Audiencias 1996 57

Miércoles 11 de septiembre de 1996



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Hoy deseo reflexionar con vosotros sobre el viaje apostólico que he realizado a Hungría el viernes y el sábado de la semana pasada. Fue mi segunda visita pastoral a ese país, después de la de 1991. Mi primer sentimiento es una ferviente acción de gracias al Señor, ante todo porque con su Providencia ha guiado los pasos del Sucesor de Pedro y, una vez más, lo ha hecho peregrino por los caminos de la Iglesia, Iglesia de hoy, que celebra sus orígenes, e Iglesia del año 2000, que conmemora sus raíces milenarias. El lema de mi peregrinación fue: "Cristo es nuestra esperanza".

Expreso mi gratitud al presidente de la República de Hungría, señor Árpád Goncz y a las demás autoridades civiles, por la acogida que me dispensaron. Renuevo mi abrazo de paz y comunión a los venerados pastores de la Iglesia que está en Hungría, y en particular al abad de Pannonhalma y al obispo de Gyor, y lo extiendo de corazón a toda la comunidad húngara.

2. El viaje que realicé el viernes y el sábado fue una peregrinación por los senderos del tiempo de la Iglesia: un itinerario que miró hacia el pasado, para iluminar el presente yproyectarse hacia el futuro. Un viaje de mil años hacia el pasado, para reflexionar sobre la generación que cruzó el año 1000, para recoger su testimonio y aprovecharlo, en vísperas del tercer milenio, ya inminente. La Iglesia es un árbol que tiene profundas raíces: a la vez que se proyecta más allá del año 2000, celebra en todo el mundo los momentos más significativos de su difusión en las diferentes naciones a lo largo de los siglos, de acuerdo con el mandato de Cristo resucitado. Yo mismo en el decurso de mi pontificado, he sido testigo y promotor de este recuerdo histórico, que es garantía del camino futuro. He querido dirigirme a Pannonhalma y a Gyor precisamente porque allí el pueblo húngaro conserva el recuerdo de su tradición cristiana milenaria.

3. Pannonhalma es la localidad donde se halla enclavado, sobre la colina de San Martín, el monasterio más antiguo de Hungría: la homónima archiabadía, fundada hace mil años por algunos monjes procedentes de Roma, compañeros y discípulos de san Adalberto, obispo de Praga, protomártir y patrono de Polonia, y por ello venerado por los bohemos, los polacos y los húngaros. La abadía de Pannonhalma, al igual que muchas otras de la orden de san Benito que se hallan esparcidas por todo el continente europeo, a lo largo de los siglos fue un destacado faro de cultura y ha desempeñado un papel importante en la defensa de la libertad y de la verdad, sobre todo frente a las invasiones turcas y recientemente, durante la dictadura comunista. Celebrar su milenario ha significado en cierto sentido, recordar y volver a proponer los fundamentos espirituales y culturales de Europa, a cuya consolidación la tradición benedictina ha contribuido de forma eficaz. En la espléndida iglesia gótica se celebró, con singular solemnidad, la liturgia de las Vísperas: el templo tan sugestivo, el canto de los monjes y la intensa participación de los fieles confirieron una elocuencia extraordinaria a ese momento de oración, a esas solemnes Vísperas del milenio, durante las cuales varias veces oramos por la unidad de los cristianos.

58 Mi peregrinación a Pannonhalma revistió también una importante dimensión ecuménica. La antigua abadía, fundada a fines del primer milenio, es testigo de la época en que los cristianos de Oriente y Occidente se hallaban aún en comunión plena. Esto nos impulsa a nosotros, que nos preparamos para el jubileo del año 2000, a recordar esa unidad plena para superar completamente las divisiones que se produjeron después.

4. Gyor es una de las ciudades húngaras más antiguas, y posee numerosos monumentos. En ella tuvo lugar la gran concelebración eucarística, dominada por la figura de Cristo, buen pastor, fuente de confianza, de esperanza y de fortaleza para las personas y para las naciones que se dejan guiar por él.

