Audiencias 1997 20


Miércoles 2 de abril de 1997



21 1. Regina caeli laetare, alleluia!

Así canta la Iglesia durante este tiempo de Pascua, invitando a los fieles a unirse al gozo espiritual de María, madre del Resucitado. La alegría de la Virgen por la resurrección de Cristo es más grande aún si se considera su íntima participación en toda la vida de Jesús.

María, al aceptar con plena disponibilidad las palabras del ángel Gabriel, que le anunciaba que sería la madre del Mesías, comenzó a tomar parte en el drama de la Redención. Su participación en el sacrificio de su Hijo, revelado por Simeón durante la presentación en el templo, prosigue no sólo en el episodio de Jesús perdido y hallado a la edad de doce años, sino también durante toda su vida pública. Sin embargo, la asociación de la Virgen a la misión de Cristo culmina en Jerusalén, en el momento de la pasión y muerte del Redentor. Como testimonia el cuarto evangelio, en aquellos días ella se encontraba en la ciudad santa, probablemente para la celebración de la Pascua judía.

2. El Concilio subraya la dimensión profunda de la presencia de la Virgen en el Calvario, recordando que «mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz» (Lumen gentium
LG 58), y afirma que esa unión «en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte» (ib., 57).

Con la mirada iluminada por el fulgor de la Resurrección, nos detenemos a considerar la adhesión de la Madre a la pasión redentora del Hijo, que se realiza mediante la participación en su dolor. Volvemos de nuevo, ahora en la perspectiva de la Resurrección, al pie de la cruz, donde María «sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de Madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima» (ib., 58).

Con estas palabras, el Concilio nos recuerda la «compasión de María», en cuyo corazón repercute todo lo que Jesús padece en el alma y en el cuerpo, subrayando su voluntad de participar en el sacrificio redentor y unir su sufrimiento materno a la ofrenda sacerdotal de su Hijo. Además, el texto conciliar pone de relieve que el consentimiento que da a la inmolación de Jesús no constituye una aceptación pasiva, sino un auténtico acto de amor, con el que ofrece a su Hijo como «víctima» de expiación por los pecados de toda la humanidad.

Por último, la Lumen gentium pone a la Virgen en relación con Cristo, protagonista del acontecimiento redentor, especificando que, al asociarse «a su sacrificio », permanece subordinada a su Hijo divino.

3. En el cuarto evangelio, san Juan narra que «junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena» (Jn 19,25). Con el verbo «estar», que etimológicamente significa «estar de pie», «estar erguido», el evangelista tal vez quiere presentar la dignidad y la fortaleza que María y las demás mujeres manifiestan en su dolor.

En particular, el hecho de «estar erguida» la Virgen junto a la cruz recuerda su inquebrantable firmeza y su extraordinaria valentía para afrontar los padecimientos. En el drama del Calvario, a María la sostiene la fe, que se robusteció durante los acontecimientos de su existencia y, sobre todo, durante la vida pública de Jesús. El Concilio recuerda que «la bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz» (Lumen gentium LG 58). A los crueles insultos lanzados contra el Mesías crucificado, ella, que compartía sus íntimas disposiciones, responde con la indulgencia y el perdón, asociándose a su súplica al Padre: «Perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). Partícipe del sentimiento de abandono a la voluntad del Padre, que Jesús expresa en sus últimas palabras en la cruz: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46), ella da así, como observa el Concilio, un consentimiento de amor «a la inmolación de su Hijo como víctima» (Lumen gentium LG 58).

4. En este supremo «sí» de María resplandece la esperanza confiada en el misterioso futuro, iniciado con la muerte de su Hijo crucificado. Las palabras con que Jesús, a lo largo del camino hacia Jerusalén, enseñaba a sus discípulos «que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días» (Mc 8,31), resuenan en su corazón en la hora dramática del Calvario, suscitando la espera y el anhelo de la Resurrección.

La esperanza de María al pie de la cruz encierra una luz más fuerte que la oscuridad que reina en muchos corazones: ante el sacrificio redentor, nace en María la esperanza de la Iglesia y de la humanidad.

