Audiencias 1996 19

Abril de 1996

Miércoles 3 de abril de 1996



20 1. Mañana, con la celebración de la Cena del Señor, comienza el Triduo pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, culminación de todo el año litúrgico y centro de la fe y de la oración de la Iglesia (cf. Sacrosanctum Concilium SC 102).

La tarde del Jueves santo, la Iglesia recuerda la última cena, durante la cual el Señor Jesús, la víspera de su pasión, habiendo amado hasta el extremo a los suyos que estaban en el mundo, ofreció al Padre su Cuerpo y su Sangre bajo las especies del pan y del vino y, dándolos como alimento a los Apóstoles, les mandó perpetuar su ofrenda en conmemoración suya. Obediente al mandato de Jesús, la Iglesia celebra la santa cena, sintiéndose comprometida a traducir en la vida de todos los días el estilo del servicio y del amor fraterno, que tiene su sentido y su fuente en el supremo sacrificio del Señor, presente sacramentalmente en la Eucaristía.

En la solemne liturgia del Viernes santo, la comunidad eclesial medita el misterio de la muerte de Cristo, adora la cruz y, recordando que ha nacido del costado abierto del Señor, intercede por la salvación universal del mundo. En ese día de "ayuno pascual" (ib., 110) no se celebra la Eucaristía, pero los creyentes, llenos de esperanza, anuncian el don que el Hijo hizo de sí mismo para la salvación de los hombres, revelándoles el amor infinito del Padre (cf. Jn 3,16) y tomando sobre sí todos los sufrimientos y las humillaciones de la humanidad.

2. El Sábado santo es el día en que la Iglesia contempla el descanso de Cristo en la tumba, después del combate victorioso de la cruz. Recuerda su descenso al mundo de la muerte para sanar las raíces de la humanidad, y espera que se cumpla su promesa: "El Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles (...), lo matarán, y a los tres días resucitará'' (Mc 10,33-34).

Con palabras llenas de fe y de poesía, un autor antiguo describe así el misterio del Sábado santo: "Un gran silencio se cierne hoy sobre la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey está durmiendo; la tierra está temerosa y no se atreve a moverse, porque el Dios hecho hombre se ha dormido y ha despertado a los que dormían desde hace siglos. El Dios hecho hombre ha muerto, ha puesto en movimiento a la región de los muertos". El texto prosigue, describiendo también el coloquio de Cristo con Adán: "Yo soy tu Dios, que por ti me hice hijo tuyo, por ti y por todos estos que habían de nacer de ti; digo, ahora, y ordeno a todos los que estaban en cadenas: 'Salid', y a los que estaban en tinieblas: 'Sed iluminados', y a los que estaban adormilados: 'Levantaos'. Yo te lo mando: 'Despierta, tú que duermes; porque yo no te he creado para que estuvieras preso en la región de los muertos; levántate de entre los muertos; yo soy la vida de los que han muerto. Levántate, obra de mis manos; levántate, mi efigie, tú que has sido creado a imagen mía (...). El enemigo te hizo salir del paraíso; yo, en cambio, te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celestial (...). Tienes preparado desde toda la eternidad el reino de los cielos' " (Oficio de lectura del Sábado santo: PG 43,439 451 462-463).

El Sábado santo, la Iglesia se identifica, una vez más, con María: toda su fe se recoge en ella, la primera creyente. En la oscuridad que envuelve la creación, es la única que mantiene viva la llama de la fe, preparándose para acoger el anuncio gozoso y sorprendente de la Resurrección. La comunidad cristiana, recordando a la Madre del Señor en este día alitúrgico, está invitada a dedicarse al silencio y a la meditación, alimentando en la espera la dichosa esperanza del renovado encuentro con su Señor.

3. En la gran Vigilia pascual, con gozo, que desemboca en el canto del Aleluya, la Iglesia celebra la noche del "nuevo éxodo" hacia la tierra prometida. Conmemora la noche santa, en la que el Señor resucitó, y vela en espera de su vuelta, cuando la Pascua llegue a su plenitud.

Tres símbolos caracterizan las tres partes de la liturgia de la Noche santísima que nos libera de la antigua condena y nos reúne como hermanos en el único pueblo del Señor: la luz, el agua y el pan. Signos que, recordando los sacramentos de la iniciación cristiana, traducen el sentido de la victoria de Cristo para nuestra salvación.

