Audiencias 1996 37

Miércoles de 12 de junio 1996

La definición dogmática del privilegio de la Inmaculada Concepción

(Lectura:
capítulo 1 del evangelio de san Lucas, versículos 46-19) Lc 1,46-49

1. La convicción de que María fue preservada de toda mancha de pecado ya desde su concepción, hasta el punto de que ha sido llamada toda santa, se fue imponiendo progresivamente en la liturgia y en la teología. Ese desarrollo suscitó, al inicio del siglo XIX, un movimiento de peticiones en favor de una definición dogmática del privilegio de la Inmaculada Concepción.

El Papa Pío IX, hacia la mitad de ese siglo, con el deseo de acoger esa demanda, después de haber consultado a los teólogos, pidió a los obispos su opinión acerca de la oportunidad y la posibilidad de esa definición, convocando casi un concilio por escrito. El resultado fue significativo: la inmensa mayoría de los 604 obispos respondió de forma positiva a la pregunta.

38 Después de una consulta tan amplia, que pone de relieve la preocupación que tenia mi venerado predecesor por expresar, en la definición del dogma, la fe de la Iglesia, se comenzó con el mismo esmero la redacción del documento.

La comisión especial de teólogos, creada por Pío IX para la certificación de la doctrina revelada, atribuyó un papel esencial a la praxis eclesial. Y este criterio influyó en la formulación del dogma, que otorgó más importancia a las expresiones de lo que se vivía en la Iglesia, de la fe y del culto del pueblo cristiano, que a las determinaciones escolásticas.

Finalmente, en el año 1854, Pío IX, con la bula Ineffabilis, proclamó solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción: "...Declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser, por tanto, firme y constantemente creída por todos los fieles" (
DS 2 DS 803).

2. La proclamación del dogma de la Inmaculada expresa el dato esencial de fe. El Papa Alejandro VII, en la bula Sollicitudo del año 1661, hablaba de preservación del alma de María "en el primer instante de su creación e infusión en el cuerpo" (DS 2017). La definición de Pío IX, por el contrario, prescinde de todas las explicaciones sobre el modo de infusión del alma en el cuerpo y atribuye a la persona de María, en el primer instante de su concepción, el ser preservada de toda mancha de la culpa original.

La inmunidad "de toda mancha de la culpa original" implica como consecuencia positiva la completa inmunidad de todo pecado, y la proclamación de la santidad perfecta de María, doctrina a la que la definición dogmática da una contribución fundamental. En efecto, la formulación negativa del privilegio mariano, condicionada por las anteriores controversias que se desarrollaron en Occidente sobre la culpa original, se debe completar siempre con la enunciación positiva de la santidad de María, subrayada de forma más explícita en la tradición oriental.

La definición de Pío IX se refiere sólo a la inmunidad del pecado original y no conlleva explícitamente la inmunidad de la concupiscencia. Con todo, la completa preservación de María de toda mancha de pecado tiene como consecuencia en ella también la inmunidad de la concupiscencia, tendencia desordenada que, según el concilio de Trento, procede del pecado e inclina al pecado (DS 1 DS 515).

3. Esa preservación del pecado original, concedida "por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente", constituye un favor divino completamente gratuito, que María obtuvo ya desde el primer instante de su existencia.

La definición dogmática no afirma que este singular privilegio sea único, pero lo da a entender. La afirmación de esa unicidad se encuentra, en cambio, enunciada explícitamente en la encíclica Fulgens corona, del año 1953, en la que el Papa Pío XII habla de "privilegio muy singular que nunca ha sido concedido a otra persona" (AAS 45 [1953] 580), excluyendo así la posibilidad, sostenida por alguno, pero con poco fundamento, de atribuirlo también a san José.

La Virgen Madre recibió la singular gracia de la Inmaculada Concepción "en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano", es decir, a su acción redentora universal.

En el texto de la definición dogmática no se depara expresamente que María fue redimida, pero la misma bula Ineffabilis afirma en otra parte que "fue rescatada del modo más sublime". Esta es la verdad extraordinaria: Cristo fue el redentor de su Madre y ejerció en ella su acción redentora "del modo más perfecto" (Fulgens corona, AAS 45 [1953] 581), ya desde el primer instante de su existencia. El Vaticano II proclamó que la Iglesia "admira y ensalza en María el fruto más espléndido de la redención" (Sacrosanctum Concilium SC 103).

