Discursos 1997 60


A UN GRUPO DE PEREGRINOS ITALIANOS


DE LA ARCHIDIÓCESIS DE SIENA


Sábado 15 de marzo de 1997



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Os doy la bienvenida a todos vosotros, que habéis venido aquí para devolverme la visita que tuve la alegría de realizar a Colle Val d’Elsa y Siena el 30 de marzo del año pasado. Os saludo con afecto y, en primer lugar, mi pensamiento deferente va a mis queridos hermanos en el episcopado, monseñor Gaetano Bonicelli y monseñor Alberto Giglioli, respectivamente pastores de las diócesis de Siena-Colle Val d’Elsa-Montalcino y de Montepulciano.

Saludo también a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas que realizan su apostolado entre vosotros y que hoy os han acompañado. En fin, dirijo mi saludo a todos vosotros que con vuestra visita renováis en mi espíritu las emociones que viví hace un año en vuestra tierra.

2. Nos hallamos reunidos hoy en la proximidad de la fiesta de san José, y esto me lleva a recordar el encuentro que tuve con los trabajadores de Colle Val d’Elsa y los problemas que abordé entonces. También en esta circunstancia quisiera confirmar la cercanía de la Iglesia al mundo del trabajo. Siguiendo el ejemplo de su fundador y Maestro, la Iglesia quiere estar presente entre los trabajadores, para ofrecerles el mensaje evangélico sobre el trabajo y sobre el lugar central que el hombre debe ocupar siempre en las relaciones económicas.

El recuerdo de Siena no puede menos de evocar la figura de la gran santa, y ahora también doctora de la Iglesia, que nació en vuestra tierra. El mensaje de santa Catalina sigue siendo valioso y estimulante. Los múltiples problemas que debió afrontar en su tiempo no se diferencian de los actuales. Con la fuerza y la libertad que le venían de su unión íntima con Dios, en tiempos turbulentos supo impulsar a pequeños y grandes a construir relaciones de justicia y paz en todos los ámbitos de la vida. ¡Cómo no desear que el magisterio de santa Catalina —mujer que conjugó de forma ejemplar contemplación y acción— siga influyendo en la cultura y la vida de la nación italiana, de la que es patrona, y en particular de la ciudad y la provincia de Siena! Ojalá que el 650 aniversario de su nacimiento (25 de marzo de 1347), que se celebra precisamente durante estos días, reavive en los seneses y en los italianos la atención hacia el rico patrimonio de su enseñanza. ç

3. Cuando fui a Siena, el año pasado, quise clausurar idealmente el Congreso eucarístico nacional, que se había celebrado dos años antes. Me alegra saber que esa solemne celebración sigue siendo un punto de referencia para vuestras comunidades. En efecto, ¿qué puede unificar e impulsar más que el misterio eucarístico creído, amado y celebrado? Eucaristía quiere decir amor que se entrega: es la expresión máxima del amor de Cristo a nosotros y, al mismo tiempo, de nuestro amor a Cristo. En él fijamos nuestra mirada durante este primer año de preparación inmediata para el gran jubileo del año 2000. Es necesario dejar espacio a Jesús en nuestra vida personal y comunitaria. Vuestros padres han multiplicado tradiciones populares, fiestas, compañías y cofradías relacionadas con el culto eucarístico. Muchas de ellas no han agotado absolutamente su fuerza, y hay que animarlas, incluso mediante una actualización sabia y oportuna. En efecto, no basta conservar el pasado, por grandioso que sea; es necesario reavivarlo continuamente para transmitir íntegros sus valores a las nuevas generaciones.

61 En el frontispicio del ayuntamiento de Siena y de casi todas las casas de vuestra tierra destaca el monograma de Cristo, que el gran san Bernardino puso como signo de paz: Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, Salvador.¡Que no sea un vestigio arqueológico! Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre. Haced lugar a Cristo en vuestra vida personal y familiar, social y profesional. Su presencia es garantía de relaciones humanas más ricas y auténticas.

