Audiencias 1996






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Enero de 1996

Miércoles 3 de enero de 1996

Finalidad y método de la exposición de la doctrina mariana

(Lectura:
Sirácida, capítulo 24, versículos 24-27 y 30-31) Si 24,24-27 Si 24,30-31

1. Siguiendo la constitución dogmática Lumen gentium, que en el capítulo VIII quiso "iluminar cuidadosamente la misión de la bienaventurada Virgen en el misterio del Verbo encarnado y del Cuerpo místico, así como los deberes de los redimidos para con la Madre de Dios", quisiera proponer ahora, en estas catequesis, una síntesis esencial de la fe de la Iglesia sobre María, aunque reafirmo, con el Concilio, que no pretendo "exponer una mariología completa", ni "resolver las cuestiones que todavía los teólogos no han aclarado del todo" (Lumen gentium LG 54).

Deseo describir, ante todo, "la misión de la bienaventurada Virgen en el misterio del Verbo encarnado y del Cuerpo místico" (ib.), recurriendo a los datos de la Escritura y de la Tradición apostólica y teniendo en cuenta el desarrollo doctrinal que se ha alcanzado en la Iglesia hasta nuestros días.

Además dado que el papel de María en la historia de la salvación está estrechamente unido al misterio de Cristo y de la Iglesia, no perderé de vista esas referencias esenciales que, dando a la doctrina mariana su justo lugar, permiten descubrir su vasta e inagotable riqueza.

La investigación sobre el misterio de la Madre del Señor es verdaderamente muy amplia y ha requerido el esfuerzo de numerosos pastores y teólogos en el curso de los siglos. Algunos, queriendo poner de relieve los aspectos centrales de la mariología, la han tratado a veces junto con la cristología o la eclesiología. Pero, aún teniendo en cuenta su relación con todos los misterios de la fe, María merece un tratado específico que destaque su persona y su misión en la historia de la salvación a la luz de la Biblia y de la tradición eclesial.

2. Además, siguiendo las indicaciones conciliares, parece útil exponer cuidadosamente "los deberes de los redimidos para con la Madre de Dios, Madre de Cristo y Madre de los hombres, especialmente de los creyentes" (ib.).

En efecto, el papel que el designio divino de salvación asigna a María requiere de los cristianos no sólo acogida y atención, sino también opciones concretas que traduzcan en la vida las actitudes evangélicas de Aquella que precede a la Iglesia en la fe y la santidad. Así, la Madre del Señor está destinada a ejercer una influencia especial en el modo de orar de los fieles. La misma liturgia de la Iglesia reconoce su puesto singular en la devoción y en la vida de todo creyente.

2 Es preciso subrayar que la doctrina y el culto mariano no son frutos del sentimentalismo. El misterio de María es una verdad revelada que se impone a la inteligencia de los creyentes, y que a los que en la Iglesia tienen la misión de estudiar y enseñar les exige un método de reflexión doctrinal no menos riguroso que el que se usa en toda la teología.

Por lo demás, Jesús mismo había invitado a sus contemporáneos a no dejarse guiar por el entusiasmo al considerar a su madre, reconociendo en María, sobre todo, a la que es bienaventurada porque oye la palabra de Dios y la cumple (cf. Lc
Lc 11,28).

No sólo el afecto, sino sobre todo la luz del Espíritu debe guiarnos para comprender a la Madre de Jesús y su contribución a la obra de salvación.

3. Sobre la moderación y el equilibrio que hay que salvaguardar tanto en la doctrina como en el culto mariano, el Concilio exhorta encarecidamente a los teólogos y a los predicadores de la palabra divina "a que eviten con cuidado toda falsa exageración..." (Lumen gentium LG 67).

Las exageraciones provienen de cuantos muestran una actitud maximalista, que pretende extender sistemáticamente a María las prerrogativas de Cristo y todos los carismas de la Iglesia.

Por el contrario, en la doctrina Mariana es necesario mantener siempre la infinita diferencia existente entre la persona humana de María y la persona divina de Jesús. Atribuir a María lo máximo no puede convertirse en una norma de la mariología, que debe atenerse constantemente a lo que la revelación testimonia acerca de los dones que Dios concedió a la Virgen en razón de su excelsa misión.

