Discursos 1995 8

II. PARTE


La resurrección de Jesucristo

es la clave para comprender la historia del mundo y del hombre


9 6. Vuestras preguntas ahora se refieren a la persona y a la obra de Jesucristo, nuestro redentor. Percibís el misterio de su persona, que os lleva a conocerlo mejor. Veis que sus palabras han impulsado a sus discípulos a salir a predicar el Evangelio a todos los pueblos, poniendo en marcha así una misión que continúa aún hoy y que ha llevado a la Iglesia a todos los rincones del mundo. Queréis estar seguros de que, si lo seguís, no quedaréis frustrados o defraudados.

En otras palabras, ¿cómo podemos explicar el efecto extraordinario de su vida y la eficacia de sus palabras? ¿De dónde vienen su poder y su autoridad?

7. Una lectura atenta del evangelio de san Juan nos ayudará a encontrar una respuesta a nuestra pregunta.

Vemos cómo Jesús, a pesar de las puertas cerradas, entra en la habitación donde los discípulos están reunidos (cf. Jn
Jn 20,26). Les muestra sus manos y su costado. ¿Qué indican estas manos y este costado? Son los signos de la pasión y de la muerte del Redentor en la cruz. El viernes santo estas manos fueron traspasadas por los clavos, al levantar su cuerpo en la cruz, entre el cielo y la tierra. Y cuando la agonía había llegado a su fin, el centurión romano traspasó también su costado con la lanza, para asegurarse de que ya no vivía (cf. Jn Jn 19,34). Inmediatamente brotaron sangre y agua, como una prueba patente de su muerte. Jesús había muerto realmente. Murió y fue colocado en el sepulcro, como era costumbre sepultar entre los judíos. José de Arimatea le cedió la tumba familiar, que poseía cerca del sitio. Allí yació Jesús hasta la mañana de Pascua. Ese día, de mañana, algunas mujeres vinieron de Jerusalén para ungir el cuerpo inerte. Pero encontraron que la tumba estaba vacía. Jesús había resucitado.

Jesús resucitado se apareció a los Apóstoles en la sala donde se hallaban reunidos. Y, para probarles que era la misma persona que habían conocido siempre, les muestra sus heridas: sus manos y su costado. Son las huellas de su pasión y su muerte redentoras, la fuente de su fuerza que les trasmite. Les dice: «Como el Padre me envió, también yo os envío... Recibid el Espíritu Santo» (Jn 20,21-22).

8. La resurrección de Jesucristo es la clave para comprender la historia del mundo, la historia de toda la creación, y es la clave para comprender de manera especial la historia del hombre. El hombre, al igual que toda la creación, está sometido a la ley de la muerte. Leemos en la carta a los Hebreos: «Está establecido que los hombres mueran» (He 9,27). Pero gracias a lo que realizó Jesucristo, esa ley quedó sometida a otra ley: a la ley de la vida. Gracias a la resurrección de Cristo, el hombre ya no existe solamente para la muerte, sino que existe para la vida que se ha de revelar en nosotros. Es la vida que Cristo ha traído al mundo (cf. Jn 1,4). De aquí la importancia del nacimiento de Jesús en Belén, que acabamos de celebrar en Navidad. Por este motivo, la Iglesia se prepara para el gran jubileo del año 2000. La vida humana que en Belén se reveló a los pastores y a los magos llegados de oriente en una noche estrellada, mostró su carácter indestructible el día de la Resurrección. Existe un vínculo profundo entre la noche de Belén y el día de la Resurrección.

9. La victoria de la vida sobre la muerte es lo que todo hombre desea. Todas las religiones, especialmente las grandes tradiciones religiosas que siguen la mayor parte de los pueblos de Asia, dan testimonio de cuán profundamente está inscrita en la conciencia religiosa del hombre la verdad sobre nuestra inmortalidad. La búsqueda humana de la vida después de la muerte encuentra cumplimiento definitivo en la resurrección de Cristo. Porque el Cristo resucitado es la demostración de la respuesta de Dios a este profundo anhelo del espíritu humano, la Iglesia profesa: «Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro» (Credo de los Apóstoles). El Cristo resucitado asegura a los hombres y a las mujeres de toda época que están llamados a una vida que traspasa el confín de la muerte.

La resurrección del cuerpo es más que la mera inmortalidad del alma. Toda la persona, cuerpo y alma, está destinada a la vida eterna. Y la vida eterna es la vida en Dios. No la vida en el mundo que, como dice san Pablo, está «sometida a la caducidad» (Rm 8,20). Por ser una criatura en el mundo, el hombre está sujeto a la muerte, precisamente como cualquier otra criatura. La inmortalidad de toda la persona puede venir sólo como un don de Dios. Y, de hecho, es una participación en la eternidad de Dios mismo.

