Audiencias 1995 46

Julio de 1995

Miércoles 5 de julio de 1995



1. Hoy deseo dar gracias a Dios por la visita a Eslovaquia, que inicié al día siguiente de la solemnidad de San Pedro y San Pablo y continué durante los días sucesivos, hasta el 3 de julio.

Agradezco al Episcopado de Eslovaquia la invitación y la preparación pastoral de esta visita. Doy también las gracias a las autoridades civiles, al presidente de la República eslovaca, al primer ministro y al Gobierno, así como a los representantes del Parlamento y a las autoridades locales. Mi peregrinación ha estado acompañada por la gran cordialidad que brota del momento histórico: era la primera vez que el Papa visitaba el Estado eslovaco independiente.

47 La nación eslovaca tiene una larga historia, que se remonta a los tiempos de Cirilo y Metodio y de su misión dentro de los confines del reino de la gran Moravia. En aquellos tiempos se erigió también la sede episcopal de Nitra, una de las más antiguas de toda la Europa central. A lo largo de su historia, los eslovacos primero vivieron en el ámbito de la gran Moravia y luego formaron parte del reino húngaro; esa situación duró hasta la primera guerra mundial. En el año 1918 nació la República checoslovaca, en el ámbito de la cual los eslovacos ?excluyendo el período de la segunda guerra mundial? fueron forjando su existencia estatal hasta el año 1993. Con gran admiración se debe constatar que las dos repúblicas, ahora independientes, la checa y la eslovaca, supieron dividirse de modo pacífico, sin conflictos y sin derramamiento de sangre, cosa que no sucedió, por desgracia, en la ex Yugoslavia. La división se fundó en las múltiples diferencias de las dos naciones, que, a pesar de todo, son semejantes en muchos aspectos, especialmente en la lengua. De este modo la nación eslovaca tiene ahora su propio Estado que abarca la vasta y fértil llanura al sur de los Cárpatos y de los montes Tatra.

La visita a Eslovaquia me ha permitido conocer mejor ese país y sus habitantes, sobre todo en los principales centros de la vida nacional y religiosa.

Así, el primer día estuve en Bratislava, capital del país, y fui al encuentro con los jóvenes en Nitra. El segundo día visité el santuario mariano de Saštin situado al norte de Bratislava, en el territorio de la Eslovaquia occidental. La mañana del domingo 2 de julio estuvo dedicada a la canonización de los tres mártires de Košice, ciudad en donde fueron martirizados durante el siglo XVII. En la canonización participaron los representantes de los Episcopados de toda la Europa central. A primera hora de la tarde me dirigí a Prešov, y luego, el mismo día, a Spiš, desde donde me trasladé al santuario mariano de Levoca. Spiš está en la parte de la Eslovaquia que se extiende al pie de los montes Tatra, de forma que en el último día pude volver a ver esos montes, a los cuales estuve muy vinculado en mi juventud. El último lugar que visité en el viaje fue la ciudad de Poprad, desde la cual volví a Roma.

2. El objetivo principal de mi visita a Eslovaquia fue la canonización de los tres mártires de Košice y a este acontecimiento quisiera dedicar una atención especial. Esos mártires son: Marcos Križevci, croata, canónigo de la catedral de Esztergom, y también dos jesuitas: Melchor Grodziecki de Silesia, polaco, y Esteban Pongrácz, húngaro. Su martirio tuvo lugar en el mismo período de la historia de Europa en que, en la ciudad de Olomouc, en Moravia, fue martirizado san Ján Sarkander, a quien tuve la dicha de inscribir hace poco en el catálogo de los santos. Los mártires de Košice dieron la vida por su fidelidad a la Iglesia, sin ceder a la brutal presión de la autoridad civil de los soberanos, que querían obligarlos a la apostasía. Los tres aceptaron el martirio con espíritu de fe y de amor hacia sus perseguidores. Inmediatamente después de su muerte se convirtieron en objeto de culto en Eslovaquia y, al comienzo de nuestro siglo, después de un esmerado proceso canónico, la Iglesia los proclamó beatos. Ahora, una vez madura la causa de canonización, he podido proclamarlos santos durante mi estancia en Košice, con gran participación de la población católica local.