Del mismo modo, el Concilio exhorta a teólogos y predicadores a evitar "una excesiva estrechez de espíritu" (ib.), es decir el peligro de minimalismo, que puede manifestarse en posiciones doctrinales, en interpretaciones exegéticas y en actos de culto, que pretenden reducir y hasta quitar importancia a María en la historia de la salvación, así como a su virginidad perpetua y a su santidad.

Conviene evitar siempre esas posiciones extremas, en virtud de una fidelidad coherente y sincera a la verdad revelada tal como se expresa en la Escritura y en la Tradición apostólica.

4. El mismo Concilio nos brinda un criterio que permite discernir la auténtica doctrina Mariana: "En la santa Iglesia [María] ocupa el lugar más alto después de Cristo y el más cercano a nosotros" (Lumen gentium LG 54).

El lugar más alto: debemos descubrir esta altura conferida a María en el misterio de la salvación. Se trata, sin embargo, de una vocación totalmente referida a Cristo.

El lugar más cercano a nosotros: nuestra vida está profundamente influenciada por el ejemplo y la intercesión de María. Con todo, hemos de preguntarnos acerca de nuestro esfuerzo por estar cerca de ella. Toda la pedagogía de la historia de la salvación nos invita a dirigir nuestra mirada a la Virgen. La ascesis cristiana de todas las épocas invita a pensar en ella como modelo de adhesión perfecta a la voluntad del Señor. María, modelo elegido de santidad, guía los pasos de los creyentes en el camino hacia el paraíso.

3 Mediante su cercanía a las vicisitudes de nuestra historia diaria, María nos sostiene en las pruebas y nos alienta en las dificultades, señalándonos siempre la meta de la salvación eterna. De este modo, se manifiesta cada vez más su papel de Madre: Madre de su hijo Jesús y Madre tierna y vigilante de cada uno de nosotros, a quienes el Redentor, desde la cruz, nos la confió para que la acojamos como hijos en la fe.

Saludos

Queridos hermanos y hermanas:

Saludo cordialmente a los peregrinos venidos desde América latina y España. particularmente a los miembros del Movimiento «Regnum Christi», así como a los componentes de la Asociación de Fieles Franciscanos de María, de Madrid, y a los peregrinos argentinos San Miguel de Tucumán. para todos, con mi bendición apostólica, los mejores deseos para el recién año iniciado.



Miércoles 10 de enero de 1996

María en la perspectiva trinitaria

(Lectura:
carta de san Pablo a los Gálatas,
capítulo 4, versículos 4-7) Ga 4,4-7

1. El capítulo VIII de la constitución Lumen gentium indica en el misterio de Cristo la referencia necesaria e imprescindible de la doctrina mariana. A este respecto, son significativas las primeras palabras de la introducción: "Dios, en su gran bondad y sabiduría, queriendo realizar la redención del mundo, 'al llegar la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo, nacido de una mujer, para que recibiéramos la adopción de hijos' (Ga 4,4-5)" LG 52). Este Hijo es el Mesías, esperado por el pueblo de la antigua alianza y enviado por el Padre en un momento decisivo de la historia, "al llegar la plenitud de los tiempos" (Ga 4,4), que coincide con su nacimiento de una mujer en nuestro mundo. La mujer que introdujo en la humanidad al Hijo eterno de Dios nunca podrá ser separada de Aquel que se encuentra en el centro del designio divino realizado en la historia.

El primado de Cristo se manifiesta en la Iglesia, su Cuerpo místico. En efecto, en ella "los fieles están unidos a Cristo, su cabeza, en comunión con todos los santos" (cf. Lumen gentium LG 52). Es Cristo quien atrae a sí a todos los hombres. Dado que, en su papel materno, María está íntimamente unida a su Hijo, contribuye a orientar hacia él la mirada y el corazón de los creyentes.

4 Ella es el camino que lleva a Cristo. En efecto, la que "al anunciarle el ángel la Palabra de Dios, la acogió en su corazón y en su cuerpo" (ib., 53), nos muestra cómo acoger en nuestra existencia al Hijo bajado del cielo, educándonos para hacer de Jesús el centro y la ley suprema de nuestra existencia.

