Discursos 1997 73

73 El seminario es una institución central en la diócesis; participa en la visibilidad del Cuerpo de Cristo y en su dinamismo pastoral; y contribuye a la unidad de todos los componentes de la comunidad cristiana, porque la formación sacerdotal se sitúa más allá de las sensibilidades pastorales particulares. Al realizar en él todo su itinerario, o una parte, los seminaristas tienen la posibilidad de estar cerca de su obispo, de los sacerdotes y de las múltiples realidades humanas y eclesiales locales. Cuando no hay un seminario en el lugar, es importante que el obispo y sus colaboradores encargados de los seminaristas mantengan relaciones orgánicas con los seminarios adonde envían a sus candidatos. También es conveniente que, a pesar de la distancia geográfica, se encuentre el modo de dar a conocer a los fieles de la diócesis, sobre todo a los jóvenes, estas instituciones con toda su vitalidad: si se las desconoce, hay menos posibilidades de que entren en ellas quienes escuchan la llamada del Señor.

8. El seminario, compuesto por personas que vienen de horizontes diferentes, debe transformarse en una familia y, a imagen de esta última, permitir que cada joven, con su sensibilidad propia, madure su vocación, tome conciencia de sus futuros compromisos y se forme en la vida comunitaria, espiritual e intelectual, bajo la guía de un equipo de sacerdotes y profesores formados específicamente con vistas a esta misión. Así, los jóvenes se preparan para ser miembros activos del presbiterio en torno al obispo.

A lo largo de los ciclos sucesivos, habrá que poner el acento en el principio unificador de toda vida cristiana: el amor a Cristo, a la Iglesia y a los hombres, pues viviendo en el amor es como nos configuramos con Cristo, pastor y sumo sacerdote, y es con el amor como se guía la grey del Señor. «No se puede ser un buen pastor, si no se llega a ser una sola cosa con Cristo y con los miembros de su Cuerpo, por la caridad. La caridad es el primer deber del buen pastor» (Santo Tomás de Aquino, Sobre el evangelio de
Jn 10,3). Por tanto, es fundamental la formación en la relación con Cristo, mediante la oración y la práctica personal de los sacramentos, en particular los de la reconciliación y la Eucaristía, que es la escuela de la vida sacerdotal; el sacerdote está llamado a ser el icono de Cristo en su vida personal y en los diferentes actos de su ministerio (cf. Lumen gentium LG 21 Pastores dabo vobis PDV 16 y PDV 49). También es la vida espiritual la que hace que la misión sea plenamente fecunda.

Conviene, asimismo, estimular en los candidatos la práctica de las virtudes teologales y morales, mediante un entrenamiento en la disciplina de vida y el dominio de sí mismos. Un futuro sacerdote también debe aprender a poner su vida en las manos del Salvador, a sentirse miembro de la Iglesia diocesana y, así, de la Iglesia universal, y a realizar su actividad en la perspectiva de la caridad pastoral (cf. Optatam totius OT 8 y 9).

La formación pastoral no puede ser sólo teórica; los seminarios atribuyen, con razón, un lugar notable a las actividades de orden pastoral sobre el terreno, lo que favorece el arraigo de los jóvenes en la comunidad local. Sin embargo, esforzaos por mantener la prioridad de los estudios, pues si la seria profundización intelectual de los ciclos del seminario fuera insuficiente, sería prácticamente imposible compensarla después.

9. Todo esto se lleva a cabo juntamente con una sólida formación intelectual, filosófica y teológica, que es esencial para que los jóvenes puedan llegar a ser misioneros, que anuncien a sus hermanos la buena nueva del Evangelio y los misterios cristianos. Por eso, el estudio ocupará un lugar importante y preparará a los sacerdotes para la formación permanente, indispensable durante todo su ministerio, puesto que una vida espiritual que no se alimenta incesantemente con la actividad intelectual corre el riesgo de empobrecerse. Se necesita una gran pasión por la verdad. El decreto conciliar Optatam totius ha esbozado con notable equilibrio las grandes líneas directrices de los estudios eclesiásticos; conviene tenerlo siempre como punto de referencia (cf. principalmente los nn. 14-17).

