Audiencias 1995 16

16 En ese seguimiento de Cristo, traducido en servicio, podemos descubrir también el otro sentimiento femenino de la oblación de sí, que la Virgen María expresó tan bien al término de su coloquio con el ángel: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Es una expresión de fe y de amor, que se concreta en la obediencia a la llamada divina, al servicio de Dios y de los hermanos. Así sucedió con María, con las mujeres que seguían a Jesús y con todas las que, imitándolas, lo seguirían a lo largo de los siglos.

La mística esponsal aparece hoy más débil en las jóvenes aspirantes a la vida religiosa, porque ni la mentalidad común ni la escuela ni las lecturas favorecen ese sentimiento. Además, son conocidas algunas figuras de santas que han encontrado y seguido otros hilos conductores en su relación de consagración a Dios: como el servicio a la venida de su reino, la entrega de sí a él para servirlo en sus hermanos pobres, el sentido vivo de su soberanía («Señor mío y Dios mío» cf. Jn 20,28), la identificación en la oblación eucarística, la filiación en la Iglesia, la vocación a las obras de misericordia, el deseo de ser las más pequeñas o las últimas en la comunidad cristiana, o ser el corazón de la Iglesia, o en su propio espíritu ofrecer un pequeño templo a la santísima Trinidad. Éstos son algunos de los leit-motiv de vidas conquistadas ?como la de san Pablo y, sobre todo, la de María? por Cristo Jesús (cf. Flp Ph 3,12).

Además, se puede destacar con provecho para todas las religiosas el valor de la participación en la condición de «Siervo del Señor» (cf. Is 41,9 Is 42,1 Is 49,3 Ph 2,7, etc.), propia de Cristo sacerdote y hostia. El servicio que Jesús vino a realizar, entregando su vida «como rescate por muchos» (Mt 20,28), es un ejemplo que hay que imitar y una participación redentora que hay que actuar en el «servicio» fraterno (cf. Mt 20,25-27). Esto no excluye, sino que, por el contrario, implica una realización especial del carácter esponsal de la Iglesia en la unión con Cristo y en la aplicación continua al mundo de los frutos de la redención llevada a cabo con el sacerdocio de la cruz.

4. Según el Concilio, el misterio de la unión esponsal de la Iglesia con Cristo se representa en toda vida consagrada (cf. Lumen gentium LG 44), sobre todo mediante la profesión del consejo evangélico de la castidad (cf. Perfectae caritatis PC 12). Sin embargo, es comprensible que esa representación se haya visto realizada especialmente en la mujer consagrada, a la que se atribuye a menudo, incluso en textos litúrgicos, el título de sponsa Christi. Es verdad que Tertuliano aplicaba la imagen de las bodas con Dios indistintamente a hombres y mujeres cuando escribía: «Cuántos hombres y mujeres, en los órdenes de la Iglesia, apelando a la continencia, han preferido casarse con Dios...» (De exhort. cast., 13. PL 2, 930 A; CC 2, 1.035 35-39), pero no se puede negar que el alma femenina es particularmente capaz de vivir el matrimonio místico con Cristo y, por tanto, de reproducir en sí el rostro y el corazón de la Iglesia-esposa. Por eso, en el rito de la profesión de las religiosas y de las vírgenes seglares consagradas, el canto o la recitación de la antífona: Veni, sponsa Christi... llena su corazón de intensa emoción, envolviendo a las interesadas y a toda la asamblea en un ámbito místico.

5. En la lógica de la unión con Cristo, ya sea como sacerdote ya como esposo, se desarrolla en la mujer también el sentido de la maternidad espiritual. La virginidad ?o castidad evangélica? implica una renuncia a la maternidad física, pero para traducirse, según el designio divino, en una maternidad de orden superior, sobre la que brilla la luz de la maternidad de la Virgen María. Toda virginidad consagrada está destinada a recibir del Señor un don que, en cierta medida, reproduce las características de la universalidad y de la fecundidad espiritual de la maternidad de María.

