Discursos 1997 195


AL SEÑOR ALFREDO LUNA TOBAR,


NUEVO EMBAJADOR DE ECUADOR ANTE LA SANTA SEDE


Jueves 26 de junio de 1997



Señor embajador:

1. Me es grato recibir las cartas que acreditan a vuestra excelencia como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República del Ecuador ante la Santa Sede, en este acto que me ofrece también la oportunidad de darle mi más cordial bienvenida.

Agradezco sinceramente el deferente saludo que el señor presidente, dr. Fabián Alarcón, ha querido hacerme llegar por medio de vuestra excelencia, expresión de la cercanía espiritual de su patria a esta Sede apostólica, labrada a lo largo de la historia con el continuo quehacer de la Iglesia a través de sus miembros e instituciones. Le ruego tenga a bien transmitir al señor presidente mis mejores deseos, junto con las seguridades de mi plegaria al Altísimo para que otorgue prosperidad y bien espiritual a todos los ecuatorianos.

Las amables palabras que me ha dirigido, señor embajador, me han hecho revivir los momentos de mi viaje pastoral a su patria, del que mantengo imborrable y grato recuerdo, y en el que tuve ocasión de compartir las preocupaciones y esperanzas de sus gentes, profesar la misma fe con ellas en las diversas y entrañables celebraciones, y apreciar «los valores más genuinos del alma ecuatoriana, que aun en medio de las dificultades, muestra su confianza en Dios y su propósito de mantenerse fiel a la herencia de sus mayores: a su fe cristiana, a la Iglesia, a su cultura, sus tradiciones, su vocación de justicia y libertad » (Discurso de despedida, 1 de febrero de 1985).

2. Me complace comprobar que los vínculos que unen al pueblo ecuatoriano con la Sede de Pedro están bien avalados por relaciones cordiales que, sobre la base de acuerdos y de un recíproco respeto, permiten una leal y fructuosa colaboración entre el Estado y la Iglesia, la cual se extiende también en ocasiones a los foros internacionales en los que hoy se debaten grandes cuestiones de interés para toda la humanidad. Es de desear que esta colaboración continúe y dé frutos en bien de la nación ecuatoriana. La Iglesia, por su parte, siente como propio el deber de propugnar los valores fundamentales que salvaguardan la dignidad de la persona, como son, entre otros, la tutela de la vida humana en todas las etapas de su desarrollo y la defensa de la familia como institución basilar e insustituible, tanto para el individuo como para la sociedad. Así mismo, trata de promover, a través de la educación integral y de la formación religiosa, los aspectos trascendentes del ser humano sin los cuales no puede alcanzar su plena madurez y su realización personal en libertad. La misión de la Iglesia de proclamar a Cristo como único Salvador de los hombres y de la historia exige también un esfuerzo constante en favor de la paz entre las naciones y en el seno de cada una de ellas.

196 Por eso es confortante saber que el Gobierno que usted representa se ha propuesto firmemente dialogar y colaborar ampliamente con los organismos internacionales, en los que, sin duda, tiene una palabra importante que decir desde su propia tradición, cultura y convicción. Es importante que no falte esa voz frente a concepciones o propuestas que, bajo el pretexto de logros parciales o pasajeros, conculcan los más sagrados principios morales y conducen en realidad a una degradación de las personas y de la sociedad misma.

3. Superar las barreras del aislacionismo nacional significa rescatar a los pueblos de la marginación internacional y del empobrecimiento (cf. Centesimus annus
CA 33), lo cual no se limita a los aspectos económicos, sino que ha de aplicarse también al mundo de las ideas, de los derechos fundamentales y de los valores. En este sentido recordaba en el mensaje para la Jornada mundial de la paz de este año la importancia que tienen los organismos y coloquios multinacionales para discutir con buenas esperanzas de éxito aquellas cuestiones que pueden ser causa de conflicto en los pueblos y entre las naciones (cf. n. 4).

En este contexto, es motivo de satisfacción la voluntad expresada por su Gobierno de continuar las conversaciones en Brasilia, con el apoyo constructivo de los países garantes, y que tienen como objetivo el llegar a una solución digna y mutuamente aceptable de las divergencias sobre el conocido problema limítrofe con la nación hermana del Perú. Puedo asegurarle que no ha de faltar mi especial plegaria al Todopoderoso por el buen éxito de los esfuerzos encaminados a una solución que lleve establemente a la concordia entre los dos pueblos hermanos. Ésta, a su vez, se logrará más fácilmente si las iniciativas diplomáticas se ven acompañadas por una auténtica pedagogía de la paz, que contribuya a incrementar una actitud de colaboración y armonía entre todos.

4. La comunidad internacional ha seguido, no sin cierta preocupación, los imprevistos acontecimientos que, a comienzos de este año, pusieron a prueba el temple del pueblo ecuatoriano y de sus más altas instituciones. Providencialmente, las dificultades fueron superadas con prontitud y de manera pacífica, sin caer en la trampa de la violencia, y fortaleciendo así las instituciones políticas.

