Audiencias 1995 54

Miércoles 9 de agosto de 1995

El ecumenismo en las relaciones con la Iglesias orientales

(Lectura:
capítulo 13 de la primera carta del Apóstol san Pablo
a los Corintios, versículos 4-7) 1Co 13,4-7

1. Con respecto al ecumenismo, es particularmente importante lo que afirma el concilio Vaticano II a propósito de las relaciones entre las Iglesias orientales ortodoxas y la Iglesia católica, es decir, que la actual separación no puede hacer olvidar el largo camino recorrido juntas, manteniendo la fidelidad al patrimonio apostólico común. "Las Iglesias de Oriente y Occidente, durante muchos siglos, siguieron su propio camino, unidas, sin embargo, por la comunión fraterna de fe y vida sacramental, siendo la Sede romana, con el consentimiento común, la que moderaba cuando surgían disensiones entre ellas en materia de fe o de disciplina" (Unitatis redintegratio UR 14). Durante ese período histórico, las Iglesias orientales tenían su modo propio de celebrar y expresar el misterio de la fe común, así como de seguir la disciplina. Esas diferencias legítimas no impedían aceptar el ministerio confiado a Pedro y a sus sucesores.

55 2. Durante el camino recorrido juntos, Occidente recibió mucho de Oriente en el campo de la liturgia, la tradición espiritual y el orden jurídico. Además, "los dogmas fundamentales de la fe cristiana sobre la Trinidad y el Verbo de Dios, encarnado de la Virgen María, fueron definidos en concilios ecuménicos celebrados en Oriente" (ib.). El desarrollo doctrinal que se produjo en Oriente durante los primeros siglos fue decisivo para la formulación de la fe universal de la Iglesia. Deseo recordar aquí, con profunda veneración, la doctrina definida por algunos concilios ecuménicos de los primeros siglos: la consustancialidad del Hijo con el Padre, en Nicea, el año 325; la divinidad del Espíritu Santo, en el primer concilio de Constantinopla, celebrado en el año 381, la maternidad divina de María, en Éfeso, el año 431; y la unidad de persona y la dualidad de naturalezas en Cristo, en Calcedonia, el año 451. De esa aportación fundamental y definitiva para la fe cristiana debe partir el desarrollo temático que permite descubrir cada vez mejor la "inescrutable riqueza" del misterio de Cristo (cf. Ep 3,8).

El concilio Vaticano II no quiso volver a analizar las circunstancias de la separación, ni tampoco valorar los reproches mutuos. Sólo hace notar que la idéntica herencia recibida de los Apóstoles se desarrolló de modo diverso en Oriente y Occidente, "a causa tanto de la diversidad de mentalidad como de las condiciones de vida" (Unitatis redintegratio UR 14). Eso creó dificultades que, "además de las causas externas, por falta también de mutua comprensión y caridad, dieron ocasión a las separaciones" (ib.). El recuerdo de las páginas dolorosas del pasado, en lugar de encerrarnos en una jaula de recriminaciones y polémicas, debe estimularnos a la comprensión recíproca y a la caridad, tanto en la actualidad como en el futuro.

3. A este respecto deseo subrayar el gran aprecio que el Concilio muestra por los tesoros espirituales del Oriente cristiano, comenzando por los relacionados con la sagrada liturgia. Las Iglesias orientales realizan las ceremonias litúrgicas con mucho amor. Eso vale de modo particular para la celebración eucarística, en la que todos estamos llamados a descubrir cada vez mejor la "fuente de la vida de la Iglesia y prenda de la gloria futura" (ib., 15). En ella "los fieles unidos al obispo, al tener acceso al Dios Padre por medio de su Hijo, el Verbo encarnado, que padeció y fue glorificado, en la efusión del Espíritu Santo, consiguen la comunión con la santísima Trinidad, hechos "partícipes de la naturaleza divina" (2P 1,4). Así pues, por la celebración de la eucaristía del Señor en cada una de estas Iglesias se edifica y crece la Iglesia de Dios" (ib.).

