Audiencias 1997 71


Miércoles 17 de septiembre de 1997

María, Madre de la Iglesia

1. El concilio Vaticano II, después de haber proclamado a María «miembro muy eminente», «prototipo» y «modelo» de la Iglesia, afirma: «La Iglesia católica, instruida por el Espíritu Santo, la honra como a madre amantísima con sentimientos de piedad filial» (Lumen gentium LG 53).

A decir verdad, el texto conciliar no atribuye explícitamente a la Virgen el título de «Madre de la Iglesia», pero enuncia de modo irrefutable su contenido, retomando una declaración que hizo, hace más de dos siglos, en el año 1748, el Papa Benedicto XIV (Bullarium romanum, serie 2, t. 2, n. 61, p. 428).

En dicho documento, mi venerado predecesor, describiendo los sentimientos filiales de la Iglesia que reconoce en María a su madre amantísima, la proclama, de modo indirecto, Madre de la Iglesia.

72 2. El uso de dicho apelativo en el pasado ha sido más bien raro, pero recientemente se ha hecho más común en las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia y en la piedad del pueblo cristiano. Los fieles han invocado a María ante todo con los títulos de «Madre de Dios», «Madre de los fieles» o «Madre nuestra», para subrayar su relación personal con cada uno de sus hijos.

Posteriormente, gracias a la mayor atención dedicada al misterio de la Iglesia y a las relaciones de María con ella, se ha comenzado a invocar más frecuentemente a la Virgen como «Madre de la Iglesia».

La expresión está presente, antes del concilio Vaticano II, en el magisterio del Papa León XIII, donde se afirma que María ha sido «con toda verdad madre de la Iglesia» (Acta Leonis XIII, 15, 302). Sucesivamente, el apelativo ha sido utilizado varias veces en las enseñanzas de Juan XXIII y de Pablo VI.

3. El título de «Madre de la Iglesia», aunque se ha atribuido tarde a María, expresa la relación materna de la Virgen con la Iglesia, tal como la ilustran ya algunos textos del Nuevo Testamento.

María, ya desde la Anunciación, está llamada a dar su consentimiento a la venida del reino mesiánico, que se cumplirá con la formación de la Iglesia.

María en Caná, al solicitar a su Hijo el ejercicio del poder mesiánico, da una contribución fundamental al arraigo de la fe en la primera comunidad de los discípulos y coopera a la instauración del reino de Dios, que tiene su «germen » e «inicio» en la Iglesia (cf. Lumen gentium
LG 5).

En el Calvario María, uniéndose al sacrificio de su Hijo, ofrece a la obra de la salvación su contribución materna, que asume la forma de un parto doloroso, el parto de la nueva humanidad.

Al dirigirse a María con las palabras «Mujer, ahí tienes a tu hijo», el Crucificado proclama su maternidad no sólo con respecto al apóstol Juan, sino también con respecto a todo discípulo. El mismo Evangelista, afirmando que Jesús debía morir «para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos» (Jn 11,52), indica en el nacimiento de la Iglesia el fruto del sacrificio redentor, al que María está maternalmente asociada.

El evangelista san Lucas habla de la presencia de la Madre de Jesús en el seno de la primera comunidad de Jerusalén (cf. Ac 1,14). Subraya, así, la función materna de María con respecto a la Iglesia naciente, en analogía con la que tuvo en el nacimiento del Redentor. Así, la dimensión materna se convierte en elemento fundamental de la relación de María con respecto al nuevo pueblo de los redimidos.

4. Siguiendo la sagrada Escritura, la doctrina patrística reconoce la maternidad de María respecto a la obra de Cristo y, por tanto, de la Iglesia, si bien en términos no siempre explícitos.

Según san Ireneo, María «se ha convertido en causa de salvación para todo el género humano» (Adv. haer. , III, 22,4, PG 7, 959) y el seno puro de la Virgen «vuelve a engendrar a los hombres en Dios» (Adv. haer., IV, 33, 11: PG 7,1080). Le hacen eco san Ambrosio, que afirma: «Una Virgen ha engendrado la salvación del mundo, una Virgen ha dado la vida a todas las cosas» (EP 63,33, PL 16, 1.198); y otros Padres, que llaman a María «Madre de la salvación» (Severiano de Gabala, Or. 6 de mundi creatione, 10: PG 54,4 Fausto de Riez, Max Bibl. Patrum VI, 620-621).