En Gyor, diócesis fundada en el alba del segundo milenio, en tiempos del santo rey Esteban, renové a la Iglesia húngara, en el nombre de Cristo, buen pastor, una ferviente invitación a la esperanza, señalando el ejemplo de los que, en los decenios pasados, pagaron personalmente, incluso con su vida, la resistencia a la violencia y al atropello. En particular, además del intrépido cardenal József Mindszenty, recordé, visitando incluso su tumba, al siervo de Dios Vilmos Apor, obispo de Gyor, que en el año 1945 selló con la vida su voluntad de defender de los soldados soviéticos a algunas mujeres que se habían refugiado en el obispado. El proceso de beatificación de este heroico obispo está ya concluyendo.

Con mi visita quise brindar un testimonio de solidaridad y apoyo de modo especial a los venerados pastores del pueblo de Dios que está en Hungría, a los que dejé un mensaje de aliento para su ardua labor de evangelización.

5. También esta vez, amadísimos hermanos y hermanas, el Obispo de Roma se ha hecho mensajero de Cristo por los caminos del mundo, con la certeza de que el Evangelio es palabra de verdad perenne sobre el hombre y sobre la sociedad, única garantía estable de libertad y solidaridad mientras van cambiando los sistemas ideológicos y los ordenamientos políticos.

He ido a visitar al querido pueblo húngaro y a sus pastores en el nombre de Cristo, el mismo ayer, hoy y siempre, fuente de esperanza y de auténtica renovación espiritual, cultural y social. Mientras tengo aún vivo el recuerdo de los rostros y los lugares de este itinerario húngaro, me complace poner a todas las personas y comunidades con las que me he encontrado, y a toda Hungría, bajo la protección de María santísima, Magna Domina Hungarorum, para que les obtenga la gracia de ser siempre fuertes y coherentes en la fe en Cristo, nuestra esperanza.

Saludos

Amadísimos hermanos:

Deseo saludar ahora cordialmente a los visitantes de España y de América Latina, en particular, a los grupos: «Caja Sur» de Córdoba, oyentes de radio Estel de Barcelona, bachillerato humanista moderno de Salta y Universidad católica de Santiago del Estero (Argentina). Saludo igualmente a los demás peregrinos de España, Argentina, Chile, Colombia, México y Venezuela.

Al agradeceros vuestra presencia aquí os imparto con afecto mi bendición apostólica.



Miércoles 18 de septiembre de 1996

María, nueva Eva

(Lectura:
59 capítulo 1 del evangelio de san Lucas,
versículos 35-38)
Lc 1,35-38

1. El concilio Vaticano II, comentando el episodio de la Anunciación, subraya de modo especial el valor del consentimiento de María a las palabras del mensajero divino. A diferencia de cuanto sucede en otras narraciones bíblicas semejantes, el ángel lo espera expresamente: "El Padre de las misericordias quiso que el consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Madre precediera a la Encarnación para que, así como una mujer contribuyó a la muerte, así también otra mujer contribuyera a la vida" (Lumen gentium LG 56).

La Lumen gentium recuerda el contraste entre el modo de actuar de Eva y el de María, que san Ireneo ilustra así: "De la misma manera que aquella ?es decir, Eva? había sido seducida por el discurso de un ángel, hasta el punto de alejarse de Dios desobedeciendo a su palabra, así ésta ?es decir, María? recibió la buena nueva por el discurso de un ángel, para llevar en su seno a Dios, obedeciendo a su palabra; y como aquélla había sido seducida para desobedecer a Dios, ésta se dejó convencer a obedecer a Dios; por ello, la Virgen María se convirtió en abogada de la virgen Eva. Y de la misma forma que el género humano había quedado sujeto a la muerte a causa de una virgen, fue librado de ella por una Virgen; así la desobediencia de una virgen fue contrarrestada por la obediencia de una Virgen..." (Adv. Haer., 5, 19, 1).