No hay que subestimar los estudios filosóficos, pues sensibilizan a las personas para buscar a Dios de diferentes maneras; desarrollan una cultura que permite estar continuamente en diálogo con el mundo, para poder invitarlo a volver a Cristo; y, en fin, proporcionan elementos para desarrollar una antropología cristiana, formar en el campo moral y dar razón del misterio cristiano.

¿Hay necesidad de subrayar también el lugar privilegiado que corresponde al estudio de la palabra de Dios, para acoger su mensaje siempre vivo y ser sus testigos iluminados? Naturalmente, una buena base en las diferentes ramas de la teología es indispensable para que los sacerdotes puedan responder a las expectativas de sus contemporáneos y ayudarles a superar presentaciones superficiales de la enseñanza de la Iglesia, que no pueden confirmarlos en la fe. La teología de la liturgia, en particular, permite a los ministros de la Eucaristía y de los demás sacramentos celebrar dignamente los misterios, cuyos administradores son, y mostrar toda su riqueza y todo su alcance a los fieles.

Todo lo que se puede decir de la formación intelectual de los futuros sacerdotes, y también de las necesidades crecientes de la formación de los laicos, me lleva a invitaros, en la perspectiva de los años futuros, a realizar los esfuerzos necesarios para prever una formación académica más esmerada de los sacerdotes jóvenes que poseen aptitudes para ello, a fin de que tengan la posibilidad de comprometerse en la investigación y asegurar la enseñanza. Por otra parte, también es importante que os esforcéis por preparar a algunos sacerdotes en el discernimiento de las vocaciones, en la dirección espiritual y en la animación de la vida comunitaria.

10. Queridos hermanos en el episcopado, conozco vuestra solicitud por vuestros seminarios. La reciente visita apostólica lo ha demostrado. Conozco también vuestras dificultades y vuestra preocupación por el escaso número de seminaristas que hay en el momento actual. Por eso, he deseado tratar con vosotros ciertos aspectos, ya que no puedo abordarlos todos aquí. Pero quería animaros y aseguraros, una vez más, que la prueba actual que atraviesan vuestras diócesis sólo se puede entender si se mira la cruz del Señor con fe. Y, en la luz de Pascua, oiremos que el Señor nos dice a sus discípulos: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío» (Jn 20,21).

En la esperanza, me uno a vuestra oración por las vocaciones, por los seminaristas, los sacerdotes y las personas consagradas. De todo corazón les imparto a ellos, así como a vosotros y a todos los fieles de vuestras diócesis, la bendición apostólica.








AL SEÑOR JOSÉ CUADRA CHAMORRO,


EMBAJADOR DE NICARAGUA ANTE LA SANTA SEDE


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Lunes 24 de marzo de 1997



Señor embajador:

1. Con sumo gusto le doy mi más cordial bienvenida en este acto, en el que me presenta las cartas credenciales que le acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Nicaragua ante la Santa Sede. Correspondo con sincero agradecimiento al afectuoso saludo que el señor presidente de la República, dr. Arnaldo Alemán Lacayo, me hace llegar por medio de usted, y le ruego que le transmita mis mejores augurios de prosperidad y bien espiritual para todos los habitantes de la querida tierra nicaragüense.

