Audiencias 1995




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Enero de 1995

Miércoles 4 de enero de 1995

El compromiso de la oración en la vida consagrada

1. La tradición cristiana siempre ha puesto en un lugar destacado la contemplación como expresión altísima de la vida espiritual y momento culminante del proceso de la oración. El acto de contemplación da plenitud de significado a la vida religiosa, cualquiera que sea, como consecuencia de la especial consagración que constituye la profesión de los consejos evangélicos. En virtud de esta consagración, la vida religiosa es ?y no puede menos de ser? vida de oración y, por tanto, de contemplación, incluso cuando, en el enfoque de la espiritualidad y en la práctica, el tiempo atribuido a la oración no es exclusivo ni predominante.

Por esto, el Concilio afirma: «los miembros de cualquier instituto, buscando ante todo y únicamente a Dios, han de unir la contemplación, por la que se unen a Dios de mente y corazón, con el amor apostólico» (Perfectae caritatis PC 5). Así, el Concilio subraya que la contemplación no solamente es necesaria en los institutos de vida puramente contemplativa, sino también en todos los institutos, incluidos los que se dedican a obras apostólicas que exigen gran empeño. El compromiso de la oración es esencial en toda vida consagrada.

2. Eso es lo que nos enseña el Evangelio, al que se remite el Concilio. Un episodio evangélico que suele evocar con gran frecuencia al respecto (cf. Perfectae caritatis PC 5) es el de María de Betania que, «sentada a los pies de Jesús, escuchaba su palabra». A Marta, que deseaba que su hermana la ayudara en el servicio y por eso solicitaba la intervención de Jesús para impulsarla al trabajo, el Maestro respondió: «María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada» (Lc 10,38-42). El significado de esta respuesta es transparente: la mejor parte consiste en escuchar a Cristo permaneciendo cerca de él, con adhesión de espíritu y de corazón. Por eso, en la tradición cristiana, inspirada en el Evangelio, la contemplación goza de una prioridad indiscutible en la vida consagrada. Más aún, el Maestro, en su respuesta, da a entender a Marta que la adhesión a su persona, a su palabra, a la verdad que él revela y transmite de parte de Dios, es lo único (realmente) necesario.Equivale a decir que Dios, y también su Hijo hecho hombre, desea el homenaje del corazón antes que el homenaje de la actividad; y que el sentido de la religión inaugurada en el mundo por Jesús es adorar «al Padre en espíritu y verdad» (Jn 4,24), como a él mismo le agrada, de acuerdo con lo que enseñó a la samaritana.

3. En esta prioridad del homenaje del corazón, el Concilio enseña a ver también la respuesta debida al amor de Dios que nos ha amado primero (cf. Perfectae caritatis PC 6). Los consagrados, buscados por el Padre de modo privilegiado, están llamados a su vez a buscar a Dios, a dirigir sus deseos hacia el Padre, a entablar contactos de oración con él, a entregarle su corazón con amor ardiente.

Esta intimidad con Dios la realizan en la vida con Cristo y en Cristo. Dice el Concilio: «Procuren con afán fomentar en toda ocasión la vida escondida con Cristo en Dios (cf. Col Col 3,3)» (cf. Perfectae caritatis PC 6). Es la vida escondida, cuya ley fundamental enuncia san Pablo: pensar «en las cosas de arriba, no en las de la tierra» (Col 3,2). Este aspecto escondido de la unión íntima con Cristo se revelará en su profunda verdad y belleza cuando nos encontremos en el más allá.

4. Sobre la base de esta razón esencial de la vida consagrada, el Concilio recomienda: «Los miembros de los institutos (religiosos) deben cultivar con asiduo empeño el espíritu de oración y la oración misma» (Perfectae caritatis PC 6). Baste aquí explicar que el espíritu de oración se identifica con la actitud del alma que tiene sed de la intimidad divina y se esfuerza por vivir en esa intimidad, con entrega total. Esta actitud se expresa en la oración concreta, a la que se dedica cierto tiempo cada día de la vida. También en esto se imita a Jesús que, incluso en el período más intenso de su ministerio, reservaba momentos para el diálogo exclusivo con el Padre en la oración solitaria (cf. Mc 1,35 Lc 5,16 Lc 6,12).

