Audiencias 1997 39

Miércoles 28 de mayo de 1997

María y el don del Espíritu

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1. Recorriendo el itinerario de la vida de la Virgen María, el concilio Vaticano II recuerda su presencia en la comunidad que espera Pentecostés: «Dios no quiso manifestar solemnemente el misterio de la salvación humana antes de enviar el Espíritu prometido por Cristo. Por eso vemos a los Apóstoles, antes del día de Pentecostés, "perseverar en la oración unidos, junto con algunas mujeres, con María, la Madre de Jesús, y sus parientes" (
Ac 1,14). María pedía con sus oraciones el don del Espíritu, que en la Anunciación la había cubierto con su sombra» (Lumen gentium LG 59).

La primera comunidad constituye el preludio del nacimiento de la Iglesia; la presencia de la Virgen contribuye a delinear su rostro definitivo, fruto del don de Pentecostés.

2. En la atmósfera de espera que reinaba en el cenáculo después de la Ascensión, ¿cuál era la posición de María con respecto a la venida del Espíritu Santo?

El Concilio subraya expresamente su presencia, en oración, con vistas a la efusión del Paráclito: María implora «con sus oraciones el don del Espíritu». Esta afirmación resulta muy significativa, pues en la Anunciación el Espíritu Santo ya había venido sobre ella, cubriéndola con su sombra y dando origen a la encarnación del Verbo.

Al haber hecho ya una experiencia totalmente singular sobre la eficacia de ese don, la Virgen santísima estaba en condiciones de poderlo apreciar más que cualquier otra persona. En efecto, a la intervención misteriosa del Espíritu debía ella su maternidad, que la convirtió en puerta de ingreso del Salvador en el mundo.

A diferencia de los que se hallaban presentes en el cenáculo en trepidante espera, ella, plenamente consciente de la importancia de la promesa de su Hijo a los discípulos (cf. Jn 14,16), ayudaba a la comunidad a prepararse adecuadamente a la venida del Paráclito.

Por ello, su singular experiencia, a la vez que la impulsaba a desear ardientemente la venida del Espíritu, la comprometía también a preparar la mente y el corazón de los que estaban a su lado.

3. Durante esa oración en el cenáculo, en actitud de profunda comunión con los Apóstoles, con algunas mujeres y con los hermanos de Jesús, la Madre del Señor invoca el don del Espíritu para sí misma y para la comunidad.

Era oportuno que la primera efusión del Espíritu sobre ella, que tuvo lugar con miras a su maternidad divina, fuera renovada y reforzada. En efecto, al pie de la cruz, María fue revestida con una nueva maternidad, con respecto a los discípulos de Jesús. Precisamente esta misión exigía un renovado don del Espíritu. Por consiguiente, la Virgen lo deseaba con vistas a la fecundidad de su maternidad espiritual.

Mientras en el momento de la Encarnación el Espíritu Santo había descendido sobre ella, como persona llamada a participar dignamente en el gran misterio, ahora todo se realiza en función de la Iglesia, de la que María está llamada a ser ejemplo, modelo y madre.

41 En la Iglesia y para la Iglesia, ella, recordando la promesa de Jesús, espera Pentecostés e implora para todos abundantes dones, según la personalidad y la misión de cada uno.

4. En la comunidad cristiana la oración de María reviste un significado peculiar: favorece la venida del Espíritu, solicitando su acción en el corazón de los discípulos y en el mundo. De la misma manera que, en la Encarnación, el Espíritu había formado en su seno virginal el cuerpo físico de Cristo, así ahora, en el cenáculo, el mismo Espíritu viene para animar su Cuerpo místico.

Por tanto, Pentecostés es fruto también de la incesante oración de la Virgen, que el Paráclito acoge con favor singular, porque es expresión del amor materno de ella hacia los discípulos del Señor.

Contemplando la poderosa intercesión de María que espera al Espíritu Santo, los cristianos de todos los tiempos, en su largo y arduo camino hacia la salvación, recurren a menudo a su intercesión para recibir con mayor abundancia los dones del Paráclito.