El decreto sobre el ecumenismo recuerda además, la devoción de los orientales a María, la siempre Virgen, Madre de Dios, a quien ensalzan con espléndidos himnos. El culto dedicado a la Theotókos manifiesta la importancia esencial de María en la obra de la redención e ilumina también el sentido y el valor de la veneración que se tributa a los santos. Por último, el decreto menciona las tradiciones espirituales y, especialmente, las de la vida monástica, afirmando que de esta fuente "procede la institución religiosa de los latinos, y que más tarde recibió también nuevo vigor" (ib.).

La contribución de Oriente a la vida de la Iglesia de Cristo fue y sigue siendo muy importante. Por eso el Concilio exhorta a los católicos a tomar conciencia de que "conocer, venerar, conservar y fomentar el riquísimo patrimonio litúrgico y espiritual de los orientales es de la máxima importancia para conservar fielmente la plenitud de la tradición cristiana y para lograr la reconciliación de los cristianos orientales y occidentales" (ib.). En particular, los católicos están invitados a "acercarse con mayor frecuencia a estas riquezas espirituales de los Padres orientales", en la tradición de una espiritualidad que "eleva a todo el hombre a la contemplación de lo divino" (ib.).

4. Por lo que concierne a los aspectos de la intercomunión, el reciente Directorio ecuménico confirma y especifica lo que ya había afirmado el Concilio, o sea, que cierta intercomunión es posible, puesto que las Iglesias orientales tienen verdaderos sacramentos, sobre todo el sacerdocio y la Eucaristía.

Se han dado indicaciones específicas sobre ese Punto delicado según las cuales todo católico, al que le resulte imposible encontrar un sacerdote católico, puede recibir del ministro de una Iglesia oriental los sacramentos de la penitencia, la Eucaristía y la unción de los enfermos (Directorio 123). Recíprocamente los ministros católicos pueden lícitamente administrar los sacramentos de la penitencia, la Eucaristía y la unción de los enfermos a los cristianos orientales que los pidan. Ahora bien, se debe evitar toda forma de acción pastoral que no respete plenamente la dignidad y la libertad de las conciencias (Directorio, 125). También para otros casos específicos se han previsto y determinado formas de comunicación en las cosas sagradas, en situaciones particulares concretas.

En este contexto, quiero enviar un saludo cordial a las Iglesias orientales que viven en comunión plena con el Obispo de Roma aun conservando sus antiguas tradiciones litúrgicas, disciplinares y espirituales. Dan un testimonio particular en favor de la diversidad en la unidad, que contribuye a la belleza de la Iglesia de Cristo. Hoy, más que nunca, se les encomienda la misión de servir a la unidad querida por Cristo para su Iglesia, participando "en el diálogo de la caridad y en el diálogo teológico, tanto a nivel local como universal, contribuyendo así a la recíproca comprensión y a una búsqueda dinámica de la plena unidad" (Ut unum sint UUS 60).

5. Según el Concilio, "Las Iglesias de Oriente, recordando la necesaria unidad de la Iglesia entera, tienen la facultad de regirse según sus propias disciplinas" (Unitatis redintegratio UR 16). Existe también una diversidad legítima en la transmisión de la única doctrina recibida de los Apóstoles. A menudo, las diferentes fórmulas teológicas de Oriente y Occidente en vez de oponerse, se complementan. El Concilio, asimismo, hace notar que las auténticas tradiciones teológicas de los orientales están arraigadas de modo manifiesto en las sagradas Escrituras" (ib., 17).

Debemos, pues, aprender cada vez más lo que el Concilio enseña y recomienda sobre el respeto a las Iglesias orientales en sus usos, en sus costumbres y en sus tradiciones espirituales. Hay que tratar de tener con ellas relaciones de sincera caridad y de colaboración fructífera, en plena fidelidad a la verdad. No podemos menos de compartir y repetir el anhelo de que "crezca la colaboración fraterna con ellos en el espíritu de la caridad, dejando a un lado todo ánimo de controversia y de emulación" (ib., 18). Sí; que el Señor conceda verdaderamente esto, como don de su amor a la Iglesia de nuestro tiempo.