4. Esa doctrina, proclamada de modo solemne, es calificada expresamente como "doctrina revelada por Dios". El Papa Pío IX añade que debe ser "firme y constantemente creída por todos los fieles". En consecuencia, quien no la hace suya, o conserva una opinión contraria a ella, "naufraga en la fe" y "se separa de la unidad católica".

39 Al proclamar la verdad de ese dogma de la Inmaculada Concepción, mi venerado predecesor era consciente de que estaba ejerciendo su poder de enseñanza infalible como Pastor universal de la Iglesia, que algunos años después sería solemnemente definido durante el concilio Vaticano I. Así realizaba su magisterio infalible como servicio a la fe del pueblo de Dios; y es significativo que eso haya sucedido al definir el privilegio de María.

Saludos

Queridos hermanos y hermanas, saludo ahora cordialmente a los peregrinos de lengua española presentes en esta Audiencia, en particular a los Religiosos Franciscanos de América Latina; a los Hermanos Misioneros de Enfermos Pobres y a otros peregrinos venidos de España; a los peregrinos procedentes de México, de El Salvador, de Colombia y de Argentina. Que María Inmaculada acompañe y proteja siempre vuestro caminar en esta vida hacia la patria eterna. Con estos deseos imparto con afecto a vosotros y ? vuestras familias la Bendición Apostólica.





Miércoles 19 de junio de 1996

La Virgen María santa durante toda la vida

(Lectura:
capítulo 11 del evangelio de san Lucas,
versículos 27-28) Lc 11,27-28

1. La definición del dogma de la Inmaculada Concepción se refiere de modo directo únicamente al primer instante de la existencia de María, a partir del cual fue "preservada inmune de toda mancha de la culpa original". El Magisterio pontificio quiso definir así sólo la verdad que había sido objeto de controversias a lo largo de los siglos: la preservación del pecado original, sin preocuparse de definir la santidad permanente de la Virgen Madre del Señor.

Esa verdad pertenece ya al sentir común del pueblo cristiano, que sostiene que María, libre del pecado original, fue preservada también de todo pecado actual y la santidad inicial le fue concedida para que colmara su existencia entera.

2. La Iglesia ha reconocido constantemente que María fue santa e inmune de todo pecado o imperfección moral. El concilio de Trento expresa esa convicción afirmando que nadie "puede en su vida entera evitar todos los pecados aun los veniales, si no es ello por privilegio especial de Dios, como de la bienaventurada Virgen lo enseña la Iglesia" (DS 1 DS 573). También el cristiano transformado y renovado por la gracia tiene la posibilidad de pecar. En efecto, la gracia no preserva de todo pecado durante el entero curso de la vida, salvo que, como afirma el concilio de Trento, un privilegio especial asegure esa inmunidad del pecado. Y eso es lo que aconteció en María.

40 El concilio tridentino no quiso definir este privilegio, pero declaró que la Iglesia lo afirma con vigor: Tenet, es decir, lo mantiene con firmeza. Se trata de una opción que, lejos de incluir esa verdad entre las creencias piadosas o las opiniones de devoción confirma su carácter de doctrina sólida, bien presente en la fe del pueblo de Dios. Por lo demás, esa convicción se funda en la gracia que el ángel atribuye a María en el momento de la Anunciación. Al llamarla "llena de gracia", el ángel reconoce en ella a la mujer dotada de una perfección permanente y de una plenitud de santidad, sin sombra de culpa ni de imperfección moral o espiritual.

3. Algunos Padres de la Iglesia de los primeros siglos, al no estar aún convencidos de su santidad perfecta, atribuyeron a María imperfecciones o defectos morales. También algunos autores recientes han hecho suya esta posición. Pero los textos evangélicos citados para justificar estas opiniones no permiten en ningún caso fundar la atribución de un pecado, ni siquiera una imperfección moral, a la Madre del Redentor.

La respuesta de Jesús a su madre, a la edad de doce años: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía ocuparme de las cosas de mi Padre?" (
Lc 2,49) fue, en ocasiones, interpretada como un reproche encubierto. Ahora bien, una lectura atenta de ese episodio lleva a comprender que Jesús no reprochó a su madre y a José el hecho de que lo estaban buscando, dado que tenían la responsabilidad de velar por él.

Al encontrar a Jesús después de una ardua búsqueda, María se limita a preguntarle solamente el porqué de su conducta: "Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?" (Lc 2,48). Y Jesús responde con otro porqué, sin hacer ningún reproche y refiriéndose al misterio de su filiación divina.