73 En el medievo, san Anselmo se dirige a María con estas palabras: «Tú eres la madre de la justificación y de los justificados, la madre de la reconciliación y de los reconciliados, la madre de la salvación y de los salvados» (Or. 52, 8: PL 158, 957), mientras que otros autores le atribuyen los títulos de «Madre de la gracia» y «Madre de la vida».

5. El título «Madre de la Iglesia» refleja, por tanto, la profunda convicción de los fieles cristianos, que ven en María no sólo a la madre de la persona de Cristo, sino también de los fieles. Aquella que es reconocida como madre de la salvación, de la vida y de la gracia, madre de los salvados y madre de los vivientes, con todo derecho es proclamada Madre de la Iglesia.

El Papa Pablo VI habría deseado que el mismo concilio Vaticano II proclamase a «María, Madre de la Iglesia, es decir, Madre de todo el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores ». Lo hizo él mismo en el discurso de clausura de la tercera sesión conciliar (21 de noviembre de 1964), pidiendo, además, que «de ahora en adelante, la Virgen sea honrada e invocada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo título » (AAS 56 [1964], 37).

De este modo, mi venerado predecesor enunciaba explícitamente la doctrina ya contenida en el capítulo VIII de la Lumen gentium, deseando que el título de María, Madre de la Iglesia, adquiriese un puesto cada vez más importante en la liturgia y en la piedad del pueblo cristiano.

Saludos

(A los peregrinos checos)
El domingo hemos celebrado la fiesta de la Exaltación de la santa Cruz. Jesucristo nos da la salvación, la vida y la resurrección. Sólo él nos libra del pecado y nos salva. Que nuestro orgullo esté en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.

(A los peregrinos eslovacos)
Anteayer habéis celebrado en vuestra patria la fiesta de la Virgen de los Dolores, patrona principal de vuestra nación. Ella orienta vuestra atención hacia el Calvario. Allí, Jesús murió para redimirnos. Allí nos encomendó, como hijos e hijas, a su Madre dolorosa. Renovad, aquí en Roma, vuestra fe en Jesucristo, único redentor del hombre, y vuestra confianza en la protección materna de la Virgen María.

(A los peregrinos croatas)
El Espíritu Santo, fuente y dador de toda santidad, también en nuestros días sigue derramando sus dones, a fin de que en el rostro de la Iglesia, de la que hemos sido hechos miembros por medio del bautismo, resplandezca cada vez más “la luz de las gentes”, Cristo el Señor. Según la expresión de los Padres, la Iglesia es el lugar “donde florece el Espíritu”.

(En español)
74 Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española provenientes de España, México, Argentina, Venezuela y otros países latinoamericanos. En particular, a los estudiantes del Colegio Pío Latino Americano de Roma, así como a la coral de Puebla. Saludo también al grupo de jueces federales argentinos. Que María haga descender sobre vosotros la dicha del reino de Dios. A todos los bendigo de corazón. Muchas gracias.

(En italiano)
Un pensamiento particular dirijo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Al comienzo de un nuevo año escolar os invito, queridos jóvenes, a vivir el compromiso del estudio como singular oportunidad de desarrollo de los talentos que el Señor os ha confiado para el bien de todos.

La Virgen Dolorosa, a la que hace dos días hemos recordado en la liturgia, os ayude, queridos enfermos, a captar en el sufrimiento una llamada especial a hacer de la existencia una misión para la salvación de los hermanos, y a vosotros, queridos recién casados, os sostenga en la aceptación de las cruces diarias como ocasiones providenciales de crecimiento y purificación de vuestro amor.



frase pronunciada por Jesús en el Calvario: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (
Jn 19,26). Efectivamente, con estas palabras el Crucificado, estableciendo una relación de intimidad entre María y el discípulo predilecto, figura tipológica de alcance universal, trataba de ofrecer a su madre como madre a todos los hombres.

Por otra parte, la eficacia universal del sacrificio redentor y la cooperación consciente de María en el ofrecimiento sacrificial de Cristo, no tolera una limitación de su amor materno.

Esta misión materna universal de María se ejerce en el contexto de su singular relación con la Iglesia. Con su solicitud hacia todo cristiano, más aún, hacia toda criatura humana, ella guía la fe de la Iglesia hacia una acogida cada vez más profunda de la palabra de Dios, sosteniendo su esperanza, animando su caridad y su comunión fraterna, y alentando su dinamismo apostólico.