Esto se aprecia en la obra que han llevado a cabo numerosas mujeres consagradas para educar a la juventud en la fe. Es sabido que muchas congregaciones femeninas han sido fundadas y han creado numerosas escuelas con el fin de impartir esa educación, para la cual, especialmente cuando se trata de niños, las cualidades de la mujer son valiosas e insustituibles. Eso se aprecia, además, en las numerosas obras de caridad y asistencia en favor de los pobres, los enfermos, los minusválidos, los abandonados, especialmente los niños y las niñas a quienes, en otros tiempos, se llamaba desamparados: en todos esos casos se han visto comprometidos los tesoros de entrega y compasión del corazón femenino. Y, por último, se aprecia en las varias formas de cooperación con los servicios de las parroquias y de las obras católicas, donde se han ido revelando cada vez mejor las aptitudes de la mujer para colaborar en el ministerio pastoral.

6. Pero entre todos los valores presentes en la vida consagrada femenina, es preciso otorgar siempre el primer lugar a la oración. Se trata de la principal forma de actuación y de expresión de la intimidad con el Esposo divino. Todas las religiosas están llamadas a ser mujeres de oración, mujeres de piedad, mujeres de vida interior, de vida de oración.Aunque el testimonio de esta vocación es más evidente en los institutos de vida contemplativa, aparece también en los institutos de vida activa, que salvaguardan con atención los tiempos de oración y de contemplación correspondientes a la necesidad y a las exigencias de las almas consagradas, así como a las mismas indicaciones evangélicas. Jesús, que recomendaba la oración a todos sus discípulos, quiso destacar el valor de la vida de oración y de contemplación con el ejemplo de una mujer, María de Betania, a quien alabó por haber elegido «la parte mejor» (Lc 10,42): escuchar la palabra divina, asimilarla y hacer de ella un secreto de vida. ¿No era ésta una luz encendida para toda la aportación futura de la mujer a la vida de oración de la Iglesia?

Por otra parte, en la oración asidua reside también el secreto de la perseverancia en ese compromiso de fidelidad a Cristo, que ha de ser ejemplar para todos en la Iglesia.

Este testimonio puro de un amor que no vacila puede ser de gran ayuda para las otras mujeres en las situaciones de crisis que, también desde este punto de vista, afectan a nuestra sociedad. Formulamos votos y oramos para que muchas mujeres consagradas, teniendo en sí el corazón de esposas de Cristo y manifestándolo en la vida, ayuden también a revelar y a hacer comprender mejor a todos la fidelidad de la Iglesia en su unión con Cristo, su Esposo: fidelidad en la verdad, en la caridad y en el anhelo de una salvación universal.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

17 Saludo ahora con afecto a los peregrinos y visitantes de lengua española.

En particular, al grupo de la Caja Rural de Benicasim (Castellón) y a las peregrinaciones procedentes de Lima y de La Rioja (Argentina).

A todas las personas, familias y grupos provenientes de los diversos países de América Latina y de España imparto de corazón la bendición apostólica.



Miércoles 22 de marzo de 1995

El influjo del Espíritu Santo en la vida consagrada

1. En la constitución dogmática sobre la Iglesia, el concilio Vaticano II declara que la vida consagrada, en sus múltiples formas, manifiesta «la eficacia infinita del Espíritu Santo, que realiza maravillas en su Iglesia» (Lumen gentium LG 44). Asimismo, el decreto del Concilio sobre la renovación de la vida religiosa subraya que fue la «inspiración del Espíritu Santo» la que dio origen a la vida eremítica y llevó a la fundación de las «familias religiosas, que la Iglesia reconoció y aprobó de buen grado con su autoridad» (Perfectae caritatis PC 1).

