Audiencias 1995 31

Miércoles de 10 de mayo 1995

Finalidad de la actividad misionera

(Lectura:
capítulo 28 del libro de los Hechos de los Apóstoles, versículos 28-31) Ac 28,28-31

1. Continuemos la reflexión que comenzamos en la catequesis anterior sobre las objeciones y las dudas acerca del valor de la actividad misionera y, en particular, acerca de su finalidad evangelizadora.

No ha faltado quien ha querido interpretar la acción misionera como un intento de imponer a otros las propias convicciones y opciones, en contraste con un determinado espíritu moderno, que se jacta, como si fuera una conquista definitiva, de la absoluta libertad de pensamiento y de conciencia personal.

Según esa perspectiva, la actividad evangelizadora debería sustituirse con un diálogo interreligioso, que consistiría en un intercambio de opiniones y de informaciones, con las que cada una de las partes da a conocer el propio credo y se enriquece con el pensamiento de los otros, sin ninguna preocupación por llegar a una conclusión. Esto exigiría -se dice- que los cristianos renunciaran a llevar a los no cristianos hacia el camino del Evangelio, la abstención de proponer o favorecer la conversión, y la exclusión de la perspectiva del bautismo. Así se respetaría el camino de salvación que cada uno sigue según la propia educación y tradición religiosa (cf. Redemptoris missio RMi 4).

2. Pero esta concepción es irreconciliable con el mandato de Cristo a los Apóstoles (cf. Mt 28, 19-20, Mc 16,15), transmitido a la Iglesia y con la auténtica eclesiología a la que hace referencia el concilio Vaticano II para mostrar la necesidad indudable de la actividad misionera. Se trata de algunas verdades fundamentales: Dios quiere la salvación de todos; Jesucristo es el "único mediador", que "se entregó a sí mismo como rescate por todos" (1Tm 2,4-5), de modo que "no hay bajo el cielo otro nombre (...) por el que nosotros debamos salvarnos" (Ac 4,12); por tanto es necesario "que todos se conviertan a él, una vez conocido por la predicación de la Iglesia, y que por el bautismo sean incorporados a él y a la Iglesia, que es su Cuerpo" (AGD 7).

El Concilio hace referencia a las palabras de Jesucristo sobre el irrenunciable compromiso misionero confiado a los Apóstoles. Él, inculcando expresamente la necesidad de la fe y del bautismo (cf. Mc 16,16 Jn 3,5) confirmó al mismo tiempo el papel de la Iglesia, en la que es necesario que el hombre entre y persevere, si quiere salvarse (cf. Ad gentes AGD 7). Esta necesidad de la fe acogida mediante la predicación de la Iglesia, en orden a la salvación, no es sólo una deducción teológica, sino también doctrina revelada por el Señor. De ella deriva la urgencia de la acción misionera por la predicación del Evangelio y la administración del bautismo, que asegura la entrada en la comunión de la Iglesia. Esta doctrina tradicional de la Iglesia pone al descubierto la inconsistencia y la superficialidad de una actitud relativista e ironista acerca del camino de la salvación, en una religión diferente de la fundada en la fe en Cristo.

32 3. Sin duda, hay que creer en la existencia de caminos secretos del designio divino de salvación para quienes, sin culpa, no pueden entrar en la Iglesia; sin embargo, en nombre de estos caminos, no se puede frenar o abandonar la actividad misionera. Observa el Concilio a este propósito: "Aunque Dios, por caminos conocidos sólo por él, puede llevar a la fe, sin la que es imposible agradarle (cf. He 11,6), a los hombres que ignoran el Evangelio sin culpa propia, corresponde, sin embargo, a la Iglesia la necesidad y al mismo tiempo el derecho sagrado de evangelizar, y, por ello, la actividad misionera conserva íntegra, hoy como siempre, su fuerza y su necesidad" (ib.).

4. De la validez y necesidad de la acción misionera, el Concilio explica, ante todo, las razones eclesiológicas referentes a la vida interna de la Iglesia. "Por medio de ella, el Cuerpo místico de Cristo reúne y ordena sin cesar energías para su propio crecimiento (cf. Ep 4,11-16). Los miembros de la Iglesia son impulsados a proseguir esta actividad por el amor con el que aman a Dios y con el que desean compartir con todos los hombres los bienes espirituales, tanto en esta vida como en la futura. Por último, por medio de esta actividad misionera, Dios es glorificado plenamente cuando los hombres reciben plena y conscientemente su obra salvadora, que completó en Cristo. Así, por ella se cumple el designio de Dios, al que Cristo amorosa y obedientemente sirvió (...) para que todo el género humano forme un único pueblo de Dios, se una en un único cuerpo de Cristo, se coedifique en un único templo del Espíritu Santo" (ib.).