10. ¿Cómo recibimos esta «vida en Dios»? Por el Espíritu Santo. Sólo el Espíritu Santo puede dar esta nueva vida, como profesamos en el Credo: «Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida». Por él nos convertimos, a imagen de su Hijo único, en hijos adoptivos del Padre.

Cuando Jesús dice: «Recibid el Espíritu Santo», quiere decir: recibid de mí esta vida divina, la divina adopción que he traído al mundo y que he introducido en la historia humana. Yo mismo, el Hijo eterno de Dios, por obra del Espíritu Santo, me he convertido en Hijo del hombre, nacido de la Virgen Maria. Vosotros, por obra del mismo Espíritu, debéis llegar a ser —en mí y por mí— hijos e hijas adoptivos de Dios.

«Recibid el Espíritu Santo» significa: aceptad de mí esta herencia de gracia y de verdad, que hace de vosotros un solo cuerpo espiritual y místico conmigo. «Recibid el Espíritu Santo» significa también: haceos partícipes del reino de Dios, que el Espíritu Santo derrama en vuestro corazón como fruto de los sufrimientos y del sacrificio del Hijo de Dios, para que Dios sea todo en todos (cf. 1Co 1Co 15,28).

10 11. Queridos jóvenes, nuestra meditación ha llegado al centro del misterio de Cristo redentor. Por su consagración total al Padre, se ha convertido en canal de nuestra adopción como hijos e hijas amados del Padre. La nueva vida que existe en vosotros en virtud del bautismo es la fuente de vuestra esperanza y optimismo cristianos. Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre. Cuando os dice: «Como el Padre me envió, también yo os envío», podéis estar seguros de que no os abandonará; estará siempre con vosotros.

III. PARTE


El Evangelio no es ni una teoría ni una ideología.

El Evangelio es vida. Vosotros tenéis que dar testimonio de esta vida


Queridos jóvenes amigos:

12. La entronización de Nuestra Señora de Antipolo nos invita a mirar a María para saber cómo responder a la llamada de Jesús. Ante todo, ella conservaba todas las cosas, y las meditaba en su corazón. También fue de inmediato a ayudar a su prima Isabel. Ambas actitudes son parte esencial de nuestra respuesta al Señor: oración y acción. Esto es lo que la Iglesia espera de vosotros, los jóvenes. Esto es lo que he venido a pediros aquí. María, Madre de la Iglesia y Madre nuestra, nos ayudará a escuchar a su Hijo divino.

13. «Como el Padre me envió, también yo os envío». Estas palabras están dirigidas a vosotros. La Iglesia las dirige a todos los jóvenes del mundo, pero hoy de modo especial a los jóvenes de Filipinas, y a los jóvenes de China, de Japón, de Corea y de Vietnam; a los jóvenes de Laos y de Camboya; a los jóvenes de Malaisia, Papúa Nueva Guinea e Indonesia; a los jóvenes de la India y de las islas del océano Indico; a los jóvenes de Australia y Nueva Zelanda, y de las islas del vasto Pacífico.

Hijos e hijas de esta parte del mundo, donde habita la mayor parte de la familia humana, estáis llamados a la misma misión y al mismo desafío a que Cristo y la Iglesia llaman a los jóvenes de todos los continentes: a los jóvenes de Oriente Medio, de Europa del este y del oeste; de América del norte, del centro y del sur; y de África. A cada uno de vosotros Cristo dice: «Yo os envío».

14. ¿Por qué os envía? Porque los hombres y mujeres de todo el mundo, del norte y del sur, del este y oeste, anhelan la auténtica liberación y realización. Los pobres claman justicia y solidaridad; los oprimidos exigen libertad y dignidad; los ciegos suplican luz y verdad (cf. Lc Lc 4,18). Vosotros no habéis sido enviados a proclamar alguna verdad abstracta. El Evangelio no es una teoría ni una ideología. El Evangelio es vida. Vuestra tarea consiste en dar testimonio de esta vida: la vida de los hijos e hijas adoptivos de Dios. El hombre moderno, sea o no sea consciente de ello, tiene una urgente necesidad de esta vida, como hace dos mil años la humanidad tenía necesidad de la venida de Cristo; como la gente seguirá teniendo siempre necesidad de Jesucristo hasta el final de los tiempos.

15. ¿Por qué tenemos necesidad de él? Porque Cristo revela la verdad sobre el hombre, y sobre la vida y el destino del hombre. El nos muestra nuestro lugar ante Dios, como criaturas y pecadores, como redimidos por su muerte y su resurrección, como peregrinos hacia la casa del Padre. Nos enseña el mandamiento fundamental del amor a Dios y del amor al prójimo. Insiste en el hecho que no puede existir justicia, hermandad, paz y solidaridad sin los diez mandamientos de la alianza, revelados a Moisés en el monte Sinaí y confirmados por el Señor en el monte de las bienaventuranzas (cf. Mt Mt 5,3-12) y en su diálogo con el joven (cf. Mt Mt 19,16-22).

