Audiencias 1995 83

83 Sin embargo, la intención divina va más allá de lo que revela el libro del Génesis. En efecto, en María Dios suscitó una personalidad femenina que supera en gran medida la condición ordinaria de la mujer, tal como se observa en la creación de Eva. La excelencia única de María en el mundo de la gracia y su perfección son fruto de la particular benevolencia divina, que quiere elevar a todos, hombres y mujeres, a la perfección moral y a la santidad propias de los hijos adoptivos de Dios. María es la bendita entre todas las mujeres; sin embargo, en cierta medida, toda mujer participa de su sublime dignidad en el plan divino.

3. El don singular que Dios nos hizo a la Madre del Señor no sólo testimonia lo que podríamos llamar el respeto de Dios por la mujer; también manifiesta la consideración profunda que hay en los designios divinos por su papel insustituible en la historia de la humanidad.

Las mujeres necesitan descubrir esta estima divina para tomar cada vez más conciencia de su elevada dignidad. La situación histórica y social que ha causado la reacción del feminismo se caracterizaba por una falta de aprecio del valor de la mujer, obligada con frecuencia a desempeñar un papel secundario o, incluso, marginal. Esto no le ha permitido expresar plenamente las riquezas de inteligencia y sabiduría que encierra la femineidad. En efecto, a lo largo de la historia las mujeres han sufrido a menudo un escaso aprecio de sus capacidades y, a veces, incluso desprecio y prejuicios injustos. Se trata de una situación que a pesar de algunos cambios significativos, perdura desgraciadamente aún hoy en numerosas naciones y en muchos ambientes del mundo.

4. La figura de María manifiesta una estima tan grande de Dios por la mujer, que cualquier forma de discriminación queda privada de fundamento teórico.

La obra admirable que el Creador realizó en María ofrece a los hombres y a las mujeres la posibilidad de descubrir dimensiones de su condición que antes no habían sido percibidas suficientemente. Contemplando a la Madre del Señor las mujeres podrán comprender mejor su dignidad y la grandeza de su misión. Pero también los hombres, a la luz de la Virgen Madre, podrán tener una visión más completa y equilibrada de su identidad, de la familia y de la sociedad.

La atenta consideración de la figura de María, tal como nos la presenta la sagrada Escritura leída en la fe por la Iglesia, es más necesaria aún ante la desvalorización que, a veces, han realizado algunas corrientes feministas. En algunos casos, la Virgen de Nazaret ha sido presentada como el símbolo de la personalidad femenina encerrada en un horizonte doméstico restringido y estrecho.

Por el contrario, María constituye el modelo del pleno desarrollo de la vocación de la mujer al haber ejercido, a pesar de los límites objetivos impuestos por su condición social, una influencia inmensa en el destino de la humanidad y en la transformación de la sociedad.

5. Además la doctrina mariana puede iluminar los múltiples modos con los que la vida de la gracia promueve la belleza espiritual de la mujer.

Ante la vergonzosa explotación de quien a veces transforma a la mujer en un objeto sin dignidad, destinado a la satisfacción de pasiones deshonestas, María reafirma el sentido sublime de la belleza femenina, don y reflejo de la belleza de Dios.

Es verdad que la perfección de la mujer, tal como se realizó plenamente en María, puede parecer a primera vista un caso excepcional, sin posibilidad de imitación, un modelo demasiado elevado como para poderlo imitar. De hecho, la santidad única de quien gozó desde el primer instante del privilegio de la concepción inmaculada, fue considerada a veces como signo de una distancia insuperable.

Por el contrario, la santidad excelsa de María, lejos de ser un freno en el camino del seguimiento del Señor, en el plan divino está destinada a animar a todos los cristianos a abrirse a la fuerza santificadora de la gracia de Dios, para quien nada es imposible. Por tanto, en María todos están llamados a tener confianza total en la omnipotencia divina, que transforma los corazones, guiándolos hacia una disponibilidad plena a su providencial proyecto de amor.

Saludos

84 Queridos hermanos y hermanas:

Saludo cordialmente a los peregrinos de Latinoamérica y España, en particular a los Misioneros Claretianos, al Coro de la Capilla Musical Teatina de Felanix (Mallorca), así como a la Escuela Italiana de Mendoza (Argentina) y a los fieles de México y Guatemala. Que María, Reina del amor, vele sobre las mujeres y sobre su misión al servicio de la humanidad, de la paz y de la extensión del Reino de Dios.