Saludos

56 Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo ahora con todo afecto a los peregrinos y visitantes de lengua española. En particular a los grupos parroquiales de Barcelona, Gerona, Huelva, Zumárraga, Elgueta y Granollers, así como al Grupo Cultural San Nicolás, de Yecla, y al Grupo de Bailes Populares de Tabernes de Valldigna. También a los peregrinos de la Arquidiócesis de Puerto Rico.

A todos deseo que la estancia en la Ciudad Eterna sea un momento de gracia en vuestras vacaciones.

Al agradeceros vuestra visita, os imparto de corazón la bendición apostólica.




Castelgandolfo, miércoles 16 de agosto de 1995



Queridísimos hermanos y hermanas:

Gracias por vuestra visita. En este día que, en cierto sentido, prolonga la experiencia de la fiesta de la Asunción de la Virgen, me alegra acogeros y dirijo a todos un saludo cordial. La imagen de la Asunción esplendente de la luz pascual de Cristo lleva a considerar a la persona humana en su auténtica verdad y belleza, según el designio originario de Dios.

¡Miremos a María, queridísimos hermanos! La Madre de Cristo, ya resucitada y partícipe de la vida eterna en él, protege a sus hijos desde lo alto. En María asunta al cielo vemos la realidad de nuestra vida presente y cuál es la suerte que se nos ha preparado en el designio de la salvación divina.

Que estos días, para muchos de distensión y necesario descanso, nos ayuden a profundizar esas verdades, que dan sentido auténtico a nuestra existencia cotidiana. En efecto, tenemos mucha necesidad de ofrecer ocasión de reflexión y de oración a la vida. Y éste es un tiempo ciertamente muy propicio para dar ese alimento al espíritu.

Queridísimos hermanos y hermanas: Pensar en María y ver entre nosotros a muchos jóvenes me llevan con la mente a Loreto. Se desarrollará, dentro de menos de un mes, en la Santa Casa, una gran peregrinación de los jóvenes de Europa, que constituirá una etapa importante en el camino de preparación al gran jubileo del año 2000. Nos reuniremos, prolongando idealmente el clima de las Jornadas mundiales de la juventud.

Invito en particular a los jóvenes a prepararse interiormente a las celebraciones del sábado 9 y domingo 10 de septiembre próximo y espero que serán verdaderamente numerosos los que tengan la posibilidad de tomar parte en tan significativa cita.

57 A todos una bendición especial.
* * *


Saludos

Un saludo cordial para los queridos hermanos y hermanas de lengua española en este día en que se prolonga, en cierto sentido, la fiesta de la Asunción de la Virgen. María asunta al cielo, llena de la luz pascual de Cristo, nos invita a considerar a la persona humana en su auténtica verdad y belleza.

Especialmente invito a los jóvenes a que contemplen a la Virgen María y se preparen para la peregrinación de jóvenes europeos, que se celebrará en Loreto el mes próximo como preparación para el Jubileo del 2000.

A todos os imparto con afecto la Bendición Apostólica.





Miércoles 23 de agosto de 1995

Ecumenismo e Iglesias separadas en Occidente

(Lectura:
capítulo 5 de la carta del Apóstol san Pablo
a los Romanos, versículos 1-5) Rm 5,1-5

58 1. En el ámbito del actual esfuerzo ecuménico, queremos dirigir hoy nuestra mirada a las numerosas comunidades eclesiales surgidas en Occidente, desde el período de la Reforma en adelante. El concilio Vaticano II nos recuerda que esas comunidades eclesiales "confiesan públicamente a Jesucristo como Dios y Señor, y único mediador entre Dios y los hombres, para gloria del único Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo" (Unitatis redintegratio UR 20). El reconocimiento de la divinidad de Cristo y la profesión de fe en la Trinidad constituyen una base segura para el diálogo, aun teniendo en cuenta, como observa el mismo Concilio, las "graves discrepancias con la doctrina de la Iglesia católica, incluso sobre Cristo, Verbo de Dios encarnado, y sobre la obra de la redención, y, por consiguiente, sobre el misterio y ministerio de la Iglesia y la función de María en la obra de salvación" (ib.).