2. Además, María nos ayuda a descubrir en el origen de toda la obra de la salvación la acción soberana del Padre, que invita a los hombres a hacerse hijos en el Hijo único. Evocando las hermosísimas expresiones de la carta a los Efesios: "Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo" (
Ep 2,4-5), el Concilio atribuye a Dios el título de infinitamente misericordioso. Así, el Hijo "nacido de una mujer" se presenta como fruto de la misericordia del Padre, y nos hace comprender mejor cómo esta mujer es Madre de misericordia.

En el mismo contexto, el Concilio llama también a Dios infinitamente sabio, sugiriendo una atención particular al estrecho vínculo que existe entre María y la sabiduría divina que, en su arcano designio, quiso la maternidad de la Virgen.

3. El texto conciliar nos recuerda, asimismo, el vínculo singular que une a María con el Espíritu Santo, con las palabras del Símbolo niceno-constantinopolitano, que recitamos en la liturgia eucarística: "El cual, [el Hijo] por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajó del cielo y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen" (Lumen gentium LG 52).

Expresando la fe inmutable de la Iglesia, el Concilio nos recuerda que la encarnación prodigiosa del Hijo se realizó en el seno de la Virgen María sin participación de hombre, por obra del Espíritu Santo.

Así pues, la introducción del capítulo VIII de la Lumen gentium indica, en la perspectiva trinitaria, una dimensión esencial de la doctrina mariana. En efecto, todo viene de la voluntad del Padre, que envió al Hijo al mundo, manifestándolo a los hombres y constituyéndolo cabeza de la Iglesia y centro de la historia. Se trata de un designio que se realizó con la encarnación, obra del Espíritu Santo, pero con la colaboración esencial de una mujer, la Virgen María, que de ese modo, entró a formar parte de la economía de la comunicación de la Trinidad al género humano.

4. La triple relación de María con las Personas divinas se afirma con palabras precisas también en la ilustración de la relación típica que une a la Madre del Señor con la Iglesia: "Está enriquecida con este don y dignidad: es la Madre del Hijo de Dios. Por tanto, es la hija predilecta del Padre y el templo del Espíritu Santo" (ib., 53).

La dignidad fundamental de María es la de ser Madre del Hijo, que se expresa en la doctrina y en el culto cristiano con el título de Madre de Dios.

Se trata de una calificación sorprendente que manifiesta la humildad del Hijo unigénito de Dios en su encarnación y, en relación con ella, el máximo privilegio concedido a la criatura llamada a engendrarlo en la carne.

María como Madre del Hijo es hija predilecta del Padre de modo único. A ella se le concede una semejanza del todo especial entre su maternidad y la paternidad divina.

Más aún: todo cristiano es "templo del Espíritu Santo", según la expresión del apóstol Pablo (1Co 6,19). Pero esta afirmación tiene un significado excepcional en María. En efecto, en ella la relación con el Espíritu Santo se enriquece con la dimensión esponsal. Lo he recordado en la encíclica Redemptoris Mater "El Espíritu Santo ya ha descendido a ella, que se ha convertido en su esposa fiel en la anunciación acogiendo al Verbo de Dios verdadero..." RMi 26).

5 5. La relación privilegiada de María con la Trinidad le confiere, por tanto, una dignidad que supera en gran medida a la de todas las demás criaturas. El Concilio lo recuerda expresamente: debido a esta "gracia tan extraordinaria", María "aventaja con mucho a todas las criaturas del cielo y de la tierra" (Lumen gentium LG 53). Sin embargo esta dignidad tan elevada no impide que María sea solidaria con cada uno de nosotros. En efecto la constitución Lumen gentium prosigue: "Se encuentra unida en la descendencia de Adán, a todos los hombres que necesitan ser salvados", y fue "redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo" (ib).

Aquí se manifiesta el significado autentico de los privilegios de María y de sus relaciones excepcionales con la Trinidad: tienen la finalidad de hacerla idónea para cooperar en la salvación del genero humano. Por tanto, la grandeza inconmensurable de la Madre del Señor sigue siendo un don del amor de Dios a todos los hombres. Proclamándola "bienaventurada" (Lc 1,48), las generaciones exaltan las "maravillas" (Lc 1,49) que el Todopoderoso hizo en ella en favor de la humanidad, "acordándose de su misericordia" (Lc 1,54).

