Audiencias 1997 11

11 Saludo a los peregrinos de lengua española y cordialmente les imparto la bendición apostólica.




Miércoles 12 de febrero de 1997

Oración y penitencia

1. Hoy, miércoles de Ceniza, primer día de la Cuaresma, iniciamos el camino de preparación para la santa Pascua. Se trata de un itinerario espiritual de oración y penitencia, con el que los cristianos se dejan purificar y santificar por el Señor, que quiere que participen en sus sufrimientos y en su gloria (cf. Rm 8,17).

El Espíritu Santo, que guió y sostuvo a Cristo en el «desierto», nos introduce en este tiempo de Cuaresma, dándonos la gracia necesaria para resistir a las seducciones del antiguo tentador y vivir con renovado compromiso en la libertad de los hijos de Dios. En efecto,

Jesús no nos pide una observancia formal o meros cambios exteriores, sino más bien la conversión del corazón, para que cumplamos con fidelidad la voluntad de su Padre y nuestro Padre.

En este tiempo cuaresmal, Jesús nos llama a seguirlo por el camino que lo lleva a Jerusalén, para inmolarse en la cruz. «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame» (Lc 9,23). Esta invitación es, sin duda alguna, exigente y dura, pero capaz de liberar, en quien la acoge, la fuerza creativa del amor.

Por tanto, ya desde el primer momento de este tiempo de Cuaresma nuestra mirada se dirige a la cruz gloriosa de Cristo. El autor de la Imitación de Cristo escribe: «En la cruz está la salvación; en la cruz está la vida; en la cruz está la defensa del enemigo; en la cruz está el don sobrenatural de las dulzuras del cielo; en la cruz está la fuerza de la mente y la alegría del espíritu; en la cruz se suman las virtudes y se perfecciona la santidad » (XII, 1).

2. «Convertíos y creed el Evangelio» (Mc 1,15). Hoy, cuando nos imponen la ceniza sobre nuestra cabeza, volvemos a escuchar esta expresión del evangelista san Marcos. Con ella se nos recuerda que la salvación, que Jesús nos ofrece en el misterio de su Pascua, exige nuestra respuesta.

Así, la liturgia nos invita a manifestar de forma concreta y visible el don de la conversión del corazón, indicándonos qué camino tenemos que recorrer y cuáles instrumentos debemos usar. La escucha asidua de la palabra de Dios, la oración incesante, el ayuno interior y exterior, las obras de caridad, que hacen concreta la solidaridad con nuestros hermanos, son puntos irrenunciables para aquellos que, regenerados a la vida nueva mediante el bautismo, quieren vivir ya no según la carne, sino según el Espíritu (cf. Rm 8,4).

También en el Mensaje para la Cuaresma de este año me he referido a la solidaridad con nuestros hermanos: la Cuaresma es «el tiempo de la solidaridad ante las situaciones precarias en las que se encuentran personas y pueblos de tantos lugares del mundo» (n. 1: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 31 de enero de 1997, p. 4). Entre las situaciones de precariedad he destacado particularmente la condición dramática de quienes viven sin tener una casa.

12 3. El tiempo cuaresmal se inserta este año en el itinerario trienal de preparación inmediata para el gran jubileo del año 2000. El año 1997, primera etapa de este recorrido, «se dedicará a la reflexión sobre Cristo, Verbo del Padre, hecho hombre por obra del Espíritu Santo» (Tertio millennio adveniente TMA 40). Durante este año, todos estamos invitados a redescubrir en profundidad la persona de Cristo, Salvador y evangelizador, para renovarle nuestra adhesión.

De la misma manera que las multitudes del Evangelio se maravillaban ante los gestos y la enseñanza de Jesús, así también hoy la humanidad podrá sentirse fascinada más fácilmente por Cristo y decidirse por él, si contempla el testimonio de fe y caridad de los cristianos. El Señor, a través de la obra de la Iglesia, continúa llamando a hombres y mujeres para que lo sigan.

4. Que nos acompañe la Virgen santísima por el camino de conversión y penitencia que acabamos de empezar. Su ayuda materna nos impulse a vencer toda pereza y todo miedo, para avanzar con fe intrépida hacia el Calvario, sabiendo estar amorosamente al pie de la cruz, con la alegre esperanza de participar en la gloria de la resurrección del Señor.