Esta canonización fue también un acontecimiento ecuménico importante, como lo demostraron el encuentro con los representantes de las confesiones protestantes y la visita al lugar que recuerda la muerte de un grupo de fieles de la Reforma, condenados en el siglo XVII en nombre del principio cuius regio, eius religio. De ese hecho queda como recuerdo un monumento erigido en la ciudad de Prešov, ante el cual hice unos minutos de oración.

3. Prešov es también la localidad en donde tiene su residencia el obispo greco católico. La Iglesia oriental, que tiene sus fieles en ambas partes de los Cárpatos nació de la unión realizada hace 350 años en Uzgorod, en el territorio que primero perteneció a Hungría y luego a la República checoslovaca, y que ahora forma parte de Ucrania. En cierto sentido la eparquía de Presov forma parte de esa Iglesia, en el extremo de la zona occidental que concentra los greco-católicos eslovacos y los rutenos más allá de los Cárpatos. Aunque toda la Iglesia católica en Checoslovaquia, durante el régimen comunista, estuvo sometida a graves persecuciones, éstas afectaron de modo especial a los greco católicos eslovacos de la eparquía de Prešov.

4. No se debe olvidar que toda la Iglesia de Eslovaquia, que se encontraba en el ámbito de la República comunista checoslovaca de entonces, sufrió dolorosas persecuciones. A casi todos los obispos se les impidió desempeñar su servicio pastoral. Muchos pasaron grandes penalidades en las cárceles. Algunos de ellos acabaron su vida como verdaderos mártires: pienso, en particular, en mons. Wojtaššák, obispo de la diócesis de Spis, y en mons. Pavel Gojdic, obispo greco-católico de Prešov. Un testigo particular de esta generación de obispos encarcelados a causa de la fe es el cardenal Ján Chryzostom Korec, actual ordinario de Nitra.

La Iglesia de Eslovaquia, desde hace pocos años, goza de libertad religiosa y tal vez este hecho explica la gran vitalidad que he podido ver y palpar por doquier durante mi visita. El problema de la persecución de la Iglesia en Eslovaquia y la cuestión de sus mártires exigen una reflexión más profunda, que no podrá menos de incluirse en la preparación espiritual para el jubileo del segundo milenio.

Si nos preguntamos de dónde sacaron los eslovacos la fuerza en el período de la persecución, la respuesta la hallamos, de modo especial, visitando los santuarios marianos. Durante ese período difícil para la nación y para la Iglesia en Eslovaquia, los santuarios se convirtieron en un gran punto de apoyo para la fe del pueblo de Dios. Allí ninguna prohibición de la policía y de la Administración pudo vencer. Desde los santuarios marianos, como Šaštin y Levoca, esa fuerza se irradió hacia los fieles, las familias, las parroquias, es decir, hacia toda Eslovaquia.

5. Como se puede deducir de cuanto he dicho, la visita a la Iglesia en Eslovaquia se inscribe en la amplia historia de la salvación en nuestro siglo. Y, al mismo tiempo, se inscribe en la historia de la nación eslovaca y de su lugar en Europa. Precisamente, en gran medida gracias a la misión de la Iglesia, la nación eslovaca obtuvo su independencia como nación, cuyos ciudadanos son en su mayoría católicos, y entró en la gran comunidad de los pueblos de todo el mundo, y particularmente de Europa. Eslovaquia aporta a esta comunidad la contribución de su identidad cultural; y aporta también la voluntad de construir su herencia y la europea sobre los principios que brotan de los derechos de las naciones, adecuadamente reconocidos y defendidos en el ámbito internacional, incluidos desde luego los relativos a la minorías.

La Sede apostólica y el Papa expresan su reconocimiento por el patrimonio de la Eslovaquia independiente, poniendo así de relieve también el derecho de esta nación a ocupar el lugar que le corresponde en el concierto de las naciones europeas como miembro con título pleno.

Saludos

48 Amadísimos hermanos y hermanas:

Deseo saludar cordialmente a los visitantes de lengua española.

