Discursos 1997 182


AL SEÑOR ESTEBAN JUAN CASELLI,


NUEVO EMBAJADOR DE ARGENTINA ANTE LA SANTA SEDE


Viernes 20 de junio de 1997



Señor Embajador:

183 1. Me es grato aceptar las cartas que le acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República Argentina ante la Santa Sede.

Ante todo, deseo expresarle mi gratitud por las amables palabras que me acaba de dirigir. Manifiestan las nobles intenciones que lo animan en este momento en que comienza su nueva misión al servicio de su país y testimonian también las relaciones sinceras y cordiales que la Santa Sede mantiene con la Argentina. Deseo agradecerle, en particular, el deferente saludo que me ha transmitido de parte del señor presidente, dr. Carlos Saúl Menem, a la vez que le ruego que le haga llegar mis mejores deseos de paz y bienestar, junto con mis votos por la prosperidad y el progreso integral de todos los hijos e hijas de esta noble nación.

2. Mis palabras, señor embajador, quieren ser de aliento y esperanza ahora que el pueblo argentino se prepara a afrontar los retos del tercer milenio. Los desafíos del futuro son numerosos y representan obstáculos no siempre fáciles de superar; pero las dificultades no han de ser motivo de desánimo, pues la Argentina cuenta con una base sólida para la construcción de su porvenir: sus hondas raíces cristianas, vestigio elocuente de 500 años de presencia evangelizadora de la Iglesia en las tierras americanas.

En este momento de la vida nacional la Iglesia reafirma su vocación de servicio a todos los hombres, impregnando de sentido cristiano la cultura e iluminando la conciencia moral de cada uno para que sus opciones tengan siempre en cuenta los valores éticos fundamentales. De este modo, la Iglesia contribuye a la edificación de una sociedad que corresponda al plan de Dios: una sociedad fraterna y reconciliada donde reine la laboriosidad, la honestidad y el espíritu participativo; una sociedad en la que sean tutelados siempre los derechos fundamentales de todos los ciudadanos, principalmente de los más débiles.

3. En el ejercicio de su misión, tanto en su país como en los demás lugares donde está extendida, la Iglesia presta una atención singular a la formación integral de la persona, y en particular de los niños y los jóvenes, brindando una enseñanza basada en los principios humanos y morales cristianos. Los católicos argentinos, especialmente los que están comprometidos en la educación, trabajan seriamente para ayudar a las nuevas generaciones, que representan el futuro de la nación, a ser conscientes de sus deberes, con vistas al bien común y a la comprensión cordial entre todos, tan necesaria para la vida democrática.

La Iglesia considera que el Estado de derecho y la aplicación de principios democráticos, con los que es posible solucionar los conflictos por medio de la negociación y el diálogo, son importantes para la salvaguardia y el ejercicio de los derechos humanos en el mundo actual, siempre que no estén basados en un relativismo moral, difundido lamentablemente en nuestros tiempos. Éste pretende rechazar toda certeza sobre el sentido de la vida del hombre y su dignidad fundamental, que deben ser respetadas por todas las instancias sociales, y no reacciona ante diversas formas de manipulación y menosprecio de las mismas, haciendo perder de vista lo que constituye la más genuina nobleza de la democracia: la defensa del valor incomparable de la persona humana.

4. La Santa Sede aprecia el empeño del Gobierno argentino por hacer valer el derecho inalienable a la vida, levantando su voz de forma responsable y resuelta en los foros internacionales, a menudo en coyunturas caracterizadas por la difusión de una cultura contraria a la vida, que en muchos casos se configura como verdadera «cultura de muerte» y presenta el recurso al aborto y a la eutanasia como un signo de progreso y conquista de libertad. Hoy es urgente, pues, un esfuerzo ético común para poner en práctica una gran estrategia en favor de la vida. Esta tarea corresponde en particular a los responsables sociales, que tienen el deber de tomar decisiones valientes en su defensa, especialmente en el campo de las disposiciones legislativas, asegurando el apoyo debido a la familia, ya que «la política familiar debe ser eje y motor de todas las políticas sociales» (Evangelium vitae
EV 90).