Por lo demás, se observan diferencias notables entre las mismas comunidades eclesiales que hemos recordado ahora hasta tal punto que "por la diversidad de su origen, doctrina y vida espiritual es muy difícil describirlas" (ib., 19). Más aún, dentro de una misma comunión, es frecuente encontrar corrientes doctrinales discordantes entre sí, con divergencias que afectan también a la sustancia de la fe. Sin embargo, estas dificultades hacen más necesaria aún la búsqueda perseverante del diálogo.

2. Otro elemento significativo que no deja de alimentar el diálogo ecuménico es "el amor, la veneración y casi culto a la sagradas Escrituras", que impulsan a estos hermanos nuestros "al estudio constante y diligente de la Biblia" (ib. 21). En efecto, aquí se ofrece a cada uno la posibilidad de conocer y adherirse a Cristo, "fuente y centro de comunión eclesiástica. Movidos por el deseo de la unión con Cristo, se sienten impulsados a buscar más y más la unidad y también a dar testimonio de su fe ante los pueblos en todo el mundo" (ib., 20).

No podemos menos de admirarlos por su actitud espiritual, que es la base, entre otras cosas, de logros preciosos en la investigación en el campo bíblico. Al mismo tiempo, sin embargo, debemos reconocer que existen serias divergencias acerca de la comprensión de la relación entre las sagradas Escrituras, la Tradición y el Magisterio auténtico de la Iglesia. De este último, en particular, niegan su autoridad decisiva para exponer el sentido de la palabra de Dios, así como para sacar de ella enseñanzas éticas destinadas a la vida cristiana (cf. carta encíclica Ut unum sint UUS 69). De todos modos, esta actitud diferente con respecto a la revelación y a las verdades que se fundan en ella no debe impedir, sino más bien estimular el compromiso común en favor del diálogo ecuménico.

3. El bautismo, que compartimos con estos hermanos nuestros, constituye "un vínculo sacramental de unidad, vigente entre los que han sido regenerados por él" (Unitatis redintegratio UR 22). Todo bautizado está incorporado a Cristo crucificado y glorificado, y es regenerado para participar en la vida divina. Pero es sabido que el bautismo "por sí mismo es sólo un principio y un comienzo" de la vida nueva, puesto que está ordenado "a la profesión íntegra de la fe, a la incorporación plena en la economía de la salvación, como el mismo Cristo quiso, y finalmente a la incorporación íntegra en la comunión eucarística" (ib.).

Efectivamente, en la lógica del bautismo se encuentran el orden y la Eucaristía. Estos dos sacramentos faltan a quienes, precisamente a causa de la ausencia del sacerdocio, "no han conservado la sustancia genuina e integra del Misterio eucarístico" (ib.), en torno al cual se edifica la comunidad nueva de los creyentes. De todas formas, es preciso añadir que las comunidades posteriores a la Reforma, "conmemoran en la santa Cena la muerte y resurrección del Señor, profesan que en la comunión de Cristo se significa la vida, y esperan su venida gloriosa" (ib.), elementos éstos que se acercan a la doctrina católica.

Sobre todos estos puntos de fundamental importancia es particularmente necesario proseguir el diálogo teológico, alentados por los pasos significativos que ya se han dado en la dirección justa.

4. En efecto, numerosos encuentros de estudio se han celebrado durante estos años con representantes cualificados de las diversas comunidades eclesiales posteriores a la Reforma. Los resultados han sido recogidos en documentos de gran interés, que han abierto perspectivas nuevas y a la vez, han permitido comprender la necesidad de sondear más a fondo algunos temas (cf. Ut unum sint UUS 70). Con todo, es necesario reconocer que la amplia variedad doctrinal existente en estas comunidades hace muy difícil, en su seno, la plena aceptación de los resultados conseguidos.