Saludos

22 Saludo con afecto a los visitantes de lengua española. En particular a la coral «Sant Antoni» de Mahón, diócesis de Menorca; a los diversos grupos parroquiales y de movimientos católicos; al grupo de la Universidad nacional de educación a distancia, de Albacete; a los seminaristas de Barbastro y demás estudiantes españoles. Saludo también a los peregrinos de México, Costa Rica y Argentina. Hoy deseo recordar de modo especial a Chile y Argentina, en el décimo aniversario de mi visita pastoral a esas queridas naciones. Invito a todos a imitar la actitud de la Virgen María al pie de la cruz, cuya esperanza es una luz más fuerte que la oscuridad que hay en el corazón de muchos. Con estos vivos deseos, os imparto de corazón la bendición apostólica.

(En lengua húngara)
Dios, por medio de su Hijo, ha vencido a la muerte y nos ha abierto el paso a la vida eterna. El Señor nos conceda, al celebrar la Pascua de resurrección, la gracia de renovarnos con una vida nueva. Esto es lo que pido en mi oración por vosotros y por vuestras familias.

(A los peregrinos procedentes de la República Checa)
Para la Iglesia de Bohemia y Moravia abril es el mes de san Adalberto. Este año celebramos el milenio de su martirio. También yo seguiré dentro de poco las huellas de este santo obispo de Praga, misionero y gran europeo. ¡Nos vemos en Praga o en Hradec Králové! Os bendigo de corazón a vosotros, así como a todos vuestros seres queridos que están en la patria.

(A los fieles croatas)
Ningún bautizado puede permanecer indiferente ante este nuevo impulso del Espíritu de Dios que guía a la Iglesia.

(En italiano)
Me dirijo ahora a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Que la alegría del Señor resucitado inspire renovado ardor a vuestra vida, queridos jóvenes, para que seáis testigos generosos de su Evangelio; os sirva de estímulo a vosotros, queridos enfermos, para que podáis afrontar con valor todas las pruebas y sufrimientos; y sostenga vuestro mutuo amor, queridos recién casados, para que en vuestro hogar reine siempre la paz de Cristo. A todos imparto una bendición especial.




Miércoles 9 de abril de 1997

La Virgen María cooperadora en la obra de la Redención

23 1. A lo largo de los siglos la Iglesia ha reflexionado en la cooperación de María en la obra de la salvación, profundizando el análisis de su asociación al sacrificio redentor de Cristo. Ya san Agustín atribuye a la Virgen la calificación de «colaboradora» en la Redención (cf. De Sancta Virginitate, 6; PL 40, 399), título que subraya la acción conjunta y subordinada de María a Cristo redentor.

La reflexión se ha desarrollado en este sentido, sobre todo desde el siglo XV. Algunos temían que se quisiera poner a María al mismo nivel de Cristo. En realidad, la enseñanza de la Iglesia destaca con claridad la diferencia entre la Madre y el Hijo en la obra de la salvación, ilustrando la subordinación de la Virgen, en cuanto cooperadora, al único Redentor.

Por lo demás, el apóstol Pablo, cuando afirma: «Somos colaboradores de Dios» (
1Co 3,9), sostiene la efectiva posibilidad que tiene el hombre de colaborar con Dios. La cooperación de los creyentes, que excluye obviamente toda igualdad con él, se expresa en el anuncio del Evangelio y en su aportación personal para que se arraigue en el corazón de los seres humanos.

2. El término «cooperadora» aplicado a María cobra, sin embargo, un significado específico. La cooperación de los cristianos en la salvación se realiza después del acontecimiento del Calvario, cuyos frutos se comprometen a difundir mediante la oración y el sacrificio. Por el contrario, la participación de María se realizó durante el acontecimiento mismo y en calidad de madre; por tanto, se extiende a la totalidad de la obra salvífica de Cristo. Solamente ella fue asociada de ese modo al sacrificio redentor, que mereció la salvación de todos los hombres. En unión con Cristo y subordinada a él, cooperó para obtener la gracia de la salvación a toda la humanidad.

