Audiencias 1997 49


Miércoles 9 de julio de 1997

La Asunción de María en la tradición de la Iglesia

1. La perenne y concorde tradición de la Iglesia muestra cómo la Asunción de María forma parte del designio divino y se fundamenta en la singular participación de María en la misión de su Hijo. Ya durante el primer milenio los autores sagrados se expresaban en este sentido.

50 Algunos testimonios, en verdad apenas esbozados, se encuentran en san Ambrosio, san Epifanio y Timoteo de Jerusalén. San Germán de Constantinopla († 733) pone en labios de Jesús, que se prepara para llevar a su Madre al cielo, estas palabras: «Es necesario que donde yo esté, estés también tú, madre inseparable de tu Hijo...» (Hom. 3 in Dormitionem: PG 98,360).

Además, la misma tradición eclesial ve en la maternidad divina la razón fundamental de la Asunción.

Encontramos un indicio interesante de esta convicción en un relato apócrifo del siglo V, atribuido al pseudo Melitón. El autor imagina que Cristo pregunta a Pedro y a los Apóstoles qué destino merece María, y ellos le dan esta respuesta: «Señor, elegiste a tu esclava, para que se convierta en tu morada inmaculada (...). Por tanto, dado que, después de haber vencido a la muerte, reinas en la gloria, a tus siervos nos ha parecido justo que resucites el cuerpo de tu madre y la lleves contigo, dichosa, al cielo» (De transitu V. Mariae, 16: PG 5,1 238). Por consiguiente, se puede afirmar que la maternidad divina, que hizo del cuerpo de María la morada inmaculada del Señor, funda su destino glorioso.

2. San Germán, en un texto lleno de poesía, sostiene que el afecto de Jesús a su Madre exige que María se vuelva a unir con su Hijo divino en el cielo: «Como un niño busca y desea la presencia de su madre, y como una madre quiere vivir en compañía de su hijo, así también era conveniente que tú, de cuyo amor materno a tu Hijo y Dios no cabe duda alguna, volvieras a él. ¿Y no era conveniente que, de cualquier modo, este Dios que sentía por ti un amor verdaderamente filial, te tomara consigo?» (Hom. 1 in Dormitionem: PG 98,347). En otro texto, el venerable autor integra el aspecto privado de la relación entre Cristo y María con la dimensión salvífica de la maternidad, sosteniendo que: «Era necesario que la madre de la Vida compartiera la morada de la Vida» (ib.: PG 98,348).

3. Según algunos Padres de la Iglesia, otro argumento en que se funda el privilegio de la Asunción se deduce de la participación de María en la obra de la redención. San Juan Damasceno subraya la relación entre la participación en la Pasión y el destino glorioso: «Era necesario que aquella que había visto a su Hijo en la cruz y recibido en pleno corazón la espada del dolor (...) contemplara a ese Hijo suyo sentado a la diestra del Padre» (Hom. 2: PG 96,741). A la luz del misterio pascual, de modo particularmente claro se ve la oportunidad de que, junto con el Hijo, también la Madre fuera glorificada después de la muerte.

El concilio Vaticano II, recordando en la constitución dogmática sobre la Iglesia el misterio de la Asunción, atrae la atención hacia el privilegio de la Inmaculada Concepción: precisamente porque fue «preservada libre de toda mancha de pecado original» (Lumen gentium
LG 59), María no podía permanecer como los demás hombres en el estado de muerte hasta el fin del mundo. La ausencia del pecado original y la santidad, perfecta ya desde el primer instante de su existencia, exigían para la Madre de Dios la plena glorificación de su alma y de su cuerpo.

4. Contemplando el misterio de la Asunción de la Virgen, es posible comprender el plan de la Providencia divina con respecto a la humanidad: después de Cristo, Verbo encarnado, María es la primera criatura humana que realiza el ideal escatológico, anticipando la plenitud de la felicidad, prometida a los elegidos mediante la resurrección de los cuerpos.

En la Asunción de la Virgen podemos ver también la voluntad divina de promover a la mujer.