3. María, durante su vida terrena, manifestó su maternidad espiritual hacia la Iglesia por un tiempo muy breve. Sin embargo, esta función suya asumió todo su valor después de la Asunción, y está destinada a prolongarse en los siglos hasta el fin del mundo. El Concilio afirma expresamente: «Esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el consentimiento que dio fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la realización plena y definitiva de todos los escogidos» (Lumen gentium LG 62).

Ella, tras entrar en el reino eterno del Padre, estando más cerca de su divino Hijo y, por tanto, de todos nosotros, puede ejercer en el Espíritu de manera más eficaz la función de intercesión materna que le ha confiado la divina Providencia.

4. El Padre ha querido poner a María cerca de Cristo y en comunión con él, que puede «salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor » (He 7,25): a la intercesión sacerdotal del Redentor ha querido unir la intercesión maternal de la Virgen. Es una función que ella ejerce en beneficio de quienes están en peligro y tienen necesidad de favores temporales y, sobre todo, de la salvación eterna: «Con su amor de Madre cuida de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan y viven entre angustias y peligros hasta que lleguen a la patria feliz. Por eso la santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora» (Lumen gentium LG 62).

Estos apelativos, sugeridos por la fe del pueblo cristiano, ayudan a comprender mejor la naturaleza de la intervención de la Madre del Señor en la vida de la Iglesia y de cada uno de los fieles.

75 5. El título de «Abogada» se remonta a san Ireneo. Tratando de la desobediencia de Eva y de la obediencia de María, afirma que en el momento de la Anunciación «La Virgen María se convierte en Abogada» de Eva (Adv. haer. V, 19, 1: PG VII, 1.175-1.176). Efectivamente, con su «sí» defendió y liberó a la progenitora de las consecuencias de su desobediencia, convirtiéndose en causa de salvación para ella y para todo el género humano.

María ejerce su papel de «Abogada», cooperando tanto con el Espíritu Paráclito como con Aquel que en la cruz intercedía por sus perseguidores (cf. Lc
Lc 23,34) y al que Juan llama nuestro «abogado ante el Padre» (cf. 1Jn 2,1). Como madre, ella defiende a sus hijos y los protege de los daños causados por sus mismas culpas.

Los cristianos invocan a María como «Auxiliadora», reconociendo su amor materno, que ve las necesidades de sus hijos y está dispuesto a intervenir en su ayuda, sobre todo cuando está en juego la salvación eterna.

La convicción de que María está cerca de cuantos sufren o se hallan en situaciones de peligro grave, ha llevado a los fieles a invocarla como «Socorro». La misma confiada certeza se expresa en la más antigua oración mariana con las palabras: «Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos siempre de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita» (Breviario romano).

Como mediadora maternal, María presenta a Cristo nuestros deseos, nuestras súplicas, y nos transmite los dones divinos, intercediendo continuamente en nuestro favor.

Saludos

Saludo con afecto a todos los peregrinos de lengua española. En especial a los fieles de las diócesis aragonesas y de Osma-Soria, que acompañan a sus obispos con motivo de su visita «ad Limina »; al grupo de la Organización nacional de ciegos de España, así como a los peregrinos de Costa Rica y al grupo de la Academia de Guerra del Ejército de Chile. A vosotros y a vuestras familias imparto de corazón la bendición apostólica.

(En italiano)
Saludo, ahora, a los jóvenes, a los enfermos, y a los recién casados aquí presentes. Os invito a rezar por el Congreso eucarístico que se está celebrando esta semana en Bolonia. Os invito, queridos jóvenes, a reavivar vuestra fe en la Eucaristía; os exhorto, queridos enfermos, a ofrecer todos vuestros sufrimientos en unión espiritual con el sacrificio de Cristo; y os animo a vosotros, queridos recién casados, a ser fieles a la misa dominical.



Octubre de 1997


Miércoles 1 de octubre de 1997

María Mediadora

76 1. Entre los títulos atribuidos a María en el culto de la Iglesia, el capítulo VIII de la Lumen gentium recuerda el de «Mediadora». Aunque algunos padres conciliares no compartían plenamente esa elección (cf. Acta Synodalia III 8,163-164), este apelativo fue incluido en la constitución dogmática sobre la Iglesia, confirmando el valor de la verdad que expresa. Ahora bien, se tuvo cuidado de no vincularlo a ninguna teología de la mediación, sino sólo de enumerarlo entre los demás títulos que se le reconocían a María.