El particular papel de cooperadora que desempeñó la Virgen tiene como fundamento su maternidad divina. Engendran do a Aquel que estaba destinado a realizar la redención del hombre, alimentándolo, presentándolo en el templo y sufriendo con él, mientras moría en la cruz, «cooperó de manera totalmente singular en la obra del Salvador» (Lumen gentium LG 61). Aunque la llamada de Dios a cooperar en la obra de la salvación se dirige a todo ser humano, la participación de la Madre del Salvador en la redención de la humanidad representa un hecho único e irrepetible.

A pesar de la singularidad de esa condición, María es también destinataria de la salvación. Es la primera redimida, rescatada por Cristo «del modo más sublime » en su concepción inmaculada (cf. bula Ineffabilis Deus, de Pío IX: Acta 1, 605), y llena de la gracia del Espíritu Santo.

3. Esta afirmación nos lleva ahora a preguntarnos: ¿cuál es el significado de esa singular cooperación de María en el plan de la salvación? Hay que buscarlo en una intención particular de Dios con respecto a la Madre del Redentor, a quien Jesús llama con el título de «mujer » en dos ocasiones solemnes, a saber, en Caná y al pie de la cruz (cf. Jn 2,4 Jn 19,26). María está asociada a la obra salvífica en cuanto mujer. El Señor, que creó al hombre «varón y mujer» (cf. Gn 1,27), también en la Redención quiso poner al lado del nuevo Adán a la nueva Eva. La pareja de los primeros padres emprendió el camino del pecado; una nueva pareja, el Hijo de Dios con la colaboración de su Madre, devolvería al género humano su dignidad originaria.

María, nueva Eva, se convierte así en icono perfecto de la Iglesia. En el designio divino, representa al pie de la cruz a la humanidad redimida que, necesitada de salvación, puede dar una contribución al desarrollo de la obra salvífica.

4. El Concilio tiene muy presente esta doctrina y la hace suya, subrayando la contribución de la Virgen santísima no sólo al nacimiento del Redentor, sino también a la vida de su Cuerpo místico a lo largo de los siglos y hasta el ˆsxaton: en la Iglesia, María «colaboró» y «colabora» (cf. Lumen gentium LG 53 y 63) en la obra de la salvación. Refiriéndose al misterio de la Anunciación, el Concilio declara que la Virgen de Nazaret, «abrazando la voluntad salvadora de Dios (...), se entregó totalmente a sí misma, como esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo. Con él y en dependencia de él, se puso, por la gracia de Dios todopoderoso, al servicio del misterio de la Redención» (ib., 56).

Además, el Vaticano II no sólo presenta a María como la «madre del Redentor », sino también como «compañera singularmente generosa entre todas las demás criaturas», que colabora «de manera totalmente singular a la obra del Salvador con su obediencia, fe, esperanza y ardiente amor». Recuerda, asimismo, que el fruto sublime de esa colaboración es la maternidad universal: «Por esta razón es nuestra madre en el orden de la gracia» (Lumen gentium LG 61). Por tanto, podemos dirigirnos con confianza a la Virgen santísima, implorando su ayuda, conscientes de la misión singular que Dios le confió: colaboradora de la redención, misión que cumplió durante toda su vida y, de modo particular, al pie de la cruz.

Saludos

24 En el gozo propio de este tiempo pascual, saludo con afecto a todos los peregrinos de lengua española, en particular al movimiento «Regnum Christi», al colegio Teresiano de Tortosa y a los demás grupos de España, México y Chile. Que el ejemplo de fe obediente, esperanza viva y caridad ardiente de la Virgen María nos ayude a colaborar, mediante un auténtico testimonio de vida cristiana, en la obra redentora de Cristo, único Salvador. Con este deseo, os imparto de corazón la bendición apostólica.

(A los fieles procedentes de Croacia)
Con la ayuda de Dios, el próximo sábado realizaré una visita pastoral a Sarajevo. Es una de las etapas de mi peregrinación a las Iglesias locales en el marco de la preparación para el gran jubileo del año 2000. Como Sucesor de Pedro, voy para confirmar en la fe a nuestros hermanos y hermanas de esa ciudad, en cierto sentido, convertida en un triste símbolo de las tragedias que han afectado a Europa en el siglo XX. Este viaje apostólico se convierte también en un viaje de paz en el que se testimonia la solidaridad de la Iglesia con los hombres y los pueblos que sufren.