Como había sucedido en el origen del género humano y de la historia de la salvación, en el proyecto de Dios el ideal escatológico no debía revelarse en una persona, sino en una pareja. Por eso, en la gloria celestial, al lado de Cristo resucitado hay una mujer resucitada, María: el nuevo Adán y la nueva Eva, primicias de la resurrección general de los cuerpos de toda la humanidad.

Ciertamente, la condición escatológica de Cristo y la de María no se han de poner en el mismo nivel. María, nueva Eva, recibió de Cristo, nuevo Adán, la plenitud de gracia y de gloria celestial, habiendo sido resucitada mediante el Espíritu Santo por el poder soberano del Hijo.

5. Estas reflexiones, aunque sean breves, nos permiten poner de relieve que la Asunción de María manifiesta la nobleza y la dignidad del cuerpo humano.

51 Frente a la profanación y al envilecimiento a los que la sociedad moderna somete frecuentemente, en particular, el cuerpo femenino, el misterio de la Asunción proclama el destino sobrenatural y la dignidad de todo cuerpo humano, llamado por el Señor a transformarse en instrumento de santidad y a participar en su gloria.

María entró en la gloria, porque acogió al Hijo de Dios en su seno virginal y en su corazón. Contemplándola, el cristiano aprende a descubrir el valor de su cuerpo y a custodiarlo como templo de Dios, en espera de la resurrección. La Asunción, privilegio concedido a la Madre de Dios, representa así un inmenso valor para la vida y el destino de la humanidad.

Saludos

(A los peregrinos checos)
Europa tiene una deuda con san Benito, cuya fiesta celebraremos el 11 de julio, por la consolidación de la fe y la cultura. Toda su espiritualidad y su programa de vida se resumen en tres palabras: “Ora et labora”.

(A los fieles de Eslovenia)
Las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, que se encuentran aquí, no son monumentos que indiquen la aniquilación de la existencia humana. Hablan de la vida eterna con Cristo, de la que ya gozan los Apóstoles y hacia la que nos encaminamos. ¡Fortaleceos en esta esperanza! No cambiéis la felicidad eterna con Cristo por un poco de felicidad falsa sin Cristo.

(En lengua croata)
La participación activa en la enseñanza de religión, tanto en la parroquia como en la escuela, a través de la elección de la hora de religión como materia escolar, manifiesta el grado de madurez y de conciencia cristiana de los padres, primeros maestros de la fe para sus hijos, y de los mismos alumnos, que se están preparando para la vida.

(En castellano)
Con afecto saludo ahora a todos los peregrinos de lengua española; en particular, al señor cardenal Luis Aponte, arzobispo de San Juan de Puerto Rico, a las religiosas Misioneras «Corazón de María», a los estudiantes de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador y a la coral «Don Bosco» del Uruguay, así como a los demás grupos venidos de España, México, Colombia, Bolivia, Chile y Puerto Rico. Que la Madre de Dios, asunta en cuerpo y alma a los cielos, proteja vuestras familias y comunidades y os acompañe siempre. Con estos deseos, imparto de corazón a todos la bendición apostólica.

(En italiano)
52 Pensando en la figura de este gran maestro de vida espiritual [san Benito, Patrono de Europa], os invito a vosotros, queridos jóvenes, a aprovechar el tiempo de verano para dedicaros a la lectura y a la meditación de la sagrada Escritura. También vosotros, queridos enfermos, podréis encontrar en la palabra de Dios un valioso consuelo para el sufrimiento. Y vosotros, queridos recién casados, no permitáis que falten en vuestra vida diaria los momentos de alabanza y acción de gracias a Dios, que ha hecho de vosotros un signo privilegiado de su amor.




Miércoles 23 de julio de 1997

María, Reina del universo

1. La devoción popular invoca a María como Reina. El Concilio, después de recordar la asunción de la Virgen «en cuerpo y alma a la gloria del cielo», explica que fue «elevada (...) por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores (cf. Ap 19,16) y vencedor del pecado y de la muerte» (Lumen gentium LG 59).

En efecto, a partir del siglo V, casi en el mismo período en que el concilio de Éfeso la proclama «Madre de Dios», se empieza a atribuir a María el título de Reina. El pueblo cristiano, con este reconocimiento ulterior de su excelsa dignidad, quiere ponerla por encima de todas las criaturas, exaltando su función y su importancia en la vida de cada persona y de todo el mundo.