De modo especial, a las Misioneras de Nuestra Señora del Pilar, a los fieles diocesanos de Santander y Cuenca, a los grupos parroquiales y a los alumnos de los Padres Escolapios de Logroño.

Saludo también al Coro Nacional de Niños argentinos, y a los diversos peregrinos de Costa Rica y Venezuela.

Al agradecer a todos las oraciones que ofrecéis al Señor por mi ministerio de Sucesor de Pedro, os imparto con afecto mi bendición apostólica.



Miércoles 12 de julio de 1995

El problema ecuménico

(Lectura:
capítulo 4 de los Hechos de los Apóstoles) Ac 4

1. Para el cristiano el compromiso ecuménico reviste una importancia fundamental. En efecto, como sabemos muy bien, Jesús en la última cena rogó con gran intensidad por la unidad de sus discípulos: "Como tú, Padre en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,21).

Jesús no dudó en pedir al Padre que los discípulos fueran "perfectamente uno" (Jn 17,23), aunque conocía las dificultades y las tensiones que deberían afrontar. Él mismo había constatado las disensiones que surgieron entre los Doce, incluso durante la última cena, y preveía las que pronto se manifestarían en la vida de las comunidades cristianas, esparcidas en un mundo tan vasto y tan variado. Con todo, oró por la unidad perfecta de los suyos y ofreció el sacrificio de su vida por esa finalidad.

49 Así pues la unidad es don del Señor a su Iglesia, "pueblo congregado por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo", como afirma certeramente san Cipriano (De orat. dom., 23: PL 4, 536). En efecto, "el modelo y principio supremo de este misterio es la unidad de un solo Dios Padre e Hijo en el Espíritu Santo, en la Trinidad de personas" (Unitatis redintegratio UR 2).

En realidad, vemos que en la primera comunidad reunida después de Pentecostés reina una profunda unidad: todos "acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones" (Ac 2,42) y "la multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma" (Ac 4,32).

2. Leyendo las páginas de los Hechos de los Apóstoles que describen las primeras experiencias de vida en la comunidad apostólica, causa admiración constatar que la presencia de María era un valioso vínculo de esa unión y concordia (cf. Ac 1,13-14). Entre las mujeres presentes en la primera asamblea, ella es la única a quien san Lucas menciona por su nombre: la llama la madre de Jesús, presentándola casi como signo y fuerza intima de la koinonía. Ese titulo le confiere un lugar único, relacionado con su nueva maternidad, proclamada por Cristo en la cruz. Por ello, no se puede ignorar que en ese texto la unidad de la Iglesia se manifiesta como fidelidad a Cristo, sostenida y protegida por la presencia maternal de María.

Esa unidad, realizada al inicio de la vida de la Iglesia, no podrá desaparecer nunca en su valor esencial. Lo ha repetido el concilio Vaticano II: "La Iglesia fundada por Cristo Señor es una y única" (Unitatis redintegratio UR 1). Ahora bien, es preciso constatar que esa unidad originaria ha sufrido profundos desgarros a lo largo de su historia. El amor a Cristo debe impulsar a sus discípulos de hoy a revisar juntos su pasado, para volver con renovado vigor al camino de la unidad.

3. Ya los escritos del Nuevo Testamento nos señalan que, desde el principio de la vida de la Iglesia, han existido divisiones entre los cristianos. Pablo habla de las discordias en la Iglesia de Corinto (cf. 1Co 1,10-12). Juan se lamenta de los que difunden falsas doctrinas (cf. 2Jn 10) o los que ambicionan ocupar en la Iglesia el primer lugar (cf. 3Jn 9-10). Es el inicio de una dolorosa historia, que en todas las épocas, al irse formando grupos particulares de cristianos separados de la Iglesia católica, ha visto brotar cismas y herejías y nacer Iglesias separadas. Estas no estaban en comunión ni con las demás Iglesias particulares ni con la Iglesia universal, constituida como "un solo rebaño" con "un solo pastor", Cristo (Jn 10,16), representado por un solo Vicario universal, el Sumo Pontífice.

