Discursos 1997 41


A UNA PEREGRINACIÓN DE LA DIÓCESIS


ESTADOUNIDENSES DE PROVIDENCE


Sábado 15 de febrero de 1997



Queridos obispos Gelineau y Mulvee;
queridos amigos en Cristo:

Me complace reunirme con vosotros, peregrinos de la diócesis de Providence, con ocasión del 125° aniversario de la fundación de la diócesis.

Habéis querido venir a Roma, la ciudad de los apóstoles Pedro y Pablo, para fortalecer los vínculos de fe y amor entre vuestra Iglesia local y la Sede de Pedro, a quien ha sido confiado, como dice el concilio Vaticano II, la misión de «procurar el bien común de la Iglesia universal y el bien de cada Iglesia» (Christus Dominus CD 2).

Espero que vuestra visita os confirme en la fe una, santa, católica y apostólica. Vuestro compromiso, en el umbral del tercer milenio, debe consistir en vivir cada vez más plena y profundamente vuestra herencia católica y transmitirla de forma total e íntegra a las generaciones jóvenes. Con esta intención os encomiendo a todos a la intercesión de María, Madre del Redentor. Que Dios todopoderoso derrame sus gracias sobre vosotros y vuestras familias, y bendiga vuestra diócesis y vuestro país.









MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS PARTICIPANTES EN EL XIX CONGRESO


DE LA UNIÓN CATÓLICA ITALIANA DE PROFESORES


DE ENSEÑANZA SECUNDARIA




Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Habiendo venido de todas partes de Italia para celebrar el XIX congreso nacional de vuestra Asociación, queréis reflexionar sobre cómo debe prepararse la escuela italiana, en un ambiente de notables transformaciones, para vivir momentos de gran valor para su futuro.

El tema que habéis elegido, «¿Qué proyecto cultural y educativo en el umbral del tercer milenio?», manifiesta de forma clara vuestra intención de afrontar el próximo trienio como un «nuevo adviento», atentos a los «signos de los tiempos» y valientemente abiertos a las innovaciones.

El cristiano sabe bien que no basta sólo esperar el futuro del mundo; hay que proyectarlo y construirlo mediante los elementos positivos del presente.

42 En esta fase de amplios cambios que afectan al mundo de la enseñanza, la UCIIM (Unión católica italiana de profesores de enseñanza secundaria), fiel a sus finalidades originarias, está llamada a intervenir con puntualidad y competencia en los diversos proyectos de reforma. Se trata de trabajar con sentido de responsabilidad en este ámbito, profundizando los aspectos pedagógicos y didácticos de vuestra misión peculiar y, sobre todo, teniendo siempre presentes las exigencias reales de aquellos a quienes la Providencia ha confiado a vuestro compromiso profesional, es decir, los jóvenes.

2. La escuela, en especial la secundaria, se encuentra en la encrucijada de los numerosos caminos que la sociedad y la cultura abren a los jóvenes. Os exige, queridos profesores, notable sensibilidad, interés y espíritu de servicio iluminado y generoso. Ya desde su fundación, la UCIIM se ha preocupado por poner al alumno en el centro de la acción didáctica, subrayando que toda intervención educativa debe referirse siempre a la persona del alumno en su originalidad y totalidad. Por tanto, la relación pedagógica tiene que vivirse con espíritu de amor. Esto significa ofrecimiento recíproco de confianza y esfuerzo para establecer la colaboración entre el profesor y el alumno.

En los jóvenes de hoy se dan a menudo actitudes contradictorias, signo de la búsqueda confusa de una realización de sí plenamente satisfactoria. Es necesario mirar con confianza a los jóvenes; es preciso dialogar con ellos mediante un lenguaje abierto y directo, confirmado por la coherencia de la vida; hay que abrirles los «talleres» de la historia, haciéndolos participar en proyectos culturales animados por la sabiduría del Evangelio.