Saludos

Deseo saludar con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a los jóvenes deportistas de Buenos Aires, a los fieles de las diócesis de Lomas de Zamora y de Tenerife, al grupo de pensionistas de Valencia, así como a los numerosos estudiantes venidos desde España, Argentina y Chile. A todos os imparto de corazón la bendición apostólica.

(En italiano)
Espero que el tiempo cuaresmal, que comenzamos precisamente hoy, os lleve a cada uno de vosotros a acercaros cada vez más a Cristo y a imitarlo cada vez con mayor fidelidad. Así pues, os exhorto, queridos hermanos y hermanas, a tener los mismos sentimientos de Cristo en cada una de las situaciones de vuestra existencia. Hallaréis ejemplo y consuelo en el misterio de Dios, que por amor entrega a su propio Hijo para la salvación de todos los hombres. María, de la que ayer hemos hecho memoria especial, os acompañe en este itinerario interior de conversión, obteniendo para cada uno de vosotros las gracias necesarias para permanecer fieles a la propia vocación. La audiencia se concluyó con




Miércoles 26 de febrero de 1997

María en las bodas de Caná

1. En el episodio de las bodas de Caná, san Juan presenta la primera intervención de María en la vida pública de Jesús y pone de relieve su cooperación en la misión de su Hijo.

Ya desde el inicio del relato, el evangelista anota que «estaba allí la madre de Jesús» (Jn 2,1) y, como para sugerir que esa presencia estaba en el origen de la invitación dirigida por los esposos al mismo Jesús y a sus discípulos (cf. Redemptoris Mater RMA 21), añade: «Fue invitado a la boda también Jesús con sus discípulos» (Jn 2,2). Con esas palabras, san Juan parece indicar que en Caná, como en el acontecimiento fundamental de la Encarnación, María es quien introduce al Salvador.

13 El significado y el papel que asume la presencia de la Virgen se manifiesta cuando llega a faltar el vino. Ella, como experta y solícita ama de casa, inmediatamente se da cuenta e interviene para que no decaiga la alegría de todos y, en primer lugar, para ayudar a los esposos en su dificultad. Dirigiéndose a Jesús con las palabras: «No tienen vino» (Jn 2,3), María le expresa su preocupación por esa situación, esperando una intervención que la resuelva. Más precisamente, según algunos exegetas, la Madre espera un signo extraordinario, dado que Jesús no disponía de vino.

2. La opción de María, que habría podido tal vez conseguir en otra parte el vino necesario, manifiesta la valentía de su fe porque, hasta ese momento, Jesús no había realizado ningún milagro, ni en Nazaret ni en la vida pública.

En Caná, la Virgen muestra una vez más su total disponibilidad a Dios. Ella que, en la Anunciación, creyendo en Jesús antes de verlo, había contribuido al prodigio de la concepción virginal, aquí, confiando en el poder de Jesús aún sin revelar, provoca su «primer signo», la prodigiosa transformación del agua en vino.

De ese modo, María precede en la fe a los discípulos que, como refiere san Juan, creerán después del milagro: Jesús «manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos» (Jn 2,11). Más aún, al obtener el signo prodigioso, María brinda un apoyo a su fe.

3. La respuesta de Jesús a las palabras de María: «Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti? Todavía no ha llegado mi hora » (Jn 2,4), expresa un rechazo aparente, €como para probar la fe de su madre.

Según una interpretación, Jesús, desde el inicio de su misión, parece poner en tela de juicio su relación natural de hijo, ante la intervención de su madre. En efecto, en la lengua hablada del ambiente, esa frase da a entender una distancia entre las personas, excluyendo la comunión de vida. Esta lejanía no elimina el respeto y la estima; el término «mujer», con el que Jesús se dirige a su madre, se usa en una acepción que reaparecerá en los diálogos con la cananea (cf. Mt 15,28), la samaritana (cf. Jn 4,21), la adúltera (cf. Jn 8,10) y María Magdalena (cf. Jn 20,13), en contextos que manifiestan una relación positiva de Jesús con sus interlocutoras.

Con la expresión: «Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti?», Jesús desea poner la cooperación de María en el plano de la salvación que, comprometiendo su fe y su esperanza, exige la superación de su papel natural de madre.