Saludos

Queridos hermanos y hermanas:

Saludo ahora con afecto cordial a los visitantes y peregrinos de América Latina y España.

En particular a los empleados de la Caja de Ahorros del Mediterráneo (de Valencia) y a los grupos venidos de Argentina y Colombia.

A todos os invito a proclamar dichosa a María, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por ella en favor de toda la humanidad.

Con estos deseos os imparto complacido la bendición apostólica.



Miércoles 17 de enero de 1996



1. "El que tenga oídos oiga, lo que el Espíritu dice a las Iglesias" (Ap 3,22). Esta invitación concluye la última de las cartas a las siete Iglesias, de las que habla el Apocalipsis de san Juan. Lo que se dice aquí a la Iglesia de Laodicea, se aplica a todas las demás, y ?podemos añadir? también a las Iglesias de todos los tiempos y de todos los lugares; por consiguiente, también a nosotros, en nuestro tiempo.

El texto describe, ante todo, la situación de los creyentes que residen en Laodicea hacía finales del siglo I: Conozco vuestra conducta ?dice el Señor?, sé que no sois ni fríos ni calientes. Después del fervor de los inicios, viven ahora en un ambiente de tibieza y de indiferencia religiosa. Han adoptado actitudes de autosuficiencia y vanagloria: "Tú dices: 'Soy rico (...), nada me falta' " (Ap 3,17).

6 Lo peor es que no son conscientes de su triste situación. Están tan cegados, que ya no se dan cuenta de su miseria. Por eso, se les dirige con claridad la invitación a que se compren "vestidos blancos", como los que suelen ponerse los que reciben el bautismo y que simbolizan la purificación y la vida nueva.

La carta les aconseja que pidan y obtengan del Señor mismo "un colirio para ponerse en los ojos", a fin de que su mirada descubra claramente la peligrosa situación y el pueblo pueda entregarse, con renovado entusiasmo, al servicio del Evangelio (cf.
Ap 3,18). Estas palabras son una apremiante exhortación a la conversión y a la renovación de vida. Para subrayar la urgencia de la exhortación, se afirma: "Mira que estoy a la puerta y llamo". Dios mismo toma la iniciativa, viene, ya está a la puerta y llama. Quiere entrar en comunión con el dueño de casa, encerrado en su morada. "Si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo" (Ap 3,20).

2. Ante la inminencia del tercer milenio y de la celebración, para la que nos estamos preparando, de los dos mil años desde la venida histórica de Jesucristo, el Comité mixto que cada año propone los temas de la Semana de oración por la unidad de los cristianos ha querido que el pasaje del Apocalipsis que acabamos de proclamar inspire para el año 1996 la reflexión común. El texto quiere impulsar a salir de cierto indiferentismo, de actitudes de autosuficiencia, e invitar al cambio de vida, a la vigilancia y a la necesidad de la comunión. Se ha notado oportunamente que, al escuchar las palabras referidas a la cena, los cristianos no pueden menos de pensar con comprensible tristeza en sus eucaristías separadas. Este es, en efecto, el signo más grave de la división entre los cristianos. Precisamente a la superación de esas divisiones tienden las iniciativas del movimiento ecuménico ?oración, estudio, diálogo y colaboración?, todas ellas orientadas a un solo fin: poder finalmente celebrar juntos la Cena del Señor, reconciliados y en plena comunión. ¡Cuán importante es, por tanto, perseverar en la oración!

En efecto, la oración expresa y, a la vez, alimenta la esperanza de una plena comunión en la fe, en la vida y en el testimonio que juntos debemos dar del evangelio de Jesús durante el tercer milenio cristiano. La oración es la verdadera fuente de la búsqueda de la unidad plena.