La verdad sobre el hombre, que el hombre moderno tiene tanta dificultad para comprender, es que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios mismo (cf. Gn Gn 1,27) y precisamente en este hecho, dejando aparte cualquier otra consideración, estriba la dignidad inalienable de todo ser humano, sin excepción, desde el momento de su concepción hasta su muerte natural. Pero lo que resulta aún más difícil de comprender para la cultura contemporánea es que esa dignidad, ya forjada en el acto creativo de Dios, ha sido elevada hasta una altura inconcebible en el misterio de la encarnación del Hijo de Dios. Este es el mensaje que debéis proclamar al mundo moderno: sobre todo a los más desvalidos, a los que carecen de casa, a los marginados, a los enfermos, a los abandonados, a los que sufren por culpa de los demás. A cada uno debéis decirle: mira a Jesucristo para ver lo que realmente eres a los ojos de Dios.

16. Se está prestando cada vez más atención a la causa de la dignidad humana y los derechos humanos, y poco a poco éstos se van codificando e incluyendo en las legislaciones, tanto a nivel nacional como internacional. Eso es algo digno de elogio. Pero la efectiva y segura observancia del respeto a la dignidad humana y a los derechos humanos será imposible si las personas y las comunidades no superan los intereses egoístas, el miedo, el ansia y la sed de poder. Por este motivo, el hombre necesita ser liberado del dominio del pecado, por la vida de gracia: la gracia de nuestro Señor y salvador Jesucristo.

11 Jesús nos dice: «Os envío a vuestras familias, a vuestras parroquias, a vuestros movimientos y asociaciones, a vuestros países, a las antiguas culturas y a la civilización moderna, para que proclaméis la dignidad de todo ser humano, como la he revelado yo, el Hijo del hombre». Si defendéis la inalienable dignidad de todo ser humano, revelaréis al mundo el auténtico rostro de Jesucristo, que se identifica con todo hombre, con toda mujer y con todo niño, aunque sean pobres, débiles o minusválidos.

17. ¿Cómo os envía Jesús? No os promete ni espada ni dinero ni poder ni nada de lo que los medios de comunicación social hacen atractivo para la gente de hoy. Por el contrario, os da la gracia y la verdad. Os envía con el poderoso mensaje de su misterio pascual, con la verdad de su cruz y su resurrección. Esto es todo lo que os da, y todo lo que necesitáis.

Esta gracia y esta verdad, a su vez, os infundirán valentía. Seguir a Cristo siempre ha exigido valentía. Los Apóstoles, los mártires, enteras generaciones de misioneros, santos y confesores, conocidos y desconocidos, en todas partes del mundo, han tenido la fuerza para permanecer firmes frente a la incomprensión y la adversidad. Eso es verdad también aquí en Asia. Entre todos los pueblos de este continente, los cristianos han pagado el precio de su fidelidad, y ésta es la fuente segura de la confianza de la Iglesia.

18. Volvemos así a nuestra pregunta original: ¿qué esperan la Iglesia y el Papa de los jóvenes de la X Jornada mundial de la juventud? Que deis testimonio de Jesucristo. Y que aprendáis a proclamar todo lo que el mensaje de Cristo contiene para la auténtica liberación y el verdadero progreso de la humanidad. Esto es lo que Cristo espera de vosotros, Esto es lo que la Iglesia pide a los jóvenes de Filipinas, de Asia, del mundo. De este modo, vuestras culturas descubrirán que habláis un lenguaje que ya ha resonado de alguna manera en las antiguas tradiciones de Asia: el lenguaje de la auténtica paz interior y de la plenitud de vida, ahora y para siempre.

Dado que Cristo os dice: «Yo os envío», os convertís en signo de esperanza y objeto de nuestra confianza en el futuro. De modo especial, vosotros, jóvenes de la X Jornada mundial de la juventud, sois signo, epifanía de Jesucristo, manifestación del reino de Dios.

19. Señor Jesucristo, mediante esta X Jornada mundial de la juventud, infunde nueva vida en el corazón de los jóvenes reunidos aquí, en el Luneta Park de Manila, en Filipinas.

San Juan escribe que la vida que das es «luz de los hombres» (
Jn 1,4). Ayuda a estos jóvenes, chicos y chicas, a llevar consigo la luz a todos los lugares de donde han venido. Que su luz brille para todos los pueblos (cf. Mt Mt 5,16): para sus familias, para sus culturas y sociedades, para sus sistemas económicos y políticos, para todo el orden internacional.