(En italiano)
En la catequesis de hoy hemos reflexionado en la singular cooperación de María santísima en la obra de la Redención. Queridos jóvenes, poned vuestras energías al servicio del Evangelio: que vuestra vida sea un «sí» a Dios y a su designio de amor; queridos enfermos, cooperad en el plan divino de la salvación con el ofrecimiento diario de vuestro sufrimiento; y vosotros, queridos recién casados, sabed transmitir la fuerza de la redención en vuestra vida conyugal y en la misión de padres.




Miércoles 16 de abril de 1997



1. Sanctus Deus, Sanctus fortis, Sanctus inmortalis, miserere nobis. «Santo Dios, Santo fuerte, Santo inmortal, líbranos de todo mal. De la peste, del hambre y de la guerra, líbranos, Señor. De la muerte repentina, líbranos, Señor. Nosotros, pecadores, te suplicamos, escúchanos, Señor. Jesús, perdónanos. Jesús, escúchanos. Jesús, ten piedad de nosotros. Madre, suplica. Madre, implora. Madre, intercede por nosotros. Todos los santos y santas de Dios, interceded por nosotros».

Estas invocaciones, que suele rezar el pueblo cristiano, me han acompañado durante el viaje a Sarajevo, la estancia en esa ciudad y el encuentro con la comunidad cristiana que vive allí. En va rias ocasiones repetí las palabras «ciudad símbolo», pues Sarajevo es realmente símbolo de las crisis europeas. En ella se desencadenó la primera guerra mundial, el año 1914, y al final del siglo Sarajevo se ha convertido nuevamente en emblema de la dramática y absurda guerra que ha dividido entre sí a los eslavos meridionales, a las naciones de la ex Yugoslavia, causando innumerables víctimas humanas. Por esto, Sarajevo se ha transformado en la ciudad de los cementerios. Al lado del estadio, donde tuve oportunidad de presidir la celebración eucarística el domingo 13 de abril, se pueden ver varios cementerios, en los que han sido sepultadas muchas víctimas del reciente conflicto. ¿Cómo olvidar que, en los años pasados, casi cada día se nos presentaban imágenes dolorosas de madres o hijos arrodillados ante las tumbas de sus maridos, padres o novios? Precisamente por eso quise repetir con fuerza en Sarajevo lo que muchas veces había dicho Pablo VI y yo mismo he reafirmado en el mensaje al secretario general de las Naciones Unidas: «¡Nunca más la guerra! ¡Nunca más la guerra!» (L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de marzo de 1993, p. 1).

«De la peste, del hambre y de la guerra, líbranos, Señor».

2. La intención de visitar Sarajevo surgió en mi corazón hace algunos años, mientras se llevaban a cabo las operaciones bélicas en esa región. Tenía grandes deseos de ir a esa ciudad y puse todo mi empeño en poderlo lograr. Sin embargo, dado que todos los esfuerzos fueron vanos, en varias ocasiones convoqué en Roma, en Castelgandolfo y en Asís, encuentros de oración y súplica, implorando la paz para esas tierras martirizadas. Quería que esas ardientes plegarias demostraran a nuestros hermanos de Bosnia-Herzegovina, cristianos y musulmanes, croatas y serbios, que no se encontraban solos: nosotros estábamos con ellos y permaneceríamos con ellos hasta que volviera la paz a su patria. Los habitantes de Sarajevo se han acordado de todo esto y varias veces, durante mi visita, me lo han repetido. Sabían que la Iglesia, no sólo en Europa, sino también en todo el mundo, estaba con ellos; sabían que no habían sido abandonados. Y eso, ciertamente, ha constituido para ellos una ayuda moral significativa.

La perseverante solidaridad de la Iglesia se demostró también por la elevación del arzobispo de Sarajevo, el venerado hermano Vinko Puljia, a la dignidad cardenalicia, en el consistorio de 1994.

