Discursos 1997 66

66 En verdad, el ministerio de la confesión no debe concebirse como un momento separado del conjunto de la vida cristiana, sino como un momento privilegiado en el que confluyen la catequesis, la oración de la Iglesia, el sentido de la penitencia y la aceptación confiada del Magisterio y de la potestad de las Llaves.

Por consiguiente, la formación de la conciencia de los fieles, para que se presenten con la plenitud de las disposiciones debidas para recibir el perdón de Dios mediante la absolución del sacerdote, no puede agotarse en las advertencias, en las explicaciones y en los avisos que el sacerdote suele y debe dar al penitente en el acto de la confesión. Más allá de este momento estrictamente sacramental, es necesario un seguimiento continuo, que se realiza a través de las formas clásicas e insustituibles de la actividad pastoral y de la pedagogía cristiana: el catecismo, adecuado a las diversas edades y a los diversos niveles culturales, la predicación, los encuentros de oración, las clases de cultura religiosa en las asociaciones católicas y en las escuelas y la presencia incisiva en los medios de comunicación social.

5. A través de esta continua formación religiosa y moral, será más fácil para los fieles captar las motivaciones profundas del magisterio moral, dándose cuenta de que cuando la Iglesia, en su enseñanza, defiende la vida, condenando el homicidio, el suicidio, la eutanasia y el aborto; cuando tutela la santidad de la relación conyugal y de la procreación, remitiéndolas al designio de Dios sobre el matrimonio, no impone una ley suya, sino que reafirma y esclarece la ley divina, tanto la natural como la revelada. Precisamente de aquí deriva su firmeza al denunciar las desviaciones del orden moral.

Para que acojan este criterio objetivo, hay que educar a los fieles en la aceptación del Magisterio de la Iglesia, incluso cuando no se expresa en sus formas solemnes: a este propósito, conviene recordar lo que el concilio Vaticano I declaró y el Vaticano II reafirmó, es decir, que también el magisterio ordinario y universal de la Iglesia, cuando propone una doctrina como divinamente revelada, es regla de fe divina y católica (cf. Denzinger-Schönmetzer,
DS 3011 Lumen gentium, 25).

A la luz de estos criterios, es evidente que los derechos de la conciencia no se pueden contraponer al vigor objetivo de la ley, interpretada por la Iglesia; en efecto, aunque es verdad que el acto realizado con conciencia invenciblemente errónea no es culpable, es verdad también que sigue siendo objetivamente un desorden. Por tanto, cada uno tiene el deber de formar rectamente su propia conciencia.

6. Nuestra tarea pastoral exige el anuncio de la verdad sin componendas y sin rebajas. Sin embargo, san Pablo nos advierte que debemos vivir «según la verdad en la caridad» (Ep 4,15). Dios es caridad infinita y no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva (cf. Ez Ez 18,23). Nosotros los sacerdotes, sus ministros, debemos oponer el anuncio consolador y, a la vez, exigente del perdón a la fuerza devastadora del pecado. Por esto Jesús murió y resucitó. Meditando, durante este año consagrado a Cristo redentor, en las insondables riquezas de la Redención, obtendremos el don de experimentar vivamente, ante todo nosotros mismos, la misericordia divina que salva y así, a ejemplo de Cristo, podremos ser cada vez más maestros que iluminan y padres que acogen en nombre de Dios y por su autoridad. En efecto, estamos llamados a decir con san Pablo: «Somos embajadores de Cristo (...). En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!» (2Co 5,20).

Como prenda de copiosas gracias para el fructuoso ejercicio de este ministerio de reconciliación, os imparto una especial bendición apostólica a vosotros, sacerdotes y candidatos al sacerdocio aquí presentes, que representáis ante mi corazón de Pastor universal a los sacerdotes y a los candidatos al sacerdocio de todo el mundo.









ENCUENTRO DEL PAPA JUAN PABLO II


CON LOS JÓVENES DE ROMA COMO PREPARACIÓN


PARA LA XII JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD



Sala Pablo VI,


Jueves 20 de marzo de 1997





1. «Non sum dignus, non sum dignus». Queridos jóvenes, he leído durante estos últimos días un libro francés: «Jean Paul II le resistant». El Papa es resistente. Hoy veo que me he ganado otro titulo: «desconcertante», porque he cambiado vuestro programa. Pero es necesario pasar «ad rem»,. ¿Sabéis que quiere decir pasar «ad rem»? No quiero haceros un examen de latín. «Ad rem», quiere decir pasar al asunto, al tema, a lo que esta escrito aquí, en las hojas que tengo en mis manos. Después veremos.