Al entrar en la habitación en que los discípulos se hallaban reunidos, después de tu resurrección, les dijiste: «La paz esté con vosotros» (Jn 20,21). Haz que estos jóvenes sean portadores de tu paz. Enséñales el significado de lo que dijiste en el sermón de la montaña: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9).

Envíalos como el Padre te envió a ti: a liberar del miedo y del pecado a sus hermanos y hermanas; para la gloria de nuestro Padre celestial. Amén.







VIAJE APOSTÓLICO A FILIPINAS, PAPUA NUEVA GUINEA,

AUSTRALIA Y SRI LANKA

CEREMONIA DE DESPEDIDA



Aeropuerto internacional Ninoy Aquino de Manila

Lunes 16 de enero de 1995




12 Queridos amigos Filipinos:

1. Mi visita pastoral a las hermosas islas Filipinas está a punto de concluir. Quisiera dar gracias a todos por la cordial y amable hospitalidad que he recibido desde el primer momento de mi llegada. Agradezco, de manera especial, al señor presidente Ramos y a los miembros del Gobierno su participación en todas las etapas de mi visita. Doy gracias cordialmente a los cardenales Sin y Vidal, así como a todos mis hermanos obispos y a sus colaboradores, por haber hecho de mi peregrinación a la iglesia de estas islas una celebración fecunda y jubilosa de nuestra fe en Jesucristo.

Doy las gracias a todos los que han participado en las misas y en los demás eventos, a los que los han organizado, a los que han mantenido el orden y la seguridad, a los que han trabajado para difundir por radio y televisión los eventos, a los que de alguna manera han contribuido a responder a las necesidades de tantos peregrinos. Que Dios premie a cada uno.

2. Doy gracias con especial afecto a los jóvenes, que han sido los protagonistas principales de esta X Jornada mundial de la juventud. ¿Cómo podemos explicar o medir la misteriosa acción de la gracia divina en tantos corazones jóvenes? El Señor ha comparado el reino a una semilla que un hombre plantó y luego produjo una abundante cosecha. Aquí la semilla había caído en una tierra fértil. Muchas personas —padres, maestros, catequistas, religiosos, sacerdotes— han velado por la semilla de la fe y la han ayudado a desarrollarse. Dios la ha hecho crecer (cf. 1Co
1Co 3,6). ¿Cuánto crecerá? ¿Cuánto se difundirá desde aquí por la inmensa geografía humana de Asia? Este es el desafío y la tarea que los jóvenes de la X Jornada mundial de la juventud y toda la Iglesia que está en Filipinas han aceptado y realizarán en el próximo siglo y en el próximo milenio.

Todo ello llena de gratitud y gozo mi corazón. Seguiré alimentando una inmensa esperanza en los jóvenes de Filipinas y de todo el mundo: Cristo está actuando a través de ellos para producir una nueva primavera del cristianismo en este continente. Nosotros vemos los primeros resultados de la siembra; otros gozarán de la rica cosecha.

3. Me llevo como recuerdo del pueblo filipino muchísimas imágenes. Conozco vuestro anhelo de mayor justicia y de una vida mejor para vosotros y para vuestros hijos. Nadie puede subestimar las dificultades que afrontáis y el duro trabajo que tenéis por delante. Ante todo, nadie debería huir de la gran exigencia de una solidaridad real y efectiva, una nueva solidaridad entre las personas, en las familias y en toda la sociedad. Debe haber mayor participación, un renovado sentido de responsabilidad de cada uno con respecto a los demás: todos somos guardianes de nuestros hermanos. Que Dios os ayude a seguir el rumbo que habéis emprendido: hacia un desarrollo constante que defienda y promueva los valores auténticos de vuestra cultura filipina.

4. Mi último deseo no puede menos de ser el que os expresé cuando vine aquí hace casi catorce años: que gocéis siempre de paz en vuestro corazón y en vuestro hogar; que la justicia y la libertad reinen en vuestra tierra; que vuestras familias sean siempre fieles, y estén unidas en la alegría y el amor.

Dios os bendiga a todos.

Dios bendiga a Filipinas.





                                                                                  Febrero de 1995

                                                                      


AL SEÑOR JAVIER LUIS EGAÑA BARAONA,


NUEVO EMBAJADOR DE CHILE ANTE LA SANTA SEDE


13

Viernes 3 de febrero de 1995



Señor Embajador:

Con viva complacencia recibo las Cartas Credenciales que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Chile ante la Santa Sede. Al darle mi cordial bienvenida a este solemne acto, me es grato reiterar ante su persona el profundo afecto que siento por todos los hijos de aquella noble Nación.

