Discursos 1997 15


DURANTE EL ENCUENTRO CON EL CATHOLICÓS


DE LA GRAN CASA DE CILICIA DE LOS ARMENIOS


Sábado 25 de enero de 1997



Muy querido hermano:

Durante la Semana de oración por la unidad de los cristianos, Su Santidad viene a visitar al Obispo de Roma en el lugar del martirio de los santos apóstoles Pedro y Pablo; vivimos este encuentro en la acción de gracias y en la alegría de la esperanza. Al acoger al Pastor armenio de la Gran Casa de Cilicia, ¿cómo no recordar a Pablo de Tarso, convertido en el Apóstol por excelencia de la comunión entre las Iglesias, a san Nersés IV, el Agraciado, primer Catholicós de Cilicia que emprendió sistemáticamente el diálogo ecuménico, y, algunos años más tarde, a san Nersés de Lambron, obispo de Tarso, llamado «el segundo Pablo de Tarso» por su celo ardiente por la unidad? También, después de que el concilio Vaticano II comprometió irrevocablemente a la Iglesia católica en el movimiento ecuménico, los dos Catholicós de venerable memoria, Khoren I y Vasken I, se preocuparon por reanudar las relaciones fraternas con mi predecesor el Papa Pablo VI. En fin, yo mismo tuve la alegría de recibir aquí, en 1983, a su predecesor en la sede de Antelias, Su Santidad Karekin II, quien, el pasado mes de diciembre, como Catholicós de Etchmiadzín, vino de nuevo a visitar al Sucesor de Pedro, confirmando así nuestros vínculos fraternos.

Por eso, Santidad, su visita se inscribe en nuestra voluntad común de avanzar por el camino que lleva a la comunión perfecta entre la Iglesia armenia apostólica y la Iglesia católica. Sé con qué determinación trabajó usted en la creación del Consejo de las Iglesias de Oriente Medio, y después en su desarrollo durante los diecisiete años en que fue prelado de su Iglesia para el Líbano. Su experiencia de servicio a la unidad cristiana se ha enriquecido, además, cuando el Consejo ecuménico de las Iglesias lo eligió como presidente de su Comité central. Y ahora usted se ha convertido en el Catholicós de la Gran Casa de Cilicia.

Nuestro encuentro no es sólo el de dos hermanos, felices de conocerse y orar en común. Expresa también nuestra responsabilidad de avanzar juntos para manifestar de una forma más visible la realidad espiritual de la comunión que debe congregar a los cristianos en la unidad. A las felicitaciones que le expresé en mi mensaje con ocasión de su entronización, usted me respondió enseguida: «El Catholicosado de Cilicia profundizará y ampliará su compromiso ecuménico. Puedo asegurarle que las relaciones que existen desde hace mucho tiempo entre el Catholicosado de Cilicia y la Iglesia católica proseguirán con un espíritu ecuménico creciente y una visión de unidad cristiana».

Antes de abordar los campos concretos de nuestra colaboración, hay un acontecimiento, amado hermano, que no puedo recordar sin emoción y que nos une en la acción de gracias: la tierra de la nación armenia es, por fin, libre e independiente. Usted me ha tenido informado fraternalmente del desarrollo de los acontecimientos y, en su respuesta después de su entronización, me manifestó su principal preocupación: «Se establecerá una colaboración más estrecha entre el Catholicosado de Etchmiadzín, en Armenia, y el Catholicosado de Cilicia, en Antelias. Me comprometo firmemen te a lograrlo. Su Santidad Karekin I, Catholicós de todos los armenios, ya había asumido este mismo compromiso». En efecto, en este marco, y en el respeto a las dos jurisdicciones, tratamos de profundizar aquí nuestras relaciones actuales.