Con afecto os imparto mi bendición.





Diciembre de 1995

Miércoles 6 de diciembre de 1995

El papel de la mujer a la luz de María

1. Como ya he tenido oportunidad de ilustrar en las catequesis anteriores, el papel que Dios en su plan de salvación confió a María ilumina la vocación de la mujer en la vida de la Iglesia y de la sociedad, definiendo su diferencia con respecto al hombre. En efecto, el modelo que representa María muestra claramente lo que es especifico de la personalidad femenina.

En tiempos recientes, algunas corrientes del movimiento feminista, con el propósito de favorecer la emancipación de la mujer, han tratado de asimilarla en todo al hombre. Pero la intención divina, tal como se manifiesta en la creación, aunque quiere que la mujer sea igual al hombre por su dignidad y su valor, al mismo tiempo afirma con claridad su diversidad y su carácter específico. La identidad de la mujer no puede consistir en ser una copia del hombre, ya que está dotada de cualidades y prerrogativas propias, que le confieren una peculiaridad autónoma, que siempre ha de promoverse y alentarse.

Estas prerrogativas y esta peculiaridad de la personalidad femenina han alcanzado su pleno desarrollo en María. En efecto, la plenitud de la gracia divina favorecía en ella todas las capacidades naturales típicas de la mujer.

El papel de María en la obra de la salvación depende totalmente del de Cristo. Se trata de una función única, exigida por la realización del misterio de la Encarnación: la maternidad de María era necesaria para dar al mundo el Salvador, verdadero Hijo de Dios, pero también perfectamente hombre.

La importancia de la cooperación de la mujer en la venida de Cristo se manifiesta en la iniciativa de Dios que mediante el ángel comunica a la Virgen de Nazaret su plan de salvación, para que pueda cooperar con él de modo consciente y libre, dando su propio consentimiento generoso.

85 Aquí se realiza el modelo más alto de colaboración responsable de la mujer en la redención del hombre - de todo el hombre -, que constituye la referencia trascendente para toda afirmación sobre el papel y la función de la mujer en la historia.

2. María, realizando esa forma de cooperación tan sublime, indica también el estilo mediante el cual la mujer debe cumplir concretamente su misión.

Ante el anuncio del ángel, la Virgen no manifiesta una actitud de reivindicación orgullosa, ni busca satisfacer ambiciones personales. San Lucas nos la presenta como una persona que sólo deseaba brindar su humilde servicio con total y confiada disponibilidad al plan divino de salvación. Este es el sentido de la respuesta: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra» (
Lc 1,38).

En efecto, no se trata de una acogida puramente pasiva, pues da su consentimiento sólo después de haber manifestado la dificultad que nace de su propósito de virginidad, inspirado por su voluntad de pertenecer más totalmente al Señor.

Después de haber recibido la respuesta del ángel, María expresa inmediatamente su disponibilidad, conservando una actitud de humilde servicio.

Se trata del humilde y valioso servicio que tantas mujeres, siguiendo el ejemplo de María, han prestado y siguen prestando en la Iglesia para el desarrollo del reino de Cristo.

3. La figura de María recuerda a las mujeres de hoy el valor de la maternidad. En el mundo contemporáneo no siempre se da a este valor una justa y equilibrada importancia. En algunos casos, la necesidad del trabajo femenino para proveer a las exigencias cada vez mayores de la familia, y un concepto equivocado de libertad, que ve en el cuidado de los hijos un obstáculo a la autonomía y a las posibilidades de afirmación de la mujer, han ofuscado el significado de la maternidad para el desarrollo de la personalidad femenina. En otros, por el contrario, el aspecto de la generación biológica resulta tan importante, que impide apreciar las otras posibilidades significativas que tiene la mujer de manifestar su vocación innata a la maternidad.

En María podemos comprender el verdadero significado de la maternidad que alcanza su dimensión más alta en el plan divino de salvación. Gracias a ella, el hecho de ser madre no sólo permite a la personalidad femenina, orientada fundamentalmente hacia el don de la vida, su pleno desarrollo, sino que también constituye una respuesta de fe a la vocación propia de la mujer, que adquiere su valor más verdadero sólo a la luz de la alianza con Dios (cf. Mulieris dignitatem MD 19).