4. Mucho más fuerte es la motivación formulada por Jesús: «Todavía no ha llegado mi hora» (Jn 2,4).

Algunos estudiosos del texto sagrado, siguiendo la interpretación de san Agustín, identifican esa «hora» con el acontecimiento de la Pasión. Para otros, en cambio, se refiere al primer milagro en que se revelaría el poder mesiánico del profeta de Nazaret. Hay otros, por último, que consideran que la frase es interrogativa y prolonga la pregunta anterior: «¿Qué nos va a mí y a ti? ¿no ha llegado ya mi hora?» (Jn 2,4). Jesús da a entender a María que él ya no depende de ella, sino que debe tomar la iniciativa para realizar la obra del Padre. María, entonces, dócilmente deja de insistir ante él y, en cambio, se dirige a los sirvientes para invitarlos a cumplir sus órdenes.

En cualquier caso, su confianza en el Hijo es premiada. Jesús, al que ella ha dejado totalmente la iniciativa, hace el milagro, reconociendo la valentía y la docilidad de su madre: «Jesús les dice: "Llenad las tinajas de agua". Y las llenaron hasta el borde» (Jn 2,7). Así, también la obediencia de los sirvientes contribuye a proporcionar vino en abundancia.

La exhortación de María: «Haced lo que él os diga», conserva un valor siempre actual para los cristianos de todos los tiempos, y está destinada a renovar su efecto maravilloso en la vida de cada uno. Invita a una confianza sin vacilaciones, sobre todo cuando no se entienden el sentido y la utilidad de lo que Cristo pide.

14 De la misma manera que en el relato de la cananea (cf. Mt 15,24-26) el rechazo aparente de Jesús exalta la fe de la mujer, también las palabras del Hijo «Todavía no ha llegado mi hora», junto con la realización del primer milagro, manifiestan la grandeza de la fe de la Madre y la fuerza de su oración.

El episodio de las bodas de Caná nos estimula a ser valientes en la fe y a experimentar en nuestra vida la verdad de las palabras del Evangelio: «Pedid y se os dará» (Mt 7,7 Lc 11,9).

Saludos

Saludo con afecto a todos los peregrinos de lengua española. En especial, al grupo de jóvenes universitarios de Barcelona, a los fieles de la parroquia Nuestra Señora del Carmen, de Santiago de Chile, y a la juventud femenina de Schönstatt. Os invito a acoger las palabras de María en las Bodas de Caná, la cual nos exhorta a ser valientes y decididos en la fe y a testimoniar con la propia vida el mensaje salvífico del Evangelio. A vosotros y a vuestras familias imparto de corazón la bendición apostólica.

(En italiano)
Dirijo ahora, como de costumbre, un saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Ante todo, os doy las gracias a vosotros, queridísimos jóvenes, que hoy estáis aquí en gran número, por vuestra viva y alegre presencia. Quisiera aprovechar esta circunstancia para daros las gracias a vosotros y a tantos coetáneos vuestros que continuamente me hacéis llegar apreciados testimonios de afecto. Ojalá que vosotros y todos los cristianos sigáis siempre con entusiasmo y generosidad a Cristo, la verdadera luz que revela a todo hombre el significado y el fin de la existencia. Os invito a vosotros, queridos enfermos, a no temer seguir el camino de la cruz, aunque parezca arduo y fatigoso: es la senda para llegar con Cristo a la alegría de la resurrección. A vosotros, queridos recién casados, os deseo que fundéis vuestro hogar sobre la roca firme del amor fiel a Dios, revelado al mundo por el misterio pascual.



Marzo de 1997


Miércoles 5 de marzo de 1997

En Caná, María induce a Jesús a realizar el primer milagro

1. Al referir la presencia de María en la vida pública de Jesús, el concilio Vaticano II recuerda su participación en Caná con ocasión del primer milagro: «En las bodas de Caná de Galilea (...), movida por la compasión, consiguió, intercediendo ante él, el primero de los milagros de Jesús el Mesías (cf. Jn 2,1-11)» (Lumen gentium LG 58).

Siguiendo al evangelista Juan, el Concilio destaca el papel discreto y, al mismo tiempo, eficaz de la Madre, que con su palabra consigue de su Hijo «el primero de los milagros». Ella, aun ejerciendo un influjo discreto y materno, con su presencia es, en último término, determinante.