En todos predomina el simbolismo fundamental de la "noche iluminada", de la "noche vencida por el día", que canta la Vida que nace de la muerte y de la resurrección de Cristo: Él es nuestra Pascua (cf. 1Co 5,7); Él es la luz que ilumina el destino del hombre, liberándolo de las tinieblas del pecado.

Ante el día que avanza, resuena con fuerza la invitación del Apóstol a despojarse de las obras de las tinieblas para revestirse del Señor Jesús (cf. Rm 13,12-14), para que la victoria de Cristo actúe cada vez más profundamente en nosotros, en espera de la Pascua eterna.

4. Así pues, el Triduo pascual nos hace participar sacramentalmente en el misterio de Aquel que, por nuestra salvación, se hizo "obediente hasta la muerte y muerte de cruz" (Ph 2,8), y se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que lo siguen (cf. He 5,9). Además, nos impulsa a hacer de nuestra vida una existencia pascual, caracterizada por la renuncia al mal y por gestos de amor, hasta la última meta: la muerte física, que para el cristiano es la consumación de su vivir diariamente el misterio pascual con la esperanza de la resurrección.

21 La Pascua nos recuerda que Cristo se ha convertido en fuente de salvación eterna para los hombres, ofreciéndose personalmente en el altar de la cruz.

Pidamos al Señor que los días del Triduo pascual sumerjan nuestra alma en el misterio de la gracia que mana de la cruz. María, Madre del Redentor, nos ayude a seguir fielmente a Jesús por el camino del Calvario, para llegar a ser testigos coherentes y alegres de su resurrección.

Con estos sentimientos, os expreso mis felicitaciones pascuales a todos vosotros aquí presentes y a vuestros seres queridos: ¡feliz Pascua!

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas, saludo con afecto a los peregrinos de lengua española. De modo particular a las Religiosas del Santo Ángel y a los miembro del « Regnum Christi »; también a los jóvenes de la Asociación Covarrubias, a la « Legión Juventus Guatemala », así como a los alumnos de los Colegios presentes. A todas las personas, familias y grupos provenientes de los diversos países de América Latina y de España deseo una feliz Pascua y les imparto de corazón la Bendición Apostólica.





Miércoles 10 de abril de 1996

La nobleza moral de la mujer

(Lectura:
Proverbios, capítulo 31, versículos 10-12 y 30) Pr 31,10-12 Pr 31,30

1. El Antiguo Testamento y la tradición judía reconocen frecuentemente la nobleza moral de la mujer, que se manifiesta sobre todo en su actitud de confianza en el Señor, en su oración para obtener el don de la maternidad y en su súplica a Dios por la salvación de Israel de los ataques de sus enemigos. A veces, como en el caso de Judit, toda la comunidad celebra estas cualidades que se convierten en objeto de admiración para todos.

Junto a los ejemplos luminosos de las heroínas bíblicas, no faltan los testimonios negativos de algunas mujeres, como Dalila, la seductora que arruina la actividad profética de Sansón (Jg 16,4-21); las mujeres extranjeras que en la ancianidad de Salomón, alejan el corazón del rey del Señor y lo inducen a venerar otros dioses (1R 11,1-8); Jezabel, que extermina «a todos los profetas del Señor» (1R 18,13) y hace asesinar a Nabot para dar su viña a Acab (1R 21); y la mujer de Job que lo insulta en su desgracia, impulsándolo a la rebelión (Jb 2,9).

22 En estos casos, la actitud de la mujer recuerda la de Eva. Sin embargo, la perspectiva predominante en la Biblia suele ser la que se inspira en el protoevangelio, que ve en la mujer a la aliada de Dios.

2. En efecto aunque a las mujeres extranjeras se las acusa de haber alejado a Salomón del culto del verdadero Dios, en el libro de Rut se nos propone una figura muy noble de mujer extranjera: Rut, la moabita, ejemplo de piedad para con sus parientes y de humildad sincera y generosa. Compartiendo la vida y la fe de Israel, se convertirá en la bisabuela de David y en antepasada del Mesías. Mateo, incluyéndola en la genealogía de Jesús (1, 5), hace de ella un signo de universalismo y un anuncio de la misericordia de Dios, que se extiende a todos los hombres.