El Gobierno que usted representa, señor embajador, ha hecho público su compromiso de perfeccionar el Estado de derecho con el fin de mejorar la garantía de estabilidad institucional, a la vez que ha formulado su firme decisión de hacer todo lo posible por articular un orden social más justo. La consecución de ambos propósitos postulan una conciliación de la actividad política con los valores éticos, de manera que el poder público esté impregnado, tanto en sus objetivos como en sus métodos, por el sincero afán de servir sin reservas al bien común.

En esta ardua empresa, las dificultades pueden llevar a la tentación de buscar soluciones reductivas, que no tengan en la debida consideración los valores espirituales y humanos que, sin embargo, son a la vez signo y garantía de un futuro verdaderamente prometedor y sólidamente enraizado en el tejido social del pueblo ecuatoriano. Será difícil, en efecto, que una nación alcance grandes metas, si los más altos ideales y los valores más profundos no son vividos con firme convicción por parte de los ciudadanos. Es confortador en este sentido la vigencia de la «Ley de libertad educativa de las familias del Ecuador», que aspira —a través de la instrucción religiosa en las escuelas— a fomentar una formación integral de los alumnos, que les permita desarrollar también la dimensión trascendente propia del ser humano. Formulo mis mejores augurios para que se proceda a una adecuada y cada vez mejor aplicación de esta ley.

5. Ante los problemas, a veces graves y urgentes, que el Ecuador tiene delante, la Iglesia en ese país no permanece indiferente y, menos aún, pretende otro bien que el del mismo pueblo, del que ella forma parte y al que sirve con generosidad. Su misión esencial de proclamar la salvación de Cristo a todos los hombres y a todo el hombre, la convierte en instancia inspiradora y promotora de una cultura de solidaridad y pacífica convivencia en la justicia, moviendo las voluntades a colaborar en favor del progreso y del bien común, sin olvidarse de la atención que merecen los más pobres y desamparados. Las múltiples iniciativas en campos tan decisivos como la educación, la sanidad, el servicio a las diversas comunidades indígenas o los menesterosos, son consecuencia de su convicción de que evangelizar es también «anunciar a los pobres la buena nueva» (Lc 4,18). La Iglesia en Ecuador, recabando en ocasiones la solidaridad de otras Iglesias, ejerce así también su misión peculiar, a la vez que contribuye desde su propia identidad y autonomía al bien de las gentes y del pueblo ecuatoriano.

6. Señor embajador, antes de concluir este encuentro, le expreso las seguridades de mi estima y apoyo, junto con mis mejores deseos para que la importante misión que hoy inicia sea fecunda para Ecuador y su estancia en esta ciudad, que no es nueva para usted, le sea grata y provechosa.

Mientras le ruego nuevamente que se haga intérprete de mis sentimientos y esperanzas ante su Gobierno, invoco la bendición de Dios sobre usted, su distinguida familia y sus colaboradores, así como sobre los amadísimos hijos de la noble nación ecuatoriana.






A LAS HERMANAS ARMENIAS DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN


Viernes 27 de junio de 1997



Reverenda madre superiora;
197 queridas religiosas de la congregación
de Hermanas armenias de la Inmaculada Concepción:

1. Con ocasión del 150 aniversario de la erección de vuestra congregación, fundada por el Catholicós Antoine Pierre IX Hassoun y por la madre Srpuhì Hagiantonian, me alegra acogeros en la casa del Sucesor de Pedro, donde se encontraron, hace algunos días, los obispos del patriarcado armenio católico, reunidos entonces en Sínodo en Roma. Al recibiros, mi pensamiento se dirige al pueblo armenio, duramente probado a lo largo de este siglo; también conservo el recuerdo de la reciente visita del patriarca Karekin y del patriarca Aram, a los que renuevo de corazón en esta circunstancia mis sentimientos fraternos.

Deseo dar gracias al Señor por la fidelidad de vuestros fundadores a la Santa Sede y por su adhesión a la causa de la unidad de la Iglesia. En la perspectiva, que tanto gustaba a Nersès IV .norhali y a Gregorio el Iluminador, la comunidad cristiana armenia se esfuerza por hacer de la comunión eclesial el primer deber de los pastores y de los fieles. Algunas religiosas que os han precedido han dado su vida con tal de permanecer fieles a Cristo y a su Iglesia, y también a su consagración. Que la sangre de los mártires armenios sea una semilla evangélica, para que se realice plenamente la unidad de los cristianos, por la que oró Jesús al Padre.

2. Las religiosas de vuestro instituto, herederas de Hripsimè y de sus compañeras, desde su origen se han esforzado por dar testimonio de Cristo mediante la oración, la vida ascética, la difusión de la palabra de Dios y la ayuda caritativa a las familias pobres. Durante los períodos de la historia reciente, en que los armenios han sufrido más, ellas se entregaron incansablemente a consolar a sus hermanos, con una intensa caridad.