16 El primer vínculo de nuestra comunión es el de la fe que hemos recibido de los Apóstoles. En este nivel, me alegra que hayamos llegado a declarar explícitamente nuestra fe común en el único Verbo encarnado, verdadero Dios y verdadero hombre. Estas declaraciones entre la Iglesia católica y las Iglesias copta, etiópica y siríaca ya han manifestado claramente la unidad de estas Iglesias en la fe en Cristo Señor, superando incomprensiones seculares. Podemos dar gracias a Dios porque la Iglesia armenia apostólica, en su unidad y su libertad reconquistadas, ha podido unir su voz a esta proclamación de fe.

En esta perspectiva, dos momentos importantes de los años venideros constituirán para nosotros la ocasión de una cooperación fraterna, tanto en su preparación como en su celebración: el gran jubileo del misterio de la Encarnación y, al año siguiente, el XVII centenario del bautismo de la nación armenia. Con motivo de esta segunda celebración, todas las Iglesias podrán descubrir las riquezas espirituales de la Iglesia armenia e inspirarse en ellas.

Por lo que respecta al gran jubileo del año 2000, que llevará a celebraciones notables, exige la conversión del corazón de todos los cristianos, para el bien de su comunidad y de las relaciones entre las Iglesias. Estamos llamados a hacer que el misterio de la Encarnación, fuente de la salvación, suscite comportamientos fraternos y solidarios en todos. Sólo unidas las Iglesias pueden responder a la misión del Salvador, que viene para «anunciar la buena nueva a los pobres », con palabras y obras. La Iglesia armenia ha aprendido mediante el sufrimiento el sentido de una solidaridad eficaz. Santidad, se abre aquí un campo inmenso para la colaboración entre nuestras Iglesias. En esta diaconía, el Señor de la viña llama a sus obreros a todas las horas: pastores y teólogos, hombres y mujeres de todas las condiciones, todos pueden trabajar en ella.

En el plano de la colaboración pastoral, muchos signos nos invitan a proseguir con entusiasmo nuestros esfuerzos comunes. Durante la Asamblea especial para el Líbano del Sínodo de los obispos, el arzobispo Ardavatz Tertérian fue el delegado fraterno del Catholicosado, y tuve la alegría de conversar con él sobre esta perspectiva. Usted mismo, Santidad, ha participado recientemente en una reunión de los patriarcas católicos de Oriente y de los patriarcas siro-ortodoxos y greco-ortodoxos de Antioquía, y, juntos, habéis tomado decisiones relativas a problemas pastorales comunes, con confianza y decisión. Conviene que estas reuniones prosigan periódicamente. Deseo también que se afiancen las relaciones fraternas entre el Catholicosado de Cilicia y el patriarcado armenio católico. Todos estos esfuerzos producirán frutos para la unidad.

Por último, hay un campo que nos interesa de modo especial a usted, querido hermano, y a mí: el de la cultura. Desde hace decenios, el Catholicosado de Cilicia es el centro creativo y de irradiación de la cultura armenia, a través de su seminario de teología, sus diversas instituciones y sus múltiples ediciones, gracias a un gran número de clérigos y laicos especializados. Como usted sabe, con vistas a una colaboración más fecunda, existe un comité católico de cooperación cultural, destinado a sostener la formación de especialistas. En fin, permítame añadir un deseo: ya que el intercambio de los dones espirituales afirma la fe de cada uno y es esencial para la comunión entre las Iglesias, la traducción de los valiosos escritos de la tradición armenia a otras lenguas podría ser útil a numerosos cristianos. Sé que algunos textos de mariología ya han sido traducidos, y deseo vivamente que este valioso trabajo se extienda a otros campos de la expresión espiritual propia del alma armenia.

En comunión con la santísima Madre de Dios y siempre Virgen María pido con usted a nuestro gran Dios y Salvador que bendiga nuestro encuentro y lo haga fructificar para gloria suya y para que venga su reino.





