Discursos 1997 79

DISCURSO EL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS OBISPOS FRANCESES DE LA REGIÓN DE ILE-DE-FRANCE


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


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Sábado 5 de abril de 1997



Señor cardenal;
queridos hermanos en el episcopado:

1. Os doy la bienvenida, pastores de Ile-de-France. Me alegra acogeros en este tiempo de Pascua, durante vuestra peregrinación ad limina Apostolorum. Vuestro gesto manifiesta nuestra comunión en Cristo, para servir a la Iglesia fundada sobre las columnas que son los Apóstoles y que cada día procura ser más fiel a la misión confiada al colegio de los Apóstoles bajo la guía de Pedro.

Agradezco, ante todo, al cardenal Jean-Marie Lustiger, arzobispo de París, la presentación de vuestra región apostólica. Y quisiera saludar a monseñor Olivier de Berranger, que acaba de suceder en Saint-Denis en Francia a monseñor Guy Deroubaix, y le aseguro mi oración por su nuevo ministerio pastoral. Acojo también con placer, junto con los obispos residenciales de Ile-de-France, a monseñor Michel Dubost, ordinario militar de Francia y responsable de la preparación de la Jornada mundial de la juventud.

Hace más de treinta años las antiguas diócesis de París, Versalles y Meaux se reestructuraron con la creación de cinco nuevas diócesis, que ahora tienen su fisonomía propia. Esto no impide una colaboración orgánica entre vosotros en diversos niveles, muy oportuna para el dinamismo de las comunidades cristianas, pues los recursos de los diferentes sectores son, de hecho, bastante desiguales, sobre todo por lo que concierne a los agentes pastorales. A ejemplo de otras grandes metrópolis del mundo, os sentís inclinados a promover la coordinación más armoniosa posible de la vida eclesial, particularmente necesaria para una población que se desplaza con frecuencia de un lugar a otro del territorio. Soy consciente de la amplitud de vuestras tareas en esta importante región activa y llena de contrastes, donde son evidentes tanto las aportaciones positivas como las dificultades de la sociedad actual.

2. En la perspectiva del gran jubileo de la Redención, acontecimiento que interesa a toda la Iglesia, haciéndome eco de diversas orientaciones propuestas en la carta apostólica Tertio millennio adveniente, quisiera hoy subrayar algunos aspectos que deberán caracterizar vuestro ministerio. Estamos en el primero de los tres años de preparación. En París y en las demás diócesis de la región, su punto culminante será la Jornada mundial de la juventud, que os agradezco haber acogido y estar preparando con entusiasmo. Dadles las gracias en mi nombre a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, a los laicos y, muy especialmente, a los jóvenes de todo vuestro país, que trabajan con empeño para que se desarrolle bien ese encuentro mundial de la juventud; conozco los esfuerzos que realizan actualmente por el éxito de ese fuerte tiempo espiritual. Transmitidles la confianza del Papa, que se alegra de viajar a París para alentar a quienes están llamados a construir la Iglesia del próximo milenio.

Ese encuentro, como he dicho en el Mensaje a los jóvenes del mundo con ocasión de la XII Jornada mundial, formará «un icono vivo de la Iglesia». Bajo el signo de la cruz del Año santo, que recibirán los jóvenes de las diócesis de toda Francia, las miradas convergerán hacia Cristo. Como respuesta a los interrogantes de muchos jóvenes, que vuelven a hacerse a su modo la pregunta que plantearon los dos primeros discípulos: «Maestro, ¿dónde vives?» (Jn 1,38), el Señor les renovará intensamente su invitación a seguirlo y a verlo, a permanecer con él y descubrirlo cada vez mejor en su Cuerpo, que es la Iglesia. En este itinerario con Cristo, los jóvenes verán que sólo él puede colmar sus aspiraciones y darles la felicidad verdadera.

Mediante la organización de la Jornada mundial, permitiréis a los pastores y a los fieles de Ile-de-France y de todo vuestro país hacer una experiencia viva de la comunión de la Iglesia, a través de sus miembros de las generaciones más jóvenes. De hecho, una de las llamadas del gran jubileo para el que nos estamos preparando es precisamente la llamada al diálogo entre los fieles de las diferentes naciones, las diferentes espiritualidades y las diferentes culturas. En este mundo donde se desarrollan tanto las comunicaciones, ¿no es necesario que los miembros de la Iglesia universal se conozcan mejor y progresen en la cohesión, puesto que «todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo»? Y san Pablo añade: «Así también Cristo» (1 Co 12, 12). Sabemos que el Apóstol de las naciones apoya su exhortación a la unidad en la diversidad con la exaltación de la caridad, el más grande de los dones de Dios (cf. 1Co 13,13).