3. Amadísimos hermanos y hermanas, la relación entre fe y cultura representa un ámbito vital para el destino de la Iglesia y el futuro de la sociedad. Hoy, en este particular marco histórico, es más necesario que nunca que el creyente, comprometido en el singular laboratorio de cultura que es la escuela, realice un serio discernimiento de las diversas formas culturales presentes en la sociedad, juzgándolas a la luz de los valores cristianos.

La UCIIM, fiel a su identidad originaria y abierta proféticamente al futuro, está llamada a tener y sostener a profesores preparados y actualizados profesionalmente, de espiritualidad límpida y fuerte, capaces de testimoniar a todos aquellos con quienes se encuentren en la escuela —alumnos, compañeros y padres— el amor de Jesús, el Maestro, con el propósito de realizar una presencia cristiana eficaz en los ambientes en los que se elabora la cultura y se forma la opinión pública.

Para llevar a cabo esta tarea tan ardua, la Asociación no puede por menos de recordar a sus miembros que, a ejemplo de Gesualdo Nosengo y de los pioneros de sus orígenes, es preciso recurrir todos los días a la lógica luminosa de la fe y a la fuente inagotable de la oración. Es necesario, además, alimentar la certeza de que nadie está solo en la educación y en los caminos del mundo, porque Jesús, el Maestro, está siempre en medio de nosotros ayer, hoy y siempre, hasta el fin del mundo.

Deseándoos un trabajo provechoso, os encomiendo a cada uno a la protección de María, Sede de la sabiduría, mientras os bendigo a todos de corazón.

Vaticano, 18 de febrero de 1997








AL FINAL DE LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES


Sala Clementina

Sábado 22 de febrero de 1997



Señores cardenales;
43 venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio:

Junto con vosotros, doy gracias al Señor por estos ejercicios espirituales, que han sido una larga experiencia de intimidad con el Espíritu Santo, el cual habla a nuestro corazón en el silencio.

Han sido un valioso don de Dios al inicio del tiempo cuaresmal. Como Jesús pasó cuarenta días en el desierto, en soledad y ayuno, también nosotros nos hemos adentrado más intensamente en el desierto, para meditar en el sentido último de la vida y para renovar con filial disponibilidad nuestro Amén al Padre, con Cristo, «el testigo fiel y veraz» (
Ap 3,14).

Doy las gracias al amadísimo cardenal Roger Etchegaray, que nos ha guiado en este itinerario con profundidad de doctrina y con sentido espiritual, brindándonos su rica experiencia pastoral y también muchas referencias humanísticas de autores contemporáneos. Nos ha ayudado a apresurar el paso en el camino que nos lleva hacia el gran jubileo. Lo escogí como predicador a él precisamente porque es el presidente del Comité central instituido para preparar ese histórico acontecimiento. 1997 es la primera etapa del trienio de preparación inmediata para el gran jubileo del año 2000. Es el año dedicado a Jesucristo y muy oportunamente el cardenal Etchegaray ha centrado en Cristo sus meditaciones, tomando como hilo conductor las palabras de Pascal: «Fuera de Jesucristo no sabemos ni quién es Dios ni quiénes somos nosotros».

Esta semana de retiro espiritual ha sido una verdadera gracia también para la Curia romana que, en estos días, ha estado muy unida a nosotros en los ejercicios espirituales y ha renovado en el Espíritu Santo su conciencia de que, además de ser comunidad de servicio eclesial, es también y sobre todo comunidad de fe y oración, animada por el amor generoso y fiel a Cristo y a la Iglesia.

Estamos a punto de terminar esta extraordinaria experiencia del Espíritu y nuestro pensamiento se dirige espontáneamente a la Virgen, tantas veces evocada e invocada durante estos días. A ella, Causa nostrae laetitiae, le encomendamos los propósitos y los frutos de estos ejercicios.

Amadísimos hermanos y hermanas, guiados por María, Madre de la Iglesia, bajemos ahora del monte al que fuimos atraídos por la inefable belleza de Cristo. Bajemos a la vida ordinaria y reanudemos nuestro camino, llevando en nosotros la luz y la alegría que encontramos en el manantial inagotable de la verdad, que es Cristo.

