Audiencias 1997 28

Mayo de 1997


Miércoles 7 de mayo de 1997

«He ahí a tu madre»

1. Jesús, después de haber confiado el discípulo Juan a María con las palabras: «Mujer, he ahí a tu hijo», desde lo alto de la cruz se dirige al discípulo amado, diciéndole: «He ahí a tu madre» (Jn 19,26-27). Con esta expresión, revela a María la cumbre de su maternidad: en cuanto madre del Salvador, también es la madre de los redimidos, de todos los miembros del Cuerpo místico de su Hijo.

La Virgen acoge en silencio la elevación a este grado máximo de su maternidad de gracia, habiendo dado ya una respuesta de fe con su «sí» en la Anunciación.

29 Jesús no sólo recomienda a Juan que cuide con particular amor de María; también se la confía, para que la reconozca como su propia madre.

Durante la última cena, «el discípulo a quien Jesús amaba» escuchó el mandamiento del Maestro: «Que os améis los unos a los otros como yo os he amado » (
Jn 15,12) y, recostando su cabeza en el pecho del Señor, recibió de él un signo singular de amor. Esas experiencias lo prepararon para percibir mejor en las palabras de Jesús la invitación a acoger a la mujer que le fue dada como madre y a amarla como él con afecto filial.

Ojalá que todos descubran en las palabras de Jesús: «He ahí a tu madre», la invitación a aceptar a María como madre, respondiendo como verdaderos hijos a su amor materno.

2. A la luz de esta consigna al discípulo amado, se puede comprender el sentido auténtico del culto mariano en la comunidad eclesial, pues ese culto sitúa a los cristianos en la relación filial de Jesús con su Madre, permitiéndoles crecer en la intimidad con ambos.

El culto que la Iglesia rinde a la Virgen no es sólo fruto de una iniciativa espontánea de los creyentes ante el valor excepcional de su persona y la importancia de su papel en la obra de la salvación; se funda en la voluntad de Cristo.

Las palabras: «He ahí a tu madre» expresan la intención de Jesús de suscitar en sus discípulos una actitud de amor y confianza en María, impulsándolos a reconocer en ella a su madre, la madre de todo creyente.

En la escuela de la Virgen, los discípulos aprenden, como Juan, a conocer profundamente al Señor y a entablar una íntima y perseverante relación de amor con él. Descubren, además, la alegría de confiar en el amor materno de María, viviendo como hijos afectuosos y dóciles.

La historia de la piedad cristiana enseña que María es el camino que lleva a Cristo y que la devoción filial dirigida a ella no quita nada a la intimidad con Jesús; por el contrario, la acrecienta y la lleva a altísimos niveles de perfección.

Los innumerables santuarios marianos esparcidos por el mundo testimonian las maravillas que realiza la gracia por intercesión de María, Madre del Señor y Madre nuestra.

Al recurrir a ella, atraídos por su ternura, también los hombres y las mujeres de nuestro tiempo encuentran a Jesús, Salvador y Señor de su vida.

Sobre todo los pobres, probados en lo más íntimo, en los afectos y en los bienes, encontrando refugio y paz en la Madre de Dios, descubren que la verdadera riqueza consiste para todos en la gracia de la conversión y del seguimiento de Cristo.

30 3. El texto evangélico, siguiendo el original griego, prosigue: «Y desde aquella hora el discípulo la acogió entre sus bienes» (Jn 19,27), subrayando así la adhesión pronta y generosa de Juan a las palabras de Jesús, e informándonos sobre la actitud que mantuvo durante toda su vida como fiel custodio e hijo dócil de la Virgen.

La hora de la acogida es la del cumplimiento de la obra de salvación. Precisamente en ese contexto, comienza la maternidad espiritual de María y la primera manifestación del nuevo vínculo entre ella y los discípulos del Señor.

Juan acogió a María «entre sus bienes ». Esta expresión, más bien genérica, pone de manifiesto su iniciativa, llena de respeto y amor, no sólo de acoger a María en su casa, sino sobre todo de vivir la vida espiritual en comunión con ella.