«Misión quiere decir: ¡transmite la Palabra!».

Amadísimos jóvenes de Roma, este es el lema que ha resonado varias veces en el encuentro de hoy y que sintetiza bien el significado de cuanto esta celebrando la Iglesia de Roma: la misión ciudadana. En efecto, la misión ciudadana ¿no significa comprometerse juntos a acoger y a transmitir a todos, en nuestra vida diaria, la palabra de Dios que penetra en el corazón del hombre? La palabra de Dios, como leemos en la carta a los Hebreos, «es viva y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón» (He 4,12).

2. Queridos muchachos y muchachas, os lo digo para anticiparos la entrega de esta Palabra. Os entrego a vosotros, es decir, os «transmito» el evangelio de san Marcos.

67 Evangelio quiere decir «buena nueva» y la «buena nueva» es Jesús, el Hijo de Dios, que se hizo hombre para salvar al mundo. El corazón del Evangelio es, precisamente, la predicación de Jesús, sus gestos, su muerte y resurrección; es Jesucristo; es el mismo, Jesucristo, Hijo de Dios, muerto y resucitado por todos.

Durante el encuentro habéis escuchado la lectura de un párrafo muy significativo del evangelio de san Marcos: la doble pregunta de Jesús a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que soy yo?», «y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»; y la respuesta de Pedro en nombre de todos: «Tú eres el Cristo» (cf. Mc
Mc 8,15-30). Esta respuesta es la síntesis del evangelio de san Marcos: todo lo que podéis leer antes es un camino lento y progresivo hacia esta proclamación de que Jesús es el Mesías. Todo lo que sigue es una explicitación continua de cómo Jesús es el Mesías. El es el Mesías —y se trata de una novedad absoluta— cuando, obedeciendo al Padre, muere en la cruz por amor a nosotros. Ante su muerte el centurión romano exclama: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios» (Mc 15,39). Vemos aquí condensado el anhelo misionero de san Marcos y su convicción mar profunda. Ante el gesto mas grande de amor que una persona puede realizar, «dar la vida por los amigos» (cf. Jn Jn 15,13), es posible convertirse; cambiar de vida. También el centurión, que no pertenece al pueblo elegido, reconoce en Jesús al Hijo de Dios, al salvador no solo de un pueblo o de una nación, sino de todo hombre y de toda mujer que lo acoge y lo conoce en el momento de su humillación extrema, en su anonadamiento extremo.

3. Queridos jóvenes en el pasaje del evangelio de san Marcos que se refiere a la resurrección, el ángel dice a las mujeres: «Buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado; ha resucitado, no está aquí (...). Irá delante de vosotros a Galilea», (Mc 16,6-7), como si nos dijera que no debemos detenernos ante el sepulcro. Si queréis encontrarlo —nos repite el ángel a todos— seguid el camino que Jesús os indica. «Irá delante de vosotros a Galilea y, para verlo vivo y resucitado, es necesario ir a donde nos cita. Dos momentos de san Marcos que ya nos hacen pensar.

Si este es el contenido del Evangelio, requiere que lo «transmitamos» a los demás. Esta es la misión, misión apostólica, la misión de las mujeres, las primeras apóstoles, como Magdalena; la misión de Pedro, de los Doce y, ahora, la misión ciudadana; misión de los ciudadanos, de todos vosotros los romanos, porque la misión ciudadana es una ocasión única también para vosotros, queridos jóvenes de las parroquias, de las asociaciones y de los movimientos romanos, para conocer y «transmitir», la palabra de Dios y no faltar a la cita con él. Conocer a Jesús en su palabra. Conocer a Jesús crucificado y resucitado a través de su palabra, a través del evangelio de san Marcos.

La misión ciudadana significa, ante todo, comprender que no hay cristianismo auténtico si no hay «misionariedad», que Jesús es un don de Dios que hay que llevar a todos.

La misión ciudadana es aprender de Cristo a salir de nosotros mismos, de nuestros grupos, de nuestras parroquias, de nuestras hermosas asambleas, para llevar su Evangelio a tantos amigos que conocemos y que esperan como nosotros la salvación que sólo Cristo sabe y puede dar.

