Discursos 1997 188


A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE EGIPTO


EN VISITA «AD LIMINA»


Martes 24 de junio de 1997



Beatitud;
189 queridos hermanos en el episcopado:

1. Con gran alegría y afecto fraterno os acojo con ocasión de vuestra visita ad limina. Vuestra venida a Roma es para vosotros, ante todo, una peregrinación a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo, que dieron testimonio de Cristo hasta el derramamiento de su sangre; es, también, un gesto que manifiesta la comunión de las Iglesias particulares esparcidas por todo el mundo con el Sucesor de Pedro. Vuestra presencia en la ciudad eterna, al aproximarse la fiesta de los santos Apóstoles, subraya la dimensión de unidad entre todas las comunidades católicas. Agradezco a vuestro patriarca sus amables palabras, que me permiten sentirme cerca de los fieles cuyos pastores sois vosotros.

Al recibiros aquí, mi pensamiento se dirige a vuestras comunidades; son las herederas del evangelista san Marcos quien, hace casi dos mil años, llevó el Evangelio a vuestra región, después de haber sido confirmado él mismo en su fe y en su misión por la contemplación del Señor y la proximidad de los Apóstoles. Oro para que los cristianos de vuestras diócesis, a ejemplo de sus antecesores, sean auténticos discípulos de Cristo, encontrando en la lectura del Evangelio y en los sacramentos la fuerza para dar testimonio de él. Como Iglesia, estáis llamados a hacer presente el rostro de Cristo en vuestra tierra, para que nuestros contemporáneos puedan descubrir el esplendor y la luz de nuestro Dios, que ilumina toda acción humana y da a la existencia su sentido pleno.

2. Por vuestra ordenación episcopal, habéis sido elegidos para guiar al pueblo de Dios, para instruirlo y para organizar, con una caridad afectiva y efectiva, los diferentes servicios diocesanos. Os esforzáis por estar cerca de vuestros sacerdotes y vuestros fieles, formando así comunidades unidas, donde cada uno está dispuesto a ayudar y sostener a sus hermanos. En particular, me alegro por las relaciones de colaboración confiada y fraterna que mantenéis con los sacerdotes diocesanos, relaciones fundadas, «sobre todo, en los lazos del amor sobrenatural» (Christus Dominus
CD 28). A veces llevan dolorosamente el peso de la jornada y de situaciones difíciles. Apoyadlos en su vida espiritual, pues su apostolado supone, ante todo, estar cerca del Maestro, que da la gracia para el servicio pastoral y el valor para realizar gestos proféticos de diálogo y reconciliación.

Al igual que vosotros, exhorto a los sacerdotes a no descuidar el tiempo de la oración personal y de la meditación. La vida en intimidad con Cristo forja su ser profundo, conformándolos cada día con el sumo Sacerdote. Esmerándose en la celebración de la liturgia de las Horas, solos o en grupo, se asocian a la oración de toda la Iglesia y toman conciencia del hecho de que la misión primordial del ministro ordenado consiste en presentar cada día a Dios a los hombres de su tiempo, para que el Señor haga de ellos un pueblo santo y les infunda su Espíritu.

Para que puedan ejercer su ministerio, los sacerdotes también deben disponer de condiciones de vida material dignas, que les permitan dedicarse a sus tareas pastorales. Sé que procuráis que, en todas las eparquías, los ministros sagrados dispongan de las mismos beneficios y de la misma protección social, para que, sin miedo al futuro, puedan entregarse totalmente a su misión.

Quisiera manifestar mi aprecio por la valentía y el trabajo paciente de los sacerdotes, en particular por su ministerio de cercanía. Se esfuerzan por encontrarse regularmente con sus fieles para ayudarles a vivir su vida cristiana y profundizar el sentido de los sacramentos, y para sostenerlos en las diferentes decisiones que tienen que tomar cada día. Subrayáis también el interés que ponen para anunciar el Evangelio en las homilías dominicales, preparadas con mucho esmero y gran sentido pedagógico. Así, introducen a los fieles en el misterio del dogma cristiano. En este campo, gracias a los programas de catequesis establecidos en el ámbito de las parroquias, de las eparquías y de la entera Iglesia particular, y gracias también a vuestra enseñanza, los fieles son fortalecidos en su fe para ser testigos sólidos. La finalidad de la enseñanza catequística es que «la fe se haga viva, explícita y activa en la vida de los hombres» (ib., 14).