La actividad misionera responde plenamente al designio del Creador, puesto de relieve por la tradición patrística, a la que hace referencia el concilio Vaticano II. Se cumplirá "cuando todos los que participan de la naturaleza humana regenerados en Cristo por el Espíritu Santo, contemplando unánimes la gloria de Dios, puedan decir: 'Padre nuestro' " (ib.). Pero, al mismo tiempo, la evangelización "responde ciertamente al intimo deseo de todos los hombres" (ib.), que son más o menos conscientes y, podría decirse, casi instintivamente, buscadores de Dios, de concordia fraterna, de paz y de vida eterna. La actividad misionera busca precisamente todo esto.

5. Entre las aspiraciones fundamentales del hombre, a las que la actividad misionera de la Iglesia lleva la luz de la revelación de Cristo, está el conocimiento de la verdad sobre sí mismo y el propio destino. El Concilio afirma: "Al manifestar a Cristo, la Iglesia revela a los hombres la auténtica verdad de su condición y de su vocación integra, siendo Cristo el principio y el ejemplo de esta humanidad renovada, llena de amor fraterno, de sinceridad y de espíritu de paz, a la que todos aspiran. Cristo y la Iglesia, que da testimonio de él mediante la predicación del Evangelio, trascienden todo particularismo de raza o nación y, por consiguiente, no pueden ser considerados como extraños a nadie ni en ningún lugar" (ib., 8).

Llegados a este punto, es preciso repetir lo que hemos hecho notar muchas veces: la verdad del Evangelio no está ligada a una nación o cultura particular; es la verdad de Cristo que ilumina a todo hombre, sin distinción de tradiciones o de razas. Por esta razón, es necesario que se anuncie a toda la humanidad: "Cristo mismo es la verdad y el camino que la predicación evangélica muestra a todos" (ib.).

6. Podemos concluir la reflexión de hoy confirmando también para nuestro tiempo la plena validez de las misiones y de la actividad misionera, como concreción excelente de la misión de la Iglesia de predicar a Cristo, Verbo encarnado redentor del hombre. En efecto, mediante la actividad misionera, la Iglesia aplica el poder salvífico del Señor Jesús al bien integral del hombre, en espera y como preparación de su nueva venida al mundo, en la plenitud escatológica del reino de Dios. De los misioneros se puede repetir aún hoy lo que se afirma de Pablo, que vino a Roma como misionero: "Él les iba exponiendo el reino de Dios, dando testimonio e intentando persuadirles acerca de Jesús (...), desde la mañana hasta la tarde" (Ac 28,23). En el pasaje de los Hechos de los Apóstoles se trata de un encuentro con los hermanos de la comunidad judía de Roma. En aquella ocasión, "unos creían por sus palabras y otros en cambio permanecían incrédulos" (Ac 28,24). Pero el Apóstol tomó definitivamente su gran decisión: "Sabed, pues, que esta salvación de Dios ha sido enviada a los gentiles; ellos sí que la oirán" (Ac 28,28).

Podemos decir que aquel día en Roma, en la casa alquilada por Pablo, comenzó una nueva etapa del desarrollo de la historia del cristianismo: historia de fe, de civilización y de valores evangélicos, siempre rica y fecunda para el bien de la humanidad.

Saludos

Queridos hermanos y hermanas:

Saludo ahora cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos a Roma en este gozoso tiempo de Pascua.

En particular dirijo mi saludo a la asociación “Damas de Loreto” y a las Comunidades neocatecumenales de Valencia (España), al grupo “Amor de Jesús por María” de Panamá y a los visitantes de México, Perú, Uruguay, Argentina y Venezuela.

33 A todos os exhorto a anunciar con valentía la Buena Nueva del Evangelio, y con afecto os imparto de corazón la bendición apostólica.