5. Ya se sabe que en la tradición cristiana se suelen distinguir varias formas de oración y, en particular, la oración en común y la oración solitaria.Ambas son útiles y generalmente están prescritas. Tal vez hay que evitar siempre que la oración común haga perder el hábito de la oración solitaria, o que ésta predomine hasta el punto de eliminar o quitar valor a la oración común. Un auténtico espíritu evangélico de oración regula ambas formas, de acuerdo con una dosificación benéfica para el alma, que los fundadores y los legisladores de los institutos religiosos establecen en sintonía con la autoridad de la Iglesia.

2 Lo mismo se puede decir acerca de la distinción entre la oración vocal y la oración mental, llamada simplemente oración. En realidad, toda oración debe ser plegaria del corazón.

Jesús recomienda la oración humilde y sincera: «Ora a tu Padre, que está en lo secreto» (
Mt 6,6), advirtiendo que no es la palabrería lo que hará que Dios nos escuche (cf. Mt 6,7). Pero también es verdad que la oración interior, por la misma naturaleza del hombre, tiende a expresarse y manifestarse en palabras, en gestos y en un conjunto de actos de culto externo, cuya alma sigue siendo siempre la plegaria del corazón.

6. El Concilio señala también las «genuinas fuentes de la espiritualidad cristiana» y de la oración (Perfectae caritatis PC 6): son la sagrada Escritura, cuya lectura y meditación sugiere para poder entrar más a fondo en el misterio de Cristo y la liturgia, sobre todo la celebración eucarística, con la riqueza de sus lecturas, la participación sacramental en la ofrenda redentora de la cruz y el contacto vivo con Cristo, alimentó y bebida, en la Comunión. Algunos institutos promueven también la práctica de la adoración eucarística, que favorece la contemplación y la adhesión a la persona de Cristo, y ayuda a testimoniar el atractivo que su presencia ejerce sobre la humanidad (cf. Jn 12,32). Son dignos de alabanza y de imitación.

7. Ya se sabe que hoy, al igual que en el pasado, hay institutos «puramente contemplativos» (Perfectae caritatis PC 7). Conservan una misión importante en la vida de la Iglesia, aunque el apostolado activo sea una urgente necesidad en el mundo de hoy. Es el reconocimiento concreto de la palabra de Cristo sobre lo único necesario.La Iglesia tiene necesidad de esta oración de los contemplativos para crecer en su unión con Cristo y obtener las gracias necesarias para su desarrollo en el mundo. Por consiguiente, los contemplativos, los monjes, los monasterios de clausura son también testigos de la prioridad que la Iglesia atribuye a la oración y de la fidelidad que quiere que se mantenga a la respuesta dada por Jesús a Marta sobre la mejor parte elegida por María.

8. Conviene, en este momento, recordar que la respuesta a la vocación contemplativa implica grandes sacrificios, en especial la renuncia a una actividad directamente apostólica, que hoy particularmente parece tan connatural a la mayoría de los cristianos, tanto hombres como mujeres. Los contemplativos se dedican al culto del Eterno y «ofrecen a Dios el magnífico sacrificio de alabanza» (Perfectae caritatis PC 7), en un estado de oblación personal tan elevado que exige una vocación especial, que es preciso verificar antes de la admisión o de la profesión definitiva.

Ahora bien, es preciso advertir que también los institutos contemplativos tienen en la Iglesia una misión apostólica. En efecto, la oración es un servicio a la Iglesia y a las almas. Produce «abundantes frutos de santidad» y proporciona al pueblo de Dios una «misteriosa fecundidad apostólica» (Perfectae caritatis PC 7). De hecho, ya se sabe que los contemplativos oran y viven por la Iglesia, y a menudo obtienen para su vitalidad y su progreso gracias y ayudas celestiales muy superiores a las que se realizan con la acción.

A este respecto, es hermoso concluir esta catequesis recordando que santa Teresa del Niño Jesús, con su oración y su sacrificio, contribuía a la evangelización igual y más que si se hubiera dedicado completamente a la acción misionera. Hasta el punto de que fue proclamada patrona de las misiones. Eso pone de relieve la importancia esencial de los institutos de vida contemplativa, insistiendo en la necesidad de que todos los institutos de vida consagrada, también los que se dedican al apostolado más intenso y más variado, recuerden que la actividad ?incluso la más santa y benéfica en favor del prójimo? no dispensa nunca de la oración como homenaje del corazón, de la mente y de toda la vida a Dios.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Me es grato saludar a todas las personas de lengua española que participan en esta audiencia, especialmente a los grupos de peregrinos de Argentina y México. Que este nuevo año sea propicio para intensificar el espíritu de oración.

Os imparto con afecto la bendición apostólica.