3. El jubileo «quiere ser una gran plegaria de alabanza y de acción de gracias sobre todo por el don de la encarnación del Hijo de Dios y de la redención realizada por él» (Tertio millennio adveniente TMA 32). Y el primer año de preparación, centrado en Jesucristo, invita a fortalecer la fe en el Redentor (cf. ib., 42). Es una ocasión providencial para invitar a los fieles a contemplar el rostro de Cristo y redescubrir los sacramentos y los caminos de la oración. Interiorizar los vínculos personales con Cristo es una condición necesaria para acoger la propuesta de vida que encierra el Evangelio y que la Iglesia debe presentar. Se trata de adquirir una conciencia cada día más viva de los dones de gracia que encierra el bautismo, y acoger en lo más íntimo de nuestra alma la presencia de Cristo que santifica a quienes han sido «sepultados con él por el bautismo» (Rm 6,4), para entrar en una vida nueva.

En las orientaciones elaboradas para preparar el gran jubileo, he indicado el bautismo como el primero de los sacramentos que es necesario redescubrir, puesto que es el «fundamento de la existencia cristiana» (Tertio millennio adveniente TMA 41). Por tanto, conviene que algunos jóvenes reciban el bautismo du Representarán, en cierta manera, a sus hermanos y hermanas que, en todo el mundo, siguen el catecumenado de los adultos, gracias al apoyo de las parroquias, las capellanías y los movimientos de jóvenes. Su presencia y su testimonio estimularán a la mayor parte de los que han entrado en la Iglesia desde su infancia a valorar más los dones que han recibido y su condición de cristianos.

81 4. No escatiméis esfuerzos para que la acogida de la palabra de Dios se renueve incesantemente: es necesario que los fieles penetren mejor la Escritura, se familiaricen con ella y vivan su mensaje en la lectio divina. En este sentido, hay que alentar las iniciativas tomadas en diversos niveles para superar una lectura de la Biblia demasiado fragmentaria o demasiado superficial, pues permiten que los bautizados entren de manera reflexiva y meditada en la Tradición de la Iglesia, que nos da la Palabra y nos hace conocer la figura de Cristo.

En vuestro ministerio de enseñanza, velad para que la persona de Cristo sea conocida en toda la riqueza de su misterio: el Hijo consubstancial con el Padre, que se hizo hombre para salvar a la humanidad, reconciliarla con Dios (cf.
2Co 5,20) y reunirla (cf. Jn Jn 11,52). Como en otras épocas, la figura de Cristo es objeto de presentaciones reducti- vas, elaboradas en función de corrientes y tendencias que sólo tienen en cuenta una parte de la Revelación auténtica recibida y transmitida por la Iglesia. A veces se desconoce la divinidad del Verbo encarnado, lo cual va acompañado de una cerrazón del hombre en sí mismo; en otros casos, se subestima la realidad misma de la Encarnación, de la entrada del Hijo de Dios en la condición humana histórica, y esto lleva a desequilibrar la cristología y el sentido de la Redención.

Esta presentación a grandes rasgos lleva a subrayar la importancia de la catequesis, como hice en la carta apostólica Tertio millennio adveniente (cf. n. 42). Quisiera alentar de nuevo a todos los que, con generosa disponibilidad, trabajan en la organización y la animación de la catequesis de los niños, de los jóvenes y también de los adultos. Más generalmente, es indispensable desarrollar una pastoral de la inteligencia, de la cultura iluminada por la fe. Vuestros informes hablan de múltiples organizaciones de formación, como la Escuela catedral de París o los diferentes centros diocesanos activos en los mismos campos. La cercanía del gran jubileo debería intensificar estos esfuerzos, para que sea mayor el número de los bautizados dispuestos a testimoniar la riqueza del misterio cristiano. Por otra parte, precisamente con este espíritu se ha propuesto a los participantes en la Jornada mundial de la juventud que sigan una catequesis confiada a algunos obispos de los cinco continentes. De esa forma, desearán proseguir luego la búsqueda en sus diócesis, a fin de adquirir una formación espiritual a la altura de las cuestiones planteadas por sus conocimientos científicos y técnicos (cf. Gaudium et spes GS 11-16).