25 Durante la visita he querido reafirmar esta comunión eclesial, reuniéndome también con los demás obispos de Bosnia- Herzegovina: mons. Franjo Komarica, obispo de Banja Luka, y mons. Ratko Peria, obispo de Mostar-Duvno. Durante la guerra no cesaron las peregrinaciones de fieles a los santuarios marianos de Bosnia-Herzegovina, así como a los de otras muchas partes del mundo, y de manera especial a Loreto, para pedir a la Madre de las naciones y Reina de la paz que intercediera para que volviera la paz a esa martirizada región.

«Madre, suplica. Madre, implora. Madre, intercede por nosotros. Todos los santos y santas de Dios, interceded por nosotros».

3. Y precisamente esta incesante imploración de paz ha marcado el sentido de toda la visita, desde la tarde del sábado 12 de abril, hasta la del domingo 13. Cada etapa del programa quería subrayar un único y principal mensaje: la esperanza. Desde la llegada al aeropuerto y el encuentro en la catedral de Sarajevo con los obispos, los sacerdotes y los religiosos, hasta el momento cumbre de la visita, que fue la santa misa concelebrada con cardenales, obispos y sacerdotes de Bosnia-Herzegovina, de otros Estados surgidos de la ex Yugoslavia y de muchos países de Europa y del mundo, quise llevar a los habitantes de la ciudad y de todo el país palabras de esperanza. Después de la dolorosa experiencia de la guerra, que produjo situaciones injustas y dejó una secuela de venganzas y odio, la esperanza cobra la dimensión concreta del perdón y de la reconciliación.He exhortado al perdón y a la reconciliación a todas las comunidades étnicas y religiosas de Bosnia-Herzegovina, marcadas profundamente por el sufrimiento, y he pedido en mi oración para que sepan decirse unos a otros: «Perdonemos y pidamos perdón». El camino de la reconciliación y del diálogo es el único que lleva a una paz duradera.

En el encuentro con el clero no pude menos de mencionar los particulares méritos de la orden franciscana en la evangelización de ese país, especialmente durante el dominio de los turcos, y al mismo tiempo exhorté a todo el clero diocesano y religioso a una colaboración solidaria bajo la guía de sus obispos. En las homilías y en los discursos quise dar las gracias a los que, de diversas maneras, han sostenido y siguen sosteniendo a las atribuladas poblaciones de Bosnia-Herzegovina. Y también he hecho llamamientos a las instancias políticas, económicas y mili- tares de Europa, para que no se olviden de las necesidades urgentes de ese país, tan probado por la guerra.

Durante la santa misa en el estadio de Sarajevo, la liturgia de la Palabra del tercer domingo de Pascua nos presentó a Cristo, abogado de todos nosotros ante Dios. Sarajevo, Cristo es de modo especial tu abogado. Es vuestro abogado, naciones todas, que antes formabais la federación yugoslava. Es tu abogado, querido continente europeo: es vuestro abogado, pueblos de la tierra.

La paz, que nace de la reconciliación y del perdón, es preocupación esencial de todo creyente. Este espíritu de unidad, de perdón y de reconciliación a la luz de la fe ha conferido peculiar elocuencia a los encuentros que he celebrado con los representantes de la Iglesia ortodoxa, de la comunidad musulmana y de la judía. A sus organizaciones humanitarias —la Cáritas de la Conferencia episcopal, la Merhamet musulmana, la Dobrotvor serbo-ortodoxa y la Benevolencia judía—, particularmente beneméritas por la asistencia a las víctimas de la guerra, he querido conceder el «Premio internacional de la paz Juan XXIII».