4. Por tanto, id, jóvenes a los jóvenes. Pero, ¿quienes son los jóvenes? Vosotros sois los jóvenes de Roma.

Gracias a los muchos encuentros que he tenido con vosotros durante estos años, me he hecho una idea bastante precisa de vosotros, los jóvenes.

Tenéis muchas aspiraciones positivas y muchos deseos; queréis ser y os sentís protagonistas de la vida. Queréis vivir en libertad y dedicaros libremente a hacer las cosas que más os gustan.

Sin embargo, esta libertad puede constituir un riesgo. Sí, la libertad es un riesgo: es un gran desafío y un gran riesgo. Se puede utilizar bien y se puede utilizar mal. Si la libertad no obedece a la verdad, puede aplastaros. Hay quienes son aplastados por su libertad. Lo son, si no es la verdad la que guía su libertad. No puede ser una fuerza ciega abandonada a los instintos. La verdad debe guiar a la libertad.

La verdad libera verdaderamente, y esta verdad viene de Cristo, más aún, es Cristo. Leemos en el evangelio de san Juan: «Si os mantenéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres» (Jn 8,31-32).

68 Ahora bien, conviene que conozcáis y deis a conocer, a vuestros amigos a Jesucristo, el centro unificador de vuestra existencia. Por esta razón os entrego hoy su Evangelio y os pido que seáis misioneros valerosos. Id a todo el mundo. Jesús dio a conocer el Evangelio a los Apóstoles y después les dijo: id a todo el mundo. Os lo digo a vosotros, jóvenes de Roma: id a todo el mundo que es Roma.

Por tanto, conoced a Jesucristo. Conocedlo en primer lugar vosotros.A través de una lectura y una meditación constantes; a través de la oración, que es una confrontación continua entre la vida y la palabra de Jesús. Ver quiere decir ya poner manos a la obra.

Así pues, os digo: conoced el Evangelio. Vosotros en primer lugar. Conoced el Evangelio buscando la ayuda de guías sabios y testigos de Cristo. Buscad personas que os ayuden a conocer y vivir el amor, que es el corazón del Evangelio. ¿Qué personas? Vuestros padres, abuelos, profesores, sacerdotes, catequistas y animadores de vuestros grupos y de los movimientos de los que formáis parte. Todos os pueden ayudar a conocer mejor el Evangelio. Conociendo el Evangelio, confrontaos con Cristo, y no tengáis miedo de lo que os pida.

Porque Cristo también es exigente, ¡gracias a Dios! Es exigente. Cuando yo era joven como vosotros, este Cristo era exigente y me convenció. Si no fuera exigente, no habría nada que escuchar ni seguir. Pero si es exigente, es porque presenta los valores, y los valores que predica son exigentes.

5. Al mismo tiempo, dad a conocer el Evangelio de Jesús a vuestros amigos, a los demás jóvenes que hoy no están aquí y que, habitualmente, no frecuentan vuestros grupos. Todos los que están fuera de la parroquia, fuera de los ambientes pastorales, esperan asimismo esta palabra. Cristo también los busca a ellos a través de vosotros. Así se debe construir la misión ciudadana de los jóvenes.

Esta misión os pide a todos un compromiso generoso en este sentido. Debéis escuchar y seguir a Jesús en serio, y testimoniar lo que creéis. Ver, juzgar y actuar: también estas tres palabras os han de acompañar.

No basta ir a la parroquia o a los grupos. Ha llegado el momento de salir al encuentro de quien no viene a nosotros, de quien busca el sentido de la vida y no lo encuentra porque nadie se lo anuncia. Debéis ser personas que sepan anunciar esta buena nueva. Para toda la Iglesia de Roma ha llegado el momento de abrir las puertas y salir al encuentro de los hombres y las mujeres, los muchachos y las muchachas que viven en esta ciudad como si Cristo no existiera.

¿Qué os pide Cristo? Jesús os pide que no os avergoncéis de él y que os comprometáis a anunciarlo a vuestros coetáneos. Haced vuestra esta frase de san Pablo a los Romanos: «No me avergüenzo del Evangelio, que es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree, (
Rm 1,16). Así escribió san Pablo a los Romanos, y a nosotros.

¡No tengáis miedo, porque Jesús esta con vosotros! ¡No tengáis miedo de perderos: cuanto más os entreguéis, tanto más os encontraréis a vosotros mismos! Esta es la lógica de una entrega sincera, como enseña el Vaticano II.

