Audiencias 1996 11

Febrero de 1996

Miércoles 14 de febrero de 1996



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. He vuelto hace dos días de un importante e intenso viaje apostólico a América central y Venezuela adonde he ido para responder a la invitación de los Episcopados y de las autoridades civiles de los países visitados.

Doy gracias, ante todo, al Señor, que me ha permitido visitar nuevamente esas tierras como apóstol del Evangelio y peregrino de esperanza. También doy las gracias de corazón a todos los que han hecho posible el viaje: a los pastores, a las autoridades civiles y a quienes han colaborado de diversos modos, en su feliz desarrollo. A todos los que, a costa de sacrificios, han contribuido con su presencia y su oración, ¡gracias de corazón!

Se puede decir que este viaje-peregrinación, considerado desde el punto de vista espiritual, ha tenido dos puntos focales: el Crucificado y la Virgen María. El primero, representado por las veneradas imágenes del Santo Cristo de Esquipulas, en Guatemala, y de la "Sangre de Cristo", en la catedral de Managua, el segundo, sobre todo, por el santuario de Nuestra Señora de Coromoto, en Venezuela. Estas metas han impreso un carácter profundamente religioso a todo el itinerario.

2. Sin embargo, no cabe duda de que la visita ha tenido también un fuerte significado social. En Guatemala, Nicaragua y El Salvador había gran expectativa de un encuentro nuevo, más auténtico y más libre con el Papa, después del de 1983, tan marcado, sobre todo en Nicaragua, por un clima de aguda tensión ideológica. La actual visita se efectuó de modo muy diferente: plena libertad de contacto y gran cordialidad. Este cambio de clima se realizó, en gran medida, teniendo como telón de fondo los acontecimientos de 1989. América central ha dejado de ser un "polígono" de las influencias y del conflicto entre las dos "superpotencias", y vive con mayor autonomía su propia historia. En esta nueva situación, cada uno de esos países está llamado a afrontar urgentes problemas, como la relación capital-trabajo y la gestión equitativa de los bienes. La comunidad eclesial participa plenamente en el compromiso de reconstrucción, que requiere un esfuerzo solidario de mayor justicia social.

3. A mi llegada a Guatemala, volví a encontrar enseguida el inconfundible clima de calor humano típico de América Latina, clima que me acompañó en todas las etapas del viaje: muchedumbres jubilosas, entre las que destacaban muchísimos jóvenes, transformaron cada desplazamiento en un encuentro, en una fiesta de familia.

Al día siguiente fui a la pequeña localidad de Esquipulas, donde desde hace cuatro siglos se venera el estupendo crucifijo llamado "Cristo Negro", a causa del color oscuro que el tiempo y el humo de las velas le han dado. Celebrar la Eucaristía en ese lugar, tan marcado por el misterio de la pasión de Cristo, fue un momento de gran intensidad espiritual. Recogiéndome en oración a los pies del Crucifijo, pude hacer mía la invocación de millones de pobres de América Latina, crucificados a causa de la injusticia humana. Pude compartir la especial devoción de esas poblaciones por la pasión de Cristo y su inquebrantable esperanza.

12 Al volver a la capital, presidí una solemne celebración de la Palabra, durante la cual coroné la imagen de la Virgen de la Asunción, patrona de la ciudad. Numerosas personas, sobre todo catequistas, sostenidos por su intercesión materna, en tiempos difíciles, no dudaron en dar la vida para difundir el Evangelio entre sus hermanos. He indicado su ejemplo a los catequistas de hoy, invitándolos a un testimonio igualmente generoso e incisivo.

4. La etapa sucesiva de la peregrinación fue Nicaragua. Como es sabido, con ocasión de mi primera visita, hace trece años, la situación política había impedido un verdadero encuentro con la gente, dejando una sensación de insatisfacción. Por eso, como subrayé a mi llegada a Managua, mi regreso era particularmente deseado.Lo demostró el gran entusiasmo del pueblo nicaragüense, testimoniando al mismo tiempo su voluntad de fundar la renovación social en valores religiosos y morales, en los que es rico. Entre éstos, destaca el valor de la familia.

