Discursos 1997 20


A LOS MIEMBROS DEL TRIBUNAL DE LA ROTA ROMANA


Lunes 27 de enero de 1997



Monseñor decano;
ilustres prelados auditores y oficiales de la Rota romana:

1. Me alegra encontraros con ocasión de esta cita anual, que expresa y consolida la estrecha relación que une vuestro trabajo con mi ministerio apostólico.

Os saludo cordialmente a cada uno de vosotros, prelados auditores, oficiales y a cuantos prestáis servicio en el Tribunal de la Rota romana, componentes del Estudio rotal y abogados rotales. En particular, le agradezco a usted, monseñor decano, las amables palabras que me ha dirigido y las consideraciones que, aunque de modo conciso, acaba de proponer.

2. Siguiendo la costumbre de ofrecer en esta circunstancia algunas reflexiones sobre un argumento que hace referencia al derecho de la Iglesia y, de modo particular, al ejercicio de la función judicial, deseo abordar la temática, que conocéis bien, de los reflejos jurídicos de los aspectos personalistas del matrimonio. Sin entrar en problemas particulares con respecto a los diversos capítulos de nulidad matrimonial, me limito a recordar algunos puntos firmes, que hay que tener muy presentes para una profundización ulterior del tema.

Desde los tiempos del concilio Vaticano II, se ha planteado la pregunta de qué consecuencias jurídicas derivan de la visión del matrimonio contenida en la constitución pastoral Gaudium et spes (cf. nn. 47-52). De hecho, la nueva codificación canónica en este campo ha valorado ampliamente la perspectiva conciliar, aun manteniéndose alejada de algunas interpretaciones extremas que, por ejemplo, consideraban la «intima communitas vitae et amoris coniugalis» (ib., 48) como una realidad que no implica un «vinculum sacrum» (ib.) con una dimensión jurídica específica.

21 En el Código de 1983 se funden armónicamente formulaciones de origen conciliar, como las referentes al objeto del consentimiento (cf. c. 1.057 § 2) y a la doble ordenación natural del matrimonio (cf. c. 1.055 § 1), en las que se ponen directamente en primer plano las personas de los contrayentes, con principios de la tradición disciplinaria, como el del «favor matrimonii» (cf. c. 1.060). Sin embargo, hay síntomas que muestran la tendencia a contraponer, sin posibilidad de una síntesis armoniosa, los aspectos personalistas a los más propiamente jurídicos: así, por un lado, la concepción del matrimonio como don recíproco de las personas parecería deber legitimar una indefinida tendencia doctrinal y jurídica a la ampliación de los requisitos de capacidad o madurez psicológica y de libertad y consciencia necesarias para contraerlo válidamente; por otro, precisamente ciertas aplicaciones de esta tendencia, evidenciando los equívocos presentes en ella, son percibidas justamente como contrastantes con el principio de la indisolubilidad, reafirmado con la misma firmeza por el Magisterio.

3. Para afrontar el problema de modo perspicuo y equilibrado, es necesario tener bien claro el principio según el cual el valor jurídico no se yuxtapone como un cuerpo extraño a la realidad interpersonal del matrimonio, sino que constituye una dimensión verdaderamente intrínseca a él. En efecto, las relaciones entre los cónyuges, como las de los padres y los hijos, también son constitutivamente relaciones de justicia y, en consecuencia, son realidades de por sí jurídicamente importantes. El amor conyugal y paterno-filial no es sólo una inclinación que dicta el instinto, ni una elección arbitraria y reversible, sino que es amor debido. Por tanto, poner a la persona en el centro de la civilización del amor no excluye el derecho, sino que más bien lo exige, llevando a su redescubrimiento como realidad interpersonal y a una visión de las instituciones jurídicas que ponga de relieve su vinculación constitutiva con las mismas personas, tan esencial en el caso del matrimonio y de la familia.

El Magisterio sobre estos temas va mucho más allá de la sola dimensión jurídica, pero la tiene constantemente presente. De ahí deriva que una fuente prioritaria para comprender y aplicar rectamente el derecho matrimonial canónico es el mismo Magisterio de la Iglesia, al que corresponde la interpretación auténtica de la palabra de Dios sobre estas realidades (cf. Dei verbum
DV 10), incluidos sus aspectos jurídicos. Las normas canónicas son sólo la expresión jurídica de una realidad antropológica y teológica subyacente, y a esta es necesario referirse también para evitar el peligro de interpretaciones de conveniencia. La garantía de certidumbre, en la estructura de comunión del pueblo de Dios, la ofrece el magisterio vivo de los pastores.