A este respecto, cuando no faltan voces que pretenden difundir una mentalidad antinatalista y una visión errada de la sexualidad, y que piden que la ley autorice el crimen abominable del aborto; y cuando se perfila a veces el peligro de la aceptación de la manipulación genética de los medios de la reproducción humana, los hombres y mujeres de buena voluntad están llamados a sostener y promover la institución familiar y su base insustituible que es —según el designio divino— el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer. No debe olvidarse que sin la solidez de las familias no sólo se debilita la vida eclesial, sino que se deteriora el bien común de la nación.

5. El desarrollo de los pueblos depende en gran parte de una auténtica integración en un orden mundial solidario. A la Iglesia corresponde no tanto proponer programas operativos concretos, que son ajenos a su competencia, sino iluminar más bien la conciencia moral de los responsables políticos, económicos y financieros. Por eso, ella señala el principio de solidaridad como fundamento de una verdadera economía de comunión y participación de bienes, tanto en el orden internacional como en el nacional. Esta solidaridad exige que se compartan, de modo equitativo, los esfuerzos para solucionar los problemas del subdesarrollo y los sacrificios necesarios para superar las crisis económicas, teniendo en cuenta las necesidades de las poblaciones más indefensas.

6. Resultan encomiables los esfuerzos que se hacen desde diversos ámbitos del país para elevar el nivel espiritual y material de los ciudadanos. A este respecto, como han tenido ocasión de señalarlo también los obispos argentinos haciéndose eco del Magisterio, la Iglesia sostiene que tales iniciativas deben inspirarse en los valores morales que fundamentan la pacífica y próspera convivencia y aseguran el mejor desarrollo integral de los miembros de la comunidad nacional.

Quisiera concluir mis palabras exhortando y alentando a toda la sociedad argentina a fomentar en la vida pública las virtudes de la prudencia, la fortaleza, la templanza y la justicia. Esta actitud será guía segura para el cumplimiento leal del propio deber y responsabilidad, para poder superar las dificultades que se presenten y mirar con esperanza el futuro de la nación.

184 7. Señor embajador, en este momento en que comienza el ejercicio de la alta función para la que ha sido designado, le deseo que su tarea sea fructuosa y contribuya a que se consoliden cada vez más las buenas relaciones existentes entre esta Sede apostólica y la República Argentina, para lo cual podrá contar siempre con la acogida y el apoyo de mis colaboradores. Al pedirle que se haga intérprete ante el señor presidente de la nación y el querido pueblo argentino de mis sentimientos y augurios, le aseguro mi plegaria al Todopoderoso, por intercesión de la Virgen de Luján, para que asista siempre con sus dones a usted y a su distinguida familia, al personal de su embajada y a los gobernantes y ciudadanos de su país, al que recuerdo siempre con particular afecto y sobre el que invoco abundantes bendiciones del Señor.





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL CARDENAL EDWARD I. CASSIDY


CON MOTIVO DE LA II ASAMBLEA ECUMÉNICA EUROPEA




Al cardenal EDWARD IDRIS CASSIDY
presidente del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos

«La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros» (2Co 13,13).

1. Con este saludo del apóstol Pablo le expreso mis mejores deseos a usted y a los participantes en la segunda Asamblea ecuménica europea, que está celebrándose en Graz. Le pido amablemente que transmita la seguridad de mi cercanía, en la oración, a los hermanos y a las hermanas de las Iglesias cristianas y de las comunidades eclesiales de Europa que, en nombre del Señor y con espíritu de reconciliación, se han reunido para escuchar la palabra de Dios que nos llama a la reconciliación y a la comunión.