En efecto, la expresión griega, traducida al pie de la letra «entre sus bienes», no se refiere a los bienes materiales, dado que Juan —como observa san Agustín (In Ioan. Evang. tract., 119, 3)— «no poseía nada propio», sino a los bienes espirituales o dones recibidos de Cristo: la gracia (Jn 1,16), la Palabra (Jn 12,48 Jn 17,8), el Espíritu (Jn 7,39 Jn 14,17), la Eucaristía (Jn 6,32-58)... Entre estos dones, que recibió por el hecho de ser amado por Jesús, el discípulo acoge a María como madre, entablando con ella una profunda comunión de vida (cf. Redemptoris Mater RMA 45, nota 130).

Ojalá que todo cristiano, a ejemplo del discípulo amado, «acoja a María en su casa» y le deje espacio en su vida diaria, reconociendo su misión providencial en el camino de la salvación.

Saludos

Deseo saludar ahora cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular al señor cardenal Juan Sandoval Íñiguez, arzobispo de Guadalajara, con sus condiscípulos sacerdotes venidos a Roma para celebrar el cuarenta aniversario de ordenación. También a los componentes del segundo curso de la Escuela de Estado Mayor del Ejército español, que han querido peregrinar hasta la tumba de Pedro en su viaje de fin de curso. A todas las personas y grupos venidos de España y América Latina os deseo que descubráis en las palabras de Jesús la invitación a aceptar a María como madre, correspondiendo como verdaderos hijos a su materno amor. Con afecto os imparto la bendición apostólica.

(A los fieles belgas y holandeses)
La Iglesia celebra mañana la solemnidad de la Ascensión del Señor. Pedid los próximos días especialmente el don del Espíritu Santo, a fin de que recibáis la fuerza para testimoniar el amor de Cristo a los hombres.

(A los lituanos)
Al comienzo del mes de mayo, dedicado a la devoción mariana, os encomiendo a todos vosotros y a vuestra patria a la Virgen María, la esperanza de la Iglesia y de la humanidad. Que su Corazón Inmaculado os guíe siempre en la búsqueda constante de la verdad y de la paz auténtica.

31 (A los peregrinos procedentes de Praga)
Ayer habéis celebrado la fiesta de san Jan Sarkander. Este sacerdote supo vivir el misterio pascual: el Salvador fue para él fuerza también en el martirio. Del mismo modo sacad fuerza de la cruz de Cristo y de su resurrección.

(A los eslovacos)
Mañana se celebra la solemnidad de la Ascensión del Señor. El Hijo eterno de Dios, que vivió treinta y tres años en la tierra para ser nuestro maestro y redentor, subió al cielo para prepararnos un lugar. Queridos hermanos y hermanas, cuando en la peregrinación que estáis realizando habéis llegado a la meta, Roma, os habéis llenado de alegría. Toda vuestra vida debe ser una peregrinación hacia la patria eterna, el cielo. Allí os espera la alegría eterna. Que os acompañe hacia esa meta la protección materna de la Virgen María y mi bendición apostólica.

(A los peregrinos de Vodice, localidad cercana a Liubliana)
Vuestra visita de acción de gracias a la ciudad eterna os colme de abundantes gracias humanas y espirituales, de forma que podáis testimoniar la alegría pascual con las obras.

(A los fieles croatas)
Este período que nos separa del jubileo debe reforzar en todo cristiano y en cada una de las comunidades cristianas la conciencia de que Cristo, redentor del mundo, es el único mediador entre Dios y los hombres, y no hay otro nombre bajo el cielo en el que podamos alcanzar la salvación (cf.
Ac 4,12), y que él ha revelado el designio de Dios respecto a toda la creación y, en particular, respecto al hombre y su altísima vocación.

(En italiano)
Dirijo, ahora, un saludo especial a los jóvenes, a los enfermos, y a los recién casados.

A los jóvenes les deseo que conserven siempre el entusiasmo y la alegría de vivir mirando a Cristo, a quien la liturgia de mañana nos presenta mientras asciende al cielo.

32 A los enfermos les recomiendo que no se desanimen y que tengan la certeza de que el Señor está cerca de ellos y que sus sufrimientos son preciosos a sus ojos.

A los recién casados les invito a progresar siempre con confianza, esforzándose por crecer en el amor y cultivando un intenso espíritu de oración y una activa participación en la vida de la comunidad cristiana. A todos mi bendición.
* * *

Llamamiento de Su Santidad a los responsables

de los gobiernos sobre las armas químicas


Desde finales del mes pasado, está en vigor la Convención sobre la prohibición de las armas químicas, que representan un inmenso peligro para todo el mundo.