3. Para impulsar el compromiso ecuménico de la Iglesia católica y facilitar la reflexión sobre las cuestiones que aún quedan por resolver con los demás cristianos, publiqué, en mayo del año pasado, la encíclica Ut unum sint. Así quise volver a proponer los principios católicos del compromiso ecuménico, replanteados a la luz de la amplia y positiva experiencia de estos últimos treinta años de contactos y de diálogo. Esos principios siguen siendo una guía segura a lo largo del camino que queda por recorrer para llegar al día bendito de la plena comunión.

En definitiva, los múltiples diálogos interconfesionales que se realizan en la actualidad tienden todos, directa o indirectamente, a la superación de las divergencias existentes y al restablecimiento de la plena unidad de todos los creyentes en Cristo. Los cristianos son cada vez más conscientes de los elementos de fe que tienen en común.

4. Con las Iglesias ortodoxas el diálogo ha llegado a expresar una convergencia significativa en la concepción sacramental de la Iglesia. Esto debe permitir ahora resolver la clara anomalía que constituye la comunión incompleta. Con ese fin, y para facilitar la prosecución del diálogo, he propuesto profundizar el análisis del primado del Obispo de Roma. Todos sabemos que esa cuestión constituye el mayor obstáculo histórico para el restablecimiento de la plena unidad entre católicos y ortodoxos. Así pues he alentado a todos a buscar "por supuesto juntos, las formas con las que este ministerio (es decir, el ministerio de unidad del Obispo de Roma) pueda realizar un servicio de fe y de amor reconocido por unos y otros" (Ut unum sint UUS 95).

Por lo que respecta a las antiguas Iglesias orientales y a la Iglesia asiria, he tenido la alegría de firmar, con algunos de sus patriarcas, declaraciones de fe común. Se trata de textos importantes, que permiten aclarar finalmente y superar la controversia cristológica. Ahora podemos profesar juntos la fe en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre.

El diálogo asume formas diferentes con las comuniones cristianas mundiales, procedentes de la Reforma. Por lo demás, se ha caracterizado siempre por un compromiso profundo. Como he constatado en la encíclica, "El diálogo ha sido y es fecundo, rico en promesas (...). Se han delineado así perspectivas de solución inesperadas y al mismo tiempo se ha comprendido la necesidad de examinar más profundamente algunos argumentos" (ib., 69).

5. El diálogo, por tanto, prosigue y lo apoyamos todos con nuestra oración confiada. Quisiera hoy dar las gracias a cuantos están comprometidos en él, tanto pastores como teólogos, porqué llevan a cabo una acción auténticamente evangélica: trabajan en favor de la pacificación y la concordia de los espíritus en la comunidad cristiana.

Acontece a veces que vuelven a presentarse antiguas dificultades o que aparecen nuevos problemas, retrasando así el camino ecuménico. Pero el Señor nos invita a proseguir la búsqueda con perseverancia, en obediencia a su voluntad. El concilio Vaticano II se había declarado consciente de que el santo propósito de reconciliar a todos los cristianos en la unidad de la Iglesia de Cristo, una y única, "excede las fuerzas y la capacidad humanas". Por ello ponía "su esperanza en la oración de Cristo por la Iglesia, en el amor del Padre para con nosotros y en el poder del Espíritu Santo" (Unitatis redintegratio UR 24). Precisamente por esta razón estamos seguros de que nuestra fe y nuestra esperanza no quedarán defraudadas.

7 La Semana de oración por la unidad de los cristianos que comenzará precisamente mañana, nos brinda la oportunidad de intensificar nuestra oración, uniendo para ese fin también los sufrimientos y los trabajos de cada día. Quiera Dios que gracias a la contribución de cada uno se apresure el día del pleno cumplimiento del anhelo del Redentor: Ut unum sint. Nos lo alcance la maternal intercesión de María, Virgen de la esperanza y Reina de la paz.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas.

Deseo saludar ahora cordialmente a los visitantes de lengua española, venidos de América Latina y de España. En particular, saludo al grupo de peregrinos de la Argentina y a los estudiantes de la Universidad Católica «Blas Cañas», de Chile.

