Audiencias 1995 72

Miércoles 25 de octubre de 1995

El rostro de la Madre del Redentor

(Lectura:
capítulo 19 del evangelio de san Juan, versículos 25-27) Jn 19,25-27

1. El Concilio al afirmar que a la Virgen María "se la reconoce y se la venera como verdadera Madre de Dios y del Redentor" (Lumen gentium LG 53) señala el vínculo que existe entre la maternidad de María y la redención.

Después de haber tomado conciencia del papel materno de María, venerada en la doctrina y en el culto de los primeros siglos como Madre virginal de Jesucristo y, por consiguiente, Madre de Dios, en la edad Media la piedad y la reflexión teológica de la Iglesia profundizan su colaboración en la obra del Salvador.

Este retraso se explica por el hecho de que el esfuerzo de los Padres de la Iglesia y de los primeros concilios ecuménicos, al centrarse en el misterio de la identidad de Cristo, dejó necesariamente en la sombra otros aspectos del dogma. Sólo progresivamente la verdad revelada se podrá explicitar en toda su riqueza. En el decurso de los siglos la mariología se orientará siempre en función de la cristología. La misma maternidad divina de María es proclamada en el concilio de Éfeso, sobre todo para afirmar la unidad personal de Cristo. De forma análoga sucede con la profundización de la presencia de María en la historia de la salvación.

73 2. Ya al final del siglo II, san Ireneo, discípulo de san Policarpo, pone de relieve la aportación de María a la obra de la salvación. Comprendió el valor del consentimiento de María en el momento de la Anunciación, reconociendo en la obediencia y en la fe de la Virgen de Nazaret en el mensaje del ángel la antítesis perfecta a la desobediencia e incredulidad de Eva, con efectos benéficos sobre el destino de la humanidad. En efecto, como Eva causó la muerte, así María, con su sí, se convirtió en causa de salvación para sí misma y para todos los hombres (cf. Adv. haer. 3.22 4: SC 211,185). Pero se trata de una afirmación que no desarrollaron de modo orgánico y habitual los otros Padres de la Iglesia.

Esa doctrina, en cambio, es sistemáticamente elaborada por primera vez, al final del siglo X, en la Vida de María, escrita por un monje bizantino, Juan el Geómetra. Aquí María está unida a Cristo en toda la obra redentora, participando, de acuerdo con el plan divino, en la cruz y sufriendo por nuestra salvación. Permaneció unida a su Hijo "en toda acción, actitud y voluntad" (Vida de María, Bol. 196 f. 122 v.). La asociación de María a la obra salvífica de Jesús se realiza mediante su amor de Madre, un amor animado por la gracia, que le confiere una fuerza superior: la más libre de pasión se muestra la más compasiva (cf. ib. Bol. 196, f. 123 v.).

3. En Occidente, san Bernardo, muerto el año 1153, dirigiéndose a María, comenta así la presentación de Jesús en el templo: "Ofrece tu Hijo, Virgen santísima, y presenta al Señor el fruto de tu seno. Para nuestra reconciliación con todos ofrece la hostia santa, agradable a Dios" (Sermo 3 in Purif., 2: PL 183, 370).

Un discípulo y amigo de san Bernardo, Arnaldo de Chartres, destaca en particular la ofrenda de María en el sacrificio del Calvario. Distingue en la cruz "dos altares: uno en el corazón de María; otro en el cuerpo de Cristo. Cristo inmolaba su carne; María, su alma. María se inmola espiritualmente en profunda comunión con Cristo y suplica por la salvación del mundo: "Lo que la Madre pide, el Hijo lo aprueba y el Padre lo otorga" (De septem verbis Domini in cruce, 3: PL 189, 1.694).

Desde esa época otros autores exponen la doctrina de la cooperación especial de María en el sacrificio redentor.

4. Al mismo tiempo, en el culto y en la piedad cristiana, se desarrolla la mirada contemplativa sobre la compasión de María, representada significativamente en las imágenes de la Piedad. La participación de María en el drama de la cruz hace profundamente humano ese acontecimiento y ayuda a los fieles a entrar en el misterio: la compasión de la Madre hace descubrir mejor la pasión del Hijo.