Al mismo tiempo que me congratulo por los esfuerzos constantes que han permitido alcanzar esta meta, hago un llamamiento a los responsables gubernativos a fin de que trabajen sin dilación para poner en práctica cuanto está previsto en dicha convención.

Toda la humanidad está esperando esa actitud, para poder mirar al futuro con más serenidad.





Miércoles 14 de mayo de 1997



1. Mi visita al Líbano, tan esperada, se realizó finalmente los días 10 y 11 de mayo, durante el período en que la Iglesia, después de la Ascensión del Señor al cielo, se prepara para la solemnidad de Pentecostés. Revive la que fue como la primera gran novena de la comunidad cristiana al Espíritu Santo. En efecto, Jesús, antes de subir al cielo, ordenó a los Apóstoles que volvieran a Jerusalén y esperaran la venida del Espíritu Santo: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra» (Ac 1,8). Los Apóstoles, obedeciendo la orden del Señor, volvieron a Jerusalén y, como escriben los Hechos de los Apóstoles, «perseveraban en la oración, con un mismo espíritu, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos» (Ac 1,14). Permanecieron reunidos en el mismo cenáculo donde había sido instituida la Eucaristía; donde, después de la resurrección, Cristo se les había aparecido, mostrándoles las heridas, signos de su pasión, y donde había soplado sobre ellos, diciéndoles: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Jn 20,22-23). El cenáculo, testigo de la institución de la Eucaristía y del sacramento de la reconciliación, es el lugar adonde la Iglesia vuelve espiritualmente, invitada por la liturgia de estos días después de la Ascensión al cielo. Y ¡cómo no dar gracias a Dios porque, precisamente durante este período, pude realizar mi visita a la nación libanesa, que anhelaba desde hacía mucho tiempo!

2. La causa inmediata de esa visita fue la solemne conclusión del Sínodo de los obispos para el Líbano, cuyos trabajos se realizaron en Roma en noviembre y diciembre de 1995. Los frutos de esa asamblea se han recogido en una exhortación postsinodal, documento que tuve la alegría de firmar durante mi peregrinación al Líbano. Esto sucedió en una circunstancia muy significativa, es decir, durante mi encuentro con los jóvenes, la tarde del sábado 10 de mayo. En presencia de los jóvenes, firmé el documento que constituye la charta magna de la Iglesia que está en el Líbano. El hecho de que lo haya firmado precisamente en esa ocasión tiene un significado particular. La presencia de los jóvenes nos hace pensar siempre en el futuro. Al entregarles el documento postsinodal precisamente a ellos, deseaba poner de relieve el hecho de que la realización de las tareas indicadas por el Sínodo de los obispos dependerá, en gran medida, de la juventud libanesa. El futuro de la Iglesia y de la nación libanesa depende de los jóvenes. Los jóvenes son quienes deben cruzar el umbral del tercer milenio e introducir su patria y la Iglesia en esa nueva época de fe.

33 3. El Líbano es un país bíblico, con un pasado que abarca algunos milenios. Su símbolo es el cedro, que hace referencia a los cedros que el rey Salomón llevó a Jerusalén para la construcción del templo. El Líbano es una tierra que pisaron los pies de Jesús de Nazaret. El Evangelio habla de la estancia de Cristo en la región de Tiro y Sidón, y dentro de los confines de la llamada Decápolis. Cristo enseñó y realizó allí muchos milagros. Es memorable, entre todos, el de la curación de la hija de la cananea, cuando Jesús, admirando la profunda fe de la madre, escuchó su súplica (cf. Mt 15,21-28). Los libaneses son muy conscientes del hecho de que sus antepasados escucharon la buena nueva de labios de Cristo mismo.

Además, a lo largo de los siglos, el Evangelio se anunció de diversos modos. A este respecto, fue decisiva la misión del santo monje Marón, de quien deriva el nombre de la Iglesia maronita, la Iglesia oriental más estrechamente unida a la tradición cristiana del Líbano. Sin embargo, los maronitas no son la única comunidad. En el Líbano, y particularmente en su capital Beirut, residen también los fieles de otras Iglesias patriarcales católicas: los greco-melquitas, los armenio-católicos, los siro-católicos, los caldeos y los latinos. Esto enriquece la vida cristiana en ese país. En cierto sentido, la vocación del Líbano es precisamente esta apertura universal y, dado que en él están presentes algunas Iglesias ortodoxas, su vocación es el ecumenismo. Habiendo tenido en el pasado la ocasión de encontrarme en Roma con los representantes de esas Iglesias y comunidades cristianas, mi visita a Beirut ha servido para renovar estos vínculos de conocimiento y amistad recíprocos.