3

Miércoles 11 de enero de 1995

La vida consagrada al servicio de la Iglesia

1. El concilio Vaticano II pone de manifiesto la dimensión eclesial de los consejos evangélicos (Lumen gentium LG 44). Jesús, en el evangelio, da a entender que sus llamadas a la vida consagrada tienen como finalidad la instauración del Reino: el celibato voluntario debe vivirse por el reino de los cielos (cf. Mt 19,12) y la renuncia universal para seguir al Maestro se justifica con el «reino de Dios» (Lc 18,29).

Jesús establece una relación muy estrecha entre la misión que confía a sus Apóstoles y la exigencia que les impone de abandonarlo todo para seguirlo: sus actividades profanas y sus bienes (ta ídia), como se lee en Lc 18, 28. Pedro es consciente de ello; por eso, declara a Jesús también en nombre de los demás Apóstoles: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido» (Mc 10,28 cf. Mt 19,27).

Lo que Jesús exige a sus Apóstoles, lo pide también a los que, en las diversas épocas de la historia de la Iglesia, aceptarán seguirlo en el apostolado por el sendero de los consejos evangélicos: la entrega de toda la persona y de todas las fuerzas para el desarrollo del reino de Dios sobre la tierra, desarrollo que compete principalmente a la Iglesia. Es preciso decir que, de acuerdo con la tradición cristiana, la vocación nunca tiene como fin exclusivo la santificación personal. Más aún, una santificación exclusivamente personal no sería auténtica, porque Cristo ha unido de forma muy íntima la santidad y la caridad. Así pues, los que tienden a la santidad personal lo deben hacer en el marco de un compromiso de servicio a la vida y a la santidad de la Iglesia. Incluso la vida puramente contemplativa, como hemos visto en una catequesis anterior, conlleva esta orientación eclesial.

De aquí brota, según el Concilio, la tarea y el deber de los religiosos de «trabajar [...] para que el reino de Cristo se asiente y consolide en las almas y para dilatarlo por todo el mundo» (Lumen gentium LG 44). En la gran variedad de los servicios que la Iglesia debe prestar, hay lugar para todos: y cada consagrado puede y debe poner todas sus fuerzas al servicio de la gran obra de la instauración y extensión del reino de Cristo en el mundo, según las capacidades y los carismas que ha recibido, en armonía constructiva con la misión de la propia familia religiosa.

2. A la dilatación del reino de Cristo (cf. Lumen gentium LG 44) mira, en particular, la actividad misionera. De hecho, la historia confirma que los religiosos han desempeñado un papel importante en la expansión misionera de la Iglesia. Llamados y dedicados a una consagración total, los religiosos manifiestan su generosidad comprometiéndose a llevar por doquier el anuncio de la buena nueva de su Maestro y Señor, incluso hasta las regiones más alejadas de su propio país, como aconteció con los Apóstoles. Junto a los institutos en los que una parte de los miembros se dedican a la actividad misionera ad gentes, existen otros fundados expresamente para la evangelización de las poblaciones que no han recibido, o no habían recibido aún, el Evangelio.

El carácter misionero de la Iglesia se concreta así en una «vocación especial» (cf. Redemptoris missio RMi 65), que lo hace efectivo más allá de todas las fronteras geográficas, étnicas y culturales, «in universo mundo» (cf. Mc 16,15).

3. El decreto Perfectae caritatis del concilio Vaticano II recuerda que «hay en la Iglesia muchísimos institutos, clericales o laicales, consagrados a las obras de apostolado, que tienen dones diferentes según la gracia que les ha sido dada» (PC 8). Es el Espíritu Santo quien distribuye los carismas en relación con las necesidades crecientes de la Iglesia y del mundo. No se puede menos de reconocer en este hecho uno de los signos más claros de la generosidad divina, que inspira e impulsa la generosidad humana. Y es preciso alegrarse de verdad por el hecho de que este signo es tan frecuente en nuestro tiempo, precisamente porque indica que se ensancha y profundiza el sentido del servicio al reino de Dios y al desarrollo de la Iglesia. De acuerdo con la enseñanza del Concilio, la acción de los religiosos, tanto en el campo más directamente apostólico como en el de la caridad, no es obstáculo para su santificación, sino que, por el contrario, contribuye a alcanzarla, porque desarrolla el amor hacia Dios y hacia el prójimo, y hace que quien desempeña ese apostolado participe en la gracia que reciben los que se benefician de esa actividad.