Es preciso proseguir con constancia y respeto por el camino de la confrontación fraterna, apoyándose, sobre todo, en la oración. "Precisamente porque la búsqueda de la unidad plena exige confrontar la fe entre creyentes que tienen un único Señor, la oración es la fuente que ilumina la verdad que se ha de acoger enteramente" (ib.).

5. El camino que queda por recorrer es aún largo. Hay que proseguir con fe y valentía, sin ligereza ni imprudencia. El conocimiento recíproco y las convergencias doctrinales alcanzadas han tenido como consecuencia un consolador crecimiento afectivo y efectivo en la comunión. Pero no hay que olvidar que "el fin último del movimiento ecuménico es el restablecimiento de la plena unidad visible de todos los bautizados" (ib.77). Confortados por los resultados ya logrados los cristianos deben redoblar su esfuerzo.

A pesar de las dificultades antiguas y nuevas que obstaculizan el camino ecuménico, ponemos nuestra esperanza inquebrantable "en la oración de Cristo por la Iglesia, en el amor del Padre para con nosotros y en el poder del Espíritu Santo" (Unitatis redintegratio UR 24), convencidos, con san Pablo, de que "la esperanza no falla porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5,5).

Saludos

59 Queridos hermanos y hermanas:

Deseo saludar ahora a los visitantes de lengua española; de modo particular, a los religiosos y religiosas. Saludo también a los grupos españoles, especialmente a los Ingenieros industriales de Bizkaia.

Doy mi bienvenida al Coro polifónico de Panamá, así como a los peregrinos mexicanos y de Venezuela.

Os invito a todos a trabajar y rezar por el movimiento ecuménico.

Con todo afecto os imparto mi bendición apostólica.



Miércoles de 30 de agosto 1995

La unidad vence las divisiones

(Lectura:
segunda carta del Apóstol san Pablo a los corintios,
capítulo 13, versículos 11 y 13) 2Co 13,11 2Co 13,13

1. Frente a las actuales divisiones de los cristianos, podríamos tener la tentación de considerar que no existe la unidad de la Iglesia de Cristo, o que sigue siendo sólo un hermoso ideal hacia el que hay que tender, pero que únicamente se realizará en la escatología. Sin embargo, la fe nos dice que la unidad de la Iglesia no es solamente una esperanza del futuro, ya existe. Jesucristo no rezó en vano por ella. Con todo, la unidad no ha alcanzado aún su realización visible en los cristianos sino que, como es sabido, ha sufrido a lo largo de los siglos diversas dificultades y pruebas.

60 Del mismo modo, hay que decir que la Iglesia es santa, pero su santidad requiere un proceso continuo de conversión y renovación por parte de cada fiel y de las comunidades. Aquí se inserta también la humilde petición de perdón por las culpas cometidas. Más aún: la Iglesia es católica, pero su dimensión universal debe manifestarse cada vez más gracias a la actividad misionera, a la inculturación de la fe y al esfuerzo ecuménico guiado por el Espíritu Santo, hasta la completa realización de la llamada divina a la fe en Cristo.

2. El problema del ecumenismo no consiste, por tanto, en crear de la nada una unidad que aún no existe, sino en vivir plena y fielmente, bajo la acción del Espíritu Santo, la unidad en la que Cristo fundó a su Iglesia. Se aclara así el verdadero sentido de la oración por la unidad y de los esfuerzos realizados para lograr la comprensión entre los cristianos (cf. carta encíclica Ut unum sint
UUS 21). No se trata simplemente de que se reúnan personas de buena voluntad para establecer acuerdos. Es necesario, más bien, acoger plenamente la unidad querida por Cristo y donada continuamente por el Espíritu. No se puede llegar a ella simplemente con convergencias concordadas desde la base. Por el contrario, es preciso que cada uno se abra para acoger sinceramente el impulso que viene de lo alto, siguiendo con docilidad la acción del Espíritu, que quiere reunir a los hombres en "un solo rebaño", bajo "un solo pastor" (cf. Jn 10,16), Cristo Señor.