Pero ya en un fragmento de una homilía, atribuido a Orígenes, aparece este comentario a las palabras pronunciadas por Isabel en la Visitación: «Soy yo quien debería haber ido a ti, puesto que eres bendita por encima de todas las mujeres, tú, la madre de mi Señor, tú, mi Señora» (Fragmenta: PG 13,1 902D). En este texto, se pasa espontáneamente de la expresión «la madre de mi Señor» al apelativo «mi Señora», anticipando lo que declarará más tarde san Juan Damasceno, que atribuye a María el título de «Soberana»: «Cuando se convirtió en madre del Creador, llegó a ser verdaderamente la soberana de todas las criaturas » (De fide orthodoxa, 4, 14: PG 94,1 157).

2. Mi venerado predecesor Pío XII, en la encíclica Ad coeli Reginam, a la que se refiere el texto de la constitución Lumen gentium, indica como fundamento de la realeza de María, además de su maternidad, su cooperación en la obra de la redención. La encíclica recuerda el texto litúrgico: «Santa María, Reina del cielo y Soberana del mundo, sufría junto a la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (AAS 46 [1954] 634). Establece, además, una analogía entre María y Cristo, que nos ayuda a comprender el significado de la realeza de la Virgen. Cristo es rey no sólo porque es Hijo de Dios, sino también porque es Redentor. María es reina no sólo porque es Madre de Dios, sino también porque, asociada como nueva Eva al nuevo Adán, cooperó en la obra de la redención del género humano (AAS 46 [1954] 635).

En el evangelio según san Marcos leemos que el día de la Ascensión el Señor Jesús «fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios» (Mc 16,19). En el lenguaje bíblico, «sentarse a la diestra de Dios» significa compartir su poder soberano. Sentándose «a la diestra del Padre», él instaura su reino, el reino de Dios. Elevada al cielo, María es asociada al poder de su Hijo y se dedica a la extensión del Reino, participando en la difusión de la gracia divina en el mundo.

Observando la analogía entre la Ascensión de Cristo y la Asunción de María, podemos concluir que, subordinada a Cristo, María es la reina que posee y ejerce sobre el universo una soberanía que le fue otorgada por su Hijo mismo.

3. El título de Reina no sustituye, ciertamente, el de Madre: su realeza es un corolario de su peculiar misión materna, y expresa simplemente el poder que le fue conferido para cumplir dicha misión.

Citando la bula Ineffabilis Deus, de Pío IX, el Sumo Pontífice Pío XII pone de relieve esta dimensión materna de la realeza de la Virgen: «Teniendo hacia nosotros un afecto materno e interesándose por nuestra salvación, ella extiende a todo el género humano su solicitud. Establecida por el Señor como Reina del cielo y de la tierra, elevada por encima de todos los coros de los ángeles y de toda la jerarquía celestial de los santos, sentada a la diestra de su Hijo único, nuestro Señor Jesucristo, obtiene con gran certeza lo que pide con sus súplicas maternas; lo que busca, lo encuentra, y no le puede faltar» (AAS 46 [1954] 636-637).

53 4. Así pues, los cristianos miran con confianza a María Reina, y esto no sólo no disminuye, sino que, por el contrario, exalta su abandono filial en aquella que es madre en el orden de la gracia.

Más aún, la solicitud de María Reina por los hombres puede ser plenamente eficaz precisamente en virtud del estado glorioso posterior a la Asunción. Esto lo destaca muy bien san Germán de Constantinopla, que piensa que ese estado asegura la íntima relación de María con su Hijo, y hace posible su intercesión en nuestro favor. Dirigiéndose a María, añade: Cristo quiso «tener, por decirlo así, la cercanía de tus labios y de tu corazón; de este modo, cumple todos los deseos que le expresas, cuando sufres por tus hijos, y él hace, con su poder divino, todo lo que le pides» (Hom 1: PG 98,348).

5. Se puede concluir que la Asunción no sólo favorece la plena comunión de María con Cristo, sino también con cada uno de nosotros: está junto a nosotros, porque su estado glorioso le permite seguirnos en nuestro itinerario terreno diario. También leemos en san Germán: «Tú moras espiritualmente con nosotros, y la grandeza de tu desvelo por nosotros manifiesta tu comunión de vida con nosotros» (Hom 1: PG 98,344).