Al agradeceros vuestra presencia aquí y alentaros a rezar y trabajar por la unidad de los cristianos, os imparto con afecto mi bendición apostólica



Miércoles 24 de enero de 1996

María en el Protoevangelio

1. "Los libros del Antiguo Testamento describen la historia de la salvación en la que se va preparando, paso a paso, la venida de Cristo al mundo. Estos primeros documentos, tal como se leen en la Iglesia y se interpretan a la luz de la plena revelación ulterior, iluminan poco a poco con más claridad la figura de la mujer, Madre del Redentor" (Lumen gentium LG 55).

Con estas afirmaciones, el concilio Vaticano II nos recuerda cómo se fue delineando la figura de María desde los comienzos de la historia de la salvación. Ya se vislumbra en los textos del Antiguo Testamento, pero sólo se entiende plenamente cuando esos textos se leen en la Iglesia y se comprenden a la luz del Nuevo Testamento.

En efecto, el Espíritu Santo, al inspirar a los diversos autores humanos, orientó la Revelación veterotestamentaria hacia Cristo, que se encarnaría en el seno de la Virgen María.

2. Entre las palabras bíblicas que preanunciaron a la Madre del Redentor, el Concilio cita, ante todo, aquellas con las que Dios, después de la caída de Adán y Eva, revela su plan de salvación. El Señor dice a la serpiente, figura del espíritu del mal: "Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar" (Gn 3,15).

8 Esas expresiones, denominadas por la tradición cristiana, desde el siglo XVI, Protoevangelio, es decir, primera buena nueva, dejan entrever la voluntad salvífica de Dios ya desde los orígenes de la humanidad. En efecto, frente al pecado, según la narración del autor sagrado, la primera reacción del Señor no consistió en castigar a los culpables, sino en abrirles una perspectiva de salvación y comprometerlos activamente en la obra redentora, mostrando su gran generosidad también hacia quienes lo habían ofendido.

Las palabras del Protoevangelio revelan, además, el singular destino de la mujer que, a pesar de haber precedido al hombre al ceder ante la tentación de la serpiente, luego se convierte, en virtud del plan divino, en la primera aliada de Dios. Eva fue la aliada de la serpiente para arrastrar al hombre al pecado. Dios anuncia que, invirtiendo esta situación, él hará de la mujer la enemiga de la serpiente.

3. Los exegetas concuerdan en reconocer que el texto del Génesis, según el original hebreo, no atribuye directamente a la mujer la acción contra la serpiente, sino a su linaje. De todos modos, el texto da gran relieve al papel que ella desempeñará en la lucha contra el tentador: su linaje será el vencedor de la serpiente.

¿Quién es esta mujer? El texto bíblico no refiere su nombre personal, pero deja vislumbrar una mujer nueva, querida por Dios para reparar la caída de Eva: ella está llamada a restaurar el papel y la dignidad de la mujer, y a contribuir al cambio del destino de la humanidad, colaborando mediante su misión materna a la victoria divina sobre Satanás.

4. A la luz del Nuevo Testamento y de la tradición de la Iglesia sabemos que la mujer nueva anunciada por el Protoevangelio es María, y reconocemos en "su linaje" (
Gn 3,15), su hijo, Jesús, triunfador en el misterio de la Pascua sobre el poder de Satanás.

Observemos, asimismo, que la enemistad puesta por Dios entre la serpiente y la mujer se realiza en María de dos maneras. Ella, aliada perfecta de Dios y enemiga del diablo, fue librada completamente del dominio de Satanás en su concepción inmaculada, cuando fue modelada en la gracia por el Espíritu Santo y preservada de toda mancha de pecado. Además, María, asociada a la obra salvífica de su Hijo, estuvo plenamente comprometida en la lucha contra el espíritu del mal.

Así, los títulos de Inmaculada Concepción y Cooperadora del Redentor, que la fe de la Iglesia ha atribuido a María para proclamar su belleza espiritual y su íntima participación en la obra admirable de la Redención, manifiestan la oposición irreductible entre la serpiente y la nueva Eva.

5. Los exégetas y teólogos consideran que la luz de la nueva Eva, María, desde las páginas del Génesis se proyecta sobre toda la economía de la salvación, y ven ya en ese texto el vínculo que existe entre María y la Iglesia. Notemos aquí con alegría que el término mujer, usado en forma genérica por el texto del Génesis, impulsa a asociar con la Virgen de Nazaret y su tarea en la obra de la salvación especialmente a las mujeres, llamadas, según el designio divino, a comprometerse en la lucha contra el espíritu del mal.