Entre las antepasadas de Jesús, el primer evangelista recuerda también a Tamar, a Racab y a la mujer de Urías, tres mujeres pecadoras, pero no desleales, mencionadas entre las progenitoras del Mesías para proclamar la bondad divina más grande que el pecado. Dios, mediante su gracia, hace que su situación matrimonial irregular contribuya a sus designios de salvación, preparando también, de este modo, el futuro.

Otro modelo de entrega humilde, diferente del de Rut, es el de la hija de Jefté, que acepta pagar con su propia vida la victoria del padre contra los ammonitas (
Jg 11,34-40). Llorando su cruel destino, no se rebela, sino que se entrega a la muerte para cumplir el voto imprudente que había hecho su padre en el marco de costumbres aún primitivas (cf .Jr 7,31 Mi 6,6-8).

3. La literatura sapiencial, aunque alude a menudo a los defectos de la mujer, reconoce en ella un tesoro escondido: «Quien halló mujer, halló cosa buena, y alcanzó favor del Señor» (Pr 18,22), dice el libro de los Proverbios, expresando estima convencida por la figura femenina, don precioso del Señor.

Al final del mismo libro, se esboza el retrato de la mujer ideal que, lejos de representar un modelo inalcanzable, constituye una propuesta concreta, nacida de la experiencia de mujeres de gran valor: «Una mujer fuerte, ¿quién la encontrará? Es mucho más valiosa que las perlas...» (Pr 31,10).

En la fidelidad de la mujer a la alianza divina la literatura sapiencial indica la cima de sus posibilidades y la fuente más grande de admiración. En efecto, aunque a veces puede defraudar, la mujer supera todas las expectativas cuando su corazón es fiel a Dios: «Engañosa es la gracia, vana la hermosura; la mujer que teme al Señor, ésa será alabada» (Pr 31,30).

4. En este contexto, el libro de los Macabeos, en la historia de la madre de los siete hermanos martirizados durante la persecución de Antíoco Epífanes, nos presenta el ejemplo más admirable de nobleza en la prueba.

Después de haber descrito la muerte de los siete hermanos, el autor sagrado añade: «Admirable de todo punto y digna de glorioso recuerdo fue aquella madre que, al ver morir a sus siete hijos en el espacio de un solo día, sufría con valor porque tenía la esperanza puesta en el Señor. Animaba a cada uno de ellos en su lenguaje patrio y, llena de generosos sentimientos y estimulando con ardor varonil sus reflexiones de mujer», expresaba de esta manera su esperanza en una resurrección futura: «Pues así el Creador del mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y proyectó el origen de todas las cosas, os de volverá el espíritu y la vida con misericordia, porque ahora no miráis por vosotros mismos a causa de sus leyes» (2M 7,20-23).

La madre, exhortando al séptimo hijo a aceptar la muerte antes que transgredir la ley divina, expresa su fe en la obra de Dios, que crea de la nada todas las cosas: «Te ruego, hijo, que mires al cielo y a la tierra y, al ver todo lo que hay en ellos, sepas que a partir de la nada lo hizo Dios y que también el género humano ha llegado así a la existencia. No temas a este verdugo; antes bien, mostrándote digno de tus hermanos, acepta la muerte, para que vuelva yo a encontrarte con tus hermanos en la misericordia» (2M 7,28-29).

Por último, también ella se encamina hacia la muerte cruel, después de haber sufrido siete veces el martirio del corazón, testimoniando una fe inquebrantable, una esperanza sin limites y una valentía heroica.

23 En estas figuras de mujer, en las que se manifiestan las maravillas de la gracia divina, se vislumbra a la que será la mujer mas grande: María, la Madre del Señor.

Saludos

Queridos hermanos y hermanas, Saludo ahora con afecto a todos los peregrinos de lengua española. En particular a los miembros de las distintas parroquias, colegios y asociaciones españolas aquí presentes, así como a los grupos de peregrinos de México, Paraguay y Argentina. Que la sociedad de nuestros días, iluminada por Cristo resucitado, sepa reconocer y apreciar el verdadero espíritu femenino en las manifestaciones de la convivencia ciudadana, y trabaje para superar toda forma de discriminación, violencia y explotación. Con estos sentimientos, os deseo una muy feliz Pascua de Resurrección, y de corazón os imparto la Bendición Apostólica.