3. En vuestro ministerio episcopal, velad muy particularmente por la pastoral de las vocaciones, ejerciendo un discernimiento atento con respecto a los candidatos al sacerdocio y formando a los seminaristas, a fin de que se preparen para llegar a ser vuestros colaboradores directos. El dinamismo de la Iglesia del futuro se basa, en gran parte, en la atención que prestemos a la preparación para el sacerdocio. No dudéis en invitar a los jóvenes a consagrarse total y radicalmente a Cristo. Por su parte, los sacerdotes, con su testimonio y su alegría espiritual, pueden impulsar a los jóvenes a comprometerse en el seguimiento de Cristo en el ministerio ordenado.

4. Doy gracias al Señor por la larga tradición, la rica historia de la Iglesia copta católica y el apostolado activo del conjunto de sus fieles. Manifestáis vuestros vínculos fraternos durante vuestros diferentes encuentros periódicos. En efecto, en el seno de los organismos patriarcales, colaboráis activamente a fin de realizar las estructuras necesarias para un mejor dinamismo pastoral, preocupándoos por asociar estrechamente a vuestra misión, en las diferentes comisiones del patriarcado y de las eparquías, a sacerdotes, a religiosos y religiosas, y también a laicos.

5. Habéis elaborado un programa de preparación para el matrimonio, a fin de ayudar a los fieles a comprender el sentido de ese sacramento y asumir plenamente sus responsabilidades de esposos y padres, respetuosos del significado de la sexualidad en el matrimonio, vivida según el plan de Dios, de la dignidad de la mujer y del valor de toda vida humana confiada por el Creador. Es conveniente que los sacerdotes y los laicos llamados a acompañar a los novios reciban suficiente formación teológica, espiritual y psicológica para presentar la doctrina de la Iglesia en este campo. La preparación seria de los jóvenes para la vida conyugal es particularmente importante, ya que están llamados a ser testigos de Cristo, con el ejemplo de su vida y con sus opciones morales específicas, ante sus hijos y ante sus compatriotas. Sus hermanos descubrirán así la alegría de vivir en la libertad de los hijos de Dios.

Os felicito por el trabajo que habéis realizado para la reforma de los diferentes rituales y su traducción a una lengua moderna, movidos por el deseo de conservar vuestro patrimonio litúrgico y espiritual específico y transmitirlo a las generaciones jóvenes. De esta forma contribuís a que el pueblo cristiano comprenda mejor el dogma cristiano y participe de manera más activa en la liturgia divina.

190 6. El hecho de que entre todas las comunidades católicas de Egipto exista una justa repartición de bienes y de dones, que manifiesta el amor de Dios, es un signo elocuente para los hombres. Doy gracias a las Iglesias particulares y a los movimientos que os sostienen financieramente. Los animo a proseguir y a intensificar sus esfuerzos en favor de vuestras eparquías. Esta comunión también debe realizarse cada vez más en el seno de vuestro patriarcado, para que las eparquías que reciben más subvenciones ayuden a las más pobres y a las que han sido fundadas recientemente. Así, entre vosotros y con vuestros hermanos de otros países, realizáis una obra de caridad comparable con la que existía en los tiempos apostólicos, cuando «los discípulos determinaron enviar algunos recursos, según las posibilidades de cada uno, para los hermanos que vivían en Judea» (Ac 11,29).

7. El patriarcado copto católico y el vicariato latino de vuestro país tienen una larga tradición educativa. Conozco los sacrificios que esta obra conlleva para vuestras comunidades. Al proponer una enseñanza gratuita en algunas escuelas, tenéis en cuenta las condiciones actuales de vida que a veces ponen en peligro la vida de las familias, que disponen cada vez de menos recursos para proveer a sus necesidades fundamentales a fin de criar y educar a los niños. Algunos sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos están comprometidos en la formación intelectual de la juventud egipcia, cristiana y musulmana. Además, la comunidad educativa contribuye al desarrollo de la personalidad integral de los jóvenes, proponiéndoles los valores humanos, espirituales y morales esenciales, en el respeto de los que no comparten las convicciones cristianas; pero los padres que envían a sus hijos a las escuelas católicas deben aceptar que los discípulos de Cristo hablen abiertamente de los valores cristianos que fundan sus convicciones, su enseñanza y su estilo de vida.