2. Al pronunciar su "sí" total al proyecto divino, María es plenamente libre ante Dios. Al mismo tiempo, se siente personalmente responsable ante la humanidad, cuyo futuro está vinculado a su respuesta.

Dios pone el destino de todos en las manos de una joven. El "sí" de María es la premisa para que se realice el designio que Dios, en su amor, trazó para la salvación del mundo.

El Catecismo de la Iglesia católica resume de modo sintético y eficaz el valor decisivo para toda la humanidad del consentimiento libre de María al plan divino de la salvación: "La Virgen María colaboró por su fe y obediencia libres a la salvación de los hombres. Ella pronunció su "fiat" "ocupando el lugar de toda la naturaleza humana". Por su obediencia, ella se convirtió en la nueva Eva, madre de los vivientes" (CEC 511).

3. Así pues, María, con su modo de actuar, nos recuerda la grave responsabilidad que cada uno tiene de acoger el plan divino sobre la propia vida. Obedeciendo sin reservas a la voluntad salvífica de Dios que se le manifestó a través de las palabras del ángel, se presenta como modelo para aquellos a quienes el Señor proclama bienaventurados, porque "oyen la palabra de Dios y la guardan" (Lc 11,28). Jesús, respondiendo a la mujer que, en medio de la multitud, proclama bienaventurada a su madre, muestra la verdadera razón de ser de la bienaventuranza de María: su adhesión a la voluntad de Dios, que la llevó a aceptar la maternidad divina.

En la encíclica Redemptoris Mater puse de relieve que la nueva maternidad espiritual, de la que habla Jesús, se refiere ante todo precisamente a ella. En efecto, "¿no es tal vez María la primera entre 'aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen'? Y por consiguiente, ¿no se refiere sobre todo a ella aquella bendición pronunciada por Jesús en respuesta a las palabras de la mujer anónima?" (RMA 20). Así, en cierto sentido, a María se la proclama la primera discípula de su Hijo (cf. ib.) y, con su ejemplo, invita a todos los creyentes a responder generosamente a la gracia del Señor.

4. El concilio Vaticano II destaca la entrega total de María a la persona y a la obra de Cristo: "Se entregó totalmente a sí misma, como esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo. Con él y en dependencia de él, se puso, por la gracia de Dios todopoderoso, al servicio del misterio de la redención" (Lumen gentium LG 56).

Para María, la entrega a la persona y a la obra de Jesús significa la unión íntima con su Hijo, el compromiso materno de cuidar de su crecimiento humano y la cooperación en su obra de salvación.

60 María realiza este último aspecto de su entrega a Jesús en dependencia de él, es decir, en una condición de subordinación, que es fruto de la gracia. Pero se trata de una verdadera cooperación, porque se realiza con él e implica, a partir de la anunciación, una participación activa en la obra redentora. "Con razón, pues, ?afirma el concilio Vaticano II? creen los santos Padres que Dios no utilizó a María como un instrumento puramente pasivo, sino que ella colaboró por su fe y obediencia libres a la salvación de los hombres. Ella, en efecto, como dice san Ireneo, 'por su obediencia fue causa de la salvación propia y de la de todo el género humano' (Adv. Haer., 3, 22, 4)" (ib.)

María, asociada a la victoria de Cristo sobre el pecado de nuestros primeros padres, aparece como la verdadera "madre de los vivientes" (ib.). Su maternidad, aceptada libremente por obediencia al designio divino, se convierte en fuente de vida para la humanidad entera.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española. En especial a los numerosos chilenos que hoy celebran su Fiesta Nacional, así como los grupos de El Salvador y de la República Dominicana; también de España a los fieles de las parroquias de Buñol y de San Antonio de Cullera. A todos vosotros y a vuestros seres queridos os imparto de corazón al bendición apostólica.