4. Pero el Concilio añade que toda la actividad apostólica debe estar animada por la unión con Cristo, a la que no pueden menos de tender los religiosos, en virtud de su profesión. «Por eso, toda la vida religiosa de sus miembros debe estar imbuida de espíritu apostólico; y toda la acción apostólica, informada de espíritu religioso» (Perfectae caritatis PC 8). En la Iglesia, los consagrados deben ser los primeros en dar prueba de saber resistir a la tentación de sacrificar la oración en aras de la acción. A ellos corresponde demostrar que la acción alcanza su fecundidad apostólica gracias a una vida interior rica de fe y de experiencia de las cosas divinas: «ex plenitudine contemplationis», como dice santo Tomás de Aquino (Summa Theol., II-II 288,6 III 40,1, ad 2).

El problema de armonizar la actividad apostólica con la oración se ha planteado varias veces en los siglos pasados y también hoy, especialmente en los institutos monásticos. El Concilio rinde homenaje a «la venerable institución de la vida monástica, que en el largo curso de los siglos ha adquirido méritos preclaros en la Iglesia y en la sociedad humana» (Perfectae caritatis PC 9). Asimismo, reconoce la posibilidad de matices diferentes en «el oficio principal de los monjes», que consiste en «rendir a la divina Majestad un servicio a la vez humilde y noble dentro de los muros del monasterio, ora se consagren íntegramente, en vida retirada, al culto divino, ora emprendan legítimamente algunas obras de apostolado o de cristiana caridad» (Perfectae caritatis PC 9).

4 Más en general, el Concilio recomienda a todos los institutos que ajusten convenientemente sus observancias y prácticas con los requisitos del apostolado a que se consagran, pero teniendo en cuenta «las múltiples formas que reviste la vida religiosa dedicada a las obras apostólicas» y, por consiguiente, también la diversidad y la necesidad de que «en los diversos institutos, la vida de sus miembros en servicio de Cristo se sostenga por los medios propios y congruentes» (Perfectae caritatis PC 8). En esta labor de adaptación, además, no conviene olvidar nunca que se trata ante todo de una obra del Espíritu Santo, al que, por tanto, es necesario ser dóciles al buscar los medios de una acción más eficaz y más fecunda.

5. Por esa múltiple contribución que prestan los religiosos, según la variedad de su vocación y sus carismas, con la oración y con la acción, a la dilatación y a la consolidación del reino de Cristo, la Iglesia ?dice el Concilio? «protege y favorece la índole propia de los diversos institutos religiosos» (Lumen gentium LG 44) y «no sólo eleva mediante su sanción la profesión religiosa a la dignidad de estado canónico, sino que, además, con su acción litúrgica, la presenta como un estado consagrado a Dios [...], asociando su oblación al sacrificio eucarístico» (Lumen gentium LG 45).

En particular, el Romano Pontífice, según el Concilio, busca el bien de los institutos religiosos y de sus miembros «para mejor proveer a las necesidades de toda la grey del Señor»: dentro de esta finalidad entra la exención, por la que algunos institutos están sometidos directamente a la autoridad pontificia. Esta exención no dispensa a los religiosos de la «reverencia y obediencia a los obispos» (Lumen gentium LG 45), pues tiene como único objetivo asegurar la posibilidad de una acción apostólica más eficaz para el bien de la Iglesia entera. Estando al servicio de la Iglesia, la vida consagrada queda más especialmente a disposición de las solicitudes y de los programas del Papa, cabeza visible de la Iglesia universal. Aquí la dimensión eclesial de la vida consagrada alcanza una cima que no es sólo de orden canónico, sino también espiritual: en ella se concreta la profesión de obediencia que los religiosos hacen a la autoridad de la Iglesia, en la función vicaria que le asignó Cristo.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo con afecto a todas las personas de lengua española.

En particular al Cardinal de Santiago de Chile como también a los grupos venidos de España y de Argentina.

Al exhortaros a todos a que en este nuevo año colaboréis activamente en la extensión del Reino de Dios, os imparto de corazón mi bendición apostólica.



Miércoles 25 de enero de 1995

(Lectura:
capítulo 15 del evangelio de san Juan, versículos 4-5)

5 1. Hoy, fiesta de la conversión de san Pablo, dedicaremos nuestra reflexión al tema de la unidad de los cristianos. Del viaje apostólico a Asia y Oceanía, durante el cual tuve la dicha de tomar parte en la X Jornada mundial de la juventud, pienso hablar en la próxima audiencia general.