Llevad mi apoyo cordial a todos los que están comprometidos en este servicio a los hombres y a la Iglesia. Los educadores y los padres deben recordar que los jóvenes tienen necesidad de modelos y que la escuela es un lugar de convivencia e integración social, donde cada uno está llamado a aceptar al otro, a acogerlo con su sensibilidad propia y a reconocerlo como un hermano. Los jóvenes aprenderán así que lo que cuenta más para la edificación social es la solidaridad entre todos y el respeto a cada persona. Estas son las condiciones esenciales para la paz y la realización de las personas. Se aprecia la atención que las autoridades egipcias y el conjunto de vuestros compatriotas brindan a la alta calidad de la enseñanza y de la educación humana y moral en las escuelas católicas, así como al compromiso de los fieles en la pastoral caritativa y en la asistencia sanitaria y social.

8. En vuestros informes quinquenales, habéis recordado los vínculos fraternos que os unen a la Iglesia copta ortodoxa y las posibilidades de colaboración que ofrecen la enseñanza de la religión y la ayuda caritativa. Se trata de los primeros pasos en el diálogo ecuménico, que impulsan a realizar otros. Quisiera invitaros a proseguir vuestra apertura a las demás Iglesias y las relaciones ecuménicas con ellas. También me uno a vuestros sufrimientos, de los que me habéis informado, y que experimentáis frente a las incomprensiones de vuestros hermanos muy queridos, con los que compartís la misma tradición espiritual y el mismo deseo de dar a conocer y amar al Señor. A pesar de las dificultades, los pastores y los fieles católicos no dejen nunca de realizar gestos fraternos. Recuerden que el amor impulsa al amor y que una actitud de caridad invita a la reciprocidad. Los testimonios de caridad contribuyen a restablecer y mantener un clima sereno entre las Iglesias, y a encontrar solución a los problemas que obstaculizan aún la comunión plena. A este respecto, me alegra constatar los signos tangibles que han realizado vuestras comunidades para ayudar generosamente a la Iglesia copta ortodoxa, en particular, el traspaso de iglesias que le permite celebrar con sus fieles la liturgia divina.

El diálogo y el acercamiento no impiden en absoluto que cada comunidad respete la sensibilidad propia de las demás comunidades, así como la manera específica de expresar la fe común en Cristo y de celebrar los sacramentos, que las Iglesias deben reconocer mutuamente como administrados en nombre del mismo Señor. En efecto, el Catecismo de la Iglesia católica recuerda claramente que «el bautismo constituye el fundamento de la comunión entre todos los cristianos» (n. 1.271), puesto que representa «un vínculo sacramental de unidad, vigente entre los que han sido regenerados por Cristo» (Unitatis redintegratio UR 22).

9. Es importante que todos los hombres de buena voluntad se unan para reducir las incomprensiones, las divisiones y las fracturas que pueden poner trabas a la vida diaria; cada uno debe trabajar para que todos los sectores de la población de un país, incluso las minorías, sean considerados con todo el respeto y la atención a que tienen derecho en la sociedad, y para que cada persona sea considerada un ciudadano con pleno derecho. En este ámbito de la defensa de las personas y los pueblos, en el seno de cada nación, la Iglesia tiene una misión particular. «Se siente interpelada (...) a superar dichas divisiones» (Ecclesia in Africa ) y a construir puentes entre todos los componentes culturales de un pueblo. Con este espíritu, la Iglesia invita incansablemente a cristianos y musulmanes a buscar sinceramente la comprensión mutua, así como a proteger y promover juntos la justicia social, los valores morales, la paz y la libertad para todos los hombres. Como han recordado recientemente los patriarcas católicos de Oriente, «el islam no es un enemigo, sino el interlocutor de un diálogo indispensable para la construcción de la nueva civilización humana». Del mismo modo, «el cristianismo (...) no es un enemigo, sino el interlocutor principal en el diálogo indispensable para la construcción de un mundo nuevo» (III Carta pastoral, Navidad de 1994, n. 40).

Por tanto, los cristianos tienen el derecho legítimo y el deber de comprometerse en la vida pública y poner su competencia al servicio de las comunidades locales, para participar en la edificación de la sociedad, en la paz entre todos y en la gestión del bien común. En su enseñanza, la Iglesia ha recordado frecuentemente los principios de la justicia y la equidad en la participación en la vida social. En efecto, a nadie se ha de excluir de la res publica a causa de sus opiniones políticas o religiosas. Cada cultura particular está marcada para siempre por las aportaciones religiosas y civiles de las diferentes civilizaciones que han prevalecido en una región determinada y que deben considerarse como elementos de la cultura común (cf. exhortación apostólica postsinodal Una nueva esperanza para el Líbano, 93). Por tanto, corresponde al conjunto de los protagonistas de la vida social asegurar, en nombre de la simple reciprocidad, la libertad necesaria para la vida religiosa y moral, sin que ello entrañe una exclusión del pueblo al que uno pertenece y ama porque constituye sus raíces y porque es el pueblo de sus antepasados. En esta perspectiva, invito a los cristianos de vuestras comunidades a ser incansablemente levadura de concordia y reconciliación.