La espiritualidad del compromiso religioso, que anima a todos los institutos de vida consagrada, tiene claramente su centro en Cristo, en su persona, en su vida virginal y pobre, llevada hasta la suprema oblación de sí por sus hermanos en perfecta obediencia al Padre. Ahora bien, se trata de una espiritualidad, en el sentido más fuerte de la palabra, es decir, de una orientación dada por el Espíritu Santo. En efecto, el seguimiento de Cristo en pobreza, castidad y obediencia no sería posible sin la inspiración del Espíritu Santo, autor de todo progreso interior y dador de toda gracia en la Iglesia. «Impulsadas por la caridad, que el Espíritu Santo difunde en sus corazones», dice también el Concilio, las personas consagradas «viven cada vez más para Cristo y para su cuerpo, la Iglesia» (Perfectae caritatis PC 1).

2. En efecto, en la vida religiosa y en toda vida consagrada se produce una acción soberana y decisiva del Espíritu Santo, que las almas atentas pueden experimentar de modo inefable por una cierta connaturalidad creada por la caridad divina, como diría santo Tomás (cf. Summa Theol., II-II 45,2).

Cuando en su Iglesia Jesucristo llama a los hombres o a las mujeres a seguirlo, hace escuchar su voz y sentir su atracción por medio de la acción interior del Espíritu Santo, al que confía la misión de hacer entender la llamada y suscitar el deseo de responder a ella con una vida dedicada completamente a Cristo y a su reino. Es él quien desarrolla, en el secreto del alma, la gracia de la vocación, abriendo el camino necesario para que esa gracia logre su objetivo. Es él el principal educador de las vocaciones. Es él quien guía a las almas consagradas por la senda de la perfección. Es él el autor de la magnanimidad, de la paciencia y de la fidelidad de cada uno y de todos.

3. Además de llevar a cabo su obra en cada alma, el Espíritu Santo está también en el origen de las comunidades de personas consagradas: lo destaca el concilio Vaticano II (cf. Perfectae caritatis PC 1). Así ha sucedido en el pasado, y así sucede también hoy. Desde siempre en la Iglesia el Espíritu Santo concede a algunos el carisma de fundadores. Desde siempre hace que en torno al fundador o a la fundadora se reúnan personas que comparten la orientación de su forma de vida consagrada, su enseñanza, su ideal, su atracción de caridad, de magisterio o de apostolado pastoral. Desde siempre el Espíritu Santo crea y hace crecer la armonía de las personas congregadas y les ayuda a desarrollar una vida en común animada por la caridad, según la orientación particular del carisma del fundador y de sus seguidores fieles. Es consolador constatar que el Espíritu Santo, también en los tiempos recientes, ha hecho nacer en la Iglesia nuevas formas de comunidad y ha suscitado nuevos experimentos de vida consagrada.

Es importante recordar, por otra parte, que en la Iglesia es el Espíritu Santo quien guía a las autoridades responsables a admitir y reconocer canónicamente las comunidades de almas consagradas, después de haber examinado, en ocasiones ordenado mejor y, por último, aprobado sus constituciones (cf. Lumen gentium LG 45), para después alentar, sostener y, a menudo, inspirar sus opciones concretas. ¡Cuántas iniciativas, cuántas nuevas fundaciones de institutos y de nuevas parroquias, cuántas expediciones misioneras tienen su origen, más o menos conocido, en las peticiones o en las indicaciones que los pastores de la Iglesia han dirigido a los fundadores y a los superiores mayores de los institutos!

18 Con frecuencia la acción del Espíritu Santo desarrolla e incluso suscita algunos carismas de los religiosos a través de la jerarquía. En todo caso, se sirve de ésta para ofrecer a las familias religiosas la garantía de una orientación conforme a la voluntad divina y a la enseñanza del Evangelio.

4. Más aún: es el Espíritu Santo quien ejerce su influjo en la formación de los candidatos a la vida consagrada. Es él quien establece la unión armónica en Cristo de todos los elementos espirituales, apostólicos, doctrinales, prácticos que la Iglesia considera necesarios para una buena formación (cf. Potissimum institutioni, Orientaciones sobre la formación en los institutos religiosos).