4. En una perspectiva de auténtico personalismo, la enseñanza de la Iglesia implica la afirmación de la posibilidad de la constitución del matrimonio como vínculo indisoluble entre las personas de los cónyuges, esencialmente orientado al bien de los cónyuges mismos y de los hijos. En consecuencia, contrastaría con una verdadera dimensión personalista la concepción de la unión conyugal que, poniendo en duda esa posibilidad, llevara a la negación de la existencia del matrimonio cada vez que surjan problemas en la convivencia. En la base de una actitud de este tipo, se halla una cultura individualista, que es la antítesis de un verdadero personalismo. «El individualismo supone un uso de la libertad por el cual el sujeto hace lo que quiere, "estableciendo" él mismo "la ver dad" de lo que le gusta o le resulta útil. No admite que otro "quiera" o exija algo de él en nombre de una verdad objetiva. No quiere "dar" a otro basándose en la verdad; no quiere convertirse en una "entrega sincera"» (Carta a las familias, 14).

El aspecto personalista del matrimonio cristiano implica una visión integral del hombre que, a la luz de la fe, asume y confirma cuanto podemos conocer con nuestras fuerzas naturales. Se caracteriza por un sano realismo en la concepción de la libertad de la persona, situada entre los límites y los condicionamientos de la naturaleza humana afectada por el pecado, y la ayuda jamás insuficiente de la gracia divina. En esta perspectiva, propia de la antropología cristiana, entra también la conciencia acerca de la necesidad del sacrificio, de la aceptación del dolor y de la lucha como realidades indispensables para ser fieles a los propios deberes. Por eso, en el tratamiento de las causas matrimoniales sería incorrecta una concepción, por así decir, demasiado «idealizada» de la relación entre los cónyuges, que llevara a interpretar como auténtica incapacidad de asumir los deberes del matrimonio el cansancio normal que se puede verificar en el camino de la pareja hacia la plena y recíproca integración sentimental.

5. Una correcta evaluación de los elementos personalistas exige, además, que se tenga en cuenta el ser de la persona y, concretamente, el ser de su dimensión conyugal y su consiguiente inclinación natural hacia el matrimonio. Una concepción personalista que se basara en un puro subjetivismo y, como tal, se olvidara de la naturaleza de la persona humana —entendiendo, obviamente, el término «naturaleza» en sentido metafísico—, se prestaría a toda suerte de equívocos, también en el ámbito canónico. Ciertamente hay una esencia del matrimonio, descrita en el canon 1.055, que impregna toda la disciplina matrimonial, como aparece en los conceptos de «propiedad esencial», «elemento esencial », «derechos y deberes matrimoniales esenciales», etc. Esta realidad esencial es una posibilidad abierta, en línea de principio, a todo hombre y a toda mujer; es más, representa un verdadero camino vocacional para la gran mayoría de la humanidad. De aquí se deduce que, en la evaluación de la capacidad o del acto del consentimiento necesarios para la celebración de un matrimonio válido, no se puede exigir lo que no es posible pedir a la mayoría de las personas. No se trata de un minimalismo pragmático o de conveniencia, sino de una visión realista de la persona humana, como realidad siempre en crecimiento, llamada a realizar opciones responsables con sus potencialidades iniciales, enriqueciéndolas cada vez más con su propio esfuerzo y con la ayuda de la gracia.

Desde este punto de vista, el favor matrimonii y la consiguiente suposición de validez del matrimonio (cf. c. 1.060) se presentan no sólo como la aplicación de un principio general del derecho, sino también como consecuencias perfectamente en sintonía con la realidad específica del matrimonio. Sin embargo, queda la difícil tarea, que bien conocéis, de determinar, también con la ayuda de la ciencia humana, el umbral mínimo por debajo del cual no se podría hablar de capacidad y de consentimiento suficiente para un matrimonio verdadero.