Miércoles 17 mayo de 1995

La actividad misionera en nuestro tiempo

(Lectura:
capítulo 28 del evangelio según san Mateo, versículos 19-20) Mt 28,19-20

1. En una de las anteriores catequesis dedicadas al tema de la misión nos habíamos referido ya a la amplitud de la obra evangelizadora, a la que la Iglesia está llamada hoy, así como a las dificultades que encuentra. De modo particular, debemos recordar una vez más que el factor demográfico ha creado una notable desproporción numérica entre cristianos y no cristianos, ante la cual no se puede menos de sentir la debilidad humana y la escasez de nuestros recursos. Además, la complejidad de las relaciones sociales, incluso a nivel internacional e intercontinental, y la difusión de la cultura, mediante la escuela y todos los medios de comunicación social, plantean problemas inéditos a la actividad misionera, que ya no puede contar con las tradiciones homogéneas y fundamentalmente religiosas de los pueblos.

Tampoco debe suscitar en los fieles fáciles ilusiones "el multiplicarse de las jóvenes Iglesias en tiempos recientes". En efecto, "hay vastas zonas sin evangelizar" (Redemptoris missio RMi 37). Y las mismas poblaciones que han recibido la fe cristiana requieren una nueva evangelización, más profunda y atenta a las nuevas necesidades y exigencias. Más aún, "no sólo una nueva evangelización sino también, en algunos casos, una primera evangelización" (ib.).

2. Así he escrito en la encíclica Redemptoris missio, subrayando que "la misión ad gentes tiene ante sí una tarea inmensa que de ningún modo está en vías de extinción. Al contrario, bien sea bajo el punto de vista numérico por el aumento demográfico, o bien bajo el punto de vista sociocultural por el surgir de nuevas relaciones, comunicaciones y cambios de situaciones, parece destinada hacia horizontes todavía más amplios" (ib., 35).

En algunos países la evangelización encuentra "obstáculos (...) de tipo cultural: la transmisión del mensaje evangélico resulta insignificante o incomprensible, y la conversión está considerada como un abandono del propio pueblo y cultura" (ib.). En estos casos la conversión al cristianismo puede llegar incluso a causar persecuciones, que evidencian la intolerancia y contrastan con los derechos fundamentales del hombre a la libertad de pensamiento y de culto. En dichos casos, se verifica una especie de aislamiento cultural que constituye, precisamente, un obstáculo para la evangelización, pero también, en sí mismo, una deplorable falta de diálogo y de apertura a un real enriquecimiento espiritual, intelectual y moral.

3. En la encíclica sobre la misión admitía que a veces las dificultades en la actividad misionera "parecen insuperables y podrían desanimar, si se tratara de una obra meramente humana" (ib.). Sin embargo, no podemos dejar de ver los elementos humanos de esta obra. Las carencias y las deficiencias son reales, y no he dejado de señalarlas (cf. ib. 36). Principalmente son: cierta disminución del fervor en la actividad misionera; la triste experiencia de las divisiones pasadas y aún presentes entre los cristianos; el descenso en el número de las vocaciones; el antitestimonio de cuantos no son fieles a las promesas y a los compromisos misioneros; y el indiferentismo, que implica el relativismo religioso y hace pensar y afirmar a muchos de nuestros contemporáneos que "una religión vale tanto como cualquier otra".

Con todo, estas dificultades nos ayudan a comprender mejor el desafío que debe afrontar, hoy más que nunca, el compromiso misionero. Podemos recordar que, ya desde el comienzo, la misión de la Iglesia ha sido un desafío constante: ¿cómo podía ese pequeño grupo de seguidores de Cristo comprometerse en la obra de evangelización universal que él les pedía? ¿Cómo podía ese puñado de pescadores de Galilea "hacer discípulos a todas las gentes"? Jesús se daba cuenta muy bien de las dificultades que los Apóstoles iban a encontrar; por eso, nos ha ofrecido su misma garantía: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20).

34 Los Apóstoles creyeron en él, en su presencia y en su fuerza, para la vida y para la muerte. La Iglesia primitiva se alimentó de la misma fe. La Iglesia de hoy, aunque es consciente de la flaqueza de las fuerzas humanas, afronta las dificultades de la evangelización con la humildad y la confianza de los creyentes de los primeros tiempos y de siempre. Reaviva su fe en la presencia omnipotente de Cristo.