4. Deseo, por último, agradecer a las autoridades de Bosnia-Herzegovina su invitación a visitar Sarajevo y lo que han hecho durante mi visita. Después de un tratado de paz, Bosnia-Herzegovina quedó bajo la autoridad de un triunvirato particular: la gobiernan tres presidentes, de los cuales uno es representante de la comunidad musulmana, otro de los serbios ortodoxos, mientras que el tercero representa a la comunidad católica, constituida principalmente por croatas. He tenido oportunidad de encontrarme con este triunvirato y tratar con cada uno de los presidentes las cuestiones de mayor relieve para el país en el momento actual. A todos expreso mi gratitud, por medio del presidente del triunvirato, señor Izetbegovia. Nos esmeraremos por llevar a cabo lo que se sugirió, durante las conversaciones, con respecto a la Sede apostólica, para seguir contribuyendo al bien de esta gente tan duramente probada.

«Jesús perdónanos. Jesús, escúchanos. Jesús, ten piedad de nosotros.
Madre, suplica. Madre, implora. Madre, intercede por nosotros.
Todos los santos y santas de Dios, interceded por nosotros ».

Con estas súplicas termino mi reflexión, implorando a Dios una vez más: «De la peste, del hambre y de la guerra, líbranos, Señor».

26 Demos gracias por la paz finalmente lograda y pidamos que sea duradera. Imploremos a Dios que nunca más se ceda a la peligrosa tentación de resolver las cuestiones importantes entre los hombres y entre las naciones mediante un conflicto armado. Ojalá que se realice sólo mediante el camino del diálogo y de los acuerdos.

Saludos

Saludo con afecto a todos los peregrinos de España y de América Latina. En especial al numeroso grupo de Osma-Soria que, presidido por su obispo, mons. Francisco Pérez, ha venido a Roma para celebrar el XIV centenario de su diócesis. Os aliento a proseguir vuestra vida eclesial, sintiéndoos herederos de una rica tradición y programando el futuro, especialmente con el Sínodo diocesano que ahora estáis celebrando. Que en este camino os acompañe la maternal protección de la Virgen María, tan venerada en vuestra tierra y que es la Estrella de la evangelización. Saludo también al coro de la Universidad Católica de Cuyo, peregrino a la tumba del apóstol Pedro, así como a los sacerdotes de diversas ?diócesis de España que participan en el curso de renovación promovido por el Pontificio Colegio Español. A todos os imparto de corazón la bendición apostólica.

(En italiano)
Me dirijo ahora a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. A todos os digo: sed testigos de la victoria de Cristo sobre la muerte y mensajeros de la salvación que brota de su resurrección. Sedlo vosotros, queridos jóvenes, llamados a establecer en la sociedad la auténtica cultura de la vida, en la perspectiva del tercer milenio; sedlo vosotros, queridos enfermos, que os encontráis con Cristo en la enfermedad y en el sufrimiento; y sedlo vosotros, queridos recién casados, que en el sacramento del matrimonio habéis recibido la misión de anunciar a Cristo a vuestros hijos.




Miércoles 30 de abril de 1997



1. «San Adalberto, patrono nuestro, protector de nuestra patria, ¡ruega por nosotros!». Estas palabras y la melodía con que se cantan me han acompañado durante la visita a la República Checa, con ocasión del milenario de la muerte de san Adalberto.

San Adalberto, del linaje de los príncipes de los Slavník, nació en el año 956 en Libice, en el territorio de la actual diócesis de Hradec Králové. Siendo muy joven lo nombraron obispo y fue el primer checo que ocupó la sede episcopal de Praga. Su ministerio pastoral no resultó fácil, de manera que muy pronto tuvo que abandonar la ciudad. Vino a Roma y aquí, en el Aventino, se hizo benedictino. El obispo-monje, obediente a la Sede apostólica, declaró siempre que estaba dispuesto a regresar a Praga si el Papa se lo pedía. Cuando la situación en Praga mejoró un poco, el Sucesor de Pedro le mandó que regresara a su patria. Él obedeció. Pero se trataba de una mejoría pasajera. El obispo Adalberto fue expulsado nuevamente. Entonces partió como misionero para anunciar a Cristo a los pueblos que todavía no lo conocían.