Con la participación en la obra redentora de Cristo, se reconoce también la maternidad espiritual y universal de María. En Oriente, Juan el Geómetra dice de María: "Tú eres nuestra madre". Dando gracias a María "por las penas y los sufrimientos padecidos por nosotros", pone de relieve su afecto maternal y su calidad de madre con respecto a todos los que reciben la salvación (cf. Discurso de despedida sobre la dormición de la gloriosísima Nuestra Señora Madre de Dios, en A. Wenger, L'Assomption de la T.S. Vierge dans la tradition byzantine, 407).

También en Occidente la doctrina de la maternidad espiritual se desarrolla con san Anselmo, que afirma: "Tú eres la madre (...) de la reconciliación y de los reconciliados, la madre de la salvación y de los salvados" (cf. Oratio 52, 8: PL 158, 957 A).

María siempre es venerada como Madre de Dios, pero el hecho de ser nuestra madre confiere a su maternidad divina un nuevo rostro y a nosotros nos abre el camino para una comunión más intima con ella.

5. La maternidad de María con respecto a nosotros no consiste sólo en un vínculo afectivo: por sus méritos y su intercesión, ella contribuye de forma eficaz a nuestro nacimiento espiritual y al desarrollo de la vida de la gracia en nosotros. Por este motivo, se suele llamar a María Madre de la gracia, Madre de la vida.

El titulo Madre de la vida, que ya usaba san Gregorio de Nisa, lo explicó así Guerrico d'Igny, muerto en el año 1157: "Ella es la Madre de la Vida de la que viven todos los hombres: al engendrar en sí misma esta vida, en cierto modo regeneró a todos los que la vivirían. Sólo uno fue engendrado, pero todos nosotros fuimos regenerados" (In Assumpt. I, 2: PL 185, 188).

74 Un texto del siglo XIII, el Mariale, usando una imagen atrevida, atribuye esta regeneración al "parto doloroso" del Calvario, con el que "se convirtió en madre espiritual de todo el género humano"; en efecto, "en sus castas entrañas concibió, por compasión, a los hijos de la Iglesia" (Q. 29, par. 3).

6. El concilio Vaticano II, después de haber afirmado que María "colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador", concluye así: "Por esta razón es nuestra Madre en el orden de la gracia" (Lumen gentium
LG 61), confirmando, de ese modo, el sentir eclesial que considera a María junto a su Hijo como Madre espiritual de toda la humanidad.

María es nuestra Madre: esta consoladora verdad, que el amor y la fe de la Iglesia nos ofrecen de forma cada vez más clara y profunda, ha sostenido y sostiene la vida espiritual de todos nosotros y nos impulsa, incluso en los momentos de sufrimiento, a la confianza y a la esperanza.

Saludos

Queridos hermanos y hermanas:

Saludo ahora con afecto a los peregrinos de lengua española.

En particular a los miembros de la Acción Católica Argentina y de la Escuela Superior de la Gendarmería Nacional de Buenos Aires, y a los Agregados Militares y de Policía de Colombia. Así como a la Hospitalidad de Lourdes de Coria–Cáceres y a los demás peregrinos de España, Perú, México, Paraguay, Colombia y Argentina. Que al meditar sobre María, penetremos más íntimamente en el misterio supremo de la Encarnación, identificándonos con Cristo




Noviembre de 1995

Miércoles 8 de noviembre de 1995

La Virgen María en la sagrada Escritura y en la reflexión teológica

(Lectura:
75 capítulo 4 de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas,
versículos 4-6)
Ga 4,4-6

1. En las anteriores catequesis hemos visto que la doctrina de la maternidad de María, partiendo de su primera formulación, la Madre de Jesús, pasó luego a la más completa y explícita de Madre de Dios, hasta la afirmación de su implicación materna en la redención de la humanidad.

También con relación a otros aspectos de la doctrina mariana, han sido necesarios muchos siglos para llegar a la definición explícita de verdades reveladas referentes a María. Casos típicos de este camino de fe para descubrir de forma cada vez más profunda el papel de María en la historia de la salvación son los dogmas de la Inmaculada Concepción y de la Asunción, proclamados, como es bien sabido, por dos venerados predecesores míos, respectivamente por el siervo de Dios Pío IX en 1854, y por el siervo de Dios Pío XII durante el jubileo del año 1950.