Por lo demás, el texto conciliar ya refiere el contenido del título de «Mediadora » cuando afirma que María «continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna » (Lumen gentium
LG 62).

Como recuerdo en la encíclica Redemptoris Mater, «la mediación de María está íntimamente unida a su maternidad y posee un carácter específicamente materno que la distingue del de las demás criaturas» (RMi 38).

Desde este punto de vista, es única en su género y singularmente eficaz.

2. El mismo Concilio quiso responder a las dificultades manifestadas por algunos padres conciliares sobre el término «Mediadora», afirmando que María «es nuestra madre en el orden de la gracia» (Lumen gentium LG 61). Recordemos que la mediación de María es cualificada fundamentalmente por su maternidad divina. Además, el reconocimiento de su función de mediadora está implícito en la expresión «Madre nuestra», que propone la doctrina de la mediación mariana, poniendo el énfasis en la maternidad. Por último, el título «Madre en el orden de la gracia» aclara que la Virgen coopera con Cristo en el renacimiento espiritual de la humanidad.

3. La mediación materna de María no hace sombra a la única y perfecta mediación de Cristo. En efecto, el Concilio, después de haberse referido a María «mediadora», precisa a renglón seguido: «Lo cual sin embargo, se entiende de tal manera que no quite ni añada nada a la dignidad y a la eficacia de Cristo, único Mediador» (ib., 62). Y cita, a este respecto, el conocido texto de la primera carta a Timoteo: «Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos» (1Tm 2,5-6).

El Concilio afirma, además, que «la misión maternal de María para con los hombres de ninguna manera disminuye o hace sombra a la única mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia» (Lumen gentium LG 60).

Así pues, lejos de ser un obstáculo al ejercicio de la única mediación de Cristo, María pone de relieve su fecundidad y su eficacia. «En efecto, todo el influjo de la santísima Virgen en la salvación de los hombres no tiene su origen en ninguna necesidad objetiva, sino en que Dios lo quiso así. Brota de la sobreabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, depende totalmente de ella y de ella saca toda su eficacia » (ib.).

4. De Cristo deriva el valor de la mediación de María y, por consiguiente, el influjo saludable de la santísima Virgen «favorece, y de ninguna manera impide, la unión inmediata de los creyentes con Cristo» (ib.).

La intrínseca orientación hacia Cristo de la acción de la «Mediadora» impulsa al Concilio a recomendar a los fieles que acudan a María «para que, apoyados en su protección maternal, se unan más íntimamente al Mediador y Salvador » (ib., 62).

Al proclamar a Cristo único Mediador (cf. 1Tm 2,5-6), el texto de la carta de san Pablo a Timoteo excluye cualquier otra mediación paralela, pero no una mediación subordinada. En efecto, antes de subrayar la única y exclusiva mediación de Cristo, el autor recomienda «que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres» (1Tm 2,1). ¿No son, acaso, las oraciones una forma de mediación? Más aún, según san Pablo, la única mediación de Cristo está destinada a promover otras mediaciones dependientes y ministeriales. Proclamando la unicidad de la de Cristo, el Apóstol tiende a excluir sólo cualquier mediación autónoma o en competencia, pero no otras formas compatibles con el valor infinito de la obra del Salvador.

77 5. Es posible participar en la mediación de Cristo en varios ámbitos de la obra de la salvación. La Lumen gentium, después de afirmar que «ninguna criatura puede ser puesta nunca en el mismo orden con el Verbo encarnado y Redentor», explica que las criaturas pueden ejercer algunas formas de mediación en dependencia de Cristo. En efecto, asegura: «así como en el sacerdocio de Cristo participan de diversa manera tanto los ministros como el pueblo creyente, y así como la única bondad de Dios se difunde realmente en las criaturas de distintas maneras, así también la única mediación del Redentor no excluye sino que suscita en las criaturas una colaboración diversa que participa de la única fuente» (LG 62).

En esta voluntad de suscitar participaciones en la única mediación de Cristo se manifiesta el amor gratuito de Dios que quiere compartir lo que posee.

6. ¿Qué es, en verdad, la mediación materna de María sino un don del Padre a la humanidad? Por eso, el Concilio concluye: «La Iglesia no duda en atribuir a María esta misión subordinada, la experimenta sin cesar y la recomienda al corazón de sus fieles» (ib.).