Por este motivo, en el parque Malecón de Managua celebré la misa por la familia, durante la cual invité a los esposos a renovar la gracia del sacramento del matrimonio y a fundar siempre la vida conyugal y familiar en la fidelidad a la palabra de Dios. En un clima de alegría y fe, con esa misma celebración clausuré también el Congreso eucarístico-mariano nacional.

Ese clima se prolongó por la tarde, cuando visité la nueva catedral de Managua, dedicada a la Inmaculada Concepción, patrona del país. En ese moderno templo hablé a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a los laicos comprometidos, exhortándolos a trabajar generosamente por la Iglesia, esposa de Cristo sin mancha ni arruga. Después, me recogí en adoración ante el Santísimo Sacramento en la hermosa capilla "de la Sangre de Cristo", llamada así por el crucifijo que se venera allí. En ese momento pensé de nuevo en el "Cristo Negro" de Esquipulas, y uní idealmente en la oración a los pueblos latinoamericanos, encomendándolos a todos a los brazos abiertos del Salvador.

5. Con gran entusiasmo me acogió el país que lleva precisamente por nombre: El Salvador, tierra desgarrada en su pasado reciente por violentos conflictos entre grupos ideológicos opuestos. Allí la Iglesia ha desempeñado un papel decisivo para la reanudación del diálogo y la pacificación, pagando un altísimo precio de sangre, sobre todo con sus pastores, entre los cuales es muy venerado el arzobispo Oscar Arnulfo Romero, asesinado en 1980.

La auténtica paz es inseparable de la justicia. Por eso quise celebrar en San Salvador la santa misa por la justicia y la paz, haciendo mías, como expresión de buenos deseos para el pueblo salvadoreño, las palabras del salmista: "Que florezca la justicia y la paz hasta que falte la luna" (cf.
Ps 71,7). Cuando se leyó el evangelio de las bienaventuranzas delante de la catedral donde se custodian los restos mortales de los arzobispos monseñor Chávez, monseñor Romero y monseñor Rivera Damas, el recuerdo conmovido de los tres amados pastores y de su testimonio reavivó en todos la voluntad de trabajar unidos por la construcción de un mundo más humano.

6. La segunda parte del viaje me llevó, como sabéis, a Venezuela, país que ya había visitado en 1985 y que, por desgracia, sufre actualmente una grave crisis económico-social. En el trayecto desde el aeropuerto hacia la capital, Caracas, quise detenerme delante de una gran cárcel para bendecir a los reclusos y dejarles un mensaje de esperanza, basado en el amor vale de Dios a cada persona humana.

Me trasladé luego al santuario nacional de Coromoto, antiguo centro de la devoción mariana del pueblo venezolano. En el lugar de la aparición de 1652 se construyó durante los últimos años un santuario moderno e imponente, que tuve la alegría de inaugurar oficialmente. Durante la celebración eucarística en ese lugar tan sugestivo, meditamos en la presencia de María santísima en medio del pueblo de Dios, presencia que es una invitación constante a la fe, al amor a los hermanos, a la evangelización, al compromiso social; en una palabra, una invitación a la santidad.

En Caracas, durante el último día de mi peregrinación, celebré la santa misa por la evangelización de los pueblos, recordando el V centenario de la llegada de la fe cristiana a Venezuela, donde ha hecho brotar frutos maravillosos de vida evangélica, entre los cuales está el testimonio ejemplar de la madre María de San José, a la que el año pasado tuve la alegría de inscribir en el catálogo de los beatos.

En la perspectiva de la nueva evangelización, fueron muy significativos otros dos encuentros: uno con los llamados "constructores de la sociedad", y otro con los jóvenes. El primero me brindó la ocasión de dirigirme a una numerosa y cualificada asamblea de protagonistas de la vida económica, política y cultural, que habían acudido de toda Venezuela, para exhortarlos a fundar la renovación social en la cultura de la vida y de la solidaridad. El último encuentro fue con los jóvenes. A ellos, promesa del futuro en el "continente de la esperanza", les dejé la consigna final, expresada, una vez más, en una bienaventuranza: "¡Dichosos vosotros, si abrís las puertas de vuestro corazón a Cristo Salvador!". A pesar de las graves dificultades, se nota que es muy intenso en esas tierras el entusiasmo de la fe, así como la conciencia de que el futuro de la Iglesia depende en gran medida del compromiso de las nuevas generaciones. Ojalá que la palabra de Dios, sembrada durante esta peregrinación, brote y dé frutos abundantes.