Es el Espíritu Santo quien hace comprender, de modo especial, el valor del consejo evangélico de la castidad mediante una iluminación interior qué trasciende la condición ordinaria de la inteligencia humana (cf.
Mt 19,10-12). Es él quien suscita en las almas la inspiración a una entrega radical a Cristo en el camino del celibato. Por obra suya «la persona consagrada por los votos de religión coloca en el centro de su vida afectiva una relación “más inmediata” con Dios por Jesucristo en el Espíritu» como efecto del consejo evangélico de castidad (Potissimum institutioni, 13; cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 18 de marzo de 1990 p. 8).

También en los otros dos consejos evangélicos el Espíritu Santo hace sentir su potencia eficaz y formadora. Además de dar la fuerza para renunciar a los bienes terrenos y a sus ventajas, forma en el alma el espíritu de pobreza, inspirando el gusto de buscar, por encima de los bienes materiales, un tesoro celestial. También da la luz que necesita el juicio de fe para reconocer, en la voluntad de los superiores, la misteriosa voluntad de Dios y para discernir, en el ejercicio de la obediencia, una humilde pero generosa cooperación a la realización del plan salvífico.

5. El Espíritu Santo, alma del Cuerpo místico, es también el alma de toda vida comunitaria. Él desarrolla todas las prioridades de la caridad que pueden contribuir a la unidad y a la paz en la vida en común. Él hace que la palabra y el ejemplo de Cristo sobre el amor a los hermanos sea la fuerza que mueve los corazones, como decía san Pablo (cf. Rm 5,5). Con su gracia hace penetrar en la conducta de los consagrados el amor del corazón manso y humilde de Jesús, su actitud de servicio y su perdón heroico.

No menos necesario es el influjo permanente del Espíritu Santo para la perseverancia de los consagrados en la oración y en la vida de íntima unión con Cristo. Es él quien otorga el deseo de la intimidad divina, hace crecer el gusto por la oración, inspira una atracción cada vez mayor hacia la persona de Cristo, hacia su palabra y su vida ejemplar.

Es también el Espíritu Santo quien anima la misión apostólica de los consagrados como personas y como comunidades. El desarrollo histórico de la vida religiosa, caracterizado por una creciente entrega a la misión evangelizadora, confirma esta acción del Espíritu que sostiene el compromiso misionero de las familias religiosas en la Iglesia.

6. Los consagrados, por su parte, deben cultivar una gran docilidad a las inspiraciones y mociones del Espíritu Santo, una insistente comunión con él, una incesante oración para obtener sus dones cada vez con mayor abundancia, junto con un santo abandono a su iniciativa. Éste es el camino que han ido descubriendo cada vez mejor los santos pastores y doctores de la Iglesia en armonía con la doctrina de Jesús y de los Apóstoles. Éste es el camino de los santos fundadores y fundadoras, que han dado vida en la Iglesia a tantas formas diferentes de comunidades, de las que han brotado las diversas espiritualidades: basiliana, agustiniana, benedictina, franciscana, dominicana, carmelitana y muchas otras: todas ellas constituyen experiencias, caminos y escuelas que testimonian la riqueza de los carismas del Espíritu Santo y proporcionan el acceso, por muchas sendas particulares, al único Cristo total, en la única Iglesia.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Deseo saludar ahora con afecto a los visitantes de lengua española, en particular a los dos grupos de Religiosas, a los estudiantes españoles y a los peregrinos de Argentina y México.

19 Saludo igualmente a los peregrinos guatemaltecos de Zacapa, portadores de una imagen del Santo Cristo de Esquípulas, que luego bendeciré, y cuyo IV centenario se celebra este año.

Al exhortar a las Religiosas, para que su vida sea siempre modelo de entrega a Dios y servicio a los hermanos mediante los diversos apostolados, imparto a todos los presentes mi bendición.



Miércoles 29 de marzo de 1995

La santísima Virgen María y la vida consagrada

1. La relación que todo fiel, como consecuencia de su unión con Cristo, mantiene con María santísima queda aún más acentuada en la vida de las personas consagradas. Se trata de un aspecto esencial de su espiritualidad, expresada más directamente en el título de algunos institutos, que toman el nombre de María, llamándose sus hijos o hijas, siervos o siervas, apóstoles, etc. Muchos institutos reconocen y proclaman el vínculo con María como particularmente arraigado en su tradición de doctrina y devoción, ya desde sus orígenes. En todos existe la convicción de que la presencia de María tiene una importancia fundamental tanto para la vida espiritual de cada alma consagrada, como para la consistencia, la unidad y el progreso de toda la comunidad.