Con la fiesta de la conversión de san Pablo concluye la semana de oración por la unidad de los cristianos. El tema elegido para este año está tomado del evangelio de san Juan: "Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto porque sin mí no podéis hacer nada" (
Jn 15,5).

La analogía en que se basa el símbolo de la vid aparece con frecuencia en la sagrada Escritura (cf. Is 5,1-7 Jr 2,21 Ez 15,1-8). Es un símbolo que alude a la unión de Dios con su pueblo y al amor con que él lo eligió y lo ama. Jesús mismo lo utiliza para explicar la relación que existe entre él y sus discípulos.

2. La imagen, tomada de la naturaleza, describe con inmediatez y eficacia el misterio sobrenatural de la comunión de vida entre Jesús y los suyos. Como acontece en el caso de la vid y los sarmientos, también entre el Maestro y sus discípulos circula la misma savia vital, se transmite la misma vida divina, la vida eterna "que estaba en el Padre y se nos manifestó" (1Jn 1,2).

Los sarmientos están unidos a la vid y de ella toman su alimento, para poder dar fruto. Del mismo modo, los discípulos están unidos al Señor y, gracias a esta unión existencial, pueden actuar espiritualmente y dar fruto: "Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí" (Jn 15,4).

Los sarmientos no tienen vida propia: viven sólo si permanecen unidos a la vid donde han brotado. Su vida se identifica con la de la vid. La misma savia circula entre la vid y los sarmientos; ambos dan el mismo fruto. Entre ellos existe, por consiguiente, un vínculo indisoluble, que simboliza muy bien el que existe entre Jesús y sus discípulos: "Permaneced en mí, como yo en vosotros" (Jn 15,4).

Si todos los sarmientos tienen en común con la vid la misma savia, también están unidos entre sí por una comunión recíproca. De esta comunión de vida brota la exigencia de la comunión en el amor: "que os améis los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15,12). Se trata de un amor fuerte, que no conoce limitaciones ni confines, y que Jesús pone en relación con su muerte, sufrida para redimir a sus amigos, los discípulos que han creído en Él: "Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15,13). La referencia a la redención pone más de relieve el destino común de los discípulos de Cristo: todos han sido redimidos por un solo Señor.

3. El decreto del concilio Vaticano II sobre el ecumenismo destaca este misterio vital de comunión, es decir, la incorporación de los bautizados en Cristo: "Por el sacramento del bautismo, debidamente administrado según la institución del Señor y recibido con la requerida disposición del alma, el hombre se incorpora realmente a Cristo crucificado y glorioso y se regenera para el consorcio de la vida divina" (Unitatis redintegratio UR 22). Por esta razón, el bautismo es el vínculo sacramental de la unidad que existe entre los discípulos de Cristo.

Por desgracia, a lo largo de los siglos las divisiones han introducido un profundo desconcierto en la comunidad cristiana. Han provocado resquebrajaduras y separaciones, a veces graves y dramáticas, que han causado a menudo penosos sufrimientos. Ahora bien, ninguna división ha podido romper la comunión fundamental que permanece entre "los que invocan al Dios Trino y confiesan a Jesús Señor y Salvador" (ib., 1).

4. Por obediencia a la voluntad de Cristo, que oró por la unidad de los discípulos, y confiando en la ayuda del Espíritu Santo, el movimiento ecuménico se esfuerza con gran perseverancia por promover los elementos de unidad y resolver las posibles divergencias, a fin de hacer que crezca la comunión parcial que ya existe, hacia la plena unidad en la fe, en los sacramentos y en la armónica articulación de la Iglesia.

Las diversas iniciativas que el movimiento ecuménico promueve, así como el diálogo teológico propiamente tal, tienden, cada una por su parte, a un único objetivo: llegar a la unidad querida por el Señor. También este año tenemos motivos para agradecer al Señor los muchos signos de esperanza que suscita en nosotras la búsqueda de la unidad.

6 Las varias formas de diálogo ayudan al progreso del camino que ya se ha trazado de forma acertada. De este modo, se han logrado esclarecer puntos importantes y, en algunos temas cruciales, como el de la justificación, la investigación llevada a cabo nos ha acercado a una comprensión común.

En ese marco, ¿cómo no recordar que recientemente he firmado una declaración cristológica con el patriarca de la Iglesia asiria de oriente, Mar Dinkha IV, en la que confesamos juntos la fe común en Jesucristo, Verbo de Dios hecho hombre, verdadero Dios y verdadero hombre? Con esa declaración se ha resuelto una controversia con esa Iglesia, que duraba desde hace mil quinientos años. Así se ha confirmado que mediante el diálogo, a pesar de las distancias de tiempos y culturas, es posible esclarecer los malentendidos y los prejuicios.