Miércoles 25 de septiembre de 1996



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. El domingo pasado concluyó mi sexta peregrinación a Francia. Doy gracias a la divina Providencia que me concedió la gracia de recorrer los caminos de la historia pasada y presente de ese país. Pude volver a las raíces de su tradición cristiana y darle un impulso de esperanza para el futuro de la Iglesia en Francia.

Deseo expresar mi viva gratitud al presidente de la República, a las autoridades nacionales y regionales por su invitación y su acogida. Agradezco a los obispos de las diócesis de Tours, Luçon, Vannes y Reims la amable acogida que me brindaron, así como al Episcopado francés que, en gran número, estuvo presente en las diversas fases del viaje. Expreso mi gratitud también a los organizadores, a los miembros del servicio sanitario, del servicio de orden y a todos los que de alguna manera han contribuido al éxito de esta visita.

Un sentimiento particular de gratitud va a los católicos franceses que, con su presencia, con su fervorosa oración y sus innumerables expresiones de solidaridad han dado un claro testimonio de su fe y de su comunión con el Sucesor de Pedro. De modo especial quiero dar las gracias a los jóvenes que, en un número muy grande, han participado en esta peregrinación. Además de su entusiasmo, he podido constatar su profunda búsqueda espiritual y su madura adhesión a los valores auténticos y perennes. Este es un motivo de gran esperanza.

2. El desarrollo de esta peregrinación estaba vinculado a aniversarios de acontecimientos históricos y a personajes que han ejercido gran influjo en la historia del cristianismo en Francia y en toda Europa occidental.

61 Las raíces del cristianismo en el país se remontan al siglo II, al tiempo de los primeros mártires. San Hilario de Poitiers fue uno de los fundadores de las estructuras eclesiales y gran defensor de la unidad de la Iglesia. Durante mi peregrinación comenzó el año dedicado a san Martín, para conmemorar el XVI centenario de su muerte. Este ex legionario del emperador Constancio y discípulo de Hilario, fue un pionero de la vida monástica, obispo de Tours y gran misionero de Europa occidental.

El bautismo de Clodoveo está vinculado a san Martín, pues el testimonio de la veneración de los peregrinos que acudían a la tumba del santo de Tours ejerció un gran atractivo sobre el rey franco, que decidió convertirse al cristianismo, preparado por sus encuentros con santa Genoveva de París, con santa Clotilde, su esposa, y con san Remigio, obispo de Reims.

La obra misionera de san Martín y el bautismo de Clodoveo dieron inicio a una profunda vida de fe, que se manifestó en abundantes frutos de santidad a lo largo de las generaciones. Lo he constatado, por ejemplo, en Bretaña donde se venera de manera especial a santa Ana, la madre de la Virgen María. San Luis María Grignion de Montfort nació precisamente en esa región, de la que partió para sus misiones en Vandea. Aquí, como en otras partes de Francia, la fe en Cristo y la fidelidad a la Iglesia se han conservado incluso a costa del martirio.

3. El itinerario espiritual de mi peregrinación tuvo como motivo de fondo el misterio del bautismo, el sacramento que introduce en la vida de la fe e incorpora a los creyentes a Cristo, crucificado y resucitado.

En Saint-Laurent-sur-Sevre pudimos revivir el bautismo como consagración de toda la persona para responder al don divino de la gracia que nos llama a conformarnos a Cristo. La espiritualidad monfortiana destaca esta exigencia fundamental de la fe recibida en la pila bautismal. María es el modelo y la guía de toda consagración a Cristo. Me alegró mucho encontrarme en esa ciudad con una gran asamblea de jóvenes atentos y de numerosos fieles de Vandea, así como orar junto con muchas personas consagradas.

En Sainte-Anne-d'Auray la consagración a Cristo fue considerada a la luz de la vida diaria y del compromiso en favor de la evangelización. Esa consagración se sintió como una llamada a dar testimonio de la fe en todos los ámbitos de la sociedad, y de modo muy especial en la familia. El encuentro con miles de familias fue un verdadero momento fuerte de mi viaje.