5. Respondiendo a las plegarias de la Virgen y de la comunidad reunida en el cenáculo el día de Pentecostés, el Espíritu Santo colma a María y a los presentes con la plenitud de sus dones, obrando en ellos una profunda transformación con vistas a la difusión de la buena nueva. A la Madre de Cristo y a los discípulos se les concede una nueva fuerza y un nuevo dinamismo apostólico para el crecimiento de la Iglesia. En particular, la efusión del Espíritu lleva a María a ejercer su maternidad espiritual de modo singular, mediante su presencia, su caridad y su testimonio de fe.

En la Iglesia que nace, ella entrega a los discípulos, como tesoro inestimable, sus recuerdos sobre la Encarnación, sobre la infancia, sobre la vida oculta y sobre la misión de su Hijo divino, contribuyendo a darlo a conocer y a fortalecer la fe de los creyentes.

No tenemos ninguna información sobre la actividad de María en la Iglesia primitiva, pero cabe suponer que, incluso después de Pentecostés, ella siguió llevando una vida oculta y discreta, vigilante y eficaz. Iluminada y guiada por el Espíritu, ejerció una profunda influencia en la comunidad de los discípulos del Señor.

Saludos

Deseo saludar ahora cordialmente a las personas, familias y grupos de lengua española que participan en esta audiencia, especialmente a los delegados de la asociación «El Cenáculo», a los grupos de las parroquias de la Bien Aparecida de Santander, en España; de Bogotá y de Chía, en Colombia, así como a los peregrinos costarricenses. Que la maternal intercesión de María santísima os ayude a construir la Iglesia de Cristo. A todos os bendigo con afecto.

(A los fieles checos)
La solemnidad del “Corpus Christi”, de mañana, nos presenta la Eucaristía como signo de unidad y vínculo de caridad. Vuestra fe debe ser una ocasión para dar testimonio, a cuantos os están cercanos, de la grandeza del amor de Dios, del que la Eucaristía es un signo evidente.

42 (A los peregrinos eslovacos)
Mañana es la solemnidad litúrgica del Cuerpo y Sangre de Cristo. Celebraremos, pues, el misterio de la preciosa presencia de Cristo entre nosotros. Este misterio nos recuerda, asimismo, el valor que tenemos a los ojos de Dios. Es decir, que no hemos sido redimidos con oro o plata, sino con la preciosa Sangre de nuestro Señor Jesucristo. Por consiguiente, demostrémosle nuestra gratitud con la participación en la santa misa dominical y con la santa comunión frecuente. Que la Virgen María os conduzca a una piedad eucarística cada vez más profunda. A ello os exhorto también con mi bendición apostólica.

(A los peregrinos croatas)
El gran jubileo representa, entre otras cosas, una invitación especial a redescubrir la alianza de Dios con el hombre. En Jesucristo, Dios no sólo habla al hombre, sino que lo busca, impulsado por su corazón de Padre, para salvarlo del mal y de la muerte, haciéndolo partícipe de su vida divina y dándole la verdadera libertad. El hombre encuentra su plena realización sólo en Dios. Esto lo pueden comprender sobre todo los pueblos que, como el vuestro, han vivido las décadas pasadas bajo regímenes ateos e inhumanos.

(En italiano)
Me dirijo, finalmente, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Mañana se celebra la solemnidad del «Corpus Christi».

Os exhorto a vosotros, queridos jóvenes, a mirar siempre con fe a la Eucaristía, fuente y culmen de la vida de la comunidad cristiana; os animo a vosotros, queridos enfermos, a ofrecer los sufrimientos en unión con el sacrificio de Cristo, que se actualiza cada día en el sacramento del altar; y a vosotros, queridos recién casados, os deseo que hagáis de vuestra familia una auténtica «iglesia doméstica», testigo de la fecundidad del amor divino.



Junio de 1997


Miércoles 18 de junio de 1997



1. Deseo iniciar este encuentro hablándoos de la reciente peregrinación que la Providencia divina me ha permitido realizar a Polonia. Fueron tres los motivos principales de esta visita pastoral: el Congreso eucarístico internacional, en Wroclaw; el milenario del martirio de san Adalberto; y el VI centenario de la fundación de la Universidad Jaguellónica de Cracovia. Esos acontecimientos han constituido el núcleo de todo el itinerario que, desde el 31 de mayo hasta el 10 de junio, abarcó Wroclaw, Legnica, Gorzów Wielkopolski, Gniezno, Poznan, Kalisz, Czestochowa, Zakopane, Ludzmierz, Cracovia, Dukla y Krosno, durante el cual me detuve sobre todo en tres grandes ciudades: Wroclaw, sede del 46 Congreso eucarístico internacional; Gniezno, ciudad vinculada a la muerte de san Adalberto; y Cracovia, donde fue fundada la Universidad Jaguellónica.