10. En vuestros informes, habéis subrayado el importante lugar que ocupan los religiosos y las religiosas en medio del pueblo egipcio, en algunos sectores como la educación, la sanidad, las obras caritativas, la promoción de la igualdad entre el hombre y la mujer, y las relaciones con los cristianos de las demás confesiones y con los musulmanes. Transmitidles mis saludos cordiales. Doy gracias al Señor por lo que han podido realizar. Las personas consagradas, presentes en medio de los hombres, recuerdan de manera profética, mediante la práctica de los consejos evangélicos, que Cristo es lo primero y que puede colmar plenamente a los que se comprometen a seguirlo. El pueblo cristiano necesita hombres y mujeres que se consagren totalmente al Señor y a sus hermanos, y puedan expresar su amor a Dios y al prójimo mediante opciones coherentes y proyectos concretos. Doy las gracias a las congregaciones y a los institutos por enviar regularmente nuevas personas a vuestro país para responder a las necesidades pastorales más urgentes.

11. Amadísimos hermanos de la Iglesia copta católica, debéis afrontar numerosas dificultades en el crecimiento de vuestras comunidades, que no siempre disponen de los lugares de culto necesarios para sus asambleas litúrgicas, y cuyos fieles se ven obligados a veces a abandonar su Iglesia únicamente a causa de las condiciones sociales impuestas a los cristianos. ¡Ojalá que podáis procurar a los miembros de vuestras eparquías los medios espirituales que les permitan permanecer firmes en la fe en medio de sus compatriotas, para que la Iglesia siga legítimamente presente y visible en el país!

Recientemente fui al Líbano para entregar a los cristianos de ese país la exhortación apostólica postsinodal Una nueva esperanza para el Líbano, fruto de la Asamblea especial del Sínodo de los obispos. Os invito a dedicar también vuestra atención a este documento, que contiene aspectos relacionados con las diferentes comunidades católicas orientales y los vínculos con los hombres de otras religiones.

12. Beatitud, deseo felicitarlo cordialmente con ocasión del trigésimo aniversario de su ordenación episcopal, para reavivar en usted el don de Dios recibido con la imposición de las manos. Asimismo, felicito a todos vuestros sacerdotes y a los que entre vosotros celebran durante este mes de junio un aniversario de ordenación. Pido al Espíritu Santo que os acompañe y os colme de sus dones. También encomiendo en mi oración a todos los católicos de rito copto y del vicariato apostólico latino. Llevadles el saludo afectuoso y el aliento cordial del Sucesor de Pedro. Ojalá que, en medio de las dificultades actuales, los discípulos de Cristo no pierdan la esperanza y el Espíritu les inspire a todos sentimientos de concordia y paz. Por intercesión del apóstol san Marcos, os imparto de todo corazón la bendición apostólica a vosotros y a los miembros del pueblo de Dios encomendado a vuestra solicitud pastoral.





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL PREPÓSITO GENERAL DE LOS ESCOLAPIOS


EN EL IV CENTENARIO DE LA PRIMERA ESCUELA POPULAR GRATUITA DE EUROPA




191 Al reverendo padre
José María BALCELLS XURIACH
prepósito general de los padres escolapios

1. En el IV centenario de la apertura en Roma de la «primera escuela pública popular gratuita de Europa» por obra de san José de Calasanz, deseo unirme a la alegría de ese instituto y de todos los que, gracias al ministerio educativo y evangelizador de los padres escolapios, han recibido una sólida formación humana y cristiana.

El encuentro, en la primavera de 1597, entre José de Calasanz y Antonio Brendani, párroco de Santa Dorotea, fue para vuestro fundador la ocasión de una conversión más total al Evangelio, que lo impulsó a abandonar legítimas aspiraciones personales para encontrar en la pequeña escuela de Trastévere un «modo mejor de servir a Dios, ayudando a estos pobres niños» (Vincenzo Berro, Annotazioni della Fondatione della Congregatione e Religione delle Scuole Pie, 1963, tomo
1P 73). Desde esa primera experiencia educativa, convenientemente transformada y cualificada por Calasanz, nació, en el otoño siguiente, el primer núcleo de las Escuelas Pías, ejemplo de instrucción cristiana abierta a todos, que daría origen a las escuelas populares en sentido moderno.