4. Forma parte de esta fe la certidumbre de que los dones del Espíritu Santo nunca dejan de renovar el impulso misionero de los creyentes, para superar las divisiones con la unidad de la caridad, favorecer el aumento y el fervor de las vocaciones misioneras, reforzar el testimonio proveniente de la convicción y evitar cualquier forma de desaliento. La Iglesia cree poder repetir sin jactancia, con el apóstol Pablo: omnia possum in eo qui me confortat, "todo lo puedo en aquel que me conforta" (
Ph 4,13).

Con esta confortación de Cristo, los misioneros afrontan los problemas que las nuevas condiciones socioculturales del mundo plantean a la actividad misionera. Aunque la reciente evolución demográfica a nivel mundial hace que un amplio sector de la población se concentre cada vez más en las metrópolis y la actividad misionera ya no se realice "sobre todo en regiones aisladas, distantes de los centros civilizados", la Iglesia no duda en reconocer que "lugares privilegiados deberían ser las grandes ciudades, donde surgen nuevas costumbres y modelos de vida, nuevas formas de cultura y comunicación", sin olvidar a "los grupos humanos más marginados y aislados" (Redemptoris missio RMi 37).

5. Hay que volver a examinar los instrumentos para el anuncio del Evangelio, y emplear cada vez mejor los medios de comunicación social. "El primer areópago del tiempo moderno es el mundo de la comunicación, que está unificando a la humanidad y transformándola ?como suele decirse? en una "aldea global". Los medios de comunicación social han alcanzado tal importancia que para muchos son el principal instrumento informativo y formativo, de orientación e inspiración para los comportamientos individuales, familiares y sociales" (ib.). Hasta hoy no se han usado suficientemente estos medios, aunque todos conocen su poder, que puede servir para ampliar la difusión del anuncio.

Es sabido también que los medios de comunicación social contribuyen al desarrollo de una cultura nueva. Pues bien, en esta cultura la Iglesia tiene la tarea de sembrar el espíritu del Evangelio. "El trabajo en estos medios, sin embargo, no tiene solamente el objetivo de multiplicar el anuncio. Se trata de un hecho más profundo, porque la evangelización misma de la cultura moderna depende en gran parte de su influjo. No basta, pues, usarlos para difundir el mensaje cristiano y el magisterio de la Iglesia, sino que conviene integrar el mensaje mismo en esta "nueva cultura" creada por la comunicación moderna" (ib.). Es necesario, por tanto, esforzarse por lograr que los medios de comunicación social, en las manos de los nuevos apóstoles, se conviertan en instrumentos preciosos de evangelización: especialmente la radio y la televisión, por el enorme influjo que ejercen. En este campo los laicos están llamados a desempeñar un papel de gran importancia, para el cual deben tener una seria competencia profesional y un auténtico espíritu de fe.

Con la ayuda divina, también hoy la Iglesia debe trabajar, siguiendo las huellas de san Pablo, por introducir la levadura evangélica en las culturas en continua evolución. También ellas son campos de Dios, en los que es preciso sembrar y cultivar el Evangelio, como buenos agricultores, confiando de modo inquebrantable en Aquel que da la fuerza.

Saludos

Saludo con afecto a todos los peregrinos de lengua española presentes en esta Audiencia.

De modo particular a los Miembros del Movimiento de Schönstatt, venidos del Ecuador, y de las Comunidades Neocatecumenales de España, así como a los demás grupos provenientes de Argentina, México, Nicaragua y Perú.

En este mes de mayo, consagrado a la Santísima Virgen, os encomiendo a su maternal protección y os imparto de corazón mi bendición apostólica.





Miércoles 24 de mayo de 1995



35 1. Hoy deseo dedicar la habitual catequesis del miércoles a la visita pastoral que he realizado del 20 al 22 de mayo a Praga y Olomouc, en la República Checa, y a Skoczów, Bielsko-Biala y Zywiec, en Polonia. Como se ve, me he detenido en Bohemia y Moravia, y la última ciudad que visité desde la que volví a Roma, fue Ostrava, en Moravia. Creo que la importancia de este viaje se comprende a la luz del documento "Tertio millennio adveniente".