2. Hay sólidas razones para ello, incluso en la sagrada Escritura. En la Anunciación, el ángel Gabriel define a María gratia plena (kecharitoméne: Lc 1,28), aludiendo explícitamente a la acción soberana y gratuita de la gracia (cf. encíclica Redemptoris Mater RMA 7). María fue elegida en virtud de un singular amor divino. Si es totalmente de Dios y vive para él, es porque antes que nada Dios tomó posesión de ella, ya que quiso convertirla en el lugar privilegiado de su relación con la humanidad en la Encarnación. Así pues, María recuerda a los consagrados que la gracia de la vocación es un don que no han merecido. Dios es quien los ha amado primero (cf. 1Jn 4,10 1Jn 4,19), con un amor gratuito, que debe suscitar su acción de gracias.

María es también el modelo de la acogida de la gracia por parte de la criatura humana. En ella, la gracia misma produjo el «» de la voluntad, la adhesión libre, la docilidad consciente del «fiat» que la llevó a una santidad cada vez mayor durante su vida. María no puso obstáculos a ese crecimiento; siempre siguió las inspiraciones de la gracia e hizo suyas las intenciones divinas. Siempre cooperó con Dios. Con su ejemplo, enseña a los consagrados a no desaprovechar ninguna de las gracias recibidas, a responder cada vez con más generosidad a la llamada divina, y a dejarse inspirar, mover y guiar por el Espíritu Santo.

3. María es la que ha creído, como reconoce su prima Isabel. Esta fe le permite colaborar en la realización del plan de Dios, que, de acuerdo con las previsiones humanas, parecía «imposible» (cf. Lc Lc 1,37); y así se llevó a cabo el misterio de la venida del Salvador al mundo. El gran mérito de la Virgen santísima consiste en haber cooperado a su venida por una senda que ella misma, al igual que los demás mortales, no sabía cómo podía recorrerse. María creyó, y «el Verbo se hizo carne» (Jn 1,14) por obra del Espíritu Santo (cf. Redemptoris Mater RMA 12-14).

También los que aceptan la llamada a la vida consagrada necesitan una gran fe. Para comprometerse en el camino de los consejos evangélicos, es preciso creer en Aquel que llama a vivirlos y en el destino superior que él ofrece. Para entregarse completamente a Cristo, hay que reconocer en él al Señor y Maestro absoluto, que puede pedirlo todo, porque puede hacerlo todo para traducir en realidad lo que pide.

Así pues, María, modelo de fe, guía a los consagrados en el camino de la fe.

4. María es la Virgen de las vírgenes (Virgo virginum). Ya desde los primeros siglos de la Iglesia, ha sido reconocida como modelo de la virginidad consagrada.

20 La voluntad de María de conservar la virginidad es sorprendente en un ambiente donde ese ideal no se hallaba difundido. Su decisión es fruto de una gracia especial del Espíritu Santo, que suscitó en su corazón el deseo de ofrecerse totalmente a sí misma, en alma y cuerpo, a Dios, realizando así, del modo más elevado y humanamente inimaginable, la vocación de Israel a desposarse con Dios, a pertenecerle de forma total y exclusiva como su pueblo.

El Espíritu Santo la preparó para su maternidad extraordinaria por medio de la virginidad, porque, según el plan eterno de Dios, un alma virginal debía acoger al Hijo de Dios en su encarnación. El ejemplo de María ayuda a comprender la belleza de la virginidad y estimula a los llamados a la vida consagrada a seguir ese camino. Es tiempo de volver a valorar, a la luz de María, la virginidad. Es tiempo de volverla a proponer a los chicos y a las chicas como un serio proyecto de vida. María sostiene con su ayuda a los que se comprometen en ella, les hace comprender la nobleza de la entrega total del corazón a Dios, y afianza continuamente su fidelidad, incluso en las horas de dificultad y de peligro.