DECLARACIÓN COMÚN


DEL PAPA JUAN PABLO II


Y DEL PATRIARCA ARMENIO ARAM I KESHISHIÁN




Al término de su encuentro oficial, Su Santidad el Papa Juan Pablo II y Su Santidad Aram I, Catholicós de Cilicia, dan gracias a Dios porque les ha permitido profundizar su fraternidad espiritual en Jesucristo y su vocación pastoral y evangelizadora en el mundo. Ha sido una ocasión privilegiada para orar y reflexionar juntos, así como para renovar su compromiso y sus esfuerzos comunes en favor de la unidad cristiana.

El encuentro entre el Catholicós de la Gran Casa de Cilicia y el Papa de la Iglesia católica marca una etapa importante en sus relaciones. Estas relaciones, que se remontan a los comienzos del cristianismo en Armenia, han tenido una importancia particular desde el siglo XI hasta el XIV en Cilicia, y continuaron después del exilio de la sede del Catholicosado de Sis y su instalación, en 1930, en Antelias, en el Líbano.

El Papa Juan Pablo II y el Catholicós Aram I se alegran de su encuentro en el marco de la Semana de oración por la unidad de los cristianos, que recuerda la urgencia de la comunión plena entre los cristianos, con vistas al cumplimiento de su misión esencial que consiste, ante todo, en dar testimonio de Cristo, muerto y resucitado por la salvación de la humanidad. Durante dos milenios, la unidad de la fe en Jesucristo, don de Dios, se mantuvo en lo esencial, a pesar de las controversias cristológicas y eclesiológicas que, frecuentemente, tuvieron su origen en factores de orden histórico, político o sociocultural. Esta comunión de fe, ya afirmada durante los últimos decenios por sus predecesores con ocasión de sus encuentros, ha sido reafirmada recientemente, de modo solemne, durante el encuentro de Su Santidad Juan Pablo II con Su Santidad el Catholicós Karekin I. Hoy, del mismo modo, el Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, y el Catholicós de Cilicia oran para que progrese la comunión en la fe en Jesucristo, gracias a la sangre de los mártires y a la fidelidad de los padres al Evangelio y a la Tradición apostólica, que se manifiesta en la rica diversidad de sus respectivas tradiciones eclesiales. Esta comunidad de fe debe traducirse concretamente en la vida de los fieles y debe guiarnos hacia la comunión plena.

Los dos jefes espirituales destacan, por tanto, la importancia vital del diálogo sincero en los campos teológico y pastoral, así como en otras dimensiones de la vida y del testimonio de los fieles. Las relaciones ya existentes constituyen una experiencia que favorece la colaboración directa y fructuosa entre ellos. Sus Santidades tienen la firme convicción de que, durante este siglo, en el que las comunidades cristianas se han comprometido más profundamente en el diálogo ecuménico, un acercamiento serio, sostenido por el respeto y la comprensión mutuos, constituye el único camino sólido y confiable que puede llevar a la plena comunión.

La Iglesia católica y el Catholicosado de Cilicia tienen también ante ellos un campo inmenso de cooperación constructiva. El mundo actual, debido a las ideologías que se expresan mediante valores materialistas y a los estragos de la injusticia y la violencia, representa un verdadero peligro para la integridad y la identidad de la fe cristiana. Hoy más que nunca la Iglesia de Cristo, por su fidelidad al Evangelio, debe llevar al mundo un mensaje de esperanza y caridad, y convertirse en mensajera ardiente de los valores evangélicos. También hay que impulsar una colaboración activa en los campos del estudio y la enseñanza de la teología, la educación religiosa, la evaluación de las situaciones pastorales donde es posible trabajar en común, y la promoción de los valores éticos; de igual modo, tenemos que tratar de afrontar juntos diversos problemas relativos a la misión y al compromiso pastoral y espiritual para la renovación de la vida cristiana y la transformación de la sociedad. El Papa y el Catholicós exhortan a su clero y a sus fieles a tomar parte activa en estos esfuerzos, que deben concretarse y organizarse en todos los niveles, especialmente a nivel local, donde los fieles se enfrentan juntos a situaciones difíciles. La fe cristiana también puede colaborar más eficazmente para promover la dignidad y los derechos de todo ser humano, así como el derecho de todos los pueblos a ver reconocidas sus aspiraciones legítimas y su identidad cultural.