Correspondo con sincero agradecimiento al deferente saludo que el Señor Presidente, Dr. Eduardo Frei Ruiz–Tagle, ha querido hacerme llegar por medio de Usted y le ruego tenga a bien transmitirle mis mejores augurios, junto con las seguridades de mi plegaria al Altísimo por la prosperidad y bien espiritual de todos los chilenos.

Sus amables palabras, Señor Embajador, me son particularmente gratas y me han hecho recordar la visita pastoral que realicé en el año 1987 a su País, durante la cual pude apreciar los más genuinos valores del alma chilena. Esos valores se manifiestan asimismo en los luminosos frutos de santidad en la Iglesia en Chile y, así, me complace evocar también las gozosas celebraciones de la canonización de Santa Teresa de los Andes y de las beatificaciones de la joven Laura Vicuña y la más reciente del P. Alberto Hurtado, SJ, gloria no sólo de aquellas comunidades eclesiales sino también de toda América Latina, y cuya vida y enseñanzas iluminan la conducta de tantas personas.

La República de Chile, en virtud de las raíces cristianas y valores morales que han configurado su ser como Nación a través de la historia, pertenece, con razón, al grupo de países que se suman a la noble tarea de reforzar entre los pueblos las bases de la pacífica convivencia en el marco de la justicia y el respeto mutuo.

A este propósito, me es grato rememorar la reciente celebración del 10º Aniversario de la firma del Tratado de Paz y Amistad entre su país y la República Argentina, al que se llegó con la mediación de esta Sede Apostólica; así se ha confirmado no sólo el aprecio de su País hacia la obra de la Santa Sede en el campo internacional, sino que también se ha puesto de relieve la firme voluntad de proseguir por la vía del diálogo y a través de los medios que el derecho internacional ofrece a la comunidad de las naciones para la solución pacífica de los conflictos que puedan surgir entre los dos Países que se unen por la cordillera andina. Me complazco por esta realidad que favorece un clima de paz y cooperación pues, como expuse en mi reciente Alocución al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, “estoy convencido de que, si la guerra y la violencia, por desgracia, son contagiosas, también lo es la paz” (Discurso al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, n. 8, 9 de enero de 1995).

Por su misión de carácter espiritual y religioso, la Sede Apostólica no deja de promover y defender el respeto de los derechos humanos y de testimoniar con su enseñanza que la supervivencia de la humanidad, con su complejidad, depende del lugar que se conceda al hombre como auténtico fin de cualquier acción política. En este sentido, su presencia en el concierto de las Naciones quiere ser aquella voz que la conciencia humana espera, sin por ello subestimar la aportación de otras tradiciones religiosas.
En sus palabras Usted ha aludido también a la transición pacífica hacia un régimen cada vez más democrático, para lo cual el Gobierno que representa ha emprendido significativas iniciativas, confiando, como en el pasado, en el apoyo moral de la Iglesia. Hago votos para que, en esa singladura de vida democrática, la Iglesia ocupe efectivamente su lugar, poniendo de relieve la vocación de servicio a todos los niveles, especialmente con la acción en favor de los más necesitados, contribuyendo así a la elevación del hombre chileno y a la tutela y promoción de los valores supremos. En efecto, para la construcción de una sociedad cada vez más justa y fraterna, es preciso que la concepción cristiana de la vida y las enseñanzas morales de la Iglesia continúen siendo valores que deben ser tomados en consideración por aquellas personas que trabajan al servicio de la Nación. De esta manera se podrá responder adecuadamente a las necesidades y aspiraciones de los hombres cooperando, a la vez, con los designios de Dios.
En ese espíritu de colaboración los Obispos de Chile han llamado a las Orientaciones Pastorales con el sugestivo título de “Nueva Evangelización para Chile, Patria que amamos y servimos con el Evangelio del Señor”. Hoy, como siempre, la Iglesia, con el debido respeto por la autonomía de las instituciones e instancias civiles, continuará promoviendo y alentando todas aquellas iniciativas que sirvan a la causa del hombre, a su dignificación y progreso integral, favoreciendo siempre la dimensión espiritual y religiosa de la persona a nivel individual, familiar y social.
Señor Embajador, al acercarnos al final del siglo XX, nos encontramos en un contexto caracterizado por nuevas situaciones y nuevos retos, que hacen más necesario que nunca defender claramente el principio de la supremacía de los valores de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, y la primacía del bien común en la organización social. La Iglesia enseña que, para hacer frente a los nuevos desafíos, hay que ir fomentando aquellas condiciones de vida que permitan a los individuos y a las familias su plena realización y la consecución de sus legítimas aspiraciones, teniendo siempre como punto de referencia una recta concepción del hombre y de su destino transcendente. En este sentido, el Concilio Vaticano II afirma que “la fe todo lo ilumina con nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la entera vocación del hombre; por ello, orienta el espíritu hacia soluciones plenamente humanas”.
14 Señor Embajador, antes de terminar este encuentro, me es grato asegurarle mi benevolencia y apoyo, para que la alta misión que le ha sido encomendada se cumpla felizmente. Por mediación de Nuestra Señora del Carmen, Patrona de Chile, elevo mi plegaria al Señor para que asista siempre con sus dones a Usted y a su familia, a sus colaboradores, a los gobernantes de su noble País, así como al amadísimo pueblo chileno, tan cercano siempre al corazón del Papa