15 La iniciativa de la Virgen resulta aún más sorprendente si se considera la condición de inferioridad de la mujer en la sociedad judía. En efecto, en Caná Jesús no sólo reconoce la dignidad y el papel del genio femenino, sino que también, acogiendo la intervención de su madre, le brinda la posibilidad de participar en su obra mesiánica. El término «Mujer», con el que se dirige a María (cf. Jn 2,4), no contradice esta intención de Jesús, pues no encierra ninguna connotación negativa y Jesús lo usará de nuevo, refiriéndose a su madre, al pie de la cruz (cf. Jn 19,26). Según algunos intérpretes, el título «Mujer» presenta a María como la nueva Eva, madre en la fe de todos los creyentes.

El Concilio, en el texto citado, usa la expresión: «movida por la compasión», dando a entender que María estaba impulsada por su corazón misericordioso. Al prever el posible apuro de los esposos y de los invitados por la falta de vino, la Virgen compasiva sugiere a Jesús que intervenga con su poder mesiánico.

A algunos la petición de María les parece desproporcionada, porque subordina a un acto de compasión el inicio de los milagros del Mesías. A la dificultad responde Jesús mismo, quien, al acoger la solicitud de su madre, muestra la superabundancia con que el Señor responde a las expectativas humanas, manifestando también el gran poder que entraña el amor de una madre.

2. La expresión «dar comienzo a los milagros», que el Concilio recoge del texto de san Juan, llama nuestra atención. El término griego arjé, que se traduce por inicio, principio, se encuentra ya en el Prólogo de su evangelio: «En el principio existía la Palabra» (Jn 1,1). Esta significativa coincidencia nos lleva a establecer un paralelismo entre el primer origen de la gloria de Cristo en la eternidad y la primera manifestación de la misma gloria en su misión terrena.

El evangelista, subrayando la iniciativa de María en el primer milagro y recordando su presencia en el Calvario, al pie de la cruz, ayuda a comprender que la cooperación de María se extiende a toda la obra de Cristo. La petición de la Virgen se sitúa dentro del designio divino de salvación.

En el primer milagro obrado por Jesús los Padres de la Iglesia han vislumbrado una fuerte dimensión simbólica, descubriendo, en la transformación del agua en vino, el anuncio del paso de la antigua alianza a la nueva. En Caná, precisamente el agua de las tinajas, destinada a la purificación de los judíos y al cumplimiento de las prescripciones legales (cf. Mc 7,1-15), se transforma en el vino nuevo del banquete nupcial, símbolo de la unión definitiva entre Dios y la humanidad.

3. El contexto de un banquete de bodas, que Jesús eligió para su primer milagro, remite al simbolismo matrimonial, frecuente en el Antiguo Testamento para indicar la alianza entre Dios y su pueblo (cf. Os Os 2,21 Jr 2,1-8 Ps 44 etc. ) y en el Nuevo Testamento para significar la unión de Cristo con la Iglesia (cf. Jn 3,28-30 Ep 5,25-32 Ap 21,1-2 etc. ).

La presencia de Jesús en Caná manifiesta, además, el proyecto salvífico de Dios con respecto al matrimonio. En esa perspectiva, la carencia de vino se puede interpretar como una alusión a la falta de amor, que lamentablemente es una amenaza que se cierne a menudo sobre la unión conyugal. María pide a Jesús que intervenga en favor de todos los esposos, a quienes sólo un amor fundado en Dios puede librar de los peligros de la infidelidad, de la incomprensión y de las divisiones. La gracia del sacramento ofrece a los esposos esta fuerza superior de amor, que puede robustecer su compromiso de fidelidad incluso en las circunstancias difíciles.

Según la interpretación de los autores cristianos, el milagro de Caná encierra, además, un profundo significado eucarístico. Al realizarlo en la proximidad de la solemnidad de la Pascua judía (cf. Jn 2,13), Jesús manifiesta, como en la multiplicación de los panes (cf. Jn 6,4), la intención de preparar el verdadero banquete pascual, la Eucaristía. Probablemente, ese deseo, en las bodas de Caná, queda subrayado aún más por la presencia del vino, que alude a la sangre de la nueva alianza, y por el contexto de un banquete.