5. El Evangelio no tendría toda su fuerza de experiencia vivida si la Iglesia no estuviera vivificada por el Espíritu Santo; por eso está en el centro de los temas propuestos para el segundo año de preparación del gran jubileo. El Espíritu de verdad, que viene del Padre, da testimonio de Cristo; y el cuarto evangelio añade en seguida: «Pero también vosotros daréis testimonio» (Jn 15,27). Tanto a los jóvenes como al conjunto de los fieles les corresponde ocuparse de la misión universal que Cristo confió a sus discípulos: misión ardua, desde el punto de vista humano, pero posible gracias a los dones del Espíritu derramados en todo el cuerpo eclesial solidario. Recordáis de buen grado el hecho de que los jóvenes, en el momento de pedir el sacramento de la confirmación, muestran un compromiso real en la fe y en la misión de la Iglesia. ¡Ojalá que reciban de sus pastores y de sus comunidades el apoyo necesario para hacer fructificar los dones recibidos y para perseverar en su decisión! La Jornada mundial, al igual que la preparación del jubileo, pueden ser verdaderas piedras miliares en el camino de los jóvenes que toman el testigo de la misión eclesial.

6. El jubileo será un tiempo privilegiado de conversión. Debemos lograr que nuestros hermanos y hermanas cristianos, al igual que todos nuestros contemporáneos, comprendan mejor que el mensaje cristiano es una buena nueva de liberación del pecado y del mal y, al mismo tiempo, un fuerte llamamiento a volver a elegir el bien. Es necesario dar gracias por el amor misericordioso del Padre, siempre dispuesto a perdonar. Parece que, según el modo de pensar de muchos, con frecuencia no se comprende bien el camino de la penitencia, porque en cierta manera se lo aísla de la doble e inseparable ley positiva del amor a Dios y al prójimo, e igualmente porque se cuenta demasiado con el esfuerzo humano por progresar y, por otra parte, porque no siempre las personas están dispuestas a reconocer el alcance real de su responsabilidad en los actos realizados. La verdadera conversión es don gratuito de Dios, acogido con alegría y acción de gracias, y con la decisión de hacer que nuestra existencia sea conforme con la condición de hijos de Dios que el Redentor nos adquirió. Si se conociera mejor el sentido cristiano de la penitencia, el sacramento de la reconciliación no sufriría el desinterés que constatamos, y nuestros contemporáneos se afianzarían en la esperanza.

El redescubrimiento del amor benévolo de Dios, en lo más íntimo de las conciencias, cobrará todo su sentido si el jubileo es también el tiempo del amor a los pobres y a los más necesitados, de una renovación en profundidad de las relaciones sociales. El sentido tradicional del año jubilar implica una renovación de las relaciones entre las personas en toda la sociedad; sería necesario hacer comprender a todos que esta etapa de nuestra historia es una ocasión privilegiada de reconciliación y que nos lleva hacia una mejor convivencia en el futuro. Nuestra memoria común tiene que aclararse y purificarse; es decir, reconociendo con lucidez las debilidades y las faltas de unos y otros, y liberándonos de antiguos gérmenes de división o incluso de rencores, podremos responder mejor a los desafíos de nuestro tiempo. En el mundo actual, hay mucho que hacer para construir la paz, promover la distribución de los bienes de la creación, y asegurar el respeto a la vida y a la dignidad de la persona. Estos aspectos deberían presentarse claramente en la cercanía del nuevo milenio.

7. Los pastores y los fieles, animados por el amor a la humanidad, tienen que descifrar las expectativas del mundo actual, con sus dudas y sus sufrimientos. No se puede anunciar la buena nueva sin captar las necesidades profundas de las personas, sin reaccionar contra las fracturas que afligen a la sociedad. En pocas palabras, ante una civilización en crisis, a la que la secularización aparta de sus raíces espirituales, es necesario responder con la edificación de la civilización del amor (cf. Tertio millennio adveniente TMA 52). Debemos proponer especialmente este objetivo a los jóvenes que asumen su responsabilidad en la Iglesia y en la sociedad; confirmados en la esperanza, estarán dispuestos a caminar con Cristo al lado del hombre de hoy, haciendo que reconozca su presencia mediante su testimonio.