Ese saludo de san Pablo a los Corintios es una proclamación y, a la vez, una bendición, y los cristianos de todas las épocas han sentido su necesidad. Nos introduce en el misterio del amor redentor de Dios, que nos amó hasta el punto de darnos a su Hijo único, Jesucristo. La redención realizada por el Hijo ha transformado nuestra relación con Dios, no sólo porque venció el pecado, sino también porque derramó su gracia en nosotros y estableció una nueva comunión de vida: «Cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo» (Rm 5,10). Los cristianos viven en comunión con el Padre por el poder misericordioso que han recibido mediante la cruz de Cristo.

En efecto, el tema de la Segunda Asamblea ecuménica europea —la reconciliación como «Don de Dios y fuente de vida nueva»— es muy oportuno. Como nos recuerda san Pablo, la reconciliación es obra de Dios (cf. 2Co 2Co 5,18). Este se considera, con razón, el fundamento de todo acto de reconciliación eclesial y social. La reconciliación con Dios está íntimamente relacionada con la reconciliación con los demás, y deriva de ella; de hecho, el Señor considera que incluso la eficacia del acto de adoración depende de ella. «Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda» (Mt 5,23-24).

2. Esta Asamblea tiene lugar después de un intenso desarrollo de las relaciones y del diálogo teológico entre los cristianos, un desarrollo que ha creado un nuevo clima entre nosotros. Observo con alegría que un efecto particularmente positivo de nuestros contactos y de nuestro diálogo es el fortalecimiento de nuestro compromiso en favor de la unidad plena, sobre la base de nuestra mayor conciencia de los elementos de fe que tenemos en común (cf. Ut unum sint UUS 49). De modo especial, la mayor comprensión de los elementos existentes de comunión que se ha logrado gracias al diálogo previo, forma la verdadera base de la actual reunión de cristianos de diferentes confesiones. Confío en que vuestro encuentro sea una fuente de gran alegría, mientras percibís cada vez con mayor claridad, los unos en los otros, el semblante de Dios mismo y reconocéis recíprocamente en vuestras palabras el anhelo de proclamar juntos la única fe en Cristo.

3. «Todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación» (2Co 5,18). Queridos hermanos y hermanas, estamos llamados a ponernos al servicio de la reconciliación, en todos sus numerosos aspectos. Para los cristianos no es un honor proclamar el mensaje de reconciliación, mientras nosotros mismos seguimos divididos y, a veces, somos hostiles unos con otros. Necesitamos aún purificarnos de nuestra memoria histórica, desfigurada por las heridas de un pasado confuso y, a veces, violento.

Europa tiene una responsabilidad muy especial con respecto al ecumenismo. Es precisamente en Europa donde han surgido las mayores divisiones entre Oriente y Occidente e, incluso, dentro del mismo Occidente. Sin embargo, también es en Europa donde se han realizado serios esfuerzos orientados a la reconciliación cristiana y a la búsqueda de la unidad visible. Esta Asamblea testimonia cuánto se ha logrado en la promoción del diálogo teológico, fomentando el movimiento espiritual conocido como diálogo de la caridad, que crea las condiciones en las que puede desarrollarse el diálogo teológico con claridad, sinceridad y confianza mutua.

4. En otro ámbito, el continente europeo aspira hoy a la reconciliación de sus pueblos y a la eliminación de las condiciones de división social. Ha nacido una relación más positiva entre el Este y el Oeste después del derrumbe de los regímenes comunistas. Sin embargo, también han surgido nuevos problemas y nuevas tensiones, que a menudo se manifiestan violentamente en conflictos abiertos. Los cristianos tienen una responsabilidad especial en estas contiendas, puesto que su misma herencia espiritual implica el espíritu de perdón y paz.

185 En una Europa que está buscando no sólo la cohesión económica, sino también la política y social, los cristianos de Oriente y Occidente pueden ofrecer una contribución común, aunque distinta, a la dimensión espiritual del continente. No debemos olvidar ni perder los valores que los cristianos han aportado a la historia de Europa. Como seguidores de Cristo, todos debemos estar profundamente convencidos de que tenemos la responsabilidad común de promover el respeto a los derechos humanos, a la justicia y la paz, y a todo lo que forma parte del carácter sagrado de la vida. En particular, en medio de la creciente indiferencia y de la secularización, estamos llamados a dar testimonio de los valores de vida y fe en la Resurrección que encarna todo el mensaje cristiano.