17 La Iglesia armenia afronta hoy condiciones de vida y desafíos que la invitan a hacer más eficaz su testimonio en Armenia, en Nagorni Karabaj y en la diáspora. Los fieles de esta Iglesia, dispersos por el mundo, viven en ámbitos donde el diálogo es indispensable para su vida y su testimonio. En las sociedades pluralistas de hoy, caracterizadas por intercambios, donde culturas, religiones y civilizaciones están en relación e interacción permanentes, las Iglesias tienen la vocación de ser promotoras del diálogo. El ambiente de Oriente Medio presenta una fuente de enriquecimiento mutuo y de testimonio común para los cristianos que, con sus compatriotas musulmanes, tienen en gran medida la misma historia, los mismos problemas socioeconómicos y el mismo destino político. Por otra parte, las Iglesias están convencidas de la importancia del diálogo con los musulmanes, y esto forma parte de las tareas para las cuales es oportuno que se pongan de acuerdo entre sí. Además, en este marco el diálogo no es sólo intelectual y teórico, sino que también aborda concretamente los aspectos de la existencia diaria.

En Oriente Medio la presencia activa y el testimonio dinámico de los cristianos revisten una importancia particular, porque todos están comprometidos en la lucha por la justicia y la paz. Por tanto, es indispensable dar un nuevo impulso a la misión espiritual y social de las Iglesias, en los países de Oriente Medio, donde aparecen como prioridades la instauración de una paz justa, global y duradera, y la solución equitativa y satisfactoria del problema de la ciudad santa de Jerusalén.

El Líbano, donde la Iglesia católica y el Catholicosado de Cilicia tienen una presencia histórica y tangible, es un marco particular en el cual se realiza su misión. Los esfuerzos de los libaneses en favor de la reconciliación y la reconstrucción de su país no deben marginar los valores morales y religiosos, que constituyen la identidad de la gran familia libanesa. Han de contribuir también a que este país reencuentre plenamente su identidad, que incluye la libertad y el pluralismo, su unidad, su soberanía y su vocación específica en la región y en el mundo.

En este tramo final del segundo milenio cristiano y en la cercanía del decimoséptimo centenario de la Iglesia armenia, Su Santidad el Papa Juan Pablo II y Su Santidad Aram I dan gracias y glorifican a la santísima Trinidad, que otorga la fuerza espiritual para permanecer firmemente arraigados en los imperativos de la fe apostólica y de la misión pastoral. Exhortan a su clero y a sus fieles a trabajar ardientemente con vistas al amor, la reconciliación, la justicia y la paz, que exige el Evangelio, a la espera de la venida del reino de Dios.

Roma, 25 de enero de 1997






A LOS OBISPOS DE LA REGIÓN SUROESTE DE FRANCIA


EN VISITA «AD LIMINA»


Sábado 25 de enero de 1997



Señor cardenal;
queridos hermanos en el episcopado:

1. Me alegra acogeros a vosotros, pastores de las diez diócesis de la región apostólica del suroeste de Francia, durante vuestra peregrinación a las tumbas de los Apóstoles. Junto con vosotros, invoco a san Pedro y a san Pablo, columnas de la Iglesia. Quiera Dios que el príncipe de los Apóstoles y el Apóstol de los gentiles os obtengan la gracia de desempeñar bien vuestro ministerio pastoral con la luz y la fuerza que da el Espíritu del Señor.

Agradezco al cardenal Pierre Eyt, arzobispo de Burdeos y presidente de vuestra región apostólica, sus lúcidas reflexiones sobre la situación de la Iglesia en vuestras diócesis. Son notables las dificultades y las limitaciones que sufrís, pero también podéis dar gracias por las numerosas manifestaciones del dinamismo real de vuestras comunidades.