De este modo María, después de estar en el origen de la presencia de Jesús en la fiesta, consigue el milagro del vino nuevo, que prefigura la Eucaristía, signo supremo de la presencia de su Hijo resucitado entre los discípulos.

4. Al final de la narración del primer milagro de Jesús, que hizo posible la fe firme de la Madre del Señor en su Hijo divino, el evangelista Juan concluye: «Sus discípulos creyeron en él» (Jn 2,11). En Caná María comienza el camino de la fe de la Iglesia, precediendo a los discípulos y orientando hacia Cristo la atención de los sirvientes.

16 Su perseverante intercesión anima, asimismo, a quienes llegan a encontrarse a veces ante la experiencia del «silencio de Dios». Los invita a esperar más allá de toda esperanza, confiando siempre en la bondad del Señor.

Saludos

(A los peregrinos eslovacos)
Habéis venido a Roma, a la tumba de san Pedro, que siguió a Cristo hasta la muerte. Y también para saludar al Sucesor de Pedro, el Papa que recibió de Cristo la misión de confirmar a los hermanos en la fe. Ruego por vosotros, a fin de que creáis más firmemente que Jesucristo es el único y necesario Salvador del mundo, y lo sigáis siempre con fidelidad.

(En español)

Me es grato saludar ahora a los peregrinos de lengua española, de modo particular, a los estudiantes de los colegios de Madrid, Castellón de la Plana y Santiago de Chile. Que la perseverante intercesión de María os anime en vuestro camino cuaresmal, confiando siempre en la bondad del Señor. Con estos deseos, os imparto de corazón la bendición apostólica, que extiendo a vuestras familias.

(En italiano)
Mi pensamiento va finalmente a los enfermos, a los recién casados, y de modo especial a los jóvenes, presentes en gran número en la audiencia de hoy, y entre ellos saludo en particular a los adolescentes del decanato de Vimercate, que han venido a Roma para prepararse a la profesión de fe.

Queridísimos hermanos, el tiempo de Cuaresma nos exhorta a reconocer a Cristo como suprema esperanza del hombre. Os invito a vosotros, queridos jóvenes, a ser en el mundo testigos valientes del Evangelio, para influir positivamente en los diversos ambientes de la vida. A vosotros, queridos enfermos, os recomiendo la virtud de la paciencia, para que vuestro sufrimiento, unido al de Cristo, sea una ofrenda agradable al Padre. Y os animo a vosotros, queridos recién casados, a descubrir el valor de la oración en la «iglesia doméstica» que habéis formado.





Miércoles 12 de marzo de 1997

La participación de María en la vida pública de Jesús

17 1. El concilio Vaticano II, después de recordar la intervención de María en las bodas de Caná, subraya su participación en la vida pública de Jesús: «Durante la predicación de su Hijo, acogió las palabras con las que éste situaba el Reino por encima de las consideraciones y de los lazos de la carne y de la sangre, y proclamaba felices (cf. Mc 3,35 par.; Lc 11,27-28) a los que escuchaban y guardaban la palabra de Dios, como ella lo hacía fielmente (cf. Lc Lc 2,19 y 51)» (Lumen gentium LG 58).

El inicio de la misión de Jesús marcó también su separación de la Madre, la cual no siempre siguió al Hijo durante su peregrinación por los caminos de Palestina. Jesús eligió deliberadamente la separación de su Madre y de los afectos familiares, como lo demuestran las condiciones que pone a sus discípulos para seguirlo y para dedicarse al anuncio del reino de Dios.

No obstante, María escuchó a veces la predicación de su Hijo. Se puede suponer que estaba presente en la sinagoga de Nazaret cuando Jesús, después de leer la profecía de Isaías, comentó ese texto aplicándose a sí mismo su contenido (cf. Lc Lc 4,18-30). ¡Cuánto debe de haber sufrido en esa ocasión, después de haber compartido el asombro general ante las «palabras llenas de gracia que salían de su boca» (Lc 4,22), al constatar la dura hostilidad de sus conciudadanos, que arrojaron a Jesús de la sinagoga e incluso intentaron matarlo! Las palabras del evangelista Lucas ponen de manifiesto el dramatismo de ese momento: «Levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñar lo. Pero él, pasando por medio de ellos, se marchó» (Lc 4,29-30).

