Discursos 1997 34


ENCUENTRO CON LOS SACERDOTES DE LA DIÓCESIS DE ROMA


Sala Clementina

Jueves 13 de febrero de 1997



Quisiera daros las gracias por este encuentro, sobre todo por vuestros testimonios. Siempre me viene a la mente una expresión, que quiero repetir una vez más: Parochus super Papam. Lo aprendí cuando era un obispo joven y comprobé, tanto en Cracovia como aquí en Roma, que su contenido es verdad. El párroco tiene siempre una experiencia directa, fundamental, de la Iglesia particular que se le ha confiado. La colaboración de los párrocos es necesaria para que el obispo pueda cumplir su misión; esta verdad hace que aumente en mí la gratitud hacia vosotros, amadísimos hermanos en el sacerdocio, especialmente después de cincuenta años de experiencia, primero en Cracovia y luego en Roma.

Así, también he escrito algo sobre mi vocación; pero eso ya lo sabéis, y no quisiera repetirlo. Ahora, si nadie toma la palabra, yo haré la conclusión, resumiendo todo lo que se ha dicho.

Señor cardenal; venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio:

1. Os saludo con profundo afecto, y me alegra este encuentro, que se renueva cada año. Dirijo un saludo particular a los sacerdotes enfermos, ancianos y a los que han sido agredidos o heridos en el ejercicio de su ministerio, asegurando a cada uno un recuerdo especial en la oración.

El cardenal vicario, en su saludo inicial, que le agradezco, ha esbozado un cuadro del camino actual de la diócesis de Roma y, en particular, del presbiterio romano. Después, el testimonio de muchos de vosotros ha completado y colorado ese cuadro, en el que, por don del Señor, las luces prevalecen ampliamente sobre las sombras: ¡demos gracias a Dios!

No puedo olvidar la gran Vigilia de Pentecostés, en la que comenzamos la misión ciudadana. Esta misión ya está en pleno desarrollo, moviliza las fuerzas vivas de la diócesis y está atrayendo la atención y la simpatía de la ciudad entera, y debería decir de la Iglesia entera, por lo que me refieren los obispos de todo el mundo. Al mismo tiempo, se ha comenzado la obra más orgánica de formación permanente de los sacerdotes, que se esperaba desde hace tiempo y ayudará en gran medida a la misma misión ciudadana.

Quisiera reflexionar brevemente, junto con vosotros, sobre este tema de la formación sacerdotal, en la perspectiva de la preparación para el gran jubileo y, por tanto, de la misión ciudadana, recordando también que este año está dedicado a Jesucristo, único Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre (cf. Hb He 13,8), y pensando en el don que he recibido de vivir el quincuagésimo aniversario de mi ordenación sacerdotal.

2. La formación permanente del sacerdote es un modo de mantener vivo en nosotros el don y el misterio de nuestra vocación. Don que nos supera infinitamente y misterio de la elección divina: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca » (Jn 15,16). Debemos dar gracias a Dios por el don de nuestra vocación, y expresar esta gratitud con nuestro servicio ministerial que, concretamente, es entrega diaria de nuestra vida. En la base y en el centro de todo está nuestra eucaristía, la misa diaria, que es el momento más importante de cada jornada nuestra y el centro de nuestra vida, porque, celebrándola, nos adentramos en el corazón del misterio de la salvación, donde se enraíza nuestro sacerdocio y se alimenta nuestro servicio ministerial.

35 La misa nos pone en contacto con la santidad de Dios y nos recuerda del modo más eficaz que estamos llamados a la santidad, que Cristo necesita sacerdotes santos. En efecto, sabemos por experiencia que sólo en el terreno de la santidad sacerdotal puede crecer una pastoral eficaz, una verdadera «cura animarum ».

El fin primario y fundamental de la formación permanente es, precisamente, la ayuda recíproca en el camino de la santificación sacerdotal. En efecto, el presbiterio diocesano, como verdadera fraternidad sacramental, desempeña un papel importante en la vida personal de cada sacerdote, y este papel se cumple de modo especial en los momentos de la formación permanente. Conviene que los sacerdotes más jóvenes se reúnan, cada quince días o cada mes, ante todo para orar juntos e intercambiar fraternalmente sus primeras experiencias sacerdotales. Pero también es importante que todos los sacerdotes, aunque sea en tiempos diversos, tengan la posibilidad y la alegría de estar juntos y fortalecerse recíprocamente en la fidelidad a su vocación.