Muchos de vuestros amigos no tienen guías ni puntos de referencias a los que dirigirse para aprender a conocer a Jesús y superar los momentos de dificultad, desilusión y desconsuelo que suelen vivir. Además, ¿cómo no pensar en vuestros coetáneos menos afortunados, que deben afrontar problemas más graves aun, como el desempleo, la consiguiente dificultad para poder formar una familia, la drogadicción a otras formas de evasión de la realidad? Sabéis bien que muchos ni siquiera tienen una familia, porque muchas familias hoy viven una crisis preocupante. Queridos jóvenes, convertíos vosotros mismos en una familia para ellos, en un punto de referencia para vuestros coetáneos. Sed amigos de quien no tiene amigos, familia de quien no tiene familia y comunidad de quien no tiene comunidad. Esta es la misión ciudadana de los jóvenes ciudadanos de Roma. También el Papa es ciudadano de Roma. Como buen ciudadano de Roma, durante los próximos meses quiero visitar el Capitolio. Esperemos que mis jóvenes conciudadanos estén conmigo.

6. La palabra de Dios, como he escrito en el Mensaje a los jóvenes para la XII Jornada mundial de la juventud, «no es imposición que desquicia las puertas de la conciencia; es voz persuasiva, don gratuito que, para llegar a ser salvífico en la vida concreta de cada uno, pide una actitud disponible y responsable, un corazón puro y una mente libre» (n. 6: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 23 de agosto de 1996, p. 5). Sembrad la Palabra. Su acogida dependerá del terreno. Jesús respeta la libertad de cada uno: Cuando invita a seguirlo, añade siempre el «si quieres... » (cf. Mt Mt 19,21).

69 Dialogad, para anunciar la palabra de Dios. El diálogo ha de ser el método de la misión. El diálogo requiere, ante todo, el encuentro en el ámbito de las relaciones personales y se propone hacer que los interlocutores salgan del aislamiento y de la desconfianza mutua, para crear estima y simpatía recíprocas. El diálogo requiere el encuentro en el ámbito de la búsqueda de la verdad; y también, en el ámbito de la acción, tiende a establecer las condiciones para una colaboración con vistas a objetivos concretos de servicio al prójimo: El diálogo exige al cristiano una fuerte conciencia de verdad; exige que tengamos bien claro que somos testigos de Cristo, camino, verdad y vida.

Se que para esta empresa ya se esta haciendo mucho en la diócesis, también con respecto a la formación de los misioneros y, en el futuro próximo, de los formadores de los jóvenes. Os animo a todos a proseguir por este camino, desarrollando vuestra creatividad para que juntos podáis «transmitir la Palabra» a todos.

7. Queridos jóvenes de Roma, al termino de este encuentro, permitid que os agradezca vuestra presencia y también vuestra calurosa acogida. ¡Era tan calurosa que, en un momento determinado, me he preguntado a mi mismo si llegaría a sobrevivir a este encuentro!

Doy las gracias al cardenal vicario por sus palabras, y a Carmela, la joven que a mi llegada me ha saludado y besado cordialmente. Doy las gracias a todos los que han preparado y animado este encuentro, y son muchos; a todos los que han brindado su testimonio personal y han puesto a disposición del Evangelio y de los jóvenes también sus talentos artísticos. ¡Y son numerosos! No he podido ver mucho, pero lo que he podido ver y escuchar me ha emocionado.

Quisiera saludar también en este momento a una delegación de jóvenes franceses que, como preparación para el encuentro de París, a través de la revista «Phosphore», han escrito al Papa y desean entregarle sus cartas. Doy las gracias a cuantos han querido ponerse en contacto de este modo con nosotros.

Queridos amigos franceses, llevad a vuestros coetáneos el saludo cordial del Papa y de los jóvenes romanos reunidos hoy aquí con vosotros. Decidles que nos sentiremos felices de encontramos con ellos del 18 al 24 de agosto en París, y que nos estamos preparando para este encuentro con intensa oración.

Nos alegrará mucho poder encontrarnos con vosotros en París. Vosotros, los jóvenes franceses, debéis ser los testigos de nuestra voluntad de preparación, que se manifiesta también por la disponibilidad de vuestra parte. Sé que hay mucha disponibilidad por parte de los obispos franceses y de los jóvenes en Francia. Os deseo una buena continuación.