2. El 46 Congreso eucarístico internacional en Wroclaw comenzó el 25 de mayo, domingo de la santísima Trinidad, con la celebración eucarística presidida por mi legado, el cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado. Durante una semana se desarrolló un rico programa espiritual y litúrgico en torno al tema central, constituido por las palabras: «Para ser libres nos libertó Cristo» (Ga 5,1). El Señor me ha concedido participar en la conclusión de los trabajos y así, el último día de mayo, junto con los participantes llegados de todo el mundo, pude venerar a Cristo en la Eucaristía, adorándolo en la catedral de Wroclaw. Ese mismo día, participé en una oración ecuménica con representantes de Iglesias y comunidades eclesiales. Al día siguiente, domingo 1 de junio, con la santa misa solemne —Statio orbis— se concluyó el Congreso.

43 Ese Congreso eucarístico internacional, una extraordinaria experiencia eclesial, congregó a muchos teólogos, sacerdotes, religiosos y laicos. Fue seguramente un tiempo de reflexión profunda sobre el misterio de la Eucaristía y permitió a los cristianos, que habían ido de Polonia, de Europa y de otros lugares del mundo, dedicar largo tiempo a la oración: una oración presidida, cada vez, por cardenales y obispos de varias naciones, invitados para esa ocasión. Este Congreso fue el número 46; el primero se celebró en Lille (Francia) el año 1881. En los últimos tiempos, los Congresos eucarísticos internacionales han tenido lugar cada cuatro años, en este orden: Lourdes (Francia), 1981; Nairobi (Kenia), 1985; Seúl (Corea), 1989; y Sevilla (España), 1993. El próximo se realizará en Roma, con ocasión del gran jubileo del año 2000.

3. El milenario de san Adalberto, martirizado precisamente en el año 997, fue el segundo motivo de mi visita. Este santo era originario de Bohemia y pertenecía a la familia de los príncipes Slavník. Nació en Libice, en el territorio de la actual diócesis de Hradec Králové y, muy joven, fue obispo de Praga. A fines del pasado mes de abril, celebramos solemnemente el milenario de san Adalberto, en la República Checa, con la participación de muchos obispos llegados de los países vinculados a la vida y a la actividad de este santo. Adalberto llegó a Polonia hacia el final de su vida, por invitación del rey Boleslao el Intrépido. Aceptó el compromiso de iniciar una misión de evangelización entre los pueblos paganos que habitaban en las regiones del mar Báltico. Allí encontró la muerte, y su cuerpo, después del martirio, fue rescatado por el rey Boleslao el Intrépido y trasladado a Gniezno, que desde entonces se convirtió en el centro del culto de san Adalberto.

Junto a las reliquias del santo mártir se celebró, en el año 1000, un importante encuentro, no sólo religioso sino también político. En esa circunstancia, fueron a Gniezno el emperador Otón III y el legado pontificio. Su reunión con el rey Boleslao el Intrépido quedó para el recuerdo como el Encuentro de Gniezno y, precisamente en ese tiempo, se formó en Gniezno la primera sede metropolitana de la Polonia de entonces. Desde el punto de vista político, el Encuentro de Gniezno fue un acontecimiento importante, porque significó la entrada de la Polonia de los Piast en la Europa unida.

En la reciente conmemoración del milenario de la muerte de san Adalberto hicimos referencia a ese histórico acontecimiento y a su peculiar significado para nuestro continente. Para recordarlo acudieron a Gniezno los presidentes de los países vinculados a la tradición de san Adalberto: República Checa, Lituania, Alemania, Polonia, Eslovaquia, Ucrania y Hungría. Doy gracias, una vez más, al Señor y a todos los que colaboraron con empeño en la realización de tan significativo evento.