5. Los logros intermedios obtenidos hasta ahora muestran que algunos obstáculos aparentemente insuperables pueden convertirse en ocasión de progreso hacia un conocimiento más pleno de la verdad. Son desafíos que es preciso afrontar, que exigen un compromiso personal de parte de todos los cristianos, fervor de obras y, tal vez, mayor determinación. La savia vital, que circula entre los sarmientos y que les viene de la vid, alimenta la urgencia de hacer más. La meta ya próxima del año 2000 es también un estimulo a hacer más y mejor, para que en el tercer milenio de la era cristiana la comunión de vida de los sarmientos con la vid resulte una imagen más adecuada de Aquel que es la verdadera vid: Cristo Jesús.

Amados hermanos y hermanas, renovemos nuestro compromiso y pidamos al Señor que nos conceda la gracia de seguir avanzando con constancia y buena voluntad, por el camino ya iniciado, hacia la paz, la reconciliación y la alabanza de Dios, a fin de que nuestro testimonio sea creíble ante el mundo.

Saludos

Queridos hermanos y hermanas:

Deseo saludar a todos los peregrinos de lengua española, venidos a Roma desde América Latina y España para profesar la fe junto al sepulcro de Pedro.

En particular: a las Religiosas Siervas de María, que hoy celebran el XXV aniversario de la canonización de su fundadora Santa María Soledad Torres Acosta; al grupo de la Orden Franciscana Seglar de Bolivia; y a los peregrinos de México y Argentina.

A todos imparto de corazón mi bendición apostólica.





Miércoles 1 de febrero de 1995



1. Quisiera dedicar la audiencia de hoy a mi reciente viaje apostólico, que ha tenido lugar del 11 al 21 del pasado mes de enero. Ese viaje me llevó, en primer lugar, a Filipinas (Manila), y luego a Papúa Nueva Guinea (Port Moresby), Australia (Sydney)y Sri Lanka (Colombo). La finalidad de la visita a Filipinas fue la participación en la Jornada mundial de la juventud, mientras que las tres etapas sucesivas tuvieron como objetivo la proclamación de los primeros beatos de la Iglesia que está en Papúa Nueva Guinea, en Australia y en Sri Lanka.

7 Deseo dar las gracias, una vez más, a todos los que han colaborado en la realización de esta larga peregrinación, a los episcopados, así como a las autoridades civiles de cada una de las naciones que visité. La Santa Sede expresa su profunda gratitud a los jefes de Estado y a los responsables políticos por la colaboración que han prestado en la organización y el desarrollo de la visita.

2. El lema de la X Jornada mundial de la juventud eran las palabras de Cristo "Como el Padre me envió, también yo os envío" (
Jn 20,21). Los encuentros de la juventud se celebran cada año en las diversas diócesis y parroquias, coincidiendo con el domingo de Ramos. Los encuentros mundiales, por el contrario, se tienen cada dos años. El de Manila fue el décimo de los encuentros anuales y el sexto de los mundiales, que han tenido lugar, a partir de 1984, en Roma (1985), Buenos Aires, Argentina (1987), Santiago de Compostela, España (1989), Jasna Góra, Czestochowa, Polonia (1991), y Denver, Estado Unidos (1993). La próxima cita, Dios mediante, será en París el año 1997

Lo que define mejor esas manifestaciones anuales y mundiales es la idea y la realidad del pueblo peregrino de Dios. A pesar de las preocupaciones y las reservas manifestadas hace algunos años, se va afianzando cada vez más esta idea: la Iglesia es el pueblo de Dios que peregrina en el mundo, como ha recordado el concilio Vaticano II en la constitución Lumen gentium (cf. n. 9). Los jóvenes, en especial, son muy sensibles a esta verdad. Al realizar su peregrinación, se reúnen, intercambian experiencias y se robustecen en la fe que brota del seno del pueblo de Dios.