Ni siquiera las palabras que pronunció en Caná: "¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora" (Jn 2,4) pueden interpretarse como un reproche. Ante el probable malestar que hubiera provocado en los recién casados la falta de vino, María se dirige a Jesús con sencillez confiándole el problema. Jesús, a pesar de tener conciencia de que como Mesías sólo estaba obligado a cumplir la voluntad del Padre, accede a la solicitud de su madre. Sobre todo, responde a la fe de la Virgen y de ese modo comienza sus milagros, manifestando su gloria.

4. Algunos han interpretado en sentido negativo la declaración que hace Jesús cuando, al inicio de la vida pública, María y sus parientes desean verlo. Refiriéndose a la respuesta de Jesús a quien le dijo: "Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte" (Lc 8,20), el evangelista san Lucas nos brinda la clave de lectura del relato, que se ha de entender a partir de las disposiciones intimas de María, muy diversas de las de los "hermanos" (cf. Jn 7,5). Jesús respondió: "Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la palabra de Dios y la cumplen" (Lc 8,21). En efecto, en el relato de la Anunciación san Lucas ha mostrado cómo María ha sido el modelo de escucha de la palabra de Dios y de docilidad generosa. Interpretado de acuerdo con esa perspectiva, el episodio constituye un gran elogio de María, que realizó perfectamente en su vida el plan divino. Las palabras de Jesús a la vez que se oponen al intento de los hermanos, exaltan la fidelidad de María a la voluntad de Dios y la grandeza de su maternidad, que vivió no sólo física sino también espiritualmente.

Al hacer esta alabanza indirecta, Jesús usa un método particular: pone de relieve la nobleza de la conducta de María, a la luz de afirmaciones de alcance más general, y muestra mejor la solidaridad y la cercanía de la Virgen a la humanidad en el difícil camino de la santidad.

Por último, las palabras "Dichosos más bien los que oyen la palabra de Dios y la guardan" (Lc 11,28), que pronuncia Jesús para responder a la mujer que declaraba dichosa a su madre, lejos de poner en duda la perfección personal de María destacan su cumplimiento fiel de la palabra de Dios: así las ha entendido la Iglesia, incluyendo esa expresión en las celebraciones litúrgicas en honor de María.

El texto evangélico sugiere en efecto que con esta declaración Jesús quiso revelar que el motivo más alto de la dicha de María consiste precisamente en la íntima unión con Dios y en la adhesión perfecta a la palabra divina.

5. El privilegio especial que Dios otorgó a la toda santa nos lleva a admirar las maravillas realizadas por la gracia en su vida. Y nos recuerda también que María fue siempre toda del Señor, y que ninguna imperfección disminuyó la perfecta armonía entre ella y Dios.

Su vida terrena, por tanto, se caracterizó por el desarrollo constante y sublime de la fe, la esperanza y la caridad. Por ello, María es para los creyentes signo luminoso de la Misericordia divina y guía segura hacia las altas metas de la perfección evangélica y la santidad.

Saludos

41 Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española. De modo particular al grupo de la Arquidiócesis de Medellín, a los fieles de la parroquia de Jeresa (Valencia) y a las Asociaciones de viudas de Alicante ? de Jumilla, así como a los numerosos peregrinos mexicanos. A todas las personas, familias y grupos provenientes de los diversos países de América Latina y de España les imparto de corazón la Bendición Apostólica.





Miércoles 26 de junio de 1996



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Hoy deseo dar gracias a Dios por mi reciente tercer viaje apostólico a Alemania. Realicé el primero en 1980 con ocasión del VII centenario de la muerte de san Alberto Magno, el segundo en 1987, para la beatificación de Édith Stein, en Colonia, y del padre Rupert Mayer en Munich, ambos víctimas de la violencia del régimen nacionalsocialista. Desde ese punto de vista este último viaje es una continuación dé los anteriores. En efecto los dos sacerdotes que proclamé beatos el domingo pasado en Berlín, Bernhard Lichtenberg y Karl Leisner, también dieron el extremo testimonio del martirio en ese mismo dramático período histórico.

Al volver de esa visita, expreso mi agradecimiento a mis venerados hermanos del Episcopado alemán, de modo especial al arzobispo de Paderborn, al cardenal de Berlín y al presidente de la Conferencia episcopal, así como a las autoridades de la República Federal de Alemania: agradezco de corazón la exquisita hospitalidad. Doy las gracias, además, a todos los que, en el ámbito de la organización, contribuyeron para que mi visita se realizara del mejor modo posible.