Por último, antes de entregaros el evangelio, deseo daros a todos cita para la Jornada mundial de la juventud, que tendrá por tema: «Maestro, ¿dónde vives? Venid y lo vereis» (cf. Jn
Jn 1,38-39). Sé que ya estáis organizándoos y que también desde Roma iréis en gran número a París. Será una gran ocasión para vivir juntos la alegría del Evangelio. Serán días en los que la Palabra, si la dejáis actuar, se encontrará con vuestra vida, impulsando proyectos exaltantes para vuestro futuro personal y para el futuro de la Iglesia y de la sociedad.

Invoquemos a la Virgen «Salus populi romani», para que nos acompañe en este itinerario espiritual hacia el encuentro de París. Y mientras os aseguro a cada uno de vosotros y a vuestras familias un recuerdo particular en la oraci6n, os bendigo a todos de corazón.










A UN GRUPO DE GITANOS DE ALSACIA


Viernes 21 de marzo de 1997



Queridos hermanos y hermanas,
70 peregrinos de Alsacia:

1. Me alegra acogeros durante la peregrinación que realizáis a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo. Os saludo muy cordialmente, así como a monseñor Charles Amarin Brand, arzobispo de Estrasburgo, y a los representantes del Consejo pontificio para la pastoral de los emigrantes e itinerantes, que os acompañan.

Estamos en la víspera de la gran semana de la pasión del Señor. Su muerte en la cruz manifiesta claramente el amor que Dios nos tiene. El sacrificio de Jesús por todos los hombres confiere a cada uno la dignidad de persona amada por Dios. Todo ser humano debe ser considerado, amado y servido, porque es hermano de Cristo. Cuando se ignora esta relación con el Salvador, se abre el camino a las humillaciones o al desprecio, que se trata de legitimar mediante discriminaciones injustas.

2. Conozco vuestra adhesión a la fe, a la Iglesia católica y al Papa. Renovad incesantemente vuestra vida de creyentes, acudiendo a las fuentes de la palabra de Dios y permaneciendo fieles a la oración comunitaria y personal. Como ya dije al recibir a los participantes en un encuentro para la pastoral entre los gitanos, el 8 de junio de 1995, «hace falta una nueva evangelización dirigida a cada uno de sus miembros como a una porción amada del pueblo de Dios peregrinante » (Discurso a los participantes en el IV Congreso internacional de la pastoral para los gitanos, n. 4: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 23 de junio de 1995, p. 8); este esfuerzo os ayudará a superar las tentaciones, que hoy son fuertes: aislarse en sí mismo, buscar refugio en las sectas o dilapidar el propio patrimonio religioso para caer en un materialismo que impide reconocer la presencia divina.

3. Vuestra visita me brinda la ocasión de recordar que, el próximo 4 de mayo, en Roma, tendré la alegría de proclamar beato a Ceferino Jiménez Malla, gitano admirable por la seriedad y sabiduría de su vida de hombre y de cristiano. Su existencia se realizó plenamente, porque la vivió santamente en la fidelidad a Dios y de acuerdo con el estilo de vida propio de los gitanos. Murió mártir de la fe, apretando contra su pecho el rosario que rezaba todos los días con tierna devoción filial a María. Es un hermoso ejemplo de fidelidad a la fe para todos los cristianos, y especialmente para vosotros que estáis cercanos a él por vuestros vínculos étnicos y culturales.

A ejemplo de Ceferino Jiménez Malla, seguramente hay entre vosotros personas capaces de promover la actividad pastoral en vuestra comunidad cristiana de gente nómada. En la Iglesia particular, las ordenaciones al diaconado y a otros ministerios de hombres de vuestro pueblo son hechos positivos, que conviene proseguir.

4. Este encuentro me permite expresaros mis mejores deseos de santas fiestas pascuales, en las que vamos a celebrar el acontecimiento central de la historia de la salvación, fundamento de la esperanza cristiana. Por el bautismo, sacramento de la regeneración espiritual, participáis en la muerte y resurrección de Jesús; se os da una vida nueva. La Pascua es el tiempo de la renovación de las promesas del bautismo: hacedla con convicción y confianza en el amor del Señor. Él os dará fuerza y valentía para afrontar las dificultades que encontréis en vuestro camino.

Invocando a la santísima Virgen María y a los santos que más veneráis, os imparto la bendición apostólica a vosotros, a vuestras familias y a vuestras comunidades.