5. María se dedicó por completo durante muchos años al servicio de su Hijo: le ayudó a crecer y a prepararse para su misión en la casa y en la carpintería de Nazaret (cf. Redemptoris Mater
RMA 17). En Caná le pidió que manifestara su poder de Salvador y obtuvo su primer milagro en favor de un matrimonio que se encontraba en un apuro (cf. Redemptoris Mater RMA 18 y 23); nos señaló el camino de la perfecta docilidad a Cristo, diciendo: «Haced lo que él os diga» (Jn 2,5). En el Calvario estuvo cerca de Jesús como madre. En el cenáculo, junto con los discípulos de Jesús, pasó en oración el tiempo de la espera del Espíritu Santo, prometido por él.

Por consiguiente, María muestra a los consagrados la senda de la entrega a Cristo en la Iglesia como familia de fe, caridad y esperanza, y les alcanza las maravillas de la manifestación del poder soberano de su Hijo, nuestro Señor y Salvador.

6. La nueva maternidad conferida a María en el Calvario es un don que enriquece a todos los cristianos, pero tiene un valor más marcado para los consagrados. Juan, el discípulo predilecto, había ofrecido todo su corazón y todas sus fuerzas a Cristo. Al oír las palabras: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Jn 19,26), María acogió a Juan como hijo suyo, y comprendió también que esa nueva maternidad abarcaba a todos los discípulos de Cristo. Su comunión de ideales con Juan y con todos los consagrados permite a su maternidad expandirse en plenitud.

María se comporta como Madre muy atenta para ayudar a los que han consagrado a Cristo todo su amor. Manifiesta una gran solicitud en sus necesidades espirituales. Socorre también a las comunidades, como a menudo atestigua la historia de los institutos religiosos. A ella, que se hallaba presente en la comunidad primitiva (cf. Ac 1,14), le agrada permanecer en medio de todas las comunidades reunidas en el nombre de su Hijo. En particular, vela por la conservación y expansión de su caridad.

Las palabras de Jesús al discípulo predilecto: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19,27) cobran especial profundidad en la vida de las personas consagradas, que están invitadas a considerar a María como su madre y a amarla como Cristo la amó. Más en particular, como Juan, están llamadas a «acogerla en su casa» (literalmente, «entre sus bienes») (Jn 19,27). Sobre todo deben hacerle un lugar en su corazón y en su vida. Deben tratar de desarrollar cada vez más sus relaciones con María, modelo y madre de la Iglesia, modelo y madre de las comunidades, modelo y madre de cada uno de los llamados por Cristo a seguirlo.

Amadísimos hermanos, ¡cuán hermosa, venerable y, en cierto modo, envidiable es esta posición privilegiada de los consagrados bajo el manto y en el corazón de María! Oremos para obtener que la Virgen esté siempre con ellos y brille cada vez más como estrella luminosa de su vida.

Saludos

Queridos hermanos y hermanas:

Deseo saludar ahora a los peregrinos de España y América Latina; en particular, a las Religiosas Angélicas venidas a Roma para dar gracias a Dios por la reciente beatificación de su fundadora, Madre Genoveva Torres; a las Comunidades Neocatecumenales de Valencia, Cartagena y Murcia; al Colegio de las Hijas de Cristo Rey de Madrid; así como a los grupos de peregrinos mexicanos y argentinos.

21 A todos imparto de corazón mi bendición apostólica.



Abril de 1995

Miércoles 5 de abril de 1995

La misión universal de la Iglesia

(Lectura:
capítulo 1 del libro de los Hechos de los Apóstoles, versículos 6-8) Ac 1,6-8