Las mujeres que, como Eva, podrían ceder ante la seducción de Satanás, por la solidaridad con María reciben una fuerza superior para combatir al enemigo, convirtiéndose en las primeras aliadas de Dios en el camino de la salvación.

Esta alianza misteriosa de Dios con la mujer se manifiesta en múltiples formas también en nuestros días: en la asiduidad de las mujeres a la oración personal y al culto litúrgico, en el servicio de la catequesis y en el testimonio de la caridad, en las numerosas vocaciones femeninas a la vida consagrada, en la educación religiosa en familia...

Todos estos signos constituyen una realización muy concreta del oráculo del Protoevangelio, que, sugiriendo una extensión universal de la palabra mujer, dentro y más allá de los confines visibles de la Iglesia, muestra que la vocación única de María es inseparable de la vocación de la humanidad y, en particular, de la de toda mujer, que se ilumina con la misión de María, proclamada primera aliada de Dios contra Satanás y el mal.

Saludos

Queridos hermanos y hermanas:

Saludo ahora con afecto a los peregrinos de España y América Latina, en particular, a los alumnos del Colegio Mexicano; a los estudiantes de la Universidad Católica de Chile y de la Escuela Italiana de Santiago; y a los visitantes argentinos. Invocando el amparo de la Madre del Redentor, os imparto de corazón la bendición apostólica.



Miércoles 31 de enero de 1996: Anuncio de la maternidad mesiánica

31196 1. Tratando de la figura de María en el Antiguo Testamento, el Concilio (cf. Lumen gentium LG 55) se refiere al conocido texto de Isaías, que ha atraído de modo particular la atención de los primeros cristianos: "He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel" (Is 7,14).

En el contexto del anuncio del ángel, que invita a José a tomar consigo a María su esposa, "porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo", Mateo atribuye un significado cristológico y mariano al oráculo. En efecto, añade: "Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que quiere decir: 'Dios con nosotros' " (Mt 1,22-23).

2. Esta profecía, en el texto hebreo, no anuncia explícitamente el nacimiento virginal del Emmanuel. En efecto, el vocablo usado (almah) significa simplemente una mujer joven, no necesariamente una virgen. Además, es sabido que la tradición judaica no proponía el ideal de la virginidad perpetua, ni había expresado nunca la idea de una maternidad virginal.

Por el contrario, en la traducción griega, el vocablo hebreo se tradujo con el término párthenos, virgen. En este hecho, que podría parecer simplemente una particularidad de la traducción, debemos reconocer una misteriosa orientación dada por el Espíritu Santo a las palabras de Isaías, para preparar la comprensión del nacimiento extraordinario del Mesías. La traducción con el término virgen se explica basándose en el hecho de que el texto de Isaías prepara con gran solemnidad el anuncio de la concepción y lo presenta como un signo divino (cf. Is 7,10-14), suscitando la espera de una concepción extraordinaria. Ahora bien, que una mujer joven conciba un hijo después de haberse unido al marido no constituye un hecho extraordinario. Por otra parte, el oráculo no alude de ningún modo al marido. Esa formulación sugería, por tanto, la interpretación que después se dio en la versión griega.

3. En el contexto original, el oráculo de Isaías 7, 14 constituía la respuesta divina a una falta de fe del rey Acaz, que, frente a la amenaza de una invasión de los ejércitos de los reyes vecinos, buscaba su salvación y la de su reino en la protección de Asiria. Al aconsejarle que pusiera su confianza sólo en Dios, y renunciara a la temible intervención asiria, el profeta Isaías lo invita en nombre del Señor a un acto de fe en el poder divino: "Pide para ti una señal del Señor tu Dios...". Ante el rechazo del rey, que prefiere buscar la salvación en la ayuda humana, el profeta pronuncia el célebre oráculo: "Oíd, pues, casa de David: ¿Os parece poco cansar a los hombres, que cansáis también a mi Dios? Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel'' (Is 7,13-14).