Estos propósitos esenciales suponen que el diálogo permanece abierto a las diversas corrientes de la sociedad. En los intercambios sinceros, más allá de las polémicas, se podrán discernir los signos de esperanza de la época. Y para que estos intercambios den todos sus frutos, conviene preparar a los cristianos para realizarlos de modo claro, firmes en su fe y, a la vez, animados por la comprensión hacia quienes no la comparten o la rechazan. Es preciso que sepan dar las explicaciones necesarias ante las presentaciones reductivas del cristianismo, que se producen frecuentemente. Han de procurar expresar constantemente de manera positiva el sentido cristiano del hombre en la creación, el mensaje de la esperanza, y las exigencias morales que derivan de la fe; deben hacer penetrar el espíritu evangélico en el orden temporal (cf. Apostolicam actuositatem AA 5). Los pastores y los laicos tienen que proseguir sus esfuerzos para analizar a fondo los problemas, en diálogo con las personas, y también con la opinión en la que influyen los medios de comunicación. En este orden de ideas, la carta de los obispos a los católicos de Francia, Proponer la fe en la sociedad actual, será una guía particularmente útil.

8. Como dije el año pasado al Comité que prepara el gran jubileo, «la renovación apostólica que la Iglesia quiere realizar con vistas al jubileo implica el redescubrimiento auténtico del concilio Vaticano II» (4 de junio de 1996, n. 5: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 14 de junio de 1996, p. 7), con fidelidad y apertura, y con una actitud constante de escucha y discernimiento de los signos de los tiempos. El Concilio ha dado una «significativa ayuda a la preparación de la nueva primavera de vida cristiana que deberá manifestar el gran jubileo» (Tertio millennio adveniente TMA 18). Nos ha dado el ejemplo de una actitud humilde y lúcida. Nos ha mostrado también la grandeza de la herencia que hemos recibido y que la Iglesia nos transmite, sobre todo gracias al ejemplo de los numerosos santos y mártires que enriquecen nuestra historia hasta nuestros días.

Estamos en el tiempo del diálogo ecuménico fraterno con los cristianos que aspiran a la unidad plena. El deseo de dar nuevos pasos decisivos en el camino de la unidad se hace legítimamente más fuerte; sería un hermoso fruto del jubileo lograr que el conjunto de los fieles se interesara en el movimiento ecuménico. Inspirad y desarrollad lo que ya se hace en este sentido en vuestro país. El diálogo con las demás Iglesias y comunidades eclesiales sólo puede llevarse a cabo si los fieles comparten el espíritu de ese diálogo en las diócesis, las parroquias y los movimientos. El Concilio también ha abierto el camino del diálogo interreligioso con los creyentes de otras tradiciones espirituales: con respeto mutuo y reconocimiento de lo que cada uno tiene de verdadero y bueno, sin confusiones prematuras y mediante una búsqueda exigente de la verdad, unas relaciones interpersonales confiadas permitirán progresar hacia la armonía de la familia humana que Dios ha querido.

9. Queridos hermanos en el episcopado, en el umbral del tercer milenio, guiad al pueblo de Dios en su peregrinación a través del mundo, a ejemplo de Cristo que, mediante su Espíritu, nos lleva al Padre. Debemos destacar especialmente el sacramento de la Eucaristía, memorial auténtico del sacrificio redentor y presencia real de Cristo en la Iglesia hasta el fin de los tiempos. ¡Que vuestro ministerio de administradores de los misterios de Dios lleve a vuestros diocesanos a celebrar el jubileo como una gran alabanza a la santísima Trinidad, que llama al mundo a dejarse conquistar por su amor!

82 María, que es para todos modelo de fe vivida, de escucha del Espíritu con esperanza, y de amor perfecto a Dios y al prójimo, acompaña a la Iglesia a lo largo del camino. «Su maternidad, iniciada en Nazaret y vivida en plenitud en Jerusalén junto a la cruz, se sentirá (...) como afectuosa e insistente invitación a todos los hijos de Dios, para que vuelvan a la casa del Padre escuchando su voz materna: "Haced lo que Cristo os diga" (cf. Jn Jn 2,5)» (Tertio millennio adveniente TMA 54).