4. El aspecto más importante de vuestra peregrinación de hoy es, sin lugar a dudas, el que se dirige al futuro, al jubileo del año 2000. Desde hace más de mil años la tierra de Siena está atravesada por las más clásicas vías de acceso a Roma: la Francigena, que conectaba de diversos modos el norte de Europa con Roma, y la Romea, que desde el este europeo se fundía con la primera en Poggibonsi. A sus bordes se multiplicaron los lugares de oración, acogida y atención a los peregrinos: gloriosas abadías, posadas, refugios, castillos y obras colosales, como el hospital de Santa María della Scala, que surge en vuestra ciudad.

En él, verdadero testimonio de espíritu cristiano, de arte y humanidad, se encuentra el «Pellegrinaio», gran salón con frescos pintados por los artistas más célebres de la época, donde se acogía, se daba de comer y se atendía a los peregrinos como si fueran hermanos. En ese ambiente de solemne dignidad, santa Catalina y san Bernardino desarrollaron formas de voluntariado cristiano que, gracias a Dios, se conservan vivas aún hoy. Basta recordar con gratitud las «Misericordias», que en Toscana desempeñaron y siguen desempeñando un papel muy valioso, junto con instituciones similares, en el campo de la asistencia social y sanitaria.

5. Amadísimos hermanos, espero que la visita a la tumba de san Pedro y el encuentro con su Sucesor confirmen vuestra fe, vuestra identidad de bautizados en Cristo. Habiendo nacido a una vida nueva por el bautismo, sed signos de esperanza en una sociedad que, en muchos aspectos, está desorientada.

Os deseo que, a la luz de la Pascua ya cercana, realicéis una peregrinación llena de frutos, mientras os pido que transmitáis mi saludo también a cuantos no han podido participar en ella, de modo especial a los enfermos.

Con estos sentimientos, invoco sobre vosotros la protección de María santísima, y os imparto a todos de corazón una bendición apostólica especial.












A LA TRIPULACIÓN DE UN PORTAHELICÓPTEROS FRANCÉS


Sábado 15 de marzo de 1997



Señores oficiales;
queridos amigos:

Habéis deseado venir a saludar al Obispo de Roma, con ocasión de la escala en Nápoles del portahelicópteros Juana de Arco. Me alegra acogeros en esta ciudad, en el corazón de la Iglesia, de la que muchos de vosotros formáis parte. Ya sabéis que el ministerio del Papa lo impulsa a trabajar en favor de la unidad y la paz de los hombres, en nombre de Cristo, que vino para reconciliar a la humanidad con el Padre. La carrera que habéis elegido os lleva a recorrer este mundo, a menudo dividido y herido. Actuad siempre como servidores de la paz, por amor a los hombres.

La próxima Jornada mundial de la juventud, en París, tiene como tema el diálogo de los discípulos con Jesús: «Maestro, ¿dónde vives?». La respuesta de Cristo es: «Venid y lo veréis» (cf. Jn Jn 1,38-39). También yo os hago esta invitación. Tanto en París, en agosto, como en los mares del mundo, id al encuentro de Aquel que es la luz del mundo, aprended a ver el rostro de Cristo, que revela el esplendor de Dios y también se deja reconocer en el más humilde de sus hermanos.

62 Durante estos días nos estamos preparando para las fiestas pascuales. Espero que las viváis a ejemplo de Cristo, que ama a los suyos hasta el extremo (cf. Jn Jn 13,1) y es el primero en resucitar de entre los muertos en la gloria de Pascua. ¡Que él sea para vosotros «el camino, la verdad y la vida»! (Jn 14,6).

Gracias por vuestra visita. Os imparto de todo corazón la bendición apostólica a vosotros y a vuestros seres queridos.










AL SEXTO GRUPO DE OBISPOS DE FRANCIA


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Sábado 15 de marzo de 1997



Queridos hermanos en el episcopado:

1. Me alegra acogeros hoy, con ocasión de vuestra peregrinación a las tumbas de los santos apóstoles Pedro y Pablo, y de vuestra visita ad limina, gesto que manifiesta la comunión de las Iglesias particulares esparcidas por todo el mundo con el Sucesor de Pedro y la colaboración confiada con los diferentes servicios de la Santa Sede. Agradezco, ante todo, a monseñor Maurice Gaidon, vuestro presidente, el haberme presentado algunos aspectos importantes de vuestro ministerio: alegrías y motivos de acción de gracias, porque percibís la obra del Espíritu en el corazón de los hombres, y problemas que afrontáis diariamente en la misión. Nuestros encuentros me permiten estar cerca del clero y de los fieles de las diócesis de las que sois pastores.