4. Contemplando atentamente a María, también descubrimos en ella el modelo de la virginidad vivida por el Reino.

Virgen por excelencia, en su corazón maduró el deseo de vivir en ese estado para alcanzar una intimidad cada vez más profunda con Dios.

Mostrando a las mujeres llamadas a la castidad virginal el alto significado de esta vocación tan especial, María atrae su atención hacia la fecundidad espiritual que reviste en el plan divino: una maternidad de orden superior, una maternidad según el Espíritu (cf. Mulieris dignitatem MD 21).

86 El corazón materno de María, abierto a todas las miserias humanas, recuerda también a las mujeres que el desarrollo de la personalidad femenina requiere el compromiso en favor de la caridad. La mujer, más sensible ante los valores del corazón, muestra un alta capacidad de entrega personal.

A cuantos en nuestra época proponen modelos egoístas para la afirmación de la personalidad femenina, la figura luminosa y santa de la Madre del Señor les muestra que sólo a través de la entrega y del olvido de sí por los demás se puede lograr la realización auténtica del proyecto divino sobre la propia vida.

Por tanto, la presencia de María estimula en las mujeres los sentimientos de misericordia y solidaridad con respecto a las situaciones humanas dolorosas, y suscita el deseo de aliviar las penas de quienes sufren: los pobres, los enfermos y cuantos necesitan ayuda.

En virtud de su vínculo particular con María, la mujer, a lo largo de la historia, ha representado a menudo la cercanía de Dios a las expectativas de bondad y ternura de la humanidad herida por el odio y el pecado, sembrando en el mundo las semillas de una civilización que sabe responder a la violencia con el amor.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo ahora con afecto a los peregrinos y visitantes de lengua española.

En particular, al grupo de Sacerdotes misioneros de Latinoamérica, a la Coral de Collado Mediano, a la Asociación “Skal Club” de Costa Blanca, así como a los peregrinos de Valencia, Mallorca, México y a los Cadetes de la Escuela Federal de Policía de Buenos Aires. A todos deseo que la estancia en la Ciudad Eterna sea un momento de gracia.

Al agradeceros vuestra visita, os imparto de corazón la bendición apostólica.



Miércoles 13 de diciembre de 1995

Presencia de María en el concilio Vaticano II

(Lectura:
87 Cántico de Isaías, capítulo 61, versículos 10 y 11) Is 61,10-11

1. Quisiera detenerme hoy a reflexionar sobre la presencia especial de la Madre de la Iglesia en un evento eclesial que es seguramente el más importante de nuestro siglo: el concilio ecuménico Vaticano II, que inició el Papa Juan XXIII, la mañana del 11 de octubre de 1962, y concluyó Pablo VI el 8 de diciembre de 1965.

En efecto, la Asamblea conciliar se caracterizó, desde su convocación, por una singular dimensión mariana. Ya en la carta apostólica Celebrandi concilii oecumenici, mi venerado predecesor el siervo de Dios Juan XXIII había recomendado el recurrir a la poderosa intercesión de María «Madre de la gracia y patrona celestial del Concilio» (11 de abril de 1961: AAS 53 [1961] 242).

Posteriormente, en 1962, en la fiesta de la Purificación de María, el Papa Juan fijaba la apertura del Concilio para el 11 de octubre, explicando que había escogido esa fecha en recuerdo del gran concilio de Éfeso, que precisamente en esa fecha había proclamado a María Theotokos, Madre de Dios (motu proprio Concilium: AAS 54 [1962] 67-68). A la que es «Auxilio de los cristianos, Auxilio de los obispos» el Papa en el discurso de apertura encomendaba el Concilio mismo, implorando su asistencia maternal para la feliz realización de los trabajos conciliares (AAS 54 [1962] 795).

A María dirigen expresamente su pensamiento también los padres del Concilio que, en el mensaje al mundo, durante la apertura de las sesiones conciliares, afirman: «Nosotros, sucesores de los Apóstoles, que formarnos un solo cuerpo apostólico, nos hemos reunido aquí en oración unánime con María, Madre de Jesús» (Acta synodulia, I, I, 254), vinculándose de este modo, en la comunión con María, a la Iglesia primitiva que esperaba la venida del Espíritu Santo (cf. Ac 1,14).