4. En el tercer día destacó la figura de san Martín, modelo de respuesta a la llamada a vivir la fe en la caridad. En este marco se sitúa mi encuentro con los heridos de la vida a los que es preciso reconocer un lugar adecuado en la Iglesia y en la sociedad, pues Cristo mismo se identificó con el más pequeño de ellos.

El último día, en Reims, fue el momento culminante: el aniversario del bautismo de Clodoveo invitó a cada uno a meditar en profundidad sobre el significado de su bautismo. El Evangelio compromete a todo bautizado a ser sal de la tierra y luz del mundo. Además, el bautismo es un llamamiento a renovar nuestra vida espiritual y asumir nuestras responsabilidades en la realización de la unidad y en el crecimiento interior del Cuerpo místico de Cristo. La gracia bautismal impulsa a los creyentes a afrontar los desafíos del mundo contemporáneo a la luz del Evangelio, como se vio claramente en el encuentro con las fuerzas vivas de la diócesis de Reims.

Amadísimos hermanos y hermanas, al mismo tiempo que expreso, una vez más, mi gratitud a los que han contribuido al éxito de esta visita, os encomiendo a vosotros los frutos de mi peregrinación a Francia y os doy las gracias por haberme acompañado con la oración. Acoged el testimonio de quince siglos de historia de la Iglesia en Francia. Demos juntos gracias al Señor por los frutos del bautismo de san Martín, de Clodoveo, de san Luis María Grignion de Montfort y de todos los fieles de la Iglesia en Francia. Demos gracias también por nuestro bautismo y pidamos al Señor que nos capacite para responder plenamente a la gracia que hemos recibido en este sacramento.

Saludos

Queridos hermanos y hermanas:

62 Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española aquí presentes, en particular, al Grupo de Carabineros chilenos y a los ingenieros de Elizondo. A todos invito a agradecer a Dios el don de la fe recibido en el Bautismo y a vivir en consonancia con la dignidad de a filiación divina. Con estos deseos, os imparto de corazón a vosotros y a vuestras familias la bendición apostólica.





Octubre de 1996

Miércoles 2 de octubre de 1996

En el misterio de la Visitación el preludio de la misión del Salvador

(Lectura:
capítulo 1 del evangelio de san Lucas,
versículos 44-45) Lc 1,44-45

1. En el relato de la Visitación, san Lucas muestra cómo la gracia de la Encarnación, después de haber inundado a María, lleva salvación y alegría a la casa de Isabel. El Salvador de los hombres, oculto en el seno de su Madre, derrama el Espíritu Santo, manifestándose ya desde el comienzo de su venida al mundo.

El evangelista, describiendo la salida de María hacia Judea, usa el verbo anístemi, que significa levantarse, ponerse en movimiento. Considerando que este verbo se usa en los evangelios pare indicar la resurrección de Jesús (cf. Mc 8,31 Mc 9,9 Mc 9,31 Lc 24,7 Lc 24,46) o acciones materiales que comportan un impulso espiritual (cf. Lc Lc 5, 27­28; 15, 18. 20), podemos suponer que Lucas, con esta expresión, quiere subrayar el impulso vigoroso que lleva a María, bajo la inspiración del Espíritu Santo, a dar al mundo el Salvador.

El texto evangélico refiere, además, que María realice el viaje "con prontitud" (Lc 1,39). También la expresión "a la región montañosa" (Lc 1,39), en el contexto lucano, es mucho más que una simple indicación topográfica, pues permite pensar en el mensajero de la buena nueva descrito en el libro de Isaías: "¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación, que dice a Sión: 'Ya reina tu Dios'!" (Is 52,7).

Así como manifiesta san Pablo, que reconoce el cumplimiento de este texto profético en la predicación del Evangelio (cf. Rom Rm 10,15), así también san Lucas parece invitar a ver en María a la primera evangelista, que difunde la buena nueva, comenzando los viajes misioneros del Hijo divino.