Amadísimos hermanos y hermanas, os invito a orar conmigo al Señor por esta intención, invocando la intercesión constante de la Virgen santísima, Madre de los pueblos de América Latina y Estrella de la nueva evangelización.

Saludos

13 Amadísimos hermanos y hermanas, saludo con afecto a todos los peregrinos de lengua española. En especial al grupo de guatemaltecos presentes, así como a la Delegación de campeones provinciales del Área de Deportes y del Área de Cultura de Buenos Aires, a los fieles de la parroquia de San Lorenzo Mártir de Navarro, y al Colegio St. George de Santiago de Chile. A vosotros y vuestras familias os imparto de corazón mi Bendición Apostólica.



Miércoles 21 de febrero de 1996



1. Hoy, miércoles de Ceniza, comienza la Cuaresma, tiempo litúrgico fuerte, durante el cual los cristianos están llamados a tener su mirada fija en Jesús para seguirlo en el itinerario hacia la Pascua.

En este camino espiritual, que tiene como punto de llegada el Triduo pascual, la comunidad cristiana redescubre su vocación de pueblo redimido, llamado a vivir la muerte de Cristo para participar en su resurrección. Haciendo una experiencia más íntima de él, la comunidad cristiana se renueva en la fe, en la esperanza y en el amor. A través de la escucha de la Palabra, la oración, la penitencia y la práctica de la caridad hacia los hermanos necesitados, la Iglesia participa en la vida misma de Cristo que afronta la experiencia del desierto, ayuna, vence la tentación y luego recorre la senda del siervo humilde y sufriente hasta la cruz. En Cristo, la Iglesia revive el éxodo pascual, que la llevará a una conciencia más intensa de su realidad de pueblo de la nueva alianza, convocado para la alabanza, en la escucha de la Palabra y en la experiencia gozosa de los prodigios del Señor.

Toda la liturgia del tiempo cuaresmal recuerda a los creyentes la gracia que cada año se les ofrece como signo del amor misericordioso de Dios. Precisamente la celebración litúrgica de hoy, con la imposición de la ceniza, impulsa a los fieles a la conversión, es decir, a dejarse implicar en este tiempo de salvación. Son significativas las palabras del prefacio de Cuaresma: "Por él concedes a tus hijos anhelar, año tras año, con el gozo de habernos purificado, la solemnidad de la Pascua, para que, dedicados con mayor entrega a la alabanza divina y al amor fraterno, por la celebración de los misterios que nos dieron nueva vida, lleguemos a ser con plenitud hijos de Dios" (Misal Romano, Prefacio I de Cuaresma).

Así pues, el cristiano vive la Cuaresma como tiempo privilegiado para redescubrir la gracia del bautismo y para prepararse a celebrar con alegría, con corazón libre y reconciliado, el don pascual de la filiación divina.

El Espíritu, que guió a Jesús en el camino hacia la Pascua, impulsa también a los bautizados a seguirlo en el "desierto", para confirmarlos en su fidelidad a Dios y a su proyecto, frente a las frecuentes tentaciones del materialismo, el poder y la infidelidad. Todo esto en un clima de íntima reflexión, de constante escucha y de oración confiada.

2. La Cuaresma, con su austero itinerario, nos ayuda a todos a tomar conciencia de los peligros espirituales a que se halla expuesta nuestra vida y, al mismo tiempo, nos lleva a abrir los ojos hacia las magníficas perspectivas de la vocación cristiana.