2. En este momento, muchas diócesis necesitan reorganizarse y, sobre todo, reagruparse o reformar sus estructuras territoriales. En efecto, se han producido, y siguen produciéndose, algunos cambios importantes en la población y la actividad económica. Los modos de vivir se modifican. También se observa una mayor movilidad de las personas, cuyos centros de interés y cuya cultura evolucionan. La fisonomía de la sociedad se transforma de manera muy notable.

18 Para la Iglesia, los hechos más evidentes son la disminución del número de sacerdotes y, con frecuencia, la disminución del número de católicos practicantes. Las causas de estos cambios preocupantes son complejas y no se puede ignorar el influjo de las transformaciones de la sociedad en la práctica de los fieles y de las comunidades cristianas que se han establecido desde hace tanto tiempo en esas tierras; así, las modificaciones institucionales no se explican únicamente con el cambio de los miembros efectivos del clero. Ciertas personas pueden echar de menos costumbres y hábitos respetables hoy abandonados, pero no se trata de cultivar el recuerdo nostálgico de un pasado que, por lo demás, a veces se ha idealizado, ni de censurar a nadie. En los informes quinquenales, vuestros análisis muestran que sois lúcidos al juzgar esta situación y activos para continuar construyendo en condiciones nuevas.

También algunos cambios influyen de manera positiva en el comportamiento de los católicos. Habéis constatado itinerarios espirituales, conversiones y compromisos en el seno de la Iglesia, que manifiestan una profunda renovación cualitativa de la fe y de la acción cristiana. Una verdadera fuente de esperanza es el hecho de que un número apreciable de laicos estén dispuestos a desempeñar un papel más activo y más diversificado en la vida eclesial, y a usar los medios para formarse seriamente con este objetivo.

En este ámbito, vuestra misión esencial de pastores os impulsa a renovar la organización de las comunidades. Habéis mostrado que se pueden realizar los cambios gracias a amplias consultas, que no sólo abordan las condiciones prácticas de los reagrupamientos de parroquias o la creación de unidades pastorales nuevas. Para los sacerdotes y los fieles se trata de determinar las condiciones en las que se podrá anunciar la buena nueva, y guiar y congregar al pueblo de Dios mediante la presencia sacramental de Cristo. Los sínodos diocesanos han sido frecuentemente el marco de una notable maduración de los bautizados, pues han descubierto mejor sus responsabilidades inalienables y su complementariedad en la vida eclesial.

En función de las situaciones actuales y de las nuevas estructuras que os habéis sentido impulsados a crear, deseo sencillamente compartir con vosotros algunas reflexiones sobre la vida de los organismos pastorales. Mi intención es la de alentaros, al igual que al clero y a los fieles de las diócesis de vuestro país, a fundar cada vez más el cumplimiento diario de vuestra misión común en la roca de Cristo y en la comunión de toda la Iglesia.

3. Las fuerzas vivas de muchas de vuestras diócesis, efectuando los cambios que acabo de mencionar, han comprendido bien la importancia de la implantación territorial de la Iglesia: en una buena coordinación con los demás organismos pastorales, es ante todo la parroquia la que hace existir concretamente a la Iglesia, de modo que esté abierta a todos. Cualquiera que sea su dimensión, la parroquia no es una simple asociación. Debe ser un hogar donde se reúnen los miembros del Cuerpo de Cristo, abiertos al encuentro con Dios Padre, lleno de amor y Salvador en su Hijo, incorporados por el Espíritu Santo a la Iglesia en el momento de su bautismo y dispuestos en el amor fraterno a acoger a sus hermanos y hermanas, cualquiera que sea su condición o su origen.