María realiza su acción materna en continua dependencia de la mediación de Cristo y de él recibe todo lo que su corazón quiere dar a los hombres.

La Iglesia, en su peregrinación terrena, experimenta «continuamente» la eficacia de la acción de la «Madre en el orden de la gracia».

Saludos

(En checo)
El domingo pasado la Iglesia checa ha festejado a su patrón, san Wenceslao. Él no estaba apegado a su origen noble, sino que se gloriaba de su proveniencia celestial, de la llamada a la perfección que le confirió el bautismo. Queridos amigos, permaneced fieles a su herencia espiritual.

(A los peregrinos eslovacos)
Al comienzo del mes de octubre quiero exhortaros a rezar la plegaria del rosario. Es un modo fácil de rezar juntos en familia. Experimentaréis que la familia que reza unida permanece unida. Confiad en la ayuda de la Virgen María, que es la Reina de las familias. Yo rezo por vosotros y os imparto de corazón la bendición apostólica, que extiendo a todas las familias que se hallan en Eslovaquia.

(En español)
78 Deseo saludar con afecto a los visitantes de lengua española, en particular a los miembros de la Fuerza Aérea Venezolana, así como a los grupos venidos de España, México, Costa Rica, Chile y Argentina, y a los fieles de la Misión católica española de Colonia. Al encomendaros a todos a la Virgen María, nuestra «Madre en el orden de la gracia», os imparto de corazón la bendición apostólica.

(En italiano)
Dirijo ahora un saludo especial a los jóvenes, a los enfermos, y a los recién casados. Muchos son los motivos de reflexión y oración que esta mañana quisiera proponeros. Ante todo, dar gracias al Señor por el Congreso eucarístico nacional de Bolonia, que se concluyó el domingo pasado y que ha sido un testimonio coral de fe en el misterio de la Eucaristía. En segundo lugar, el recuerdo de santa Teresa del Niño Jesús, joven monja de clausura de Lisieux, a quien el próximo 19 de octubre proclamaré doctora de la Iglesia. Su memoria litúrgica de hoy nos introduce en el mes dedicado a las misiones y nos invita a tomar cada vez mayor conciencia de nuestra vocación misionera.

Además, mañana marcharé para Brasil, a fin de tomar parte en el Encuentro mundial con las familias, que se celebrará en Río de Janeiro en los próximos días 4 y 5 de octubre. Constituirá una nueva oportunidad para volver a proponer los valores fundamentales de la donación recíproca de los cónyuges, del amor a los hijos y del servicio a la vida. Os pido a todos que unáis vuestras oraciones, queridos jóvenes, queridos enfermos y especialmente vosotros, queridos recién casados, a fin de que Dios conceda a las familias cristianas la gracia de testimoniar con gozoso empeño el misterio de Dios y de la Iglesia para el bien de toda la humanidad.

(En portugués)
Saludo a los peregrinos de lengua portuguesa, especialmente a un grupo de brasileños aquí presentes. Ya en la perspectiva inmediata del II Encuentro mundial con las familias, suplico a todos que recen por los frutos de mi viaje a Brasil. Será una oportunidad inigualable de reflexión, testimonio y oración para que numerosas familias cristianas y no cristianas se compenetren cada vez más con los valores centrales de la donación mutua de los cónyuges y del amor a los hijos, que constituyen la base de estos núcleos prioritarios de la sociedad humana. A las familias cristianas que tendré la alegría de encontrar a partir de mañana en Río de Janeiro, y a aquellas que seguirán el acontecimiento a través de los medios de comunicación, les deseo que el Señor les conceda el don de ser testigos vivos del misterio del amor de Cristo y de la Iglesia para el bien de todos los pueblos y naciones.

Que la Virgen Aparecida, a la que en la catequesis de hoy acabamos de contemplar en su función de Mediadora, sea portadora de paz y concordia a todos los hogares, con las bendiciones de Dios.
* * *

Llamamiento en favor de las martirizadas poblaciones de Argelia y de Congo-Brazzaville


En el mes de octubre, que comienza precisamente hoy, la oración del rosario nos llevará a menudo a invocar a María, Reina de la paz. A ella confío en particular las martirizadas poblaciones de Argelia.

Por intercesión de la Virgen santísima, pidamos al Señor que se encuentren la voluntad y los modos para romper la cruel cadena de violencia y sanar las innumerables y profundas heridas.