Con la fuerza de vuestra herencia espiritual dentro de la comunidad cristiana armenia, que se prepara para celebrar su XVII centenario, conservad vuestra vocación específica. Con la contemplación, contribuís a elevar el mundo a Dios y participáis misteriosamente en la santificación de todo el pueblo. Meditando el Evangelio y orando al Señor, con la ayuda de los salmos, recibís las gracias necesarias para cumplir vuestra misión.

Os exhorto, asimismo, a proseguir vuestra tarea de formadoras de la juventud, en Armenia y en los países donde estáis presentes, para hacer que las jóvenes se abran a los valores humanos, cívicos y cristianos, y para favorecer la promoción de la mujer, así como las relaciones entre los cristianos de las diferentes confesiones y con los no cristianos.

3. Proseguid también hoy la obra inicial «en honor de la Inmaculada Concepción de la Virgen María». Para hacerlo, os invito a poner siempre vuestra confianza en la Madre del Salvador y a tomarla cada día como modelo del amor a Dios y al prójimo, pues ella supo acoger la palabra del ángel, estar disponible a la llamada divina y ponerse al servicio de su prima Isabel.

Al final de nuestro encuentro, os encomiendo a la Virgen Inmaculada, pidiéndole que os asista en vuestra vida religiosa y en el apostolado que realizáis. De todo corazón os imparto la bendición apostólica a vosotras, así como a todas vuestras hermanas y a las personas que se benefician de vuestro celo pastoral.






A UN GRUPO DE PEREGRINOS CROATAS DE MOSTAR


Viernes 27 de junio de 1997



Venerado hermano en el episcopado;
198 queridos hermanos y hermanas:

1. Vuestra presencia me hace revivir la inolvidable visita pastoral a Sarajevo, que realicé el pasado mes de abril. Doy gracias, una vez más, a la divina Providencia, que me permitió ir a esa amada ciudad para confirmar en la fe a numerosos hermanos y hermanas, y manifestar la solidaridad de la Iglesia católica a esas poblaciones tan duramente probadas por la triste experiencia de un largo conflicto. En Sarajevo traté de sembrar esperanza, exhortando a los habitantes de la región a construir juntos un futuro de paz, basado en el respeto a los derechos y deberes, y en la realización de las legítimas expectativas de cada persona y de todo pueblo.

Hoy expreso mi gratitud también a cada uno de vosotros por vuestro compromiso generoso que tanto contribuyó al éxito de mi visita. Colaborasteis, sin ahorrar energías, en la preparación del acontecimiento, favoreciendo la participación en él de vuestras dos diócesis de Herzegovina, la de Mostar-Duvno y la de Trebinja-Mrkan. De ese modo, quisisteis manifestar vuestra adhesión a la Iglesia, vuestro apoyo a los católicos croatas de las otras dos diócesis de Bosnia- Herzegovina y vuestro vivo deseo de paz en la justicia.

2. Me alegra, además, veros reunidos aquí, como fieles laicos, en torno a vuestro obispo, siempre dispuestos a colaborar con él, como representante visible de Cristo, buen pastor y cabeza de la Iglesia. En efecto, la tradición ininterrumpida de la Iglesia enseña que, «por institución divina, los obispos han sucedido a los Apóstoles como pastores de la Iglesia. El que los escucha, escucha a Cristo; el que, en cambio, los desprecia, desprecia a Cristo y al que lo envió» (Lumen gentium
LG 20). Por tanto, permaneciendo en comunión con vuestro obispo, tenéis ante vosotros vastos campos para vuestro compromiso laical, dentro y fuera de la comunidad eclesial, a fin de promover el bien común e imprimir un carácter evangélico en la vida y en la actividad del hombre.

Vuestra acción apostólica recibe un estímulo particular no sólo de vuestros sacerdotes, siempre en sintonía con el obispo, sino también de la perspectiva del gran jubileo del año 2000. Para vosotros los años de preparación a ese acontecimiento histórico se han de caracterizar también por el esfuerzo de reconstrucción, material y espiritual, de vuestra tierra desde la destrucción causada por la guerra, recientemente terminada, y por la dictadura comunista de los últimos cinco decenios. Es una tarea que requiere gran generosidad y espíritu de sacrificio. Sabed que el Papa está junto a vosotros en vuestro empeño diario, y que os acompaña con su oración y su bendición.

¡Alabados sean Jesús y María!







ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS MIEMBROS DE LA COMISIÓN CATÓLICO-PENTECOSTAL


Sábado 28 de junio de 1997



Queridos amigos:

Me alegra encontrarme con la Comisión católico-pentecostal, con ocasión del 25 aniversario del diálogo ecuménico internacional. Se trata de un logro del que debemos dar sinceramente gracias a Dios.

El tema de la reconciliación ocupa un lugar central en el encuentro ecuménico que se está celebrando esta semana en Graz (Austria). Es realmente grande la necesidad de reconciliación y perdón recíproco entre los cristianos. Buscar todos juntos, mediante el diálogo, la manera de superar las dificultades teológicas que se encuentran en el camino de la unidad de los cristianos es un deber fundado en la oración de Cristo mismo por sus discípulos. Nuestros esfuerzos por acercarnos mutuamente constituyen la respuesta a las palabras del Señor: «Que todos sean uno (...) para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,21).