A UN GRUPO DE OBISPOS ARGENTINOS


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLRUM»


Martes 7 de febrero de 1995



Queridos Hermanos en el Episcopado:

1. Con gran gozo os recibo, Pastores de la Iglesia de Dios en la Argentina, en el marco de vuestra visita ad limina, que realizáis animados por el propósito de cumplir la venerable tradición, recogida también por la normativa canónica, de peregrinar a las tumbas de los Bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo, afianzando a la vez vuestra comunión eclesial, afectiva y efectiva, con el Obispo de Roma y manteniendo diversos encuentros con los Dicasterios de la Curia Romana. Ésta es una oportunidad privilegiada, entretejida de momentos de oración, de reflexión pastoral y de consultas sobre la actividad de vuestras Iglesias particulares para vivir, desde la fe y la caridad, una gozosa experiencia del misterio de la Iglesia, entendida como comunión “que se hace presente y operativa en la particularidad y diversidad de las personas, grupos, tiempos y lugares” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Communionis notio, 7, 29 de mayo de 1992).

Agradezco las amables palabras del Señor Cardenal Antonio Quarracino, Arzobispo de Buenos Aires y Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, con las cuales se ha hecho intérprete de los sentimientos de todos. Esa gratitud la expreso asimismo por vuestra sincera adhesión, así como por la incansable dedicación al ministerio que os fue confiado y que ejercéis enseñando, santificando y rigiendo al pueblo de Dios.

Vuestra presencia aquí me hace evocar la Visita pastoral que realicé a vuestro País en 1987 como mensajero de “la insondable riqueza de Cristo” (Ep 3,8). Saludándoos con afecto, quiero, por vuestro medio, hacer llegar mi palabra de estima a los sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles que viviendo su fe con entrega generosa, contribuyen al crecimiento del Reino de Dios en la querida nación Argentina.

2. Hace apenas unos pocos años hemos celebrado el V Centenario de la llegada del Evangelio al querido continente americano, que ha llevado al compromiso eclesial para la nueva evangelización. Ahora nos encontramos en la preparación de un acontecimiento singular, el Jubileo del Año 2000, que brinda una ocasión propicia para que la Iglesia, bajo la guía de los Obispos, ofrezca a todos los hombres, con renovado fervor, la salvación que nos trae Jesucristo.

Objetivo prioritario de este gran Jubileo, como he señalado en la Carta Apostólica “Tertio Millennio Adveniente”, es “el fortalecimiento de la fe y del testimonio de los cristianos”, para lo cual “es necesario suscitar en cada fiel un verdadero anhelo de santidad, un fuerte deseo de conversión y de renovación personal en un clima de oración siempre más intensa y de solidaria acogida del prójimo, especialmente del más necesitado” (Tertio Millennio Adveniente TMA 42).

En este momento de la historia, a través de vosotros, queridos Hermanos en el Episcopado, quiero dirigir a los hijos de la Iglesia en Argentina un ferviente llamado a una conversión más profunda, a una renovación espiritual, a una mayor santidad. Todo el pueblo de Dios es destinatario de mi apelación: los sacerdotes, los religiosos y religiosas, los demás consagrados, todos los fieles laicos, sin excluir a nadie, ya que “todos los fieles de cualquier estado y condición están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad” (Lumen gentium LG 40, Christifideles laici, 16).

De cara al Año jubilar se hace urgente una más viva adhesión de fe a los misterios que nos son comunicados por la Revelación divina, que tienen como centro la persona, enseñanza y obras de Jesucristo. Por eso, la fe se ha de robustecer continuamente mediante la meditación frecuente de la Palabra de Dios, con la ayuda de una catequesis permanente que permita a todos los fieles, incluso los más sencillos, gustar las riquezas de la sabiduría cristiana y experimentar el gozo de la verdad.

Asimismo hay que renovar la invitación a todos los creyentes en Cristo a un seguimiento más íntimo y fiel del Señor, crucificado y resucitado, dando testimonio de vida según los preceptos evangélicos y en plena coherencia con la fe. Como dice el Catecismo de la Iglesia católica, “la fidelidad de los bautizados es una condición primordial para el anuncio del Evangelio y para la misión de la Iglesia en el mundo; para manifestar ante los hombres su fuerza de verdad y de irradiación, el mensaje de salvación debe ser autentificado por el testimonio de vida de los cristianos” (Catecismo de la Iglesia católica CEC 2044).