79 Al mismo tiempo, os invito a rezar por el Congo-Brazzaville, donde el ya largo y sangriento conflicto experimenta estas semanas un nuevo recrudecimiento, mientras que la mediación nacional e internacional se debilita. Exhorto vivamente a los contendientes y a la comunidad internacional a hallar un entendimiento pacífico, antes de que el país y la población sufran destrucciones y lutos mayores. Espero que se llegue rápidamente al cese de hostilidades, como primer paso para la solución negociada de la crisis.



Miércoles 8 de octubre de 1997

Encuentro con las familias en Río de Janeiro

1. «La familia: don y compromiso, esperanza de la humanidad» fue el tema del II Encuentro mundial con las familia, que tuvo lugar los días pasados en Río de Janeiro (Brasil). Tengo aún en mis ojos y en mi corazón las imágenes y las emociones de este acontecimiento, que constituye una de las etapas más significativas del camino de la Iglesia hacia el gran jubileo del año 2000.

Doy profundamente gracias a Dios que, después de la Jornada mundial de la juventud, celebrada en París, me ha concedido la alegría de vivir esta cita con las familias. ¡Al lado de los jóvenes, la familia! Sí, porque, si es verdad que los jóvenes son el futuro, también es verdad que la humanidad no tiene futuro sin la familia. Para asimilar los valores que dan sentido a la existencia, las nuevas generaciones necesitan nacer y crecer en esa comunidad de vida y amor que Dios mismo ha querido para el hombre y para la mujer, en esa «iglesia doméstica» que constituye la arquitectura divina y humana prevista para el desarrollo armónico de toda persona que viene a este mundo.

El Encuentro con las familias del mundo me ha brindado la feliz ocasión de visitar por tercera vez la tierra brasileña. Así he podido volver a encontrarme con ese pueblo tan querido a la Iglesia y a mí personalmente, pueblo rico en historia, cultura y humanidad, así como en fe y esperanza. La ciudad de Río de Janeiro, símbolo de las bellezas de Brasil y, a la vez, de sus contradicciones, ha ofrecido al encuentro un marco muy significativo, caracterizado por la presencia de diversas etnias y culturas. Desde la cima del Corcovado, la gran estatua de Cristo, con los brazos abiertos, parecía decir a las familias del mundo entero: ¡Venid a mí!

Expreso mi agradecimiento al presidente de la República, con quien mantuve en Río un cordial coloquio: a él, así como a las autoridades civiles y militares de la nación, les renuevo mi gratitud por su calurosa acogida. También al cardenal Eugênio de Araújo Sales, arzobispo de San Sebastián de Río de Janeiro y al Episcopado brasileño, valientemente comprometido en favor de la causa de la familia, le manifiesto mi agradecimiento, que extiendo a cuantos han contribuido al éxito de esta gran fiesta de amor y de vida. Invoco sobre el pueblo brasileño la constante bendición del Señor, para que, con el esfuerzo de todos, la nación crezca en la justicia y en la solidaridad.

2. La asamblea de Río fue el segundo gran Encuentro mundial de las familias con el Papa. El primero tuvo lugar en Roma, el año 1994, con ocasión del Año internacional de la familia. Estas citas, que la Iglesia organiza a escala mundial, expresan la voluntad y el compromiso del pueblo de Dios de avanzar unido por un «camino» privilegiado: el «camino » del Evangelio, el «camino» de la paz, el «camino» de los jóvenes y, en este caso, el «camino» de la familia.

Sí, la familia es, de modo eminente, «camino de la Iglesia», que reconoce en ella un elemento esencial e imprescindible del plan de Dios sobre la humanidad. La familia es lugar privilegiado de desarrollo personal y social. Quien promueve a la familia, promueve al hombre; quien la ataca, ataca al hombre. En torno a la familia y a la vida se juega hoy un reto fundamental, que afecta a la misma dignidad del hombre.

3. Por esto, la Iglesia siente la necesidad de testimoniar a todos la belleza del plan de Dios sobre la familia, señalando en ella la esperanza de la humanidad. La gran asamblea de Río de Janeiro ha tenido esta finalidad: proclamar ante el mundo entero la «buena nueva» sobre la familia. Es un testimonio que han dado hombres y mujeres, padres e hijos de culturas y lenguas diversas, unificados por la adhesión al evangelio del amor de Dios en Cristo.