4. La fundación de la Universidad Jaguellónica en Cracovia fue el tercer motivo de la visita. Esta primera universidad en Polonia fue fundada por el rey Casimiro el Grande en el año 1364. Era un Studium generale; no se trataba aún de una universidad completa, porque le faltaba la facultad de teología. En 1397 la reina Eduvigis y su esposo Ladislao Jaguellón hicieron lo necesario para erigir la facultad teológica. Gracias a la iniciativa de los fundadores de la dinastía de los Jaguellones, surgió en Cracovia una universidad con plenos derechos, que pronto se convirtió en un gran centro de estudios, famoso no sólo en Polonia, sino también en toda la Europa de aquel tiempo.

Para la ciudad de Cracovia y para los universitarios la jornada del 8 de junio constituyó una gran fiesta: por fin, después de seiscientos años, la reina Eduvigis fue canonizada. En esa circunstancia tuvo lugar un encuentro con los representantes de las universidades polacas, que no sólo participaron en la solemne celebración eucarística, sino también en el acto académico, realizado cerca de la tumba de san Juan de Cantalicio, en la iglesia académica de santa Ana. Para todas las personas vinculadas a la Alma Mater de Cracovia fue un momento de singular solemnidad.

En la última jornada de mi estancia en Polonia, tuvo lugar otra canonización: la de san Juan de Dukla, franciscano del siglo XV, también relacionado con el ambiente académico de la universidad de Cracovia. A pesar de haber nacido en Dukla, su vida y su servicio franciscano se desarrollaron en Leópolis. Doy gracias al Señor por haberme concedido honrar su memoria en el lugar donde nació, aunque la canonización se llevó a cabo en Krosno, en la archidiócesis de Przemysl.

Además de esas dos canonizaciones, durante mi peregrinación, tuve la dicha de proclamar dos beatas: en la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, el 6 de junio, en Zakopane, a María Bernardina Jablonska, cofundadora de la Congregación de las religiosas Albertinas, y a María Karlowska, fundadora de la congregación de las religiosas Pastorcitas.

5. Amadísimos hermanos y hermanas, mientras doy gracias al Señor, deseo manifestar de nuevo mi agradecimiento a todas las personas que, de diversas maneras, han contribuido a la preparación y al desarrollo de mi peregrinación a la patria. Agradezco a las autoridades civiles y a las eclesiales, a las organizaciones que, de cualquier manera, han colaborado para que mi viaje fuera sereno y positivo, así como a las demás instituciones implicadas en la organización. Asimismo, doy las gracias a la Dirección y a los operadores de la radio y la televisión, que han permitido a Polonia y al mundo entero compartir las emociones de los que pudieron asistir directamente a los eventos.

Expreso mi profunda alegría porque, durante los once días de mi peregrinación a la patria, he podido cantar, junto con tantos de mis compatriotas, el Te Deum de acción de gracias al Señor por todo el bien que, en el decurso de mil años, ha derramado sobre Polonia y sobre el mundo entero.

Saludos

44 (En la basílica de San Pedro)

Saludo a los jóvenes, enfermos y recién casados. El próximo sábado, 21 de junio, se celebra la memoria litúrgica de san Luis Gonzaga, que buscó la plena realización de su vida en el seguimiento radical de Cristo.

Queridos jóvenes, imitad la pureza de vida de este joven santo, que constituye el itinerario privilegiado para una profunda educación en el amor auténtico. San Luis, que murió sirviendo a los que sufrían, os proporcione consuelo, queridos enfermos, y os sostenga en la fatiga diaria de la vida. Que os proteja también a vosotros, queridos recién casados, y os ayude a construir siempre vuestro matrimonio sobre los valores del Evangelio.

(En la Sala Pablo VI)

Saludo con afecto a todos los peregrinos de lengua española. En particular, al cardenal Ricardo María Carles Gordó, arzobispo de Barcelona, y al cardenal Bernardino Echeverría Ruiz, arzobispo emérito de Guayaquil (Ecuador), a los miembros de la «Real Congregación de arquitectos de Nuestra Señora de Belén en su Huida a Egipto» de Madrid, con ocasión de su tercer centenario, a los peregrinos de la Caja de Pamplona, así como a los fieles de la arquidiócesis de Medellín, a los médicos de Argentina que participan en estos días en un congreso aquí en Roma, al grupo de latinoamericanos que viene a entregarme las actas del primer Congreso internacional de la mujer cristiana y a la Asociación de laicas en el apostolado de la misericordia. A todos os imparto complacido la bendición apostólica.