Miércoles 17 de abril de 1996



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Ha sido para mí una gran alegría dirigirme el domingo pasado a Túnez para visitar la comunidad católica que vive en ese país y que testimonia el Evangelio con gran vitalidad espiritual. He ido a Túnez por invitación del obispo de esa diócesis, monseñor Fouad Twal, y del presidente de la República tunecina, el señor Zin El Abidin Ben Alí. Doy las gracias al obispo de Túnez y a los demás pastores de la Conferencia episcopal regional de África del norte, presentes en el encuentro. Asimismo, doy las gracias cordialmente al presidente de Túnez y a las autoridades locales al igual que a todos los que me han acogido con gran cortesía y a cuantos han hecho posible este viaje, breve pero rico de significado.

Durante la visita tuve la oportunidad de reunirme con los representantes del mundo político, cultural y religioso de Túnez, país heredero de un pasado prestigioso. En su territorio, al igual que en el de los países vecinos, se han sucedido las más importantes civilizaciones mediterráneas: desde la cretense hasta la griega, desde la fenicia hasta la romana y la árabe. El pueblo tunecino conserva nobles tradiciones espirituales: tenía deseos de manifestarle mi estima y la de la Iglesia. Ese providencial encuentro me brindó también la ocasión de expresar el apoyo de la Santa Sede a los esfuerzos que se están realizando para promover el entendimiento y la colaboración entre los países de la cuenca del Mediterráneo. En efecto, estoy seguro de que el desarrollo integral de las personas y de las sociedades contribuirá a la estabilidad y la paz en esa región, una paz que no puede menos de ir acompañada por la justicia y la fraternidad.

2. Doy gracias, sobre todo, a Dios por haberme dado la posibilidad de encontrarme con una comunidad eclesial, arraigada en la tierra que ha recibido inolvidables testimonios de mártires de los primeros siglos cristianos. Ya en el siglo II después de Cristo el Evangelio se difundió en esa región, que tres siglos antes había llegado a ser provincia senatorial del Imperio romano, después del largo conflicto con Roma que pasó a la historia con el nombre de "guerras púnicas". ¿Cómo no recordar a san Esperato y compañeros, que en Cartago derramaron su sangre por la fe en el Dios único; y a las santas Perpetua y Felicidad, mujeres valerosas, condenadas a las fieras por haber profesado su fe en Cristo? Sus nombres, posteriormente, fueron incluidos en el Canon romano. Orar en los lugares mismos de su martirio, especialmente durante la visita a los restos del anfiteatro romano, fue para mí motivo de gran emoción.

A esta parte de África del norte la Iglesia universal le debe también ilustres pastores. Baste mencionar aquí a san Cipriano, obispo de Cartago y mártir, que en tiempos del Papa Cornelio fue ardiente defensor de la unidad de la Iglesia, y a san Agustín, obispo de Hipona, cuya enseñanza ha sido y sigue siendo para la Iglesia fuente de inspiración y de extraordinaria riqueza doctrinal y espiritual. Tampoco podemos olvidar a ese escritor genial y combativo que fue Tertuliano.

3. Mi visita a la comunidad católica de Túnez, el domingo "In albis", fiesta de la Misericordia divina, tenía como fin confirmar a los creyentes en su vocación bautismal y en su testimonio de fraternidad y servicio en medio del pueblo tunecino. Durante la eucaristía, celebrada en la catedral de Túnez, pude encontrarme con los cristianos de todo el país, que habían acudido para manifestar, junto al Sucesor de Pedro, su fe común en Cristo resucitado. Con valor y entusiasmo, esta minoría cristiana testimonia el amor universal de Dios en medio de sus amigos musulmanes, en un país que se caracteriza por su apertura y tolerancia. Es una Iglesia que, en su condición de pequeña grey, experimenta la gratuidad del don de Dios y desea compartirlo con todos, construyendo vínculos de fraternidad. He querido impulsar el compromiso de los cristianos en favor del hombre y del desarrollo integral de la sociedad. A este respecto, deseo aquí subrayar el papel silencioso y eficaz de tantas personas consagradas y de muchos laicos, que se entregan con generosidad al servicio de los más pobres e indefensos. Mediante la promoción del hombre, en especial del más débil, se manifiesta la ternura de Dios, mostrando claramente que ama a todos, sin distinción de religión o nacionalidad.