2. Su presencia aquí me hace evocar con emoción la jornada del 7 de febrero del año pasado, en que tuve la dicha de poder realizar mi segunda visita pastoral a ese amado país. En aquella ocasión, en que los nicaragüenses pudieron encontrarse con el Sucesor del apóstol Pedro y manifestarle libremente su adhesión y afecto, llegué a comprobar que «se han escrito nuevas e importantes páginas de la historia nacional y han cambiado muchas circunstancias» (Discurso de llegada a Managua, 1). En efecto, es alentador observar cómo la transición hacia un nuevo orden conduzca progresivamente a una mayor consolidación del Estado de derecho, en el que las libertades de los individuos sean cada vez más sólidas y, a la vez, contribuya a estimular la confianza de los ciudadanos en las instituciones públicas para una más activa colaboración y participación responsable de todos al bien común (cf. Sollicitudo rei socialis SRS 44), mediante un esfuerzo de pacificación y reconciliación, así como de efectiva, aunque no fácil, reinserción social de los ex combatientes a través de programas para ellos y para las zonas afectadas por el conflicto.

3. En Nicaragua, señor embajador, el camino hacia el afianzamiento de una democracia estable, que asegure la promoción armónica de los derechos humanos en favor de todos, está condicionado, como en otras áreas del continente americano, por desajustes económicos y crisis sociales. Esto afecta especialmente a las personas con escasos recursos materiales, expuestas también a un fuerte desempleo y víctimas muchas veces de corrupciones administrativas y de tantas formas de violencia. No se debe olvidar que los desequilibrios económicos contribuyen igualmente al progresivo deterioro y pérdida de los valores morales. Entre sus efectos están la desintegración familiar, el permisivismo en las costumbres y el poco respeto por la vida.

Ante ello, es urgente considerar entre los objetivos prioritarios del momento presente la recuperación de los mencionados valores mediante unas medidas políticas y sociales que fomenten un empleo digno y estable para todos, de modo que se supere la pobreza material en que viven muchos de los habitantes; que fortalezcan la institución familiar y favorezcan el acceso de todas las capas de la población a la enseñanza. En este sentido es ineludible dedicar especial cuidado a la educación, desarrollando una auténtica política que consolide y difunda esos valores morales y del espíritu que son fundamentales en una sociedad verdaderamente humana y que, como la suya, está enraizada, además, en los principios cristianos. Así se contribuirá a que el pueblo nicaragüense, tan rico en valores humanos y tradicionales, viva en paz, a través del progreso y del conveniente desarrollo espiritual, cultural y material, en un clima de justicia social y solidaridad. Ésta, en efecto, no puede reducirse a un vago sentimiento emotivo o una palabra vacía de contenido real. La solidaridad exige un compromiso moral activo, una decisión firme y constante de dedicarse al bien común, o sea, al bien de todos y de cada uno, porque todos somos responsables de todos (cf. ib., 39-40).

4. En mis dos visitas a su país he podido comprobar que el noble pueblo nicaragüense es depositario de un rico patrimonio de fe. Este patrimonio espiritual, acumulado con las diversas expresiones de religiosidad popular a través de los siglos, es el que los obispos, junto con el propio presbiterio y las diferentes comunidades religiosas presentes en Nicaragua, quieren preservar y acrecentar a través de la nueva evangelización. De cara al tercer milenio de la era cristiana, toda la Iglesia está comprometida en presentar con nuevo ardor la salvación que Jesucristo trae a todos los hombres. En este sentido, las autoridades de su país pueden seguir contando con la colaboración leal de los pastores de la Iglesia y de los fieles católicos, desde los campos propios de su actividad, para que sea más viva en cada uno la responsabilidad de cara a hacer más favorables las condiciones de vida para todos (cf. Gaudium et spes GS 57), pues el servicio integral al hombre forma también parte de la misión de la Iglesia.

5. En el istmo centroamericano Nicaragua coexiste con los demás países del área, cuyos vínculos de fe, lengua, cultura e historia son muy profundos, aunque no anulan la propia identidad nacional. En este sentido, la Iglesia local, junto con su labor evangelizadora, ha tratado de promover la reconciliación y favorecer un proceso de sociedad más democrática, sobre todo después de unos períodos que han visto contraposiciones ideológicas y luchas fratricidas, que han dejado tristes secuelas de muertes y odios. Ante ello, la misma Iglesia quiere seguir ofreciendo su colaboración para que los valores como la justicia y la solidaridad estén siempre presentes en la vida de las naciones de esa zona.