La mariología es un campo de investigación teológica particular: en ella el amor del pueblo cristiano a María ha intuido a menudo con anticipación algunos aspectos del misterio de la Virgen, atrayendo hacia ellos la atención de los teólogos y de los pastores.

2. Debemos reconocer que, a primera vista, los evangelios brindan escasa información sobre la persona y la vida de María. Desde luego, hubiéramos deseado al respecto indicaciones más abundantes, que nos permitieran conocer mejor a la Madre de Jesús.

Tampoco satisfacen ese deseo los otros escritos del Nuevo Testamento, en los que se echa de menos un desarrollo doctrinal explícito sobre María. Incluso las cartas de san Pablo, que nos ofrecen un pensamiento rico sobre Cristo y su obra, se limitan a decir, en un pasaje muy significativo, que Dios envió a su Hijo, "nacido de mujer" (Ga 4,4).

Muy poco se nos dice sobre la familia de María. Si excluimos los relatos de la infancia, en los evangelios sinópticos encontramos solamente dos afirmaciones que arrojan un poco de luz sobre María: una con respecto al intento de los hermanos o parientes, que querían llevarse a Jesús a Nazaret (cf. Mc 3,21 Mt 12,48): la otra, al responder a la exclamación de una mujer sobre la bienaventuranza de la Madre de Jesús (cf. Lc Lc 11,27).

Con todo, Lucas, en el evangelio de la infancia, con los episodios de la Anunciación, la Visitación, el nacimiento de Jesús, la presentación del Niño en el templo y su encuentro entre los doctores a la edad de doce años, no sólo proporciona algunos datos importantes, sino que presenta una especie de protomariología de fundamental interés. San Mateo completa indirectamente esos datos en el relato sobre el anuncio a José (cf. Mt 1,18-25), pero sólo en relación con la concepción virginal de Jesús.

El evangelio de Juan, además, profundiza el valor histórico-salvífico del papel que desempeña la Madre de Jesús, cuando refiere que se hallaba presente al comienzo y al final de la vida pública. Particularmente significativa es la intervención de María al pie de la cruz, donde recibe de su Hijo agonizante la misión de ser madre del discípulo amado y, en él, de todos los cristianos (cf. Jn 2,1-12 y Jn 19,25-27).

Los Hechos de los Apóstoles, por último, recuerdan expresamente a la Madre de Jesús entre las mujeres de la primera comunidad, que esperaban Pentecostés (cf. Ac 1,14).

76 Por el contrario, a falta de otros testimonios neotestamentarios y de noticias seguras procedentes de fuentes históricas, nada sabemos ni de la fecha ni de las circunstancias de su muerte. Sólo podemos suponer que siguió viviendo con el apóstol Juan y que acompañó siempre de cerca el desarrollo de la primera comunidad cristiana.

3. La escasez de datos sobre la vida terrena de María queda compensada por su calidad y riqueza teológica, que la exégesis actual pone cuidadosamente de relieve.

Por lo demás, debemos recordar que la perspectiva de los evangelistas es totalmente cristológica y quiere interesarse de la Madre sólo en relación con la buena nueva del Hijo. Como ya observa san Ambrosio, el evangelista, al exponer el misterio dé la Encarnación, "creyó oportuno no buscar más testimonios sobre la virginidad de María, para no dar la impresión de dedicarse a defender a la Virgen más que a proclamar el misterio" (Exp. in Lucam, 2, 6: PL 15, 1.555).

Podemos reconocer en este hecho una intención especial del Espíritu Santo, el cual quiso suscitar en la Iglesia un esfuerzo de investigación que, conservando el carácter central del misterio de Cristo, no se detuviera en los detalles de la existencia de María, sino que se encaminara a descubrir sobre todo su papel en la obra de salvación, su santidad personal y su misión materna en la vida cristiana.