El mundo está escandalizado por las divisiones entre los cristianos. Ahora que se aproxima el año 2000, sigamos escuchando la palabra de Dios que nos llama a una comunión y a una colaboración cada vez mayores. Así pues, nuestra búsqueda de reconciliación debe proseguir. La gracia del Espíritu Santo nos impulsa en esta peregrinación. El Espíritu Santo nos invita a la conversión de la mente y del corazón. «A vosotros gracia y paz, de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo » (Rm 1,7).







MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL CARDENAL ACHILLE SILVESTRINI




Señor cardenal

ACHILLE SILVESTRINI

199 Prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales

1. Me alegra vivamente enviar, por medio de usted, querido hermano, mi saludo en el Señor a los participantes en el encuentro de obispos y superiores religiosos de las Iglesias orientales católicas de Europa con los representantes de la Congregación para las Iglesias orientales, que se celebrará en Hajdúdorog (Hungría) del 30 de junio al 6 de julio próximos.

Esa asamblea constituye un acontecimiento de notable importancia: los principales responsables de las Iglesias orientales católicas se reunirán para comprender cada vez mejor lo que la Iglesia universal espera de los orientales que están en plena comunión con la Sede de Roma. La libertad recuperada, que sitúa a las Iglesias orientales católicas de Europa frente a posibilidades y compromisos nuevos, ha hecho posible el encuentro. Esas Iglesias han pagado un precio altísimo por mantenerse fieles al Señor y a la comunión con el Obispo de Roma. A veces ese precio ha sido el don supremo de la vida. Privadas durante decenios de su clero, a menudo encarcelado o, por lo menos, sometido a una vigilancia extenuante y a una continua limitación de libertad en su acción pastoral, hoy esas Iglesias, con sus fuerzas debilitadas, pero con confianza en Aquel que venció al mundo, deben afrontar la ardua tarea de salir de las catacumbas para responder a las exigencias de los fieles, por fin liberados del yugo de la opresión, pero atraídos por nuevos espejismos y sometidos a nuevos desafíos.

2. Muy oportunamente el dicasterio de la Curia romana que preside usted, señor cardenal, ha organizado este encuentro para dar a los obispos, algunos de los cuales son auténticos confesores de la fe, la posibilidad de reunirse, orar y reflexionar juntamente con los colaboradores de la Congregación, a fin de que ésta pueda conocer mejor sus expectativas y expresar de forma más inmediata e incisiva las directrices de la Santa Sede para los orientales católicos. Por medio de la Congregación para las Iglesias orientales, el Papa mismo se pone a su lado, como piedra sobre la cual construir el edificio siempre nuevo de su fidelidad al Señor Jesús. Con esta sencillez de escucha recíproca se construye la Iglesia.

Estoy seguro de que esta experiencia de convivencia enriquecerá a todos, fortaleciendo en las Iglesias orientales católicas el compromiso de descubrir la mejor manera de dar su propia contribución específica: hacen presente en el corazón de la Iglesia el tesoro del Oriente cristiano y, al mismo tiempo, participan en el flujo de gracia que recorre el cuerpo, variado y multiforme, de la Iglesia católica. En la fidelidad a esta doble vocación se sitúa la expectativa común. Espero que una conciencia más clara de esta identidad contribuya a facilitar la precisa situación de los orientales católicos en el ámbito ecuménico, favoreciendo la superación de incomprensiones y tensiones que han entrañado y entrañan gran sufrimiento. Eso reafirma lo que dije en mi Carta a los obispos del continente europeo sobre las relaciones entre católicos y ortodoxos en la nueva situación de Europa central y oriental: «Espero ardientemente que, donde vivan juntos católicos y ortodoxos, se instauren relaciones fraternas, de recíproco respeto y de búsqueda sincera de un testimonio común del único Señor» (n. 6: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 14 de junio de 1991, p. 11).

Cuanto más las Iglesias orientales sean como deben, tanto más incisivo será su testimonio, más visible su pertenencia al Oriente cristiano, y más fecunda y valiosa su complementariedad con respecto a la tradición occidental.

3. Pido a los mártires, conocidos o desconocidos, de esas venerables Iglesias que acompañen este acontecimiento, intercediendo ante el Padre común a fin de obtener para todos la apertura de corazón y de mente, la valentía de la fidelidad y la santa esperanza en el día del Señor. Con este deseo, les imparto de corazón a usted, señor cardenal, y a todos los participantes en el encuentro la bendición apostólica.

Vaticano, 28 de junio de 1997, memoria litúrgica de san Ireneo










A LOS MIEMBROS DE LA ASOCIACIÓN «SAN PEDRO Y SAN PABLO»


Sábado 28 de junio de 1997



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra acogeros con ocasión del 25 aniversario de la fundación de la asociación «San Pedro y San Pablo», querida por mi venerado predecesor Pablo VI. A cada uno de vosotros os dirijo mi saludo con las palabras del apóstol Pedro: «A los que por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo les ha cabido en suerte una fe tan preciosa como la nuestra, a vosotros, gracia y paz» (2P 1,1-2).