3. Así pues, la unidad de la Iglesia ha de considerarse sobre todo como un don que viene de lo alto. La Iglesia pueblo de los redimidos, tiene una estructura singular, que se diferencia de la que regula las sociedades humanas. Estas, una vez que alcanzan la madurez necesaria a través de procesos propios, se dan a sí mismas una autoridad para que las gobierne y trate de asegurar la contribución de todos al bien común.

La Iglesia, por el contrario, recibe su institución y su estructura de su fundador, Jesucristo, Hijo de Dios encarnado. Él la edificó con su propia autoridad, eligiendo a doce hombres, que constituyó apóstoles, es decir, enviados, para que en su nombre continuaran su obra. Entre esos Doce, eligió a uno, el apóstol Pedro, a quien dijo: "Simón (...), yo he rogado por ti. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos" (Lc 22,31-32).

Pedro es, pues, uno de los Doce, con las mismas tareas de los otros Apóstoles. Sin embargo, a él Cristo quiso confiarle otra tarea más: la de confirmar a sus hermanos en la fe y en la solicitud de la caridad recíproca. El ministerio del Sucesor de Pedro es un don que Cristo hizo a su Esposa, para que en todos los tiempos se conserve y promueva la unidad de todo el pueblo de Dios. Por ello el Obispo de Roma es el servus servorum Dei, constituido por Dios como "principio y fundamento perpetuo y visible de unidad" (Lumen gentium LG 23 cf. Ut unum sint UUS 88-96).

4. La unidad de la Iglesia sólo se manifestará plenamente cuando los cristianos hagan suya la voluntad de Cristo, acogiendo, entre los dones de gracia, también la autoridad que él dio a los Apóstoles, la misma que hoy ejercen los obispos, sus sucesores, en comunión con el ministerio del Obispo de Roma, Sucesor de Pedro. Alrededor de este "cenáculo de apostolicidad", de institución divina está llamada a realizarse de modo visible, mediante la fuerza del Espíritu Santo, la misma unidad de todos los fieles en Cristo, por la que él oró intensamente.

No estaría en conformidad con la Escritura y la Tradición pensar para la Iglesia un tipo de autoridad según el modelo de los ordenamientos políticos que se han desarrollado a lo largo de la historia de la humanidad. Al contrario, según el pensamiento y el ejemplo de su Fundador, a los que son llamados para formar parte del colegio apostólico, se le pide servir, precisamente como Cristo que en el cenáculo comenzó la última cena lavando los pies a los Apóstoles. "El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida" (Mc 10,45). ¡Servir al pueblo de Dios para que todos sean un solo corazón y una sola alma!

5. Ésta es la base de la estructura de la Iglesia. Pero la historia nos recuerda que en la memoria de los cristianos de las otras Iglesias y comunidades eclesiales este ministerio ha dejado algunos recuerdos dolorosos, que hay que purificar. La debilidad humana de Pedro (cf. Mt 16,23), de Pablo (cf. 2Co 12,9-10) y de los Apóstoles pone de relieve el valor de la misericordia de Dios y del poder de su gracia. En efecto, las tradiciones evangélicas nos enseñan que precisamente este poder de gracia transforma a los llamados a seguir al Señor y los hace uno en él.

El ministerio de Pedro y de sus sucesores, dentro del colegio de los Apóstoles y de sus sucesores, es "un ministerio de misericordia nacido de un acto de misericordia de Cristo" (Ut unum sint UUS 93).

El buen Pastor quiso que toda la grey, que había adquirido mediante su sacrificio, escuchara a lo largo de los siglos su voz de verdad. Por esa razón encomendó a los Once, con Pedro a la cabeza, y a sus sucesores, la misión de velar como centinelas, para que en cada una de las Iglesias particulares confiadas a ellos se encarne la una, sancta, catholica et apostolica Ecclesia. Por tanto en la comunión de los pastores con el Obispo de Roma se da el testimonio de la verdad, que es también servicio a la unidad, en el que el ministerio del Sucesor de Pedro ocupa un puesto muy particular.