Como recordó mi venerado predecesor Benedicto XV, con ocasión del tercer centenario de la aprobación de la obra calasancia, «él (Calasanz) fue el primero en inventar, para la caridad cristiana, también este camino: cuando, a duras penas, se ofrecía a los muchachos una instrucción primaria, él asumió la tarea de enseñar gratuitamente a los hijos de los pobres, para que no quedaran privados totalmente de instrucción a causa de su pobreza» (AAS 9 [1917], p. 105).

2. José de Calasanz, intérprete sabio de los signos de su tiempo, consideró la educación, impartida de modo «breve, sencillo y eficaz» (cf. Constitutiones [1622], n. 216), como garantía de éxito en la vida de los alumnos y levadura de renovación social y eclesial. Además, vio en la escuela una manera nueva de evangelizar y, por eso, quiso que la tarea de la educación la asumieran religiosos, y preferiblemente sacerdotes, comprometiéndolos a dar al niño una cultura global, en la que la dimensión religiosa fuera considerada y vivida profundamente. Calasanz delineó, en consecuencia, la figura del sacerdote educador de los niños y de los pobres, elevando al mismo tiempo a dignidad ministerial un oficio considerado por sus contemporáneos humilde y de poco prestigio.

Siguiendo su ejemplo, los escolapios, los numerosos «escolapios desconocidos » que elogió Pío XII (en la audiencia del 22 de noviembre de 1948), dieron testimonio, a lo largo de los siglos, de fidelidad a Cristo en la entrega diaria a la misión de educar a los niños y al anuncio del Evangelio. Fueron y siguen siendo sembradores de esperanza. Más aún, el educador mismo se transforma en semilla capaz de producir frutos para un mundo mejor.

3. Calasanz abrió, con su genial intuición, un fértil surco en la sociedad, que luego muchos otros fundadores y fundadoras han seguido y profundizado; de esta forma, la escuela es hoy uno de los campos en los que la Iglesia puede cumplir con mayor eficacia su misión evangelizadora. Por consiguiente, con razón, mi venerado predecesor Pío XII, en el año 1948, lo proclamó «patrono celeste de todas las escuelas populares cristianas del mundo » (breve Providentissimus Deus en AAS 40 [1948], pp. 454-455).

Los contemporáneos de Calasanz vieron en su obra de «evangelización de los pobres» (cf. Lc Lc 7,22) un signo de la cercanía del reino de los cielos y favorecieron su rápida difusión en numerosos países de Europa. Hoy, cuatro siglos después, las iniciativas de Calasanz están presentes en cerca de treinta naciones del mundo. Su compromiso actual en favor de la educación, considerado uno de los deberes fundamentales de un Estado moderno, no sólo no elimina la tarea de las escuelas católicas, sino que la hace más urgente. En efecto, por una parte, las escuelas católicas permiten responder al derecho de las familias de garantizar a sus hijos una educación fundada en los valores perennes del Evangelio y, por otra, ofrecen a la sociedad entera auténticos centros educativos, en los que la calidad de la instrucción va acompañada por una seria labor formativa.

Así pues, renuevo con fuerza mi deseo de que en todos los países democráticos se ponga en práctica realmente una verdadera igualdad para las escuelas no estatales, que al mismo tiempo respete su proyecto educativo, pues dichas escuelas prestan un servicio de interés público, apreciado y buscado por muchas familias.

192 El ambiente secularizado en que, por desgracia, tienen que vivir las nuevas generaciones exige que la escuela de inspiración cristiana se siga ofreciendo a cuantos buscan en ella un lugar óptimo de formación y evangelización. Los modelos negativos que se suelen proponer a los jóvenes de nuestro tiempo hacen necesario que los religiosos comprometidos en el ámbito de la educación continúen «con fidelidad creativa» (cf. Vita consecrata VC 37) su misión, con el fin de cumplir el mandato de Jesús: «Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16,15).

En efecto, la educación constituye un moderno areópago, en el que la Iglesia, hoy más que nunca, está llamada a cumplir su misión de evangelización y caridad cultural (cf. Vita consecrata VC 96).