Que Dios bendiga el trabajo de la Asamblea, que ojalá sea una expresión tangible de nuestro camino hacia la reconciliación en nombre del Señor. Que con su ayuda, los cristianos, en todas partes, celebremos juntos el comienzo del tercer milenio e, impulsados por nuestra fe común en Jesucristo, Señor y Salvador del mundo, le pidamos con renovado entusiasmo y con una conciencia más profunda, la gracia de prepararnos juntos para ofrecer el sacrificio de la unidad, pues para Dios el mejor sacrificio es la paz, la concordia fraterna y un pueblo que refleje la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (cf. Ut unum sint
UUS 102).

Vaticano, 20 de junio de 1997






A LOS SOCIOS DEL CÍRCULO DE SAN PEDRO


Sábado 21 de junio de 1997



Amadísimos socios del Círculo de San Pedro:

1. Me alegra acogeros con ocasión de este grato encuentro, que me brinda una nueva oportunidad de manifestaros mi aprecio y mi agradecimiento por vuestro generoso compromiso al servicio de la Santa Sede. Esta audiencia tiene lugar durante la novena de preparación para la solemnidad litúrgica de san Pedro y san Pablo. En cierto sentido, esto nos permite gustar anticipadamente la alegría de esa fiesta, tan significativa para vuestra benemérita asociación y para toda la Iglesia.

Mi saludo afectuoso se dirige, ante todo, a vuestro asistente espiritual, monseñor Ettore Cunial, que desde hace muchos años anima y sostiene con admirable celo vuestra asociación. Agradezco también a vuestro presidente, el marqués Marcello Sacchetti, las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos y la interesante descripción de las actividades y los proyectos de vuestra asociación. En fin, saludo cordialmente a cada uno de los presentes, expresando mi gratitud al marqués Giovanni Serlupi Crescenzi por la generosidad y el espíritu de fe con que ha dirigido durante varios años la vida asociativa del Círculo.

2. Como acaban de recordarnos, hoy habéis venido aquí para entregarme el Óbolo de San Pedro recogido en las iglesias de Roma. Os agradezco este signo concreto de solidaridad y la generosa colaboración que me ofrecéis en las obras de caridad para con los hermanos. En efecto, vuestro gesto representa una especie de punto de encuentro entre dos movimientos complementarios, que se funden en un único testimonio de caridad evangélica. Por un lado, manifiesta el afecto que los habitantes de esta ciudad sienten por el Sucesor de Pedro y, por otro, expresa la solidaridad concreta del Papa con los necesitados que se encuentran en Roma, abarcando con la mirada las numerosas situaciones de malestar e indigencia que, lamentablemente, perduran en muchas partes del mundo.

Al acudir a las parroquias romanas, habéis tomado contacto personalmente con las múltiples formas de pobreza aún presentes, pero también habéis podido constatar cuán fuerte es en la mayoría de las personas el deseo de conocer y amar a Cristo. Con vuestra preparación humana y espiritual, además de aliviar las necesidades de los más desafortunados, contribuís a difundir una palabra de esperanza, que brota de la fe y del amor al Señor, convirtiéndoos así en heraldos de su Evangelio.

Por tanto, caridad y testimonio deben ser las líneas maestras de vuestro compromiso. Os animo a proseguir con constancia y generosidad vuestra labor, inspirándoos en los valores cristianos perennes y sacando siempre nuevas energías de la oración y del espíritu de sacrificio —como reza vuestro lema—, para seguir produciendo abundantes frutos en la comunidad cristiana y en la sociedad civil.