1. En el desarrollo progresivo de las catequesis sobre la Iglesia, partimos del designio eterno de Dios, que la quiso hacer sacramento, punto de confluencia y centro de irradiación de la economía de la salvación. Teniendo en cuenta los diversos aspectos del misterio de la Iglesia, como pueblo de Dios, sacramento de la unión entre la humanidad y Dios, Esposa de Cristo, comunión y comunidad sacerdotal, hemos precisado en qué consisten los ministerios que está llamada a desempeñar. Con vistas a esos ministerios hemos considerado la misión del colegio episcopal en la sucesión del colegio apostólico; la misión del Papa, sucesor de Pedro en el episcopado romano y en el primado sobre la Iglesia universal; la misión de los presbíteros y las implicaciones que tiene en su estado de vida; y la misión de los diáconos, hoy revalorizados como en los primeros tiempos del cristianismo y considerados, con razón, nueva levadura de esperanza para todo el pueblo de Dios. También hemos hablado de los laicos, destacando su valor y su misión como fieles de Cristo, en general, y en sus diversas condiciones de vida personal, familiar y social. Por último, nuestra atención se centró en la vida consagrada como riqueza de la Iglesia, en las formas tradicionales y en sus múltiples expresiones hoy florecientes.

En el curso de esas exposiciones, también hemos hablado siempre de la misión de la Iglesia y de cada uno de sus miembros. Pero ha llegado el momento de tratar este punto de forma más sistemática, para determinar con mayor claridad la esencia de la misión universal de la Iglesia, afrontando a la vez los problemas vinculados a ella. Así tendremos la posibilidad de aclarar aún más el alcance de la catolicidad que el Símbolo niceno-constantinopolitano atribuye a la Iglesia como nota esencial, relacionada con la de la unidad. Por ese camino podremos llegar a afrontar temas de gran actualidad y analizar algunos problemas que plantea el creciente compromiso en favor del ecumenismo.

2. El concilio Vaticano II recordó que la universalidad de la misión de la Iglesia, la cual "se esfuerza en anunciar el Evangelio a todos los hombres", se basa en "el mandato" explícito de Cristo y en las "exigencias radicales de la catolicidad" de la Iglesia (AGD 1).

Jesús da una orden precisa a los Apóstoles: "Proclamad la buena nueva a toda la creación" (Mc 16,15), "haced discípulos a todas las gentes" (Mt 28,19), con una predicación destinada a suscitar "la conversión para el perdón de los pecados" (Lc 24,47). En el momento de la Ascensión los discípulos limitan aún su esperanza al reino de Israel, pues preguntan a su Maestro: "Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el reino de Israel?" (Ac 1,6). En su respuesta, el Salvador les muestra claramente que deben superar ese horizonte, y que ellos mismos deben convertirse en sus testigos no sólo en Jerusalén, sino también en toda Judea y Samaría, "y hasta los confines de la tierra" (Ac 1,8).

El Redentor no cuenta simplemente con la docilidad de los discípulos a su palabra, sino también con el poder superior del Espíritu, que les promete: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros" (Ac 1,8). Al respecto, es significativa la consigna de permanecer en Jerusalén: los discípulos no podrán salir de la ciudad, para dar un testimonio universal, salvo después de haber recibido la fuerza divina que les prometió Cristo: "Permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto" (Lc 24,49).

22 3. La universalidad de la misión entra en el corazón de los discípulos con el don del Espíritu Santo. Por tanto, la apertura universal es una característica de la Iglesia que no se le ha impuesto desde fuera. Es expresión de una propiedad que pertenece a su esencia. La Iglesia es "católica", "sacramento universal de salvación" (Lumen gentium LG 48), porque en ella, por obra del Espíritu Santo, se anticipa el reino de Dios.

Antes de referir la pregunta de los discípulos sobre el restablecimiento del reino de Israel, el evangelista Lucas narra cómo, en sus apariciones durante cuarenta días después de la resurrección, Jesús había hablado del "reino de Dios" (Ac 1,3). "Reino de Dios" es reino universal, que refleja en sí el ser de Dios infinito, sin los limites y las divisiones que caracterizan a los reinos humanos.