Por eso, la Santa Sede ve asimismo con aprecio e interés los esfuerzos realizados para favorecer el proceso de integración centroamericana. En un contexto de agrupaciones político-económicas cada vez más fuertes, cobra vigor la necesidad de una mayor solidaridad entre los países del istmo, llamados a emprender una lucha común contra la pobreza, el desempleo y demás males que ponen en peligro su estabilidad y bienestar. La comunidad internacional, por su lado, como tuve ocasión de recordar en la mencionada visita, debe ayudar ofreciendo, como en el pasado, su colaboración para que, mediante eficaces programas de ayuda e intercambio, se creen condiciones más dignas para todos (cf. Discurso de despedida de Managua, 7 de febrero de 1996, n. 3).

6. Antes de concluir este acto deseo formularle, señor embajador, mis mejores votos para que la misión que hoy inicia sea fecunda en frutos perdurables. Le ruego que se haga intérprete de mis sentimientos y esperanzas ante el señor presidente y las demás autoridades de la República, mientras invoco abundantes bendiciones del Altísimo sobre usted, su distinguida familia y sus colaboradores, así como sobre todos los hijos de la noble nación nicaragüense, a los que confío a la constante y maternal intercesión de la Virgen María, tan venerada en su advocación de la Purísima Concepción de María.










A LOS PROMOTORES Y PARTICIPANTES EN UN CONGRESO INTERNACIONAL SOBRE «AMBIENTE Y SALUD»


Lunes 24 de marzo de 1997



75 Ilustres señores y señoras:

1. Os dirijo un saludo cordial a todos vosotros, promotores, organizadores y participantes en el congreso sobre el tema: «Ambiente y salud», a los que la Universidad católica del Sagrado Corazón ha brindado hospitalidad y colaboración científica. Agradezco, en particular, al ingeniero Sergio Giannotti las palabras con que ha querido ilustrarme esta importante iniciativa.

La ecología, que nació como nombre y como mensaje cultural hace más de un siglo, ha conquistado rápidamente la atención de los estudiosos, suscitando un creciente interés interdisciplinar por parte de biólogos, médicos, economistas, filósofos y políticos. Se trata del estudio de la relación entre los organismos vivos y su ambiente, en particular entre el hombre y todo su entorno. En efecto, tanto el ambiente animado como el inanimado tienen una influencia decisiva en la salud del hombre, asunto sobre el que estáis reflexionando en vuestro congreso.

2. La relación entre el hombre y el ambiente ha caracterizado las diversas fases de la civilización humana, desde la cultura primitiva: en la fase agrícola, en la fase industrial y en la fase tecnológica. La época moderna ha experimentado la creciente capacidad de intervención transformadora del hombre.

El aspecto de conquista y explotación de los recursos ha llegado a predominar y a extenderse, y amenaza hoy la misma capacidad de acogida del ambiente: el ambiente como «recurso» pone en peligro el ambiente como «casa».A causa de los poderosos medios de transformación que brinda la civilización tecnológica, a veces parece que el equilibrio hombre-ambiente ha alcanzado un punto crítico.

3. En la antigüedad, el hombre consideraba el ambiente donde vivía con sentimientos ambivalentes y cambiantes, unas veces de admiración y veneración, y otras de temor ante un mundo aparentemente amenazador.

La Revelación bíblica ha aportado a la concepción del cosmos el mensaje iluminador y pacificador de la creación, según el cual las realidades mundanas son buenas porque Dios las ha querido por su amor al hombre.

Al mismo tiempo, la antropología bíblica ha considerado al hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, como criatura capaz de trascender la realidad mundana en virtud de su espiritualidad y, por tanto, como custodio responsable del ambiente en el que vive. Se lo ofrece el Creador como casa y como recurso.