15 Además, tanto los fieles considerados particularmente como las comunidades cristianas han de ejercitarse en la práctica asidua de la oración, para que de esa forma el trato personal con el Señor, Uno y Trino, mueva a todos a corresponder cada vez más generosamente a su gracia, que los santifica, de modo que puedan “permanecer en la intimidad de Dios” (Tertio Millennio Adveniente TMA 8). En este sentido, una renovada pastoral litúrgica permitirá participar con mayor intensidad de la gracia que fluye del misterio pascual, principalmente en la celebración de la Eucaristía y de los otros sacramentos; asimismo, irá formando el corazón y la mente de los fieles mediante la dignidad y belleza de los símbolos litúrgicos y los educará en el sentido de Dios y en la esperanza de las realidades últimas. A este respecto me complace recordar la reciente celebración del Congreso Eucarístico Nacional en la ciudad de Santiago del Estero, tan evocadora para la historia religiosa de Argentina. Os exhorto a que los beneficios espirituales de ese acontecimiento eclesial lleguen a todos los fieles que os son confiados para que reconozcan y se acerquen más a “Jesucristo, Pan de Vida, Esperanza de los hombres” y así, con fe viva en el misterio eucarístico, descubran continuamente su centralidad en la vida de la Iglesia y en la Nueva Evangelización, como decía el objetivo general del Congreso.

3. He sabido con agrado que el Catecismo de la Iglesia católica, que la Providencia me ha concedido presentar como “texto de referencia seguro y auténtico para la enseñanza de la doctrina católica y muy particularmente para la composición de los catecismos locales” (Fidei depositum, 4), se ha difundido copiosamente entre los fieles argentinos. Son muchos los que lo leen, lo estudian para esclarecer su fe y aun lo hacen objeto de meditación y oración, con abundantes frutos espirituales. Sé que vuestra Conferencia Episcopal está preparando un directorio catequético nacional, lo cual es un proyecto encomiable. A este propósito os será de gran ayuda este Catecismo cuyo valor quiero reafirmar recordando que es el “instrumento más idóneo para la nueva evangelización” (A los presidentes de las Comisiones para la catequesis de las Conferencias episcopales nacionales, n. 4, 29 de abril de 1993) . Su riqueza dogmática, litúrgica, moral y espiritual debe llegar a todos, especialmente a los niños y jóvenes, a través de catecismos diversificados para el uso parroquial, familiar, escolar o para la formación en el seno de diversos movimientos o asociaciones de fieles. La composición de aquellos textos, o la revisión de los ya existentes, ha de tomar como norma esta obra, que constituye un verdadero don para la Iglesia.

La catequesis, como proceso de educación en la fe, es un momento esencial de la misión evangelizadora que el Señor nos ha confiado. Os animo a no escatimar esfuerzos para que, en vuestras diócesis, la actividad catequética pueda desarrollarse contando con agentes bien formados y con medios adecuados para llevar a todos los fieles a un conocimiento más vivo y eficaz del misterio de Cristo. La ignorancia religiosa y la deficiente asimilación vital de la fe, que se derivan de una catequesis insuficiente o imperfecta, dejarían a los bautizados inermes frente a los peligros reales del secularismo o del proselitismo de las sectas fundamentalistas, con el consiguiente riesgo de que éstos reemplacen las valiosas y sugestivas expresiones cristianas de la piedad popular.

Vuestras Iglesias particulares son ricas en instituciones de educación católica a todos los niveles y cuentan además con programas de catequesis parroquial para niños y adultos. Ello, junto con los medios de comunicación, que deben usarse cada vez más ampliamente para la difusión del Evangelio, son instrumentos apropiados para enriquecer a los miembros de la Iglesia con un conocimiento de la fe más profundo y seguro. De esa manera vuestros fieles estarán mejor preparados para testimoniar esa misma fe en el seno de la familia y de toda la comunidad y, a la vez, podrán ofrecer una contribución específica y eficaz para afrontar las cuestiones éticas y sociales que se plantean en vuestra Nación.

4. Me he referido antes al secularismo, factor operante en la cultura contemporánea, que anida en la mente y el corazón de los hombres y exige de nosotros, Pastores de la Iglesia, un cuidadoso discernimiento a la vez que una acción eficaz que contrarreste su influencia en las personas y en la sociedad.