4. De la dolorosa comparación de esa situación histórica con la ley evangélica de la unidad surgió el movimiento ecuménico, que tiene como fin recuperar la unidad, incluso visible, entre todos los cristianos, "a fin de que el mundo se convierta al Evangelio y así se salve para gloria de Dios" (Unitatis redintegratio UR 1). El concilio Vaticano II dio a ese movimiento la máxima importancia, destacando que implica, para quienes se comprometen en él, una comunión de fe en la Trinidad y en Cristo, y una aspiración común a la Iglesia una y universal (cf. ib). Pero el auténtico compromiso ecuménico exige, además, que todos los cristianos, impulsados por una sincera voluntad de comunión, renuncien a los prejuicios, que constituyen obstáculos para el desarrollo del diálogo de la caridad en la verdad.

El Concilio formula un juicio matizado sobre la evolución histórica de las separaciones. "Comunidades no pequeñas ?afirma? se separaron de la comunión plena con la Iglesia católica y, a veces, no sin culpa de los hombres por ambas partes" (ib., 3). Se trata del momento inicial de la separación. Más adelante, la situación es diversa: "Quienes ahora nacen en estas comunidades y son instruidos en la fe de Cristo no pueden ser acusados del pecado de la separación y la Iglesia católica los abraza con respeto y amor fraternos" (ib.).

Con el concilio Vaticano II, la Iglesia católica se ha comprometido de modo irreversible a recorrer el camino de la búsqueda ecuménica, poniéndose a la escucha del Espíritu del Señor. El camino ecuménico es ya el camino de la Iglesia.

5. Debemos observar, asimismo, que, según el Concilio, los que se han separado de la Iglesia católica conservan cierta comunión, incompleta pero real, con ella. En efecto, los que creen en Cristo, y han recibido el bautismo, son merecidamente reconocidos por los hijos de la Iglesia católica "como hermanos en el Señor", aunque existan divergencias "tanto en materia doctrinal y a veces también disciplinar como en lo referente a la estructura de la Iglesia" (ib.). Podemos permanecer unidos con ellos por medio de varios elementos de gran valor, como "la palabra de Dios escrita, la vida de la gracia, la fe, la esperanza y la caridad, y otros dones interiores del Espíritu Santo, y los elementos visibles" (ib.). Todo esto es patrimonio de la única Iglesia de Cristo, "que subsiste en la Iglesia católica" (Lumen gentium LG 8).

Incluso con respecto a la obra evangelizadora y santificadora, la posición del Concilio es franca y respetuosa. Afirma que las Iglesias y comunidades eclesiales no carecen de significado y de peso en el misterio de la salvación. "El Espíritu de Cristo no rehúsa servirse de ellas como medios de salvación" (Unitatis redintegratio UR 3).

Todo ello conlleva la llamada apremiante a la unidad plena. No se trata simplemente de reunir todas las riquezas espirituales existentes en las comunidades cristianas, como si al hacerlo se pudiera llegar a una Iglesia más perfecta, a la Iglesia que Dios desearla para el futuro. Por el contrario, se trata de realizar con plenitud la Iglesia que Dios, en el acontecimiento de Pentecostés, ya ha manifestado en su realidad profunda. Esta es la meta a la que todos debemos tender, unidos ya desde ahora en la esperanza, en la oración, en la conversión del corazón y, como a menudo se nos pide, en el sufrimiento que encuentra su valor en la cruz de Cristo.

Saludos

50 Queridos hermanos y hermanas:

Saludo con afecto a los peregrinos de España y América Latina.

En particular al grupo de sacerdotes españoles, a las Misioneras Claretianas, a las Carmelitas Teresianas, así como a los novicios Legionarios de Cristo y a los miembros del Movimiento Regnum Christi.

También a los diversos grupos parroquiales y de estudiantes y a los peregrinos venidos de México, Puerto Rico, Colombia y Paraguay.

A todos os imparto de corazón mi bendición apostólica.