Entre los elementos de renovación y las preocupaciones que describís en vuestros informes quinquenales, deseo considerar hoy lo que concierne a la catequesis y a los jóvenes. Precisamente quisiera recordar con vosotros estos dos aspectos; con el espíritu que animó la Asamblea de primavera de los obispos de Francia en 1996, os aliento a proseguir e intensificar vuestro apostolado con la juventud, porque la solicitud de la Iglesia se debe dirigir especialmente a ella.

2. En primer lugar, subrayáis el deseo que tienen numerosas familias de que se las acompañe en la iniciación de sus hijos en la fe. Ante las preguntas de los hijos, a veces los padres se sienten desamparados y experimentan la necesidad de recurrir a los pastores. Para ellos es frecuentemente una ocasión de reavivar su fe personal y volver a una práctica sacramental más intensa. En casa, desde su más tierna edad, los hijos se preguntan acerca de Dios; pueden recibir allí las primeras respuestas a sus preguntas y ser iniciados en el diálogo con el Señor y en la confianza en su bondad de Padre. Pero una pedagogía sencilla de la oración cristiana supone también que los adultos den el ejemplo de la oración personal y la meditación de la palabra de Dios. Por tanto, debemos impulsar a los padres a tomar conciencia de su misión de educadores en la fe y a pedir la ayuda de sacerdotes y laicos formados en este aspecto de la pastoral.

3. Para satisfacer las exigencias específicas de la educación religiosa de los niños, debéis proponer una enseñanza catequística que desarrolle de manera orgánica el misterio cristiano. En efecto, la catequesis requiere programas bien articulados, inspirados en el Catecismo de la Iglesia católica, que presenten los diferentes elementos del Credo. Por otra parte, recorriendo la historia sagrada, los niños aprenden a conocer las grandes figuras bíblicas, para tomar como ejemplo a quienes prepararon la venida del Salvador, para conocer a Cristo y para convertirse, a su vez, en sus discípulos. En una edad en que la formación pasa por la propuesta de modelos de vida cristiana, la identificación con los hombres y las mujeres del Antiguo y Nuevo Testamento y con los santos de nuestra historia es un aspecto importante en la educación espiritual. Constatáis también que un número cada vez mayor de niños en edad escolar piden el bautismo; hay que alegrarse de esta renovación, a la que conviene dedicar una gran atención, pues es un signo de que los niños saben descubrir el valor de los sacramentos: ayudémosles a participar regularmente en ellos.

4. La catequesis especializada conoce también un nuevo desarrollo. Felicito a las personas que aceptan comprometerse para que los niños minusválidos puedan recibir una catequesis adecuada y beneficiarse de una asistencia espiritual conveniente. Con todo su corazón y a pesar de sus sufrimientos, esos muchachos saben maravillarse ante la grandeza y la belleza de Dios, que no se revela a los sabios, sino a los pobres y a los pequeños (cf. Lc Lc 10,21); tienen, además, un sentido profundo de la oración filial y de la confianza en el Señor. Los adultos reciben mucho de su cercanía a esos niños. Invito a las comunidades cristianas a dar su justo lugar a los más débiles y más frágiles.