Esto se notó especialmente durante la solemne celebración eucarística del domingo 11 de mayo, que reunió espiritualmente a todo el Líbano y a la Iglesia entera de ese país. Se dice que participaron no sólo los cristianos católicos y ortodoxos, sino también muchos musulmanes. En efecto, el Líbano es, al mismo tiempo, patria de las diversas expresiones de la comunidad musulmana: sunnitas, chiitas y drusos. Todos saben que los musulmanes libaneses viven, desde hace siglos, en profunda armonía con los cristianos, y durante mi visita se subrayó mucho la necesidad de dicha convivencia para conservar la identidad nacional y cultural de la nación libanesa.

4. Mi peregrinación también tuvo como objetivo apoyar el esfuerzo de esa «convivencia», orando al mismo tiempo por la paz. Durante estos últimos años, el Líbano fue escenario de una terrible guerra, cuyo mecanismo sería difícil de explicar: una guerra entre hermanos libaneses, en la que fueron decisivas fuerzas e influencias externas. El hecho de que finalmente la guerra haya terminado y haya comenzado el tiempo de la reconciliación y la reconstrucción es muy importante, no sólo por lo que atañe al Líbano, sino también en la perspectiva más general de la situación de Oriente Medio.

El Líbano es un país pequeño, situado en el corazón de Oriente Medio. Durante mi peregrinación, como he hecho muchas veces en los últimos años, me dirigí a la región entera así como a todos los países de la comunidad internacional, para que contribuyan a garantizar la paz en ese país, que tanto ha sufrido ya. En cierto sentido, la paz es la misión fundamental del Líbano. Para cumplir esta misión, que brota de su misma complejidad cultural y religiosa, el país tiene derecho a ser apoyado por quienes pueden influir en la paz dentro de su territorio. Sólo con estas condiciones el Líbano puede ser él mismo, o sea, un país donde las diversas comunidades culturales y religiosas coexistan y convivan, respetando recíprocamente su identidad.

El espíritu del Líbano es ajeno a cualquier tipo de integrismo. Y precisamente esto es lo que lo diferencia de otros países, donde la vida social y política está muy condicionada por los extremismos, que a menudo injustificadamente hacen referencia a la religión. El Líbano es una sociedad abierta. Espero que sus ciudadanos, y también los países vecinos, sigan colaborando en favor de esa apertura, pues sólo de ese modo el Líbano puede cumplir su misión, dentro de sus fronteras y también en la gran familia de las naciones y de las sociedades del Oriente Medio. Pongo estos votos en las manos del presidente de la República, en las de todas las autoridades y, a la vez, en las manos de las Iglesias que están en el Líbano, así como en las de las diversas comunidades de religión islámica, dando gracias a todos los que colaboraron en el éxito de mi visita apostólica por la gran hospitalidad que recibí.

Saludos

Saludo con afecto a los visitantes de lengua española. En particular al conjunto musical chileno «Calenda Maia», así como a los grupos venidos de España, Honduras y Perú. Invito a todos a prepararos dignamente para la venida del Espíritu Santo. Con estos vivos deseos, os imparto de corazón la bendición apostólica.

(A los fieles ortodoxos de la parroquia de Santa Sofía de Bulgaria)
Os doy las gracias por vuestra presencia y deseo de corazón que esta peregrinación os sirva de estímulo para que cada vez deis un testimonio más generoso del Evangelio en vuestra patria.

(A los fieles procedentes de Bohemia meridional y de la parroquia de Zubøí y Byteè)
34 Esta semana —el 16 de mayo— celebráis la fiesta de san Juan Nepomuceno, mártir del secreto sacramental. Que su admirable ejemplo de fidelidad a Dios impulse la magnanimidad en todos vuestros pastores y fieles, a fin de que sepan actuar siempre prontamente según la exhortación del apóstol Pedro: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (cf. Ac 5,29).