No conviene olvidar este ambiente, la sala Clementina, que esta vez se ha convertido en santuario de los ejercicios. Gracias también por esto. Ahora se espera la capilla Redemptoris Mater, después de la restauración realizada por artistas rusos, para subrayar una vez más lo que nos une: Roma y Moscú, Constantinopla, Occidente y Oriente, una sola Iglesia de Cristo. A todos imparto de corazón mi bendición.










A LOS MIEMBROS DE LA JUNTA Y DEL CONSEJO


DE LA PROVINCIA DE ROMA


Sábado 22 de febrero de 1997



Señor presidente de la Junta provincial;
señor presidente del Consejo provincial;
44 ilustres miembros de la Junta y del Consejo;
gentiles señores y señoras:

1. Me alegra encontrarme esta mañana con vosotros, con ocasión del tradicional intercambio de felicitaciones al inicio del año nuevo. Os dirijo un saludo cordial a todos y agradezco, en particular, al presidente de la Junta provincial, sr. Giorgio Fregosi, las reflexiones y los deseos que me ha manifestado, interpretando los sentimientos de todos.

También yo os expreso a vosotros, ilustres señores y señoras aquí reunidos, así como a vuestros colaboradores y a la entera población de la provincia de Roma, mis mejores deseos para el año que acabamos de comenzar. ¡Que 1997 sea rico de proficua actividad al servicio del bien común y lleve serenidad y paz a todos los ámbitos de la convivencia civil!

2. Nos acaban de recordar que en nuestros días se presta gran atención a los deberes y las responsabilidades de la administración pública. Esta sensibilidad, bastante generalizada, con respecto a las instituciones va acompañada por una creciente demanda de participación en la gestión de la cosa pública y por el deseo de una valoración cada vez mayor de las autonomías locales. Esto constituye una nota significativa del actual momento histórico, caracterizado por rápidos y, con frecuencia, profundos cambios sociales. Aumenta en la opinión pública el deseo de una participación real en las decisiones que tienen que ver con el destino de toda la comunidad y, al mismo tiempo, se consolida la conciencia de que no se puede «usar» una institución, sino que se la debe «servir » con entrega desinteresada.

Ante tales expectativas, también la Administración provincial de Roma está llamada a brindar una contribución específica, basándose en sus competencias propias. En este servicio puede contar con la colaboración de la comunidad cristiana que, aun permaneciendo en su propio ámbito de intervención, desea dar un apoyo eficaz a la plena valoración de las potencialidades presentes en el territorio. En todo caso, es importante que se reconozca el carácter central de la persona humana, a cuyo servicio debe ponerse cualquier estructura y cualquier institución con el fin de edificar una sociedad cada vez más libre y solidaria. Lo digo pensando especialmente en los jóvenes, que esperan respuestas concretas a sus expectativas y a sus problemas y que contemplan, a menudo con preocupación, su porvenir. Es necesario saber «transmitir a las generaciones venideras razones para vivir y para esperar» (Gaudium et spes
GS 31).

3. La atención a los jóvenes nos recuerda espontáneamente otros aspectos delicados de la vida social de nuestro tiempo: ante todo, el problema del desempleo, que muchas veces va acompañado por otras condiciones de precariedad, tanto personales como familiares. ¡Cuántos esfuerzos se van realizando en este ámbito y cuánto queda aún por hacer! Aun en presencia de notables dificultades, jamás deben fallar el compromiso y el esfuerzo conjunto de todos.

Además, la Iglesia está al lado de cuantos se dedican con valentía a mejorar las condiciones de vida, defendiendo y valorizando los recursos ambientales y culturales, así como también cuidando especialmente los asentamientos humanos. Se preocupa de que se preste la atención necesaria a todos los ámbitos de la existencia humana, tanto a los relativos a la salud física como a los que atañen a la esfera del espíritu. En efecto, precisamente partiendo de una concepción religiosa del hombre y de la naturaleza se puede fundar sólidamente el respeto a todo ser vivo. La conciencia de haber recibido de Dios la tarea de conservar la creación ayudará al hombre a no arruinar o dañar los recursos naturales y lo comprometerá a hacer de la tierra la casa de todos, donde reinen la justicia y la paz.