María, después de ese acontecimiento, intuyendo que vendrían más pruebas, confirmó y ahondó su total adhesión a la voluntad del Padre, ofreciéndole su sufrimiento de madre y su soledad.

2. De acuerdo con lo que refieren los evangelios, es posible que María escuchara a su Hijo también en otras circunstancias. Ante todo en Cafarnaúm, adonde Jesús se dirigió después de las bodas de Caná, «con su madre y sus hermanos y sus discípulos» (Jn 2,12). Además, es probable que lo haya seguido también, con ocasión de la Pascua, a Jerusalén, al templo, que Jesús define como casa de su Padre, cuyo celo lo devoraba (cf. Jn 2,16-17). Ella se encuentra asimismo entre la multitud cuando, sin lograr acercarse a Jesús, escucha que él responde a quien le anuncia la presencia suya y de sus parientes: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la palabra de Dios y la cumplen» (Lc 8,21).

Con esas palabras, Cristo, aun relativizando los vínculos familiares, hace un gran elogio de su Madre, al afirmar un vínculo mucho más elevado con ella. En efecto, María, poniéndose a la escucha de su Hijo, acoge todas sus palabras y las cumple fielmente.

Se puede pensar que María, aun sin seguir a Jesús en su camino misionero, se mantenía informada del desarrollo de la actividad apostólica de su Hijo, recogiendo con amor y emoción las noticias sobre su predicación de labios de quienes se habían encontrado con él.

La separación no significaba lejanía del corazón, de la misma manera que no impedía a la madre seguir espiritualmente a su Hijo, conservando y meditando su enseñanza, como ya había hecho en la vida oculta de Nazaret. En efecto, su fe le permitía captar el significado de las palabras de Jesús antes y mejor que sus discípulos, los cuales a menudo no comprendían sus enseñanzas y especialmente las referencias a la futura pasión (cf. Mt 16,21-23 Mc 9,32 Lc 9,45).

3. María, siguiendo de lejos las actividades de su Hijo, participa en su drama de sentirse rechazado por una parte del pueblo elegido. Ese rechazo, que se manifestó ya desde su visita a Nazaret, se hace cada vez más patente en las palabras y en las actitudes de los jefes del pueblo.

De este modo, sin duda habrán llegado a conocimiento de la Virgen críticas, insultos y amenazas dirigidas a Jesús. Incluso en Nazaret se habrá sentido herida muchas veces por la incredulidad de parientes y conocidos, que intentaban instrumentalizar a Jesús (cf. Jn 7,2-5) o interrumpir su misión (cf. Mc 3,21).

A través de estos sufrimientos, soportados con gran dignidad y de forma oculta, María comparte el itinerario de su Hijo «hacia Jerusalén» (Lc 9,51) y, cada vez más unida a él en la fe, en la esperanza y en el amor, coopera en la salvación.

18 4. La Virgen se convierte así en modelo para quienes acogen la palabra de Cristo. Ella, creyendo ya desde la Anunciación en el mensaje divino y acogiendo plenamente a la Persona de su Hijo, nos enseña a ponernos con confianza a la escucha del Salvador, para descubrir en él la Palabra divina que transforma y renueva nuestra vida. Asimismo, su experiencia nos estimula a aceptar las pruebas y los sufrimientos que nos vienen por la fidelidad a Cristo, teniendo la mirada fija en la felicidad que ha prometido Jesús a quienes escuchan y cumplen su palabra.

Saludos

Saludo ahora con gran afecto a todos los peregrinos de lengua española, de modo particular a los jóvenes estudiantes de Rosario (Argentina) y Villaviciosa de Odón (España), así como a los fieles de Costa Rica. Que María, modelo de acogida de las enseñanzas de Cristo, acompañe vuestro itinerario espiritual en este tiempo de la Cuaresma hacia el gozo pascual. Con estos deseos, os imparto la bendición apostólica, que de corazón extiendo también a vuestras familias.

(En italiano)
Saludo finalmente a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. En este tiempo de Cuaresma, queridísimos hermanos, prosigamos con empeño el camino hacia la Pascua, misterio central de nuestra fe.

Os invito, queridos jóvenes, a testimoniar con fe gozosa la vida que brota de la cruz de Cristo.