200 Agradezco al abogado Gianluigi Marrone, que se ha hecho intérprete de los sentimientos de todos vosotros, así como a vuestro asistente espiritual, monseñor Carmelo Nicolosi, y al vice-asistente, mons. Franco Follo. Añado un recuerdo particular para el doctor Pietro Rossi, presidente emérito, y para monseñor Giovanni Coppa, primer asistente espiritual, actualmente nuncio apostólico en la República Checa, así como para monseñor Nicolino Sarale, ya fallecido, que gastó gran parte de sus energías sacerdotales entre vosotros.

2. Han pasado veinticinco años desde que el Papa Pablo VI, de venerada memoria, quiso que la gran tradición de la Guardia palatina de honor prosiguiera de forma más acorde con las nuevas exigencias de los tiempos. Estos cinco lustros de actividad testimonian que esa tradición se ha incrementado con acierto, manteniendo el espíritu de sus orígenes.

En conformidad con el lema heredado de la Guardia palatina: «Fide constamus avita», no sólo habéis querido perseverar en la fe recibida, sino también acrecentarla, gracias a esmerados encuentros de catequesis, al activo servicio litúrgico en la basílica de San Pedro y a la actividad caritativa en la casa Don de María y en el Dispensario para niños extracomunitarios anexo a la casa de Santa Marta. La presencia entre vosotros de algunas religiosas Misioneras de la Caridad y de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl permite pensar que también ellas, en cierto sentido, forman parte de vuestra familia asociativa, a cuya colaboración, si les es posible, deben dar una ayuda silenciosa y valiosa a muchos hermanos necesitados.

3. Además de mi satisfacción por la colaboración cualificada que ofrecéis al Sucesor de Pedro y a su ministerio de caridad, hoy quisiera expresaros mi gratitud por la labor que realizáis en la Ciudad del Vaticano. ¡Gracias por los múltiples servicios que prestáis y, sobre todo, por el espíritu con que os dedicáis a ellos! Perseverad en vuestras iniciativas, teniendo siempre muy presente la exhortación del apóstol Pablo: «Veritatem facientes in caritate » (
Ep 4,15): vivid la verdad en la caridad. Esta expresión indica la ley fundamental que, con la ayuda de la gracia divina, sostiene la existencia cristiana. «Vivir la verdad en la caridad» es posible cuando la vida de los creyentes crece y se alimenta mediante acciones sostenidas por la gracia santificante y orientadas a Dios en la caridad, bajo el impulso de la convicción de que la fe sin obras es una fe muerta (cf. St Jc 2,17).

La voluntad amorosa de Dios, revelada en los mandamientos, nos sugiere las obras que la fe necesita para vivir. La fuerza para traducir en acto esta voluntad nos la asegura la gracia, cuya fuente es el mismo Verbo encarnado: «Porque la ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo» (Jn 1,17).

Por tanto, os exhorto a estar siempre unidos a Cristo, como los sarmientos a la vid, para que el anuncio y el testimonio de la verdad estén unidos al amor y se realicen en el amor. En efecto, la verdad del Evangelio se vive y se manifiesta en el amor.

Viviendo la verdad en la caridad, participáis en la edificación de la Iglesia y en el crecimiento del mundo entero, siguiendo las huellas de aquel que es Cabeza y Señor, Jesucristo.

4. Amadísimos hermanos y hermanas, continuad vuestro generoso trabajo con la entrega de siempre. Ojalá que la cercanía del gran jubileo aumente en vosotros el entusiasmo, ya que la celebración jubilar os exigirá un compromiso aún mayor, especialmente por lo que concierne a la «custodia» de la Puerta santa de la basílica vaticana. Se trata de un servicio de honor y de caridad, que habéis realizado durante el Año santo de 1975 y durante el extraordinario de 1983. Ese servicio os pondrá en contacto diario con numerosísimos peregrinos que entrarán en la basílica pasando por esa Puerta, y a los que deberéis asistir con solicitud.

Queridos miembros de la asociación «San Pedro y San Pablo», quisiera concluir nuestro encuentro renovándoos la invitación a ser siempre testigos auténticos y «especiales» de la caridad de Dios, como bien indica vuestro Estatuto. A María, «Virgo fidelis», os encomiendo a vosotros, a vuestros familiares y a todos vuestros seres queridos. Que la Virgen santísima vele con su amor materno sobre cada uno de vosotros y os obtenga del Redentor el don de la perseverancia en el bien y la serenidad.

Os acompañe también mi bendición, que extiendo con mucho gusto a vuestras familias, recordando especialmente a los niños y a las personas enfermas.









                                                                                     Julio de 1997



ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


A UN GRUPO DE ESTUDIANTES DE ASTROFÍSICA


201

Jueves 3 de julio de 1997



Señoras y señores;
queridos jóvenes amigos:

Me alegra siempre saludar a los participantes en el curso de verano de astrofísica, organizado por el Observatorio vaticano, y este año no es una excepción. Os doy cordialmente la bienvenida, que extiendo también al grupo de amigos y bienhechores del Observatorio vaticano que se han unido a vosotros en estos últimos días de vuestro curso.