4. Ilustres señores y señoras, muchos otros temas merecerían ser tratados en circunstancias como éstas. Me he limitado a subrayar algunos, haciéndome eco de lo que el señor presidente de la Junta ha querido poner de manifiesto en su intervención inicial. Sin embargo, no puedo menos de mencionar la celebración del gran jubileo del año 2000.He apreciado la disponibilidad de la provincia de Roma a colaborar con las diócesis presentes en su territorio. Espero que este entendimiento se profundice cada vez más en la perspectiva del próximo acontecimiento jubilar.

A este propósito, la Administración provincial desea emprender algunas iniciativas concretas y amplias, que se sumen a las grandes obras de infraestructura ya preparadas. Expreso mi estima en especial por la organización de centros de acogida, y espero que estos proyectos contribuyan eficazmente a crear un clima de colaboración y participación con vistas al histórico acontecimiento. La Iglesia que está en Roma, como toda la comunidad cristiana, ha comenzado recientemente el trienio de preparación inmediata para esa meta histórica. Se trata, sobre todo, de un itinerario espiritual de conversión y renovación basado en el Evangelio: por eso en este período se distribuye a todas las familias de Roma el evangelio según san Marcos, que hoy me alegra ofreceros personalmente a cada uno de vosotros.

Todos están invitados a recorrer este camino, que seguramente suscitará brotes de esperanza en nuestras comunidades. Este fundamental itinerario espiritual va acompañado necesariamente por el esfuerzo de las administraciones públicas para predisponer también las iniciativas indispensables con vistas al jubileo. Agradezco a la provincia de Roma todo lo que pueda hacer en el ámbito de su competencia.

45 5. Con la mirada dirigida al comienzo del tercer milenio cristiano, os renuevo a todos vosotros, ilustres señores y señoras, mi deseo cordial de serenidad y paz para el año nuevo. Os aseguro, al mismo tiempo, mi recuerdo en la oración por vosotros, por vuestras familias y por vuestro servicio a la colectividad, mientras invoco sobre todos la bendición de Dios.










A LA FEDERACIÓN DE ORGANISMOS CRISTIANOS


DE SERVICIO INTERNACIONAL VOLUNTARIO


Sábado 22 de febrero de 1997



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra acogeros hoy, con ocasión del 25 aniversario del nacimiento de vuestra benemérita federación. Dirijo a todos un saludo cordial, comenzando por el presidente, señor Luca Jahier, a quien agradezco las palabras con las que ha querido explicar el significado de este encuentro. Asimismo, me alegra saludar a sus predecesores en el cargo de presidente: gracias por vuestra presencia y gracias a la Federación de organismos cristianos de servicio internacional voluntario (FOCSIV) por el servicio que ha prestado durante estos años a la Iglesia, orientando la acción de tantos cristianos deseosos de ser útiles a sus hermanos necesitados.

Queréis ser «voluntarios en el mundo». Esto lleva a pensar en el papel fundamental que, junto con las instituciones públicas, desempeñan en varias partes del mundo los organismos de voluntariado. Sus miembros brindan de modo directo y gratuito su servicio a sus hermanos, especialmente a los necesitados o marginados. Su objetivo es salir al encuentro de quienes se hallan en dificultad, para ayudarles a recorrer un camino de liberación y promoción auténticamente humana.

2. El título «voluntarios en el mundo» hace pensar en vuestro papel, pero antes aún en la inspiración que os anima, ya que, si tenéis la «voluntad» de «estar en el mundo» no para obtener beneficios sino para prestar un servicio, esto responde ciertamente a una llamada ideal. Por tanto, vuestra obra es asunción de responsabilidades ante vuestro prójimo y expresión de vuestro compromiso generoso para hacer que crezca en el mundo la cultura del amor.