63 La dirección del viaje de la Virgen santísima es particularmente significativa: será de Galilea a Judea, como el camino misionero de Jesús (cf. Lc Lc 9,51).

En efecto, con su visita a Isabel, María realiza el preludio de la misión de Jesús y, colaborando ya desde el comienzo de su maternidad en la obra redentora del Hijo, se transforma en el modelo de quienes en la Iglesia se ponen en camino para llevar la luz y la alegría de Cristo a los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos.

El encuentro con Isabel presenta rasgos de un gozoso acontecimiento salvífico, que supera el sentimiento espontáneo de la simpatía familiar. Mientras la turbación por la incredulidad parece reflejarse en el mutismo de Zacarías, María irrumpe con la alegría de su fe pronta y disponible: "Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel" (Lc 1,40).

San Lucas refiere que "cuando oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno" (Lc 1,41). El saludo de María suscita en el hijo de Isabel un salto de gozo: la entrada de Jesús en la casa de Isabel, gracias a su Madre, transmite al profeta que nacerá la alegría que el Antiguo Testamento anuncia como signo de la presencia del Mesías.

Ante el saludo de María, también Isabel sintió la alegría mesiánica y "quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: 'Bendita tu entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno' " (Lc 1, 41­42).

En virtud de una iluminación superior, comprende la grandeza de María que, más que Yael y Judit, quienes la prefiguraron en el Antiguo Testamento, es bendita entre las mujeres por el fruto de su seno, Jesús, el Mesías.

La exclamación de Isabel "con gran voz" manifiesta un verdadero entusiasmo religioso, que la plegaria del Avemaría sigue haciendo resonar en los labios de los creyentes, como cántico de alabanza de la Iglesia por las maravillas que hizo el Poderoso en la Madre de su Hijo.

Isabel, proclamándola "bendita entre las mujeres" indica la razón de la bienaventuranza de María en su fe: "¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1,45). La grandeza y la alegría de María tienen origen en el hecho de que ella es la que cree.

Ante la excelencia de María, Isabel comprende también qué honor constituye pare ella su visita: "¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?" (Lc 1,43). Con la expresión "mi Señor", Isabel reconoce la dignidad real, más aun, mesiánica, del Hijo de María. En efecto, en el Antiguo Testamento esta expresión se usaba pare dirigirse al rey (cf. 1R 1, 13, 20, 21, etc.) y hablar del rey­mesías (Ps 110,1). El ángel había dicho de Jesús: "El Señor Dios le dará el trono de David, su padre" (Lc 1,32). Isabel, "llena de Espíritu Santo", tiene la misma intuición. Más tarde, la glorificación pascual de Cristo revelará en qué sentido hay que entender este título, es decir, en un sentido trascendente (cf. Jn 20,28 Ac 2, 34­36).

Isabel, con su exclamación llena de admiración, nos invita a apreciar todo lo que la presencia de la Virgen trae como don a la vida de cada creyente.

En la Visitación, la Virgen lleva a la madre del Bautista el Cristo, que derrama el Espíritu Santo. Las mismas palabras de Isabel expresan bien este papel de mediadora: "Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo saltó de gozo el niño en mi seno" (Lc 1,44). La intervención de María produce, junto con el don del Espíritu Santo, como un preludio de Pentecostés, confirmando una cooperación que, habiendo empezado con la Encarnación, esta destinada a manifestarse en toda la obra de la salvación divina.

Saludos

64 Queridos hermanos y hermanas:

Dirijo ahora con afecto mi saludo a todos los peregrinos de lengua española. En particular, a las Hermanas Pobres Bonaerenses de San José, a los miembros del Instituto secular de Schönstatt, y a los fieles de la parroquia de San José, de Rosario, en el centenario de su creación. Sobre todos invoco la protección de los Santos Ángeles que ellos os custodien en los caminos de la vida familiar y profesional. Con estos deseos os imparto de corazón la Bendición Apostólica.