(A los peregrinos de diversas partes de Eslovaquia)
Apreciad la santa confesión —el sacramento de la reconciliación— porque es el don pascual del Señor Jesús, y acercaos a ella con corazón humilde y agradecido. Rezad por los sacerdotes, a fin de que administren siempre este sacramento de la Divina misericordia con fe y abnegación. Con la esperanza de que lo hagáis así, os imparto la bendición apostólica a vosotros y a todos los sacerdotes-confesores en Eslovaquia.

(En croata)
La preparación al gran jubileo estimula a los bautizados a profundizar la vocación del hombre, revelada por Dios en Cristo, que naciendo de María virgen se hizo realmente en todo semejante a nosotros excepto en el pecado (cf. He 4,15). Doy la bienvenida a los peregrinos croatas y les imparto la bendición apostólica.

(En italiano)
Dirijo también un cordial saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados, aquí presentes.

En estos días que preceden a la solemnidad de Pentecostés, la comunidad cristiana invoca con mayor intensidad al Espíritu Santo, don del Señor resucitado.

Queridos jóvenes, sed siempre dóciles a la acción del Espíritu Santo para convertiros en testigos del Evangelio dondequiera que el Señor os llame. Queridos enfermos, que la presencia del Consolador os dé consuelo y alivio en el sufrimiento y en la prueba. Y vosotros, queridos recién casados, pedid al Espíritu divino que transforme cada vez más vuestra familia en una «iglesia doméstica» y en un lugar de auténtico crecimiento humano y espiritual.




Miércoles 21 de mayo de 1997

María y la resurrección de Cristo

35 1. Después de que Jesús es colocado en el sepulcro, María «es la única que mantiene viva la llama de la fe, preparándose para acoger el anuncio gozoso y sorprendente de la Resurrección» (Catequesis durante la audiencia general del 3 de abril de 1996, n. 2: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 5 de abril de 1996, p. 3). La espera que vive la Madre del Señor el Sábado santo constituye uno de los momentos más altos de su fe: en la oscuridad que envuelve el universo, ella confía plenamente en el Dios de la vida y, recordando las palabras de su Hijo, espera la realización plena de las promesas divinas.

Los evangelios refieren varias apariciones del Resucitado, pero no hablan del encuentro de Jesús con su madre. Este silencio no debe llevarnos a concluir que, después de su resurrección, Cristo no se apareció a María; al contrario, nos invita a tratar de descubrir los motivos por los cuales los evangelistas no lo refieren.

Suponiendo que se trata de una «omisión», se podría atribuir al hecho de que todo lo que es necesario para nuestro conocimiento salvífico se encomendó a la palabra de «testigos escogidos por Dios» (
Ac 10,41), es decir, a los Apóstoles, los cuales «con gran poder» (Ac 4,33) dieron testimonio de la resurrección del Señor Jesús. Antes que a ellos, el Resucitado se apareció a algunas mujeres fieles, por su función eclesial: «Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán» (Mt 28,10).

Si los autores del Nuevo Testamento no hablan del encuentro de Jesús resucitado con su madre, tal vez se debe atribuir al hecho de que los que negaban la resurrección del Señor podrían haber considerado ese testimonio demasiado interesado y, por consiguiente, no digno de fe.

2. Los evangelios, además, refieren sólo unas cuantas apariciones de Jesús resucitado, y ciertamente no pretenden hacer una crónica completa de todo lo que sucedió durante los cuarenta días después de la Pascua. San Pablo recuerda una aparición «a más de quinientos hermanos a la vez» (1Co 15,6). ¿Cómo justificar que un hecho conocido por muchos no sea referido por los evangelistas, a pesar de su carácter excepcional? Es signo evidente de que otras apariciones del Resucitado, aun siendo consideradas hechos reales y notorios, no quedaron recogidas.

¿Cómo podría la Virgen, presente en la primera comunidad de los discípulos (cf. Ac 1,14), haber sido excluida del número de los que se encontraron con su divino Hijo resucitado de entre los muertos?