4. Es evidente la consecuencia que se sigue de esta doctrina: la relación que el hombre tiene con Dios determina la relación del hombre con sus semejantes y con su ambiente. Por eso, la cultura cristiana ha reconocido siempre en las criaturas que rodean al hombre otros tantos dones de Dios que se han de cultivar y custodiar con sentido de gratitud hacia el Creador. En particular, la espiritualidad benedictina y la franciscana han testimoniado esta especie de parentesco del hombre con el medio ambiente, alimentando en él una actitud de respeto a toda realidad del mundo que lo rodea.

En la edad moderna secularizada se asiste al nacimiento de una doble tentación: una concepción del saber ya no entendido como sabiduría y contemplación, sino como poder sobre la naturaleza, que consiguientemente se considera objeto de conquista. La otra tentación es la explotación desenfrenada de los recursos, bajo el impulso de la búsqueda ilimitada de beneficios, según la mentalidad propia de las sociedades modernas de tipo capitalista. Así, el ambiente se ha convertido con frecuencia en una presa, en beneficio de algunos fuertes grupos industriales y en perjuicio de la humanidad en su conjunto, con el consiguiente daño para el equilibrio del ecosistema, de la salud de los habitantes y de las generaciones futuras.

5. Hoy asistimos, a menudo, al despliegue de posiciones opuestas y exasperadas: por una parte, basándose en que los recursos ambientales pueden agotarse o llegar a ser insuficientes, se pide la represión de la natalidad, especialmente respecto a los pueblos pobres y en vías de desarrollo. Por otra, en nombre de una concepción inspirada en el ecocentrismo y el biocentrismo, se propone eliminar la diferencia ontológica y axiológica entre el hombre y los demás seres vivos, considerando la biosfera como una unidad biótica de valor indiferenciado. Así, se elimina la responsabilidad superior del hombre en favor de una consideración igualitaria de la «dignidad» de todos los seres vivos.

76 Pero el equilibrio del ecosistema y la defensa de la salubridad del ambiente necesitan, precisamente, la responsabilidad del hombre, una responsabilidad que debe estar abierta a las nuevas formas de solidaridad. Se necesita una solidaridad abierta y comprensiva con todos los hombres y todos los pueblos, una solidaridad fundada en el respeto a la vida y en la promoción de recursos suficientes para los más pobres y para las generaciones futuras.

La humanidad de hoy, si logra conjugar las nuevas capacidades científicas con una fuerte dimensión ética, ciertamente será capaz de promover el ambiente como casa y como recurso, en favor del hombre y de todos los hombres; de eliminar los factores de contaminación; y de asegurar condiciones adecuadas de higiene y salud tanto para pequeños grupos como para grandes asentamientos humanos.

La tecnología que contamina, también puede descontaminar; la producción que acumula, también puede distribuir equitativamente, a condición de que prevalezca la ética del respeto a la vida, a la dignidad del hombre y a los derechos de las generaciones humanas presentes y futuras.

6. Todo esto necesita puntos firmes de referencia e inspiración: la conciencia clara de la creación como obra de la sabiduría providente de Dios, y la conciencia de la dignidad y responsabilidad del hombre en el designio de la creación.

Mirando el rostro de Dios, el hombre puede iluminar la faz de la tierra y asegurar, con su compromiso ético, la hospitalidad ambiental para el hombre de hoy y del futuro.

En el Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 1990 recordé que «el signo más profundo y grave de las implicaciones morales, inherentes a la cuestión ecológica, es la falta de respeto a la vida, como se ve en muchos comportamientos contaminantes» (n. 7: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 10 de diciembre de 1989, p. 11).

La defensa de la vida y la consiguiente promoción de la salud, especialmente de las poblaciones más pobres y en vías de desarrollo, será, al mismo tiempo, la medida y el criterio de fondo del horizonte ecológico a nivel regional y mundial.