Por tanto, en vez de crear distancia entre nosotros y ella, el estado glorioso de María suscita una cercanía continua y solícita. Ella conoce todo lo que sucede en nuestra existencia, y nos sostiene con amor materno en las pruebas de la vida. Elevada a la gloria celestial, María se dedica totalmente a la obra de la salvación, para comunicar a todo hombre la felicidad que le fue concedida. Es una Reina que da todo lo que posee, compartiendo, sobre todo, la vida y el amor de Cristo.

Saludos

(A los peregrinos lituanos)
Os deseo que vuestra visita a Roma fortalezca más vuestra fe y os transforme en verdaderos constructores del reino de Dios en la tierra.

(En lengua checa)
Habéis venido a esta ciudad de Roma, adonde vienen, desde siempre, los cristianos de todo el mundo para pedir al Sucesor de Pedro que los confirme en la fe. También este encuentro es una manifestación de vuestra fe en Cristo y en su Iglesia.

(A los peregrinos de Eslovenia les habló de las tres fiestas particulares que celebran durante este mes)
La de san Cirilo y san Metodio, que os llevaron la luz de la fe; la de san Andrés Svorad y san Benito, quienes, con su oración y su sacrificio, os dieron el ejemplo de la vida cristiana perfecta; y también la de san Gorazd, que transmitió a las generaciones sucesivas la fe que había recibido. Hoy quiero confirmaros en esta fe en Jesucristo, el único Redentor del hombre. Orad y esforzaos, para que con esta fe reavivada podáis entrar en el tercer milenio.

(En español)
54 Deseo saludar con afecto a los visitantes de lengua española, en particular a los sacerdotes que participan en el primer Curso internacional de formadores de seminarios. Saludo igualmente a los devotos marianos de la Virgen de la Cabeza, a los peregrinos mexicanos, a la coral venezolana «Voces blancas de Mérida», a los peregrinos colombianos, así como a la «Coral Nova» argentina de Tucumán. Al encomendaros a todos bajo la maternal protección de nuestra Reina y Madre, os imparto de corazón la bendición apostólica.

(En italiano)
Saludo, en particular, a los rectores de los seminarios mayores diocesanos, provenientes de varios países para el Curso residencial promovido por la Congregación para la educación católica. Asimismo, saludo a los relatores y a los participantes en el Curso para formadores de seminarios organizado por el Ateneo «Regina Apostolorum». Amadísimos hermanos, estos encuentros os han brindado una ocasión muy propicia de profundización e intercambio de experiencias. Junto con vosotros, doy gracias al Señor y bendigo de corazón vuestro ministerio y a las comunidades que os han sido confiadas.

Y ahora saludo cordialmente a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. La Iglesia, en la liturgia de hoy, celebra la memoria de santa Brígida de Suecia que, ardiente de amor a Dios y a sus hermanos, se entregó totalmente a la causa del Evangelio, poniéndose al servicio de la unidad de los cristianos.



Miércoles 30 de julio de 1997

María, miembro muy eminente de la Iglesia

1. El papel excepcional que María desempeña en la obra de la salvación nos invita a profundizar en la relación que existe entre ella y la Iglesia.

Según algunos, María no puede considerarse miembro de la Iglesia, pues los privilegios que se le concedieron: la inmaculada concepción, la maternidad divina y la singular cooperación en la obra de la salvación, la sitúan en una condición de superioridad con respecto a la comunidad de los creyentes.

Sin embargo, el concilio Vaticano II no duda en presentar a María como miembro de la Iglesia, aunque precisa que ella lo es de modo «muy eminente y del todo singular» (Lumen gentium LG 53): María es figura, modelo y madre de la Iglesia. A pesar de ser diversa de todos los demás fieles, por los dones excepcionales que recibió del Señor, la Virgen pertenece a la Iglesia y es miembro suyo con pleno título.

2. La doctrina conciliar halla un fundamento significativo en la sagrada Escritura. Los Hechos de los Apóstoles refieren que María está presente desde el inicio en la comunidad primitiva (cf. Ac 1,14), mientras comparte con los discípulos y algunas mujeres creyentes la espera, en oración, del Espíritu Santo, que vendrá sobre ellos.