3. Naturalmente, la formación nos sostiene en el camino hacia la santidad, llamándonos cada día a la conversión. Somos ministros de la reconciliación y, por tanto, cumplimos una parte esencial de nuestra misión a través del ministerio de la confesión; pero sólo podemos hacerlo con sinceridad y eficacia si nosotros mismos somos los primeros en recurrir constantemente a la misericordia de Dios, confesando asiduamente nuestras culpas e implorando la gracia de la conversión.

Cada aspecto de nuestro servicio ministerial, el cansancio diario, las alegrías y las preocupaciones del párroco, del vicepárroco, del sacerdote profesor, de quien trabaja en el Vicariato y de quien presta su atención pastoral a los jóvenes, las familias y los ancianos, debe encontrar espacio, a su vez, en la formación permanente. Lo importante es la perspectiva en la que se sitúa toda nuestra actividad ministerial. Por eso pueden ser de gran ayuda las palabras del apóstol Pablo: «Que nos tengan los hombres por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que en fin de cuentas se exige de los administradores es que sean fieles » (
1Co 4,1-2). La palabra «administrador » no puede sustituirse por ninguna otra. Está profundamente enraizada en el Evangelio: pensemos en la parábola del administrador fiel y del infiel (cf. Lc Lc 12,41-48). El administrador no es el propietario, es la persona a la que el propietario encomienda sus bienes, para que los administre con esmero y responsabilidad. Precisamente así el sacerdote recibe de Cristo los bienes de la salvación, en favor de cada fiel y de todo el pueblo de Dios.

Por tanto, jamás podemos considerarnos propietarios de estos bienes: ni de la palabra de Dios, que debemos testimoniar y proponer con fidelidad, sin confundirla o sustituirla nunca con nuestras palabras y nuestras opiniones; ni de los sacramentos, que hay que administrar con solicitud y también con el sacrificio personal, según la intención de Cristo expresada por la Iglesia; pero ni siquiera de los locales, de los espacios, de los bienes materiales de nuestras parroquias y comunidades: cuidémoslos, como si fueran nuestros o más todavía; pero no para nuestro provecho, sino únicamente para el bien de la porción del pueblo de Dios que se nos ha encomendado.

Por tanto, en este tiempo de la misión ciudadana, y con el fin de hacer que la Iglesia de Roma sea cada vez más misionera, abramos lo más posible nuestras iglesias, los ambientes parroquiales y todas las estructuras de que disponemos, saliendo al encuentro de las necesidades, de los tiempos y de los deseos de nuestros fieles que, frecuentemente, se sienten limitados por horarios muy complicados y necesitan encontrar sacerdotes dispuestos a escucharlos y a decirles una palabra de fe, de ánimo y de consuelo.

4. Uno de los aspectos más prometedores de la misión ciudadana es el gran número de laicos de nuestras parroquias y comunidades que se han ofrecido como misioneros.Es conmovedor el espíritu con el que se están preparando para la misión y el sentido eclesial que manifiestan. Como testigos de Cristo, desean ir a las casas y a las familias, a los lugares de trabajo, a las escuelas, a los hospitales, a los centros de elaboración y de comunicación del pensamiento, y a los ambientes deportivos y recreativos.

Pero todo esto también tiene un significado para nuestro ministerio y nuestra formación de sacerdotes. Los laicos son un don para nosotros, y cada sacerdote lleva en su corazón a los laicos que, actualmente o en el pasado, han sido confiados a su atención pastoral. En cierto modo, nos indican el camino y nos ayudan a entender mejor nuestro ministerio y a vivirlo en plenitud. Sí, podemos aprender mucho de nuestra relación y de nuestro trato con ellos: podemos aprender de los niños, de los muchachos y de los jóvenes, de los ancianos, de las madres de familia, de los trabajadores, de los hombres de cultura y de los artistas, de los pobres y de los sencillos. En cierto sentido, a través de ellos nuestra acción pastoral puede multiplicarse, superando barreras y penetrando en ambientes difíciles de alcanzar de otro modo. La misión ciudadana es, por consiguiente, una gran escuela de apostolado de los laicos en esta Roma nuestra, y así también es escuela de apostolado para nosotros, los sacerdotes.

La especial atención que la diócesis de Roma dedica este año a los jóvenes y a la pastoral juvenil me trae a la memoria mi ministerio de sacerdote y profesor, cuando me dedicaba en particular a los jóvenes. Esa experiencia me ha quedado grabada en el corazón y he tratado de continuarla a través de la iniciativa de las Jornadas mundiales de la juventud. Sé que trabajáis mucho por los jóvenes y con los jóvenes, y os pido que trabajéis cada vez más con ellos. La Jornada mundial que celebraremos en agosto, en París, ha de representar un ulterior estímulo a dedicar las energías espirituales y humanas de la diócesis a la pastoral juvenil, para formar de modo profundo y verdaderamente misionero a los jóvenes que ya están cerca de nosotros, pero también para salir en busca de todos los jóvenes de Roma, a fin de abrirles las puertas y derribar, en la medida de lo posible, las barreras y los prejuicios que los separan de Cristo y de la Iglesia.