El anuncio del signo del Emmanuel, Dios con nosotros, implica la promesa de la presencia divina en la historia que encontrará su pleno significado en el misterio de la encarnación del Verbo.

4. En el anuncio del nacimiento prodigioso del Emmanuel, la indicación de la mujer que concibe y da a luz muestra cierta intención de unir la madre al destino del hijo ?un príncipe destinado a establecer un reino ideal, el reino mesiánico?, y permite vislumbrar un designio divino particular, que destaca el papel de la mujer.

10 En efecto, el signo no es sólo el niño, sino también la concepción extraordinaria, revelada después en el parto, acontecimiento pleno de esperanza que subraya el papel central de la madre.

Además, el oráculo del Emmanuel se ha de entender en la perspectiva que abrió la promesa hecha a David, promesa que se lee en el segundo libro de Samuel. Aquí el profeta Natán promete al rey el favor divino para su descendiente: "Él constituirá una casa para mi Nombre y yo consolidaré el trono de su realeza para siempre. Yo seré para él padre y él será para mí hijo" (
2S 7,13-14).

Ante la estirpe davídica, Dios quiere desempeñar una función paternal, que manifestará su significado pleno y auténtico en el Nuevo Testamento, con la encarnación del Hijo de Dios en la familia de David (cf. Rm 1,3).

5. El mismo profeta Isaías, en otro texto muy conocido, reafirma el carácter excepcional del nacimiento del Emmanuel. Estas son sus palabras: "Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Estará el señorío sobre su hombro, y es su nombre "Maravilla de consejero", "Dios fuerte", "Padre perpetuo" "Príncipe de paz" (Is 9,5). Así, en la serie de nombres dados al niño, el profeta expresa las cualidades de su misión real: sabiduría, fuerza, benevolencia paterna y acción pacificadora.

Aquí ya no se nombra a la madre, pero la exaltación del hijo, que da al pueblo todo lo que puede esperarse en el reino mesiánico, la comparte también la mujer que lo ha concebido y dado a luz.

6. Del mismo modo, un famoso oráculo de Miqueas alude al nacimiento del Emmanuel. Dice el profeta: "Mas tú Belén de Efratá, aunque eres la menor entre las aldeas de Judá, de ti ha de salir aquel que ha de dominar en Israel, y cuyos orígenes son de antigüedad, desde los días de antaño. Por eso él los abandonará hasta el tiempo en que dé a luz la que ha de dar a luz..." (Mi 5,1-2). En estas palabras resuena la espera de un parto rebosante de esperanza mesiánica, en el que se resalta, una vez más el papel de la madre, recordada y exaltada explícitamente por el admirable acontecimiento que trae gozo y salvación.

7. El favor que Dios concedió a los humildes y a los pobres (cf. Lumen gentium LG 55) preparó de un modo más general la maternidad virginal de María.

Los pobres poniendo toda su confianza en el Señor, anticipan con su actitud el significado profundo de la virginidad de María, que, renunciando a la riqueza de la maternidad humana, esperó de Dios toda la fecundidad de su propia vida.

Así pues, el Antiguo Testamento no contiene un anuncio formal de la maternidad virginal, que se reveló plenamente sólo en el Nuevo Testamento. Sin embargo, el oráculo de Isaías (Is 7,14) prepara la revelación de este misterio, y, en este sentido se precisó en la traducción griega del Antiguo Testamento. El evangelio de Mateo, citando el oráculo traducido de este modo, proclama su perfecto cumplimiento mediante la concepción de Jesús en el seno virginal de María.

Saludos

Queridos hermanos y hermanas:

11 Con todo afecto saludo a los peregrinos españoles y latinoamericanos. En particular, a los alumnos del Coelgio San Estanislao de Kostka, de Madrid; a los files de las diócesis argentinas de Catamarca y Rosario; al Coro «Pablo Casals»; así como a los peregrinos de Chile y Paraguay. Imploro sobre todos vosotros y sobre vuestros seres queridos la maternal protección de la Virgen María, a la que encomiendo mi próxima visita pastoral a América Central y Venezuela.

Con estos sentmientos imparto de corazón la bendición apostólica.




Audiencias 1996