La imagen del desierto, típica de este período, pone con realismo al hombre ante el resultado de su separación de Aquel que es la fuente de la vida. Sin Dios, la existencia resulta vacía, sin sentido, carente de afectos auténticos y de grandes ideales, y privada de generosidad, de amor y de perdón. Por otra parte, en el tiempo cuaresmal la liturgia nos invita a considerar la condición humana a la luz de la misericordia divina, contemplando la posibilidad concreta de la salvación. Como en el caso del hijo pródigo, el recuerdo del Padre (cf. Lc Lc 15,17) es lo que infunde confianza en quien ha pecado y le ayuda a tomar el camino del regreso, impulsándolo a la escucha de "toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4,4).

3. "En nombre de Cristo os suplicamos: ¡Reconciliaos con Dios!" (2Co 5,20). La invitación del apóstol Pablo, que resuena hoy al inicio del camino cuaresmal, pone de manifiesto que estamos entrando en un tiempo providencial de conversión y reconciliación.

La escucha de la palabra de Dios, la oración y el ejercicio de las obras de misericordia nos ayudan a descubrir la fragilidad humana a la luz del amor de Dios y, al mismo tiempo, nos obtienen la fuerza para volvernos a poner en camino hacia la meta de nuestra salvación. Todo creyente, iluminado por la gracia del Señor, puede recorrer la senda de la santidad, dócil a las indicaciones salvíficas del Evangelio.

14 Por consiguiente, este tiempo penitencial exige del cristiano que se comprometa a sanar las consecuencias de los pecados personales y comunitarios con la mortificación de las pasiones y con una vida más sobria. Lo lleva a experimentar la bienaventuranza que el Señor promete a quien está afligido por el mal realizado (cf. Mt 5,4) y lo guía, elevado y fortalecido, a una paz íntima y duradera.

4. En el período de preparación para la Pascua, además de la oración, cobra especial relieve el ayuno. Por medio de él, el Señor santifica y purifica a su Iglesia. Con esta obra penitencial, el Señor mismo, como nos lo recuerda la liturgia, refrena nuestras pasiones, eleva nuestro espíritu, y nos da fuerza y recompensa (cf. Misal Romano, Prefacio IV de Cuaresma).

Además del ayuno, la Cuaresma invita a la práctica de la limosna, que ayuda a quien se encamina hacia la Pascua a abrir su corazón a los hermanos, especialmente a los más pobres y necesitados, haciéndose cargo del hambre y del sufrimiento de tan gran parte de la humanidad. En un mundo desgarrado por muchas injusticias, la limosna cuaresmal se transforma en signo de la realidad nueva del reino de Dios y anticipación de una convivencia más justa y fraterna entre los hombres, por estar inspirada en el Evangelio.

5. Este año, la Cuaresma adquiere una importancia singular, ya que se inserta en la primera fase de preparación para el gran jubileo del año 2000. Quiera Dios que en toda comunidad diocesana la Cuaresma constituya el comienzo de un camino común de conversión para una nueva evangelización. En efecto, no podemos olvidar que la humanidad entera, precisamente a partir de la reconciliación con Dios y con los hermanos, está llamada a poner las condiciones para construir un mundo más libre y acogedor, iluminado por la victoria pascual de Cristo sobre el mal y sobre la muerte.

En este itinerario, que comenzamos hoy, nos acompaña María, Madre de la esperanza: ella nos sostiene con su ternura materna y nos guía a acoger con espíritu renovado el anuncio gozoso de la Pascua.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas, saludo con afecto a todos los peregrinos procedentes de América Latina y de España. En especial a los diversos grupos de estudiantes españoles y al grupo de profesores chilenos. A todos imparto de corazón la Bendición Apostólica.



Marzo de 1996

Miércoles 6 de marzo de 1996

La maternidad viene de Dios

(Lectura:
15 1er. libro de Samuel, capítulo 1, versículos, 9-11) 1S 1,9-11

1. La maternidad es un don de Dios. «He adquirido un varón con el favor del Señor» (Gn 4,1) exclama Eva después de haber dado a luz a Caín, su primogénito. Con estas palabras, el libro del Génesis presenta la primera maternidad de la historia de la humanidad como gracia y alegría que brotan de la bondad del Creador.