La institución parroquial está destinada a asegurar las grandes funciones de la Iglesia: la oración común y la lectura de la palabra de Dios, las celebraciones, y principalmente la de la Eucaristía, la catequesis de los niños y el catecumenado de los adultos, la formación permanente de los fieles, la comunicación adecuada para dar a conocer el mensaje cristiano, los servicios caritativos y de solidaridad, y la actividad local de los movimientos. En suma, a imagen del templo, que es su signo visible, se trata de un edificio que hay que construir juntos, un cuerpo que hay que hacer vivir y crecer juntos, una comunidad en la que se reciben los dones de Dios y donde los bautizados dan generosamente su respuesta de fe, esperanza y amor a las llamadas evangélicas. En este tiempo en que deben renovarse las estructuras pastorales, conviene considerar en profundidad la doctrina eclesiológica del concilio Vaticano II, expresada en la constitución Lumen gentium sobre la Iglesia, y en los diversos documentos de orientaciones relativas sobre todo a los sacerdotes y a los laicos.

Me parece que la principal preocupación en la reorganización que se ha hecho necesaria es la de permitir a la parroquia cumplir efectivamente las funciones que acabo de mencionar. Por tanto, conviene que no sea demasiado pequeña y también, en la medida de lo posible, que esté al alcance de los fieles practicantes y del conjunto de sus hermanos. Incluso cuando un organismo nuevo reúne a los miembros de la Iglesia de varias localidades, es preciso hacer todo lo posible para salvaguardar el patrimonio histórico, material y también humano, haciendo todo lo que está a nuestro alcance para que los cristianos reciban el apoyo espiritual necesario, para que los santuarios sigan siendo lugares de oración frecuentados y para que las prácticas de devoción popular no caigan en el olvido.

4. Una cuestión primordial es, evidentemente, la de los responsables. Para guiar y animar a las unidades pastorales, es preciso incrementar la colaboración de los sacerdotes y los laicos. En torno al pastor, los consejos pastorales, los equipos de animación y los delegados pastorales desempeñan un papel indispensable. En especial, permiten articular del mejor modo posible los diversos niveles de la vida eclesial: la comunidad local a veces pequeña, pero que es un centro vivo y activo; la parroquia misma; el sector o la zona pastoral más vasta; y, en fin, el conjunto de la diócesis. Es importante procurar que los cambios se alimenten en los dos sentidos: que los responsables escuchen las llamadas que vienen de la base, y que a todos lleguen las orientaciones que dan esos mismos responsables, comenzando por las del obispo.

Todo esto supone que los sacerdotes y los laicos coordinen claramente, sin confusión, lo que compete al sacerdocio ministerial y al sacerdocio universal, según la enseñanza del Concilio en la constitución sobre la Iglesia, tal como lo indiqué en Reims (cf. Discurso en la catedral, n. 4). Los fieles laicos que ejercen cargos eclesiales saben que no sustituyen al sacerdote, sino que cooperan en una obra común, la de toda la Iglesia.

Una de las primeras preocupaciones de los pastores y los fieles que tienen responsabilidades es la de promover la unidad armoniosa de la comunidad. Es una condición esencial para que la Iglesia local sea un signo transparente de la presencia de Cristo, tanto para los bautizados que ya no participan en su vida diaria como para el conjunto de la sociedad. Entre los cristianos, hay gran diversidad de ambiente social, de cultura o de centros de interés, así como de carismas. La vocación de las parroquias es precisamente la de permitir a cada uno expresarse y entrar en la unidad del cuerpo formado por miembros diferentes, pero complementarios. Sigamos meditando las lecciones de san Pablo a este respecto (cf.
1Co 12).

En particular, no es necesario renunciar a que las comunidades eclesiales sean un lugar de encuentro de las generaciones, a pesar de las distancias que se notan frecuentemente. Sin esperar pasivamente, los adultos deben mantener el contacto con los jóvenes, saberlos acoger, escuchar sus demandas, comprender sus dificultades y sus inquietudes con respecto al futuro, darles un lugar de pleno derecho, y confiarles responsabilidades. Los sínodos diocesanos han tenido a menudo esa preocupación; conviene hacer todo lo posible para permitir a los jóvenes proseguir su formación cristiana entre ellos, tal como muchas veces lo desean, pero también para ayudarlos a integrarse en el mundo de los adultos, al que tienen mucho que aportar. Volveré a referirme a la pastoral de la juventud, pero quiero advertiros ya desde ahora que es necesario estar atentos para no aislarla del conjunto de la vida pastoral.