2. Paderborn y Berlín.Entre las numerosas ciudades que habían invitado al Papa fueron elegidos estas dos. Y la elección resultó muy acertada.

La primera meta fue Paderborn.Esta antigua sede episcopal que se remonta al siglo VIII conservé el recuerdo del histórico encuentro entre Carlomagno y el Papa León III, en el año 799, durante el cual el Pontífice y el rey de los francos sellaron un pacto de cooperación que iba a influir, a lo largo de los siglos, en los acontecimientos del continente europeo.

El patrono de la diócesis es san Liborio, mártir romano: ante sus reliquias se realizó la celebración de la santa misa que contó con una participación de fieles verdaderamente notable.

En el siglo XX Paderborn se ha convertido en sede metropolitana, y tiene como diócesis sufragáneas a Fulda, Magdeburgo y Erfurt. Por tanto, ese lugar constituye un óptimo punto de observación de la historia de la Iglesia en Alemania: es interesante observarla a través del prisma, por así decirlo, de la barca de Pedro, que se hallaba en el lago de Galilea durante la tormenta, como recordé durante la homilía en Paderborn. En realidad la historia ha reservado muchas tormentas a las poblaciones alemanas a lo largo de los siglos. Quizá la mayor es la de nuestro siglo, pero también en las épocas anteriores sufrieron temporales o borrascas. Pienso, en particular, en lo que sucedió con la reforma luterana durante el siglo XVI.

Por eso, fue oportuna la elección de Paderborn como lugar de un encuentro ecuménico: la oración por la unidad de los cristianos, con la participación de la Iglesia católica, protestante y ortodoxa, se realizó precisamente en la catedral. También en Paderborn tuvo lugar el encuentro con la Conferencia del Episcopado alemán, que brindó la ocasión para recordar los numerosos problemas de la Iglesia en Alemania, así como los múltiples méritos del Episcopado de esa nación. Entre otros ¿cómo no citar la importante iniciativa de reconciliación entre los obispos alemanes y polacos realizada en nombre de ambas naciones divididas por las experiencias de la guerra? Esa iniciativa surgió en la época del concilio Vaticano II, y desde hace treinta años sigue dando muchos frutos.

42 Por otra parte, tanto en la Iglesia como en el mundo actúan diversas organizaciones caritativas promovidas por los obispos alemanes, como Misereor y Adveniat, a las que se ha añadido la reciente iniciativa denominada Renovabis: son expresiones tangibles de la solidaridad generosa de los católicos alemanes para con los pueblos más pobres y necesitados.

3. Berlín. La elección de Berlín como segunda meta de la peregrinación papal fue igualmente elocuente. La historia de esta ciudad, en otro tiempo residencia de los reyes de Prusia, después capital del Imperio germánico y de la llamada República de Weimar y, por último, del tercer Reich, nos permite recorrer idealmente el pasado lejano y, especialmente, el más cercano a nosotros de la nación alemana y de Europa.

Caído el muro y reunificadas la Alemania occidental y la oriental, Berlín ha vuelto a ser la capital de todo el Estado alemán. Allí reside ya el presidente de la República, mientras que, por el momento las autoridades y el Parlamento federal tienen su sede aún en Bonn.

En la memoria de las personas de mi generación el nombre Berlín sigue evocando terribles y dolorosos recuerdos. En efecto, esta ciudad, como capital del tercer Reich, constituyó el centro de infaustas iniciativas de carácter político y militar, que influyeron en gran medida en el destino de Europa, sobre todo en el de las naciones fronterizas. En Berlín, en 1939 se tomó la terrible decisión de comenzar la segunda guerra mundial. Allí se realizaron los inhumanos proyectos de los campos de concentración y, en particular, el programa de la llamada solución final, decidida en la Conferencia de Wannsee, es decir el exterminio de los judíos que vivían en Alemania y en otras naciones de Europa: la tristemente famosa shoah.

Con Berlín, por desgracia, están vinculados enormes dolores y sufrimientos humanos: las heridas no han cicatrizado aún completamente. Después de la celebración eucarística en el estadio olímpico, dirigiéndome a mis compatriotas polacos mencioné dos campos de concentración: el de Sachsenhausen, adonde en los primeros meses de guerra fueron deportados los profesores de la Universidad jaguelónica de Cracovia y el de Ravensbruck, destinado a mujeres de Alemania, en gran parte de Polonia y de otros países europeos.

