Discursos 1996 65


VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA

DE NUESTRA SEÑORA DE VALME, EN VILLA BONELLI


A UN GRUPO DE PEREGRINOS ESPAÑOLES PERTENECIENTES


A LA OBRA DE LA IGLESIA


Domingo 15 de diciembre de 1996



En el marco de la Visita pastoral a la parroquia de Nuestra Señora de Valme,. que realizo como Obispo de Roma, me complace tener este encuentro con vosotros sacerdotes, laicos y laicas consagrados y demás miembros de la Obra de la Iglesia, que venidos desde España, habéis querido estar presentes para manifestar de este modo el amor y la comunión con el Papa y con vuestros Obispos, «sucesores de los Apóstoles, que dirigen junto con el sucesor de Pedro, Vicario de Cristo y cabeza visible de toda la Iglesia la casa del Dios vivo» (Lumen gentium LG 18).

Viviendo cada uno su peculiar vocación dentro de la comunidad eclesial e integrados en las distintas Ramas de vuestra Obra, fundada por la Madre Trinidad Sánchez, os sentís llamados a colaborar en la misión que Cristo confió a su Iglesia, de modo que con vuestra actividad cooperéis a que pueda brillar ante la sociedad la belleza del misterio de la Iglesia y, por el testimonio de una vida en Cristo, los hombres de nuestro tiempo entren a formar parte del Pueblo de Dios.

Que la Virgen María, Madre de la Iglesia, os acompañe y guíe en vuestra vida, os conceda permanecer siempre en el espíritu de oración, en el estilo de vida basado en la sencillez evangélica y el dinamismo apostólico. Que Ella, la primera oyente de la palabra, os anime a perseverar en la formación cristiana, mediante el estudio y la reflexión transmitiendo luego a los demás las enseñanza s recibidas. Y por encima de todo, os alcance de su hijo el don de la santidad. A todos os saludo con afecto y os bendigo de corazón.









ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A UN GRUPO DE MUCHACHOS DE LA ACCIÓN CATÓLICA ITALIANA


Sábado 21 de diciembre de 1996



Os doy las gracias de todo corazón, amadísimos muchachos y muchachas de la Acción católica, que habéis venido de diversos lugares de Italia para esta cita, ya tradicional, que nos permite intercambiarnos las felicitaciones de Navidad y de Año nuevo.

Os acojo con alegría, niños, muchachos y adolescentes. Os saludo con afecto a vosotros y a vuestros responsables y educadores, comenzando por el presidente nacional y el asistente general. Gracias por las expresiones de afecto que me habéis dirigido.

En el encuentro navideño del año pasado, entregué a la sección juvenil de la Acción católica el mensaje: «Demos a los niños un futuro de paz». Estoy seguro de que lo habéis acogido con mucho empeño. Sé que puedo contar con los muchachos de la Acción católica.

66 Este año, pensando en la próxima Jornada mundial de la paz, os encomiendo la misión de vivir y difundir el perdón, transformándoos así en constructores de paz. Contemplando el belén, donde está el Niño Jesús en la paja del pesebre, podemos comprender fácilmente lo que es el perdón: es ir al encuentro del que me ha ofendido, acercarme a él, que se ha alejado de mí. Dios ha sido fiel con la humanidad pecadora, hasta el punto de poner su morada entre nosotros.

El hermosísimo canto navideño «Tú desciendes de las estrellas», dice así: «¡Ay, cuánto te costó haberme amado!». El Hijo de Dios nos ha amado a nosotros, que lo hemos ofendido; también nosotros debemos amar a quienes nos ofenden y, así, vencer el mal con el bien. Odiar el pecado, pero amar al pecador: este es el camino de la paz, el camino que nos enseña el Señor, desde el misterio de su Navidad.

Cuando os contemplo, queridos muchachos y muchachas, pienso que sois como los coetáneos de Jesús joven. A estos jóvenes coetáneos de Jesús quiero ofrecerles una bendición y mi cordial felicitación con motivo de la Navidad.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LA COMUNIDAD POLACA DE ROMA

Sala Pablo VI

Lunes 23 de diciembre de 1996



Venerado hermano;
señor embajador;
queridos compatriotas:

1. Mañana, a medianoche, resonará en toda Polonia el canto navideño: «En la noche profunda resuena una voz: ¡Ánimo, pastores, Dios nace por vosotros! Apresuraos a ir Belén a saludar al Señor».

Estos versos navideños traducen con el lenguaje del canto el relato del evangelio de san Lucas, que se proclamará durante la «Misa de los pastores». María y José fueron a Belén para empadronarse, de acuerdo con la orden de las autoridades romanas. Durante la noche, «sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento. Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño. Se les presentó el ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de temor. El ángel les dijo: "No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre"» (Lc 2,6-12).

Leeremos la continuación de este pasaje durante la misa de la aurora. Cuando los ángeles se fueron, los pastores decidieron ir a Belén. Se pusieron en camino a toda prisa, y «encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían» (Lc 2,16-18). Todo esto se refleja en el canto navideño con un lenguaje poético y musical.