Después de Pentecostés, la Virgen sigue viviendo en comunión fraterna en medio de la comunidad y participa en las oraciones, en la escucha de la enseñanza de los Apóstoles y en la «fracción del pan», es decir, en la celebración eucarística (cf. Ac 2,42).

55 Ella, que vivió en estrecha unión con Jesús en la casa de Nazaret, vive ahora en la Iglesia en íntima comunión con su Hijo, presente en la Eucaristía.

3. María, Madre del Hijo unigénito de Dios, es Madre de la comunidad que constituye el Cuerpo místico de Cristo y la acompaña en sus primeros pasos.

Ella, al aceptar esa misión, se compromete a animar la vida eclesial con su presencia materna y ejemplar. Esa solidaridad deriva de su pertenencia a la comunidad de los rescatados. En efecto, a diferencia de su Hijo, ella tuvo necesidad de ser redimida, pues «se encuentra unida, en la descendencia de Adán, a todos los hombres que necesitan ser salvados» (Lumen gentium
LG 53). El privilegio de la inmaculada concepción la preservó de la mancha del pecado, por un influjo salvífico especial del Redentor.

María, «miembro muy eminente y del todo singular» de la Iglesia, utiliza los dones que Dios le concedió para realizar una solidaridad más completa con los hermanos de su Hijo, ya convertidos también ellos en sus hijos.

4. Como miembro de la Iglesia, María pone al servicio de los hermanos su santidad personal, fruto de la gracia de Dios y de su fiel colaboración. La Inmaculada constituye para todos los cristianos un fuerte apoyo en la lucha contra el pecado y un impulso perenne a vivir como redimidos por Cristo, santificados por el Espíritu e hijos del Padre.

«María, la madre de Jesús» (Ac 1,14), insertada en la comunidad primitiva, es respetada y venerada por todos. Cada uno comprende la preeminencia de la mujer que engendró al Hijo de Dios, el único y universal Salvador. Además, el carácter virginal de su maternidad le permite testimoniar la extraordinaria aportación que da al bien de la Iglesia quien, renunciando a la fecundidad humana por docilidad al Espíritu Santo, se consagra totalmente al servicio del reino de Dios.

María, llamada a colaborar de modo íntimo en el sacrificio de su Hijo y en el don de la vida divina a la humanidad, prosigue su obra materna después de Pentecostés. El misterio de amor que se encierra en la cruz inspira su celo apostólico y la compromete, como miembro de la Iglesia, en la difusión de la buena nueva.

Las palabras de Cristo crucificado en el Gólgota: «Mujer, he ahí a tu Hijo» (Jn 19,26), con las que se le reconoce su función de madre universal de los creyentes, abrieron horizontes nuevos e ilimitados a su maternidad. El don del Espíritu Santo, que recibió en Pentecostés para el ejercicio de esa misión, la impulsa a ofrecer la ayuda de su corazón materno a todos los que están en camino hacia el pleno cumplimiento del reino de Dios.

5. María, miembro muy eminente de la Iglesia, vive una relación única con las personas divinas de la santísima Trinidad: con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo. El Concilio, al llamarla «Madre del Hijo de Dios y, por tanto, (...) hija predilecta del Padre y templo del Espíritu Santo» (Lumen gentium LG 53), recuerda el efecto primario de la predilección del Padre, que es la divina maternidad.

Consciente del don recibido, María comparte con los creyentes las actitudes de filial obediencia y profunda gratitud, impulsando a cada uno a reconocer los signos de la benevolencia divina en su propia vida.

El Concilio usa la expresión «templo» (sacrarium) del Espíritu Santo. Así quiere subrayar el vínculo de presencia, de amor y de colaboración que existe entre la Virgen y el Espíritu Santo. La Virgen, a la que ya san Francisco de Asís invocaba como «esposa del Espíritu Santo» (cf. antífona Santa María Virgen en Fuentes franciscanas, 281), estimula con su ejemplo a los demás miembros de la Iglesia a encomendarse generosamente a la acción misteriosa del Paráclito y a vivir en perenne comunión de amor con él.