La Iglesia, además de anunciar con las obras de solidaridad el evangelio de la caridad, se preocupa de dialogar con las demás culturas. Mediante su compromiso en la educación, en la formación y en los intercambios culturales, la comunidad cristiana manifiesta el respeto que siente hacia las culturas de los hombres y mujeres de ese país. En estos temas insistí ya hace diez años en el encuentro que celebré en Casablanca, Marruecos, con los jóvenes musulmanes.

24 4. Por ese motivo, constaté con satisfacción que en Túnez, ya desde hace varios años, los intercambios culturales y el diálogo religioso entre cristianos y musulmanes han ocupado y siguen ocupando un lugar notable. Se han puesto en marcha numerosas iniciativas comunes; algunos lugares de encuentro estimulan la convivencia; musulmanes tunecinos y cristianos que viven en Túnez participan en grupos de investigación y reflexión, cuyos trabajos son muy apreciados. Sin duda se seguirán incrementando los intercambios académicos que existen entre la prestigiosa universidad tunecina de Zaytouna y algunas universidades pontificias de Roma. Todo esto va en la línea señalada por el concilio Vaticano II que, en la declaración Nostra aetate, afirmó: "La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes, que adoran al único Dios (...), a cuyos ocultos designios procuran someterse por entero (...). Veneran a Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como Dios; honran a María, su madre virginal, y a veces incluso la invocan devotamente" NAE 3).

¿Cómo no impulsar ese diálogo, tan provechoso? ¡Ojalá que Dios haga cada vez más amplios los espacios de encuentro y de participación fraterna al servicio del hombre y en constante búsqueda de la verdad divina! Estoy seguro de que los frutos de esa colaboración mutua redundarán en beneficio de todos.

5. Además de la comunidad cristiana que está en Túnez, comunidad constituida en gran parte por creyentes que proceden de Europa y de otros lugares del mundo, he tenido ocasión de saludar también a los cristianos que viven en los demás países del Magreb: Marruecos, Argelia y Libia. Al encontrarme con los obispos de esos países, he querido manifestar a cada una de sus comunidades la afectuosa cercanía del Sucesor de Pedro. Envié un saludo especial a las comunidades cristianas más probadas de Argelia, donde se espera aún con angustia la liberación de los siete monjes secuestrados hace ya tres semanas. Al igual que durante mi viaje del pasado mes de septiembre a algunos países de África, quise también transmitir a esas comunidades eclesiales el mensaje de esperanza del Sínodo africano, que se ha expresado en la exhortación apostólica Ecclesia in Africa.

La presencia en la catedral también de una representación de tunecinos no cristianos atestigua que muchos en ese país, aun sin aceptar el Evangelio, mantienen relaciones de amistad y estima con el cristianismo y tal vez de algún modo están interesados en la enseñanza y en la actividad de la Iglesia. Desde este punto de vista, la visita a Túnez ha sido muy importante. Ha constituido un elemento de realización del programa señalado a la Iglesia por el concilio Vaticano II, y representa asimismo un elemento de la preparación del gran jubileo del año 2000.

A la Virgen de Cartago, patrona de la diócesis de Túnez, encomiendo el futuro de las comunidades cristianas de esa región de África del norte. Que la Virgen santísima las guíe en su camino hacia Cristo resucitado, las sostenga en la hora de la prueba y las consuele constantemente con su maternal protección.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas, saludo con afecto al Señor Cardenal Luis Aponte Martínez y a los fieles de Puerto Rico que le acompañan en esta peregrinación a Roma, saludo a los obispos de Bolivia llegados a Roma para la visita « ad limina Apostolorum », así como a los sacerdotes españoles que participan en un curso de actualización teológica en el Pontificio Colegio de San José y a los demás peregrinos de lengua española presentes en esta audiencia. Les imparto a todos de corazón la Bendición Apostólica.



Miércoles 24 de abril de 1996

La hija de Sión

1. La Biblia usa con frecuencia la expresión hija de Sión para referirse a los habitantes de la ciudad de Jerusalén, cuya parte histórica y religiosamente más significativa es el monte Sión (cf. Mi Mi 4, 10­13; So 3, 14­18; Za 2,14 Za 9, 9­10).