La Iglesia, mientras se prepara para el jubileo del año 2000, vuelve en cierto sentido a los diferentes caminos por los que Cristo entró en la vida de la gran familia humana, en los diversos continentes y en cada uno de los países. Uno de esos caminos para la Europa central pasa, de modo particular, por la Puerta de Moravia. Allí el cristianismo llegó muy pronto, echando raíces en el siglo noveno entre los eslavos del reino de la gran Moravia. Fue precisamente el príncipe de ese Estado quien invitó a los santos Cirilo y Metodio, que procedían de Bizancio, a evangelizar a su pueblo. Esa evangelización ha producido frutos especialmente en el territorio en que se realizó la visita papal. Centro de la visita que pude llevar a cabo en 1990 después de la caída del régimen comunista, fue la ciudad de Velehrad en Moravia, en el territorio de la actual archidiócesis de Olomouc.

El nombre Puerta de Moravia es muy sugestivo. Nos recuerda ante todo que como dice el Evangelio, Cristo es la puerta de las ovejas (cf.
Jn 10,7). Al mismo tiempo indica una realidad histórica y geográfica determinada. Las vastas llanuras de Moravia constituían, desde el punto de vista geográfico, un territorio fértil para el desarrollo de la civilización humana desde el sur hacia el norte. Partiendo de allí, el cristianismo llegó a Polonia según la tradición, ya en el siglo IX, hasta el territorio del sur en las cercanías de Cracovia y, según los datos históricos, en el siglo X a Gniezno y Poznan-Gniezno que entonces era la capital del Estado de Piast, que se estaba organizando.

2. Teniendo muy en cuenta esas referencias históricas, quisiera decir que el motivo principal de la visita fue la canonización de los beatos Jan Sarkander y Zdislava. Zdislava está vinculada a la historia de la Iglesia en Bohemia y Jan Sarkander a la historia de la Iglesia en Moravia. Zdislava era esposa y madre de familia, terciaria de la orden dominicana. Su nombre es conocido y con frecuencia se da, con ocasión del bautismo, tanto a niños como a niñas. Se trata de una santa que, desde el siglo XIII, vive en el recuerdo de la Iglesia no sólo en Bohemia, sino también en Polonia y en los países vecinos.

El domingo 21 de mayo fue elevada al honor de los altares, junto a Jan Sarkander, cuya vida está vinculada ante todo a Olomouc, en Moravia. Sarkander nació en Skoczów, en la Silesia de Cieszyn. Por este motivo, la visita papal ha incluido también el lugar de su nacimiento, situado en Polonia. Jan Sarkander era párroco en el período en que el cristianismo vivió el drama de la Reforma. Fue arrestado por permanecer fiel a la Iglesia católica y sometido a crueles torturas por los gobernantes de Olomouc, que eran protestantes. El principio "cuius regio, eius religio" autorizaba entonces a cuantos ostentaban el poder, tanto protestantes como católicos, imponer su pertenencia religiosa a los respectivos súbditos. En nombre de ese principio católicos y protestantes perpetraron en Bohemia y en Moravia numerosos actos de violencia. Jan Sarkander es sólo una de las muchas víctimas de esa situación.

Los signos de la divina Providencia muestran que alcanzó una santidad heroica. Así pues, era justo que fuera elevado al honor de los altares. La Iglesia que está en Bohemia y en Moravia deseaba que esta canonización tuviera lugar precisamente en Olomouc. Acepté la propuesta, porque vi en ella una oportunidad providencial para expresar, en un lugar muy significativo, una valoración critica con respecto a las guerras de religión que han provocado tantas víctimas tanto entre los católicos como entre los protestantes. Espero que ese acontecimiento constituya para todos un fuerte estímulo para comprometerse a fin de que nunca más se repitan esos pecados contra el mandamiento cristiano del amor.

En la tarde del mismo día de la canonización, se realizó, ante el santuario mariano de Svatý Kopecek el encuentro con la juventud, que quisiera definir como uno de los encuentros más bellos y originales que he tenido yo con los jóvenes. En esa ocasión quise entregar a los jóvenes la oración del Señor, el Padre nuestro, como para marcar la etapa de un catecumenado de la juventud de ese país. En efecto sólo Cristo puede dar a los jóvenes lo que tanto anhelan, es decir, el sentido pleno y gozoso de la vida. Como sucedió con el vino en las bodas de Caná, a menudo se nota la falta de ese sentido de la vida. Y María, la madre de Jesús, acompañó con su presencia espiritual ese memorable encuentro, en el que resonaron precisamente las palabras que pronunció en Caná: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5). Ella sigue repitiendo hoy esas palabras, de modo especial a los jóvenes que quieren vivir su vida con autenticidad.