Pasó primeramente un tiempo en las llanuras de la Pannonia, territorio de la actual Hungría; luego, fue invitado por el rey Boleslao el Intrépido, y permaneció en su corte. A través de la Puerta de Moravia se dirigió hacia Gniezno, no sólo para gozar de la hospitalidad del rey, sino también para emprender una nueva tarea misionera. Esta vez la misión lo llevó hacia las costas del mar Báltico, con la perspectiva de anunciar a Cristo a la Prusia pagana. Y fue precisamente en el Báltico donde encontró la muerte mediante el martirio, como subraya bien Juan Canapario en el oficio de su memoria litúrgica. El rey Boleslao el Intrépido rescató a caro precio el cuerpo del mártir e hizo llevar las reliquias a Gniezno.

El aquel tiempo, en el medievo cristiano, las reliquias de los mártires tenían un alto valor también para la comunidad civil. Así ocurrió con san Adalberto. Gracias a sus reliquias, en el año 1000 nació en Gniezno la primera metrópoli polaca y la Polonia de los Piast entró en la familia de las naciones y de los Estados europeos. El martirio de san Adalberto se convirtió en el fundamento de la Iglesia y del Estado en las tierras de los Piast. Hoy las reliquias de este santo mártir se hallan en Gniezno y en Praga, en la catedral de los santos Vito, Wenceslao y Adalberto.

2. Era justo que, antes de responder positivamente a la invitación que me hicieron los obispos polacos de ir a Gniezno, me dirigiese a la República Checa. «San Adalberto, patrono nuestro, protector de nuestra patria, ¡ruega por nosotros! ».

27 Sin duda, la primera patria de san Adalberto es la Bohemia, y especialmente la ciudad de Libice, donde nació y donde todavía existe la sede de la familia de los príncipes Slavník. Esta primera patria de san Adalberto, su tierra natal y el lugar donde recibió el bautismo por obra de sus padres, fue, como era lógico, la primera etapa de mi visita pastoral con ocasión del milenario. Se puede decir que Polonia fue su segunda patria, la tierra donde recibió el segundo bautismo, el del martirio, por medio del cual nació a la patria celeste, hacia la que peregrinó heroicamente a lo largo de los cuarenta y un años de su existencia terrena. Fue obispo joven, y en joven edad maduró para el reino de los cielos.

Este itinerario personal, el camino de un mártir, patrono de Bohemia y de Polonia, después de mil años, tiene también para nosotros creyentes y para la humanidad entera, peregrinos de esta tierra, una gran importancia. A través del itinerario terreno de san Adalberto, a través de su martirio, podemos leer nuevamente la historia espiritual de todo el continente europeo y, de modo especial, de la Europa central. Esta es la finalidad de las celebraciones del milenario, en las que han intervenido representantes del episcopado de todas las naciones europeas, conscientes todos de la importancia que Adalberto ha tenido en la historia espiritual de Europa.

Doy las gracias de corazón, una vez más, a las autoridades del Estado y al Episcopado de la República Checa por la invitación que me dirigieron a tomar parte en las celebraciones del milenario de san Adalberto. Agradezco al señor presidente, Václav Havel, sus palabras, que han interpretado muy bien el significado de la misión del gran obispo. Doy las gracias al señor cardenal Miloslav Vlk y a todos los obispos de la República Checa por la organización de las celebraciones milenarias.

¿Cómo no recordar ahora, de modo especial, al difunto cardenal František Tomášek, cuya tumba he visitado en la catedral de Praga? Ciertamente se debe a él la iniciativa del «decenio de renovación espiritual» con vistas al milenio de la muerte de san Adalberto. Quiero asimismo dar las gracias al obispo Karel Oteená.ek, decano del Episcopado checo, que ha organizado las celebraciones en su diócesis de Hradec Králové, donde nació san Adalberto. ¡Qué oportuno ha sido que, precisamente en el lugar vinculado a la juventud del santo, se hayan dado cita para la santa misa los jóvenes, tanto de Bohemia como de Moravia, y los de los países limítrofes, representando en cierto sentido a la juventud de toda Europa.