4. Calasanz no se limitó a promover la «escuela para todos», ideal que más tarde ha sido reconocido como uno de los derechos fundamentales del hombre; quiso que su escuela, animada por maestros especialmente comprometidos en la evangelización, estuviera destinada «principalmente a los niños pobres» (Constitutiones [1622], n. 4, 198). Ese planteamiento, que representó una gran innovación en el siglo XVI, resulta sumamente actual también hoy. En efecto, en las zonas marginadas de los países donde reina el bienestar, y sobre todo en las naciones en vías de desarrollo, muchos niños aún no son suficientemente escolarizados o se ven totalmente abandonados a su suerte, de forma que la evangelización de los pobres sigue siendo un signo profético de la presencia del reino de Dios entre los hombres (cf. Vita consecrata VC 89-90). Si Calasanz supo ver en el rostro de aquellos niños romanos, abandonados a sí mismos, el reflejo del rostro de Cristo, ahora os toca a vosotros, en un mundo en que los pueblos y las personas son apreciados y estimados sólo en función de su importancia económica, mostrar a todos que los niños y los pobres siguen siendo los preferidos del corazón de Cristo.

Si la escuela católica es un lugar preferencial de evangelización, hoy la escuela popular calasancia es, en muchos casos, un lugar de misión. Como recordé en la exhortación postsinodal Vita consecrata, los religiosos educadores deben sentirse especialmente comprometidos a ser «fieles a su carisma originario y a sus tradiciones, conscientes de que el amor preferencial por los pobres tiene una singular aplicación en la elección de los medios adecuados para liberar a los hombres de esa grave miseria que es la falta de formación cultural y religiosa» (n. 97).

5. En vuestras obras educativas son cada vez más numerosos los laicos que comparten con vosotros el ministerio calasancio de maneras y en grados diversos. A ejemplo de vuestro fundador que, ya desde el inicio, asoció a sacerdotes y laicos en su apostolado educativo, os exhorto a emprender juntos caminos de cualificada y fraterna colaboración en el ámbito de la elaboración y de la transmisión de la cultura, para que la riqueza del carisma peculiar de vuestro instituto siga produciendo frutos en la Iglesia y en la sociedad (cf. ib., 54). Para ello será necesario intensificar la formación espiritual, teológica y cultural, a fin de que los religiosos y los laicos puedan realizar el ideal del educador cristiano en la triple fidelidad «al espíritu de vuestro fundador, a la Iglesia y a la causa de la escuela católica» (Pablo VI, Alocución del 26 de agosto de 1967).

A María, la primera maestra y discípula de Jesús, bajo cuya protección os puso vuestro fundador, llamándoos «pobres de la Madre de Dios» (Constitutiones [1622], n. 4), lo encomiendo a usted, reverendísimo padre, y a toda la orden calasancia. Que el ejemplo de la Virgen os impulse a seguir en todo a Cristo con el espíritu de los niños, destinatarios privilegiados del reino de Dios (cf. Lc Lc 18,16-17).

Con estos deseos, os imparto de corazón a todos una especial bendición apostólica.

Vaticano, 24 de junio de 1997





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL OBISPO DE CREMONA EN EL OCTAVO CENTENARIO


DE LA MUERTE DE SAN HOMOBONO




Al venerado hermano GIULIO NICOLINI
Obispo de Cremona (Italia)

1. El 13 de noviembre de 1197 Homobono Tucenghi, comerciante de telas de Cremona, concluía su existencia terrena contemplando al Crucificado, mientras participaba, como solía hacer cada día, en la santa misa en la iglesia parroquial de San Egidio, en su ciudad.

193 Poco más de un año después, el 12 de enero de 1199, mi predecesor Inocencio III lo inscribía en el catálogo de los santos, aceptando la petición que el obispo Sicardo le había dirigido, cuando fue como peregrino a Roma con el párroco Osberto y un grupo de ciudadanos, después de haber examinado los numerosos testimonios, también escritos, de los prodigios atribuidos a la intercesión de Homobono.

Ocho siglos más tarde, la figura de san Homobono sigue constantemente viva en la memoria y en el corazón de la Iglesia y de la ciudad de Cremona, que lo veneran como su patrono. Es el primer fiel laico, y el único que, sin pertenecer a la nobleza o a familias reales o principescas, fue canonizado en la Edad Media (cf. A. Vauchez, I laici nel Medioevo, Milán 1989, p. 84; La santità nel Medioevo, Bolonia 1989, p. 340). «Padre de los pobres», «consolador de los afligidos», «asiduo en las continuas oraciones», «hombre de paz y pacificador », «hombre bueno de nombre y de hecho», este santo, como afirmó el Papa Inocencio III en la bula de canonización Quia pietas, sigue siendo aún hoy un árbol plantado junto a corrientes de agua, que da fruto en nuestro tiempo.

2. Por eso, he recibido con mucho agrado la noticia de que usted, venerado hermano, ha decidido dedicar a su memoria el período de tiempo que va del 13 de noviembre de 1997 al 12 de enero de 1999, denominándolo «Año de san Homobono», que se celebrará con peculiares iniciativas espirituales, pastorales y culturales, articuladas en el camino de preparación para el gran jubileo del año 2000 y con el espíritu de comunión creado por el Sínodo que la diócesis ha celebrado recientemente.