67 Lo que el canto En la noche profunda ha expresado como relato, el maravilloso canto navideño polaco Nace Dios, escrito por Francisco Karpinski, poeta del siglo XVIII, lo transforma en mistagogia, en un himno que introduce en el misterio.

«¡Nace Dios, el poder del hombre queda anonadado, el Señor de los cielos se despoja! El fuego se amortigua, el fulgor se vela, el Infinito se pone límites».

Con estas palabras, el poeta ha presentado el misterio de la encarnación del Hijo de Dios, recurriendo a los contrastes para expresar lo que es esencial al misterio: Dios infinito, al asumir la naturaleza humana, asumió al mismo tiempo los límites propios de la criatura. Y sigue: «...el Infinito se pone límites. Despreciado, revestido de gloria, Rey mortal de los siglos».

Y, por último, el canto navideño recurre a las palabras de san Juan: «Y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros».

Así, estas estrofas navideñas han traducido con un lenguaje musical lo que encierran las lecturas de las tres santas misas de la Navidad del Señor: la de medianoche, la de la aurora y la del día.

2. Mientras pienso en estas expresiones de la religiosidad popular, me vienen a la memoria todos los demás cantos navideños, que tienen una gran riqueza musical, poética y teológica. Recuerdo también las iglesias polacas donde resuenan las melodías sublimes, llenas de alegría, y a veces de melancolía, conmovedoras por su tono y sus contenidos, que cuentan las profundas verdades relacionadas con el acontecimiento y el misterio del nacimiento del Hijo de Dios. Recuerdo Nowa Huta, donde en la noche de Navidad celebraba la «Misa de los pastores», o en Bienczyce, o en Mistrzejowice, o en Wzgórza Krzeslawickie, en los tiempos en que había que luchar por la construcción de las iglesias. Entonces los cantos navideños eran el signo singular de la unión de la gente que iba, como en Belén, a Cristo, que «no había encontrado sitio». Esas mismas personas querían invitar a Jesús a su corazón, a sus comunidades y a su vida diaria. Los cantos navideños no sólo pertenecen a nuestra historia, sino que, en cierto sentido, forman nuestra historia nacional y cristiana. Son muchos, y de gran riqueza espiritual. Unos son antiguos y otros actuales, unos litúrgicos y otros populares. Recuerdo, por ejemplo, el así llamado canto navideño de los montañeros, que tanto nos gusta escuchar: ¡Oh pequeño, pequeño!

No hay que perder esta riqueza. Por eso hoy, al partir con vosotros el pan blanco de Navidad, deseo que todos vosotros, queridos compatriotas que estáis en la patria o aquí, en Roma, o en cualquier parte del mundo, cantéis los cantos navideños, meditando en lo que dicen, en su contenido, y encontréis en ellos la verdad sobre el amor de Dios, que se hizo hombre por nosotros.

En este intercambio de felicitaciones podrían introducirse aún muchos elementos, escuchando los cantos navideños. Pero me agrada recordar el anuncio jubiloso de la paz: «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad» (
Lc 2,14), junto con el canto navideño Mientras Cristo nace.

Este canto me resulta particularmente elocuente este año, durante el cual el Papa procedente de Polonia ha podido estar ante la Puerta de Brandeburgo, en Berlín. Fue una experiencia muy profunda también para el canciller de la moderna Alemania Helmul Kohl, que me acompañaba en esa ocasión. Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad, son las palabras del canto navideño Mientras Cristo nace.

Por último, volviendo al canto Nace Dios, deseo terminar dirigiendo la ferviente plegaria a Jesús recién nacido:

«¡Levanta la mano, divino Niño!
68 Bendice la querida patria
con buenos consejos y con bienestar.
Sostén su fuerza con la tuya.
Bendice nuestra casa
y toda la heredad
y todas las aldeas y ciudades.
Y el Verbo se hizo carne
y habitó entre nosotros».

Os deseo una feliz Navidad a todos vosotros, a vuestras familias, a nuestros compatriotas que viven en Polonia, así como a los polacos de todo el mundo. ¡Que Dios os recompense!








AL SEÑOR IRAWAN ABIDIN,


NUEVO EMBAJADOR DE INDONESIA ANTE LA SANTA SEDE


Lunes 23 de diciembre de 1996



Señor embajador:

69 De muy buen grado le doy la bienvenida en el Vaticano y acepto las cartas credenciales que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Indonesia ante la Santa Sede. Le agradezco los saludos que me transmite de parte de su excelencia el presidente Suharto, así como de su Gobierno y su pueblo, y con mucho gusto correspondo a ellos junto con mis mejores deseos para su dinámico país, que tuve la alegría de visitar en 1989, como un amigo de todos los indonesios, cuya cordial hospitalidad experimenté a cada paso.