2. En la segunda sesión del Concilio se propaso introducir el tratado sobre la bienaventurada Virgen María en la constitución sobre la Iglesia. Esta iniciativa, aunque fue recomendada expresamente por la Comisión teológica, suscitó diversidad de opiniones.

Algunos, considerándola insuficiente para poner de relieve la especialísima misión de la Madre de Jesús en la Iglesia, sostenían que sólo un documento separado podría expresar la dignidad, la preeminencia, la santidad excepcional y el papel singular de María en la redención realizada por su Hijo. Además, considerando a María, en cierto modo, por encima de la Iglesia, manifestaban el temor de que la opción de insertar la doctrina mariana en el tratado sobre la Iglesia no pusiese suficientemente de relieve los privilegios de María, reduciendo su función al nivel de los demás miembros de la Iglesia (cf. Acta synodalia II, III 338-342).

Otros, en cambio, se manifestaban a favor de la propuesta de la Comisión teológica, que trataba de incluir en un único documento la exposición doctrinal sobre María y sobre la Iglesia. Según estos últimos, dichas realidades no se podían separar en un concilio que, poniéndose como meta el redescubrimiento de la identidad y de la misión del pueblo de Dios, debía mostrar su conexión íntima con la mujer que es modelo y ejemplo de la Iglesia en la virginidad y en la maternidad. Efectivamente, la santísima Virgen, en su calidad de miembro eminente de la comunidad eclesial, ocupa un puesto especial en la doctrina de la Iglesia. Además, al poner el acento sobre el nexo entre María y la Iglesia, se hacía más comprensible a los cristianos de la Reforma la doctrina mariana propuesta por el Concilio (cf. ib., II, III 343-345).

Los padres conciliares, animados por el mismo amor a María, trataban así de privilegiar aspectos diversos de su figura, manifestando posiciones doctrinales diferentes. Unos contemplaban a María principalmente en su relación con Cristo; otros la consideraban más bien como miembro de la Iglesia.

3. Después de una confrontación densa de doctrina y atenta a la dignidad de la Madre de Dios y a su particular presencia en la vida de la Iglesia, se decidió insertar el tratado mariano en el documento conciliar sobre la Iglesia (cf. ib., II, III 627).

El nuevo esquema sobre la santísima Virgen, elaborado para ser integrado en la constitución dogmática sobre la Iglesia, manifiesta un progreso doctrinal real. El acento puesto en la fe de María y una preocupación más sistemática por fundar la doctrina mariana en la Escritura constituyen elementos significativos y útiles para enriquecer la piedad y la consideración del pueblo cristiano hacia la bendita Madre de Dios.

88 Asimismo, con el paso del tiempo, los peligros de reduccionismo, que habían temido algunos padres, resultaron infundados: se reafirmaron ampliamente la misión y los privilegios de María; se puso de relieve su cooperación en el plan divino de salvación; y se manifestó de forma más evidente la armonía de esa cooperación con la única mediación de Cristo.

Además, por primera vez el magisterio conciliar proponía a la Iglesia una exposición doctrinal sobre el papel de María en la obra redentora de Cristo y en la vida de la Iglesia.

Por tanto, debemos considerar la opción de los padres conciliares una decisión verdaderamente providencial, que resultó ser muy fecunda para el trabajo doctrinal sucesivo.

4. En el curso de las sesiones conciliares muchos padres expresaron su deseo de enriquecer ulteriormente la doctrina mariana con otras afirmaciones sobre el papel de María en la obra de la salvación. El contexto particular en que se desarrolló el debate mariológico del Vaticano II no permitió acoger tales deseos, aun siendo consistentes y generalizados, pero, en su conjunto, la elaboración conciliar sobre María es vigorosa y equilibrada, y los mismos temas sin estar plenamente definidos, consiguieron espacios significativos en el tratado global.