6. En los albores del nuevo milenio ¿cómo no invocar para todos los cristianos la gracia de la unidad que el Señor Jesús les obtuvo a un precio tan alto? La unidad de la fe, en la adhesión a la verdad revelada; la unidad de la esperanza, en el camino hacia la realización del reino de Dios; y la unidad de la caridad, con sus múltiples formas y aplicaciones en todos los campos de la vida humana. En esta unidad todos los conflictos pueden encontrar solución y todos los cristianos divididos, su reconciliación, para alcanzar la meta de la comunión plena y visible.

61 "Si nos preguntáramos si todo esto es posible, la respuesta sería siempre: sí. La misma respuesta que escuchó María de Nazaret, porque para Dios nada hay imposible" (ib., 102). Al concluir este ciclo de catequesis me viene a la memoria la exhortación del apóstol Pablo: "Hermanos, alegraos; sed perfectos; animaos, tened un mismo sentir, vivid en paz, y el Dios de la caridad y de la paz estará con vosotros (... ). La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros" (2Co 13,11 2Co 13,13). Amén.

Saludos

Queridos hermanos y hermanas:

Deseo ahora saludar cordialmente a los peregrinos de América Latina y de España; de modo particular, la parroquia de la Resurrección de Gijón, con ocasión de las Bodas de Plata de su erección.

Saludo igualmente a los numerosos latinoamericanos, particularmente de México y Venezuela.

Al visitar la tumba de san Pedro, os invito a pedir por la unidad de todos los cristianos.

Con afecto os imparto mi bendición apostólica.



Septiembre de 1995

Miércoles 6 de septiembre de 1995

Presencia de María en el origen de la Iglesia

(Lectura:
62 capítulo primero del libro de los Hechos de los Apóstoles,
versículos 13-14)
Ac 1,13-14

1. Después de haberme dedicado en las anteriores catequesis a profundizar la identidad y la misión de la Iglesia, siento ahora la necesidad de dirigir la mirada hacia la santísima Virgen, que vivió perfectamente la santidad y constituye su modelo.

Es lo mismo que hicieron los padres del concilio Vaticano II: después de haber expuesto la doctrina sobre la realidad histórico-salvífica del pueblo de Dios, quisieron completarla con la ilustración del papel de María en la obra de la salvación. En efecto, el capítulo VIII de la constitución conciliar Lumen gentium tiene como finalidad no sólo subrayar el valor eclesiológico de la doctrina mariana, sino también iluminar la contribución que la figura de la santísima Virgen ofrece a la comprensión del misterio de la Iglesia.

2. Antes de exponer el itinerario mariano del Concilio, deseo dirigir una mirada contemplativa a María, tal como, en el origen de la Iglesia, la describen los Hechos de los Apóstoles. San Lucas, al comienzo de este escrito neotestamentario que presenta la vida de la primera comunidad cristiana, después de haber recordado uno por uno los nombres de los Apóstoles (Ac 1,13), afirma: "Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos" (Ac 1,14).

En este cuadro destaca la persona de María, la única a quien se recuerda con su propio nombre, además de los Apóstoles. Ella representa un rostro de la Iglesia diferente y complementario con respecto al ministerial o jerárquico.

3. En efecto, la frase de Lucas se refiere a la presencia, en el cenáculo, de algunas mujeres, manifestando así la importancia de la contribución femenina en la vida de la Iglesia, ya desde los primeros tiempos. Esta presencia se pone en relación directa con la perseverancia de la comunidad en la oración y con la concordia. Estos rasgos expresan perfectamente dos aspectos fundamentales de la contribución específica de las mujeres a la vida eclesial. Los hombres, más propensos a la actividad externa, necesitan la ayuda de las mujeres para volver a las relaciones personales y progresar en la unión de los corazones.

"Bendita tú entre las mujeres" (Lc 1,42), María cumple de modo eminente esta misión femenina. ¿Quién, mejor que María, impulsa en todos los creyentes la perseverancia en la oración? ¿Quién promueve, mejor que ella, la concordia y el amor?