5. En una sociedad que tiende a poner el énfasis en la rentabilidad, conviene recordar que el desarrollo y la madurez humana de los jóvenes no pueden lograrse únicamente gracias a la adquisición de conocimientos científicos y técnicos. Sería desconocer la necesidad de interioridad de la persona. El dinamismo vital brota de la experiencia interior. Para el necesario desarrollo espiritual de los jóvenes, numerosos padres se preocupan por dar a sus hijos una educación religiosa, que no se confunda con la enseñanza de conocimientos religiosos impartidos en gran número de instituciones escolares. Las nociones sobre la religión son oportunas, porque permiten a los jóvenes descubrir las raíces espirituales y morales de su cultura. Sin embargo, no constituyen aún la transmisión de la fe, que impulsa a la práctica de la vida cristiana. Tener la posibilidad de una catequesis no es sólo una cuestión de libertad religiosa o de apertura de espíritu, sino que responde también a la preocupación de lograr que los jóvenes tengan acceso al esplendor de la verdad y se conviertan en discípulos del Señor, asumiendo sus responsabilidades en la comunidad cristiana. Una formación catequística que no invite a los niños a encontrarse con el Señor en la oración personal y mediante la práctica regular de los sacramentos, en particular de la Eucaristía, corre el riesgo de llevar rápidamente a los jóvenes a abandonar la fe y las exigencias de la vida moral.

En esta perspectiva, es importante que las autoridades y todos los que tienen responsabilidades en el mundo de la educación se preocupen por establecer y mantener, en las semanas del período escolar, horarios convenientes para que las familias que lo deseen puedan ofrecer a sus hijos una formación cristiana y espiritual, sin que ello represente para los jóvenes una sobrecarga demasiado grande en su empleo del tiempo y les impida dedicarse a las actividades extraescolares. A este propósito, me complacen los notables esfuerzos que realizan los responsables de la catequesis y las parroquias, para adaptarse a los horarios de los jóvenes.

63 6. Cada vez son más las personas que participan en la catequesis. Me alegro de que los padres y las madres de familia, en colaboración con los religiosos, las religiosas y los sacerdotes, acepten dedicar tiempo a cumplir esta misión primordial de la Iglesia. Por lo que os concierne, os preocupáis de formarlos con esmero, en el campo teológico, espiritual y pedagógico, para que puedan acompañar pacientemente a sus hijos en su crecimiento humano y espiritual, y transmitirles el mensaje cristiano. El catequista es más que un profesor: es un testigo de la fe de la Iglesia y un ejemplo de vida moral. Lleva a los jóvenes a descubrir a Cristo y les ayuda a encontrar el lugar al que aspiran en las comunidades cristianas, que deben estar atentas y acogerlos, integrándolos en sus diferentes actividades eclesiales.

Me complacen los esfuerzos que realizan los servicios diocesanos de catequesis, que se dedican a crear ámbitos donde los adultos puedan formarse, encontrar obras útiles y disponer de las informaciones necesarias; gracias a múltiples colaboraciones, las personas encargadas de la catequesis tienen así a su alcance instrumentos indispensables para ayudarles en su tarea educativa, en el plano doctrinal y pedagógico.

7. Las escuelas católicas tienen un papel específico que desempeñar en la educación religiosa, como lo recuerdan en particular los estatutos de la Enseñanza católica, modificados recientemente, y las reflexiones profundizadas durante las diferentes Jornadas nacionales de los organismos de gestión de la Enseñanza católica. En las instituciones, corresponde a la comunidad educativa, a través de la enseñanza escolar, los cursos de cultura religiosa, la catequesis y la vida diaria, poner de relieve el sentido cristiano del hombre y explicar claramente los valores espirituales y morales esenciales que encierra el mensaje cristiano. Los dirigentes y los profesores se han de preocupar por ser, durante toda su vida, modelos de vida cristiana; ciertamente, se trata de algo exigente, pero los jóvenes descubrirán la fe que hace vivir y obrar tanto por la manera de ser de quienes están a su alrededor como por sus palabras.

8. Llevad mi apoyo cordial a todos los hombres y a todas las mujeres que, en los diferentes itinerarios de formación catequística, se entregan con empeño a hacer que se conozca y ame a Cristo, y el misterio cristiano se presente claramente a los jóvenes de hoy. Ojalá que, sostenidos por la oración personal, la vida sacramental y el conjunto de los miembros de las comunidades cristianas, emprendan continuamente nuevas iniciativas pedagógicas, a pesar de los medios a veces escasos. Invito también a las comunidades eclesiales a proponer liturgias de la Palabra, y el domingo, cuando sea posible, celebraciones de la Eucaristía en que los niños y los jóvenes se sientan realmente integrados y que estén a su alcance.