A vosotros, queridos enfermos, os deseo que tengáis la mirada fija en Jesús crucificado y resucitado, para saber vivir la prueba del dolor como acto de amor.

Y vosotros, queridos recién casados, imitando la fidelidad de Cristo con respecto a su Iglesia, haced siempre de vuestra existencia un don recíproco y responsable.




Miércoles 26 de marzo de 1997



1. «Vexilla Regis prodeunt, fulget crucis mysterium».

Nos encontramos en la Semana santa, días en los que veneramos el misterio de la cruz. La Iglesia proclama con profunda emoción ese antiguo himno litúrgico, transmitido de generación en generación, y repetido a lo largo de los siglos por los creyentes. La Semana santa, centro del Año litúrgico, nos hace revivir los acontecimientos fundamentales de la Redención relacionados con la muerte y la resurrección de Jesús. Se trata de días conmovedores, llenos de un clima especial que envuelve a todos los cristianos; días de silencio interior, de oración intensa y de profunda meditación sobre los eventos extraordinarios que cambiaron la historia de la humanidad y dan valor auténtico a nuestra vida.

19 Hoy, en vísperas del Triduo sacro, junto con vosotros deseo dirigirme, con la mente y el corazón, en peregrinación a Jerusalén. La liturgia de los próximos días nos servirá de guía: nos introducirá en el cenáculo, nos llevará al Calvario y, por último, ante el sepulcro nuevo excavado en la roca.

2. El Jueves santo encontraremos en el cenáculo de Jerusalén pan y vino. Este día nos remite a la institución de la Eucaristía, don supremo del amor de Dios en su plan de redención. El apóstol san Pablo, escribiendo a los Corintios en los años 53-56, confirmaba a los primeros cristianos en la verdad del «misterio eucarístico», transmitiéndoles lo que él mismo había recibido: «que el Señor Jesús, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, después de dar gracias, lo partió y dijo: "Este es mi cuerpo que se entrega por vosotros; haced esto en conmemoración mía". Asimismo también el cáliz, después de cenar, diciendo: "Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre. Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en conmemoración mía"» (
1Co 11,23-26).

Estas palabras manifiestan con claridad la intención de Cristo: bajo las especies del pan y del vino se hace presente con su cuerpo «entregado» y con su sangre «derramada » como sacrificio de la nueva alianza. Al mismo tiempo, Cristo constituye a los Apóstoles y a sus sucesores ministros de este sacramento, que da a su Iglesia como prueba suprema de su amor. Este es el contenido esencial del Jueves santo. El Hijo de Dios nos conceda vivir este día según las palabras de la hermosa plegaria bizantina: «¡Oh Hijo de Dios, hazme hoy partícipe de tu mística cena: no revelaré el Misterio a tus enemigos ni te daré el beso de Ju das, sino que, como el buen ladrón, te confesaré: acuérdate de mí, oh Señor, cuando estés en tu reino!» (Liturgia de san Basilio del Jueves santo. Canto de comunión).

3. El Viernes santo contemplaremos en el Calvario la cruz. «Ecce lignum crucis...», «Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo». Reviviremos los «misterios dolorosos » de la pasión y muerte de Jesús. Frente al Crucificado cobran una dramática importancia las palabras que pronunció durante la última cena: «Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos, para el perdón de los pecados» (cf. Mc 14,24 Mt 26,28 Lc 22,20). Jesús quiso dar su vida en sacrificio para el perdón de los pecados de la humanidad, eligiendo para ello la muerte más cruel y humillante: la crucifixión. Como ante la Eucaristía, también ante la pasión y muerte de Jesús en la cruz el misterio se hace insondable para la razón humana. La ascensión al Calvario fue un sufrimiento indescriptible, que desembocó en el terrible suplicio de la crucifixión. ¡Qué misterio! Dios, hecho hombre, sufre para salvar al hombre, cargando sobre sí toda la tragedia de la humanidad. El Viernes santo nos hace pensar en la continua sucesión de sufrimientos en la historia, entre los que no podemos olvidar las tragedias de nuestros días. ¡Cómo no recordar, a este respecto, los dramáticos acontecimientos que también hoy siguen ensangrentando a algunas naciones del mundo! La pasión del Señor continúa en el sufrimiento de los hombres. Continúa particularmente en el martirio de los sacerdotes, las religiosas, los religiosos y los laicos comprometidos en la vanguardia del anuncio del Evangelio. Precisamente anteayer celebramos la «Jornada de oración y ayuno por los misioneros mártires»: la comunidad cristiana está invitada a meditar en esos testimonios heroicos y a recordar en la oración a esos hermanos y hermanas que pagaron con su vida el precio de su fidelidad a Cristo.