Así pues, fue muy significativo el hecho de que, precisamente en Berlín, se haya celebrado la beatificación de dos mártires de la ideología y la violencia nacionalsocialista: el párroco Bernhard Lichtenberg y el joven sacerdote de la diócesis de Münster Karl Leisner, ordenado clandestinamente en el campo de Dachau. Ambos murieron víctimas del sistema totalitario que no podía tolerar su actitud pastoral, y sacrificaron su vida por Cristo.

4. La última etapa de mi visita a Berlín fue la famosa Puerta de Brandeburgo. También este nombre está inscrito en la memoria de los hombres de mi generación como el lugar en el que el régimen nacionalsocialista organizaba sus paradas espectaculares, movilizando a las multitudes, y especialmente a la juventud, con un espíritu de fanatismo ideológico. Reviste un indudable significado histórico el hecho de que en ese lugar haya podido estar el Papa, dirigiendo desde allí su mensaje. Podríamos decir que, en cierto sentido, se confirma el dicho popular según el cual la Providencia divina escribe derecho con los renglones torcidos de los hombres.

El encuentro ante la Puerta de Brandeburgo tuvo otro contexto y otros objetivos, como el señor canciller de Alemania puso de relieve en su discurso. Es decir, hay que realizar un gran esfuerzo para superar las antiguas lógicas del odio y de la destrucción, y caminar hacia la meta del entendimiento y la fraternidad entre los pueblos. Al parecer, las circunstancias históricas son aún favorables para este esfuerzo, pero podrían cambiar rápidamente. Por eso es necesario seguir los vientos propicios y aprovechar la calma providencial después de la tormenta, como la que, en las aguas del lago de Galilea, se produjo por orden de Cristo.

Es necesario educar a las personas y a la comunidad en un nuevo espíritu, el espíritu de los derechos del hombre, de los derechos de las naciones, de la justicia internacional y de la solidaridad. Este programa es prácticamente igual al que la Iglesia se propone a sí misma, con vistas al año 2000, ya inminente, y que presenté en la carta apostólica Tertio millennio adveniente. Espero que el programa de los responsables de las naciones y el de la Sede apostólica y los Episcopados se realice de modo armónico, a fin de que en el umbral del tercer milenio los pueblos acojan a Cristo más reconciliados y más unidos entre sí.

Por esta intención oremos al Señor e invoquemos la intercesión materna de la santísima Virgen María, Estrella de la nueva evangelización.

Saludos

43 Queridos hermanos y hermanas, Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española presentes en esta Audiencia, en particular a las Religiosas Mercedarias de la Caridad y a las Carmelitas de la Caridad de Vedruna. Saludo igualmente a los grupos parroquiales y estudiantiles venidos de España, México, Colombia y Bolivia; y de modo especial a la peregrinación diocesana de San Roque (Argentina), presidida por su Obispo. Que la visita a Roma os fortalezca en la fe y en la comunión eclesial con todos vuestros hermanos. Con estos deseos imparto a vosotros y a vuestras familias la Bendición Apostólica.





Julio de 1996

Miércoles 3 de julio de 1996

La fe de la Virgen María

(Lectura:
capítulo 1 del evangelio de san Lucas,
versículos 41-45) Lc 1,41-45

1. En la narración evangélica de la Visitación, Isabel, "llena de Espíritu Santo", acogiendo a María en su casa, exclama: "¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1,45). Esta bienaventuranza, la primera que refiere el evangelio de san Lucas, presenta a María como la mujer que con su fe precede a la Iglesia en la realización del espíritu de las bienaventuranzas.

El elogio que Isabel hace de la fe de María se refuerza comparándolo con el anuncio del ángel a Zacarías. Una lectura superficial de las dos anunciaciones podría considerar semejantes las respuestas de Zacarías y de María al mensajero divino: "¿En qué lo conoceré? Porque yo soy viejo y mi mujer avanzada en edad", dice Zacarías; y María: "¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?" (Lc 1,18 Lc 1,34). Pero la profunda diferencia entre las disposiciones íntimas de los protagonistas de los dos relatos se manifiesta en las palabras del ángel, que reprocha a Zacarías su incredulidad, mientras que da inmediatamente una respuesta a la pregunta de María. A diferencia del esposo de Isabel, María se adhiere plenamente al proyecto divino, sin subordinar su consentimiento a la concesión de un signo visible.