4. El universalismo cristiano tiene su origen en la santísima Trinidad. Como hemos visto, Jesús atribuyó al poder del Espíritu Santo la obra de los Apóstoles y, por consiguiente, la de la Iglesia en la evangelización universal. Habló del "reino del Padre" (Mt 13,43 Mt 26,29) y enseñó a pedir la venida de ese reino: "Padre nuestro, (...) venga tu reino" (Mt 6,9-10 cf. Lc Lc 11,2); pero también dijo: "mi reino" (Lc 22,30 Jn 18,36 cf. Mt 20,21 Lc 23,42), precisando que ese reino se lo había preparado su Padre (cf. Lc 22,30) y no era de este mundo (cf. Jn 18,36).

Para los discípulos se trataba de traspasar los confines culturales y religiosos dentro de los cuales solían pensar y vivir, para sentirse al nivel de un reino de dimensión universal. En la conversación con la samaritana, Jesús subraya la necesidad de superar los conflictos culturales, nacionales o étnicos, vinculados históricamente a santuarios particulares, para establecer el culto auténtico de Dios. "Llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. (...) Llega la hora ?ya estamos en ella? en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren" (Jn 4,21 Jn 4,23). Es voluntad del Padre lo que Jesús pedirá a los discípulos: pasar del reino de Dios en la tierra de Israel al reino de Dios en todas las naciones. El Padre tiene un corazón universal y establece, mediante el Hijo y en el Espíritu, un culto universal. Como escribí en la encíclica Redemptoris missio, la Iglesia brota del corazón universal del Padre, y es católica porque el Padre dirige su paternidad a toda la humanidad (cf. n. 12).

5. La universalidad del designio eterno del Padre se manifestó concretamente en la obra mesiánica de su Hijo único hecho hombre, que está en el origen del cristianismo.

La predicación de Jesús, según el mandato del Padre se debía limitar al pueblo judío, "a las ovejas perdidas de la casa de Israel", como declara él mismo (cf. Mt 15,24). Con todo, esa predicación era sólo un preámbulo para la evangelización universal y para la entrada de todas las naciones en el reino que él mismo anunciaba, en armonía con el sentido profundo de la predicación de los profetas: "Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos" (Mt 8,11). Esta dimensión universal se manifiesta ya en la presentación que Jesús hizo de sí mismo como "Hijo del hombre", y no sólo como "Hijo de David", pues él era incluso Señor de David (cf. Mt 22,45 Mc 12,37 Lc 20,44).

El titulo Hijo del hombre, en el lenguaje de la literatura apocalíptica judía, inspirada en el profeta Daniel (Da 7,13), constituye una referencia al personaje celestial que recibiría de Dios el reino escatológico. Jesús se sirvió de él para expresar la verdadera índole de su mesianismo, como misión realizada en el nivel de verdadera humanidad, pero que trascendía todo particularismo étnico, nacional y religioso.

6. La universalidad que procede del Padre y del Hijo encarnado es transmitida definitivamente a la Iglesia el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo desciende sobre la primera comunidad cristiana y la constituye como universal. Los Apóstoles, entonces, dan testimonio de Cristo, dirigiéndose a hombres de toda nación y éstos les entienden como si les hablaran en su lengua nativa (cf. Ac 2,7-8). Desde aquel día, la Iglesia, con "la fuerza del Espíritu Santo", según la promesa de Jesús, actúa de manera eficaz "en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra" (Ac 1,8).

La misión universal de la Iglesia, por consiguiente, no viene de abajo, sino que desciende de arriba, del Espíritu Santo, casi por la penetración en ella de la universalidad del amor trinitario. Es el misterio trinitario que, a través del misterio de la redención, mediante el influjo del Espíritu Santo, comunica la nota del universalismo a la Iglesia. Del misterio de la Trinidad se llega así al misterio de la Iglesia.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

23 Saludo ahora con afecto a los visitantes de lengua española, en particular a los diversos grupos de estudiantes españoles, a los feligreses de la Parroquia Nuestra Señora de Guadalupe de Panamá, así como al grupo de militares argentinos (Cascos Azules), que prestan servicio en Croacia.

Al alentaros a todos a sentiros miembros vivos de la Iglesia universal, os imparto mi bendición.






Audiencias 1995 16