Noviembre 1996

Miércoles de 6 de noviembre 1996

En el Magníficat María celebra la obra admirable de Dios

(Lectura:
capítulo 1 del evangelio de san Lucas,
versículos 46-48) Lc 1,46-48

1. María, inspirándose en la tradición del Antiguo Testamento, celebra con el cántico del Magníficat las maravillas que Dios realizó en ella. Ese cántico es la respuesta de la Virgen al misterio de la Anunciación: el ángel la había invitado a alegrarse; ahora María expresa el jubilo de su espíritu en Dios, su salvador. Su alegría nace de haber experimentado personalmente la mirada benévola que Dios le dirigió a ella, criatura pobre y sin influjo en la historia.

Con la expresión Magníficat, versión latina de una palabra griega que tenía el mismo significado, se celebra la grandeza de Dios, que con el anuncio del ángel revela su omnipotencia, superando las expectativas y las esperanzas del pueblo de la alianza e incluso los más nobles deseos del alma humana.

Frente al Señor, potente y misericordioso, María manifiesta el sentimiento de su pequeñez: "Proclama mi alma la grandeza del Señor; se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava" (Lc 1, 46­48). Probablemente, el término griego tape???s? esta tomado del cántico de Ana, la madre de Samuel. Con él se señalan la "humillación" y la "miseria" de una mujer estéril (cf. 1S 1,11), que encomienda su pena al Señor. Con una expresión semejante, María presenta su situación de pobreza y la conciencia de su pequeñez ante Dios que, con decisión gratuita, puso su mirada en ella, joven humilde de Nazaret, llamándola a convertirse en la madre del Mesías.

65 2. Las palabras "desde ahora me felicitaran todas las generaciones" (Lc 1,48) toman como punto de partida la felicitación de Isabel, que fue la primera en proclamar a María "dichosa" (Lc 1,45). El cántico, con cierta audacia, predice que esa proclamación se irá extendiendo y ampliando con un dinamismo incontenible. Al mismo tiempo, testimonia la veneración especial que la comunidad cristiana ha sentido hacia la Madre de Jesús desde el siglo I. El Magníficat constituye la primicia de las diversas expresiones de culto, transmitidas de generación en generación, con las que la Iglesia manifiesta su amor a la Virgen de Nazaret.

3. "El Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación" (Lc 1, 49­50).

¿Que son esas "obras grandes" realizadas en María por el Poderoso? La expresión aparece en el Antiguo Testamento para indicar la liberación del pueblo de Israel de Egipto o de Babilonia. En el Magníficat se refiere al acontecimiento misterioso de la concepción virginal de Jesús, acaecido en Nazaret después del anuncio del ángel.

En el Magníficat, cántico verdaderamente teológico porque revela la experiencia del rostro de Dios hecha por María, Dios no sólo es el Poderoso, pare el que nada es imposible, como había declarado Gabriel (cf. Lc Lc 1,37), sino también el Misericordioso, capaz de ternura y fidelidad para con todo ser humano.

4. "Él hace proezas con su brazo; dispersa a los soberbios de corazón; derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos" (Lc 1, 51­53).

Con su lectura sapiencial de la historia, María nos lleva a descubrir los criterios de la misteriosa acción de Dios. El Señor, trastrocando los juicios del mundo, viene en auxilio de los pobres y los pequeños, en perjuicio de los ricos y los poderosos, y, de modo sorprendente, colma de bienes a los humildes, que le encomiendan su existencia (cf. Redemptoris Mater RMA 37).

Estas palabras del cántico, a la vez que nos muestran en María un modelo concreto y sublime, nos ayudan a comprender que lo que atrae la benevolencia de Dios es sobre todo la humildad del corazón.