Saludos

56 (A los peregrinos de Lituania)
Que la gracia de Cristo actúe en cada uno de vosotros una verdadera conversión, el ardor de comprometerse en el camino de la justicia, de la solidaridad y de la caridad.

(En lengua eslovaca)
Habéis venido en peregrinación a Roma, ante la tumba del santo apóstol Pedro, podéis fortalecer vuestra fe en Jesucristo. Aquí, en la basílica del santo Papa Clemente, podéis venerar la tumba de san Cirilo, que dio a vuestros antepasados la sagrada Escritura en su lengua. Estos dos lugares sagrados os invitan a orar con más fervor por vuestra nación, para que siga siendo fiel a sus raíces cristianas. Que ninguno de vosotros pierda la confianza en Jesucristo.

(En español)
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española que participan en esta audiencia, en especial al grupo de la Organización juvenil española, a la coral de la Virgen del Mar de Almería, así como a las quinceañeras venidas de México y al grupo Mariachi juvenil guadalupano. Que el ejemplo de María os ayude a recibir con gozo los dones del Espíritu Santo y a responder a ellos con generosidad. A todos os imparto de corazón la bendición apostólica. Muchas gracias.

(En italiano)
Saludo cordialmente a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.

El tiempo de verano es propicio para recuperar las fuerzas del cuerpo y del espíritu. Os deseo a vosotros, queridos jóvenes, que aprovechéis las vacaciones para profundizar vuestro itinerario religioso, buscando a Cristo, camino, verdad y vida. Os deseo a vosotros, queridos enfermos, días de distensión y descanso físico y espiritual, y os invito a vosotros, queridos recién casados, a dedicar durante el tiempo de las vacaciones más espacio a la oración y al diálogo en familia.

\IAgosto de 1997


Miércoles 6 de agosto de 1997

María, tipo y modelo de la Iglesia

57
Nuestro pensamiento se dirige hoy ante todo a mi venerado predecesor el siervo de Dios Pablo VI, en el 19° aniversario de su piadosa muerte, que tuvo lugar en Castelgandolfo el 6 de agosto de 1978, fiesta de la Transfiguración del Señor.

Lo recordamos con afecto y con constante admiración, considerando cuán providencial fue la misión pastoral que realizó en los años de la celebración del concilio Vaticano II y de su primera aplicación. Vivió totalmente entregado al servicio de la Iglesia, a la que amó con toda su alma y por la que trabajó sin cesar hasta el final de su existencia terrena.

Esta mañana, celebrando por él la santa misa en la capilla del palacio apostólico de Castelgandolfo, pedí al Señor que el ejemplo de un servidor tan fiel de Cristo y de la Iglesia nos sirva de aliento y estímulo a todos los que hemos sido llamados por la divina Providencia a testimoniar el Evangelio en el umbral del nuevo milenio. Que interceda por nosotros María, Madre de la Iglesia, de la que seguimos hablando en la catequesis de hoy.



1. La constitución dogmática Lumen gentium del concilio Vaticano II, después de haber presentado a María como «miembro muy eminente y del todo singular de la Iglesia», la declara «prototipo y modelo destacadísimo en la fe y en el amor» (
LG 53).

Los padres conciliares atribuyen a María la función de «tipo», es decir, de figura «de la Iglesia», tomando el término de san Ambrosio, quien, en el comentario a la Anunciación, se expresa así: «Sí, ella [María] es novia, pero virgen, porque es tipo de la Iglesia, que es inmaculada, pero es esposa: permaneciendo virgen nos concibió por el Espíritu, permaneciendo virgen nos dio a luz sin dolor» (In Ev. sec. Luc., II, 7: CCL 14, 33, 102-106). Por tanto, María es figura de la Iglesia por su santidad inmaculada, su virginidad, su «esponsalidad» y su maternidad.

San Pablo usa el vocablo «tipo» para indicar la figura sensible de una realidad espiritual. En efecto, en el paso del pueblo de Israel a través del Mar Rojo vislumbra un «tipo» o imagen del bautismo cristiano; y en el maná y en el agua que brota de la roca, un «tipo» o imagen del alimento y de la bebida eucarística (cf. 1Co 10,1-11).