4. El Espíritu Santo guía el esfuerzo de la Iglesia, comprometiéndola a tomar las mismas actitudes de María. En el relato del nacimiento de Jesús, Lucas afirma que su madre conservaba todas las cosas "meditándolas en su corazón" (
Lc 2,19), es decir, esforzándose por ponderar (symballousa)con una mirada más profunda todos los acontecimientos de los que había sido testigo privilegiada.

De forma análoga, también el pueblo de Dios es impulsado por el mismo Espíritu a comprender en profundidad todo lo que se ha dicho de María, para progresar en la inteligencia de su misión, íntimamente vinculada al misterio de Cristo.

En el desarrollo de la mariología el pueblo cristiano desempeña un papel particular: con la afirmación y el testimonio de su fe, contribuye al progreso de la doctrina mariana, que normalmente no es sólo obra de los teólogos, aunque su tarea sigue siendo indispensable para la profundización y la exposición clara del dato de fe y de la misma experiencia cristiana.

La fe de los sencillos es admirada y alabada por Jesús, que reconoce en ella una manifestación maravillosa de la benevolencia del Padre (cf. Mt Mt 11 Mt 25 Lc 10, 21). Esa fe sigue proclamando, en el decurso de los siglos, las maravillas de la historia de la salvación, ocultas a los sabios. Esa fe, en armonía con la sencillez de la Virgen, ha hecho progresar el reconocimiento de su santidad personal y del valor trascendente de su maternidad.

El misterio de María compromete a todo cristiano, en comunión con la Iglesia, a meditar en su corazón lo que la revelación evangélica afirma de la Madre de Cristo. En la lógica del Magnificat, cada uno experimentará en sí, como María, el amor de Dios y descubrirá en las maravillas realizadas por la santísima Trinidad en la Llena de gracia un signo de la ternura de Dios por el hombre.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

77 Doy ahora la bienvenida a los peregrinos de lengua española; de modo particular a las Hermanas de la Compañía de Santa Teresa de Jesús y a la Asociación de Misioneros y Misioneras Identes. Deseo saludar también al grupo de la Pontificia Universidad Católica de Buenos Aires y a la Delegación argentina que peregrina a Tierra Santa.

Saludo igualmente a los jóvenes paraguayos, así como a los peregrinos españoles, mexicanos y de Estados Unidos.

Al agradecer a todos vuestra presencia aquí, os imparto con afecto mi bendición apostólica.



Miércoles 15 de noviembre de 1995

María en la experiencia espiritual de la Iglesia

(Lectura:
evangelio de san Lucas, capítulo 1,
versículos 46-48) Lc 1,46-48

1. Después de haber comentado en las catequesis anteriores la consolidación de la reflexión de la comunidad cristiana desde sus orígenes sobre la figura y el papel de la Virgen en la historia de la salvación, nos detenemos hoy a meditar en la experiencia mariana de la Iglesia.

El desarrollo de la reflexión mariológica y del culto a la Virgen en el decurso de los siglos ha contribuido a poner cada vez más de relieve la dimensión mariana de la Iglesia. Ciertamente, la Virgen santísima está totalmente referida a Cristo, fundamento de la fe y de la experiencia eclesial, y a él conduce. Por eso, obedeciendo a Jesús, que reservó a su Madre un papel completamente especial en la economía de la salvación, los cristianos han venerado, amado y orado a María de manera particularísima e intensa. Le han atribuido una posición de relieve en la fe y en la piedad, reconociéndola como camino privilegiado hacia Cristo, mediador supremo.

La dimensión mariana de la Iglesia constituye así un elemento innegable en la experiencia del pueblo cristiano. Esa dimensión se revela en numerosas manifestaciones de la vida de los creyentes, testimoniando el lugar que ha asumido María en su corazón. No se trata de un sentimiento superficial, sino de un vínculo afectivo profundo y consciente, arraigado en la fe, que impulsa a los cristianos de ayer y de hoy a recurrir habitualmente a María, para entrar en una comunión más íntima con Cristo.

78 2. Después de la plegaria más antigua, formulada en Egipto por las comunidades cristianas del siglo III para suplicar a la María de Dios protección en el peligro, se multiplicaron las invocaciones dirigidas a Aquella que los bautizados consideran muy poderosa en su intercesión ante el Señor.