Igualmente rico de significado fue el encuentro con los religiosos y las religiosas, junto con los enfermos, en la histórica archiabadía benedictina de Boevnov en Praga, que debe su fundación a san Adalberto. La vida consagrada, después de la larga y dura prueba de la dictadura comunista, vive ahora su primavera, como de modo elocuente ha puesto de relieve la presencia de jóvenes vocaciones junto a ancianos religiosos y religiosas. La abadía de Boevnov, y especialmente el archiabad Anastasio, muy conocido, continúan su obra siguiendo la tradición de la gran familia benedictina, rica en méritos en toda Europa no sólo por lo que respecta a la vida litúrgica y religiosa, sino también a la cultura nacional.

El domingo 27 de abril, una gran multitud de fieles se reunió para la santa misa en Praga, en el mismo lugar en el que, hace siete años, poco después de la caída del comunismo, pude celebrar por primera vez la eucaristía en tierra checa. Por la tarde se tuvo el último encuentro, la oración ecuménica común en la catedral, a la que siguió la visita a las reliquias de san Adalberto, que reposan allí, junto a las de san Wenceslao. La catedral es el gran santuario nacional de toda Bohemia. En la plegaria ecuménica tomaron parte las confesiones cristianas que viven en tierra checa. Todos, junto con el Papa, sintieron la urgencia de la unidad cristiana, de la que san Adalberto fue convencido y activo defensor. Doy gracias a Dios por este encuentro y por las palabras que pronunció el doctor Smetana, presidente del Consejo de las Iglesias de la República Checa, representante de la tradición de los Hermanos bohemios.

El presidente Václav Havel, al darme la bienvenida en el aeropuerto de Praga en el año 1990, pronunció estas palabras memorables: «No sé qué es un milagro, pero el hecho de poder recibir hoy aquí al Papa es sin duda un milagro». Hablaba de milagro en sentido moral, aludiendo a la caída del sistema totalitario comunista, que durante largo tiempo había oprimido a diversas naciones del Este europeo. Se puede decir que esta visita, vinculada al milenario de san Adalberto, ha sido como una continuación de aquel milagro moral. Por esto, con el Salmista, digo al Señor: «Te alabaré eternamente por lo que has hecho» (
Ps 52,11).

Saludos

(En eslovaco)
Durante el tiempo pascual toda la Iglesia saluda cada día a la Virgen María con las palabras: Regina caeli laetare! Verdaderamente la Madre Dolorosa tiene motivos para alegrarse, porque su Hijo crucificado ha resucitado de entre los muertos y está vivo para siempre. Y puede alegrarse también porque los millones de hombres por los que Jesús ha muerto han alcanzado la nueva vida. También vosotros habéis recibido esta vida de Jesús en el sacramento del bautismo. Rezad a la Virgen María especialmente en el mes de mayo, para que os obtenga la gracia de vivir fervorosamente vuestra vida con Cristo.

(En croata)
28 Es necesario que todo cristiano actúe y dé testimonio de acuerdo con su fe, a fin de que se produzca una nueva primavera de vida cristiana en las personas, en las familias y en la sociedad entera.

(En español)
Me complace saludar ahora a los peregrinos de lengua española presentes en Roma, de modo especial a la directiva y jugadores del club de fútbol Atlético de Madrid, a la Adoración nocturna de Victoria, así como a los diversos colegios, parroquias y grupos de España, Argentina y México. Sobre todos invoco la protección del santo obispo de Praga Adalberto, que forma parte del patrimonio espiritual común de la Iglesia universal, y os imparto de corazón la bendición apostólica.

(En italiano)
Me alegra acogeros, queridos jóvenes, enfermos y recién casados. El calendario de la piedad cristiana recuerda que mañana comienza el mes tradicionalmente vinculado a la devoción mariana. Os invito a todos a perseverar en el camino de la oración a María, descubriendo con mayor intensidad el diálogo diario con Aquella que nos ha dado al Príncipe de la vida.

Esto os ayudará, queridos jóvenes, a buscar constantemente a Cristo y a seguirlo con alegría; a vosotros, queridos enfermos, os sostendrá en el diario y constante esfuerzo de unir vuestros sufrimientos a los del Redentor del hombre; y os guiará a vosotros, queridos recién casados, a edificar vuestro amor en la fidelidad a Dios y en el generoso servicio a la vida.




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