3. Más aún, es legítimo pensar que verosímilmente Jesús resucitado se apareció a su madre en primer lugar. La ausencia de María del grupo de las mujeres que al alba se dirigieron al sepulcro (cf. Mc 16,1 Mt 28,1), ¿no podría constituir un indicio del hecho de que ella ya se había encontrado con Jesús? Esta deducción quedaría confirmada también por el dato de que las primeras testigos de la resurrección, por voluntad de Jesús, fueron las mujeres, las cuales permanecieron fieles al pie de la cruz y, por tanto, más firmes en la fe.

En efecto, a una de ellas, María Magdalena, el Resucitado le encomienda el mensaje que debía transmitir a los Apóstoles (cf. Jn 20,17-18). Tal vez, también este dato permite pensar que Jesús se apareció primero a su madre, pues ella fue la más fiel y en la prueba conservó íntegra su fe.

Por último, el carácter único y especial de la presencia de la Virgen en el Calvario y su perfecta unión con su Hijo en el sufrimiento de la cruz, parecen postular su participación particularísima en el misterio de la Resurrección.

Un autor del siglo V, Sedulio, sostiene que Cristo se manifestó en el esplendor de la vida resucitada ante todo a su madre. En efecto, ella, que en la Anunciación fue el camino de su ingreso en el mundo, estaba llamada a difundir la maravillosa noticia de la resurrección, para anunciar su gloriosa venida. Así inundada por la gloria del Resucitado, ella anticipa el «resplandor» de la Iglesia (cf. Sedulio, Carmen pascale, 5, 357-364: CSEL 10, 140 s).

4. Por ser imagen y modelo de la Iglesia, que espera al Resucitado y que en el grupo de los discípulos se encuentra con él durante las apariciones pascuales, parece razonable pensar que María mantuvo un contacto personal con su Hijo resucitado, para gozar también ella de la plenitud de la alegría pascual.

36 La Virgen santísima, presente en el Calvario durante el Viernes santo (cf. Jn 19,25) y en el cenáculo en Pentecostés (cf. Ac 1,14), fue probablemente testigo privilegiada también de la resurrección de Cristo, completando así su participación en todos los momentos esenciales del misterio pascual. María, al acoger a Cristo resucitado, es también signo y anticipación de la humanidad, que espera lograr su plena realización mediante la resurrección de los muertos.

En el tiempo pascual la comunidad cristiana, dirigiéndose a la Madre del Señor, la invita a alegrarse: «Regina caeli, laetare. Alleluia». «¡Reina del cielo, alégrate. Aleluya!». Así recuerda el gozo de María por la resurrección de Jesús, prolongando en el tiempo el «¡Alégrate!» que le dirigió el ángel en la Anunciación, para que se convirtiera en «causa de alegría» para la humanidad entera.

Saludos

Con gozo saludo ahora a los peregrinos españoles y latinoamericanos presentes en esta plaza de San Pedro. En especial, a los fieles de las diócesis argentinas de La Rioja y de San Nicolás de los Arroyos, acompañados por sus obispos, mons. Fabriciano Sigampa y mons. Mario Maulión; así como a los jóvenes de la parroquia de Belén de Santafé de Bogotá. Al recordar hoy en esta catequesis la alegría de María por la resurrección de su Hijo, os encomiendo a su protección maternal y os bendigo a todos de corazón.

(A los enfermos y a los socios del voluntariado Petýrkov de Praga)
En Pentecostés, los Apóstoles recibieron el don del Espíritu de Dios, para poder dar testimonio de Cristo públicamente y con valor. El mismo Espíritu recibe todo cristiano en el sacramento de la confirmación, con el que culmina la obra iniciada en el bautismo (cf. Ac 2,28 Ac 8,17). ¡Que el Espíritu Santo halle siempre en vuestros corazones una digna morada!

(A los peregrinos eslovenos)
En el aniversario de mi visita a vuestra patria, os deseo con el poeta: “Conservad la fe de vuestros padres, permaneced fieles al Santo Padre, a la Iglesia, a Cristo hasta el último día”.

(En italiano)
Dirijo, finalmente, un cordial saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados aquí presentes. Gracias por haber venido.

Queridísimos jóvenes, abrid vuestro corazón a la palabra de Dios, que os sugiere el camino por el que orientar vuestra vida: ésta adquirirá entonces todo su sentido y será verdaderamente digna de ser vivida.

37 Queridísimos enfermos, buscad al Señor en medio de los sufrimientos diarios. En este terreno áspero podéis adquirir una experiencia especial del Señor, que ha venido a llevar con nosotros el peso de la cruz que salva.