9. En el campo de las actividades extraescolares, la Iglesia tiene una larga tradición, y siempre ha tenido un papel que desempeñar, pues los momentos de diversión también son tiempos valiosos para la educación. En numerosos movimientos juveniles se ha conservado vivo y fiel el recuerdo de sacerdotes, de personas consagradas y de laicos que, durante los días de fiesta y los períodos de vacaciones escolares, reunían a los niños y les proponían juegos, actividades para estimular su creatividad, y una vida comunitaria entre jóvenes y adultos; se trata de elementos positivos para el crecimiento integral de los jóvenes y para su apertura social. Numerosos jóvenes que participaron en esas actividades han tenido después importantes responsabilidades en la Iglesia o en la sociedad. También hoy conviene buscar los medios más oportunos para responder a la demanda de los jóvenes que, además de su vida escolar, donde los programas y los horarios a veces son pesados, aspiran legítimamente a tiempos de descanso. Porque la verdadera educación no puede considerarse sólo como una formación intelectual. Mediante la atención al espíritu y al cuerpo se trata, ante todo, de forjar en cada joven al hombre o a la mujer del futuro, responsable de sí mismo y de sus hermanos, ayudándole a alcanzar un equilibrio espiritual, humano y afectivo.

10. Estáis preocupados por la escasa presencia de los jóvenes en las comunidades eclesiales. Me habéis informado acerca del notable número de jóvenes que no tienen éxito en sus estudios, o que sufren dificultades personales y familiares. Constatáis también que muchos de ellos están profundamente afectados por las crisis que atraviesa la sociedad actual. Otros son seducidos y fascinados por movimientos de todo tipo, que prometen felicidades ilusorias, obstaculizando totalmente la libertad de las personas y, a veces, poniendo en peligro su equilibrio psicológico. Para cumplir vuestra misión de modo adecuado, el año pasado habéis organizado una gran encuesta dirigida a los jóvenes; habéis recibido más de 1.200 respuestas, entre las cuales numerosos testimonios significativos. Se trata de un signo alentador y una invitación a elaborar propuestas cada vez más exigentes para la juventud.

Gracias a los análisis y a la síntesis que vuestra Conferencia episcopal ha hecho partiendo de esa encuesta, ayudaréis ahora a las comunidades locales a abordar perspectivas pastorales nuevas para responder a las expectativas de los jóvenes y hacer que participen en la vida eclesial. Todas las fuerzas vivas de las diócesis están llamadas a trabajar juntas y a intensificar su acción orientada a la juventud: los organismos diocesanos correspondientes, las parroquias, los movimientos de jóvenes, como la Acción católica, los scouts, el MEJ o las comunidades carismáticas.

11. Percibís también en los jóvenes una sed nueva de conocer a Dios, desarrollar su vida interior y llevar una vida comunitaria, para responder valientemente a la llamada de Dios y hacer opciones de calidad en su vida. A su modo, como los discípulos, quieren preguntarle a Cristo: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (
Jn 6,68). Durante los años de formación, las capellanías en la enseñanza pública o privada constituyen comunidades creyentes incomparables, que permiten a los jóvenes hacer una experiencia de Iglesia y que deben ayudarles a insertarse más fácilmente en la Iglesia diocesana. También son cada vez más numerosos los jóvenes que participan en grandes encuentros, cuyas celebraciones litúrgicas se realizan en un clima de fiesta. Y, paradójicamente, estos grandes encuentros cristianos, donde también es posible el silencio, les ofrecen la oportunidad de tomar conciencia de que Dios está cerca de ellos, particularmente en los sacramentos de la Eucaristía y la reconciliación, y que les habla al corazón en las Escrituras; en ellos experimentan también la catolicidad y la diversidad en la Iglesia. Así, numerosos jóvenes de vuestras diócesis se han comprometido en la preparación de la Jornada mundial de la juventud. Es un signo evidente de que aspiran a una vida cristiana más intensa, con otros jóvenes de su edad, y que desean comprometerse más en el seguimiento de Cristo, en la Iglesia, para ser «profetas de la vida y del amor» (cf. Mensaje para la Jornada mundial de la juventud, n. 8). En este sentido, muchos de vosotros me habéis hablado de la alegría que sentís al ver a numerosos jóvenes hacer un itinerario de fe auténtica para recibir el sacramento de la confirmación. Todo ello muestra que es oportuno favorecer la inserción de los jóvenes en la comunidad cristiana, como lo deseabais en el mensaje que habéis dirigido en 1996 a los jóvenes católicos de Francia.