«Alégrate, joven, en tu juventud (...). Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud» (Qo 11,9 Qo 12,1). Estas palabras de la sagrada Escritura me vienen a la mente al ver este grupo de jóvenes estudiantes de diferentes naciones. Ciertamente, tenéis buenos motivos para alegraros por los dones que Dios os ha concedido, pues miráis con confianza al futuro. Espero que vuestra investigación sobre los vastos ámbitos del universo y sobre los misterios del tiempo y el espacio despierte en vosotros admiración por la infinita sabiduría del Creador y un respeto mayor por la dignidad de cada ser humano creado a su imagen, pues el futuro de la familia humana no sólo depende del desarrollo del conocimiento y la técnica, sino también de los esfuerzos de hombres y mujeres de sabiduría, visión y serio interés por construir un mundo de justicia, paz y auténtica solidaridad.

Queridos amigos, al expresaros mis mejores deseos, junto con mi oración, para vuestros estudios, invoco de corazón sobre vosotros y sobre vuestras familias las abundantes bendiciones de Dios todopoderoso.










A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE BURKINA FASO Y NÍGER


EN VISITA «AD LIMINA»


Viernes 4 de julio de 1997



Queridos hermanos en el episcopado:

1. Os acojo con gran alegría en esta casa a vosotros, que habéis recibido del Señor el encargo de guiar a su Iglesia en Burkina Faso y en Níger. Habéis venido a Roma para realizar vuestra visita a las tumbas de los Apóstoles y encontraros con el Sucesor de Pedro, a fin de hallar luz y apoyo en vuestra misión episcopal, «para edificación del Cuerpo de Cristo» (Ep 4,12), en comunión con la Iglesia universal. Agradezco a monseñor Jean-Baptiste Somé, obispo de Diébugu y presidente de vuestra Conferencia episcopal, sus amables palabras y su esmerada presentación de la vida de la Iglesia en vuestros países. A través de vosotros, dirijo un saludo afectuoso a cada una de vuestras comunidades diocesanas y a todos los habitantes de vuestra región, cuya hospitalidad cordial pude apreciar en dos oportunidades. Permitidme recordar aquí al querido cardenal Paul Zoungrana, gran figura de la Iglesia en Burkina Faso, así como a los nuevos obispos recientemente elegidos, a quienes va mi aliento y mi ferviente oración. La creación de nuevas diócesis en vuestro país es un signo elocuente de la vitalidad de la Iglesia entre los pueblos de esa región. Este año, en que la Iglesia en Níger celebra el 50 aniversario de su fundación, me alegra unirme al júbilo y a la esperanza de monseñor Guy Romano, que acaba de ser nombrado obispo diocesano de Niamey, y de la comunidad católica de ese país, cuyo dinamismo evangélico conozco.

2. En el umbral del tercer milenio, la Iglesia celebrará el primer centenario del comienzo de la evangelización en Burkina Faso. Es un acierto que, gracias a vuestra iniciativa, los cristianos hayan sido invitados a conocer y meditar la historia de sus comunidades durante este siglo, que ha visto germinar y crecer la semilla plantada desde la fundación de la primera estación misionera en Koupéla, en el año 1900. Junto con vosotros, rindo homenaje a los misioneros que han trabajado con un celo admirable para que se transmitiera la buena nueva y nacieran las comunidades autóctonas que vemos expandirse hoy de modo admirable. Recordando este camino de la Iglesia en Burkina Faso hacia su centenario, los cristianos darán gracias al Señor con fervor por todos los dones recibidos y se sentirán alentados a proseguir con ardor la obra emprendida por sus padres en la fe.

Este tiempo jubilar es para los fieles de vuestros dos países una ocasión privilegiada para enraizar más profundamente su fe en Jesucristo, el único Mediador y Salvador de todos los hombres; les permitirá, además, renovar su esfuerzo misionero, a fin de que el anuncio de la salvación pueda llegar al mayor número posible de personas. En esta perspectiva, la obra de edificación de la Iglesia-familia, que proseguís con abnegación y con gran atención a la inculturación del Evangelio, testimonia el amor y el respeto que, como discípulos de Cristo, sentís por vuestros pueblos, por sus culturas y por toda África. Deseo vivamente que la exhortación apostólica Ecclesia in Africa, fruto de ese momento de gracia que fue la Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos, sea para cada una de vuestras Iglesias particulares la carta de su misión de evangelización, en el umbral de la nueva etapa que se abre delante de ella.