2. Del mismo modo se ilustra el nacimiento de Isaac, en el origen del pueblo elegido.

A Abraham, privado de descendencia y ya en edad avanzada, Dios promete una posteridad numerosa como las estrellas del cielo (cf. Gn 15,5). El patriarca acoge la promesa con la fe que revela al hombre el designio de Dios: «Y creyó él en el Señor el cual se lo reputó por justicia» (Gn 15 Gn 6).

Las palabras que el Señor pronunció con ocasión del pacto establecido con Abraham confirman esa promesa: «Por mi parte he aquí mi alianza contigo: serás padre de una muchedumbre de pueblos» (Gn 17,4).

Acontecimientos extraordinarios y misteriosos destacan cómo la maternidad de Sara es sobre todo, fruto de la misericordia de Dios, que da la vida más allá de toda previsión humana: «Yo la bendeciré, y de ella también te daré un hijo. La bendeciré, y se convertirá en naciones; reyes de pueblos procederán de ella» (Gn 17,16).

La maternidad se presenta como un don decisivo del Señor: el patriarca y su mujer recibirán un nombre nuevo para significar la inesperada y maravillosa transformación que Dios realizará en su vida.

3. La visita de tres personajes misteriosos, en los que los Padres de la Iglesia vieron una prefiguración de la Trinidad, anuncia de modo más concreto a Abraham el cumplimiento de la promesa: «Apareciósele el Señor en la encina de Mambré estando él sentado a la puerta de su tienda en lo más caluroso del día. Levantó los ojos y he aquí que había tres individuos parados a su vera» (Gn 18,1-2). Abraham objeta: «¿A un hombre de cien años va a nacerle un hijo? ¿y Sara, a sus noventa años, va a dar a luz?» (Gn 17,17 cf. Gn 18,11-13). El huésped divino responde: «¿Es que hay algo imposible para el Señor? En el plazo fijado volveré, al término de un embarazo, y Sara tendrá un hijo» (Gn 18,14 cf. Lc Lc 1,37).

El relato subraya el efecto de la visita divina, que hace fecunda una unión conyugal, hasta ese momento estéril. Creyendo en la promesa, Abraham llega a ser padre contra toda esperanza, y padre en la fe porque de su fe desciende la del pueblo elegido.

4. La Biblia ofrece otros relatos de mujeres a las que el Señor libró de la esterilidad y alegró con el don de la maternidad. Se trata de situaciones a menudo angustiosas, que la intervención de Dios transforma en experiencias de alegría, acogiendo la oración conmovedora de quienes humanamente no tienen esperanza. Raquel, por ejemplo, «vio que no daba hijos a Jacob y, celosa de su hermana, dijo a Jacob: “Dame hijos, o si no me muero. Jacob se enfadó con Raquel y dijo: “¿Estoy yo acaso en el lugar de Dios, que te ha negado el fruto del vientre?”» (Gn 30,1-2).

Pero el texto bíblico añade inmediatamente que “entonces se acordó Dios de Raquel. Dios la oyó y la hizo fecunda, y ella concibió y dio a luz un hijo» (Gn 30,22-23). Ese hijo, José, desempeñará un papel muy importante para Israel en el momento de la emigración a Egipto.

16 En éste, como en otros relatos, subrayando la condición de esterilidad inicial de la mujer, la Biblia quiere poner de relieve el carácter maravilloso de la intervención divina en esos casos particulares pero, al mismo tiempo, da a entender la dimensión de gratuidad inherente a toda maternidad.

5. Encontramos un procedimiento semejante en el relato del nacimiento de Sansón. La mujer de Manóaj, que no había podido engendrar hijos, recibe el anuncio del ángel del Señor: «Bien sabes que eres estéril y que no has tenido hijos, pero concebirás y darás a luz un hijo» (
Jg 13,3-4). La concepción, inesperada y prodigiosa, anuncia las hazañas que el Señor realizará por medio de Sansón.

En el caso de Ana, la madre de Samuel, se subraya el papel particular de la oración. Ana vive la humillación de la esterilidad, pero está animada por una gran confianza en Dios, a quien se dirige con insistencia para que la ayude a superar esa prueba. Un día en el templo, expresa un voto: «¡Oh Señor de los ejércitos! (...), si no te olvidas de tu sierva y le das un hijo verán, yo lo entregaré al Señor por todos los dias de su vida...» (1S 1,11).