Al ángel que le propone ser madre, María le hace presente su propósito de virginidad. Ella, creyendo en la posibilidad del cumplimiento del anuncio, interpela al mensajero divino sólo sobre la modalidad de su realización, para corresponder mejor a la voluntad de Dios, a la que quiere adherirse y entregarse con total disponibilidad. "Buscó el modo; no dudó de la omnipotencia de Dios", comenta san Agustín (Sermo 291).

2. También el contexto en el que se realizan las dos anunciaciones contribuye a exaltar la excelencia de la fe de María. En la narración de san Lucas captamos la situación más favorable de Zacarías y lo inadecuado de su respuesta. Recibe el anuncio del ángel en el templo de Jerusalén, en el altar delante del "Santo de los Santos" (cf. Ex 30,6-8); el ángel se dirige a él mientras ofrece el incienso; por tanto, durante el cumplimiento de su función sacerdotal, en un momento importante de su vida; se le comunica la decisión divina durante una visión. Estas circunstancias particulares favorecen una comprensión más fácil de la autenticidad divina del mensaje y son un motivo de aliento para aceptarlo prontamente.

44 Por el contrario, el anuncio a María tiene lugar en un contexto más simple y ordinario, sin los elementos externos de carácter sagrado que están presentes en el anuncio a Zacarías. San Lucas no indica el lugar preciso en el que se realiza la anunciación del nacimiento del Señor; refiere, solamente, que María se hallaba en Nazaret, aldea poco importante, que no parece predestinada a ese acontecimiento. Además, el evangelista no atribuye especial importancia al momento en que el ángel se presenta, dado que no precisa las circunstancias históricas. En el contacto con el mensajero celestial, la atención se centra en el contenido de sus palabras, que exigen a María una escucha intensa y una fe pura.

Esta última consideración nos permite apreciar la grandeza de la fe de María, sobre todo si la comparamos con la tendencia a pedir con insistencia, tanto ayer como hoy, signos sensibles para creer. Al contrario, la aceptación de la voluntad divina por parte de la Virgen está motivada sólo por su amor a Dios.

3. A María se le propone que acepte una verdad mucho más alta que la anunciada a Zacarías. Éste fue invitado a creer en un nacimiento maravilloso que se iba a realizar dentro de una unión matrimonial estéril, que Dios quería fecundar. Se trata de una intervención divina análoga a otras que habían recibido algunas mujeres del Antiguo Testamento: Sara (
Gn 17,15-21 Gn 18,10-14), Raquel (Gn 30,22), la madre de Sansón (Jg 13,1-7) y Ana, la madre de Samuel (1S 1,11-20). En estos episodios se subraya, sobre todo, la gratuidad del don de Dios.

María es invitada a creer en una maternidad virginal, de la que el Antiguo Testamento no recuerda ningún precedente. En realidad, el conocido oráculo de Isaías: "He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel" (Is 7,14), aunque no excluye esta perspectiva, ha sido interpretado explícitamente en este sentido sólo después de la venida de Cristo, y a la luz de la revelación evangélica.

A María se le pide que acepte una verdad jamás enunciada antes. Ella la acoge con sencillez y audacia. Con la pregunta: "¿Cómo será esto?", expresa su fe en el poder divino de conciliar la virginidad con su maternidad única y excepcional.

Respondiendo: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra" (Lc 1,35), el ángel da la inefable solución de Dios a la pregunta formulada por María. La virginidad, que parecía un obstáculo, resulta ser el contexto concreto en que el Espíritu Santo realizará en ella la concepción del Hijo de Dios encarnado. La respuesta del ángel abre el camino a la cooperación de la Virgen con el Espíritu Santo en la generación de Jesús.

4. En la realización del designio divino se da la libre colaboración de la persona humana. María, creyendo en la palabra del Señor, coopera en el cumplimiento de la maternidad anunciada.

Los Padres de la Iglesia subrayan a menudo este aspecto de la concepción virginal de Jesús. Sobre todo san Agustín, comentando el evangelio de la Anunciación, afirma: "El ángel anuncia, la Virgen escucha, cree y concibe" (Sermo 13 in Nat. Dom.). Y añade: "Cree la Virgen en el Cristo que se le anuncia, y la fe le trae a su seno; desciende la fe a su corazón virginal antes que a sus entrañas la fecundidad maternal" (Sermo 293).