5. Para prestar verdaderamente una ayuda a los jóvenes, así como a todos los laicos que se comprometen en la misión, y para vivir en plenitud nuestro mismo sacerdocio, es esencial poner siempre a Jesucristo en el centro de nuestro compromiso. San Cipriano dijo con razón que el cristiano, cada cristiano, es «otro Cristo»: Christianus, alter Christus. Pero con mayor razón podemos decir, siguiendo toda nuestra gran tradición, Sacerdos, alter Christus. También este es el significado más profundo de la vocación al sacerdocio y de la alegría por cada nuevo sacerdote que se ordena.

En este «año cristológico», pero también en toda la preparación del Año santo y de la misión ciudadana, Cristo debe estar en el centro. La pérdida del sentido moral, el materialismo práctico, el desaliento de poder alcanzar la verdad, pero también una búsqueda de espiritualidad demasiado vaga e indeterminada, concurren a formar las corrientes de descristianización que tienden a hacer que nuestro pueblo pierda su fe genuina en Cristo como Hijo de Dios y nuestro único Salvador. Nosotros mismos debemos estar en guardia frente a la insidia sutil que proviene de ese ambiente de vida y que amenaza con debilitar la certeza de nuestra fe y el impulso de nuestra esperanza cristiana y sacerdotal.

36 Por tanto, es muy oportuno que la formación permanente de los sacerdotes tenga como tema y referencia central a Jesucristo, su persona y su misión. Cuanto más crezcamos en nuestra relación con él, más aún, en nuestra identificación con él, tanto más nos convertiremos en auténticos sacerdotes y misioneros eficaces, abiertos a la comunión y capaces de comunión, porque tomamos mayor conciencia de ser miembros del único cuerpo, cuya cabeza es Cristo.

6. En el libro «Don y misterio» he recordado el «hilo mariano» de mi vocación sacerdotal: ese hilo que me une a mi familia de origen, a la parroquia donde me formé, a mi Iglesia y a mi patria, Polonia, pero también a Italia y a esta Iglesia de Roma, que desde hace más de dieciocho años es mi Iglesia. Salus populi romani.María nos lleva a Cristo, como llevaba y lleva a los romanos a Cristo. María, Salus populi romani. Pero también es verdad que Cristo nos lleva a su Madre. María nos acerca a Cristo, invitándonos a vivir su misterio de Virgen fiel y de Madre. En ella, en su seno y en su entrega humilde y libre, se realizó el gran misterio que es el centro del año 2000: la encarnación del Verbo de Dios (cf. Jn
Jn 1,14).

Al término de este encuentro, quisiera renovar con vosotros la consagración a la Madre de Dios, que nos propone san Luis María Griñón de Montfort con las siguientes palabras: Totus tuus ego sum et omnia mea tua sunt. Accipio te in mea omnia. Praebe mihi cor tuum, Maria.

Con estos sentimientos, os imparto a todos de corazón mi bendición.





VISITA OFICIAL DEL SEÑOR FERNANDO HENRIQUE CARDOSO

PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA FEDERAL DE BRASIL


Viernes 14 de febrero de 1997



Señor presidente:

1. Es para mí motivo de particular satisfacción el singular momento de esta visita oficial, en la que su excelencia, como mandatario supremo de la República federal de Brasil, acompañado por ilustres personalidades del séquito, viene a Roma para encontrarse con el Sucesor de Pedro. En su persona veo a toda la nación brasileña, de norte a sur y de este a oeste; en este momento, deseo encontrarme con ella a fin de expresarle mis más cordiales saludos, y mis deseos de paz y prosperidad para cada rincón de ese país, que es casi un continente.

Lo hago con mi mayor estima, para manifestar mis nobles sentimientos personales, pero, sobre todo, por ser un reflejo de las excelentes relaciones que existen entre la Santa Sede y Brasil, mantenidas y cimentadas constantemente por la colaboración leal entre la Iglesia local y el Estado. Con estas relaciones, que respetan la mutua independencia, la Iglesia no busca privilegios, sino el espacio suficiente de acción para cumplir su misión, en el campo religioso, para el bien común, al servicio del hombre y la mujer, en la plena verdad de su existencia, de su ser personal y, al mismo tiempo, de su ser comunitario y social, situado en numerosas relaciones, contactos, situaciones y estructuras que lo unen a otros seres de la propia tierra.