6. Todo esto permite ver bien cuán exigente y comprometedora es la tarea confiada a la Rota romana. Mediante su cualificada actividad en el campo de la jurisprudencia, no sólo asegura la tutela de los derechos de los christifideles, sino que da, al mismo tiempo, una contribución significativa a la acogida del designio de Dios sobre el matrimonio y la familia, tanto en la comunidad eclesial como, indirectamente, en la entera comunidad humana.

Por tanto, al expresaros mi gratitud a vosotros que, directa o indirectamente, colaboráis en este servicio, y al exhortaros a perseverar con renovado impulso en vuestra tarea, que tanta importancia tiene para la vida de la Iglesia, os imparto de corazón mi bendición, que con mucho gusto extiendo a cuantos trabajan en los Tribunales eclesiásticos de todo el mundo.






AL ALCALDE DE ROMA Y LOS ADMINISTRADORES CAPITOLINOS


Jueves 30 de enero de 1997



Honorable señor alcalde;
22 señores representantes de la Administración capitolina:

1. Os acojo con alegría y os doy a cada uno mi cordial bienvenida. Dirijo un saludo particular al señor alcalde, expresándole mi agradecimiento cordial por las amables palabras que me ha dirigido. Asimismo, deseo saludar a los miembros de la Junta, a los consejeros y a cuantos en los diversos sectores de la Administración capitolina prestan su servicio diario a los ciudadanos. Se trata de un trabajo con frecuencia oculto, que exige entrega, disponibilidad y competencia; un trabajo del que depende, en gran parte, la calidad de vida de nuestra ciudad.

Al inicio del nuevo año, esta cita tradicional ofrece al Obispo de Roma y a los encargados de la Administración la posibilidad de expresar su compromiso común en favor de la ciudad, reflexionando juntos en su vocación histórica y en lo que es necesario para realizarla.

2. Faltan solamente tres años para el gran jubileo del año 2000, fecha en que los cristianos conmemorarán los veinte siglos del nacimiento de Jesucristo. Es importante el papel que la Iglesia y la comunidad civil de Roma están llamadas a desempeñar en la preparación y celebración de este acontecimiento. Es una convicción común que pondrá a nuestra ciudad, quizá más que nunca, en el centro de la atención del mundo, haciendo también más concreto el título de «Caput mundi», que se le suele atribuir. Por tanto, es necesario aprovechar las mejores energías espirituales y materiales de la comunidad ciudadana, para que, cuando llegue a la cita jubilar, pueda mostrar a los numerosos peregrinos que la visiten su rostro más auténtico: la Roma conocida no sólo por su dimensión propiamente cristiana, sino también por su tradicional capacidad de acogida y su conciencia del papel universal que le ha confiado la historia.

3. Para contribuir a la realización de esos objetivos, he convocado la gran misión ciudadana, que comenzó en la plaza de San Pedro la pasada vigilia de Pentecostés y que continúa, entrando cada vez más en el entramado humano de la ciudad.

La Iglesia desea proponer con renovado vigor a todo cristiano que vive en Roma, así como al conjunto de la sociedad, el mensaje de salvación que se encarna en la persona, en las palabras y en las obras de Jesucristo. Como símbolo de este compromiso, en los próximos meses se entregará a cada familia romana el evangelio según san Marcos, escrito precisamente en Roma por el discípulo y fiel intérprete de Pedro, el Apóstol que aquí derramó su sangre. Me alegra entregaros hoy un ejemplar también a vosotros, con la convicción de que el «feliz anuncio de Jesucristo» es sabiduría de vida, que también promueve la convivencia civil de cuantos residen en la ciudad.

Como apoyo y coronación del anuncio misionero, la Iglesia continúa con su compromiso en favor de la promoción humana y del servicio a los últimos. A través de la Cáritas diocesana y las numerosas estructuras eclesiales que actúan en el territorio, sigue preocupándose por las innumerables necesidades materiales y morales de muchos habitantes, víctimas de antiguas y nuevas formas de pobreza. También se está esforzando por dotar a numerosas parroquias de la periferia de lugares de culto idóneos y de espacios de vida comunitaria, que constituirán para los nuevos barrios significativas referencias de fe y acogida, así como elementos de identidad y avanzadillas de cultura.

