad de la educación de los hijos a lo largo de las diferentes etapas de su desarrollo humano y espiritual. Por eso la Iglesia colabora solícitamente con los padres a través de la pastoral juvenil, llevada a cabo en los diversos ambientes frecuentados por los niños y jóvenes.

A este respecto, en mis viajes apostólicos he mantenido inolvidables encuentros con los jóvenes, escuchando sus testimonios sinceros y transparentes sobre aquello que les preocupa. Entre ellos he podido constatar su noble capacidad de entrega, la alegría con que formulan sus ideales de vida, su gran hambre de Dios y la necesidad que sienten de testigos que los guíen rectamente. De ahí la urgencia de orientar a la querida juventud chilena sobre la base de los principios cristianos y de las fundamentales virtudes humanas y sociales.

7. Os preocupa también, queridos hermanos, la situación de aquellas personas que sufren angustias económicas y, a veces, carecen de lo necesario. A este respecto son consoladoras las diversas iniciativas existentes en cada diócesis para responder adecuadamente a las necesidades de los pobres.

Esta preocupación por lo social forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia” (Sollicitudo rei socialis SRS 41), en la cual debe ocupar un lugar predominante la promoción humana, ya que la evangelización tiende a la liberación integral de la persona (cf. Discurso inaugural de la IV Conferencia general del episcopado latinoamericano, n. 13, Santo Domingo, 12 de octubre de 1992). Los católicos, transmitiendo adecuadamente el rico y siempre actual patrimonio de la doctrina social de la Iglesia, deben impulsar y favorecer convenientes iniciativas encaminadas a superar situaciones de pobreza y marginación que afectan a tantos hermanos necesitados.

Aunque toda la Iglesia está llamada directamente al servicio de la caridad para “aliviar las necesidades humanas de todo género” (Christifideles laici CL 41), sin embargo en este servicio tienen un papel específico los fieles laicos, pues a ellos corresponde infundir los valores cristianos en el orden temporal pues esta misma caridad anima y sostiene una activa solidaridad, atenta a todas las necesidades del ser humano (cf. Ibíd.).

Por tanto, los Pastores deben orientar a sus fieles en este campo, favoreciendo su conveniente formación moral y doctrinal, para que junto con su competencia en el campo socio–económico y político puedan llevar a cabo acciones eficaces con rectos criterios morales. A este respecto, son de alabar las actividades de Cáritas-Chile, las de numerosas Congregaciones Religiosas, así como las iniciativas de la Cuaresma de la Fraternidad y del Día de la Solidaridad. Con ellas se invita a los cristianos a privarse de algo necesario, y no sólo de lo superfluo, fomentando la actitud de compartir entre los hermanos. Como ya indiqué en mi visita pastoral a vuestro País, “¡los pobres no pueden esperar!” aguardando “un alivio que les llegue por una especie de rebalse de la prosperidad generalizada de la sociedad” (Discurso a los delegados de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, , n. 7, Chile, 3 de abril de 1987).

Los cristianos están llamados a colaborar activamente en este servicio de la caridad, por ejemplo en diversas formas de voluntariado, el cual, “si se vive en su verdad de servicio desinteresado al bien de las personas, especialmente las más necesitadas y las más olvidadas por los mismos servicios sociales, debe considerarse una importante manifestación de apostolado, en el que los fieles laicos, hombres y mujeres, desempeñan un papel de primera importancia” (Christifideles laici CL 41). De este modo, la coordinación con las diversas instituciones, estatales y no gubernamentales, podrá favorecer una ayuda más eficaz al prójimo.

En este sentido os servirá de inspiración y guía el testimonio y la enseñanza del P. Alberto Hurtado, beatificado en estos días, el cual supo unir admirablemente en su vida el contacto personal e íntimo con el Señor, junto con la creatividad y la total disponibilidad en el servicio de los necesitados. Que él, con su intercesión, os impulse a llegar al corazón de vuestros hermanos para que haya una nueva generación que no viva de los espejismos del lucro y del consumismo, sino que esté cimentada en las mejores tradiciones de sobriedad, solidaridad y generosidad que anidan en el corazón de vuestro pueblo.

Así lo deseo de corazón para todos los amados hijos de Chile en este encuentro con sus Pastores, y al invocar a la Santísima Virgen del Carmen, tan querida y venerada en vuestro País, os bendigo con afecto, como prenda de la constante asistencia divina.








Discursos 1994 51