Reconociendo la misión pastoral que Jesús había confiado a los Once, las mujeres del cenáculo, con María en medio de ellas, se unen a su oración y, al mismo tiempo, testimonian la presencia en la Iglesia de personas que, aunque no hayan recibido una misión, son igualmente miembros, con pleno título, de la comunidad congregada en la fe en Cristo.

4. La presencia de María en la comunidad, que orando espera la efusión del Espíritu (cf. Ac 1,14), evoca el papel que desempeñó en la encarnación del Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo (cf. Lc 1,35). El papel de la Virgen en esa fase inicial y el que desempeña ahora, en la manifestación de la Iglesia en Pentecostés, están íntimamente vinculados.

La presencia de María en los primeros momentos de vida de la Iglesia contrasta de modo singular con la participación bastante discreta que tuvo antes, durante la vida pública de Jesús. Cuando el Hijo comienza su misión, María permanece en Nazaret, aunque esa separación no excluye algunos contactos significativos, como en Caná, y, sobre todo, no le impide participar en el sacrificio del Calvario.

63 Por el contrario, en la primera comunidad el papel de María cobra notable importancia. Después de la ascensión, y en espera de Pentecostés, la Madre de Jesús está presente personalmente en los primeros pasos de la obra comenzada por el Hijo.

5. Los Hechos de los Apóstoles ponen de relieve que María se encontraba en el cenáculo "con los hermanos de Jesús" (
Ac 1,14), es decir, con sus parientes, como ha interpretado siempre la tradición eclesial. No se trata de una reunión de familia, sino del hecho de que, bajo la guía de María, la familia natural de Jesús pasó a formar parte de la familia espiritual de Cristo: "Quien cumpla la voluntad de Dios ?había dicho Jesús?, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mc 3,34).

En esa misma circunstancia, Lucas define explícitamente a María "la madre de Jesús" (Ac 1,14), como queriendo sugerir que algo de la presencia de su Hijo elevado al cielo permanece en la presencia de la madre. Ella recuerda a los discípulos el rostro de Jesús y es, con su presencia en medio de la comunidad, el signo de la fidelidad de la Iglesia a Cristo Señor.

El título de Madre, en este contexto, anuncia la actitud de diligente cercanía con la que la Virgen seguirá la vida de la Iglesia. María le abrirá su corazón para manifestarle las maravillas que Dios omnipotente y misericordioso obró en ella.

Ya desde el principio María desempeña su papel de Madre de la Iglesia: su acción favorece la comprensión entre los Apóstoles, a quienes Lucas presenta con un mismo espíritu y muy lejanos de las disputas que a veces habían surgido entre ellos.

Por último, María ejerce su maternidad con respecto a la comunidad de creyentes no sólo orando para obtener a la Iglesia los dones del Espíritu Santo, necesarios para su formación y su futuro, sino también educando a los discípulos del Señor en la comunión constante con Dios.

Así, se convierte en educadora del pueblo cristiano en la oración y en el encuentro con Dios, elemento central e indispensable para que la obra de los pastores y los fieles tenga siempre en el Señor su comienzo y su motivación profunda.

6. Estas breves consideraciones muestran claramente que la relación entre María y la Iglesia constituye una relación fascinante entre dos madres. Ese hecho nos revela nítidamente la misión materna de María y compromete a la Iglesia a buscar siempre su verdadera identidad en la contemplación del rostro de la Theotókos.

Saludos

Queridos hermanos y hermanas:

Saludo con afecto a los visitantes de lengua española, de modo especial al Señor Cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez, Arzobispo de Santo Domingo, al frente de numerosos peregrinos, entre ellos muchos jóvenes.

64 Saludo igualmente a los miembros del movimiento “Regnum Christi”, a los diferentes grupos parroquiales de España y Argentina, así como al grupo de parapléjicos cerebrales de Navarra.

Asimismo, doy mi cordial bienvenida a los numerosos jóvenes latinoamericanos de las Comunidades Neocatecumenales, en camino hacia Loreto.

Al pedir al Señor que reavive en cada uno la propia fe, os imparto de corazón mi bendición apostólica.






Audiencias 1995 54