La comunidad eclesial trata de prepararse también para brindar digna hospitalidad a todos los que vengan con ocasión del próximo jubileo, que es un acontecimiento espiritual muy importante, cuyo éxito exige, ante todo, un compromiso de sincera conversión de las personas y las comunidades.

Por el hecho de ser evento público, el jubileo requiere la creación de condiciones estructurales, ambientales y morales que, de modo particular, incumben a los administradores de la ciudad. Con mucho gusto aprovecho esta ocasión para agradeceros a cada uno lo que estáis haciendo desde hace tiempo para resolver los problemas de la viabilidad, del tráfico, de los estacionamientos, de las estructuras de acogida y del ambiente. Ojalá que todo esto se realice siempre con pleno respeto de las finalidades religiosas propias del evento jubilar.

Por tanto, seguid esforzándoos para que las expectativas que tienen la Iglesia, los romanos y la comunidad internacional con vistas al Año santo se realicen plenamente y la ciudad pueda presentarse re novada material y espiritualmente a esta cita histórica.

4. Se trata de un objetivo ambicioso que exige incrementar aún más los esfuerzos para resolver los problemas antiguos y nuevos de Roma. Ante todo, es necesario afrontar una especie de parálisis económica, que afecta desde hace algunos años a la vida ciudadana y que se manifiesta en el retraso de algunos importantes sectores productivos y en la reducción preocupante del número de puestos de trabajo.

23 Esta situación afecta seriamente, sobre todo, a las familias. El desempleo es un problema que merece prioridad absoluta en el esfuerzo de los administradores públicos, de quienes la población espera intervenciones concretas para crear nuevas oportunidades de trabajo, especialmente para los que tienen a su cargo una familia o están a punto de formarla. Obviamente, el bienestar de las familias no depende sólo de mejores condiciones de vida material. Como enseña la historia de muchos pueblos, sólo conjugando de modo armonioso el bienestar material y moral es posible alcanzar elevadas metas de civilización.

Graves y sorprendentes episodios de violencia, que han afectado también a representantes del clero dedicados activamente al servicio de sus hermanos, son síntomas no sólo de la falta de seguridad en la que viven numerosos ciudadanos, sino también de la carencia de valores, que dificulta la convivencia civil.

5. La comprobación de estas situaciones no puede dejar de impulsar a los administradores municipales a realizar todos los esfuerzos posibles por hacer más acogedores y seguros los barrios de la ciudad. Sin embargo, la defensa del orden público, sin una adecuada formación de las personas y de la tensión ética, corre el riesgo de no conseguir éxitos duraderos. Por eso, es necesaria la cooperación de todos para promover iniciativas concretas que tutelen y sostengan los valores y las instituciones fundamentales de la sociedad, comenzando por la familia, fundada en el matrimonio. Es necesario resistir a las tendencias que, con el pretexto de un falso concepto de libertad, tratan de introducir en los ordenamientos legislativos y administrativos una indebida ampliación del concepto de familia o, por lo menos, una equiparación impropia con otras situaciones de vida, precarias no sólo desde un punto de vista moral sino también social.

Además, tanto en el ámbito de la política familiar como en el del tiempo libre, de la formación y de la solidaridad, es necesario prestar atención al mundo juvenil, indicando y testimoniando a las nuevas generaciones altos ideales humanos y espirituales, como el compromiso altruista, el respeto a la verdad y el cultivo del amor auténtico. Es preciso denunciar con coherencia y valentía actitudes ambiguas como las de quien expresa preocupantes juicios sobre la condición de muchos jóvenes, pero favorece de hecho conductas inspiradas en el laxismo y carentes de auténtico sentido moral.

Intervenir en tantas situaciones de marginación y degradación, presentes en el ámbito de Roma, no es fácil y, con frecuencia, vuestra disponibilidad tropieza con obstáculos y resistencias, que no permiten poner en práctica las soluciones deseadas. No hay que desanimarse, sino intensificar el esfuerzo para sanar las heridas todavía abiertas en la vida ciudadana, a través de intervenciones orgánicas y una vasta obra de sensibilización.

6. Señor alcalde, gentiles señoras e ilustres señores, siguiendo las huellas de la tradición bíblica, el jubileo, «año de gracia del Señor», os invita a considerar con un espíritu nuevo la relación con los hombres y a cumplir el deber de restablecer la justicia de Dios ante las situaciones de pecado y esclavitud, presentes en la sociedad (cf. Tertio millennio adveniente
TMA 14-15).