A LOS REPRESENTANTES DEL ECPAT Y A LOS MIEMBROS


DEL CENTRO EUROPEO DE BIOÉTICA Y CALIDAD DE VIDA


Viernes 21 de marzo de 1997



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra dar mi cordial bienvenida a los ilustres representantes del ECPAT (End Child Prostitution in Asian Tourism). Saludo asimismo a los miembros del Centro europeo de bioética y calidad de la vida. Dirijo un saludo particular a monseñor Piero Monni, observador permanente de la Santa Sede ante la Organización mundial del turismo, agradeciéndole las amables palabras con las que ha interpretado los sentimientos de los presentes.

71 2. Desde hace años vuestra asociación se ha comprometido a eliminar el flagelo mundial de la prostitución infantil. Este compromiso, en el que colaboran cristianos y no cristianos, no sólo quiere combatir ese crimen horrendo, sino sobre todo defender a sus víctimas. ¿Cómo no expresar estima y respeto a una labor tan meritoria? ¿Cómo no desear que la sostengan de modo convencido y concreto la comunidad internacional y los Gobiernos, los políticos y los asistentes sociales, los organismos privados y toda la sociedad civil?

Frente al grito de dolor de millones de inocentes, a quienes han ultrajado en su dignidad y robado su futuro, nadie puede permanecer indiferente, sin asumir sus responsabilidades.

3. A este propósito, el reciente Congreso de Estocolmo, organizado por esta asociación en colaboración con el Gobierno sueco y con otras organizaciones internacionales, ha puesto una piedra miliar para la solución de este gravísimo problema. Apelando a la conciencia de cuantos son responsables del destino de la humanidad, esa asamblea ha propuesto oportunos medios políticos, legislativos y sociales para afrontar eficazmente este gravísimo problema, tanto a nivel nacional como internacional.

Compartiendo las preocupaciones manifestadas, deseo animar al ECPAT a proseguir en la necesaria denuncia de los abusos, así como en el estudio de sus causas y de sus oportunos remedios.

4. Como es sabido, con frecuencia la prostitución infantil tiene su origen en la crisis que afecta ampliamente a la familia. Mientras que en los países en vías de desarrollo la familia es víctima de las condiciones de pobreza extrema y de la carencia de estructuras sociales adecuadas, en los países ricos está condicionada por la visión hedonista de la vida, que puede llegar a destruir la conciencia moral, justificando cualquier medio capaz de procurar placer.

En este ámbito, ¿cómo no ver en la pornografía una incitación constante a abusar de los propios semejantes?

Estas preocupantes manifestaciones, que atacan la dignidad de la persona y el futuro de la convivencia familiar, repercuten inexorablemente en sus miembros más débiles y en los menores.

5. Frente a tanto sufrimiento, vuestra asociación se esfuerza por frenar la expansión de esos fenómenos, contando con la colaboración eficaz de los hombres y mujeres de buena voluntad.

Formulo fervientes votos para que vuestros llamamientos sean escuchados con atención, en todos los niveles de la vida social, por los políticos y los sociólogos, por los juristas y los economistas, así como por los responsables de la educación, la salud, las organizaciones sindicales y los organismos locales.

En efecto, sólo la acción conjunta de las instituciones nacionales e internacionales, de las asociaciones y de los individuos podrá poner la palabra fin a esta gravísima plaga social.

Pido al Señor que os dé fuerza para perseverar en la obra emprendida y, mientras encomiendo a la protección materna de la Virgen María a cada uno de vosotros, a vuestros colaboradores, a vuestras familias y a cuantos son objeto de vuestra preocupación, os bendigo a todos de corazón.










AL SÉPTIMO GRUPO DE OBISPOS DE FRANCIA


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


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Sábado 22 de marzo de 1997



Queridos hermanos en el episcopado:

1. Me alegra acogeros durante vuestra visita ad limina. Para vosotros es la ocasión de afirmar la misión que habéis recibido, gracias a la oración ante las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo, y a los encuentros que tendréis con los diferentes dicasterios de la Curia romana. Vuestra presencia en Roma manifiesta la comunión fraterna que existe entre el Sucesor de Pedro y los obispos diocesanos, en torno a Cristo, que es la Cabeza de la Iglesia. «Estamos en lugares diferentes de la Iglesia, pero no estamos separados de su Cuerpo, "porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres" (1Tm 2,5)» (San Paulino de Nola, Carta, 2, 3). Nuestros encuentros me permiten estar cerca de todos los que, junto con vosotros, se comprometen en la misión y contribuyen al dinamismo de la comunidad diocesana.