Miércoles 26 de julio de 1995

El camino ecuménico

(Lectura:
capítulo 17 del evangelio de san Juan, versículos 20-21) Jn 17,20-21

1. El camino ecuménico es un deber sentido vivamente por los fieles católicos y por los cristianos de las demás Iglesias y comunidades eclesiales. El concilio Vaticano II hizo suya esta instancia y en el decreto Unitatis redintegratio fijó los principios de un sano ecumenismo. Hoy quisiera repasar sus líneas esenciales, recordando que han sido reafirmadas de modo muy detallado, junto con orientaciones prácticas en el Directorio para la aplicación de los principios y de las normas sobre el ecumenismo (nueva edición, Ciudad del Vaticano 1993).

Frente a la división que aflige al mundo cristiano desde hace siglos no podemos quedar indiferentes. Católicos y no católicos no pueden por menos de experimentar un íntimo sufrimiento al observar sus divisiones, que tanto contrastan con las apremiantes palabras de Cristo en la última cena (cf. Jn 17,20 Jn 23).

51 Ciertamente, nunca ha faltado la unidad constitutiva de la Iglesia, como la quiso su Fundador: sigue siendo indefectible en la Iglesia católica, que nació el día de Pentecostés con el don del Espíritu Santo concedido a los Apóstoles y ha permanecido fiel a la línea de la tradición doctrinal y comunitaria que se apoya en el fundamento de los legítimos pastores en comunión con el Sucesor de Pedro. Se trata de un hecho providencial, en el que los datos históricos están íntimamente vinculados con los fundamentos teológicos, como consecuencia de la voluntad de Cristo. Pero no se puede negar que en su realización histórica, tanto en el pasado como en la actualidad, la unidad de la Iglesia no manifiesta plenamente ni el vigor ni la extensión que, según las exigencias evangélicas de que depende, podría y debería tener.

2. Por ello, la primera actitud de los cristianos que buscan esta unidad, y caen en la cuenta de la distancia que existe entre la unidad querida por Cristo y la que se ha logrado concretamente, no puede menos de ser la de elevar los ojos al cielo para implorar de Dios estímulos siempre nuevos hacia la unidad, bajo la inspiración del Espíritu Santo. Según las indicaciones del Concilio, ante todo debemos reconocer el valor esencial de la oración por la unidad. En efecto, ésta no se limita a una simple forma de concordia o buenas relaciones humanas. Jesús pidió al Padre una unidad de los creyentes según el modelo de la comunión divina por la que él y el Padre en la unidad del Espíritu Santo, son "uno" (cf.
Jn 17,2-21). Es una meta que sólo puede alcanzarse con la ayuda de la gracia divina. De aquí la necesidad de la oración.

Por otra parte, la constatación diaria de que el compromiso ecuménico se realiza en un campo lleno de dificultades hace sentir aún más vivamente la insuficiencia humana y la urgencia de acudir con confianza a la omnipotencia divina. Es lo que manifestamos especialmente en la Semana dedicada cada año a la oración por la unidad de los cristianos: se trata, ante todo, de un momento de oración más intensa. Es verdad que esa importante iniciativa favorece también estudios, encuentros e intercambios de ideas y experiencias, pero su primera finalidad sigue siendo siempre la oración.

También en muchas otras ocasiones la unión de los creyentes constituye el objeto de las oraciones de la Iglesia. Más aún, es preciso recordar que en el momento culminante de toda celebración eucarística, poco antes de la comunión, el sacerdote dirige al Señor la plegaria por la unidad y la paz de la Iglesia.

3. La segunda contribución que el Concilio pide a todo cristiano es el compromiso activo en favor de la unidad. En primer lugar, con el pensamiento y la palabra. El Vaticano II exhorta a los cristianos a hacer "todos los esfuerzos para eliminar palabras, juicios y acciones que no respondan, según la justicia y la verdad, a la condición de los hermanos separados, y que por lo mismo hagan más difíciles las relaciones mutuas con ellos" (Unitatis redintegratio UR 4). Al tiempo que reafirmo esa recomendación tan importante, exhorto a todos a superar los prejuicios y a tomar una actitud de viva caridad y sincera estima, insistiendo en los elementos de unidad, más que en los de división, pero quedando a salvo la defensa de la entera herencia transmitida por los Apóstoles.