Hoy la plegaria más común es el Ave María, cuya primera parte consta de palabras tomadas del Evangelio (cf.
Lc 1, 28, 42). Los cristianos aprenden a rezarla en el hogar, ya desde su infancia, recibiéndola como un don precioso que es preciso conservar durante toda la vida. Esta misma plegaria, repetida decenas de veces en el rosario, ayuda a muchos fieles a entrar en la contemplación orante de los misterios evangélicos y a permanecer a veces durante mucho tiempo en contacto íntimo con la Madre de Jesús. Ya desde la Edad Media, el Ave María es la oración más común de todos los creyentes, que piden a la santa Madre del Señor que los acompañe y los proteja en el camino de su existencia diaria (cf. Marialis cultus, 42-55).

El pueblo cristiano, además, ha manifestado su amor a María multiplicando las expresiones de su devoción: himnos, plegarias y composiciones poéticas sencillas, o a veces de gran valor, impregnadas del mismo amor a Aquella que el Crucificado entregó a los hombres como Madre. Entre éstas, algunas, como el himno Akáthistos y la Salve Regina, han marcado profundamente la vida de fe del pueblo creyente.

La piedad mariana ha dado origen, también, a una riquísima producción artística, tanto en Oriente como en Occidente, que ha hecho apreciar a enteras generaciones la belleza espiritual de María. Pintores, escultores, músicos y poetas han dejado obras maestras que, poniendo de relieve los diversos aspectos de la grandeza de la Virgen, ayudan a comprender mejor el sentido y el valor de su elevada contribución a la obra de la redención.

El arte cristiano ha encontrado en María la realización de una humanidad nueva, que responde al proyecto de Dios y, por ello, constituye un signo sublime de esperanza para la humanidad entera.

3. Ese mensaje no podía menos que ser captado por los cristianos llamados a una vocación de consagración especial. En efecto, en las órdenes y congregaciones religiosas, en los institutos o asociaciones de vida consagrada, María es venerada de un modo especial. Numerosos institutos, sobre todo ?pero no sólo? femeninos, llevan en su título el nombre de María. Ahora bien, más allá de las manifestaciones externas, la espiritualidad de las familias religiosas, así como de muchos movimientos eclesiales, algunos de ellos específicamente marianos, pone de manifiesto su vínculo especial con María, como garantía de un carisma vivido con autenticidad y plenitud.

Esa referencia mariana en la vida de personas particularmente favorecidas por el Espíritu Santo ha desarrollado también la dimensión mística, que muestra cómo el pueblo cristiano puede experimentar en lo más íntimo de su ser la intervención de María.

La referencia a María aúna no sólo a los cristianos comprometidos, sino también a los creyentes de fe sencilla, e incluso a los alejados, para los cuales, a menudo, constituye tal vez el único vínculo con la vida eclesial. Signo de este sentimiento común del pueblo cristiano hacia la Madre del Señor son las peregrinaciones a los santuarios marianos, que atraen, durante todo el año, a numerosas multitudes de fieles. Algunos de estos baluartes de la piedad mariana son muy conocidos, como Lourdes, Fátima, Loreto, Pompeya, Guadalupe o Czestochowa. Otros son conocidos sólo a nivel nacional o local. En todos el recuerdo de acontecimientos vinculados al recurso a María transmite el mensaje de su ternura materna, abriendo el corazón a la gracia divina.

Esos lugares de oración mariana son testimonio magnífico de la misericordia de Dios, que llega al hombre por intercesión de María. Milagros de curación corporal, de rescate espiritual y de conversión, son el signo evidente de que María continúa, con Cristo y en el Espíritu, su obra de auxiliadora y de Madre.

4. A menudo los santuarios marianos se transforman en centros de evangelización. En efecto, también en la Iglesia de hoy, como en la comunidad que esperaba Pentecostés, la oración en compañía de María impulsa a muchos cristianos al apostolado y al servicio a los hermanos. Deseo recordar aquí, de modo especial, el gran influjo de la piedad mariana sobre el ejercicio de la caridad y de las obras de misericordia. Estimulados por la presencia de María, los creyentes con frecuencia han sentido la necesidad de dedicarse a los pobres, a los desheredados y a los enfermos, a fin de ser para los últimos de la tierra el signo de la protección materna de la Virgen, icono vivo de la misericordia del Padre.