Esta personalización en femenino hace más fácil la interpretación esponsal de las relaciones de amor entre Dios e Israel, señalado a menudo con los términos novia o esposa.

25 La historia de la salvación es la historia del amor de Dios, pero en ocasiones también de la infidelidad del ser humano. La palabra del Señor reprocha a menudo a la esposa­pueblo el hecho de haber violado la alianza nupcial establecida con Dios: "Como engaña una mujer a su compañero, así me ha engañado la casa de Israel" (Jr 3,20) e invita a los hijos de Israel a acusar a su madre: "¡Acusad a vuestra madre, acusadla, porque ella ya no es mi mujer, y yo no soy su marido!" (Os 2,4).

¿En qué consiste el pecado de infidelidad con el que se mancha Israel, la esposa de Yahveh? Consiste, sobre todo, en la idolatría: según el texto sagrado, para el Señor, cuando el pueblo elegido recurre a los ídolos comete un adulterio.

2. El profeta Oseas es quien desarrolla, con imágenes fuertes y dramáticas, el tema de la alianza esponsal entre Dios y su pueblo, y el de la traición por parte de éste: la historia personal de Oseas se convierte en símbolo elocuente de esa traición. En efecto, cuando nace su hija, recibe la orden siguiente: "Ponle por nombre 'No-compadecida', porque yo no me compadeceré más de la casa de Israel" (Os 1,6) y un poco más adelante: "Ponle el nombre de 'No­mi­pueblo', porque vosotros no sois mi pueblo ni yo soy para vosotros El­que­soy" (Os 1,9).

El reproche del Señor y el fracaso de la experiencia del culto a los ídolos hacen recapacitar a la esposa infiel que, arrepentida, dice: "Voy a volver a mi primer marido, que entonces me iba mejor que ahora" (Os 2,9). Pero Dios mismo desea restablecer la alianza, y entonces su palabra se hace memoria, misericordia y ternura: "Por eso yo voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón" (Os 2,16). En efecto, el desierto es el lugar donde Dios, después de la liberación de la esclavitud, estableció la alianza definitiva con su pueblo.

Mediante estas imágenes de amor, que vuelven a proponer la difícil relación entre Dios e Israel, el profeta ilustra el gran drama del pecado, la infelicidad del camino de la infidelidad y los esfuerzos del amor divino para hablar al corazón de los hombres y llevarlos de nuevo a la alianza.

3. A pesar de las dificultades del presente, Dios anuncia, por boca del profeta, una alianza más perfecta para el futuro: "Y sucederá aquel día ?oráculo del Señor? que ella me llamará: "Marido mío", y no me llamará más: "Baal mío" (...). Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en amor y en compasión; te desposaré conmigo en fidelidad, y tú conocerás al Señor" (Os 2,18 Os 2,21-22).

El Señor no se desalienta ante las debilidades humanas, sino que responde a las infidelidades de los hombres proponiendo una unión más estable y más íntima: "Yo la sembraré para mí en esta tierra, me compadeceré de "No-compadecida", y diré a "No­mi­pueblo": Tú "Mi pueblo", y él dirá: "¡Mi Dios!"" (Os 2,25).

La misma perspectiva de una nueva alianza es propuesta, una vez más, por Jeremías al pueblo en el exilio: "En aquel tiempo ?oráculo del Señor? seré el Dios de todas las familias de Israel, y ellos serán mi pueblo". Así dice el Señor: "Halló gracia en el desierto el pueblo que se libró de la espada: va a su descanso Israel". De lejos se le aparece el Señor: "Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia para ti. Volveré a edificarte y serás reedificada, virgen de Israel" (Jr 31, 1­4).

A pesar de las infidelidades del pueblo, el amor eterno de Dios siempre está dispuesto a restablecer el pacto de amor y a dar una salvación que supera todas las expectativas.

4. También Ezequiel e Isaías utilizan la imagen de la mujer infiel perdonada.

A través de Ezequiel, el Señor dice a la esposa: "Pero yo me acordaré de mi alianza contigo en los días de tu juventud, y estableceré en tu favor una alianza eterna" (Ez 16,60).