3. Deseo expresar mi gratitud a la comunidad cristiana de Skoczów, que ha mostrado una notable comprensión de las tareas ecuménicas, a las que quería contribuir la canonización de Jan Sarkander. La localidad de Skoczów está situada en la región de la Silesia de Cieszyn, en el territorio que hasta hace pocos años pertenecía a la diócesis de Katowice. Fue la diócesis de Katowice junto con la de Olomouc, la que promovió la causa de canonización de Jan Sarkander. Por ello era justo que, el primer día después de la solemne celebración de la canonización en Olomouc me dirigiera a Skoczów para agradecer a Dios el don del nuevo santo. Este, como muchos otros antes y después de él, se ha convertido en elemento de acercamiento entre las Iglesias y entre los cristianos en Bohemia, en Moravia y en Polonia. La celebración solemne en Skoczów, con gran participación de fieles, demostró cuan profundamente la historia de la Iglesia se inscribe en la historia de los pueblos y de los Estados. Desde hace un milenio, Silesia es tierra de frontera, en donde se han encontrado dos grandes Iglesias, fundadas precisamente en el año 1000: la archidiócesis de Cracovia y la de Breslavia. Durante este milenio han realizado una valiosa misión evangelizadora, teniendo como punto de referencia a dos santos mártires: san Adalberto y san Estanislao, que la Iglesia de Polonia venera como principales patronos, junto con la Virgen de Jasna Góra.

La visita del lunes a Skoczów a Bielsko-Biala y Zywiec puso de relieve la existencia y la vitalidad de una nueva diócesis, creada hace pocos años con la finalidad de anunciar el Evangelio en la región de la Silesia de Cieszyn y en la cuenca del río Sola, hasta Oswiecim (Auschwitz). Se trata de una tierra muy cercana a mi corazón y que conozco muy bien, dado que fui metropolita de Cracovia. Además, mi familia proviene de esa zona. Esta visita tuvo, por tanto, un matiz autobiográfico particular. Para mí fue una gran alegría, en este tiempo pascual, volver a ver a muchas de las comunidades cristianas que visité siendo arzobispo, y admirar las colinas por las que a menudo realicé largos paseos.

4. Deseo dar las gracias a todos los que han contribuido al éxito de esta visita pastoral: tanto por la invitación, como por la esmerada preparación, cuyos frutos han sido muy visibles desde la primera etapa, en Praga, y luego en Olomouc, Skoczów, Bielsko-Biala y Zywiec. Además de las grandes asambleas litúrgicas, vinculadas a la canonización de santa Zdislava y de san Jan Sarkander, en las que participaron tantos fieles, merecen un grato recuerdo, junto con el encuentro de oración con la población de Bohemia, los encuentros ecuménicos en Praga y Skoczów. Espero que sirvan para promover el acercamiento ecuménico de los cristianos que es uno de los desafíos del gran jubileo.

La fecha del año 2000 no sólo constituye un punto de referencia importante para el cristianismo y para la Iglesia. También es importante para Europa especialmente en esta época. En efecto, después del derrumbe de los sistemas totalitarios Europa trata de convertirse cada vez más en una gran patria de las patrias. Ojalá que el recuerdo de la histórica Puerta de Moravia nos muestre a Cristo, que es para todos nosotros la Puerta en el camino hacia la vida eterna.

Saludos

36 Amadísimos hermanos y hermanas:

Deseo saludar cordialmente a los visitantes de lengua española, de modo particular a los Religiosos y Religiosas, a las Comunidades Neocatecumenales españolas, a los miembros de la Sociedad de ayuda mutua entre los sordos de Cataluña, al grupo parroquial de Motril y al de la Obra Social Marta Bernal.

Saludo asimismo a los diversos peregrinos de México, Guatemala, Ecuador, Bolivia y Argentina.

Al agradecer a todos las oraciones ofrecidas al Señor por mi ministerio de Sucesor de Pedro, imparto con afecto mi bendición.





Miércoles 31 de mayo de 1995

Cristo, camino de salvación para todos

(Lectura:
capítulo 2 de la primera carta del apóstol
san Pablo a Timoteo, versículos 3-6) 1Tm 2,3-6

1. Las dificultades que entraña a veces el desarrollo de la evangelización ponen de relieve un problema delicado, cuya solución no ha de buscarse en términos puramente históricos o sociológicos: el problema de la salvación de quienes no pertenecen visiblemente a la Iglesia. No podemos escrutar el misterio de la acción divina en las mentes y en los corazones, para valorar la potencia de la gracia de Cristo cuando toma posesión, en la vida y en la muerte, de aquellos que el Padre le ha dado y que, como él mismo dijo, no quiere perder. Lo vemos repetido en una de las lecturas evangélicas propuestas para la misa de difuntos (cf. Jn 6,39-40).