Al inicio de 1997, primer año de preparación inmediata para el gran jubileo del año 2000, he querido presentar a la atención de cada uno de vosotros algunos problemas que he tenido ocasión de conocer mejor durante mis visitas a las parroquias, en mis encuentros pastorales y a través de los numerosos llamamientos que me llegan de los fieles romanos. Estas sugerencias son una invitación a realizar, también en la ciudad de Roma, el proyecto de justicia que, por la gracia del jubileo, el Señor confía a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Encomiendo a la Madre del Señor y a los apóstoles Pedro y Pablo los proyectos que esta Administración va elaborando al servicio del bien común, mientras imparto de corazón a cada uno de los presentes, a sus respectivas familias y a la amada ciudad de Roma una bendición apostólica especial.






A UN GRUPO DE PEREGRINOS DE LA ARCHIDIÓCESIS


CROATA DE ZADAR


Viernes 31 de enero de 1997



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra encontrarme con vosotros, con ocasión de las celebraciones del VI centenario del antiguo Estudio general de los dominicos de Zadar. Dirijo un saludo particular a monseñor Ivan Prendja, arzobispo de Zadar, a quien agradezco las cordiales palabras que me ha expresado. Saludo también a su predecesor, monseñor Marijan Oblak, a los representantes de la Orden de predicadores, al presidente del condado de Zadar-Knin, al alcalde y a las autoridades civiles, así como al decano, a los profesores y a los estudiantes de la facultad de letras de Zadar.

24 La historia del Estudio general dominicano de vuestra diócesis, aunque lejana en el tiempo, constituye un mensaje importante para los cristianos de hoy, llamados a vivir en nuevas situaciones culturales, a veces tan distantes del Evangelio.

Es una historia que testimonia, ante todo, el compromiso de la Iglesia católica en favor de la promoción de la cultura: la fundación de ese prestigioso centro académico, en el año 1396, constituye sólo un aspecto del más amplio diálogo entre ciencia y fe, que ha producido frutos espléndidos, todavía muy visibles en el patrimonio espiritual de muchos pueblos.

Durante más de cuatro siglos, el Estudio general de los dominicos fue un lugar floreciente de investigación científica e inculturación de la fe, abierto al clero y a los laicos de varios países de Europa. Lamentablemente, a principios del siglo XIX, esa institución académica cesó su benéfica función. En nombre de un falso concepto de libertad se puso fin, de modo violento, a una significativa expresión de compromiso cultural inspirado por el cristianismo.

2. Además, la presencia de un Estudio general en Zadar, en los albores de la época moderna, se insertaba en la vasta y articulada acción de las diócesis y de las órdenes religiosas en favor de la evangelización y la educación moral y civil de las poblaciones croatas. A través de las escuelas y los diversos centros pastorales, la Iglesia brindó una contribución decisiva al progreso cultural de vuestro pueblo, promoviendo, también, su inserción en el más amplio escenario de la cultura europea.

Este benéfico compromiso eclesial ha sufrido un estancamiento particularmente doloroso durante los últimos decenios, a causa del predominio de la ideología marxista y de la sucesiva guerra, que ha ensangrentado recientemente Croacia y Bosnia-Herzegovina. Después de estos acontecimientos, que han producido graves destrucciones materiales y morales, hoy la situación sociopolítica ofrece a la Iglesia católica nuevas posibilidades para trabajar en favor de la promoción del hombre en vuestra patria.

La comunidad eclesial se prepara para esa tarea cumpliendo, ante todo, la misión de evangelizar, que le ha encomendado el Señor. Sin identificarse con ninguna cultura, el mensaje evangélico penetra en los contextos históricos y antropológicos particulares, y, respetando sus valores y riquezas peculiares, les ayuda «a hacer surgir de su propia tradición viva expresiones originales de vida, de celebración y de pensamiento cristianos» (Catechesi tradendae
CTR 53). En efecto, la evangelización consiste en «alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la palabra de Dios y con el designio de salvación» (Evangelii nuntiandi EN 19), para promover condiciones de vida cada vez más dignas del hombre y de su destino sobrenatural.