El presidente de vuestra región apostólica del este, monseñor Marcel Herriot, ha presentado un panorama de vuestras preocupaciones pastorales; se lo agradezco. Esta parte de Francia presenta muchos contrastes y experimenta, a veces en un nivel más profundo, las dificultades de la sociedad en el conjunto del país. Esto no debe desalentar a los fieles; por el contrario, ha de llevarlos a una solidaridad generosa con los más necesitados, independientemente de su origen. Por otra parte, la situación de vuestra región, en una de las grandes encrucijadas de Europa, os impulsa a tener con vuestros vecinos intercambios que no pueden menos de ser provechosos para todos; vuestra experiencia será valiosa para preparar la nueva Asamblea especial para Europa del Sínodo de los obispos, pues la Iglesia en este continente se beneficiará de un mayor conocimiento mutuo y una mayor colaboración fraterna. Observo también que, en muchas de vuestras diócesis, la presencia de importantes comunidades eclesiales nacidas de la Reforma invita a tomar parte activa en el diálogo ecuménico, que constituye una de las grandes tareas que hay que proseguir en el umbral del tercer milenio. Para la vitalidad de la Iglesia, a pesar de las zonas de sombra, la fuerte tradición cristiana de vuestras regiones inspira confianza en el futuro y, como observáis, no faltan signos de esperanza.

2. Como mostráis claramente en vuestros informes quinquenales, entre los aspectos de la pastoral que os preocupan está la cuestión de las vocaciones. Desde hace varios años, en algunas de vuestras diócesis ha sido escaso el número de jóvenes que aceptan comprometerse en el camino del sacerdocio o de la vida consagrada. Los sacerdotes se encuentran cada vez más sobrecargados y no ven llegar el relevo. Pero, lejos de flaquear en su ardor misionero, siguen realizando incansablemente su labor pastoral. Quiero felicitarlos por su valor y repetirles que no hay que desalentarse, pues el Señor no abandona jamás a su Iglesia. El período de crisis que atraviesan vuestras diócesis no debe hacer que el conjunto de vuestras comunidades diocesanas olviden que conviene proseguir e intensificar los esfuerzos por transmitir a los jóvenes la llamada al sacerdocio y a la vida consagrada, sin subestimar por ello la vocación al matrimonio.

3. Muchos de vosotros habéis subrayado que hoy los jóvenes no quieren comprometerse, por temor al futuro y por falta de testigos capaces de ser ejemplos convincentes y atrayentes. Es importante que los sacerdotes y todo el pueblo cristiano crean que Dios sigue llamando incansablemente a hombres y mujeres a su servicio, en lo más íntimo de su corazón y a través del testimonio de la comunidad eclesial. Por eso, todos los fieles de Cristo tienen que dar su contribución para ayudar a los jóvenes a afrontar el futuro sin excesivo temor, para hacer que descubran la alegría que produce el seguimiento de Cristo, y para impulsarlos a confiar en sí mismos y a discernir pacientemente la voz del Señor, como hizo el profeta Elías con el joven Samuel (cf. 1S 3,1-19).

4. En este campo, la familia tiene un papel específico que desempeñar. Los jóvenes aprenden ante todo de sus padres las primeras nociones de la fe, el camino de la oración y la práctica de las virtudes. Del mismo modo, la disponibilidad a responder a una vocación particular viene de la disposición filial de un corazón que quiere cumplir la voluntad del Señor y sabe que Cristo tiene palabras de vida eterna (cf. Jn Jn 6,68). Algunas familias pueden sentirse preocupadas al ver que sus jóvenes se comprometen en el seguimiento de Cristo, particularmente en un mundo donde la vida cristiana no representa un valor social atractivo. Sin embargo, invito a los padres a dirigir una mirada de fe al futuro de sus hijos y a ayudar a los jóvenes a realizar libremente su vocación; así serán felices en la vida, pues el Señor da a quienes elige la fuerza y los recursos espirituales necesarios para superar las dificultades. La entrega total de sí al Señor y a la Iglesia es fuente de alegría y «síntesis de la caridad pastoral» (Pastores dabo vobis PDV 23). Exhorto a los fieles laicos a comprometerse en la pastoral de las vocaciones y a sostener a los jóvenes que muestran deseos de consagrarse al servicio de la Iglesia; afortunadamente, algunos laicos ya participan en las actividades de los servicios diocesanos de vocaciones, pero no debe ser únicamente preocupación de unas pocas personas. En esta perspectiva, es importante que, en el seno de las comunidades cristianas, se reconozca claramente el lugar del sacerdote y el de las personas consagradas. En particular, todos deben recordar que la vida eclesial no puede existir sin la presencia del sacerdote, que actúa en nombre de Cristo, Cabeza de la Iglesia, y que, en su nombre, reúne al pueblo en torno a la mesa del Señor y le transmite el perdón de los pecados. De igual modo, la ausencia de personas consagradas, contemplativas o de vida activa, puede hacer que se olvide que el compromiso por el reino de los cielos es el aspecto primordial de toda vida cristiana. Es evidente que si los jóvenes no tienen contactos personales con sacerdotes o personas consagradas, y si no perciben la misión específica de cada uno, les resultará difícil pensar en escoger este tipo de compromiso.