(En holandés)
Os encontráis en una ciudad en la que los apóstoles Pedro y Pablo proclamaron la fe y en la que han vivido y orado numerosos santos. Ojalá que se profundice vuestra fe en el amor de Dios, a fin de que seáis en vuestro país testigos de la paz y de la alegría que sólo Cristo nos puede dar.

(A los peregrinos lituanos)
Que vuestra peregrinación a Roma y el encuentro de hoy, que ofrece la imagen más clara de la unidad en la fe, os lleve a descubrir la presencia real de Cristo en la Iglesia y los caminos de la oración, y os anime a vivir con la libertad de los hijos de Dios.

(A varios grupos de eslovacos)
He pensado en vosotros cuando, hace unos días, sobrevolaba Eslovaquia. Ahora os saludo aquí en Roma. Siento una gran alegría porque en estos días serán ordenados para las diócesis eslovacas 153 nuevos sacerdotes. También vosotros gozáis con ello, sin duda. Orad por vuestros nuevos sacerdotes para que se conserven fieles al servicio del Señor. Orad también por las familias eslovacas, para que sean verdaderamente cristianas, a fin de que el Señor Jesús suscite en ellas vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa. Yo también rezo por esta intención, y os imparto la bendición apostólica a vosotros y a todos los sacerdotes recién ordenados en Eslovaquia y a las familias.

(En croata)
45 El fortalecimiento de la fe y del testimonio de los cristianos, que es el objetivo prioritario del jubileo al que nos estamos preparando, mira sobre todo a ofrecer a nuestros contemporáneos razones para creer y esperar, así como también para construir un presente y un futuro del hombre conforme al proyecto originario de Dios sobre la humanidad.




Miércoles 25 de junio de 1997

La dormición de la Madre de Dios

1. Sobre la conclusión de la vida terrena de María, el Concilio cita las palabras de la bula de definición del dogma de la Asunción y afirma: «La Virgen inmaculada, preservada inmune de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo» (Lumen gentium LG 59). Con esta fórmula, la constitución dogmática Lumen gentium, siguiendo a mi venerado predecesor Pío XII, no se pronuncia sobre la cuestión de la muerte de María. Sin embargo, Pío XII no pretendió negar el hecho de la muerte; solamente no juzgó oportuno afirmar solemnemente, como verdad que todos los creyentes debían admitir, la muerte de la Madre de Dios.

En realidad, algunos teólogos han sostenido que la Virgen fue liberada de la muerte y pasó directamente de la vida terrena a la gloria celeste. Sin embargo, esta opinión era desconocida hasta el siglo XVII, mientras que, en realidad, existe una tradición común que ve en la muerte de María su introducción en la gloria celeste.

2. ¿Es posible que María de Nazaret haya experimentado en su carne el drama de la muerte? Reflexionando en el destino de María y en su relación con su Hijo divino, parece legítimo responder afirmativamente: dado que Cristo murió, sería difícil sostener lo contrario por lo que se refiere a su Madre. En este sentido razonaron los Padres de la Iglesia, que no tuvieron dudas al respecto. Basta citar a Santiago de Sarug († 521), según el cual «el coro de los doce Apóstoles», cuando a María le llegó «el tiempo de caminar por la senda de todas las generaciones», es decir, la senda de la muerte, se reunió para enterrar «el cuerpo virginal de la Bienaventurada » (Discurso sobre el entierro de la santa Madre de Dios, 87-99 en C. Vona, Lateranum 19 [1953], 188). San Modesto de Jerusalén († 634), después de hablar largamente de la «santísima dormición de la gloriosísima Madre de Dios», concluye su «encomio», exaltando la intervención prodigiosa de Cristo, que «la resucitó de la tumba» para tomarla consigo en la gloria (Enc. in dormitionem Deiparae semperque Virginis Mariae, nn. 7 y 14: PG 86 bis, 3.293; 3.311). San Juan Damasceno († 704), por su parte, se pregunta: «¿Cómo es posible que aquella que en el parto superó todos los límites de la naturaleza, se pliegue ahora a sus leyes y su cuerpo inmaculado se someta a la muerte?». Y responde: «Ciertamente, era necesario que se despojara de la parte mortal para revestirse de inmortalidad, puesto que el Señor de la naturaleza tampoco evitó la experiencia de la muerte. En efecto, él muere según la carne y con su muerte destruye la muerte, transforma la corrupción en incorruptibilidad y la muerte en fuente de resurrección» (Panegírico sobre la dormición de la Madre de Dios, 10: SC 80,107).