El acto de fe de María nos recuerda la fe de Abraham, que al comienzo de la antigua alianza creyó en Dios, y se convirtió así en padre de una descendencia numerosa (cf. Gn 15,6 Redemptoris Mater RMA 14). Al comienzo de la nueva alianza también María, con su fe, ejerce un influjo decisivo en la realización del misterio de la Encarnación, inicio y síntesis de toda la misión redentora de Jesús.

La estrecha relación entre fe y salvación, que Jesús puso de relieve durante su vida pública (cf. Mc 5,34 Mc 10,52 etc. ), nos ayuda a comprender también el papel fundamental que la fe de María ha desempeñado y sigue desempeñando en la salvación del género humano.

Saludos

45 Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española. De modo particular a las Religiosas de la Compañía de Santa Teresa, a los fieles de las diversas parroquias de España, así como a los demás grupos venidos desde México, Guatemala y Colombia. Deseando a todos un sereno período estivo, os imparto de corazón la Bendición Apostólica.







Miércoles 10 de julio de 1996

La virginidad de María, verdad de fe

(Lectura:
capítulo 1 del evangelio de san Mateo,
versículos 20-23) Mt 1,20-23

1. La Iglesia ha considerado constantemente la virginidad de María una verdad de fe, acogiendo y profundizando el testimonio de los evangelios de san Lucas, san Marcos y, probablemente, también de san Juan.

En el episodio de la Anunciación, el evangelista san Lucas llama a María "virgen", refiriendo tanto su intención de perseverar en la virginidad como el designio divino, que concilia ese propósito con su maternidad prodigiosa. La afirmación de la concepción virginal, debida a la acción del Espíritu Santo, excluye cualquier hipótesis de partogénesis natural y rechaza los intentos de explicar la narración lucana como explicitación de un tema judío o como derivación de una leyenda mitológica pagana.

La estructura del texto lucano (cf. Lc 1,26-38 Lc 2,19 Lc 2,51), no admite ninguna interpretación reductiva. Su coherencia no permite sostener válidamente mutilaciones de los términos o de las expresiones que afirman la concepción virginal por obra del Espíritu Santo.

2. El evangelista san Mateo, narrando el anuncio del ángel a José, afirma, al igual que san Lucas, la concepción por obra "del Espíritu Santo" (Mt 1,20), excluyendo las relaciones conyugales.

46 Además, a José se le comunica la generación virginal de Jesús en un segundo momento: no se trata para él de una invitación a dar su consentimiento previo a la concepción del Hijo de María, fruto de la intervención sobrenatural del Espíritu Santo y de la cooperación exclusiva de la madre. Sólo se le invita a aceptar libremente su papel de esposo de la Virgen y su misión paterna con respecto al niño.

San Mateo presenta el origen virginal de Jesús como cumplimiento de la profecía de Isaías: "Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: 'Dios con nosotros' " (
Mt 1,23 cf. Is 7,14). De ese modo, san Mateo nos lleva a la conclusión de que la concepción virginal fue objeto de reflexión en la primera comunidad cristiana, que comprendió su conformidad con el designio divino de salvación y su nexo con la identidad de Jesús, "Dios con nosotros".

3. A diferencia de san Lucas y san Mateo, el evangelio de san Marcos no habla de la concepción y del nacimiento de Jesús; sin embargo, es digno de notar que san Marcos nunca menciona a José, esposo de María. La gente de Nazaret llama a Jesús "el hijo de María" o, en otro contexto, muchas veces "el Hijo de Dios" (Mc 3,11 Mc 5,7 cf. Mc 1,1 Mc 1,11 Mc 9,7 Mc 14,61-62 Mc 15,39). Estos datos están en armonía con la fe en el misterio de su generación virginal. Esta verdad, según un reciente redescubrimiento exegético, estaría contenida explícitamente también en el versículo 13 del Prólogo del evangelio de san Juan, que algunas voces antiguas autorizadas (por ejemplo, Ireneo y Tertuliano) no presentan en la forma plural usual, sino en la singular: "Él, que no nació de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios". Esta traducción en singular convertiría el Prólogo del evangelio de san Juan en uno de los mayores testimonios de la generación virginal de Jesús, insertada en el contexto del misterio de la Encarnación.

La afirmación paradójica de Pablo: "Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer (...), para que recibiéramos la filiación adoptiva" (Ga 4,4-5), abre el camino al interrogante sobre la personalidad de ese Hijo y, por tanto, sobre su nacimiento virginal.