El cristiano debe aprender a llevar su cruz con humildad, confianza y abandono a la voluntad de Dios, encontrando apoyo y consuelo, en medio de las tribulaciones de la vida, en la cruz de Cristo. Que el Padre nos conceda en todo momento de dificultad la gracia de poder orar así: «Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi...», «Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque con tu santa cruz redimiste al mundo».

4. Y, después de la espera del Sábado santo, experimentaremos la alegría de la santa Pascua. El Triduo sacro se concluye en el radiante «misterio glorioso» de la resurrección de Cristo. Él había predicho: «Al tercer día, resucitaré». Es la victoria definitiva de la vida sobre la muerte.

La más solemne y la más grande de las celebraciones cristianas, la Vigilia pascual, tendrá lugar por la noche. Una noche de espera..., llena de luz: la noche del fuego bendito, la noche del agua bautismal, la noche del bautismo, de la confirmación y de la Eucaristía. Noche de Pascua, de paso: el paso de Cristo de la muerte a la vida; nuestro paso de la esclavitud del pecado a la libertad de los hijos de Dios. El Espíritu Santo nos conceda el júbilo de las discípulas del Señor que, como pone de relieve la liturgia bizantina, dijeron a los Apóstoles: «Ha sido derrotada la muerte. Cristo Dios ha resucitado, concediendo al mundo su gran misericordia». (Liturgia bizantina, Tropario del Sábado santo, tono IV).

Nos acompañe en este itinerario espiritual la Virgen santísima, que siguió a Jesús en su pasión y estuvo presente al pie de la cruz en su muerte. Que María nos introduzca en el misterio pascual, para que con ella podamos experimentar la alegría y la paz de la Pascua.

Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española. En particular, al numeroso grupo de jóvenes participantes en el encuentro pascual en la casa general de las Religiosas de María Inmaculada. Que os acompañe en este camino espiritual la Virgen María, que siguió a Jesús en su pasión y estuvo en pie junto a la cruz. ¡Que ella nos introduzca en el misterio pascual para que podamos experimentar la alegría y la paz de la Pascua! A todos os bendigo de corazón.

(En lituano)
20 Estamos ya en la Semana santa, que nos introduce en la solemnidad de la Pascua y nos enseña la verdad de la cruz: Cristo ha vencido a la muerte y está siempre con nosotros, como el Señor de la historia. Os bendigo de corazón y os deseo que este triunfo pascual sea para todos expresión de la esperanza cristiana, realidad que ilumina, salva y sostiene siempre en el camino del bien».

(A los peregrinos de la misión católica checa en Viena)
En esta Semana santa —les dijo el Santo Padre— Jesucristo nos llama a unirnos más profundamente al misterio de su muerte y resurrección. Él quiere colmarnos de su gracia, dándonos una esperanza nueva.

(En croata)
El actual momento histórico, caracterizado por la preparación al gran jubileo del año 2000, es un tiempo especial de gracia. Por tanto, quisiera invitaros, sobre todo a los jóvenes, a haceros protagonistas de esa preparación en vuestra querida patria. Realizaréis todo esto del mejor modo posible profundizando vuestra fe, celebrando los sacramentos, testimoniando la caridad de Dios y anunciando el Evangelio. Es una tarea que Cristo mismo os confía.

(En italiano)
Saludo también a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.

Queridísimos jóvenes, os invito a transcurrir con recogimiento estos días que nos hacen revivir la pasión, muerte y resurrección de Cristo.

Que la figura de Jesús crucificado y paciente os infunda valor y confianza a vosotros, enfermos, para que podáis afrontar con valor vuestras pruebas físicas y espirituales.

Y finalmente a vosotros, queridos recién casados, os recomiendo que os abráis cada vez más a la gracia que habéis recibido, reconociéndoos colaboradores de Dios en la transmisión de la vida.






Audiencias 1997 11