Y vosotros, recién casados, no olvidéis la importancia de escuchar la palabra de Dios, contenida en la sagrada Escritura. En ella os habla el Amor infinito, del que deriva todo amor.

Miércoles 23 de abril de 1997

«Mujer, he ahí a tu hijo»

1. Después de recordar la presencia de María y de las demás mujeres al pie de la cruz del Señor, san Juan refiere: «Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: "Mujer, he ahí a tu hijo". Luego dice al discípulo: "He ahí a tu madre"» (Jn 19,26-27).

Estas palabras, particularmente conmovedoras, constituyen una «escena de revelación»: revelan los profundos sentimientos de Cristo en su agonía y entrañan una gran riqueza de significados para la fe y la espiritualidad cristiana. En efecto, el Mesías crucificado, al final de su vida terrena, dirigiéndose a su madre y al discípulo a quien amaba, establece relaciones nuevas de amor entre María y los cristianos.

Esas palabras, interpretadas a veces únicamente como manifestación de la piedad filial de Jesús hacia su madre, encomendada para el futuro al discípulo predilecto, van mucho más allá de la necesidad contingente de resolver un problema familiar. En efecto, la consideración atenta del texto, confirmada por la interpretación de muchos Padres y por el común sentir eclesial, con esa doble entrega de Jesús, nos sitúa ante uno de los hechos más importantes para comprender el papel de la Virgen en la economía de la salvación.

Las palabras de Jesús agonizante, en realidad, revelan que su principal intención no es confiar su madre a Juan, sino entregar el discípulo a María, asignándole una nueva misión materna. Además, el apelativo «mujer», que Jesús usa también en las bodas de Caná para llevar a María a una nueva dimensión de su misión de Madre, muestra que las palabras del Salvador no son fruto de un simple sentimiento de afecto filial, sino que quieren situarse en un plano más elevado.

2. La muerte de Jesús, a pesar de causar el máximo sufrimiento en María, no cambia de por sí sus condiciones habituales de vida. En efecto, al salir de Nazaret para comenzar su vida pública, Jesús ya había dejado sola a su madre. Además, la presencia al pie de la cruz de su pariente María de Cleofás permite suponer que la Virgen mantenía buenas relaciones con su familia y sus parientes, entre los cuales podía haber encontrado acogida después de la muerte de su Hijo.

Las palabras de Jesús, por el contrario, asumen su significado más auténtico en el marco de la misión salvífica. Pronunciadas en el momento del sacrificio redentor, esa circunstancia les confiere su valor más alto. En efecto, el evangelista, después de las expresiones de Jesús a su madre, añade un inciso significativo: «sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido» (Jn 19,28), como si quisiera subrayar que había culminado su sacrificio al encomendar su madre a Juan y, en él, a todos los hombres, de los que ella se convierte en Madre en la obra de la salvación.

3. La realidad que producen las palabras de Jesús, es decir, la maternidad de María con respecto al discípulo, constituye un nuevo signo del gran amor que impulsó a Jesús a dar su vida por todos los hombres. En el Calvario ese amor se manifiesta al entregar una madre, la suya, que así se convierte también en madre nuestra.

38 Es preciso recordar que, según la tradición, de hecho, la Virgen reconoció a Juan como hijo suyo; pero ese privilegio fue interpretado por el pueblo cristiano, ya desde el inicio, como signo de una generación espiritual referida a la humanidad entera.

La maternidad universal de María, la «Mujer» de las bodas de Caná y del Calvario, recuerda a Eva, «madre de todos los vivientes» (
Gn 3,20). Sin embargo, mientras ésta había contribuido al ingreso del pecado en el mundo, la nueva Eva, María, coopera en el acontecimiento salvífico de la Redención. Así en la Virgen, la figura de la «mujer» queda rehabilitada y la maternidad asume la tarea de difundir entre los hombres la vida nueva en Cristo.

Con miras a esa misión, a la Madre se le pide el sacrificio, para ella muy doloroso, de aceptar la muerte de su Unigénito. Las palabras de Jesús: «Mujer, he ahí a tu hijo», permiten a María intuir la nueva relación materna que prolongaría y ampliaría la anterior. Su «sí» a ese proyecto constituye, por consiguiente, una aceptación del sacrificio de Cristo, que ella generosamente acoge, adhiriéndose a la voluntad divina. Aunque en el designio de Dios la maternidad de María estaba destinada desde el inicio a extenderse a toda la humanidad, sólo en el Calvario, en virtud del sacrificio de Cristo, se manifiesta en su dimensión universal.