Es necesario, además, cultivar el diálogo para lograr un mejor conocimiento mutuo. Si se realiza entre expertos adecuadamente formados (cf. Ut unum sint UUS 81), puede favorecer un crecimiento de la estima y la comprensión recíprocas entre las diversas Iglesias y comuniones y "una mayor colaboración en aquellas obligaciones en pro del bien común exigidas por toda conciencia cristiana" (Unitatis redintegratio UR 4).

En la base del diálogo y de cualquier otra iniciativa ecuménica debe estar una disposición leal y coherente a reconocer las manifestaciones de la gracia en los hermanos que aún no están en plena comunión con nosotros. Como dice el Concilio, "es necesario que los católicos reconozcan con gozo y aprecien los bienes verdaderamente cristianos, procedentes del patrimonio común, que se encuentran en nuestros hermanos separados" (ib.). Con todo, "en este valiente camino hacia la unidad, la claridad y prudencia de la fe nos llevan a evitar el falso irenismo y el desinterés por las normas de la Iglesia" (Ut unum sint UUS 79). Descubrir y reconocer el bien, la virtud, la aspiración a una gracia cada vez mayor, presentes en las demás Iglesias, sirve también para nuestra edificación.

4. El ecumenismo, para ser auténtico y fecundo exige, además, de parte de los fieles católicos algunas disposiciones fundamentales. Ante todo, la caridad, con una mirada llena de simpatía y un vivo deseo de cooperar, donde sea posible con los hermanos de las demás Iglesias o comunidades eclesiales. En segundo lugar, la fidelidad a la Iglesia católica, sin desconocer ni negar las faltas manifestadas por el comportamiento de algunos de sus miembros. En tercer lugar, el espíritu de discernimiento, para apreciar lo que es bueno y digno de elogio.

Por último, se requiere una sincera voluntad de purificación y renovación, tanto mediante el esfuerzo personal orientado a la perfección cristiana, como contribuyendo, "cada uno según su condición, a que la Iglesia, que lleva en su cuerpo la humildad y mortificación de Jesús (cf. 2Co 4,10 Ph 2,5-8), se purifique y se renueve cada día más, hasta que Cristo se la presente a sí mismo gloriosa, sin mancha ni arruga (cf. Ep 5,27)" (Unitatis redintegratio UR 4).

5. No se trata de una perspectiva utópica: su realización puede y debe llevarla a cabo cada persona, día tras día, siglo tras siglo, cualquiera que sea la duración de la historia y la variedad de sus vicisitudes, en gran parte imprevisibles. En esta perspectiva se mueve el ecumenismo, que por ello se sitúa en un marco más amplio que el del problema de la adhesión individual a la Iglesia católica por parte de las personas procedentes de otras comunidades cristianas, cuya preparación y reconciliación no están en contraste con la iniciativa ecuménica, dado que "ambas proceden del designio admirable de Dios" (ib.).

Concluimos, por tanto, esta catequesis deseando y exhortando a todos, en la Iglesia, a conservar la unidad en las cosas necesarias y gozar de la justa libertad de búsqueda, de diálogo, de confrontación y de colaboración con los que confiesan que Jesucristo es el Señor. Todos hemos de practicar siempre la caridad, la cual sigue siendo la mejor manifestación de la voluntad de perfeccionar la expresión histórica de la unidad y de la catolicidad de la Iglesia.

Saludos

52 Amadísimos hermanos y hermanas:

Me es grato saludar a todas las personas de lengua española que participan en esta audiencia, especialmente a los participantes en el 5º Curso internacional de preparación para formadores de Seminarios y a los peregrinos mexicanos.

De España, saludo a la peregrinación de la Familia Filipense y a la de Cartagena, a la Escolanía de Guriezo, así como a los grupos parroquiales de Nueva Carreya (Córdoba), Liria (Valencia) y Consuegra y Ajofrín, de Toledo.

A todos os imparto con afecto la bendición apostólica.