3. Como sabéis, durante la pasada Cuaresma se inició la entrega del evangelio de san Marcos a todas las familias romanas, en el ámbito de la gran misión ciudadana. Constituye una urgente invitación a la renovación espiritual, cultural y social, que se dirige a todos los ámbitos de vida de la metrópolis, para preparar dignamente el gran jubileo del año 2000. Con ocasión de la solemne vigilia de Pentecostés de hace un año, tuve la oportunidad de subrayar que «con esta iniciativa apostólica, la Iglesia que está en Roma desea abrir de par en par los brazos a cada persona y a cada familia de la ciudad y penetrar como levadura en todo ámbito social, de trabajo, de sufrimiento, de arte y de cultura, anunciando y dando a los cercanos y a los lejanos testimonio del Señor resucitado » (L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 31 de mayo de 1996, p. 2).

186 Amadísimos socios del Círculo de San Pedro, os exhorto a dar vuestra cualificada colaboración a este compromiso primario de toda la comunidad diocesana de Roma con vistas al jubileo. Sabed ser misioneros generosos del Evangelio, anunciándolo en los diversos ambientes a los que se dirigen vuestras apreciadas actividades asistenciales y caritativas. Proseguid por la senda de la gran tradición de hospitalidad de los romanos, a la que se ha referido oportunamente vuestro presidente en su discurso. Esforzaos por ser signo concreto de la caridad del Papa hacia quienes tienen necesidades materiales y espirituales, y hacia los peregrinos que vengan aquí de todo el mundo con ocasión del jubileo.

Encomiendo vuestras actividades y vuestros propósitos a la protección materna de la Virgen santísima, Salus populi romani, para que guíe vuestros pasos, convirtiéndoos en agentes de solidaridad y paz en todos los lugares donde se desarrolla la vida diaria de la ciudad y de sus habitantes. Con estos sentimientos, invocando la intercesión celestial de san Pedro y san Pablo, os imparto de corazón una bendición apostólica especial a cada uno de vosotros, a vuestras familias y a todos vuestros asistidos.






A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO MUNDIAL


DE ENDOSCOPIA GINECOLÓGICA


Sábado 21 de junio de 1997



Amables señoras y señores:

1. Me alegra daros una cordial bienvenida a cada uno de vosotros, que os habéis reunido durante estos días en Roma, procedentes de los cinco continentes, para participar en el Congreso mundial de endoscopia ginecológica. Saludo, en particular, al profesor Carlo Romanini, director del Instituto de obstetricia y ginecología de la Universidad de Roma-Tor Vergata, y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido en nombre de los presentes.

Con vuestro Congreso habéis querido destacar la contribución que la aplicación del extraordinario desarrollo de las ciencias puede brindar a la calidad de la vida humana, subrayando al mismo tiempo el profundo significado que entraña vuestra actividad científica y profesional. En efecto, la endoscopia ginecológica os lleva diariamente al umbral mismo del misterio de la vida, al que el hombre de ciencia está llamado a acercarse con espíritu humilde y confiado, oponiéndose a todo intento de manipulación.

Durante vuestras intensas jornadas de estudio habéis tenido la oportunidad de profundizar las perspectivas abiertas por el encuentro entre la investigación científica y el «evangelio de la vida» y, superando el estrecho horizonte de las competencias de cada sector, os habéis sentido estimulados a considerar el conjunto de las realidades fundadas en la originalidad de la persona humana. De ese modo, vuestra investigación ha adquirido un fuerte valor sapiencial, a causa de la visión antropológica y ética global en la que se ha movido.

Ha sido oportuno, puesto que la ciencia, separada de los valores auténticos que definen a la persona, corre el riesgo de convertirse en un mero ejercicio instrumental, dependiendo de la ley de la oferta y la demanda. En lugar de responder a las necesidades profundas del hombre, se limita a producir fragmentos de solución para sus exigencias inmediatas. De ese modo, se rompe la íntima conexión que existe entre la actividad del hombre y la profundidad de su ser creado a imagen de Dios.