El matrimonio y la familia fueron objeto de profunda reflexión en el Congreso teológico-pastoral, que he tenido la satisfacción de clausurar, dirigiendo a los participantes un discurso sobre la centralidad que estos temas deben asumir en la pastoral de la Iglesia.

80 En Río, en el gran estadio de Maracaná, resonó, por decir así, la «sinfonía» de la familia: sinfonía única, pero que se manifestó según modalidades culturales diversas. Fundamento común de todas las experiencias fue siempre el sacramento del matrimonio, tal como la Iglesia lo conserva sobre la base de la divina Revelación.

En las celebraciones eucarísticas —tanto en la que tuvo lugar en la catedral, como sobre todo en la del domingo en la explanada de Flamengo— resonaron las palabras de la sagrada Escritura que constituyen la base de la concepción cristiana de la familia, palabras escritas en el libro del Génesis y confirmadas por Cristo en el Evangelio: «El Creador, desde el comienzo, los hizo varón y mujer, y dijo: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne» (
Mt 19,4-5). «De manera que —añade Jesús— ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre» (Mt 19,6). Esta es la verdad sobre el matrimonio, sobre la que se funda la verdad de la familia. Aquí se halla el secreto de su éxito y, a la vez, la fuente de su misión, que consiste en hacer que resplandezca en el mundo un reflejo del amor de Dios, uno y trino, creador y redentor de la vida.

Así, el encuentro de Río ha sido una elocuente «epifanía» de la familia, que se ha manifestado en la variedad de sus expresiones contingentes, pero también en la unicidad de su identidad sustancial: la de una comunión de amor, fundada en el matrimonio y llamada a ser santuario de la vida, pequeña iglesia y célula de la sociedad. Del estadio Maracaná de Río de Janeiro, transformado casi en una inmensa catedral, se lanzó al mundo un mensaje de esperanza, fundado en experiencias vividas: es posible y gozoso, aunque comprometedor, vivir el amor fiel, abierto a la vida; es posible participar en la misión de la Iglesia y en la construcción de la sociedad.

Deseo hacer que este mensaje resuene hoy, al término del sexto viaje internacional de este año. Ojalá que, gracias a la ayuda de Dios y a la especial protección de María, Reina de la familia, la experiencia vivida en Río de Janeiro sea prenda del renovado itinerario de la Iglesia a lo largo del «camino» privilegiado de la familia, y que sea también auspicio de una creciente atención por parte de la sociedad a la causa de la familia, que es la causa misma del hombre y de la civilización.

Saludos

(A los peregrinos lituanos)
Que vuestra estancia en Roma, el recogimiento y la oración junto a la sede de Pedro hagan más fuerte vuestra esperanza y la caridad fraterna.

(A un grupo de estudiantes eslovacos)
Con gusto recuerdo el encuentro con los jóvenes en París, su entusiasmo por Cristo. Que vuestra peregrinación a Roma reavive también en vosotros un entusiasmo semejante. Encontraos a menudo con Jesús en la Eucaristía y en el Evangelio, porque cuanto más lo conozcáis, más lo amaréis. Él enriquecerá vuestra vida.

(A varios grupos de croatas)
Ojalá que aprendáis a encontrar en el Evangelio los valores permanentes, que son el motivo de la verdadera alegría de la vida humana.

(En español)
81 Saludo con afecto a todos los peregrinos de lengua española. En especial a los sacerdotes del Pontificio colegio mexicano, a los integrantes del curso de perfeccionamiento de la Academia superior de estudios penitenciarios de Argentina, así como a los demás grupos de España, México, Puerto Rico, Uruguay y Chile. A todos los presentes y a sus familias imparto de corazón la bendición apostólica, que les ayude a encarnar y dar testimonio de los valores que brotan del hogar de Nazaret.

(En italiano)

Dirijo ahora un saludo a todos los peregrinos de lengua italiana, en particular a los jóvenes, a los enfermos, y a los recién casados. El mes de octubre está dedicado de modo especial al santo rosario, antigua y popularísima plegaria mariana.

Queridos jóvenes, aprended a conocer cada vez más profundamente a Cristo, a través de la meditación de los misterios del rosario; vosotros, queridos enfermos, acoged los misterios cristianos de la alegría y el dolor que preceden a los de la gloria, en unión espiritual con María santísima; y vosotros, queridos recién casados, no dejéis de alimentar vuestra unión conyugal con el rezo del rosario en la intimidad de vuestra familia, especialmente en este mes de octubre.




Audiencias 1997 71