El Concilio, al referirse a María como tipo de la Iglesia, nos invita a reconocer en ella la figura visible de la realidad espiritual de la Iglesia y, en su maternidad incontaminada, el anuncio de la maternidad virginal de la Iglesia.

2. Además, es necesario precisar que, a diferencia de las imágenes o de los tipos del Antiguo Testamento, que son sólo prefiguraciones de realidades futuras, en María la realidad espiritual significada ya está presente, y de modo eminente.

El paso a través del mar Rojo, que refiere el libro del Éxodo, es un acontecimiento salvífico de liberación, pero no era ciertamente un bautismo capaz de perdonar los pecados y de dar la vida nueva. De igual modo, el maná, don precioso de Yahveh a su pueblo peregrino en el desierto, no contenía nada de la realidad futura de la Eucaristía, Cuerpo del Señor, y tampoco el agua que brotaba de la roca tenía ya en sí la sangre de Cristo, derramada por la multitud.

El Éxodo es la gran hazaña realizada por Yahveh en favor de su pueblo, pero no constituye la redención espiritual y definitiva, que llevará a cabo Cristo en el misterio pascual.

58 Por lo demás, refiriéndose al culto judío, san Pablo recuerda: «Todo esto es sombra de lo venidero; pero la realidad es el cuerpo de Cristo» (Col 2,17). Lo mismo afirma la carta a los Hebreos, que, desarrollando sistemáticamente esta interpretación, presenta el culto de la antigua alianza como «sombra y figura de realidades celestiales» (He 8,5).

3. Así pues, cuando el Concilio afirma que María es figura de la Iglesia, no quiere equipararla a las figuras o tipos del Antiguo Testamento; lo que desea es afirmar que en ella se cumple de modo pleno la realidad espiritual anunciada y representada.

En efecto, la Virgen es figura de la Iglesia, no en cuanto prefiguración imperfecta, sino como plenitud espiritual, que se manifestará de múltiples maneras en la vida de la Iglesia. La particular realidad representada encuentra su fundamento en el designio divino, que establece un estrecho vínculo entre María y la Iglesia. El plan de salvación que establece que las prefiguraciones del Antiguo Testamento se hagan realidad en la Nueva Alianza, determina también que María viva de modo perfecto lo que se realizará sucesivamente en la Iglesia.

Por tanto, la perfección que Dios confirió a María adquiere su significado más auténtico, si se la considera como preludio de la vida divina en la Iglesia.

4. Tras haber afirmado que María es «tipo de la Iglesia», el Concilio añade que es «modelo destacadísimo» de ella, y ejemplo de perfección que hay que seguir e imitar. María es, en efecto, un «modelo destacadísimo», puesto que su perfección supera la de todos los demás miembros de la Iglesia.

El Concilio añade, de manera significativa, que ella realiza esa función «en la fe y en el amor». Sin olvidar que Cristo es el primer modelo, el Concilio sugiere de ese modo que existen disposiciones interiores propias del modelo realizado en María, que ayudan al cristiano a entablar una relación auténtica con Cristo. En efecto, contemplando a María, el creyente aprende a vivir en una comunión más profunda con Cristo, a adherirse a él con fe viva y a poner en él su confianza y su esperanza, amándolo con la totalidad de su ser.

La funciones de «tipo y modelo de la Iglesia» hacen referencia, en particular, a la maternidad virginal de María, y ponen de relieve el lugar peculiar que ocupa en la obra de la salvación. Esta estructura fundamental del ser de María se refleja en la maternidad y en la virginidad de la Iglesia.

Saludos

Con afecto saludo ahora a los peregrinos de lengua española. En particular, a las religiosas Trinitarias, a los fieles de la parroquia de San Juan Evangelista de Peralta (Navarra) y al Instituto de ciencias religiosas de Valencia, así como al resto de grupos venidos desde España, México, Bolivia y Argentina. Que María, figura de la Iglesia, os ayude a vivir cada día con mayor intensidad y compromiso vuestra vocación eclesial. Con estos deseos, imparto de corazón a todos la bendición apostólica.