Su oración es acogida: «El Señor se acordó de ella», que «concibió (...) y dio a luz un niño a quien llamó Samuel» (1S 1,19-20). Cumpliendo su voto, Ana entregó su hijo al Señor: «Este niño pedía yo y el Señor me ha concedido la petición que le hice. Ahora yo se lo cedo al Señor por todos los días de su vida» (1S 1,27-28). Dado por Dios a Ana, y luego por Ana a Dios, el niño Samuel se convierte en un vínculo vivo de comunión entre Ana y Dios.

El nacimiento de Samuel es, pues, experiencia de alegría y ocasión de acción de gracias. El primer libro de Samuel refiere un himno, llamado el Magnificat de Ana, que parece anticipar el de María: «Mi corazón exulta en el Señor, mi poder se exalta por Dios...» (1S 2,1).

La gracia de la maternidad, que Dios concede a Ana por su oración incesante, suscita en ella nueva generosidad. La consagración de Samuel es la respuesta agradecida de una madre que, viendo en su hijo el fruto de la misericordia divina, devuelve el don, confiando ese hijo tan deseado al Señor.

6. En el relato de las maternidades extraordinarias que hemos recordado, es fácil descubrir el puesto importante que la Biblia asigna a las madres en la misión de los hijos. En el caso de Samuel, Ana desempeña un papel trascendental con su decisión de entregarlo al Señor. Una función igualmente decisiva desempeña otra madre, Rebeca, que procura la herencia a Jacob (cf. Gn 27). En esa intervención materna, que describe la Biblia, se puede leer el signo de una elección como instrumento del designio soberano de Dios. Es él quien elige al hijo más joven, Jacob, como destinatario de la bendición y de la herencia paterna y, por tanto, como pastor y guía de su pueblo. Es él quien, con decisión gratuita y sabia, establece y gobierna el destino de todo hombre (cf. Sb Sg 10,10-12).

El mensaje de la Biblia sobre la maternidad muestra aspectos importantes y siempre actuales. En efecto, destaca su dimensión de gratuidad, que se manifiesta, sobre todo, en el caso de las estériles; la particular alianza de Dios con la mujer; y el vínculo especial entre el destino de la madre y el del hijo.

Al mismo tiempo, la intervención de Dios que, en momentos importantes de la historia de su pueblo, hace fecundas a algunas mujeres estériles, prepara la fe en la intervención de Dios que, en la plenitud de los tiempos, hará fecunda a una Virgen para la encarnación de su Hijo.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas, saludo con afecto a los peregrinos y visitantes de lengua española. En especial al grupo de empleados de la Sociedad Farmacéutica CEPA, de Madrid; a los alumnos del Instituto « Dante Alighieri », de Rosario (Argentina), y a los peregrinos chilenos, así como a los demás, procedentes de otros países de Latinoamérica. Al desear a todos que la Cuaresma os ayude para una buena preparación a la fiesta de la Pascua, os imparto de corazón mi Bendición Apostólica.



17

Miércoles 20 de marzo de 1996





Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Os dirijo mi saludo cordial a todos vosotros, que tomáis parte en esta audiencia algo singular, y os agradezco vuestra estimada presencia y el apoyo de vuestra oración.

Ayer hemos celebrado la solemnidad de san José, patrono de la Iglesia universal. La comunidad cristiana se dirige a san José con diversos títulos: ínclito descendiente de David; esposo de la Madre de Dios; custodio casto de la Virgen; modelo de los obreros; amparo de las familias (de las Letanías de san José). Estas invocaciones, y otras más, subrayan el papel de san José en el designio salvífico y en la vida de los creyentes. Al día siguiente de su fiesta, junto con vosotros, quisiera encomendar a su patrocinio la Iglesia y el mundo entero, sobre todo las familias y, de modo particular, todos los padres que en él tienen un modelo singular para imitar.