2. La tarea histórica, que asocia en la investigación científica a creyentes y hombres de buena voluntad, consiste en promover, por encima de todo convencionalismo jurídico, lo que favorece la dignidad del hombre. Quien tiene el don de la fe sabe que en el origen de toda persona hay un acto creador de Dios, hay un designio de amor que espera poder realizarse. Esta verdad fundamental, accesible también mediante la fuerza, aunque limitada, de la razón, permite vislumbrar la altísima misión inscrita en la sexualidad humana que, en efecto, está llamada a cooperar con el poder creador de Dios.

Precisamente en esta cooperación la libertad humana encuentra su expresión más elevada y su límite insuperable. De aquí deriva también el significado peculiar de vuestra actividad profesional y científica, orientada a escrutar los secretos de la naturaleza para llegar a descubrir su verdad profunda, haciendo posible así la realización concreta de las opciones que se inspiran en ella. Se trata de un camino que, alejándose de ideologías dominantes, expone frecuentemente a la incomprensión y a la marginación y, por tanto, exige fidelidad constante a la verdad de Dios y a la verdad del hombre. Pero también es un camino que, formando mentalidades abiertas a la verdad, se convierte en ejercicio eminente de caridad.

3. Para realizar todo esto, es necesario tomar clara conciencia de la responsabilidad ética. En nuestro tiempo, este compromiso adquiere con frecuencia perfiles dramáticos, sobre todo frente a los «atentados, relativos a la vida naciente y terminal, que presentan caracteres nuevos respecto al pasado y suscitan problemas de gravedad singular, por el hecho de que tienden a perder, en la conciencia colectiva, el carácter de "delito" y a asumir paradójicamente el de "derecho"» (Evangelium vitae EV 11). De ese modo, la cuestión ética se sitúa en el horizonte de la cultura y en la raíz de la vida personal y colectiva.

187 Frente a la tentación de autonomía y apropiación, la Iglesia recuerda a los contemporáneos que «la vida del hombre proviene de Dios, es su don, su imagen e impronta, participación de su soplo vital» (ib., 39), y que «la vida es tal cuando se difunde y se da; en la fraternidad, en la solidaridad, en la generación de nuevas vidas, en el testimonio supremo del martirio; frente a la tentación de la negación autodestructora, recuerda que "la vida es siempre un bien"» (ib., 34).

Esta perspectiva, que no es ajena a la investigación racional, encuentra iluminación plena en la revelación cristiana, pues en el camino de la fe el hombre puede vislumbrar una posibilidad auténtica de bien y de vida incluso en las realidades de sufrimiento y de muerte, que dramáticamente atraviesan su existencia. Entonces, en el rostro desfigurado del Crucificado reconoce los rasgos de Dios; en su cruz, el árbol de la vida.

4. Después de siglos de progresiva separación entre fe y cultura, los éxitos de la modernidad, preocupantes en algunos aspectos, desafían a los creyentes a desempeñar un liderazgo profético y a transformarse en fuerza propulsora para la construcción de la civilización del tercer milenio.

La fe cristiana no considera contingente y transitoria la preocupación por el futuro del hombre. En la perspectiva de la meta escatológica, impulsa a los creyentes a comprometerse en el mundo actual para lograr un desarrollo respetuoso de toda dimensión humana, porque «gloria de Dios es el hombre que vive » (san Ireneo, Adv. haer. IV, 20, 7). Por tanto, es preciso captar en la renovada relación entre fe, praxis social e investigación científica, perfiles profesionales adecuados a las exigencias de nuestro tiempo y a los valores perennes del hombre, capaces de realizar la integración entre fe y vida. En efecto, «el evangelio de la vida es para la ciudad de los hombres. Trabajar en favor de la vida es contribuir a la renovación de la sociedad mediante la edificación del bien común» (Evangelium vitae
EV 101).

Ilustres profesores, en el umbral del tercer milenio os renuevo a cada uno la invitación a haceros promotores de la civilización del amor, sosteniendo durante su etapa de formación a vuestros jóvenes estudiantes y colaboradores, para que se amplíe y consolide cada vez más el frente que defiende la vida.

Con estos deseos, os imparto una bendición apostólica especial a vosotros y a cuantos trabajan con vosotros en un ámbito científico tan importante.