Sin embargo, como escribí en la encíclica Redemptoris missio, no se puede limitar el don de la salvación "a los que, de modo explícito, creen en Cristo y han entrado en la Iglesia. Si es destinada a todos, la salvación debe estar en verdad a disposición de todos". Y, admitiendo que a mucha gente le resulta concretamente imposible tener acceso al mensaje cristiano, añadí: "Muchos hombres no tienen la posibilidad de conocer o aceptar la revelación del Evangelio y de entrar en la Iglesia. Viven en condiciones socioculturales que no se lo permiten y, en muchos casos, han sido educados en otras tradiciones religiosas" (RMi 10).

37 Debemos reconocer que, según lo que entra en la capacidad humana de previsión y conocimiento, esta imposibilidad práctica, al parecer, estaría destinada a durar aún mucho tiempo, quizá incluso hasta el cumplimiento final de la obra de evangelización. Jesús mismo advirtió que sólo el Padre conoce "el tiempo y el momento" que fijó para la instauración de su reino en el mundo (cf. Ac 1,7).

2. Ahora bien, lo que he dicho antes no justifica la posición relativista de quien considera que en cualquier religión se puede encontrar un camino de salvación, incluso independientemente de la fe en Cristo redentor, y que en esta concepción ambigua debe basarse el diálogo interreligioso. No se encuentra allí la solución conforme al Evangelio del problema de la salvación de quien no profesa el credo cristiano. Por el contrario, debemos sostener que el camino de la salvación pasa siempre por Cristo y que, por tanto, a la Iglesia y a sus misioneros les corresponde la tarea de hacerlo conocer y amar en todo tiempo, en todo lugar y en toda cultura. Fuera de Cristo no hay salvación. Como proclamaba Pedro delante del sanedrín, ya desde el comienzo de la predicación apostólica: "No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Ac 4,12).

También para quienes, sin culpa, no conocen a Cristo y no se confiesan cristianos, el plan divino ha dispuesto un camino de salvación. Como leemos en el decreto conciliar sobre la actividad misionera Ad gentes, creemos que "Dios, por caminos conocidos sólo por él, puede llevar (...) a los hombres que ignoran el Evangelio sin culpa propia" a la fe necesaria para la salvación (AGD 7). Ciertamente, una valoración humana no puede comprobar ni apreciar la condición sin culpa propia, sino que se ha de dejar únicamente al juicio divino. Por eso, en la constitución Gaudium et spes, el Concilio declara que en el corazón de todo hombre de buena voluntad "actúa la gracia de modo invisible", y que el "Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, de un modo conocido sólo por Dios, se asocien a este misterio pascual" (GS 22).

3. Es importante subrayar que el camino de la salvación que recorren quienes desconocen el Evangelio no es un camino fuera de Cristo y de la Iglesia. La voluntad salvífica universal está vinculada a la única mediación de Cristo. Lo afirma la primera carta a Timoteo: "Dios, nuestro Salvador, quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad. Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos" (1Tm 2,3-6). Lo proclama san Pedro cuando dice que "en ningún otro está la salvación", y llama a Jesús "piedra angular" (Ac 4,11-12), poniendo de relieve el papel necesario de Cristo como fundamento de la Iglesia.

Esta afirmación de la unicidad del Salvador tiene su origen en las mismas palabras del Señor, quien afirma que vino "para dar su vida como rescate por muchos" (Mc 10,45), es decir, por la humanidad, como explica san Pablo cuando escribe: "Uno murió por todos" (2Co 5,14 cf. Rm 5,18). Cristo ha obtenido la salvación universal con la entrega de su propia vida: Dios no ha establecido a ningún otro mediador como salvador. El valor único del sacrificio de la cruz ha de reconocerse siempre en el destino de todo hombre.