2. La liturgia nos invita a encontrarnos con san José en el itinerario cuaresmal hacia la Pascua. Se nos presenta como testigo insuperable del silencio contemplativo, pleno de escucha de la palabra de Dios, que se vislumbra en los evangelios como atmósfera característica de la casa de Nazaret. El silencio de José era un silencio activo, que acompañaba el trabajo diario, al servicio de la Sagrada Familia.

Que todos los creyentes, siguiendo el ejemplo de san José, logren en su propia vida una profunda armonía entre la oración y el trabajo, entre la meditación de la palabra de Dios y las ocupaciones diarias. En el centro de todo esté siempre la relación íntima y vital con Jesús, Verbo encarnado, y con su Madre santísima. A todos vosotros, mi bendición afectuosa.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas, saludo con afecto a todos los peregrinos y visitantes de lengua española. Os agradezco vuestra presencia y la ayuda eficaz de vuestras oraciones. Ayer celebramos la solemnidad de san José, testigo insuperable del silencio contemplativo, propio de la Casa de Nazaret y modelo de trabajador. Vivió una relación profunda y vital con Jesús y su Madre. A este santo Patriarca confío la Iglesia y el mundo, y especialmente las familias, así como sobre todo a los padres, que en san José tienen un modelo para imitar. A todas las personas, familias y grupos procedentes de los distintos Países de América Latina y de España imparto con afecto mi Bendición Apostólica.





Miércoles 27 de marzo de 1996

Mujeres comprometidas en la salvación del pueblo

(Lectura:
18 Judith, capítulo 15, versículos 8-10) Jdt 15,8-10

1. El Antiguo Testamento nos hace admirar a algunas mujeres extraordinarias que, bajo el impulso del Espíritu de Dios, participan en las luchas y los triunfos de Israel o contribuyen a su salvación. Su presencia en las vicisitudes del pueblo no es ni marginal ni pasiva: se presentan como auténticas protagonistas de la historia de la salvación. He aquí los ejemplos más significativos.

Después del paso del mar Rojo, el texto sagrado pone de relieve la iniciativa de una mujer inspirada para celebrar con júbilo ese acontecimiento decisivo: «María, la profetisa, hermana de Aarón tomó en sus manos un tímpano y todas la mujeres la seguían con tímpanos y danzando en coro. Y María les entonaba el estribillo: «Cantad al Señor pues se cubrió de gloria arrojando en el mar caballo y carros» (Ex 15,20-21).

Esta mención de la iniciativa femenina en un marco de celebración pone de relieve no sólo la importancia del papel de la mujer, sino también su aptitud particular para alabar y dar gracias a Dios.

2. Una acción aún más importante realiza, en tiempos de los Jueces, la profetisa Débora. Después de haber ordenado al jefe del ejército que reuniera a sus hombres y entablara batalla, ella, con su presencia, asegura el éxito del ejército de Israel, anunciando que otra mujer Yael, matará al jefe de los enemigos.

Además, para celebrar la gran victoria, Débora entona un largo cántico con el que alaba la acción de Yael: Bendita entre las mujeres Yael (...). Bendita sea entre las mujeres que habitan en tiendas» (Jg 5,24). Las palabras que Isabel dirige a María el día de la Visitación: «Bendita tú entre las mujeres...» (Lc 1,42), son un eco de esa alabanza en el Nuevo Testamento.

El papel significativo de las mujeres en la salvación del pueblo, puesto de manifiesto por las figuras de Débora y Yael, se vuelve a encontrar en el caso de otra profetisa, llamada Juldá, que vivió en tiempos del rey Josías.

Interrogada por el sacerdote Jilquías, pronuncia oráculos que anuncian una manifestación de perdón para el rey, que temía la ira divina. Juldá se convierte así en mensajera de misericordia y de paz (cf. 2R 22,14-20).

3. Los libros de Judit y Ester, que tienen como finalidad exaltar, de modo ideal, la aportación positiva de la mujer en la historia del pueblo elegido, presentan -en un marco cultural de violencia- dos figuras de mujeres que contribuyen a la victoria y a la salvación de los israelitas.