Agosto de 1995

Miércoles 2 de agosto de 1995

La acción ecuménica

(Lectura:
capítulo 1 de la primera carta de san Juan, versículos 7-9)

1. En la catequesis anterior hemos subrayado el hecho de que el concilio Vaticano II señala la oración como la tarea ineludible y principal de los cristianos que quieren comprometerse verdaderamente en favor de la realización plena de la unidad deseada por Cristo. El Concilio añade que el movimiento ecuménico "atañe a la Iglesia entera, tanto a los fieles como a los pastores", cada uno según su propia capacidad, ya sea en la vida cristiana diaria, ya en las investigaciones teológicas e históricas (cf. Unitatis redintegratio UR 5). Esto significa que la responsabilidad en ese ámbito puede y debe considerarse en varios niveles. Corresponde a todos los cristianos, pero, como resulta muy comprensible, compromete de modo muy especial a algunos, por ejemplo los teólogos y los historiadores. Hace ya diez años afirmé que "hay que demostrar en cada cosa la diligencia de salir al encuentro de lo que nuestros hermanos cristianos, legítimamente, desean y esperan de nosotros conociendo su modo de pensar y su sensibilidad.(...) Es preciso que los dones de cada uno se desarrollen para utilidad y beneficio de todos" (Discurso a la Curia romana, 28 de junio de 1985, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 14 de julio de 1985, p. 23).

2. Podemos enumerar las pistas principales que el Concilio propone que sigamos en la acción ecuménica. Recuerda, ante todo, la necesidad de una renovación constante: "La Iglesia, peregrina en este mundo ?afirma?, es llamada por Cristo a esta reforma permanente de la que ella, como institución terrena y humana, necesita continuamente" (Unitatis redintegratio UR 6). Es una reforma que concierne tanto a las costumbres como a la disciplina. Se puede añadir que esa necesidad proviene de lo alto, o sea, de la misma voluntad divina que pone a la Iglesia en estado de desarrollo permanente. Esto implica que debe adaptarse a las circunstancias históricas, pero también y sobre todo, que ha de progresar en el cumplimiento de su vocación como respuesta cada vez más adecuada a las exigencias del plan salvífico de Dios.

53 Otro punto fundamental es el compromiso de la Iglesia de tomar conciencia de las faltas y los defectos que, a causa de la fragilidad humana, afectan a sus miembros que peregrinan a lo largo de la historia. Esto vale de manera especial para las faltas que, también por parte de los católicos, se han cometido contra la unidad. No hay que olvidar la advertencia de san Juan: "Si decimos: 'No hemos pecado', le hacemos mentiroso y su palabra no está en nosotros" (1Jn 1,10). Precisamente refiriéndose a esta advertencia, el Concilio exhorta: "Humildemente, por tanto, pedimos perdón a Dios y a los hermanos separados, así como nosotros perdonamos a quienes nos hayan ofendido" (Unitatis redintegratio UR 7).

En este camino tiene gran importancia la purificación de la memoria histórica, porque a cada uno debe convertirse más radicalmente al Evangelio y, sin perder nunca de vista el designio de Dios, debe cambiar su mirada" (Ut unum sint UUS 15).

3. Conviene recordar, además, que la concordia con los hermanos de las otras Iglesias y comunidades eclesiales, así como con el prójimo en general, estriba en la determinación de llevar una vida más conforme con Cristo. Así pues, la santidad de vida, asegurada por la unión con Dios mediante la gracia del Espíritu, posibilitará y hará progresar también la unión de todos los discípulos de Cristo, puesto que la unidad es un don que proviene de lo alto.

Junto con la conversión del corazón y la santidad de vida, forman parte de la acción ecuménica también las "oraciones privadas y públicas por la unidad de los cristianos", que suelen promoverse en diversas circunstancias y, especialmente, con ocasión de encuentros ecuménicos. Son tanto más necesarias cuanto más se constatan las dificultades a lo largo del camino hacia la unidad plena y visible. Se comprende así que sólo con la gracia divina puede alcanzarse un progreso real hacia la unidad que quiere Cristo. Por eso, merece alabanza cualquier ocasión que permita a los discípulos de Cristo reunirse para pedir a Dios el don de la unidad.