A este respecto, debo decir que apruebo vuestra intención, que acaba de manifestar vuestro presidente, de profundizar el compromiso de renovación de vuestra federación según la inspiración evangélica, poniendo cada vez más en el centro de vuestras opciones personales y asociativas a la persona de Jesucristo. En esto veo una elección plenamente acorde con el itinerario de preparación del jubileo del año 2000, que en 1997 pide que toda la Iglesia, en sus diversos componentes, fije su mirada en Cristo, único salvador y único liberador del hombre y del mundo.

Ser «voluntarios en el mundo» para un proyecto de liberación del hombre y de promoción eficaz de su dignidad, supone un arraigo constante en el patrimonio de valores que, a lo largo de los siglos, el Evangelio ha inspirado, alimentado y sostenido. ¡Cuántos, recurriendo a estas límpidas fuentes, han sabido ser testigos auténticos de la caridad, constructores de paz y artífices de justicia y solidaridad!

3. Como nos acaban de recordar, durante estos veinticinco años en las filas de vuestra federación han trabajado voluntarios de probada coherencia y de gran generosidad. Han sido verdaderos testigos: testigos de fidelidad al hombre y a Cristo. Espero que su ejemplo sirva de estímulo e incentivo para todos vosotros y os anime a continuar en esta línea, en la que la Iglesia os acompaña y anima.

¡Que nadie se deje abatir por el desaliento, aunque las dificultades resulten más graves y parezcan casi insuperables! Precisamente frente a las situaciones en las que experimentamos una especie de impotencia debe sostenernos la fe en Dios, para quien nada es imposible (cf. Lc Lc 1,37 Mt 19,26). Vuestro testimonio es importante, particularmente para las nuevas generaciones de voluntarios, que deben aprender a conjugar el entusiasmo del impulso inicial con el esfuerzo de un camino gradual y paciente de formación y perseverancia.

4. Queridos voluntarios, vuestras intervenciones silenciosas y concretas en medio de hombres y mujeres necesitados constituyen un anuncio vivo de la constante presencia de Cristo, que camina con la humanidad de todos los tiempos. Amadísimos hermanos, os encomiendo a cada uno de vosotros, como también a los organismos de vuestra federación, a la protección de María santísima. En su «he aquí», al que rápidamente siguió el servicio concreto de caridad a su prima Isabel (cf. Lc Lc 1,38 Lc Lc 1,56), podéis reconocer el «icono» del voluntariado cristiano, inspirándoos en él para iniciativas siempre nuevas de comunión con vuestros hermanos en todo el mundo.

46 Os acompañe también mi bendición, que os imparto de corazón a vosotros y a todos los «voluntarios en el mundo».










A LOS ALUMNOS Y PROFESORES


DEL INSTITUTO «VILLA FLAMINIA»


Domingo 23 de febrero de 1997



1. Os saludo con afecto a vosotros, alumnos, profesores y padres, con quienes tengo la alegría de encontrarme aquí, en el instituto «Villa Flaminia», fundado hace 40 años por los Hermanos de las Escuelas Cristianas.

Me complace estar en este importante centro educativo, que desarrolla su actividad en el territorio de la parroquia de la Santa Cruz, en el barrio Flaminio. Os saludo, ante todo, a vosotros, queridos hijos de san Juan Bautista de la Salle, y os animo a continuar en vuestro servicio educativo, del que se han beneficiado numerosos muchachos y jóvenes durante estos cuarenta años. Extiendo mi saludo cordial a todo el claustro de profesores de las diversas áreas del Instituto.

Mi saludo también se dirige a los padres y, de modo particular, a los alumnos: gracias, amadísimos hermanos, por vuestra acogida calurosa. Gracias, en particular, a vuestros dos representantes, que han interpretado muy bien vuestros sentimientos. También han venido aquí los muchachos y muchachas de la parroquia que frecuentan otras escuelas, y por eso estamos celebrando un encuentro con la parroquia y, al mismo tiempo, con el mundo de la enseñanza.