3. Amadísimos hermanos y hermanas, ojalá que el VI centenario de la fundación del Estudio general de los dominicos de Zadar impulse a los católicos croatas a estar muy presentes en los centros académicos, para mantener el necesario diálogo entre la ciencia y la fe. Este compromiso supone en los creyentes una renovada responsabilidad ante su propia cultura y su desarrollo. Que en la confrontación permanente con el Evangelio purifiquen las diversas expresiones culturales de perspectivas de muerte y de pseudovalores, para redescubrir la auténtica vocación humana, según el proyecto originario del Creador.

En un tiempo caracterizado por profundas y rápidas transformaciones, los católicos están llamados a brindar a su país nuevas energías intelectuales y morales para construir un futuro inspirado en la civilización del amor. Ojalá que la transparencia en los diversos ámbitos de la convivencia social, la disponibilidad al perdón recíproco y a la reconciliación, la acogida de los más débiles y la ayuda a los pobres, el respeto a la persona y a su dignidad, y la atención a las auténticas necesidades de la familia, célula primaria de toda sociedad, sean referencias irrenunciables en el camino hacia el nuevo milenio cristiano.

4. Contemplando las grandes realizaciones del pasado, los creyentes no pueden dejar de sentirse llamados a dar una nueva vitalidad a la cultura croata y a promover los auténticos valores que les han transmitido sus padres. Esta herencia, asumida plenamente, constituirá la mejor garantía para la realización de un moderno sistema educativo y para la consecución de ulteriores metas de civilización y progreso.

Encomiendo este compromiso a la intercesión celestial de María, Madre del Redentor, a quien también invocáis como «Advocata Croatiae fidelissima», y, mientras deseo toda clase de bienes a vuestra amada nación, os imparto de corazón una bendición apostólica especial a cada uno de vosotros y a vuestras familias.

¡Alabados sean Jesús y María!



25

Febrero de 1997




A UN SIMPOSIO EN EL 50° ANIVERSARIO


DE LA «PROVIDA MATER ECCLESIA»


Sábado 1 de febrero de 1997



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Os acojo con gran afecto en esta audiencia especial, con la que se quiere recordar y celebrar una fecha importante para los institutos seculares. Agradezco al señor cardenal Martínez Somalo las palabras con las que, interpretando los sentimientos de todos vosotros, ha puesto de relieve justamente el significado de este encuentro que, en esta sala, reúne simbólicamente a numerosas personas esparcidas por todo el mundo. Doy también las gracias a vuestro representante, que ha hablado después del cardenal.

La solicitud maternal y el sabio afecto de la Iglesia hacia sus hijos, que entregan su vida a Cristo en las diversas formas de consagración especial, se expresó hace cincuenta años en la constitución apostólica Provida Mater Ecclesia, que quiso dar una nueva organización canónica a la experiencia cristiana de los institutos seculares (cf. AAS 39 [1947], 114-124).

Pío XII, mi predecesor de venerada memoria, anticipando con feliz intuición algunos temas que encontrarían en el concilio Vaticano II su adecuada formulación, confirmó con su autoridad apostólica un camino y una forma de vida que ya desde hacía un siglo habían atraído a muchos cristianos, hombres y mujeres: se comprometían a seguir a Cristo virgen, pobre y obediente, permaneciendo en la condición de vida del propio estado secular. En esta primera fase de la historia de los institutos seculares, es hermoso reconocer la entrega y el sacrificio de tantos hermanos y hermanas en la fe, que afrontaron con intrepidez el desafío de los tiempos nuevos. Dieron un testimonio coherente de verdadera santidad cristiana en las condiciones más diversas de trabajo, casa e inserción en la vida social, económica y política de las comunidades humanas a las que pertenecían.

No podemos olvidar la inteligente pasión con la que algunos grandes hombres de Iglesia acompañaron este camino durante los años que precedieron inmediatamente la promulgación de la Provida Mater Ecclesia. De todos ellos, además del mencionado Pontífice, me complace recordar con afecto y gratitud al entonces sustituto de la Secretaría de Estado, el futuro Papa Pablo VI, monseñor Giovanni Battista Montini, y a quien cuando fue publicada la constitución apostólica era subsecretario de la Congregación de los religiosos, el venerado cardenal Arcadio Larraona, quienes desempeñaron un papel importante en la elaboración y definición de la doctrina y de las opciones canónicas contenidas en el documento.