Este testimonio uniforme de los evangelios confirma que la fe en la concepción virginal de Jesús estaba enraizada firmemente en diversos ambientes de la Iglesia primitiva. Por eso carecen de todo fundamento algunas interpretaciones recientes, que no consideran la concepción virginal en sentido físico o biológico, sino únicamente simbólico o metafórico: designaría a Jesús como don de Dios a la humanidad. Lo mismo hay que decir de la opinión de otros, según los cuales el relato de la concepción virginal sería, por el contrario, un theologoumenon, es decir, un modo de expresar una doctrina teológica, en este caso la filiación divina de Jesús, o sería su representación mitológica.

Como hemos visto, los evangelios contienen la afirmación explícita de una concepción virginal de orden biológico, por obra del Espíritu Santo, y la Iglesia ha hecho suya esta verdad ya desde las primeras formulaciones de la fe (cf. Catecismo de la Iglesia católica CEC 496).

4. La fe expresada en los evangelios es confirmada, sin interrupciones, en la tradición posterior. Las fórmulas de fe de los primeros autores cristianos postulan la afirmación del nacimiento virginal: Arístides, Justino, Ireneo y Tertuliano están de acuerdo con san Ignacio de Antioquía, que proclama a Jesús "nacido verdaderamente de una virgen" (Smirn. 1, 2). Estos autores hablan explícitamente de una generación virginal de Jesús real e histórica, y de ningún modo afirman una virginidad solamente moral o un vago don de gracia, que se manifestó en el nacimiento del niño.

Las definiciones solemnes de fe por parte de los concilios ecuménicos y del Magisterio pontificio, que siguen a las primeras fórmulas breves de fe, están en perfecta sintonía con esta verdad. El concilio de Calcedonia (451), en su profesión de fe, redactada esmeradamente y con contenido definido de modo infalible, afirma que Cristo "en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, (fue) engendrado de María Virgen, Madre de Dios, en cuanto a la humanidad" (DS 301). Del mismo modo, el tercer concilio de Constantinopla (681) proclama que Jesucristo "nació del Espíritu Santo y de María Virgen, que es propiamente y según verdad madre de Dios, según la humanidad" (DS 555). Otros concilios ecuménicos (Constantinopolitano II, Lateranense IV y Lugdunense II) declaran a María "siempre virgen", subrayando su virginidad perpetua (cf. DS DS 423,33 y 852). El concilio Vaticano II ha recogido esas afirmaciones, destacando el hecho de que María, "por su fe y su obediencia, engendró en la tierra al Hijo mismo del Padre, ciertamente sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo" (Lumen gentium LG 63).

A las definiciones conciliares hay que añadir las del Magisterio pontificio, relativas a la Inmaculada Concepción de la "santísima Virgen María" (DS 2 DS 803) y a la Asunción de la "Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María" (DS 3 DS 903).

5. Aunque las definiciones del Magisterio, con excepción del concilio de Letrán del año 649, convocado por el Papa Martín I, no precisan el sentido del apelativo "virgen", se ve claramente que este término se usa en su sentido habitual: la abstención voluntaria de los actos sexuales y la preservación de la integridad corporal. En todo caso, la integridad física se considera esencial para la verdad de fe de la concepción virginal de Jesús (cf. Catecismo de la Iglesia católica CEC 496).

La designación de María como "santa, siempre Virgen e Inmaculada", suscita la atención sobre el vínculo entre santidad y virginidad. María quiso una vida virginal, porque estaba animada por el deseo de entregar todo su corazón a Dios.

47 La expresión que se usa en la definición de la Asunción, "la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen", sugiere también la conexión entre la virginidad y la maternidad de María: dos prerrogativas unidas milagrosamente en la generación de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre. Así, la virginidad de María está íntimamente vinculada a su maternidad divina y a su santidad perfecta.

Saludos

Queridos hermanos y hermanas:

Saludo muy cordialmente a los peregrinos y visitantes de lengua española. En particular, a las Religiosas Dominicas Oblatas de Jesús, en el 50 Aniversario de su fundación. Saludo también a la « Peregrinación de Fátima », de Colombia; a los peregrinos mexicanos, así como a los diversos grupos de España. Al encomendares a todos bajo la maternal protección de la Virgen Inmaculada os imparto con afecto la Bendición Apostólica.






Audiencias 1996 37