12. Los jóvenes esperan, en primer lugar, que los escuchen, amen y guíen, para poder forjar su personalidad de manera serena. También tienen necesidad de adultos que les recuerden los puntos de referencia y las exigencias que implica toda existencia que quiera ser hermosa; y que encuentren también los medios positivos para presentarles el mensaje cristiano, particularmente en el campo moral. En esta perspectiva, como lo subrayáis, los sacerdotes jóvenes son, frecuentemente, los más aptos para estar cerca de los jóvenes y dar un impulso nuevo a la pastoral de la juventud. También conviene que, eventualmente liberados de otras funciones ministeriales, estén más disponibles para la misión entre los jóvenes, sostenidos por sus hermanos en el sacerdocio y ocupando su lugar en las comunidades parroquiales. Animo, pues, a los sacerdotes jóvenes, a los religiosos y religiosas jóvenes, a estar cerca de los jóvenes, particularmente en los períodos más importantes de su crecimiento. En medio de ellos, han de ser testigos cualificados, mostrándoles que cada uno tiene valor a los ojos de Dios y de la Iglesia.

Los jóvenes educadores tienen un papel valioso; deben recordar que «el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los testigos que a los maestros» (cf. Pablo VI, exhortación apostólica Evangelii nuntiandi EN 41). Con su modo de ser y la fidelidad a sus promesas, han de mostrarles el camino de la felicidad, para que los reconozcan como los verdaderos guías espirituales que necesita el pueblo. Se han de preocupar también por proponer a los jóvenes un acompañamiento personal y la participación en una vida de grupo; estos dos aspectos unidos de la vida pastoral ofrecerán a los jóvenes los elementos necesarios para la unificación de su vida, ayudándoles a discernir claramente su vocación.

13. El concilio ecuménico Vaticano II concluyó con un mensaje a los jóvenes, un llamamiento para que «recojan la antorcha de manos de [sus] mayores y (...) lo mejor del ejemplo y la enseñanza de [sus] padres y maestros» (Mensajes del Concilio, 8 de diciembre de 1965). La Iglesia mira siempre con confianza y amor a los jóvenes. Se alegra de su entusiasmo y de su deseo de entregarse sin reservas. Para ayudarles a encontrar el sentido de su vida, debe presentarles a «Cristo, eternamente joven», «el verdadero héroe, humilde y sabio; el profeta de la verdad, y del amor, el compañero y amigo de los jóvenes» (ib.).

64 Ojalá que los padres y los educadores no se desalienten nunca y sepan, a tiempo y a destiempo, dar razón de la fe, la esperanza y la felicidad que los hacen vivir y los guían en sus opciones, aun cuando, aparentemente, los jóvenes no los acepten inmediatamente. ¿Cómo podrán los jóvenes tener el gusto de Dios y querer ser discípulos del Señor, si no oyen hablar nunca de él y no viven rodeados de personas felices de ser cristianas y de comprometerse en el camino de la justicia, la solidaridad y la caridad? Viendo que los adultos creen y viven su fe, descubrirán que sólo el amor impulsa a la acción a los miembros de la Iglesia (cf. santa Teresa de Lisieux, Manuscrito B, f 3).

14. Al término de vuestra visita ad limina os aliento a proseguir, junto con todas las fuerzas vivas de vuestras diócesis, los esfuerzos en la pastoral de la juventud, que es una de vuestras prioridades. Que las comunidades cristianas confíen cada vez más en los jóvenes, encomendándoles responsabilidades y sosteniéndolos con paciencia. Llevad el saludo del Papa a los sacerdotes, a los diáconos, a las personas consagradas y a los laicos de vuestras diócesis y, de manera particular, transmitid mi afecto a los niños y a los jóvenes. A vosotros, a los obispos eméritos y a todos vuestros fieles, imparto de corazón la bendición apostólica.