2. A medio siglo de distancia, la Provida Mater Ecclesia conserva aún gran actualidad. Lo habéis puesto de manifiesto durante los trabajos de vuestro simposio internacional. Más aún, se caracteriza por su inspiración profética, que merece destacarse. En efecto, la forma de vida de los institutos seculares se muestra, hoy más que nunca, como una providencial y eficaz modalidad de testimonio evangélico en las circunstancias determinadas por la actual condición cultural y social en la que la Iglesia está llamada a vivir y a ejercer su propia misión. Con la aprobación de estos institutos, la constitución, coronando una tensión espiritual que animaba la vi da de la Iglesia por lo menos desde los tiempos de san Francisco de Sales, reconocía que la perfección de la vida cristiana podía y debía vivirse en toda circunstancia y situación existencial, pues la vocación a la santidad es universal (cf. Provida Mater Ecclesia, 118). En consecuencia, afirmaba que la vida religiosa —entendida en su propia forma canónica— no agotaba en sí misma toda posibilidad de seguimiento integral del Señor, y deseaba que por la presencia y el testimonio de la consagración secular tuviera lugar una renovación cristiana de la vida familiar, profesional y social, gracias a la cual surgieran formas nuevas y eficaces de apostolado, dirigidas a personas y ambientes normalmente alejados del Evangelio y casi impenetrables a su anuncio.

3. Hace ya algunos años, dirigiéndome a los participantes en el II Congreso internacional de los institutos seculares, afirmaba que se encuentran «en el centro, por así decir, del conflicto que desasosiega y desgarra el alma moderna» (L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de septiembre de 1980, p. 2). Con esas palabras deseaba yo hacerme eco de algunas consideraciones de mi venerado predecesor Pablo VI, que había dicho que los institutos seculares eran la respuesta a una inquietud profunda: la de encontrar el camino de la síntesis entre la plena consagración de la vida según los consejos evangélicos y la plena responsabilidad de una presencia y de una acción que transforme el mundo desde dentro, para plasmarlo, perfeccionarlo y santificarlo (cf. L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 13 de febrero de 1972, p. 1).

26 En efecto, por una parte, asistimos a la rápida difusión de formas de religiosidad que proponen experiencias fascinantes, y en algunos casos también comprometedoras y exigentes. Pero el énfasis se pone en el nivel emotivo y sensible de la experiencia, más que en el ascético y espiritual. Se puede reconocer que tales formas de religiosidad tratan de responder a un anhelo cada vez más renovado de comunión con Dios y de búsqueda de la verdad última sobre él y sobre el destino de la humanidad. Y se presentan con el atractivo de la novedad y del fácil universalismo. Pero estas experiencias suponen una concepción ambigua de Dios, que no corresponde a la que ofrece la Revelación. Además, están desarraigadas de la realidad y de la historia concreta de la humanidad.

A esta religiosidad se contrapone una falsa concepción de la secularidad, según la cual Dios es ajeno a la construcción del futuro de la humanidad. La relación con él se considera una elección privada y una cuestión subjetiva, que al máximo se puede tolerar, siempre que no pretenda influir de alguna manera en la cultura o en la sociedad.

4. ¿Cómo afrontar, por tanto, este gran conflicto que afecta al espíritu y al corazón de la humanidad contemporánea? Se convierte en un desafío para el cristiano: el desafío de transformarse en agente de una nueva síntesis entre la máxima adhesión posible a Dios y a su voluntad y la máxima participación posible en las alegrías y esperanzas, angustias y dolores del mundo, para orientarlos hacia el proyecto de salvación integral que Dios Padre nos ha manifestado en Cristo y que continuamente pone a nuestra disposición por el don del Espíritu Santo.

Los miembros de los institutos seculares se comprometen precisamente a realizar esto, expresando su plena fidelidad a la profesión de los consejos evangélicos en una forma de vida secular, llena de riesgos y exigencias con frecuencia imprevisibles, pero con una gran potencialidad específica y original.