19 5. La vitalidad de la comunidad eclesial se manifiesta en su fidelidad a la misión que el Señor confió a sus discípulos: la evangelización. Somos depositarios y portadores de la buena nueva. En todas sus formas, el apostolado consiste principalmente en transmitir y proponer la palabra de la salvación y el conocimiento del Verbo que es camino, verdad y vida. Sólo la Palabra de Dios puede iluminar verdaderamente el camino de cada uno, dar un sentido pleno a la vida familiar, a la actividad profesional y al sinfín de tareas de la vida social, y abrir a la esperanza.

La Palabra que aclamamos en la liturgia, y por la cual glorificamos a Dios, se dirige directamente a los fieles presentes. La comunidad reunida debe ser evangelizada continuamente: cada fiel necesita siempre dejarse interpelar por Cristo y convertirse a la escucha de la Palabra, que implica grandes exigencias, pero que es también un don inestimable, porque es el anuncio de la salvación, de la reconciliación y de la victoria de la vida sobre la muerte.

Ayudar a los niños y a los jóvenes a acoger la Palabra de vida es una misión fundamental de evangelización para las comunidades. «Lo que hemos oído (...), lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la palabra de vida» (1 Jn 1, 1), tenemos que anunciarlo de generación en generación. El despertar de los niños a la fe, la catequesis y la iniciación cristiana deben impulsar lo más posible el compromiso de las personas que aceptan dedicarse a esa tarea y quieren ser competentes, sin que por ello los demás fieles se desinteresen de lo que sigue siendo una misión de todos.

¿No deberíamos también preguntar continuamente a los católicos qué es lo que hacen para proponer el mensaje de Cristo a quienes sólo van ocasionalmente a la iglesia, a los bautizados que dejan escondida la gracia recibida en su infancia? Que encuentren entre ellos a testigos convencidos, acogedores, respetuosos del itinerario de cada uno, pero dispuestos a dar razón de su esperanza (cf.
1P 3,15). El creer es fuente de gozo y es necesario compartirlo.

Quien está penetrado por la gracia de la fe vivificada por la esperanza y animada por la caridad, no puede ser insensible ante ningún aspecto, feliz o triste, de la vida del barrio o de la ciudad. Así, la evangelización tomará formas diversas en la solidaridad social, en la vida familiar, en el trabajo y en las relaciones de vecindario. Un testigo aislado experimenta sus límites, pero unos testigos estimulados por la comunidad sabrán compartir mejor «la esperanza que no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm 5,5).

En el marco de las parroquias o de los sectores pastorales —lo recuerdo brevemente— los movimientos y las asociaciones de fieles aportan un gran estímulo a la misión, permaneciendo atentos a una buena coordinación y a una buena integración en el conjunto. Ayudan a alimentar la vida espiritual, a formar a los jóvenes, a compartir la preocupación apostólica en los diferentes ámbitos de la vida, a hacer eficaces y constantes la acogida y el servicio a los más necesitados (cf. Apostolicam actuositatem AA 24, y Christifideles laici CL 30).

Hoy quisiera también alentar a los fieles de vuestras diócesis a renovar sus compromisos en la evangelización, personalmente, en la familia y en los grupos constituidos. Se sentirán estimulados felizmente por la Carta a los católicos de Francia, escrita recientemente por vuestra Conferencia episcopal.