3. Es verdad que en la Revelación la muerte se presenta como castigo del pecado. Sin embargo, el hecho de que la Iglesia proclame a María liberada del pecado original por singular privilegio divino no lleva a concluir que recibió también la inmortalidad corporal. La Madre no es superior al Hijo, que aceptó la muerte, dándole nuevo significado y transformándola en instrumento de salvación.

María, implicada en la obra redentora y asociada a la ofrenda salvadora de Cristo, pudo compartir el sufrimiento y la muerte con vistas a la redención de la humanidad. También para ella vale lo que Severo de Antioquía afirma a propósito de Cristo: «Si no se ha producido antes la muerte, ¿cómo podría tener lugar la resurrección?» (Antijuliánica, Beirut 1931, 194 s.). Para participar en la resurrección de Cristo, María debía compartir, ante todo, la muerte.

4. El Nuevo Testamento no da ninguna información sobre las circunstancias de la muerte de María. Este silencio induce a suponer que se produjo normalmente, sin ningún hecho digno de mención. Si no hubiera sido así, ¿cómo habría podido pasar desapercibida esa noticia a sus contemporáneos, sin que llegara, de alguna manera, hasta nosotros?

Por lo que respecta a las causas de la muerte de María, no parecen fundadas las opiniones que quieren excluir las causas naturales. Más importante es investigar la actitud espiritual de la Virgen en el momento de dejar este mundo. A este propósito, san Francisco de Sales considera que la muerte de María se produjo como efecto de un ímpetu de amor. Habla de una muerte «en el amor, a causa del amor y por amor», y por eso llega a afirmar que la Madre de Dios murió de amor por su hijo Jesús (Traité de l’Amour de Dieu, Lib. 7, cc. XIII-XIV).

Cualquiera que haya sido el hecho orgánico y biológico que, desde el punto de vista físico, le haya producido la muerte, puede decirse que el tránsito de esta vida a la otra fue para María una maduración de la gracia en la gloria, de modo que nunca mejor que en ese caso la muerte pudo concebirse como una «dormición».

46 5. Algunos Padres de la Iglesia describen a Jesús mismo que va a recibir a su Madre en el momento de la muerte, para introducirla en la gloria celeste. Así, presentan la muerte de María como un acontecimiento de amor que la llevó a reunirse con su Hijo divino, para compartir con él la vida inmortal. Al final de su existencia terrena habrá experimentado, como san Pablo y más que él, el deseo de liberarse del cuerpo para estar con Cristo para siempre (cf. Flp Ph 1,23).

La experiencia de la muerte enriqueció a la Virgen: habiendo pasado por el destino común a todos los hombres, es capaz de ejercer con más eficacia su maternidad espiritual con respecto a quienes llegan a la hora suprema de la vida.

Saludos

(La audiencia general del miércoles 25 de junio, a causa de la gran afluencia de peregrinos, se celebró en dos fases sucesivas: la primera en la basílica de San Pedro; la segunda en la sala Pablo VI)

(A los fieles húngaros en el templo vaticano)
En estos días se celebran en Hungría las ordenaciones sacerdotales. Orad por vuestros nuevos sacerdotes, para que se mantengan fieles en el servicio al Señor. Orad también para que las familias sean realmente cristianas, a fin de que el Señor Jesús pueda suscitar en ellas muchas nuevas vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa.