2. Esta circunstancia me brinda la ocasión de subrayar la importancia de un proyecto educativo que, partiendo de la familia, encuentre después en la comunidad parroquial y en la escolar ámbitos diferentes y convergentes en los que se afiance. Esta esmerada atención educativa es compromiso específico de las escuelas católicas, como bien saben los religiosos de Villa Flaminia, que consagran toda su vida a la misión educativa.

Alguien podría observar: si los jóvenes frecuentan el «oratorio» parroquial, ¿qué necesidad hay de una escuela católica? O viceversa. Yo respondo: la comunidad parroquial es lugar de educación religiosa y espiritual; la escuela es lugar de educación cultural.Las dos dimensiones deben integrarse, porque los valores inspiradores son los mismos: son los valores de las familias cristianas, que, en una sociedad dominada por el relativismo y amenazada por el vacío existencial, desean brindar a sus hijos una educación fundada en los valores inmutables del Evangelio.

Hoy resulta más necesaria que nunca la cooperación entre la familia, la parroquia y la escuela, no para limitar la libertad de los adolescentes, sino para formarla, permitiéndole realizar opciones responsables y motivadas. Las escuelas católicas, mientras brindan una instrucción cualificada, proponen a los muchachos los valores cristianos, invitándolos a construir su vida basándose en ellos. La experiencia confirma que esta propuesta, en quien sabe acogerla y vivirla con coherencia, da resultados muy positivos, tanto en el plano personal como en el familiar y profesional.

3. En Italia está a punto de aprobarse una reforma global de la enseñanza: deseo de corazón que finalmente se aplique de modo concreto la equiparación de las escuelas no estatales, que prestan un servicio de interés público, apreciado y buscado por muchas familias.

Espero que vosotros, muchachos y muchachas, atesoréis las diversas experiencias educativas, ante todo la familiar, al igual que la escolar y parroquial. Sabed también comunicar los valores en los que creéis, sintiéndoos comprometidos a ser testigos de amor y de verdad en todos los ambientes de la vida. Quisiera concluir deseando un feliz domingo a todos los participantes, e impartiendo mi bendición a la escuela, a los educadores, a los Hermanos de las Escuelas Cristianas, a los padres, a los jóvenes y a los muchachos. Os agradezco una vez más vuestra cordial acogida.










A LA ASAMBLEA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO


PARA LAS COMUNICACIONES SOCIALES


Viernes 28 de febrero de 1997



Eminencias;
excelencias;
47 hermanos y hermanas en Cristo:

1. Me alegra siempre encontrarme con los miembros, los consultores y el personal del Consejo pontificio para las comunicaciones sociales durante vuestra asamblea plenaria anual. Vuestro Consejo apoya el ministerio del Sucesor de Pedro por lo que respecta a los diversos y dinámicos medios de comunicación social, que están en constante desarrollo, y al papel que desempeñan en la misión de la Iglesia de proclamar el Evangelio de la salvación hasta los confines de la tierra. Os agradezco vuestra cooperación diligente y experta, vuestro apoyo y la caridad pastoral con la que sostenéis la acción de la Iglesia y la de los católicos en el mundo de las comunicaciones.

2. Este año, vuestro encuentro coincide con el comienzo del trienio de preparación para el gran jubileo del año 2000, hacia el que toda la Iglesia está avanzando como en una peregrinación de fe intensamente espiritual. De hecho, esta preparación es el centro de vuestras preocupaciones, particularmente en lo que se refiere a «Comunicar a Jesús: camino, verdad y vida», tema de la Jornada mundial de las comunicaciones sociales de 1997.