26 El libro de Isaías recoge un oráculo lleno de ternura: "Tu esposo es tu Hacedor (...). Por un breve instante te abandoné, pero con gran compasión te recogeré. En un arranque de furor te oculté mi rostro por un instante, pero con amor eterno te he compadecido, dice el Señor, tu redentor" (Is 54,5 Is 54, .

El amor prometido a la hija de Sión es un amor nuevo y fiel, una magnífica esperanza que supera el abandono de la esposa infiel: "Decid a la hija de Sión: Mira que viene tu salvación; mira, su salario le acompaña, y su paga le precede. Se les llamará 'Pueblo santo', 'Rescatados por el Señor'; y a ti se te llamará 'Buscada', 'Ciudad no abandonada' " (Is 62, 11­12).

El profeta precisa: "No se dirá de ti jamás 'Abandonada', ni de tu tierra se dirá jamás 'Desolada', sino que a ti se te llamará 'Mi Complacencia', y a tu tierra, 'Desposada'. Porque el Señor se complacerá en ti, y tu tierra será desposada. Porque como se casa joven con doncella, se casará contigo tu edificador, y con gozo de esposo por su novia se gozará por ti tu Dios" (Is 62,4-5).

El Cantar de los cantares sintetiza esas imágenes y actitudes de amor en la expresión: "Yo soy para mi amado y mi amado es para mí" (Ct 6,3). Así se vuelve a proponer en términos ideales la relación entre Yahveh y su pueblo.

5. Cuando escuchaba la lectura de los oráculos proféticos, María debía de pensar en esta perspectiva, alimentando así en su corazón la esperanza mesiánica.

Los reproches dirigidos al pueblo infiel debían de suscitar en ella un compromiso más ardiente de fidelidad a la alianza, abriendo su espíritu a la propuesta de una comunión esponsal definitiva con el Señor en la gracia y en el amor. De esa nueva alianza vendría la salvación del mundo entero.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas, deseo saludar con afecto a los peregrinos de lengua española, en especial a los fieles de Granada, Burgos y Sevilla, a los peregrinos argentinos de San Justo, Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba, y al grupo de fieles mexicanos. Al desearos una feliz estancia en Roma en este tiempo pascual, os imparto de corazón a vosotros y a vuestras familias la Bendición Apostólica.



Mayo de 1996

Miércoles 1 de mayo de 1996

La nueva hija de Sión

(Lectura:
27 Sofonías, capítulo 3, versículos 14-18) So 3,14-18

1. En el momento de la Anunciación María, "excelsa Hija de Sión" (Lumen gentium LG 55), recibe el saludo del ángel como representante de la humanidad, llamada a dar su consentimiento a la encarnación del Hijo de Dios.

La primera palabra que el ángel le dirige es una invitación a la alegría: chaire, es decir, alégrate.El término griego fue traducido al latín con Ave, una sencilla expresión de saludo, que no parece corresponder plenamente a las intenciones del mensajero divino y al contexto en que tiene lugar el encuentro.

Ciertamente, chaire era también una fórmula de saludo, que solían usar a menudo los griegos, pero las circunstancias extraordinarias en que es pronunciada no pertenecen al clima de un encuentro habitual. En efecto, no conviene olvidar que el ángel es consciente de que trae un anuncio único en la historia de la humanidad; de ahí que un saludo sencillo y usual sería inadecuado. Por el contrario, parece más apropiado a esa circunstancia excepcional la referencia al significado originario de la expresión chaire, que es alégrate.

Como han notado constantemente sobre todo los Padres griegos citando varios oráculos proféticos, la invitación a la alegría conviene especialmente al anuncio de la venida del Mesías.

2. El pensamiento se dirige, ante todo, al profeta Sofonías. El texto de la Anunciación presenta un paralelismo notable con su oráculo: "¡Exulta, hija de Sión, da voces jubilosas, Israel; alégrate con todo el corazón, hija de Jerusalén!" (So 3,14). Ese oráculo incluye una invitación a la alegría: "Alégrate con todo el corazón" (v. 14); una alusión a la presencia del Señor: "El rey de Israel, el Señor, está en medio de ti" (v. 15); la exhortación a no tener miedo: "No temas, Sión. No desmayen tus manos" (v. 16); y la promesa de la intervención salvífica de Dios: "En medio de ti está el Señor como poderoso salvador" (v. 17). Las semejanzas son tan numerosas y exactas que llevan a reconocer en María a la nueva hija de Sión, que tiene pleno motivo para alegrarse porque Dios ha decidido realizar su plan de salvación.