3. Las palabras: "Como el Padre me envió, también yo os envío" fueron pronunciadas por Cristo resucitado cuando se apareció a los Apóstoles reunidos en el cenáculo. En ese momento, después de los acontecimientos del Viernes santo, en la comunidad de los discípulos reinaba aún el miedo. Por eso, el Señor repite: "¡No temáis!" (Mt 28,10 Mc 16,6 cf. Lc Lc 24,37-38). La misión que Cristo recibió del Padre y que transmite a los Apóstoles es superior al miedo que suscita en ellos el drama del Viernes santo. Los Apóstoles son los testigos de la victoria de Cristo, y precisamente esa victoria les ayuda a aceptar la misión recibida. Cristo dice: "Como el Padre me envió, también yo os envío... Recibid el Espíritu Santo" (Jn 20,21-22). Así, el cenáculo de Jerusalén se prepara para la venida del Espíritu Santo, que se realizará el día de Pentecostés. Pentecostés es la plena revelación de lo que tuvo lugar el día de la Resurrección.

Precisamente lo que aconteció ese día y las palabras del Resucitado a los Apóstoles fueron tema de reflexión para los jóvenes reunidos en Manila, primero en el grupo de los delegados al Foro internacional de la juventud, procedentes de más de cien países de todos los continentes; luego, en la gran vigilia de la noche del sábado; y, por último, en la eucaristía del domingo, en la que, según cálculos locales, participaron más de cuatro millones de personas.

4. La elección de Manila para el Encuentro mundial de la juventud fue muy acertada, no sólo desde el punto de vista geográfico, sino también desde la perspectiva histórica. La Iglesia en Filipinas está celebrando precisamente este año el IV centenario de su fundación. En efecto, el año 1595 se creó la primera provincia eclesiástica, compuesta por la sede metropolitana de Manila y tres diócesis: Cebú, Nueva Segovia y Cáceres. Se trataba del fruto de la misión que, ya algún tiempo antes, había llegado al archipiélago de Filipinas. En el siglo XVI, cuando comenzó la gran epopeya misionera, vinculada sobre todo al descubrimiento de América, las palabras de Cristo: "Como el Padre me envió, también yo os envío" señalaron la dirección a los misioneros, en su mayoría españoles. Después de llegar a México y a América del sur, prosiguieron hacia occidente, junto con los grandes pioneros de los descubrimientos geográficos, hasta llegar a Filipinas. El sábado 14 de enero fue el día de acción de gracias por la fundación de la Iglesia jerárquica en el archipiélago filipino.

Así pues, se puede afirmar que el peregrinaje mundial de la juventud a Filipinas, en cierto sentido, ha sido la reanudación, después de cuatro siglos, de esa fase misionera de la "peregrinación"de la Iglesia, que había llevado a la creación de la primera provincia eclesiástica en Extremo Oriente. De este modo, la X Jornada mundial de la juventud cobró una dimensión histórica peculiar.

5. Además, en Manila pude visitar la sede de la emisora católica "Radio Veritas de Asia", fundada por iniciativa del Episcopado de Filipinas hace 25 años, y que, con la ayuda de los medios técnicos de que dispone el hombre de hoy, realiza la misma misión que han cumplido y siguen cumpliendo los misioneros peregrinos, primero los Apóstoles y luego sus sucesores. Gracias a tan admirables medios de comunicación, la palabra de Dios llega, en las diversas lenguas de Asia y de Extremo Oriente, a los pueblos que habitan en esas zonas del mundo: les llega mediante la información, la catequesis, la cultura, el canto y la música. De este modo, Radio Veritas lleva a cabo una gran labor de formación de la cultura humana. Y, por lo demás, eso es lo que ha hecho siempre la Iglesia, desde el tiempo de los Apóstoles.

6. Las etapas sucesivas de mi viaje a Extremo Oriente tuvieron un nexo no sólo cronológico sino también lógico, con la Jornada mundial de la juventud. En efecto, si ésta mostró una imagen viva de la Iglesia peregrina, las beatificaciones en Port Moresby, Sydney y Colombo señalaron la meta hacia donde camina la Iglesia a través de los siglos y las generaciones. La finalidad de este camino es la realización de la llamada universal a la santidad, como la pone de relieve el concilio Vaticano II (cf. Lumen gentium, cap. V). Esa santidad encuentra una expresión peculiar en las personas que la han encarnado de modo heroico. Los santos y los beatos son los grandes testigos de Cristo y su testimonio posee una importancia especial para los pueblos, los países y los continentes. Además, la experiencia enseña que para cada Iglesia local es muy importante el primero de esos beatos o santos, como acontece en el caso de las tres recientes beatificaciones.