Que el Señor os ilumine y asista en vuestro compromiso en favor de la conservación de la salubridad del ambiente. A su bondad de Padre, rico en amor a cada una de sus criaturas, encomiendo vuestros esfuerzos y, en su nombre, os bendigo a todos.








AL CONGRESO INTERNACIONAL "UNIV 97"


Martes 25 de marzo de 1997



Amadísimos jóvenes:

1. Me alegra daros una cordial bienvenida a todos vosotros, que habéis venido a Roma de más de sesenta países y de cuatrocientas universidades, con ocasión de la tradicional cita del Congreso internacional UNIV, que este año ha llegado a su 30ª edición. Deseo expresar mi complacencia a los organizadores del encuentro y a todos los que, también en el pasado, han puesto su empeño en ofrecer momentos de profundización cultural y de formación integral a estudiantes y profesores universitarios de todo el mundo.

77 La convicción de que la universidad es un lugar privilegiado, en el que se forja el futuro de la sociedad, os impulsa a estudiar con valentía temáticas decisivas para el destino de la humanidad. Ya sabéis que sólo el esfuerzo personal, inspirado en los valores evangélicos, puede dar respuestas adecuadas a los grandes interrogantes del tiempo actual. En efecto, la cultura auténtica es, ante todo, una llamada, que resuena en lo más íntimo de la conciencia y obliga a la persona a mejorarse a sí misma para mejorar la sociedad. El cristiano sabe que existe un nexo inseparable entre verdad, ética y responsabilidad. Por eso, se siente responsable frente a la verdad, al servicio de la cual pone en juego su propia libertad personal.

2. El tema: «Sociedad multicultural: competitividad y cooperación», objeto de vuestro congreso, quiere desautorizar la tesis según la cual, al derrumbarse el mito del colectivismo, no quedaría más remedio que seguir el libre mercado. En realidad, esta tesis muestra cada vez más sus límites, porque abre el camino a una economía «salvaje», que conlleva graves fenómenos de marginación y desempleo e incluso formas de intolerancia y racismo.

Es necesario emprender nuevos caminos, inspirados en firmes supuestos morales. La doctrina social de la Iglesia enseña que en la base de la praxis política, del pensamiento jurídico, de los programas económicos y de las teorías sociales, es preciso poner siempre la dignidad de la persona, creada a imagen de Dios. El ser humano vive y se desarrolla en interacción con los demás: en la familia y en la sociedad. Por eso, el patrimonio que adquiere como resultado de su pertenencia a un grupo en virtud de su nacimiento, de su cultura y de su lengua debe transformarse en factor de encuentro, no de exclusión.

Esto vale mucho más para quien tiene la fe. Siguiendo el ejemplo del Maestro, que «no vino para ser servido, sino para servir» (
Mt 20,28), el cristiano tiene como ideal el servicio, con la convicción de que la sociedad del mañana, para ser mejor, deberá fundarse en la cultura de la solidaridad.Las iniciativas de voluntariado, que habéis ilustrado en el Foro de vuestro congreso, atestiguan que esa ha sido vuestra elección. Centenares de obras socialmente útiles en zonas económicamente pobres y numerosos programas de promoción social y de asistencia son signos de un compromiso no ocasional, con miras a la construcción de un modelo de sociedad inspirado en el Evangelio.

3. En el Mensaje de preparación a la próxima Jornada mundial de la juventud, a la que estáis citados, he querida proponer a los jóvenes la frase del evangelio de Juan: «Maestro, ¿dónde vives: Venid y lo veréis» (cf. Jn Jn 1,38 Jn Jn 1,39). Entre los «lugares» en los que el cristiano encuentra a Jesús, he señalado el dolor humano: «Encontraréis a Jesús allí donde los hombres sufren (...). La casa de Jesús está donde un ser humano sufre por sus derechos negados, sus esperanzas traicionadas, sus angustias ignoradas. Allí, entre los hombres, está la casa de Cristo, que os pide que enjuguéis, en su nombre, toda lágrima» (Mensaje para la XII Jornada mundial de la juventud, 1997, n. 4).