Para esa ocasión, he escrito: «El camino de Cristo es el camino de una vida virtuosa, fructífera y pacífica como hijos de Dios, como hermanos y hermanas de la misma familia humana; la verdad de Cristo es la verdad eterna de Dios, que se nos reveló no sólo en el mundo creado, sino también a través de la sagrada Escritura, y especialmente en y a través de su Hijo, Jesucristo, Palabra hecha carne; y la vida de Cristo es la vida de gracia, ese regalo de Dios que nos hace partícipes de su propia vida y capaces de vivir para siempre en su amor. Cuando los cristianos están verdaderamente convencidos de esto, su vida se transforma » (Mensaje para la Jornada mundial de las comunicaciones sociales, 24 de enero de 1997; L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 31 de enero de 1997, p. 12).

Este mensaje debe divulgarse cada vez con mayor eficacia, para ayudar a los hombres de nuestro tiempo a evitar o a liberarse del vacío espiritual que abruma el corazón de tantas personas. Tenemos el deber de transmitir esta verdad salvífica a la próxima generación, porque a demasiados jóvenes se les ofrece una inútil y peligrosa dieta de falsas ilusiones, en lugar de su derecho fundamental al verdadero conocimiento del significado y la finalidad de su vida (cf. Gn
Gn 25,29-34). Al cabo de un siglo de extraordinario progreso, pero también de terribles tragedias humanas, la proclamación de Jesucristo —el mismo ayer, hoy y siempre (cf. Hb He 13,8)— no es sólo un deber de obediencia al mandato evangélico, sino también el único modo seguro de responder a la urgente necesidad de discernimiento moral y espiritual, sin el cual las personas y el mismo orden social se ven afectados por la arbitrariedad y la confusión.

3. A lo largo de los años, vuestro Consejo ha logrado un amplio conocimiento y una notable experiencia en el mundo de las comunicaciones sociales. Habéis publicado directrices claras para los pastores de la Iglesia y para quienes trabajan en la prensa, la radio, la televisión, el cine y los demás medios de comunicación. Habéis prestado atención a algunas áreas problemáticas, como en vuestro documento más reciente, publicado precisamente esta semana, sobre la Ética en la publicidad. Habéis procurado recordar a los profesionales de los medios de comunicación su responsabilidad de estar al servicio de la verdad, de defender la dignidad humana y la libertad, y de iluminar las conciencias de sus lectores, oyentes y telespectadores.

En el ámbito de la preparación para el gran jubileo, aliento a vuestro Consejo a seguir elevando el nivel de los medios de comunicación específicamente católicos, y a promover una mejor coordinación y una mayor eficacia. También aprovecho esta oportunidad para agradeceros la labor que realizáis con el fin de ayudar a llevar a vuestros oyentes y telespectadores algunos de los más importantes acontecimientos y ceremonias pontificias, como las misas de Navidad y Pascua, que actualmente siguen cientos de millones de personas en todo el mundo. Doy las gracias a las cadenas radiofónicas y televisivas, así como a las organizaciones patrocinadoras, que permiten la realización de estas citas anuales.

4. En este tiempo tenéis un papel especial que desempeñar, a fin de que toda la Iglesia tome conciencia de la función positiva de los medios de comunicación social para asegurar la correcta celebración del jubileo. El desafío consiste en procurar informar con propiedad al mundo sobre el verdadero significado del jubileo del año 2000, aniversario del nacimiento de Jesucristo. El Jubileo no puede ser un mero recuerdo de un acontecimiento pasado aunque sea extraordinario. Debe ser la celebración de una presencia viva y una invitación a mirar hacia la segunda venida de nuestro Salvador, cuando establezca, de una vez para siempre, su reino de justicia, de amor y de paz. María, que hace dos mil años ofreció al mundo el Verbo encarnado, guíe a los hombres y mujeres que trabajan en los medios de comunicación social hacia Aquel que es «la luz verdadera que ilumina a todo hombre» (Jn 1,9 cf. Tertio millennio adveniente TMA 59). Que los dones iluminadores del Espíritu Santo os sostengan y alienten en vuestro trabajo.