Todo ello pone claramente de manifiesto que la dimensión mariana penetra toda la vida de la Iglesia. El anuncio de la Palabra, la liturgia, las diversas expresiones caritativas y cultuales encuentran en la referencia a María una ocasión de enriquecimiento y renovación.

79 El pueblo de Dios, bajo la guía de sus pastores, está llamado a discernir en este hecho la acción del Espíritu Santo, que ha impulsado la fe cristiana por el camino del descubrimiento del rostro de María. Es él quien obra maravillas en los lugares de piedad mariana. Es él quien, estimulando el conocimiento y el amor a María, conduce a los fieles a la escuela de la Virgen del Magnificat, para aprender a leer los signos de Dios en la historia y a adquirir la sabiduría que convierte a todo hombre y a toda mujer en constructores de una nueva humanidad.

Saludos

Queridos hermanos y hermanas:

Saludo ahora con particular afecto a todos los peregrinos venidos a Roma desde Latinoamérica y España.

De modo especial a los obispos argentinos que realizan la visita “ad limina” y que participan hoy en esta audiencia, a las religiosas Franciscanas Misioneras de la Madre del Divino Pastor, que han seguido un curso de renovación, a las Hijas de María, Madre de la Iglesia, así como a los grupos de peregrinos mexicanos. Que María, Madre del amor hermoso, sea para todos los cristianos la Estrella que guíe con seguridad sus pasos al encuentro del Señor.

Con estos sentimientos os imparto de corazón mi bendición.





Miércoles 22 de noviembre de 1995

Influencia de María en la vida de la Iglesia

(Lectura:
evangelio de san Lucas, capítulo 1,
versículos 41-42. 46-48) Lc 1,41-42 Lc 1,46-48

80 1. Después de haber reflexionado sobre la dimensión mariana de la vida eclesial, nos disponemos ahora a poner de relieve la inmensa riqueza espiritual que María comunica a la Iglesia con su ejemplo y su intercesión.

Ante todo, deseamos considerar brevemente algunos aspectos significativos de la personalidad de María, que a cada uno de los fieles brindan indicaciones valiosas para acoger y realizar plenamente su propia vocación.

María nos ha precedido en el camino de la fe: al crecer en el mensaje del ángel, es la primera en acoger, y de modo perfecto, el misterio de la encarnación (cf. Redemptoris Mater
RMA 13). Su itinerario de creyente empieza incluso antes del inicio de su maternidad divina, y se desarrolla y profundiza durante toda su experiencia terrenal. Su fe es una fe audaz que, en la anunciación, cree lo humanamente imposible, y, en Caná impulsa a Jesús a realizar su primer milagro provocando la manifestación de sus poderes mesiánicos (cf. Jn. Jn 2,1-5).

María educa a los cristianos para que vivan la fe como un camino que compromete e implica, y que en todas las edades y situaciones de la vida requiere audacia y perseverancia constante.

2. A la fe de María está unida su docilidad a la voluntad divina. Creyendo en la palabra de Dios, pudo acogerla plenamente en su existencia, y, mostrándose disponible al soberano designio divino, aceptó todo lo que se le pedía de lo alto.

Así, la presencia de la Virgen en la Iglesia anima a los cristianos a ponerse cada día a la escucha de la palabra del Señor, para comprender su designio de amor en las diversas situaciones diarias, colaborando fielmente en su realización.

3. De este modo, María educa a la comunidad de los creyentes para que mire al futuro con pleno abandono en Dios. En la experiencia personal de la Virgen, la esperanza se enriquece con motivaciones siempre nuevas. Desde la anunciación, María concentra las expectativas del antiguo Israel en el Hijo de Dios encarnado en su seno virginal. Su esperanza se refuerza en las fases sucesivas de la vida oculta en Nazaret y del ministerio público de Jesús. Su gran fe en la palabra de Cristo que había anunciado su resurrección al tercer día, evitó que vacilara incluso frente al drama de la cruz: conservó su esperanza en el cumplimiento de la obra mesiánica, esperando sin titubear la mañana de la resurrección, después de las tinieblas del Viernes santo.