A LA OBRA PÍA DEL PICENO


Domingo 6 de marzo de 1997



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra encontrarme con vosotros, socios de la Obra pía del Piceno y representantes de la numerosa y activa comunidad de Las Marcas residente en Roma, que, con razón, os sentís orgullosos de la espléndida iglesia de San Salvador en Lauro, con el anejo complejo monumental.

Dirijo un saludo cordial a vuestro presidente, el ingeniero Franco Santolini, a quien agradezco las amables palabras con las que acaba de esbozar un interesante cuadro de la vida y la actividad de vuestra asociación. Además, saludo al asistente eclesiástico, monseñor Carlo Liberati, y a todos vosotros que, con vuestra presencia, testimoniáis la devoción y el afecto de toda la población de Las Marcas hacia el Papa.

2. Este encuentro me brinda la agradable oportunidad de expresaros mi profunda estima por el esfuerzo de vuestra benemérita Obra en favor de la conservación y difusión de los valores tradicionales de fe, laboriosidad y solidaridad, tan enraizados en vuestra tierra de origen. En efecto, durante los casi cuatro siglos de presencia en la ciudad eterna, las personas originarias de Las Marcas se han distinguido por su constante fidelidad a la Iglesia, la promoción de un mayor conocimiento de la historia y de la vida de las provincias de su región, y por las múltiples iniciativas realizadas en el campo de la formación, la asistencia y el culto.

Esta iglesia de San Salvador en Lauro, con las obras parroquiales anexas, es un testimonio elocuente de vuestra colaboración en las actividades pastorales de la diócesis y, sobre todo, de vuestro compromiso en la difusión, entre los romanos y los peregrinos procedentes de diversas partes del mundo, de la devoción a la bienaventurada Virgen de Loreto, una de cuyas copias más antiguas y renombradas custodiáis amorosamente en este lugar.

3. Mi visita de hoy se realiza a más de un siglo de distancia de la que hizo mi venerado predecesor, el Papa Pío IX, después de haberse ocupado de la restauración del templo. Como tantas otras iglesias antiguas de la urbe, este complejo monumental testimonia la capacidad de los ciudadanos de Roma de integrarse con otros pueblos —en este caso, con el noble pueblo de Las Marcas— y de vivir y encarnar juntos el mensaje evangélico en sugestivos testimonios de arte y cultura.

Al agradeceros vuestra exquisita acogida, os deseo que, cada vez con mayor celo apostólico, prosigáis cooperando activamente en la difusión del Evangelio, especialmente con vistas al gran jubileo del año 2000. Os exhorto, individualmente y como asociación, a dar vuestra contribución específica de vida espiritual y de iniciativas concretas, en sintonía con la diócesis de Roma, para que los numerosos peregrinos encuentren en el corazón de la ciudad comunidades cristianas acogedoras y dedicadas al anuncio del Evangelio.

Con estos sentimientos, mientras invoco la protección materna de la bienaventurada Virgen de Loreto sobre cada uno de los presentes, sobre todos los socios de la Obra pía del Piceno y sobre toda la comunidad de Las Marcas en Roma, os imparto de corazón a cada uno de vosotros y a vuestras familias una bendición apostólica especial.










A LOS PARTICIPANTES EN UN CURSO DE FORMACIÓN


ORGANIZADO POR LA PENITENCIARÍA APOSTÓLICA


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Lunes 17 de marzo de 1997



1. El Señor nos concede, una vez más, la gracia y la alegría de un encuentro que es solemne y, al mismo tiempo, familiar. Saludo con afecto al señor cardenal William Wakefield Baum, a quien agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido. Saludo asimismo a los prelados y a los oficiales de la Penitenciaría apostólica, órgano ordinario del ministerio de caridad encomendado, con la potestad de las Llaves, al Sucesor de Pedro, para dispensar con abundancia los dones de la divina misericordia.