Una invitación análoga a la alegría, aunque en un contexto diverso, viene de la profecía de Joel:"No temas, suelo; alégrate y regocíjate, porque el Señor hace grandezas (...). Sabréis que en medio de Israel estoy yo" (Jl 2,21 Jl 2,27).

3. También es significativo el oráculo de Zacarías, citado a propósito del ingreso de Jesús en Jerusalén (cf. Mt 21,5 Jn 12,15). En él el motivo de la alegría es la venida del rey mesiánico: "¡Alégrate sobremanera, hija de Sión; grita de júbilo, hija de Jerusalén! He aquí que viene a ti tu rey, justo y victorioso, humilde (...). Proclamará la paz a las naciones" ().

Por último, de la numerosa posteridad, signo de bendición divina, el libro de Isaías hace brotar el anuncio de alegría para la nueva Sión: "Regocíjate, estéril que no das a luz; rompe en gritos de júbilo y alegría, la que no ha tenido los dolores, porque son más numerosos los hijos de la abandonada que los de la casada, dice el Señor" (Is 54,1).

Los tres motivos de la invitación a la alegría -la presencia salvífica de Dios en medio de su pueblo, la venida del rey mesiánico y la fecundidad gratuita y superabundante- encuentran en María su plena realización y legitiman el rico significado que la tradición atribuye al saludo del ángel. Éste, invitándola a dar su asentimiento a la realización de la promesa mesiánica y anunciándole la altísima dignidad de Madre del Señor, no podía menos de exhortarla a la alegría. En efecto, como nos recuerda el Concilio: "Con ella, excelsa Hija de Sión, después de la larga espera de la promesa, se cumple el plazo y se inaugura el nuevo plan de salvación. Es el momento en que el Hijo de Dios tomó de María la naturaleza humana para librar al hombre del pecado por medio de los misterios vividos en su carne" (Lumen gentium LG 55).

4. El relato de la Anunciación nos permite reconocer en María a la nueva hija de Sión, invitada por Dios a una gran alegría. Expresa su papel extraordinario de madre del Mesías; más aún, de madre del Hijo de Dios. La Virgen acoge el mensaje en nombre del pueblo de David, pero podemos decir que lo acoge en nombre de la humanidad entera porque el Antiguo Testamento extendía a todas las naciones el papel del Mesías davídico (cf. Ps 2,8 Ps 72,8). En la intención de Dios, el anuncio dirigido a ella se orienta a la salvación universal.

28 Como confirmación de esa perspectiva universal del plan de Dios, podemos recordar algunos textos del Antiguo y del Nuevo Testamento que comparan la salvación a un gran banquete de todos los pueblos en el monte Sión (cf. Is 25,6 ss) y que anuncian el banquete final del reino de Dios (cf. ).

Como hija de Sión, María es la Virgen de la alianza que Dios establece con la humanidad entera. Está claro el papel representativo de María en ese acontecimiento. Y es significativo que sea una mujer quien desempeñe esa misión.

5. En efecto, como nueva hija de Sión, María es particularmente idónea para entrar en la alianza esponsal con Dios. Ella puede ofrecer al Señor, más y mejor que cualquier miembro del pueblo elegido, un verdadero corazón de Esposa.

Con María, la hija de Sión ya no es simplemente un sujeto colectivo, sino una persona que representa a la humanidad y, en el momento de la Anunciación, responde a la propuesta del amor divino con su amor esponsal. Ella acoge así, de modo muy particular, la alegría anunciada por los oráculos proféticos, una alegría que aquí, en el cumplimiento del plan divino, alcanza su cima.

Saludos

Queridos hermanos y hermanas, Saludo con afecto cordial a todos los peregrinos de lengua española. En particular a la delegación de la Asociación Boliviana de la Soberana Orden de Malta, a los fieles de las parroquias de Madrid y Arafo (Tenerife), así como a los alumnos de los colegios aquí presentes y a los peregrinos chilenos y argentinos. En este día de san José Obrero, os invito a invocarlo con confianza como protector del mundo del trabajo y modelo de toda actividad profesional y de la vida familiar. Con estos deseos os imparto la Bendición Apostólica.




Audiencias 1996 19