6. Después de abordar la cuestión de la animación responsable de las comunidades por parte de los sacerdotes y los laicos, y la de las misiones de evangelización, conviene ahora recordar brevemente el centro de la vida eclesial: porque la parroquia es el lugar principal de la celebración de los sacramentos y, en particular, de la Eucaristía, fuente de santificación para todos los estados de vida. La vocación de una parroquia sólo puede definirse en función de la estructura sacramental de la Iglesia. En ella se nos manifiesta visiblemente la presencia de Cristo en el misterio pascual. En la misa convergen las ofrendas de todos, las de las alegrías y los sufrimientos, los esfuerzos del apostolado y los diversos servicios fraternos. El Señor asocia a su sacrificio los de todos sus hermanos, nos reúne en su Espíritu Santo, fortalece la fe y la caridad, escucha nuestra súplica al Padre para que extienda a todo el mundo la reconciliación, la salvación y la paz, y nos une a los santos de todos los tiempos a la espera de la comunión plena en su Reino.

Es verdad que muchos fieles sufren porque la misa no puede celebrarse cerca de donde viven y con tanta frecuencia como en el pasado; los sacerdotes son menos numerosos y están más alejados. Por eso es más importante dar su pleno valor a la Eucaristía. Una comunidad se empobrece si no recupera con fervor este vínculo vital con el Señor, fuente de toda vida cristiana y de todo apostolado. El encuentro eucarístico es el lugar donde esta realidad fundamental de la fe se reconoce de manera tangible.

No hay que escatimar ningún esfuerzo por hacer accesibles los dones mayores, que son los sacramentos en todas las etapas de la existencia. La vida cristiana se abre a la gracia santificante del bautismo; el ingreso de los jóvenes en la madurez cristiana se afirma mediante la confirmación; la constitución de la pareja y la fundación de la familia se consagran mediante la participación en la alianza del matrimonio; el mal y el pecado se afrontan con la gracia del perdón y de la reconciliación, que se concede y se significa explícitamente mediante el sacramento de la penitencia; el sufrimiento se une a la cruz en el sacramento de los enfermos. En el centro de la misión de las comunidades cristianas, la preparación para los sacramentos es evidentemente primordial.

Sin duda alguna, una conciencia más viva de los dones que el Señor ha confiado a su Iglesia invitará a valorizar las vocaciones al ministerio sacerdotal, para difundir la palabra de Dios, hacer presente sacramentalmente a Cristo y guiar al pueblo de Dios. Que vuestras comunidades pastorales no dejen de suplicar al Señor que llame a jóvenes a consagrarse totalmente a él, para servirlo entre sus hermanos.

20 7. Es verdad que la amplitud de la misión puede parecer superior a las posibilidades de unas comunidades que tienen conciencia de sus límites y de su pobreza. En la fe deben redescubrir que son imagen del Hijo del hombre y de su grupo restringido de discípulos, que tenían sus debilidades; sin embargo, pusieron los cimientos de la Iglesia, que ha recibido la promesa de la fidelidad de Cristo, buen pastor.

La escasez del número, de los medios y de las capacidades debe invitar a apoyarse verdaderamente en el Señor. La Iglesia se reconoce vulnerable, pero los signos de la gracia se manifiestan en el dinamismo apostólico, cuyos testigos sois vosotros, y del que tenemos que dar gracias a Cristo, que no abandona a su grey, sino que la guía mediante el Espíritu Santo.

Que vuestro encuentro con el Obispo de Roma os fortifique en vuestro ministerio. Llevad mi saludo afectuoso y mi aliento a los sacerdotes diocesanos, a los diáconos, a los religiosos y a las religiosas, a los laicos comprometidos en los consejos pastorales y en los equipos de animación o en las funciones de los delegados pastorales, a los enfermos y al conjunto de los fieles, para que progresen en sus diversas misiones de bautizados, en la unidad orgánica de la Iglesia, cuerpo de Cristo.

Invoco sobre todos vosotros y vuestras comunidades diocesanas la intercesión maternal de Nuestra Señora y la gracia de las bendiciones divinas.






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