5. Por ultimo, el cántico exalta el cumplimiento de las promesas y la fidelidad de Dios hacia el pueblo elegido: "Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y su descendencia por siempre" (Lc 1, 54­55).

María, colmada de dones divinos, no se detiene a contemplar solamente su caso personal, sino que comprende que esos dones son una manifestación de la misericordia de Dios hacia todo su pueblo. En ella Dios cumple sus promesas con una fidelidad y generosidad sobreabundantes.

El Magníficat, inspirado en el Antiguo Testamento y en la espiritualidad de la hija de Sión, supera los textos proféticos que están en su origen, revelando en la "llena de gracia" el inicio de una intervención divina que va mas allá de las esperanzas mesiánicas de Israel: el misterio santo de la Encarnación del Verbo.

Saludos

66 Amados hermanos y hermanas:

Saludo con afecto a todos los peregrinos de lengua española. En particular a los Señores Cardenales Ernesto Corripio Ahumada, arzobispo emérito de México; Adolfo Antonio Suárez Rivera, arzobispo de Monterrey; y Juan Sandoval Íñiguez, arzobispo de Guadalajara, con los obispos, sacerdotes y fieles mexicanos venidos especialmente para celebrar mis Bodas de Oro sacerdotales, así como a los Religiosos de la Orden de la Merced, a los miembros de la Acción Católica de Mendoza, al grupo de profesores de Santiago de Chile y al señor cardenal Juan Francisco Fresno Larraín. A todos vosotros y a vuestras familias imparto de corazón la Bendición Apostólica.





Miércoles 13 de noviembre de 1996



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Acabo de llegar de la cumbre mundial sobre la alimentación, que se ha inaugurado hoy en la FAO, aquí en Roma. En esa sede he tenido la oportunidad de dirigir la palabra a los delegados y representantes de casi doscientos países. Doy gracias al Señor por ello y deseo de corazón que la reflexión de los próximos días lleve a iniciativas eficaces para la solución del drama estremecedor del hambre en el mundo.

En efecto, es trágica la situación en que se encuentran actualmente más de ochocientos millones de personas por falta de alimento o por desnutrición. Es necesario realizar con urgencia todos los esfuerzos posibles para acabar con el escándalo de la coexistencia de personas que carecen incluso de lo necesario y de otras que abundan en cosas superfluas.

Quiera Dios que, gracias a la aportación de los responsables de las naciones, de las organizaciones de voluntariado y de las personas de buena voluntad, crezca en todos los continentes el compromiso de la solidaridad con una atención constante a los más necesitados.

2. Mientras hablaba, esta mañana, sentía especialmente viva en mi corazón la tragedia de los prófugos ruandeses y burundeses y de las poblaciones zaireñas de Kivu, víctimas de la inhumana lógica de los conflictos interétnicos. Es un drama constantemente presente en mi espíritu. ¿Cómo se puede quedar indiferentes ante personas que están ya en una situación extrema, mientras podrían recibir víveres y medicinas de primera necesidad, acumulados en grandes cantidades a poca distancia de ellos?

Renuevo un apremiante llamamiento a la conciencia y a la responsabilidad de todas las partes implicadas y de toda la comunidad internacional, para que, sin dilación, presten ayuda a esos hermanos y hermanas. La ofensa a su vida y a su dignidad es una ofensa hecha a Dios, cuya imagen lleva en sí todo ser humano. Ninguna incertidumbre, ningún pretexto, ningún cálculo podrán justificar jamás un retraso mayor en la asistencia humanitaria

Pidamos a Dios que los sufrimientos de tantos inocentes y la sangre derramada por fieles servidores de la Iglesia y de la causa del hombre sirvan para vencer el odio y contribuyan a que surja en el amado continente africano una época de respeto recíproco y de acogida fraterna. Pidámosle, asimismo, que se establezca y arraigue en el corazón de los hombres la absoluta, insuprimible y vivificante ley del amor fraterno.

Saludos


Audiencias 1996 57