Acojo de corazón a los reverendos padres penitenciarios de las basílicas patriarcales de la Urbe, y les doy las gracias por la generosidad, la constancia y la humildad con que se dedican al servicio del confesionario, mediante el cual hacen llegar a las almas el perdón de Dios y la abundancia de sus gracias.

En fin, doy mi bienvenida a los jóvenes sacerdotes y a los aspirantes ya próximos al sacerdocio, quienes, aprovechando la próvida disponibilidad de la Penitenciaría apostólica, han querido profundizar la temática moral y canónica sobre los comportamientos humanos que más necesitan la gracia sanante y deben, por tanto, ser objeto especial de la maternal solicitud de la Iglesia. Así, se preparan adecuadamente para su futuro ministerio, al que los animo, exhortándoles a alimentar una constante confianza en la ayuda del Señor.

2. Nuestro encuentro tiene lugar, con un preciso significado, en la proximidad de la Pascua. Esta circunstancia nos lleva a pensar naturalmente en el sacrificio de Jesús, del que únicamente deriva nuestra salvación y que, por tanto, confiere valor a los sacramentos. También conviene recordar que, entre los años de la preparación inmediata para el jubileo del nuevo milenio, 1997 se caracteriza como año del Hijo de Dios encarnado. Jesús, Hijo de Dios, vino al mundo «para dar testimonio de la verdad » (Jn 18,37). Él es el Cordero de Dios, «que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29).

Estas afirmaciones del evangelio de san Juan nos sirven de guía para continuar la reflexión sobre la verdad liberadora, que fue objeto del mensaje que envié el año pasado al cardenal penitenciario mayor, al concluirse el curso sobre el fuero interno. Ahora bien, la verdad liberadora, bajo diversos aspectos y en virtud de la gracia, es premisa y fruto del sacramento de la reconciliación.

En efecto, sólo puede liberarse del mal quien tiene conciencia de él en cuanto mal. Lamentablemente, sobre algunos temas fundamentales del orden moral las actuales condiciones socioculturales no favorecen una clara toma de conciencia, puesto que han sido abatidos límites y defensas que en un tiempo no muy lejano eran comunes. En consecuencia, muchos padecen una pérdida del sentido personal del pecado. Se ha llegado a teorizar la irrelevancia moral e incluso el valor positivo de comportamientos que objetivamente ofenden el orden esencial de las cosas establecido por Dios.

3. Esta tendencia se abre camino en todo el amplio campo del obrar libre del hombre. No es posible hacer aquí un análisis profundo de este fenómeno y de sus causas. Pero quiero aprovechar esta ocasión para recordar que el Consejo pontificio para la familia ha publicado hace pocos días un «Vademécum para los confesores», especialmente con vistas a la fructuosa recepción del sacramento de la penitencia. Este documento quiere contribuir a aclarar «algunos temas de moral relativos a la vida conyugal».

Con el lenguaje propio de un texto práctico, recoge la doctrina inmutable de la Iglesia sobre el orden moral objetivo, tal como ha sido enseñada constantemente en los documentos anteriores acerca de esta materia. Por la finalidad pastoral que lo distingue, el «Vademécum » subraya la actitud de comprensión caritativa que hay que tener con quienes yerran porque les falta o tienen una insuficiente percepción de la norma moral o, si son conscientes de ella, caen por fragilidad humana y, no obstante, quieren levantarse movidos por la misericordia del Señor.

El texto merece ser acogido con confianza y disponibilidad interior. Ayuda a los confesores en su ardua misión de iluminar, corregir, si es necesario, y animar a los fieles casados o que se preparan para el matrimonio. De este modo, en el sacramento de la penitencia se realiza una tarea que, lejos de reducirse a la reprobación de los comportamientos opuestos a la voluntad del Señor, Autor de la vida, se abre a un magisterio positivo y a un ministerio de promoción del amor auténtico, del que brota la vida

4. La situación de desorientación moral, que afecta a buena parte de la sociedad, influye también en muchos creyentes, pero el poder salvífico del Hijo de Dios hecho hombre sale al encuentro de todos, a través del ministerio de la Iglesia. Por tanto, la dificultad de la situación no debe desanimar, sino más bien estimular todas las iniciativas de nuestra caridad pastoral.


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