4. Dado que Cristo actúa la salvación mediante su Cuerpo místico, que es la Iglesia, el camino de la salvación está ligado esencialmente a la Iglesia. El axioma extra Ecclesiam nulla salus ?"fuera de la Iglesia no hay salvación"?, que enunció san Cipriano (Epist. 73, 21: PL 1.123 AB), pertenece a la tradición cristiana y fue introducido en el IV concilio de Letrán (DS 802), en la bula Unam sanctam, de Bonifacio VIII (DS 870) y en el concilio de Florencia (Decretum pro jacobitis, DS 1 DS 351)

Este axioma significa que quienes saben que la Iglesia fue fundada por Dios a través de Jesucristo como necesaria tienen la obligación de entrar y perseverar en ella para obtener la salvación (cf. Lumen gentium LG 14). Por el contrario, quienes no han recibido el anuncio del Evangelio, como escribí en la encíclica Redemptoris missio, tienen acceso a la salvación a través de caminos misteriosos, dado que se les confiere la gracia divina en virtud del sacrificio redentor de Cristo, sin adhesión externa a la Iglesia, pero siempre en relación con ella (cf. n. 10). Se trata de una relación misteriosa: misteriosa para quienes la reciben, porque no conocen a la Iglesia y, más aún, porque a veces la rechazan externamente, y misteriosa también en sí misma, porque está vinculada al misterio salvífico de la gracia, que implica una referencia esencial a la Iglesia fundada por el Salvador.

La gracia salvífica, para actuar, requiere una adhesión, una cooperación, un sí a la entrega divina. Al menos implícitamente, esa adhesión está orientada hacia Cristo y la Iglesia. Por eso se puede afirmar también sine Ecclesia nulla salus ?"sin la Iglesia no hay salvación"?: la adhesión a la Iglesia-Cuerpo místico de Cristo, aunque sea implícita y, precisamente, misteriosa, es condición esencial para la salvación.

5. Las religiones pueden ejercer una influencia positiva en el destino de quienes las profesan y siguen sus indicaciones con sinceridad de espíritu. Pero si la acción decisiva para la salvación es obra del Espíritu Santo, debemos tener presente que el hombre recibe sólo de Cristo, mediante el Espíritu Santo, su salvación.

Ésta comienza ya en la vida terrena, que la gracia, aceptada y correspondida, hace fructuosa, en sentido evangélico, para la tierra y para el cielo.

De aquí la importancia del papel indispensable de la Iglesia, que "no es fin para sí misma, sino fervientemente solícita de ser toda de Cristo, en Cristo y para Cristo, y toda igualmente de los hombres, entre los hombres y para los hombres". Un papel que no es, pues, eclesiocéntrico como a veces se ha dicho. En efecto, la Iglesia no existe ni trabaja para sí misma, sino que está al servicio de una humanidad llamada a la filiación divina en Cristo (cf. Redemptoris missio RMi 19). Así pues ejerce una mediación implícita también con respecto a quienes no conocen el Evangelio.

38 Ahora bien, esto no debe llevar a la conclusión de que su actividad misionera es menos necesaria en esas circunstancias. Al contrario: quien no conoce a Cristo, aunque no tenga culpa, se encuentra en una situación de oscuridad y carestía espiritual, que a menudo tiene también consecuencias negativas en el plano cultural y moral. La acción misionera de la Iglesia puede ofrecerle las condiciones para el desarrollo pleno de la gracia salvadora de Cristo, proponiéndole la adhesión plena y consciente al mensaje de la fe y la participación activa en la vida eclesial mediante los sacramentos.

Ésta es la línea teológica tomada de la tradición cristiana. El magisterio de la Iglesia la ha seguido en la doctrina y en la praxis como camino marcado por Cristo mismo para los Apóstoles y para los misioneros de todos los tiempos.

Saludos

Queridos hermanos y hermanas:

Saludo ahora con afecto a los peregrinos de lengua española, venidos desde América Latina y España. En particular, al Obispo de Mercedes–Luján, acompañado de varios sacerdotes de la diócesis; al “Coro Estable de Concordia” (Argentina); a la “Peregrinación Divina Misericordia” de Panamá; al grupo de peregrinos colombianos; y a los miembros de la “Asociación Cultural Bagabilza” de Bilbao (España).

A todos os exhorto a estar con María, como los Apóstoles después de la Ascensión del Señor, para implorar el Espíritu y obtener fuerza y valor para cumplir el mandato misionero.

Con agrado os imparto de corazón la bendición apostólica.




Audiencias 1995 31