Siguiendo estas indicaciones, las iniciativas de carácter social que promovéis, confirman que deseáis construir un mundo nuevo a partir de la llamada de Cristo.

En efecto, él es la meta final de vuestro compromiso, que no se funda en la simple filantropía. No os contentéis con aliviar las necesidades materiales de los más desfavorecidos: tratad de llevarles a Cristo, porque sólo él puede verdaderamente enjugar todas las lágrimas y dar la salvación.

¡Qué gran campo de apostolado se abre ante vosotros! Quien ha encontrado a Cristo se siente participe de su misión redentora, colaborador suyo en la salvación del hombre. Ser consciente de ello enciende en el corazón la necesidad de conocerlo mejor, para aprender a mirar al hombre con sus mismos ojos de misericordia. A todo ello os llevarán la meditación de la Palabra, la oración, el sacramento de la reconciliación, la Eucaristía y otros medios privilegiados de encuentro con el misterio de su Persona.

4. En el titulo de vuestro Congreso aparece la palabra «competitividad». Para el cristiano ésta es, ante todo, lucha interior para mejorar y crecer en las virtudes hasta identificarse con Cristo. Ese es el modo en que cada uno de vosotros puede hacer fecundo el servicio a los demás, como recordaba el beato Josemaría Escrivá, «pedidle que meta sus designios en nuestra vida; no sólo en la cabeza, sino en la entraña del corazón y en toda nuestra actividad externa» (Amigos de Dios, 249), porque la salvación de la humanidad pasa a través del combate de cada uno para ser santo.

Queridos jóvenes de habla inglesa, poneos cada vez más plenamente en manos del Señor. Que él sea el centro de vuestra vida y la inspiración de vuestro apostolado. Acercaos a otros jóvenes como vosotros, para comprometerlos en la gran tarea de construir una sociedad más verdadera, justa y auténticamente libre. La santísima Virgen María, que estaba al pie de la cruz de Jesús, os sostenga en todo lo que hacéis por la Iglesia y por el mundo.

Queridos jóvenes de lengua francesa, os invito a la XII Jornada mundial de juventud, en París. Allí os reuniréis jóvenes de muchas culturas, pero todos unidos para avanzar en el camino de seguimiento de Cristo, muerto y resucitado para la salvación del mundo. ¡Que Dios os bendiga!

78 Saludo a todos los jóvenes de lengua portuguesa. En este año, dentro de la preparación para el jubileo del año 2000, el Papa os pide que viváis en «coherencia con vuestra fe, testimoniando con esmero vuestra palabra, para que, en la familia y en la sociedad, resplandezca la luz vivificante del Evangelio». ¡Que Dios os bendiga!

5. Queridos jóvenes, ¡gracias por vuestra presencia! ¡gracias por vuestro compromiso! Llevad al mundo la alegría que brota de estar en comunión con Cristo. Sed testigos de la novedad del Evangelio, para colaborar generosamente en la construcción de la civilización del amor.

Con este deseo, que os expreso en la perspectiva de la Pascua ya inminente, os encomiendo a la maternal protección de María y os imparto con afecto mi bendición.









ALOCUCIÓN DEL SANTO PADREJUAN PABLO II


AL FINAL DEL VÍA CRUCIS EN EL COLISEO


Viernes Santo, 28 de marzo de 1997



"Cristus factus est pro nobis oboediens usque ad mortem, mortem autem crucis" (Ph 2,8).

1. "Cristo por nosotros se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz" (Ph 2,8-9). Estas palabras de San Pablo resumen el mensaje que el Viernes Santo nos quiere comunicar. La Iglesia no celebra este día la Eucaristía, casi como queriendo subrayar que no es posible, en el día en que se ha consumado el sacrificio cruento de Cristo en la cruz, hacerlo presente de manera incruenta en el Sacramento.