Así, las dudas de algunos padres ante el título de Mediadora no impidieron que el Concilio utilizara en una ocasión dicho título, y que afirmara en otros términos la función mediadora de María desde el consentimiento al anuncio del ángel hasta la maternidad en el orden de la gracia (cf. Lumen gentium
LG 62). Además, el Concilio afirma su cooperación «de manera totalmente singular» a la obra que restablece la vida sobrenatural de las almas (ib. 61). Finalmente, aunque evita utilizar el título de Madre de la Iglesia, el texto de la Lumen gentium subraya claramente la veneración de la Iglesia a María como Madre amantísima.

De toda la exposición del capítulo VIII de la constitución dogmática sobre la Iglesia resulta claro que las cautelas terminológicas no obstaculizaron la exposición de una doctrina de fondo muy rica y positiva, expresión de la fe y del amor a la mujer que la Iglesia reconoce Madre y modelo de su vida.

Por otra parte, los diferentes puntos de vista de los padres, que surgieron en el curso del debate conciliar, resultaron providenciales porque, fundiéndose en composición armónica, ofrecieron a la fe y a la devoción del pueblo cristiano una presentación más completa y equilibrada de la admirable identidad de la Madre del Señor y de su papel excepcional en la obra de la redención.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Deseo saludar ahora cordialmente a los visitantes de lengua española, venidos de América Latina y de España. En particular, saludo a los fieles de las Parroquias San Pío X, de Algemesí, y San Pedro del Pinatar, de Murcia.

Al agradecer a todos vuestra presencia aquí y alentaros a celebrar cristianamente las próximas fiestas de Navidad, os imparto con afecto mi bendición apostólica.



89

Miércoles 20 de diciembre de 1995



(Lectura:
evangelio de san Lucas, capítulo 1,
versículos 68-69)

1. Ya se acerca la Navidad del Señor, para la que nos estamos preparando durante estos días de Adviento. La solemnidad de la Navidad nos trae recuerdos de ternura y bondad, suscitando cada vez nueva atención hacia los valores humanos fundamentales: la familia, la vida, la inocencia, la paz y la gratuidad.

La Navidad es la fiesta de la familia que, reunida en torno al belén y al árbol, símbolos navideños tradicionales, se redescubre llamada a ser el santuario de la vida y del amor. La Navidad es la fiesta de los niños, porque pone de manifiesto "el sentido profundo de todo nacimiento humano, y la alegría mesiánica constituye así el fundamento y realización de la alegría por cada niño que nace" (Evangelium vitae EV 1). La Navidad del Señor lleva a redescubrir, además, el valor de la inocencia, invitando a los adultos a aprender de los niños a acercarse con asombro y pureza de corazón a la cuna del Salvador, recién nacido.

La Navidad es la fiesta de la paz, porque "la paz verdadera nos viene del cielo" y "por toda la tierra los cielos destilan dulzura" (Liturgia de las Horas, oficio de lectura de Navidad). Los ángeles cantan en Belén: "Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres que él ama" (Lc 2,14). En este tiempo, que invita a la alegría, ¿cómo no pensar con tristeza en los que, por desgracia, en muchas partes del mundo, se hallan aún inmersos en grandes tragedias? ¿Cuándo podrán celebrar una verdadera Navidad? ¿Cuándo podrá la humanidad vivir la Navidad en un mundo completamente reconciliado? Algunos signos de esperanza, gracias a Dios, nos impulsan a proseguir incansablemente en la búsqueda de la paz.

Mi pensamiento se dirige, naturalmente, a Bosnia, donde el acuerdo logrado, aún con límites comprensibles y con notables sacrificios, constituye un gran paso adelante por el camino de la reconciliación y la paz.

La Navidad es también la fiesta de los regalos: me imagino la alegría de los niños, y también de los adultos, que reciben un regalo navideño, al sentirse amados y comprometidos a transformarse ellos mismos en don, como el Niño que la Virgen María nos muestra en el belén.

2. Pero estas consideraciones explican sólo en parte el clima festivo y sugestivo de la Navidad. Como ya es sabido, para los creyentes el auténtico fundamento de la alegría de esta fiesta estriba en el hecho de que el Verbo eterno, imagen perfecta del Padre se ha hecho "carne", niño frágil solidario con los hombres débiles y mortales. En Jesús, Dios mismo se ha acercado y permanece con nosotros, como don incomparable que es preciso acoger con humildad en nuestra vida.