Sala Pablo VI

Saludo con afecto a los visitantes de lengua española. En particular, a la Cofradía de Nuestra Señora de los Dolores, de Lleida, y demás peregrinos españoles; al grupo de rectores de seminarios colombianos, así como a los otros peregrinos de Colombia y Argentina. Al encomendaros a todos bajo la protección materna de la Virgen María, os imparto de corazón la bendición apostólica.

(En italiano)
Queridos jóvenes, os deseo que vuestra juventud esté impregnada siempre del entusiasmo de la fe. Queridos enfermos, espero de corazón que se alivie vuestro dolor y oro para que el Redentor crucificado esté a vuestro lado con su asistencia y su consuelo. Que el sacramento del matrimonio constituya para vosotros, queridos recién casados, un auténtico y común crecimiento humano y cristiano, a fin de que vuestro amor sea fecundo con vidas nuevas para la Iglesia y la sociedad.



Julio de 1997


47

Miércoles 2 de julio de 1997

La Asunción de María, verdad de fe

1. En la línea de la bula Munificentissimus Deus, de mi venerado predecesor Pío XII, el concilio Vaticano II afirma que la Virgen Inmaculada, «terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo» (Lumen gentium LG 59).

Los padres conciliares quisieron reafirmar que María, a diferencia de los demás cristianos que mueren en gracia de Dios, fue elevada a la gloria del Paraíso también con su cuerpo. Se trata de una creencia milenaria, expresada también en una larga tradición iconográfica, que representa a María cuando «entra» con su cuerpo en el cielo.

El dogma de la Asunción afirma que el cuerpo de María fue glorificado después de su muerte. En efecto, mientras para los demás hombres la resurrección de los cuerpos tendrá lugar al fin del mundo, para María la glorificación de su cuerpo se anticipó por singular privilegio.

2. El 1 de noviembre de 1950, al definir el dogma de la Asunción, Pío XII no quiso usar el término «resurrección» y tomar posición con respecto a la cuestión de la muerte de la Virgen como verdad de fe. La bula Munificentissimus Deus se limita a afirmar la elevación del cuerpo de María a la gloria celeste, declarando esa verdad «dogma divinamente revelado».

¿Cómo no notar aquí que la Asunción de la Virgen forma parte, desde siempre, de la fe del pueblo cristiano, el cual, afirmando el ingreso de María en la gloria celeste, ha querido proclamar la glorificación de su cuerpo?

El primer testimonio de la fe en la Asunción de la Virgen aparece en los relatos apócrifos, titulados «Transitus Mariae », cuyo núcleo originario se remonta a los siglos II-III. Se trata de representaciones populares, a veces noveladas, pero que en este caso reflejan una intuición de fe del pueblo de Dios.

A continuación, se fue desarrollando una larga reflexión con respecto al destino de María en el más allá. Esto, poco a poco, llevó a los creyentes a la fe en la elevación gloriosa de la Madre de Jesús, en alma y cuerpo, y a la institución en Oriente de las fiestas litúrgicas de la Dormición y de la Asunción de María.

La fe en el destino glorioso del alma y del cuerpo de la Madre del Señor, después de su muerte, desde Oriente se difundió a Occidente con gran rapidez y, a partir del siglo XIV, se generalizó. En nuestro siglo, en vísperas de la definición del dogma, constituía una verdad casi universalmente aceptada y profesada por la comunidad cristiana en todo el mundo.

3. Así, en mayo de 1946, con la encíclica Deiparae Virginis Mariae, Pío XII promovió una amplia consulta, interpelando a los obispos y, a través de ellos, a los sacerdotes y al pueblo de Dios, sobre la posibilidad y la oportunidad de definir la asunción corporal de María como dogma de fe. El recuento fue ampliamente positivo: sólo seis respuestas, entre 1.181, manifestaban alguna reserva sobre el carácter revelado de esa verdad.

48 Citando este dato, la bula Munificentissimus Deus afirma: «El consentimiento universal del Magisterio ordinario de la Iglesia proporciona un argumento cierto y sólido para probar que la asunción corporal de la santísima Virgen María al cielo (...) es una verdad revelada por Dios y, por tanto, debe ser creída firme y fielmente por todos los hijos de la Iglesia» (AAS 42 [1950], 757).

La definición del dogma, de acuerdo con la fe universal del pueblo de Dios, excluye definitivamente toda duda y exige la adhesión expresa de todos los cristianos.