: Marzo de 1997




AL FINAL DEL REZO DEL ROSARIO


Sala Pablo VI

Sábado 1 de marzo de 1997



48 Os dirijo un saludo cordial a todos vosotros, aquí presentes, y a cuantos se han unido a nosotros, mediante la radio y la televisión, para este momento de oración mariana.

Saludo con afecto a los numerosos universitarios de Roma. Queridos jóvenes, me alegra vuestra presencia y os agradezco el haber animado el rezo del santo rosario mediante una reflexión previa sobre la encíclica Redemptor hominis.Cuando la escribí, al inicio de mi ministerio petrino, sentía profundamente la urgencia de impulsar a la Iglesia y a todos los hombres a caminar con fe y esperanza, porque Cristo es el centro de la historia. Con él, el hombre no debe temer, porque participa en su victoria sobre el mal y sobre la muerte. Por eso, el primer llamamiento que dirigí al mundo fue precisamente éste: «No tengáis miedo de abrir las puertas a Cristo». Estas palabras os las repito hoy a vosotros, jóvenes, esperanza de la Iglesia y de la humanidad, para que os guíen en vuestra vida y en el compromiso misionero entre vuestros coetáneos.

Que la experiencia del encuentro de hoy refuerce en vosotros la devoción y el afecto por María, Madre de la Sabiduría: ella os guía a Cristo, Redentor del hombre. Os acompaño en vuestras actividades y os deseo, en particular, que tengáis éxito en vuestro segundo Congreso diocesano de universitarios, programado para el próximo 19 de abril. De manera particular, doy las gracias a los jóvenes y al maestro del coro interuniversitario, y a todos los que os acompañan en vuestro camino formativo y misionero.

Me alegra acoger también al numeroso grupo del instituto «Regina Mundi», de Roma. Queridas religiosas, bendigo de corazón vuestro compromiso de estudio, para que os enriquezca a cada una de vosotras y vuestro servicio apostólico.

Saludo, asimismo, a los fieles de la parroquia de San Bartolomé de Trino Vercellese, a los miembros del Movimiento por la vida de Cervia, así como a los alumnos de las escuelas «Santa Dorotea » de Montecchio (Reggio Emilia) y «Santísima Virgen» de Roma, con las religiosas y los padres.

Os deseo a todos una buena Cuaresma y una buena Pascua.






AL SEÑOR PJETER PEPA,


EMBAJADOR DE ALBANIA ANTE LA SANTA SEDE


Sábado 1 de marzo de 1997



Señor embajador:

1. Me alegra acogerlo en audiencia especial para la presentación de sus cartas credenciales. Al dirigirle un saludo cordial, le ruego que transmita mis sentimientos de deferente estima al señor presidente de la República de Albania, a quien expreso de corazón mis mejores deseos de un fructuoso servicio para el bien del pueblo albanés.

Mientras me complace recibir las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario ante la Santa Sede, le expreso también a usted, señor embajador, mis mejores deseos de que desempeñe la alta misión que se le ha confiado, con el mismo espíritu que ha testimoniado en sus nobles palabras, sintiendo la satisfacción que la Providencia concede a quien trabaja generosamente en favor del bien común.

2. Al encontrarme con usted, señor embajador, se reaviva en mí el recuerdo del 25 de abril de hace cuatro años, cuando tuve la alegría de realizar mi visita pastoral a Albania. A pesar de que duró poco tiempo, fue uno de mis viajes apostólicos más intensos y significativos, a causa de los trágicos hechos que su patria había vivido. En efecto, sólo algunos años antes, la visita del Papa habría sido absolutamente impensable. Las imágenes y las impresiones de esa jornada están muy vivas en mi mente y en mi corazón. Ante todo, como es natural, recuerdo a la comunidad católica albanesa, para la que tuve la alegría de ordenar, en la catedral de Escútari, a sus primeros cuatro nuevos pastores, después de muchos años de opresión y dictadura comunista. Recuerdo, además, a toda la población y, de modo especial, el último gran encuentro con el pueblo albanés, en la plaza de Scanderbeg, en Tirana.


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