La Liturgia eucarística se sustituye hoy por el sugestivo rito de la adoración de la Cruz, que he presidido hace poco en la Basílica de San Pedro. Quienes han tomado parte en ella conservan aún viva la emoción experimentada al escuchar los textos litúrgicos sobre la Pasión del Señor.

¿Cómo no sentirse conmovidos por la descripción detallada que hace Isaías del "varón de dolores", despreciado y rechazado de los hombres, que ha tomado sobre sí el peso de nuestros sufrimientos, herido de Dios por nuestros pecados? (cf. Is Is 53, 3ss.).

Y, ¿cómo permanecer insensibles ante "el poderoso clamor y lágrimas" de Cristo, evocadas por el autor de la Carta a los Hebreos? (cf. Hb He 5,7).

2. Ahora, siguiendo las estaciones del Vía crucis, hemos contemplado las dramáticos etapas de la Pasión: Cristo que lleva la Cruz, que cae bajo su peso y agoniza en ella, que en el momento de la agonía ora con aquellas palabras: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23,46), manifestando su total y confiado abandono.

Hoy se concentra en la Cruz toda nuestra atención. Meditamos sobre misterio de la Cruz, que se perpetúa a través de los siglos en el sacrificio de tantos creyentes, de tantos hombres y mujeres asociados a la muerte de

79 Jesús con el martirio. Contemplamos el misterio de la agonía y de la muerte del Señor, que perdura también en nuestros día en el dolor y el sufrimiento de los pueblos e individuos afectados por la guerra y la violencia.

Allí donde el hombre es golpeado y abatido, se ofende y crucifica a Cristo mismo. ¡Misterio de dolor, misterio de amor sin límites!

Quedemos en un recogimiento silencioso ante este misterio insondable.

3. "Ecce Lignum crucis...", "Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo. ¡Venid a adorarlo!"

La Cruz brilla esta tarde con extraordinario fulgor al final del Vía Crucis, aquí, en el Coliseo. Este lugar de la antigua Roma está relacionado en la memoria popular con el martirio de los primeros cristianos. Es, por tanto, un lugar particularmente idóneo para revivir, año tras año, la pasión y la muerte de Cristo. ¡"Ecce lignum Crucis"! ¡Cuántos hermanos y hermanas en la fe participaron de la Curz de Cristo en el periodo de las persecuciones romanas!

El texto de las meditaciones que nos han guiado en el curso de este Vía crucis ha sido preparado por el venerable hermano Karekin I Sarkissian, patriarca Catholicós supremo de todos los armenios. Le quedo cordialmente agradecido y, reconocido también por la visita que me ha hecho recientemente, le saludo junto a todos los cristianos de Armenia. Extiendo mi saludo también al arzobispo Nerses Bozabalian, que ha tomado parte con nosotros al Vía Crucis en representación del Catholicos de Armenia. ¡Muchos hermanos y hermanas de aquella Iglesia y aquella nación han tomado parte en la Cruz de Cristo con el sacrificio de sus vidas! Hoy, en unión con ellos y con todos cuantos, en cualquier rincón de la tierra, en cada continente y en los diversos países del orbe, participan en la Cruz de Cristo con sus sufrimientos y con la muerte, queremos repetir: "Ecce lignum Crucis...", "Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo. ¡Venid a adorarlo!"

4. ¡Mientras se ciernen las sombras de la noche, imagen elocuente del misterio que envuelve nuestra existencia, nosotros gritamos a Ti, Cruz de nuestra salvación, nuestra fe!

Señor, de tu Cruz se desprende un rayo de luz. En tu muerte ha sido vencida nuestra muerte y se nos ha ofrecido la esperanza de la resurrección. ¡Asidos a tu Cruz, quedamos en la espera confiada de tu vuelta, Señor Jesús, Redentor nuestro!

"Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!".

¡Amén!







                                                                                                Abril de 1997




Discursos 1997 73