AL SÍNODO DE LA IGLESIA ARMENIA CATÓLICA


REUNIDO EN ROMA


Lunes 23 de junio de 1997



Venerados hermanos en el episcopado:

1. Mi corazón está lleno de santo gozo al dar la bienvenida a Su Beatitud Jean Pierre XVIII Kasparian, patriarca de Cilicia de los armenios, y al Sínodo de los obispos de la Iglesia armenia católica. Las puertas de la casa de los apóstoles san Pedro y san Pablo, las puertas de la fraternidad universal, se abren para acogeros con el santo beso a todos vosotros, hermanos en Cristo y testigos fieles de su Evangelio.

Sé que durante estos días estáis reunidos aquí en Roma para completar el estudio del ius particulare previsto por el Código de los cánones de las Iglesias orientales. Se trata de un compromiso de gran importancia y significado. En efecto, aunque el Código quiere recoger las indicaciones comunes a todas las Iglesias orientales que ya están en plena comunión con esta Sede apostólica, la Iglesia católica sabe que cada una de las Iglesias orientales tiene su historia y sus tradiciones específicas no sólo en el ámbito litúrgico, sino también en el disciplinario. Ya el concilio Vaticano II recuerda que «las Iglesias de Oriente, desde los primeros tiempos, seguían sus disciplinas propias, sancionadas por los santos Padres y por los concilios, incluso ecuménicos. Ahora bien, como una cierta variedad de ritos y costumbres no se opone a la unidad de la Iglesia, es más, aumenta su esplendor y contribuye no poco al cumplimiento de su misión, (...) el sagrado Concilio, para disipar toda duda, declara que las Iglesias de Oriente, recordando la necesaria unidad de la Iglesia entera, tienen la facultad de regirse según sus propias disciplinas, puesto que éstas se adaptan mejor a la idiosincrasia de sus fieles y son más adecuadas para promover el bien de sus almas » (Unitatis redintegratio UR 16). El Concilio también afirma que es «deseo de la Iglesia católica que las tradiciones de cada Iglesia particular o rito se conserven y mantengan íntegras, y quiere igualmente adaptar su forma de vida a las distintas necesidades de tiempo y lugar » (Orientalium Ecclesiarum OE 2).

2. Por eso, lo que estáis tratando de hacer durante estos días es, de algún modo, completar la obra que representa el Código oriental: codificáis las normas específicas referentes a vuestra tradición y, respetando la justa autonomía y la libertad de vuestro patrimonio específico, lleváis a término la obra legislativa que se refiere a vuestra Iglesia.

188 Esto entraña un valor simbólico que quiero recordar aquí: la Santa Sede, aunque provee a garantizar los elementos de la pertenencia común al catolicismo, defiende y tutela el derecho de las Iglesias orientales sui iuri a expresar, en las formas establecidas, lo que les es propio, según el siguiente principio: «La evangelización de los pueblos se ha de hacer de modo que, conservando la integridad de la fe y las costumbres, el Evangelio se pueda expresar en la cultura de cada pueblo, es decir, en la catequesis, en los propios libros litúrgicos, en el arte sagrado, en el derecho particular y, por último, en toda la vida eclesial» (Código de los cánones de las Iglesias orientales, c. 584, § 2). Lo universal y lo particular se funden, pues, y se implican recíprocamente en la construcción de la una sancta.

El hecho de ser católicos no mortifica en absoluto vuestra especificidad de armenios; antes bien, la sostiene y la tutela, poniéndola en íntima comunión con muchas otras expresiones de la fe común y permitiendo gozar a otras Iglesias de la contribución de vuestra originalidad.