El libro de Judit, en particular, refiere que el rey Nabucodonosor envía un temible ejército para conquistar Israel. Guiado por Holofernes, el ejército enemigo está a punto de apoderarse de la ciudad de Betulia, en medio de la desesperación de sus habitantes que, considerando inútil cualquier resistencia, piden a los jefes que se rindan. Pero a los ancianos de la ciudad, que, por no contar con ayuda inmediata, se declaran dispuestos a entregar Betulia al enemigo Judit les reprocha su falta de fe, manifestando plena confianza en la salvación que viene del Señor.

Después de haber invocado a Dios durante largo tiempo, Judit, símbolo de la fidelidad al Señor de la oración humilde y de la voluntad de mantenerse casta, se dirige hasta Holofernes, el general enemigo, orgulloso, idólatra y disoluto.

19 Tras haberse quedado a solas con él, antes de matarlo, se dirige al Señor diciendo: «¡Dame fortaleza, Dios de Israel, en este momento!» (Jdt 13,7). Luego, con la cimitarra de Holofernes, le corta la cabeza.

También aquí, como en el caso de David frente a Goliat, el Señor se sirve de la debilidad para triunfar sobre la fuerza. Con todo, en esta circunstancia, quien logra la victoria es una mujer: Judit, sin dejarse vencer por la pusilanimidad y la incredulidad de los jefes del pueblo, logra llegar hasta Holofernes y lo mata, mereciendo la gratitud y la alabanza del sumo sacerdote y de los ancianos de Jerusalén. Éstos, dirigiéndose a la mujer que venció al enemigo, exclaman: «Tú eres la exaltación de Jerusalén, tú el gran orgullo de Israel, tú la suprema gloria de nuestra raza. Al hacer todo esto por tu mano, has procurado la dicha de Israel y Dios se ha complacido en lo que has hecho. Bendita seas del Señor omnipotente por siglos infinitos» (Jdt 15,9-10).

4. En otra situación de grave dificultad para los judíos tiene lugar la historia narrada en el libro de Ester. En el reino de Persia, Amán, el encargado de negocios del rey, decreta el exterminio de los judíos. Para alejar el peligro, Mardoqueo, un judío que vive en la ciudadela de Susa, recurre a su sobrina Ester, que vive en el palacio del rey, donde habla alcanzado el rango de reina. Ésta, contra la ley vigente, se presenta al rey sin haber sido llamada, y corriendo el peligro de ser condenada a muerte, obtiene la revocación del decreto de exterminio. Amán es ejecutado, Mardoqueo llega al poder, y los judíos, librados de la amenaza, vencen así a sus enemigos.

Judit y Ester ponen en peligro su vida para lograr la salvación de su pueblo. Ahora bien, esas dos intervenciones son muy diferentes: Ester no mata al enemigo, sino que, desempeñando el papel de mediadora, intercede en favor de los judíos amenazados con el exterminio.

5. El primer libro de Samuel atribuye después esa función de intercesión a otra figura de mujer, Abigail, esposa de Nabal. También aquí, gracias a su intervención, se realiza otro caso de salvación.

Abigail sale al encuentro de David, que había decidido aniquilar a la familia de Nabal, pidiéndole perdón por las culpas de su marido, y así libra a su casa de una desgracia segura (cf 1S 25).

Como se puede notar fácilmente, la tradición veterotestamentaria pone de manifiesto en numerosas ocasiones, sobre todo en los escritos más cercanos a la venida de Cristo, la acción decisiva de la mujer para la salvación de Israel. De este modo, el Espíritu Santo, a través de las vicisitudes de las mujeres del Antiguo Testamento, iba delineando cada vez con mayor precisión las características de la misión de María en la obra de la salvación de la humanidad entera.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas, deseo saludar ahora cordialmente a los visitantes de lengua española, en particular, a los numerosos grupos de estudiantes de España. Saludo también a diversos grupos de peregrinos de Costa Rica, México, Estados Unidos y Alemania. Al agradeceros vuestra presencia aquí e invitaros a vivir cristianamente la Semana Santa, os imparto con afecto mi Bendición Apostólica.




Audiencias 1996 11