En las Líneas Pastorales para la Nueva Evangelización habéis identificado justamente este fenómeno como un desafío al cual ha de responder vuestra solicitud pastoral, ya que “afecta directamente a la fe y a la religión” (Conferencia Episcopal Argentina, Líneas Pastorales para la Nueva Evangelización, 12). Por eso os aliento a seguir presentando a Cristo Jesús como Redentor de todos los hombres: de su vida personal y social, del ambiente familiar y profesional, del mundo del trabajo y de la cultura, en una palabra, de los diversos ámbitos en que se desarrolla la actividad de la persona. Como bien sabéis, se difunden corrientes de pensamiento que, despojando la visión del mundo y de la vida humana de la referencia a Dios, sofocan en las personas la apertura a la verdad y las someten al relativismo y al escepticismo (cf. Veritatis splendor VS 1), lo cual desemboca, no pocas veces, en un atentado a la dignidad de la persona misma, que es siempre imagen de Dios. De este modo se produce una desintegración espiritual en las personas, en las familias y en la sociedad, porque priva a la existencia del su fundamento último.

Los Obispos, en el ejercicio de su misión, están llamados a ofrecer las enseñanzas que, basadas en la divina revelación y en el Magisterio, y por referirse al fundamento último de la verdad sobre el hombre y sobre el mundo, son válidas para todos. En este sentido os habéis expresado en vuestra Declaración del 11 de agosto del año pasado, colaborando a sostener y defender los auténticos valores de la vida humana y los derechos de toda persona en la sociedad, pues como allí se lee “hablando en favor de la vida, queremos defender al varón y a la mujer de hoy, y a la sociedad futura, contra los argumentos de una mentalidad que no concuerda con la tradición de nuestra patria, y que responden a un moderno colonialismo biológico”.

5. Otro fenómeno de nuestra cultura contemporánea es que, mientras continúa avanzando la secularización de muchos aspectos de la vida, se percibe también una nueva demanda de espiritualidad, expresión de la condición religiosa del hombre y signo de su búsqueda de respuestas a la crisis de valores de la sociedad occidental. A este esperanzador panorama hemos de responder ofreciendo con entusiasmo a los hombres y mujeres de nuestro tiempo las riquezas de las que somos ministros y dispensadores, contribuyendo así a saciar “en lo más profundo de su corazón la nostalgia de la verdad absoluta y la sed de alcanzar la plenitud de su conocimiento” (ib.).

Hay que tener presente, sin embargo, que no faltan desviaciones que han dado origen a sectas y movimientos gnósticos o pseudorreligiosos, configurando una moda cultural de vastos alcances que, a veces, encuentra eco en amplios sectores de la sociedad y llega incluso a tener influencia en ambientes católicos. Por eso, algunos de ellos, en una perspectiva sincretista, amalgaman elementos bíblicos y cristianos con otros extraídos de filosofías y religiones orientales, de la magia y de técnicas psicológicas. Esta expansión de las sectas y de nuevos grupos religiosos que atraen a muchos fieles y siembran confusión e incertidumbre entre los católicos es motivo de inquietud pastoral. En este campo, es necesario analizar profundamente el problema y encontrar líneas pastorales para afrontarlo. Los Obispos os habéis de sentir movidos a potenciar una acción concordada, con la colaboración eficaz de los sacerdotes, de los religiosos y religiosas, y de otros agentes de pastoral, dirigida a formar convenientemente a los cristianos, a trabajar para que las celebraciones litúrgicas sean más vivas y participadas y a alentar a las comunidades cristianas para que sean siempre acogedoras. Además de pensar en la influencia negativa de dichos grupos religiosos fundamentalistas, habría que preocuparse de ver cómo se pueden contrarrestar las causas que empujan a muchos fieles a abandonar la Iglesia.

6. Queridos Hermanos en el episcopado: en el diálogo personal con cada uno he podido constatar vuestra entrega a las tareas del ministerio y he compartido las esperanzas y preocupaciones del momento presente. En este encuentro colegial, que expresa y robustece nuestra comunión, deseo mirar con vosotros hacia el horizonte, ya cercano, del gran Jubileo del año 2000. En la citada Carta Apostólica “Tertio Millennio Adveniente” he escrito que “el Jubileo del Año 2000 quiere ser una gran plegaria de alabanza y acción de gracias sobre todo por el don de la Encarnación del Hijo de Dios y de la Redención realizada por Él” (Tertio Millennio Adveniente TMA 32). ¡Quiera el Señor que esta celebración jubilar traiga un crecimiento de santidad en toda la Iglesia!

Encomendando a María, bajo la advocación de Nuestra Señora de Luján, las alegrías, esperanzas y dificultades de vuestro ministerio, los deseos y anhelos de todos los sacerdotes y fieles de vuestras diócesis, el progreso material y espiritual de vuestra noble nación, a todos os imparto con afecto mi Bendición Apostólica.






Discursos 1995 8