3. Venerados hermanos, ojalá que la codificación del ius particulare sea para vosotros una ocasión de inspiración, a fin de adecuar la práctica pastoral a ese derecho, procurando «volver a las antiguas tradiciones», como desea el Concilio, si se han apartado de ellas «por circunstancias de tiempos y personas» (Orientalium Ecclesiarum
OE 6). En efecto, del respeto a la propia identidad brota el esfuerzo por vivirla de forma íntegra, tratando de recuperarla plenamente y comunicarla del mejor modo posible a los fieles de hoy. Esto requiere, concretamente, un esfuerzo constante por redescubrir vuestras fuentes patrísticas y litúrgicas, para inspirar en ellas la catequesis, la vida espiritual, e incluso vuestro arte sagrado.

Deseo vivamente que la vida de vuestra Iglesia lleve siempre impresas las huellas del espíritu del pueblo armenio, espíritu cuyo testimonio explícito son tantos monumentos religiosos, al igual que tantas obras literarias de inestimable valor. Algunos de esos monumentos ya han recuperado su antiguo esplendor y su uso litúrgico; otros, lamentablemente, todavía permanecen abandonados a la acción devastadora del tiempo. Comprometiéndoos en esta empresa, contribuiréis de manera eficaz a redescubrir las raíces religiosas comunes de todo el pueblo armenio, y podréis dar un notable impulso al progreso de la causa ecuménica.

4. Venerados y queridos hermanos, sé que os estáis preparando para recordar con una solemne celebración el XVII centenario de la conversión al cristianismo del pueblo armenio. Se trata de un acontecimiento que constituye para la Iglesia universal una ocasión de reflexión y acción de gracias al Señor, ya que sois el primer pueblo que, como tal, abrazó la fe, haciéndose cristiano. Por ese hecho, al igual que por la historia de fidelidad a Cristo que os costó un elevadísimo precio de sangre, siento la necesidad de daros las gracias de corazón en nombre de todo el pueblo cristiano.

Los acontecimientos de ese tiempo muestran que, sin una conversión personal e interior, ninguna conversión de masas es posible: la historia del rey Tirídates y la profunda tribulación de su alma, que lo llevó a convertirse de perseguidor en defensor de Cristo y de su pueblo, constituye un signo elocuente de esta profunda verdad.

Además, la estrecha relación que existe entre el bautismo de Armenia y la Iglesia de Capadocia, gracias a la figura de Gregorio el Iluminador, indica la fecunda apertura ecuménica que ha marcado toda la historia del pueblo armenio y que lo ha llevado a acoger con agradecimiento no sólo la contribución capadocia, sino también la siria, la bizantina y la latina. Los armenios han sabido recibir estas contribuciones con gran apertura de espíritu, fundiéndolas con la aportación original de su sensibilidad. De esa fusión ha surgido un modelo eclesial y cultural abierto y fecundo, que constituye una referencia moderna para muchos otros pueblos.

5. Deseo de corazón y pido a Dios que los armenios sean siempre testigos dignos de su glorioso pasado. Confío en que la celebración del XVII centenario del bautismo de vuestro pueblo sea para todos vosotros una valiosa ocasión de intensificar la relación común de pertenencia, no sólo con las raíces étnicas, sino también con la fe cristiana común, que se identifica tan estrechamente con dicha pertenencia. En efecto, celebrar un acontecimiento tan importante del pasado se convierte en un mensaje de esperanza, tanto más elocuente para los hombres de hoy cuanto más muestra claramente la unidad del actual esfuerzo de evangelización. Un origen común no puede menos de llevar a un compromiso común en favor de un testimonio común. Así pues, cuanto más se fortalezca la unidad mediante la memoria histórica y religiosa, más eficaz y convincente será el anuncio de Cristo, muerto y resucitado, que estáis llamados a renovar en nuestro tiempo, con la mirada fija ya en el gran jubileo del año 2000.

Con estos sentimientos, os aseguro mi oración por vosotros, aquí presentes, por vuestra amada Iglesia, por los hijos del pueblo armenio y, sobre todo, por cuantos sufren dificultades y pruebas, tanto espirituales como materiales. Sobre cada uno de vosotros invoco, por intercesión de la santísima Virgen y de vuestros santos patronos, la abundancia de los favores celestiales, en prenda de los cuales os imparto a todos de corazón una especial bendición apostólica.






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