5. Portadores humildes y convencidos de la fuerza transformadora del reino de Dios y testigos valientes y coherentes del deber y de la misión de evangelización de las culturas y de los pueblos, los miembros de los institutos seculares son, en la historia, signo de una Iglesia amiga de los hombres, capaz de ofrecer consuelo en todo tipo de aflicción y dispuesta a sostener todo progreso verdadero de la convivencia humana, pero, al mismo tiempo, intransigente frente a toda elección de muerte, de violencia, de mentira y de injusticia. También son para los cristianos signo y exhortación a cumplir el deber de cuidar, en nombre de Dios, una creación que sigue siendo objeto del amor y la complacencia de su Creador, aunque esté marcada por la contradicción de la rebeldía y del pecado, y necesite ser liberada de la corrupción y la muerte.

¿Acaso hay que sorprenderse de que el ambiente en que deberán actuar esté frecuentemente poco dispuesto a comprender y aceptar su testimonio?

La Iglesia espera hoy hombres y mujeres que sean capaces de dar un testimonio renovado del Evangelio y de sus exigencias radicales, estando dentro de la condición existencial de la mayoría de las personas. Y también el mundo, con frecuencia sin darse cuenta, desea el encuentro con la verdad del Evangelio para un progreso verdadero e integral de la humanidad, según el plan de Dios.

En esa situación, es necesario que los miembros de los institutos seculares tengan una gran determinación y una límpida adhesión al carisma típico de su consagración: el de realizar la síntesis de fe y vida, de Evangelio e historia humana, y de entrega integral a la gloria de Dios y disponibilidad incondicional a servir a la plenitud de la vida de sus hermanos y hermanas en este mundo.

Los miembros de los institutos seculares se encuentran, por vocación y misión, en una encrucijada donde coinciden la iniciativa de Dios y la espera de la creación: la iniciativa de Dios, que llevan al mundo mediante su amor y su unión íntima con Cristo; la espera de la creación, que comparten en la condición diaria y secular de sus semejantes, viviendo las contradicciones y las esperanzas de todo ser humano, especialmente de los más débiles y de los que sufren.

En cualquier caso, a los institutos seculares se les confía la responsabilidad de recordar a todos esta misión, testimoniándola con una consagración especial, con la radicalidad de los consejos evangélicos, para que toda la comunidad cristiana realice cada vez con mayor empeño la tarea que Dios, en Cristo, le ha encomendado con el don de su Espíritu (cf. exhortación apostólica Vita consecrata
VC 17-22).

6. El mundo contemporáneo es particularmente sensible ante el testimonio de quien sabe aceptar con valentía el riesgo y la responsabilidad del discernimiento de su tiempo y del proyecto de edificación de una humanidad nueva y más justa. Nos ha tocado vivir en un tiempo de grandes transformaciones culturales y sociales.

27 Por este motivo, es cada vez más evidente que la misión del cristiano en el mundo no puede reducirse a un puro y simple ejemplo de honradez, competencia y fidelidad al deber. Todo esto se supone. Se trata de revestirse de los mismos sentimientos de Cristo Jesús para ser signos de su amor en el mundo. Este es el sentido y la finalidad de la auténtica secularidad cristiana y, por tanto, el fin y el valor de la consagración cristiana que se vive en los institutos seculares.

En esta línea es muy importante que los miembros de los institutos seculares vivan intensamente la comunión fraterna, tanto dentro del propio instituto como con los miembros de otros institutos. Precisamente porque están inmersos como la levadura y la sal en el mundo, deberían considerarse testigos privilegiados del valor de la fraternidad y de la amistad cristiana, hoy tan necesarias, sobre todo en las grandes áreas urbanizadas, donde se halla gran parte de la población mundial.

Albergo la esperanza de que cada instituto secular se convierta en un gimnasio de amor fraterno, en una hoguera encendida, que proporcione luz y calor a muchos hombres y mujeres para la vida del mundo.

7. En fin, pido a María que dé a todos los miembros de los institutos seculares la lucidez con que ella mira la situación del mundo, la profundidad de su fe en la palabra de Dios y la prontitud de su disponibilidad a realizar sus misteriosos designios, para una colaboración cada vez más eficaz en la obra de la salvación. Al depositar en sus manos maternas el futuro de los institutos seculares, porción elegida del pueblo de Dios, os imparto la bendición apostólica a cada uno de vosotros, y con mucho gusto la extiendo a todos los miembros de los institutos seculares esparcidos en los cinco continentes.






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