El Concilio declara que esto no sólo es licito sino también deseable (cf. Unitatis redintegratio UR 8). El comportamiento concreto que hay que tener en las diversas circunstancias ?de lugar, de tiempo y de personas? ha de decidirse en sintonía con el obispo local, en el contexto de las normas dadas por las Conferencias episcopales y por la Santa Sede (cf. ib.; Directorio ecuménico, 28-34).

4. Con especial esmero habrá que tratar de conocer mejor los estados de ánimo y las posiciones doctrinales, espirituales y litúrgicas de los hermanos de las otras Iglesias o comunidades eclesiales. Ayudan mucho a conseguir este conocimiento las reuniones de ambas partes, principalmente para discutir cuestiones teológicas, en un nivel de igualdad, siempre que los que participan en ellas, bajo la vigilancia de los prelados, sean verdaderamente expertos" (Unitatis redintegratio UR 9).

Esas reuniones de estudio deben estar animadas por el deseo de poner en común los bienes del Espíritu y del conocimiento para un intercambio efectivo de dones a la luz de la verdad de Cristo y con el ánimo bien dispuesto (cf. ib.). Una metodología animada por el amor a la verdad en la caridad exige a todos los participantes un triple compromiso: exponer bien la propia posición, esforzarse por comprender a los demás y buscar los puntos de concordia.

También con vistas a esas formas de acción ecuménica, el Concilio recomiendan da que la enseñanza de la teología y de las otras disciplinas, especialmente históricas, se haga "bajo un punto de vista ecuménico" (Unitatis redintegratio UR 10). Esa enseñanza evitará el estilo polémico y tenderá, en cambio, a mostrar las convergencias y las divergencias que existen entre las diversas partes en el modo de aceptar y presentar las verdades de la fe. Es evidente que, si la metodología ecuménica que se sigue en la obra de formación se basa en una adhesión sincera a la Iglesia, no sufrirá menoscabo la firmeza en la fe definida.

5. En esa misma base deberán apoyarse las modalidades del diálogo. En él la doctrina católica ha de exponerse con claridad en su integridad: "No hay nada tan ajeno al ecumenismo como ese falso irenismo que daña la pureza de la doctrina católica y oscurece su sentido genuino y cierto" (Unitatis redintegratio UR 11).

Así pues, los teólogos han de esforzarse por explicar la fe católica con profundidad y exactitud. Deben proceder "con amor a la verdad, caridad y humildad". Además, al comparar las doctrinas, han de recordar ?como recomienda el Concilio? "que existe un orden o 'jerarquía' de las verdades de la doctrina católica, puesto que es diversa su conexión con el fundamento de la fe cristiana" (ib.). Sobre este punto tan importante deberán estar bien preparados y ser capaces de discernir la referencia que las diferentes tesis y los mismos artículos del Credo tienen con las dos verdades fundamentales del cristianismo: la Trinidad y la encarnación del Verbo Hijo de Dios "propter nos homines et propter nostram salutem". Los teólogos católicos no pueden tomar caminos que contrasten con la fe apostólica, enseñada por los Padres y reafirmada por los concilios. Deberán partir siempre de la aceptación humilde y sincera de la exhortación repetida por el Concilio precisamente a propósito del diálogo ecuménico: "Todos los cristianos, ante todas las gentes, han de profesar su fe en Dios uno y trino, en el Hijo de Dios encarnado, Redentor y Señor nuestro" (Unitatis redintegratio UR 12).

Saludos

54 Queridos hermanos y hermanas:

Saludo con afecto a los visitantes de lengua española.

En especial: a la Milicia de la Inmaculada de Paraguay, y al grupo de jóvenes quinceañeras de México, así como a los otros peregrinos mexicanos y de Puerto Rico.

De España, doy mi bienvenida a la parroquia de Mota del Cuervo y a los peregrinos de Barcelona.

A todos deseo que vuestra visita a Roma os sirva para reavivar vuestra fe como hijos de Dios y miembros de la Iglesia; os imparto de corazón mi bendición apostólica.




Audiencias 1995 46