Su excelencia ha identificado las causas de la paz, de la justicia social, del respeto mutuo y de la cooperación generosa entre los pueblos, y un orden internacional justo y pacífico, como áreas por las que se interesan tanto su país como la Santa Sede, y en las que pueden colaborar de diversos modos. Una mirada atenta a la situación de muchos lugares del mundo muestra cuánto queda aún por hacer para construir la paz sobre bases sólidas. Por eso, la Santa Sede se alegra cuando los países participan activamente en las negociaciones bilaterales y multilaterales orientadas a resolver tensiones o a consolidar formas ya existentes de acuerdos y de cooperación internacionales. Las iniciativas y los esfuerzos de Indonesia por encontrar una solución pacífica a situaciones de conflicto y tensión en los países vecinos del sudeste de Asia son motivo de gloria para su patria.

Indonesia también se siente, con razón, orgullosa de los resultados conseguidos hasta ahora en su progreso como nación. Ha llegado a ser cada vez más evidente que el crecimiento de una nación no puede considerarse simplemente como progreso material. Por el contrario, debe buscar el bien integral y el progreso del pueblo, lo cual implica necesariamente una visión ética y moral de los derechos y deberes relacionados con la sociedad. Requiere que todos participen en los beneficios del desarrollo, y que ningún grupo quede marginado de la sociedad a causa del prejuicio o del egoísmo de otros grupos.

Como usted ha indicado, Indonesia afronta la interminable tarea de fomentar la armonía y la estabilidad entre los numerosos y diversos grupos étnicos y culturales presentes en sus islas, a través de un sistema de estructuras legales y políticas, imbuidas totalmente del respeto a las mejores tradiciones de sus pueblos. Pido a Dios que los problemas, que acompañan inevitablemente a esos esfuerzos, se solucionen siempre por medio de un diálogo que busque una comprensión clara del bien común, reconozca la presencia de la legítima diversidad, respete los derechos humanos y políticos de todos los ciudadanos, y promueva la decisión común de construir una nación basada en la justicia para todos y en la solidaridad con los necesitados.

Gracias al Pancasila, muchas tradiciones religiosas conviven en armonía en Indonesia, y todos los ciudadanos tienen los mismos derechos y deberes, independientemente de su origen étnico o de sus prácticas religiosas y culturales.

Es necesario proclamar siempre los principios que han creado esta situación favorable y que merecen la estima de todos, a fin de que no se olvide o descuide su vital importancia para la vida de la nación. Hace falta vigilar para asegurar que se respeten realmente la libertad religiosa, la coexistencia pacífica entre los creyentes y la igual dignidad de todos los ciudadanos, especialmente frente a ciertas interpretaciones distorsionadas de la religión y frente al peligro de la intolerancia religiosa, pronta a manifestarse siempre, como se ha visto recientemente en ciertos incidentes graves, que me han entristecido profundamente. Todos los que se preocupan por el verdadero bien de Indonesia deben tratar de asegurar que el espíritu y los principios del Pancasila se apliquen correctamente.

Al reflexionar en los recientes eventos que han afectado a Timor oriental, alimento la esperanza de que prosiga un diálogo más fructuoso en todos los niveles. Los que, en cierto modo, son responsables del futuro de Timor oriental deben convencerse de la necesidad de llegar, lo antes posible, a una solución justa y pacífica. Esa es la ardiente aspiración de ese pueblo desde hace mucho tiempo.

Señor embajador, mucho aprecio su amable mención a la contribución de sus compatriotas católicos a la vida de la nación. La Iglesia realiza muchas actividades en el campo social, en la asistencia sanitaria y en la educación, actividades que benefician a toda la sociedad. La Iglesia, siguiendo las enseñanzas de su fundador Jesucristo, realiza la importante tarea de iluminar y formar las conciencias de los ciudadanos con respecto a sus derechos y deberes, como parte de la comunidad nacional. El principal objetivo de todo esto consiste en asegurar que no se haga nada contra la dignidad humana y que se trate a todos con el respeto debido a criaturas amadas por Dios. Después de su activa participación en los acontecimientos que llevaron a la independencia hace precisamente cincuenta años, los católicos indonesios, apoyados y alentados por la Santa Sede, han trabajado asiduamente por el bien de la nación y seguirán sirviendo a su país con amor y orgullo. Este fue el significado de las palabras que pronunció el cardenal Darmaatmadja durante un encuentro entre el presidente Suharto y la Asamblea nacional de católicos, el 2 de noviembre de 1995: «Junto con nuestros numerosos predecesores, también nosotros queremos comprometernos en todos los aspectos del desarrollo nacional (...). Nos hemos comprometido todos a ser indonesios al ciento por ciento, precisamente porque queremos ser católicos al ciento por ciento». El amor genuino al propio país es una parte importante del deber y del estilo de vida de todo católico.

Señor embajador, le expreso mis mejores deseos en el cumplimiento de la elevada misión a la que ha sido llamado como representante de su nación ante la Santa Sede. Le aseguro la ayuda de los diversos dicasterios de la Curia romana. Sobre su excelencia y sobre el pueblo indonesio invoco cordialmente abundantes bendiciones divinas.













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