7. En Papúa Nueva Guinea, donde la Iglesia conserva aún una índole eminentemente misionera, la llamada a la santidad se hizo realidad en un padre de familia, catequista y mártir: Peter To Rot, que murió por Cristo en el marco de los dramáticos acontecimientos de la segunda guerra mundial, en la isla de Nueva Bretaña, cerca de la capital Rabaul. Dio su vida como catequista fiel a su vocación, al seguir prestando su servicio en un momento en que era especialmente necesario a la comunidad cristiana y qué, al mismo tiempo, implicaba un gran peligro. Ofreció su vida también como joven padre de familia, santificándose de este modo en su vocación de esposo y padre. La Iglesia en Papúa Nueva Guinea tiene en él un modelo muy elocuente y, a la vez, un poderoso intercesor ante Dios.

8. Es diferente el matiz de la santidad de la madre Mary MacKillop, la primera beata de Australia. Procedente de una familia escocesa, fue la fundadora de la congregación de las religiosas de San José del Sagrado Corazón de Jesús, y desempeñó un papel importante en la evangelización de Australia, ante todo mediante su solicitud por las familias pobres. He podido percibir con claridad el hecho de que los australianos han encontrado en la nueva beata casi una confirmación de su misión en la Iglesia. Es un sentimiento comprensible y motivado. Efectivamente, en la historia, los santos siempre han ayudado a ahondar la conciencia de sus comunidades. También de sus comunidades nacionales. Australia esperaba esta primera beata, para poder expresar en ella algunos rasgos esenciales de la sociedad australiana. También en este caso se ha palpado el hecho de que el misterio de la comunión de los santos está vinculado a la misión de la Iglesia en una determinada parte del mundo.

8 9. La primera beatificación en Sri Lanka posee ese mismo carácter. En ella se refleja el papel de la Iglesia y del cristianismo en una isla que, desde el punto de vista geográfico, está vinculada al vasto subcontinente de la India. Por su clima cultural, esa isla da la impresión de encontrarse en el umbral de Asia. El padre José Vaz llegó como misionero desde un gran centro de irradiación evangélica: el patriarcado de Goa, fundado por los portugueses. Cuando llegó, la Iglesia de Sri Lanka, aún joven, corría el peligro de que se rompieran sus vínculos con la Sede apostólica. El padre Vaz supo hacer frente a ese peligro y por eso se le considera el apóstol que dio nuevo impulso a la Iglesia en esa tierra. Se trata de una Iglesia que constituye una minoría; con todo, posee una gran vitalidad, que la beatificación ha manifestado y favorecido. Se notó ya desde mi llegada a Colombo, y durante toda la visita. En ciertos aspectos, fue una etapa muy semejante a la de Manila, que mostró cómo la Iglesia de Extremo Oriente no sólo es una comunidad viva, sino también rica en entusiasmo. En ese sentido, tiene mucho que decir a las Iglesias antiguas del continente europeo.

10. Repasando en su conjunto las experiencias de este 63° viaje apostólico, se puede decir que se desarrollo bajo el signo de los jóvenes y de la juventud de la Iglesia. Es significativo el hecho de que esta juventud florezca en medio de culturas y civilizaciones muy antiguas. Eso se nota especialmente en Sri Lanka, pero no sólo allí. En todas las etapas pude constatar esa juventud de la Iglesia, que tiene su manantial en la presencia de Cristo. En el continente asiático, los cristianos constituyen una minoría. Hasta ahora, el Evangelio sólo ha llegado a un escaso porcentaje de sus habitantes. Pero ha suscitado comunidades vivas, que ciertamente no están marginadas de la sociedad. Al contrario, son la levadura evangélica que la vivifica en su totalidad, sobre todo mediante el elevado número de escuelas católicas, hospitales y otras obras de caridad. Así, ese amor que constituye la realidad mayor, según la expresión de san Pablo (cf.
1Co 13,13), marca el futuro del cristianismo en Extremo Oriente. Por consiguiente, es realmente hermoso y providencial que, gracias a esta visita mía a Filipinas, Papúa Nueva Guinea Australia y Sri Lanka, las Iglesias de Extremo Oriente hayan podido sentirse aun más cerca de la Sede de Pedro y que el Papa haya podido vivir esta cercanía con sus hermanos y hermanas de Extremo Oriente precisamente en su tierra. Por ello, todos juntos, demos gracias al Señor.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo ahora cordialmente a los peregrinos venidos de América Latina y de España.

De modo particular, saludo al grupo procedente de La Plata (Argentina), a los numerosos fieles de Chile, así como a los alumnos y profesores del Colegio católico San José del Paraguay.

Al daros la bienvenida a este encuentro, os imparto con afecto la bendición apostólica.




Audiencias 1995