5. Constatáis que algunos jóvenes que piensan en el sacerdocio y algunos seminaristas ya en formación han atravesado períodos difíciles en su vida. Unos siguen siendo frágiles, a veces a causa de un ambiente social o familiar que ha podido producirles heridas que requieren mucho tiempo para cicatrizarse, o bien, como se ha comprobado durante recientes visitas canónicas, a causa de la movilidad permanente de las familias, que dificulta un arraigo humano, o a causa de las costumbres degradadas que se encuentran frecuentemente en la sociedad, o, incluso, por el hecho de que algunos candidatos se han convertido recientemente. Por tanto, conviene ayudarles a forjar su personalidad, para que lleguen a ser el edificio espiritual del que habla san Pedro (cf. 1P 2,5). Esto requiere de vosotros y de los responsables de los servicios de vocaciones una atención especial, para guiar con esmero y delicadeza la etapa del discernimiento y de la preparación. En particular, será necesario velar para que los formadores tengan las cualidades requeridas y mantengan firmes las líneas esenciales de la formación sacerdotal.

Para esta fase preparatoria, ciertos obispos han decidido solicitar a los candidatos, bajo diversas formas, un año propedéutico, iniciativa que, al parecer, está dando buenos frutos. Así, al término de la primera etapa, los candidatos deben presentar «determinadas cualidades: la recta intención, un grado suficiente de madurez humana, un conocimiento bastante amplio de la doctrina de la fe, alguna introducción a los métodos de oración y costumbres conformes con la tradición cristiana» (Pastores dabo vobis PDV 62). Para que puedan afrontar luego las diferentes tareas del ministerio, los jóvenes deben aceptar progresar, a fin de adquirir la necesaria madurez psicológica, humana y cristiana de todo servidor de Cristo y de la Iglesia. Durante el año propedéutico, los candidatos profundizan principalmente el sentido de la teología de la elección y de la alianza que Dios hace con los hombres. Así, se disponen a escuchar la llamada de Cristo y de la Iglesia, y a vivir en la obediencia el camino de formación propuesto por el obispo y, después, las misiones pastorales que se les confíen.

6. Como responsables de la llamada de los candidatos que mañana serán vuestros colaboradores en el sacerdocio, os corresponde determinar la oportunidad de acoger candidatos que procedan de otras diócesis, según las disposiciones canónicas (cf. cc. 241 y 242) y pastorales recordadas recientemente en la Instrucción sobre la admisión en el seminario de candidatos procedentes de otras diócesis o de otras familias religiosas, que os ha dirigido la Congregación para la educación católica. A este propósito, una acogida sin discernimiento puede ser perjudicial para los mismos jóvenes que, en lugar de entrar en un camino de relación confiada y de obediencia filial con el obispo de su diócesis, se sienten tentados a veces de elegir su diócesis de incardinación y sus lugares de formación según criterios puramente subjetivos; se convierten, en cierto modo, en maestros de su propia formación, en función de su sensibilidad y no de criterios objetivos. Esta actitud no puede menos de debilitar su sentido del servicio, su espíritu de apertura a la pastoral diocesana y su disponibilidad para la misión eclesial.

7. Con el conjunto de la Conferencia episcopal, estáis examinando de nuevo los fundamentos de la formación espiritual, filosófica, teológica y pastoral de los jóvenes llamados al sacerdocio. Me alegra el trabajo que realizáis actualmente para concluir la nueva Ratio studiorum, que deberá regir desde ahora la formación en los seminarios de Francia. En efecto, a los obispos, en colaboración continua y confiada con los equipos de animación de los seminarios, les compete organizar los estudios de los candidatos al ministerio presbiteral, pues sois vosotros quienes los llamáis y, por la imposición de las manos, los hacéis entrar en el presbiterio diocesano.


Discursos 1997 66