2. Además de ese motivo de las buenas relaciones, hay otro que determina la alegría de este encuentro: el hecho de que se trata de un pueblo cuya mayoría profesa la religión católica, con un pasado glorioso de adhesión a la causa de Cristo y de la Iglesia, y de benemérita acción evangelizadora. Al final de este siglo, Brasil conmemorará quinientos años de historia; sin duda alguna, se trata de una fecha significativa, pues permite afirmar ante la comunidad de las naciones su acentuada personalidad en el campo social, económico y cultural, de gran relieve y prometedora proyección para el nuevo milenio que se acerca. En este sentido, la presencia de la Iglesia seguirá colaborando, por voluntad del Altísimo, en la difusión del Evangelio, siempre atenta a las exigencias de su misión, sin escatimar sacrificios para contribuir cada vez más a la causa del bien común, en la que coincide con los altos objetivos del Gobierno brasileño.

3. Quiero manifestarle, señor presidente, que he seguido con vivo interés los acontecimientos de la vida religiosa y social de su país. Brasil atraviesa actualmente una fase de progresivo desarrollo en todos los sectores de la vida nacional, que le permiten, gracias a una serie de cambios significativos, proyectarse hacia adelante con optimismo respecto al futuro. Después de una fase turbulenta de su historia todavía reciente, el pueblo brasileño va adquiriendo una continua madurez por lo que respecta a sus derechos y deberes, que exige de sus gobernantes una dedicación diligente y un respeto plenamente acorde con la dignidad de todo ser humano, creado a «imagen de Dios» (Gn 1,27).

Por un lado, como ya tuve ocasión de reafirmar incluso recientemente, «corresponde a las naciones, a sus dirigentes, a sus responsables económicos y a todas las personas de buena voluntad buscar todas las posibilidades de compartir más equitativamente los recursos, que no faltan, y los bienes de consumo; al compartirlos, todos manifiestan su sentido fraterno» (Discurso en la sede de la FAO, 13 de noviembre de 1996, n. 2: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 22 de noviembre de 1996, p. 6). El escenario de la vida interna brasileña se orienta hacia un esfuer zo general, en vías de perfeccionamiento, para que la distribución justa de la riqueza sea una realidad cada vez más amplia, a fin de acortar la brecha entre pobres y ricos, con atención y solidaridad para con los más desfavorecidos y los que carecen de ayuda. El respeto a las poblaciones indígenas, el compromiso en favor de una reforma agraria puesta en práctica de acuerdo con las leyes vigentes, la salvaguardia del medio ambiente, entre otros motivos, justifican iniciativas cada vez más valientes, que tienden a ennoblecer la causa democrática. Por otro lado, cabe resaltar también los innegables derechos de toda persona humana, de modo que puedan cultivarse los valores culturales, espirituales y morales, patrimonio común que siempre se ha de promover y asegurar. Hay que hacerlo comenzando por los sectores vitales para la comunidad, como son: la familia, la infancia y la juventud, la enseñanza y la asistencia social.

37 En estos sectores y manifestaciones de la vida humana, como en los demás, surgen múltiples necesidades que hay que afrontar en conformidad con las exigencias de la justicia, la libertad y la solidaridad común; la Iglesia también se siente interpelada por estas necesidades, pues su misión tiene una dimensión de servicio al hombre. En este sentido, actuará siempre en defensa de los más necesitados, de los pobres y de los marginados, sin descuidar ningún sector de la sociedad, rico o pobre, pues todos son hijos de Dios. Por esta razón, está claro que su esfuerzo por colaborar en el establecimiento de la justicia y la paz deberá redundar preferentemente en la protección de los más desfavorecidos, de los abandonados, de los ancianos y, en general, de todos los que reclaman mayor respeto a sus derechos naturales. De modo especial, usará todos los medios a su disposición para defender la vida desde su concepción hasta su fin natural. Por eso, ante la introducción de legislaciones radicalmente injustas como el aborto y la eutanasia, seguirá siendo siempre fiel y firme defensora de los ciudadanos moralmente rectos, que aspiran a que se respeten sus propias convicciones. El mensaje cristiano de la Iglesia ilumina plenamente al hombre y el significado de su ser y existir. La Iglesia buscará siempre en el diálogo el compromiso para despertar una nueva cultura de la vida (cf. Evangelium vitae EV 69 y 82).