En el nacimiento del Hijo de Dios del seno virginal de una humilde joven, María de Nazaret, los cristianos reconocen la infinita condescendencia del Altísimo hacia el hombre. Ese acontecimiento, junto con la muerte y resurrección de Cristo, constituye el culmen de la historia.

90 En la carta del apóstol Pablo a los Filipenses encontramos un himno a Cristo, con el que la Iglesia primitiva expresaba la gratitud y el asombro ante el sublime misterio de Dios que se hace solidario con los hombres: "(Cristo) siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre: y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz" (Ph 2,6-8).

En el decurso de los primeros siglos, la Iglesia defendió con especial tenacidad este misterio frente a varias herejías que, al negar, de vez en cuando, la verdadera humanidad de Jesús, su real filiación divina, su divinidad o la unidad de su Persona, tendían a vaciar su excepcional y sorprendente contenido y a desvirtuar el insólito y consolador mensaje que trae al hombre de todos los tiempos.

El Catecismo de la Iglesia católica nos recuerda que "el acontecimiento único y totalmente singular de la encarnación del Hijo de Dios no significa que Jesucristo sea en parte Dios y en parte hombre, ni que sea el resultado de una mezcla confusa entre lo divino y lo humano. Él se hizo verdaderamente hombre sin dejar de ser verdaderamente Dios. Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre" (CIC 464).

3. ¿Qué significado tiene para nosotros el evento extraordinario del nacimiento de Jesucristo? ¿Qué buena nueva nos trae? ¿A qué metas nos impulsa? San Lucas, el evangelista de la Navidad, en las palabras inspiradas de Zacarías nos presenta la Encarnación como la visita de Dios: "Bendito el Señor Dios de Israel porque ha visitado y redimido a su pueblo, y nos ha suscitado una fuerza salvadora en la casa de David, su siervo" (Lc 1,68-69).

Pero ¿qué efectos produce en el hombre la visita de Dios? La sagrada Escritura testimonia que cuando el Señor interviene, trae salvación y alegría, libra de la aflicción, infunde esperanza, mira el destino del que recibe la visita y abre perspectivas nuevas de vida y salvación.

La Navidad es la visita de Dios por excelencia, pues en este acontecimiento se hace sumamente cercano al hombre mediante su Hijo único, que manifiesta en el rostro de un niño su ternura hacia los pobres y los pecadores. En el Verbo encarnado se ofrece a los hombres la gracia de la adopción como hijos de Dios. San Lucas se preocupa de mostrar que el evento del nacimiento de Jesús cambia realmente la historia y la vida de los hombres, sobre todo de los que lo acogen con corazón sincero: Isabel, Juan Bautista, los pastores, Simeón, Ana y sobre todo María son testigos de las maravillas que Dios obra con su visita.

En María, de manera especial, el evangelista presenta no sólo un modelo que es necesario seguir para acoger a Dios que sale a nuestro encuentro, sino también las perspectivas exultantes que se abren a quien, habiéndolo acogido, está Llamado a convertirse, a su vez, en instrumento de su visita y heraldo de su salvación: "Apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno", exclama Isabel dirigiéndose a la Virgen, que le lleva en sí misma la visita de Dios (Lc 1,44). La misma alegría invade a los pastores, que van a Belén por invitación del ángel y encuentran al niño con su Madre: vuelven "glorificando y alabando a Dios" (Lc 2,20), porque saben que el Señor los ha visitado.

A la luz del misterio que nos disponemos a celebrar, expreso a todos el deseo de que acudamos en esta Navidad, como María, a Cristo que viene a "visitarnos de lo alto" (Lc 1,78), con corazón abierto y disponible, para convertirnos en instrumentos de la alegre visita de Dios para cuantos encontremos en nuestro camino diario.

Saludos

Queridos hermanos y hermanas:

Saludo afectuosamente a los peregrinos españoles y latinoamericanos presentes en Roma, en particular, a los fieles de la Parroquia de San Francisco, de Córdoba (España).

91 Deseo a todos unas fiestas gozosas y serenas; espero que en ellas viváis una experiencia más intensa del amor de Dios, y que este amor se extienda a vuestras familias y comunidades, llegando también a quienes más lo necesitan, en especial a los que sufren y a los abandonados.

En la alegría del divino Niño que viene a salvarnos, os imparto de corazón la bendición apostólica.











Audiencias 1995 83