202 3. Vuestros sacerdotes, en comunión con vosotros en vuestra tarea episcopal, trabajan con generosidad para hacer nacer y crecer el pueblo de Dios, como testigos fieles de Cristo en medio de sus hermanos y hermanas. El Concilio enseña que, llamados a la perfección por la gracia de su bautismo, los sacerdotes deben buscar la santidad de una manera particular, en razón del ministerio que se les ha confiado en el sacramento del orden (cf. Presbyterorum ordinis PO 12). Por tanto, invito a quienes tienen como «primer deber el anunciar a todos el Evangelio de Dios» (ib., 4), a conformar toda su existencia con la grandeza del misterio que anuncian, mediante una vida espiritual alimentada por la palabra de Dios y una búsqueda perseverante de los signos y las llamadas de Dios en su vida y en la vida de los hombres. Recuerden también que en la celebración de la Eucaristía, «fuente y cumbre de toda evangelización», se enraiza su vida sacerdotal. Con Cristo, que dio su vida por la salvación de todos los hombres, se convertirán entonces en verdaderos servidores de sus hermanos.

Para reavivar incesantemente el sentido de la misión que se les ha confiado y responder de modo apropiado, los sacerdotes tienen que continuar la formación permanente, a cualquier edad y en todas las condiciones de vida. En efecto, esta formación, que sostiene completamente el ejercicio del ministerio sacerdotal, «tiende a hacer que el sacerdote sea una persona profundamente creyente y lo sea cada vez más; que pueda verse con los ojos de Cristo en su verdad completa» (Pastores dabo vobis PDV 73). Por eso, deseo que en vuestras diócesis se mantenga viva esta preocupación, indispensable para la realización de la labor pastoral de los sacerdotes.

La próxima apertura de un nuevo seminario interdiocesano de primer ciclo es un importante signo de esperanza para el futuro de la Iglesia. El discernimiento que requieren las vocaciones y la necesidad de dar a los candidatos al sacerdocio una solidez humana, espiritual y pastoral, son graves responsabilidades de los obispos, primeros representantes de Cristo en la formación sacerdotal (cf. ib., 65).

La vitalidad y el desarrollo de la vida consagrada, sobre todo de los institutos que han nacido en vuestra región, constituyen un progreso significativo para una auténtica inculturación del mensaje evangélico. «Si la vida consagrada mantiene su propia fuerza profética se convierte, en el entramado de una cultura, en fermento evangélico capaz de purificarla y hacerla evolucionar» (Vita consecrata VC 80).

4. Por vuestros informes, he constatado el importante lugar que ocupan los laicos en la vida de vuestras comunidades. Mediante la diversidad de sus compromisos, realizan su vocación de bautizados en la Iglesia y en la sociedad. Los exhorto a acudir «asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones» (Ac 2,42), sobre todo participando activamente en la vida de las parroquias y de las comunidades cristianas de base, que son lugares privilegiados de nacimiento y desarrollo de la Iglesia-familia. Deseo que en sus numerosos movimientos de apostolado y grupos espirituales encuentren los medios para crear, en unión fraterna, hogares ardientes de evangelización y que, mediante su acción en la vida de la ciudad, se conviertan en fermentos de transformación de la sociedad.

Queréis sostener a los jóvenes de vuestras diócesis en sus aspiraciones a encontrar un lugar activo y reconocido en la Iglesia-familia y en la vida de su país. Exhorto nuevamente a los jóvenes de África a tener la audacia evangélica de preocuparse por el desarrollo de su nación, amar la cultura de su pueblo y trabajar por su revitalización, manteniéndose fieles a su herencia cultural, perfeccionando su espíritu científico y técnico y, sobre todo, dando testimonio de su fe cristiana (cf. Ecclesia in Africa ).

Quisiera alentar de modo particular a los catequistas titulares y auxiliares, a los «papás y mamás catequistas», cuyo papel es primordial en la transmisión de la fe. Los invito a utilizar los medios que se les ofrecen para profundizar su conocimiento de Cristo y de la doctrina de la Iglesia. Así podrán cumplir su misión de manera cada vez más competente, compartiendo con sus hermanos la experiencia de su encuentro con el Señor. Obispos y sacerdotes, sed para ellos guías atentos y apoyadlos día tras día. Por otra parte, los catequistas, dirigidos por vosotros y en unión estrecha con sus sacerdotes, desempeñan un papel valioso en la acogida y el acompañamiento de las personas que desean ponerse en camino en pos de Cristo, para llevarlas, durante el catecumenado, a una sincera adhesión de fe y a una plena integración en la comunidad eclesial. En efecto, el bautismo significa y lleva a cabo «este nuevo nacimiento por el Espíritu; instaura vínculos reales e inseparables con la Trinidad; hace miembros del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Por lo tanto, un itinerario de conversión que no llegase al bautismo se quedaría a mitad de camino» (ib., 73).

5. En las sociedades africanas, la familia ocupa un puesto fundamental. Por eso, es preciso preservar sus valores esenciales. La familia cristiana debe ser un lugar privilegiado donde se da testimonio de Cristo y de su Evangelio. Educadora para cada uno de sus miembros, es escuela de formación humana y espiritual. Los cristianos deben recordar también que «el matrimonio exige un amor indisoluble; gracias a esta estabilidad, puede contribuir eficazmente a realizar totalmente la vocación bautismal de los esposos» (ib., 83). Una preparación seria de los jóvenes para el sacramento del matrimonio los llevará al éxito y a la plena madurez de su compromiso, formando una verdadera comunidad de amor. Os aliento, por tanto, a favorecer el acompañamiento de las familias cristianas en las diferentes etapas de su formación y de su desarrollo. Dedicad particular atención a las familias jóvenes, para ayudarles a descubrir y vivir su vocación y sus responsabilidades. Estad cercanos a las que se encuentran más expuestas a las dificultades de la vida.