4. Las relaciones de Brasil con sus países vecinos se encuentran hoy en una fase de acelerada cooperación, promoviendo, a través del Mercosur, una integración que contribuya a la prosperidad económica y social de los países participantes, con posibilidades de irradiación también a otras áreas geográficas del continente. Pero para lograr un progreso que sea verdaderamente integral, es necesario dedicar atención a la cultura y a la educación en los auténticos valores morales y espirituales. La Iglesia quiere contribuir a ello, sirviéndose de su rico patrimonio de tradición plurisecular, para la elevación de los valores fundamentales enraizados en la fe y en los principios cristianos. Por otra parte, la enseñanza religiosa en las escuelas públicas y privadas va en esta dirección, pues está prevista en las diversas constituciones que su país ya ha tenido desde la década de 1930. La extraordinaria importancia de fundar toda estructura individual y social en principios perennes, no consiste sólo en dar informaciones, permaneciendo distante de la realidad vital de la sociedad. Al contrario, la Iglesia está firmemente decidida a defender concretamente los valores del hogar y de la recta visión de la familia cristiana. Más aún: con un poco de clarividencia, es fácil ver que el bienestar de la sociedad, e incluso el de la humanidad, en este umbral del tercer milenio, está en gran parte en las manos de las mujeres que aceptan la misión y tarea que sólo ellas, y nadie en su lugar, pueden realizar: la de madres de familia, educadoras, formadoras de la personalidad de sus hijos, y responsables, en buena parte, de la atmósfera del hogar. Nadie cometería el error de negar a la mujer el derecho- deber de participar en la vida de la sociedad e influir en ella. En el mundo de las ciencias y las artes, de las letras y las comunicaciones, de la política, la actividad sindical y la universidad, la mujer tiene su lugar y sabe ocuparlo muy bien. Pero, de igual modo, nadie debe ignorar que, sirviendo a la microsociedad familiar con sus propias características, la mujer esposa y madre sirve directamente a la sociedad mayor y también a la humanidad. Por eso, la Iglesia, «defendiendo la dignidad de la mujer y su vocación ha mostrado honor y gratitud para las que —fieles al Evangelio— han participado en todo tiempo en la misión apostólica del pueblo de Dios» (Mulieris dignitatem MD 27).

5. Señor presidente, en esta circunstancia deseo asegurarle la firme voluntad de la Iglesia en Brasil, como lo han manifestado en varias oportunidades los obispos, sus legítimos representantes, de seguir colaborando con las autoridades y las diversas instituciones públicas, para servir a las grandes causas del hombre y la mujer, como ciudadanos y como hijos de Dios (cf. Gaudium et spes GS 76). Por esta razón, estoy seguro de que nuestro encuentro contribuirá a que el diálogo constructivo y frecuente entre las autoridades civiles y los pastores de la Iglesia acreciente las relaciones entre las dos instituciones. Por su parte, el Episcopado, los sacerdotes y las comunidades religiosas seguirán siendo incansables en la realización de su trabajo evangelizador, asistencial y educativo para el bien de la sociedad. Los impulsa a esto su vocación de servicio a todos, especialmente a los más necesitados, contribuyendo así a la elevación integral de todos los brasileños y a la tutela y promoción de los valores supremos.

En esta grata y solemne ocasión, al confirmar toda la estima y el interés de la Sede apostólica por el bien de su país, le renuevo mis mejores deseos de seguro progreso, conjugando bienestar y creciente prosperidad, en la paz serena y la concordia de todos los brasileños, en la edificación de un Brasil cada vez más humano y fraterno, donde cada uno de sus hijos, a la luz de Cristo, pueda sentirse plenamente constructor de la propia historia común de la nación.

Con estos deseos cordiales, pido a Dios que proteja siempre al querido pueblo brasileño y asista a sus gobernantes en su ardua tarea de servir al bien común de los amadísimos hijos de tan noble país.







MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


PARA LA CAMPAÑA DE FRATERNIDAD EN BRASIL




Amadísimos hermanos y hermanas en Jesucristo;
queridos brasileños:

1. «Me invocará y lo escucharé; con él estaré en la tribulación, lo defenderé, lo glorificaré». Con estas palabras que la Iglesia pone en la liturgia del primer domingo de Cuaresma, vamos a comenzar la Campaña de fraternidad de este año, cuyo tema es «Cristo libera de todas las prisiones», para que todos los que me escuchan mediante la radio o la televisión, unidos al Papa que les habla, puedan sentirse interpelados, como la misma Conferencia nacional de los obispos de Brasil viene sugiriendo a los católicos de todo el país, a avanzar por el camino del perdón, del amor, de la bondad, de la justicia y del servicio a los demás.