En efecto, aunque esté tan lejano en el tiempo, Homobono se nos presenta como un santo para la Iglesia y la sociedad de nuestro tiempo. No sólo porque la santidad es una sola, sino también por las características de la vida y de las obras con que este fiel laico vivió la perfección evangélica. Responden de modo singular a las exigencias actuales y confieren a la celebración jubilar un profundo sentido de «contemporaneidad».

3. Los testimonios unánimes de la época definen a Homobono «pater pauperum », padre de los pobres. Esta definición, que se ha mantenido en la historia de Cremona, resume en cierto modo las dimensiones de la elevada espiritualidad y de la extraordinaria aventura del comerciante. Desde el momento de su conversión a la radicalidad del Evangelio, Homobono llega a ser artífice y apóstol de caridad. Transforma su casa en casa de acogida. Se dedica a la sepultura de los muertos abandonados. Abre su corazón y su bolsa a todos los necesitados. Se dedica con todo su empeño a dirimir las controversias que, en la ciudad, dividen a grupos y familias. Lleva a cabo con generosidad las obras de misericordia espirituales y corporales y, a la vez, con el mismo fervor con que participa diariamente en la Eucaristía y se dedica a la oración, protege la integridad de la fe católica frente a infiltraciones heréticas.

Recorriendo el camino de las bienaventuranzas evangélicas, durante la época del municipio, en la que el dinero y el mercado tienden a constituir el centro de la vida ciudadana, Homobono conjuga justicia y caridad y hace de la limosna el signo de comunión, con la espontaneidad con que, gracias a la asidua contemplación del Crucificado, aprende a testimoniar el valor de la vida como don.

4. Fiel a estas opciones evangélicas, afronta y supera los obstáculos que se le presentan en su ambiente familiar, ya que su esposa no comparte sus opciones; en el parroquial, que ve con cierta sospecha su austeridad; e incluso en el ámbito del trabajo, por la competencia y la mala fe de algunos, que tratan de engañar al honrado comerciante.

Así, surge la imagen de Homobono trabajador, que vende y compra telas y, mientras vive el dinamismo de un mercado que se extiende por ciudades italianas y europeas, confiere dignidad espiritual a su trabajo: una espiritualidad que es la impronta de toda su laboriosidad.

En su experiencia se funden las diversas dimensiones. En cada una encuentra el «lugar» adecuado para desarrollar su aspiración a la santidad: en el núcleo familiar, como esposo y padre ejemplar; en la comunidad parroquial, como fiel que vive la liturgia y participa asiduamente en la catequesis, unido profundamente al ministerio del sacerdote; en el ámbito de la ciudad, donde irradia la fascinación de la bondad y de la paz.

5. Una vida tan rica en méritos no podía menos de dejar una huella profunda en la memoria. En efecto, es admirable la perseverancia que ha tenido Cremona en el afecto y en el culto a este singular ciudadano suyo, que surgió precisamente del sector popular.

Es significativo el hecho de que, en 1592, la iglesia catedral fuera dedicada simultáneamente a él y a la Asunción de la Virgen María. Y es igualmente significativo que, en 1643, fuera elegido patrono de la ciudad por los miembros del Concejo, en medio del júbilo, «la inmensa alegría» y las «lágrimas de devoción» del pueblo. Un santo laico, elegido como patrono por los mismos laicos.

194 No ha de sorprender que el culto de san Homobono se haya difundido en muchas diócesis italianas y más allá de las fronteras nacionales. Homobono es un santo que habla a los corazones. Es hermoso constatar que los corazones sienten su amable fascinación. Lo demuestra la incesante peregrinación de fieles ante sus restos mortales, sobre todo, no exclusivamente, el día de su fiesta litúrgica, y la intensa devoción que le profesa la población, recordando las gracias recibidas y confiando en la intercesión del amado «comerciante celestial».

6. Como dije al inicio, en el año jubilar su voz, en algunos aspectos esenciales, habla con el acento de la «contemporaneidad ».

Los tiempos ya no son los de hace ochocientos años. A la canonización de Homobono, que maduró en el clima y en los procedimientos medievales, no podemos atribuirle el carácter de una «promoción del laicado», en el sentido que damos hoy a este concepto.