En su arduo camino a lo largo de la historia, entre el ya de la salvación recibida y el todavía no de su plena realización, la comunidad de los creyentes sabe que puede contar con la ayuda de la Madre de la esperanza, quien, habiendo experimentado la victoria de Cristo sobre el poder de la muerte, le comunica una capacidad siempre nueva de espera del futuro de Dios y de abandono en las promesas del Señor.

4. El ejemplo de María permite que la Iglesia aprecie mejor el valor del silencio. El silencio de María no es sólo sobriedad al hablar, sino sobre todo capacidad sapiencial de recordar y abarcar con una mirada de fe el misterio del Verbo hecho hombre y los acontecimientos de su existencia terrenal.

María transmite al pueblo creyente este silencio-acogida de la palabra, esta capacidad de meditar en el misterio de Cristo. En un mundo lleno de ruidos y de mensajes de todo tipo, su testimonio permite apreciar un silencio espiritualmente rico y promueve el espíritu contemplativo.

María testimonia el valor de una existencia humilde y escondida. Todos exigen normalmente, y a veces incluso pretenden, poder valorizar de modo pleno la propia persona y las propias cualidades. Todos son sensibles ante la estima y el honor. Los evangelios refieren muchas veces que los Apóstoles ambicionaban los primeros puestos en el Reino, que discutían entre ellos sobre quién era el mayor y que, a este respecto, Jesús debió darles lecciones sobre la necesidad de la humildad y del servicio (cf. Mt 18,1-5 Mt 20,20-28 Mc 9,33-37 Mc 10,35-45 Lc 9,46-48 Lc 22,24-27). María por el contrario no deseó nunca los honores ni las ventajas de una posición privilegiada, sino que trató siempre de cumplir la voluntad divina llevando una vida según el plan salvífico del Padre.

81 A cuantos sienten con frecuencia el peso de una existencia aparentemente insignificante, María les muestra cuán valiosa es la vida, si se la vive por amor a Cristo y a los hermanos.

5. Además, María testimonia el valor de una vida pura y llena de ternura hacia todos los hombres. La belleza de su alma, entregada totalmente al Señor, es objeto de admiración para el pueblo cristiano. En María la comunidad cristiana ha visto siempre un ideal de mujer, llena de amor y de ternura, porque vivió la pureza del corazón y de la carne.

Frente al cinismo de cierta cultura contemporánea que muy a menudo parece desconocer el valor de la castidad y trivializa la sexualidad, separándola de la dignidad de la persona y del proyecto de Dios, la Virgen María propone el testimonio de una pureza que ilumina la conciencia y lleva hacia un amor más grande a las criaturas y al Señor.

6. Más aún: María se presenta a los cristianos de todos los tiempos, como aquella que experimente una viva compasión por los sufrimientos de la humanidad. Esta compasión no consiste sólo en una participación afectiva, sino que se traduce en una ayuda eficaz y concreta ante las miserias materiales y morales de la humanidad.

La Iglesia, siguiendo a María, está llamada a tener su misma actitud con los pobres y con todos los que sufren en esta tierra. La atención materna de la madre del Señor a las lágrimas, a los dolores y a las dificultades de los hombres y mujeres de todos los tiempos debe estimular a los cristianos, de modo particular al aproximarse el tercer milenio, a multiplicar los signos concretos y visibles de un amor que haga participar a los humildes y a los que sufren hoy en las promesas y las esperanzas del mundo nuevo que nace de la Pascua.

7. El afecto y la devoción de los hombres a la Madre de Jesús supera los confines visibles de la Iglesia y mueve a los corazones a tener sentimientos de reconciliación. Como una madre, María quiere la unión de todos sus hijos. Su presencia en la Iglesia constituye una invitación a conservar la unidad de corazón que reinaba en la primera comunidad (cf.
Ac 1,14), y, en consecuencia, a buscar también los caminos de la unidad y de la paz entre todos los hombres y mujeres de buena voluntad.