(A los eslovacos)
Este siervo de Dios [Pablo VI] se esforzó por acercar el evangelio de la salvación al hombre moderno. Demostró que es posible hacerlo sin componendas. Queridos hermanos y hermanas: vuestra nación, después de la triste experiencia de ateización, quiere renovarse. Es importante que busque esta renovación en Jesucristo, porque, según el designio de Dios, es en él donde hay que renovar todo y todos. Colaborad también vosotros con la gracia de Dios para ser cada vez más semejantes a Jesucristo. Ved en esto?el sentido de?vuestra vida.

(En italiano)
59 Y ahora, como de costumbre, dirijo un cordial saludo a los jóvenes, a los enfermos, y a los recién casados. Hoy la liturgia nos invita a contemplar a Cristo transfigurado en el Monte Tabor. Queridos jóvenes, tened siempre fija la mirada en el rostro resplandeciente de Dios, que ilumina los acontecimientos de cada día. Que la Transfiguración sea para vosotros, queridos enfermos, un signo de esperanza que anima a entrever, más allá del sufrimiento, la gloria de Cristo resucitado. Y vosotros, queridos recién casados, fundad firmemente vuestra naciente familia en Dios, que es Amor, seguros de que él os guiará con su luz en cada paso de vuestra existencia.




Miércoles 13 de agosto de 1997

La Virgen María, modelo de la maternidad de la Iglesia

1. En la maternidad divina es precisamente donde el Concilio descubre el fundamento de la relación particular que une a María con la Iglesia. La constitución dogmática Lumen gentium afirma que «la santísima Virgen, por el don y la función de ser Madre de Dios, por la que está unida al Hijo Redentor, y por sus singulares gracias y funciones, está también íntimamente unida a la Iglesia» (LG 63). Ese mismo argumento utiliza la citada constitución dogmática para ilustrar las prerrogativas de «tipo» y «modelo», que la Virgen ejerce con respecto al Cuerpo místico de Cristo: «Ciertamente, en el misterio de la Iglesia, que también es llamada con razón madre y virgen, la santísima Virgen María fue por delante mostrando de forma eminente y singular el modelo de virgen y madre» (ib.).

El Concilio define la maternidad de María «eminente y singular», dado que constituye un hecho único e irrepetible: en efecto, María, antes de ejercer su función materna con respecto a los hombres, es la Madre del unigénito Hijo de Dios hecho hombre. En cambio, la Iglesia es madre en cuanto que engendra espiritualmente a Cristo en los fieles y, por consiguiente, ejerce su maternidad con respecto a los miembros del Cuerpo místico.

Así, la Virgen constituye para la Iglesia un modelo superior, precisamente por su prerrogativa de Madre de Dios.

2. La constitución Lumen gentium, al profundizar en la maternidad de María, recuerda que se realizó también con disposiciones eminentes del alma: «Por su fe y su obediencia engendró en la tierra al Hijo mismo del Padre, ciertamente sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo, como nueva Eva, prestando fe no adulterada por ninguna duda al mensaje de Dios, y no a la antigua serpiente» (LG 63).

Estas palabras ponen claramente de relieve que la fe y la obediencia de María en la Anunciación constituyen para la Iglesia virtudes que se han de imitar y, en cierto sentido, dan inicio a su itinerario maternal en el servicio a los hombres llamados a la salvación.

La maternidad divina no puede aislarse de la dimensión universal, atribuida a María por el plan salvífico de Dios, que el Concilio no duda en reconocer: «Dio a luz al Hijo, al que Dios constituyó el mayor de muchos hermanos (cf. Rm 8,29), es decir, de los creyentes, a cuyo nacimiento y educación colabora con amor de madre» (Lumen gentium LG 63).

3. La Iglesia se convierte en madre, tomando como modelo a María. A este respecto, el Concilio afirma: «Contemplando su misteriosa santidad, imitando su amor y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, también la Iglesia se convierte en madre por la palabra de Dios acogida con fe, ya que, por la predicación y el bautismo, engendra para una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios» (ib., 64).

Analizando esta descripción de la obra materna de la Iglesia, podemos observar que el nacimiento del cristiano queda unido aquí, en cierto modo, al nacimiento de Jesús, como un reflejo del mismo: los cristianos son «concebidos por el Espíritu Santo» y así su generación, fruto de la predicación y del bautismo, se asemeja a la del Salvador.


Audiencias 1997 49