Después de haber subrayado la fe actual de la Iglesia en la Asunción, la bula recuerda la base escriturística de esa verdad.

El Nuevo Testamento, aun sin afirmar explícitamente la Asunción de María, ofrece su fundamento, porque pone muy bien de relieve la unión perfecta de la santísima Virgen con el destino de Jesús. Esta unión, que se manifiesta ya desde la prodigiosa concepción del Salvador, en la participación de la Madre en la misión de su Hijo y, sobre todo, en su asociación al sacrificio redentor, no puede por menos de exigir una continuación después de la muerte. María, perfectamente unida a la vida y a la obra salvífica de Jesús, compartió su destino celeste en alma y cuerpo.

4. La citada bula Munificentissimus Deus, refiriéndose a la participación de la mujer del Protoevangelio en la lucha contra la serpiente y reconociendo en María a la nueva Eva, presenta la Asunción como consecuencia de la unión de María a la obra redentora de Cristo. Al respecto afirma: «Por eso, de la misma manera que la gloriosa resurrección de Cristo fue parte esencial y último trofeo de esta victoria, así la lucha de la bienaventurada Virgen, común con su Hijo, había de concluir con la glorificación de su cuerpo virginal» (AAS 42 [1950], 768).

La Asunción es, por consiguiente, el punto de llegada de la lucha que comprometió el amor generoso de María en la redención de la humanidad y es fruto de su participación única en la victoria de la cruz.

Saludos

(A un grupo de peregrinos holandeses de la parroquia de Volendam)
Amadísimos hermanos y hermanas, habéis hecho vuestra peregrinación para dar gracias al Señor por la restauración de vuestra iglesia parroquial. Seguid amando vuestra parroquia, porque es el lugar privilegiado en el que los fieles reciben la salvación a través del anuncio del Evangelio y la celebración de los sacramentos.

(En lengua croata)
Dar nuevo impulso a la catequesis para niños, jóvenes y adultos, porque educa en la fe y lleva a los bautizados a la plenitud de la existencia cristiana en el tiempo y en el ambiente donde cada uno vive. Se trata de una exigencia constante de la Iglesia, que hoy se manifiesta con mayor fuerza, con vistas a la preparación de las próximas celebraciones jubilares.

49 (A los peregrinos checos)
Los santos Cirilo y Metodio, apóstoles de los eslavos, cuya fiesta se celebrará en vuestra patria el próximo sábado, se dirigieron a vuestros antepasados como maestros del Evangelio y educadores de las generaciones para Cristo. Esta es la meta más hermosa y más grande de todos los maestros.

(A los peregrinos de Eslovenia)
La fiesta de los apóstoles san Pedro y san Pablo os ha traído a la ciudad eterna para profesar aquí vuestra fidelidad a Cristo y a su Iglesia y, de ese modo, reforzar vuestra actividad cristiana. Que la Madre celestial os colme de todas las gracias necesarias para vuestra actividad diaria.

(En castellano)
Deseo ahora saludar a las personas y grupos de lengua española presentes en esta plaza de San Pedro; en particular, a los fieles argentinos de la diócesis de Rafaela y a los jóvenes deportista chilenos, así como a los demás peregrinos venidos de España, México, Bolivia, Argentina y Chile. Invocando la protección de María, tan venerada en vuestros países bajo el título de Nuestra Señora de la Asunción, os imparto a todos la bendición apostólica.

(En italiano)
Queridos jóvenes, con vuestra presencia testimoniáis vuestra fe en Cristo Jesús que, junto con vuestros pastores, os llama a edificar su Iglesia, cada uno según su don y su responsabilidad. Responded con generosidad a su invitación. Queridos enfermos, también vosotros estáis hoy aquí para realizar un acto de fe y de comunión eclesial. El peso diario de vuestros sufrimientos, si lo ofrecéis a Jesucristo crucificado, os da la posibilidad de cooperar en vuestra salvación y en la del mundo. Queridos recién casados, con vuestra unión estáis llamados a ser expresión del amor que une a Cristo con su Iglesia. Sed siempre conscientes de la alta misión a la que os compromete el sacramento que habéis recibido.




Audiencias 1997 39