María, en su intercesión ante el Hijo, pide la gracia de la unidad del género humano, con vistas a la construcción de la civilización del amor, superando las tendencias a las divisiones, las tentaciones de la venganza y el odio, y la fascinación perversa de la violencia.

8. La sonrisa materna de la Virgen reproducida en tantas imágenes de la iconografía mariana manifiesta una plenitud de gracia y paz que quiere comunicarse. Esta manifestación de serenidad del espíritu contribuye eficazmente a conferir un rostro alegre a la Iglesia.

María, acogiendo en la anunciación la invitación del ángel a alegrarse (chaire = alégrate: Lc 1,28), es la primera en participar en la alegría mesiánica, ya anunciada por los profetas para la "hija de Sión" (cf. Is 12,6 So 3,14-15 Za 9,8), y la transmite a la humanidad de todos los tiempos.

El pueblo cristiano, que la invoca como causa nostrae laetitiae, descubre en ella la capacidad de comunicar la alegría, incluso en medio de las pruebas de la vida y de guiar a quien se encomiendo a ella hacia la alegría que no tendrá fin.

Saludos

82 Amadísimos hermanos y hermanas:

Deseo saludar cordialmente a los visitantes de lengua española; en particular a los peregrinos de Girona, a los grupos mexicanos, a la delegación de la Escuela de Penitenciaría argentina y a los peregrinos de Campana.

Al agradecer a todos vuestra presencia aquí, os imparto con afecto mi bendición apostólica.





Miércoles 29 de noviembre de 1995

María y el valor de la mujer

1. La doctrina mariana, desarrollada ampliamente en nuestro siglo desde el punto de vista teológico y espiritual, ha cobrado recientemente nueva importancia desde el punto de vista sociológico y pastoral, entre otras causas, gracias a la mejor comprensión del papel de la mujer en la comunidad cristiana y en la sociedad, como muestran las numerosas y significativas intervenciones del Magisterio.

Son conocidas las palabras del mensaje que, al término del concilio Vaticano II, el 8 de diciembre de 1965, los padres dirigieron a las mujeres de todo el mundo: «Llega la hora, ha llegado la hora, en que la vocación de la mujer se cumple en plenitud, la hora en la que la mujer adquiere en el mundo una influencia, un alcance, un poder jamás alcanzados hasta ahora» (Ench. Vat. 1, 307).

Algunos años después, en la carta apostólica Mulieris dignitatem, corroboré esas afirmaciones: «La dignidad de la mujer y su vocación, objeto constante de la reflexión humana y cristiana, ha asumido en estos últimos años una importancia muy particular» (MD 1).

En este siglo el movimiento feminista ha reivindicado particularmente el papel y la dignidad de la mujer, tratando de reaccionar, a veces de forma enérgica, contra todo lo que, tanto en el pasado como en el presente, impide la valorización y el desarrollo pleno de la personalidad femenina, así como su participación en las múltiples manifestaciones de la vida social y política.

Se trata de reivindicaciones, en gran parte legítimas, que han contribuido a lograr una visión más equilibrada de la cuestión femenina en el mundo contemporáneo. Con respecto a esas reivindicaciones, la Iglesia, sobre todo en tiempos recientes, ha mostrado singular atención, alentada entre otras cosas por el hecho de que la figura de María, si se contempla a la luz de lo que de ella nos narran los evangelios, constituye una respuesta válida al deseo de emancipación de la mujer: María es la única persona humana que realiza de manera eminente el proyecto de amor divino para la humanidad.

2. Ese proyecto ya se manifiesta en el Antiguo Testamento, mediante la narración de la creación, que presenta a la primera pareja creada a imagen de Dios: «Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya; a imagen de Dios lo creó; varón y mujer los creó» (Gn 1,27). Por eso, la mujer, al igual que el varón, lleva en sí la semejanza con Dios. Desde su aparición en la tierra como resultado de la obra divina, también vale para ella esta consideración: «Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien» (Gn 1,31). Según esta perspectiva, la diversidad entre el hombre y la mujer no significa inferioridad por parte de ésta, ni desigualdad, sino que constituye un elemento de novedad que enriquece el designio divino, manifestándose como algo que está muy bien.


Audiencias 1995 72