2. Por una feliz coincidencia, el año 1997, dedicado a la reflexión sobre Jesucristo, marca el comienzo de la fase preparatoria del gran jubileo de la redención del año 2000. El motivo que me llevó a escribir la carta apostólica Tertio millennio adveniente fue el de suscitar en «cada fiel un verdadero anhelo de santidad, un fuerte deseo de conversión y de renovación personal en un clima de oración cada vez más intensa y de solidaria acogida del prójimo, especialmente del más necesitado» (n. 42).

En este sentido, la fraternidad, iluminada por el «amor que viene de Dios» (1Jn 4,7), nos anima a colaborar con el divino propósito de unir a los que están separados, devolver al camino a los que están extraviados y restablecer la concordia divina en toda la creación. Todos nuestros hermanos sometidos a las más diversas formas de prisión, especialmente por el yugo del pecado, esperan un gesto de paz y solidaridad, pero sobre todo de justicia cristiana, que pueda llevarlos de nuevo al camino del bien y de la esperanza.

3. Formulo votos para que Cristo, nuestra Pascua, ilumine siempre con la paz y la comprensión los hogares de todo Brasil, e invoco la protección y la misericordia del Redentor de los hombres para los que sufren en el cuerpo y en el alma, para los jóvenes y los ancianos: el Papa ora por todos, y los exhorta a confiar en María santísima, la Madre del Redentor, Nuestra Señora Aparecida, y a todos los bendice. «En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén».







MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS PARTICIPANTES EN LA III ASAMBLEA GENERAL


DE LA ACADEMIA PONTIFICIA PARA LA VIDA



Viernes 14 de febrero de 1997




38 Venerados hermanos en el episcopado;
ilustres señores y señoras:

1. Me alegra saludaros cordialmente, gentiles miembros de la Academia pontificia para la vida, reunidos con ocasión de vuestra tercera asamblea general. Agradezco de modo especial al presidente, profesor Juan de Dios Vial Correa, las amables palabras que, en vuestro nombre, acaba de dirigirme.

Sé que algunos de vosotros, miembros ordinarios, están presentes por primera vez, porque han sido nombrados recientemente; así mismo, intervienen por primera vez en este encuentro los miembros correspondientes que, en la vida de la Academia, constituyen una valiosa relación con la sociedad. Os doy a todos mi bienvenida, acogiéndoos como ilustre comunidad de intelectuales al servicio de la vida.

Ante todo, siento la necesidad de manifestaros mi complacencia por la actividad que la Academia ha desarrollado en este breve arco de tiempo desde su fundación. En particular, deseo subrayar los excelentes trabajos ya publicados como comentario a la encíclica Evangelium vitae y la activa colaboración brindada a los dicasterios para la organización de cursos y congresos de estudio tanto sobre los contenidos de la encíclica, como de otros pronunciamientos del Magisterio en el delicado ámbito de la vida.

2. También el tema que habéis elegido para esta asamblea —«Identidad y estatuto del embrión humano»—, cuando ya se aproxima el décimo aniversario de la instrucción Donum vitae, publicada el 22 de febrero de 1987, se sitúa en esta línea de compromiso y tiene hoy una peculiar actualidad cultural y política.

En efecto, se trata, ante todo, de reafirmar que «el ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción y, por tanto, a partir de ese mismo momento se le deben reconocer los derechos de la persona, principalmente el derecho inviolable de todo ser humano inocente a la vida» (Donum vitae, 30). Estas afirmaciones, recogidas de modo solemne en la encíclica Evangelium vitae, ya han sido entregadas a la conciencia de la humanidad y también encuentran cada vez mayor acogida en el ámbito de la investigación científica y filosófica.

Asimismo, de modo oportuno, durante estos días, habéis tratado de aclarar los malentendidos que, en el actual contexto cultural, nacen de prejuicios de orden filosófico y epistemológico, que ponen en duda los fundamentos mismos del conocimiento, en particular en el ámbito de los valores morales. En efecto, es necesario liberar de toda posible instrumentalización, reduccionismo o ideología, las verdades referentes al ser humano, para garantizar el respeto pleno y escrupuloso a la dignidad de todo ser humano, desde los primeros instantes de su existencia.