6. Gracias a sus obras de asistencia, de promoción social y de servicio en el mundo de la sanidad y de la educación, la Iglesia en vuestros países participa en el desarrollo del hombre y de la sociedad. Quisiera elogiar aquí el trabajo admirable de numerosos cristianos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, que manifiestan con generosidad que la caridad está en el centro de la misión de la Iglesia. Deseo que, desde Uagadugu, resuenen aún mis llamamientos a la solidaridad con los pueblos del Sahel. Conviene recordar también que «el desarrollo de un pueblo no deriva primariamente ni del dinero, ni de las ayudas materiales, ni de las estructuras técnicas, sino más bien de la formación de las conciencias, de la madurez de la mentalidad y de las costumbres. Es el hombre el protagonista del desarrollo, no el dinero ni la técnica» (Redemptoris missio RMi 58). Me alegra el compromiso de los pastores y los animadores de comunidades en esta obra de educación de las conciencias. Recientemente vosotros, los obispos de Burkina Faso, habéis exhortado a los fieles y a todos los hombres de buena voluntad a salvaguardar y consolidar la paz social, para contribuir a «humanizar la sociedad» en un período delicado de la vida colectiva. Deseo ardientemente que la paz y la concordia reinen entre todos los componentes de las naciones de vuestra región y que se encuentre una solución definitiva, fundada en la justicia y la solidaridad, para los problemas que aún se presentan.

7. A ejemplo del concilio Vaticano II, el Sínodo africano ha recordado con insistencia que «la actitud de diálogo es el modo de ser del cristiano tanto dentro de su comunidad como en relación con los demás creyentes y con los hombres y mujeres de buena voluntad» (Ecclesia in Africa ). Por tanto, las relaciones fraternas de los católicos con los demás cristianos deben manifestar concretamente la responsabilidad común de los discípulos de Cristo en el testimonio que tienen que dar del Evangelio. Son también numerosos en vuestra región los fieles del islam. Me complacen las relaciones serenas que por lo general, existen entre los creyentes. Deseo vivamente que el conocimiento mutuo se desarrolle cada vez más. La posibilidad, reconocida por la sociedad, de elegir libremente su religión contribuirá a crear un clima de respeto, fraternidad y verdad, que favorecerá el trabajo en común para la promoción de las personas y la colectividad. Ojalá que, con este mismo espíritu de diálogo fraterno, los cristianos testimonien claramente su fe en Jesús Salvador, entre los que profesan la religión tradicional o siguen otras corrientes de pensamiento.

8. Queridos hermanos en el episcopado, no ignoro la diversidad de situaciones de la Iglesia en vuestros países, ni las grandes necesidades de vuestras diócesis, sobre todo de personal apostólico. Por eso, os aliento a proseguir, en el seno de vuestra Conferencia episcopal, una generosa solidaridad con vistas a la misión. Compartir los recursos humanos y materiales, incluso cuando se tienen necesidades urgentes, es una expresión de la comunión que debe existir entre todas las Iglesias particulares. Preocupaos en especial por ayudar a las diócesis más necesitadas a formar animadores y catequistas, que permitan constituir comunidades vivas y activas. Invito a los sacerdotes, los religiosos y las religiosas a ponerse a disposición del Espíritu Santo, de sus obispos o de sus superiores, y a aceptar que los envíen a predicar el Evangelio más allá de las fronteras de su diócesis o de su país (cf. ib., 133). Hoy os corresponde dar a los demás lo que vosotros mismos habéis recibido de los misioneros procedentes de otros lugares y que el Señor ha hecho crecer entre vosotros.

203 9. Al término de nuestro encuentro, quisiera unirme una vez más, con el pensamiento y el corazón, al pueblo que os ha sido confiado en Burkina Faso y Níger. Hemos entrado en la preparación directa del gran jubileo del año 2000, un tiempo en que debemos concentrar nuestra mirada en la persona de Cristo, Hijo de Dios hecho hombre. Por tanto, os invito a afrontar en su presencia con confianza el futuro. Que, en medio de las dificultades y los conflictos que sufre el continente africano, vuestras comunidades sean signos audaces de esperanza, mediante la caridad que sepan vivir y transmitir. Ojalá muestren a todos que el Señor no abandona a los que sufren y a los que se sienten rechazados o excluidos de la sociedad. Encomiendo las esperanzas y los sufrimientos de vuestros pueblos a la intercesión materna de la Madre del Salvador. Y de todo corazón os imparto la bendición apostólica, que extiendo con gusto a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los catequistas y a todos los fieles laicos de vuestras diócesis.










Discursos 1997 195