Sin embargo, es verdad que, precisamente a esta luz, leemos la aventura espiritual que ha surcado la secular historia de Cremona. Y en esta perspectiva redescubrimos el mensaje, aún hoy original, del insigne patrono. Se trata de un fiel laico que, como laico, alcanzó el don de la santidad.

Su historia tiene un valor ejemplar como llamada a la conversión sin restricciones de ningún tipo y, por tanto, a la santificación, que no está reservada a unos cuantos, sino que se propone a todos indistintamente.

El concilio Vaticano II hace de la santidad un elemento constitutivo de la pertenencia a la Iglesia, cuando afirma que «todos los cristianos, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor» (Lumen gentium
LG 40); y destaca que «esta santidad favorece, también en la sociedad terrena, un estilo de vida más humano» (ib.). Precisamente esto es lo que necesitamos en la situación de imparable transición que estamos viviendo: lo necesitamos para desarrollar las premisas positivas actuales y responder a los graves desafíos que nacen de la profunda crisis de civilización y de cultura, que afecta al ethos colectivo.

7. La llamada a la santidad exige y valoriza la vida y la actividad del laicado, como también enseña el Concilio, y yo mismo reafirmé en la exhortación apostólica postsinodal Christifideles laici.

De acuerdo con lo que escribí en este último documento, veo acercarse a nosotros y, en particular, al hoy de la Iglesia y de la sociedad cremonesa, la historia existencial de san Homobono. En efecto, para llevar a cabo una nueva evangelización, «urge en todas partes rehacer el entramado cristiano de la sociedad humana, pero la condición es que se rehaga la cristiana trabazón de las mismas comunidades eclesiales» (n. 34).

Los fieles laicos deben sentirse plenamente partícipes en esta tarea, con los carismas peculiares de su índole laical. Las situaciones nuevas, tanto eclesiales como sociales, económicas, políticas y culturales, exigen con una fuerza muy particular su participación específica (cf. ib., 3).

8. Es una feliz coincidencia que la celebración jubilar de este «santo de la caridad » se inserte en la conclusión del último decenio de nuestro siglo, que la comunidad eclesial en Italia ha consagrado al programa «Evangelización y testimonio de la caridad».

Como dije en la Christifideles laici, la caridad, en sus varias formas, desde la limosna hasta las obras de misericordia, «anima y sostiene una activa solidaridad, atenta a todas las necesidades del ser humano» (n. 41). Es y será siempre necesaria para las personas y las comunidades. Y «se hace más necesaria, cuanto más las instituciones, volviéndose complejas en su organización y pretendiendo gestionar toda área a disposición, terminan por ser abatidas por el funcionalismo impersonal, por la exagerada burocracia, por los injustos intereses privados, por el fácil y generalizado encogerse de hombros» (ib.).

195 La sensibilidad de Homobono estimula ejemplarmente a abrirse a todo el horizonte de la caridad, en sus múltiples expresiones, no sólo materiales: caridad de la cultura, caridad política y caridad social, con vistas al bien común. Un ejemplo tan elocuente puede contribuir eficazmente a serenar el actual clima político y social, favoreciendo un ambiente de concordia, de confianza recíproca y de compromiso común.

9. Me alegra particularmente el hecho de que la celebración del «Año de san Homobono» se extienda a todo 1998, segundo año de la fase preparatoria del gran jubileo, dedicado especialmente al Espíritu Santo.

Que la querida figura del antiguo comerciante acompañe desde el cielo este providencial evento. Que, invocado con la profunda y tradicional devoción y con una fe cada vez más consciente, obtenga a todos los bautizados la fidelidad a los dones del Espíritu, recibidos sobre todo en el sacramento de la confirmación. Que a los fieles laicos les obtenga una conciencia más madura de que su participación en la vida de la Iglesia «es tan necesaria, que, con gran frecuencia, sin ella el mismo apostolado de los pastores no podría conseguir plenamente su efecto» (Apostolicam actuositatem
AA 10). A todos los componentes de la Iglesia cremonesa les obtenga del Señor el celo que se exige a los nuevos evangelizadores, llamados en el período postsinodal a ser verdaderos testigos de fe, esperanza y caridad.

Con estos fervientes deseos, recordando mi visita pastoral a Cremona, en junio de 1992, y mi sucesivo encuentro con quienes vinieron a Roma en peregrinación, en noviembre del año pasado, como coronamiento del Sínodo diocesano, le imparto de corazón una afectuosa bendición apostólica a usted, venerado hermano, a los presbíteros, a los diáconos, a los consagrados y las consagradas, a los fieles laicos, a cada familia, a cada parroquia y a toda la ciudad.

Vaticano, 24 de junio de 1997






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