3. ¿Cómo no recordar que, lamentablemente, nuestra época está asistiendo a una matanza inédita y casi inimaginable de seres humanos inocentes, que muchos Estados han avalado mediante la ley? ¡Cuántas veces se ha elevado, sin ser escuchada, la voz de la Iglesia en defensa de estos seres humanos! ¡Y cuántas veces, por desgracia, otros han presentado como derecho y signo de civilización lo que, por el contrario, es crimen aberrante en perjuicio del más indefenso de los seres humanos!

Pero ha llegado la hora histórica de dar un paso decisivo para la civilización y el bienestar auténtico de los pueblos: el paso necesario para reivindicar la plena dignidad humana y el derecho a la vida de todo ser humano, desde el primer instante de su vida y durante toda la fase prenatal. Este objetivo, es decir recuperar la dignidad humana para la vida prenatal, exige un esfuerzo conjunto y desapasionado de reflexión interdisciplinar, así como una renovación indispensable del derecho y la política.

Cuando se emprenda este camino, comenzará una nueva etapa de civilización para la humanidad futura, la humanidad del tercer milenio.

39 4. Ilustres señores y señoras, resulta evidente la importancia de la responsabilidad de los intelectuales en su tarea de investigación en este campo. Se trata de reconquistar espacios específicos de humanidad en la esfera de la tutela del derecho, y en primer lugar el de la vida prenatal.

De esta reconquista, que es victoria de la verdad, del bien moral y del derecho, depende el éxito de la defensa de la vida humana en los demás momentos más frágiles de su existencia, como la fase final, la enfermedad o la deficiencia física. Tampoco debe olvidarse que la preservación de la paz y la misma tutela del ambiente suponen, por lógica coherencia, el respeto y la defensa de la vida desde su primer instante hasta su ocaso natural.

5. La Academia pontificia para la vida, a la que agradezco de corazón el servicio que presta a la vida, tiene la misión de contribuir a la profundización del valor de este bien fundamental, sobre todo mediante el diálogo con los especialistas en ciencias biomédicas, jurídicas y morales. Para alcanzar este objetivo, el trabajo de vuestra comunidad de estudio e investigación deberá contar con una intensa vida ad intra, caracterizada por el intercambio y la colaboración científica de las diversas especialidades. Así será capaz de brindar también ad extra, al mundo de la cultura y de la sociedad, estímulos saludables y contribuciones válidas para una auténtica renovación de la sociedad.

Ilustres señores y señoras, el generoso comienzo de vuestra actividad fortalece en esta esperanza. Deseo animaros aquí a proseguir en el camino emprendido, recordando la benemérita intuición de vuestro primer presidente, el profesor Lejeune, defensor intrépido e incansable de la vida humana.

La Iglesia advierte hoy la necesidad histórica de tutelar la vida para la salvación del hombre y de la civilización. Estoy convencido de que las generaciones futuras le quedarán agradecidas por haberse opuesto con toda firmeza a las múltiples manifestaciones de la cultura de la muerte y a toda forma de menosprecio de la vida humana.

Que Dios bendiga cada uno de vuestros esfuerzos y que la santísima Virgen, Madre de Cristo, camino, verdad y vida, haga fecundas vuestras investigaciones. Como testimonio del interés con que sigo vuestra actividad, os imparto con mucho gusto a todos una bendición apostólica especial.








A LOS MIEMBROS DE LA JUNTA DE LA REGIÓN DEL LACIO


Sábado 15 de febrero de 1997



Señor presidente de la Junta regional;
señor presidente del Consejo regional;
ilustres miembros de la Junta y del Consejo;
gentiles señoras y señores:

40 1. Me alegra encontrarme con vosotros y desearos un año 1997 lleno de satisfacciones y frutos. Extiendo, de buen grado, este deseo a vuestras familias y a todos los ciudadanos de la región del Lacio. Os saludo cordialmente a cada uno, comenzando por el señor presidente de la Junta, a quien agradezco las palabras con las que me ha presentado vuestros cordiales sentimientos y ha expuesto los proyectos de la Administración regional.

La mirada de la Iglesia, como ha recordado el presidente, se dirige al año 2000 que, para gran parte de nuestros contemporáneos, representa una cita altamente significativa, un Año santo de singular importancia. En efecto, como escribí en la carta apostólica Tertio millennio adveniente, «los dos mil años del nacimiento de Cristo (...) representan un jubileo extraordinariamente grande no sólo para los cristianos, sino indirectamente para toda la humanidad, dado el papel primordial que el cristianismo ha desempeñado en estos dos milenios» (n. 15).