Las palabras de Jesús: «He ahí a tu hijo», realizan lo que expresan, constituyendo a María madre de Juan y de todos los discípulos destinados a recibir el don de la gracia divina.

4. Jesús en la cruz no proclamó formalmente la maternidad universal de María, pero instauró una relación materna concreta entre ella y el discípulo predilecto. En esta opción del Señor se puede descubrir la preocupación de que esa maternidad no sea interpretada en sentido vago, sino que indique la intensa y personal relación de María con cada uno de los cristianos.

Ojalá que cada uno de nosotros, precisamente por esta maternidad universal concreta de María, reconozca plenamente en ella a su madre, encomendándose con confianza a su amor materno.

Llamamiento en favor de la paz en Zaire y del regreso de los refugiados ruandeses

Nuevamente dirijo mi afectuoso y, a la vez, doloroso pensamiento a Zaire y a toda su población, que sigue sufriendo también en este tiempo de Pascua, que debería ser tiempo de alegría.

Pido insistentemente a todas las partes implicadas en el conflicto que acepten un diálogo leal y unas verdaderas negociaciones, sumándose a los esfuerzos de la comunidad internacional, para que se llegue cuanto antes al cese de las hostilidades y se reanude el camino hacia una auténtica democracia. Sólo así se ahorrarán a tantos inocentes ulteriores y más graves sufrimientos.

Deseo llamar la atención de todos hacia la tragedia de los refugiados ruandeses, que no parece tener fin. Suplico que se les asegure la ayuda que necesitan. Pido que se les facilite su regreso a la patria, con dignidad, seguridad y justicia, sin poner obstáculos o barreras a los planes elaborados con ese fin.

A Cristo resucitado, vencedor del odio y de la muerte, elevamos nuestra unánime oración, para que la paz, que él quiere regalar como don pascual a Zaire y a la humanidad entera, encuentre acogida en corazones renovados y reconciliados
* * *


Saludos

39 (A los peregrinos checos de la parroquia de Úpice)
Si Dios quiere, dentro de pocos días iré a vuestra querida patria para celebrar el milenio del martirio de san Adalberto, primer obispo bohemio en la sede de Praga. Que la preciosa herencia de este santo encienda en vosotros el deseo de verdad y de servicio a Dios con corazón indiviso. ¡Nos veremos en la República Checa!.

(A los peregrinos eslovacos)
«Hoy se celebra en Eslovaquia la memoria de san Adalberto, que murió mártir hace mil años. De esta forma demostró su gran amor a Cristo y difundió este amor en varias naciones de Europa. En Eslovaquia sigue todavía viva su presencia, también gracias a la actividad de la Asociación de san Adalberto. Convenceos de que la cultura inspirada en el evangelio de Cristo enriquece a la nación con verdaderos valores. Interesaos por la cultura cristiana, a fin de que vuestra nación sea una parte sana de la Europa cristiana.

(En español)
Deseo saludar ahora cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular al grupo de la Policía nacional de España, así como a las Asociaciones valencianas de jubilados y pensionistas del reino de Valencia y del Banco Central Hispano. Saludo también al grupo de delegados de «Telecom» provenientes de diversos países de América. A todas las personas y grupos venidos de España y América Latina os imparto con afecto la bendición apostólica.

(En italiano)
A vosotros, queridísimos jóvenes, enfermos y recién casados, va mi especial recuerdo con profundo afecto.

Como sabéis, al final de esta semana me dirigiré a la República Checa para recordar el milenio del martirio de san Adalberto obispo, cuya memoria litúrgica se celebra hoy. El ejemplo de este heroico predicador del Evangelio y fundador de comunidades cristianas sea para vosotros, queridos jóvenes, modelo de generoso testimonio cristiano; para vosotros, queridos enfermos, apoyo en el ofrecimiento diario de vuestro sufrimiento; y para vosotros, queridos recién casados, ayuda y sostén en la santificación de vuestro amor conyugal.

A todos imparto mi bendición.




Audiencias 1997 28