Como preparación del Año santo, la diócesis de Roma ha convocado una «misión ciudadana» que, precisamente durante estos días, prevé el comienzo de la distribución del evangelio según san Marcos a todas las familias de la ciudad. Por tanto, me alegra ofrecéroslo hoy también a vosotros, como testimonio de la «buena nueva» de Jesucristo, Hijo de Dios, único Salvador del mundo.

2. Este encuentro me ofrece una nueva oportunidad de confrontar y armonizar los objetivos de la comunidad eclesial y de la Administración regional del Lacio, en la perspectiva de ese acontecimiento.

Es sabido que la ciudad de Roma, juntamente con Jerusalén, constituye, por decirlo así, el polo de atracción del Año santo. Sin embargo, desde diversos puntos de vista, cobra gran importancia también el papel que, en su preparación y desarrollo, está llamada a desempeñar la Administración regional. La peregrinación es, por su naturaleza, una experiencia doble: espiritual, en la perspectiva de profundas y fuertes motivaciones religiosas, y práctica, en relación con hechos concretos como el camino, las paradas, las visitas, los traslados y los encuentros. La región del Lacio constituye el ámbito inmediato en el que se sitúa el centro de la peregrinación: la ciudad de Roma; un ámbito en el que abundan localidades de altísimo valor espiritual y cultural, bien comunicadas con otros centros de fuerte atracción para los peregrinos, en el Lacio o en otras regiones de Italia.

Todo esto invita a los administradores a ofrecer, con creatividad y a tiempo, oportunidades legislativas y energías empresariales, para aprovechar del mejor modo posible los diversos recursos con que cuenta el territorio regional. Se trata de recursos verdaderamente importantes: basta pensar en la notable riqueza de energías físicas e intelectuales de que disponen los habitantes de la región; en el excepcional patrimonio cultural distribuido en ella con gran variedad; y en el desarrollo de las estructuras de acogida, tanto laicas como religiosas. Deseo vivamente que la Administración regional y la comunidad eclesial trabajen respetando las competencias y con espíritu de gran colaboración para crear un ámbito acogedor y eficiente en torno a Roma.

3. Sin embargo, el carácter «extraordinario» de la perspectiva jubilar no debe hacernos olvidar los problemas «ordinarios» del territorio y de la gente que vive en él. El impacto social del jubileo exige que se afronten con esmero esos problemas para «el año de gracia del Señor », que se celebrará entonces.

Entre las cuestiones sociales que no pueden menos de ocupar nuestra atención diaria, merece especial relieve la cuestión del trabajo, relacionada con la crisis del desempleo, que afecta sobre todo a las generaciones jóvenes. En este ámbito, la Administración regional posee competencias y responsabilidades específicas que le permiten proyectar e intervenir, en particular, sosteniendo las instituciones educativas que preparan a los jóvenes para insertarse efectivamente en el mercado del trabajo.

Mientras recuerdo la gravedad del fenómeno del desempleo, quisiera, sin embargo, dirigiros a todos una cordial invitación a no desalentaros frente a su inquietante persistencia, sino, más bien, a redoblar vuestros esfuerzos por preparar las condiciones que conduzcan a su adecuada solución. Esta solución depende, ciertamente, de la cooperación de todos y de las políticas a gran escala. Con todo, es necesario que a este amplio compromiso de toda la sociedad se sume el vuestro como administradores regionales. Oro al Señor para que vuestra contribución en este sentido sea eficaz, de modo que los jóvenes y las familias del Lacio puedan mirar al futuro con renovada esperanza.

4. Ilustres señoras y señores, desde el trabajo la mirada se ensancha hacia otras grandes tareas propias de la Administración regional, como la política sanitaria o la del territorio y del ambiente. Bien sabéis cuánto preocupan a la Iglesia estos ámbitos, que influyen directamente en la calidad de vida de las personas. Merecen una consideración cada vez más atenta y valiente por parte de los administradores públicos y una fuerte capacidad de proyectación, en una relación de estrecha colaboración con todas las fuerzas presentes en el territorio.

Ya se está haciendo mucho en esa dirección; sin embargo, queda aún mucho por hacer, con el esfuerzo conjunto de todos. En particular, en el compromiso en favor del progreso social de las diversas comunidades laciales no puede faltar un sólido fundamento ético, ya que una sociedad fraterna y solidaria sólo se puede construir sobre la base de los valores humanos esenciales.

41 Pido al Señor que sostenga el esfuerzo de toda persona animada por el anhelo de servir al bien común y, mientras os renuevo a todos el deseo de que contribuyáis de forma eficaz al buen gobierno de esta ilustre región, os imparto a cada uno mi bendición, que complacido extiendo a vuestras familias y a toda la comunidad lacial.










Discursos 1997 34