En espera de nuestro gran encuentro de París en el mes de agosto para la Jornada mundial de la juventud, encomiendo vuestro ministerio y vuestras comunidades al Señor, a Nuestra Señora y a los santos patronos de vuestras diócesis. De todo corazón os imparto a vosotros, así como a todos vuestros diocesanos, la bendición apostólica.






A LOS OBISPOS DE RITO LATINO DE BIELORRUSIA


EN VISITA «AD LIMINA»


Lunes 7 de abril de 1997



Venerado señor cardenal;
amadísimo monseñor obispo de Grodno:

1. «¡Paz a vosotros!» (Mt 28,9). Al encontrarme con vosotros, hago mío con alegría el saludo de Cristo resucitado. A través de vosotros, lo dirijo a las comunidades eclesiales de vuestro amado país, que están viviendo una providencial primavera, después del invierno de la persecución violenta que se prolongó durante muchos decenios, expresándose en la descristianización sistemática de las poblaciones, y especialmente de los jóvenes, en la destrucción casi total de las estructuras eclesiásticas y en la clausura forzada de los lugares de formación cristiana.

Ante el actual renacimiento espiritual, ¡cómo no dar gracias, ante todo, al Señor, que os ha abierto las puertas de la libertad de culto, si bien aún relativa, y ha movido los corazones para permitir la entrada en vuestro país de jóvenes fuerzas sacerdotales y religiosas, así como la construcción o la restauración de numerosas iglesias y capillas! Esto se ha hecho también gracias a la ayuda solidaria de numerosos hermanos y hermanas esparcidos por el mundo, a los que expreso mi gratitud. Por tanto, damos gracias de corazón a Dios, Padre de bondad, que ha escuchado finalmente el clamor de su pueblo oprimido, y a los numerosos hombres y mujeres de buena voluntad que se han convertido en instrumentos de su solicitud, por la progresiva reconstrucción del entramado comunitario eclesial en Bielorrusia, aun en medio de grandísimas dificultades.

2. A esta obra de reconstrucción «física » y espiritual de vuestra patria siguió, ya hace tres años, el reconocimiento estatal como persona jurídica de la archidiócesis de Minsk-Mohilev y de la diócesis de Pinsk, mientras se han hecho visibles paulatinamente los vínculos con la Sede apostólica mediante el nombramiento y la presencia «in loco» de un representante pontificio, signo de mi particular solicitud y de mi amor a vuestra Iglesia local y a toda Bielorrusia.

Confío en que se seguirá avanzando por el camino ya emprendido, en conformidad con lo que se ha establecido y prometido en los acuerdos bilaterales, con los reconocimientos jurídicos y los reglamentos administrativos, tanto en favor de quienes, aun no siendo ciudadanos bielorrusos, prestan actualmente su generosa obra apostólica en el país, como de los institutos de religiosos y religiosas que desean abrir casas en el territorio.

También en Bielorrusia la Iglesia católica quiere ser un signo de esperanza para quienes gastan sus energías con vistas a un futuro mejor de paz y reconciliación para todos. Son dignos de aliento y apoyo el esfuerzo de estructuración pastoral de la diócesis de Grodno y el compromiso del Sínodo diocesano de Minsk-Mohilev y de Pinsk.

3. Venerados hermanos en el episcopado, contemplando vuestro fervor y el de los sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, no se puede menos de mirar con confianza responsable hacia el futuro. Que os sostenga la certeza del amor de Dios, que dirige las vicisitudes de los hombres y tiene en sus manos el destino de la historia. Os guíe la Virgen María, a quien vuestro pueblo venera y ama especialmente en el santuario de Budslav.

83 Animado por esta certeza, quisiera detenerme ahora a considerar con vosotros algunas graves cuestiones sociales y religiosas, que habéis querido presentar al Obispo de Roma en vuestros informes quinquenales, preparados para esta visita «ad limina Apostolorum».

Os preocupa la situación cultural, social, económica y política de vuestro país, que se presenta difícil e inestable; os angustia, asimismo, el progresivo empobrecimiento de amplios sectores de la sociedad, que despierta en algunos una peligrosa nostalgia del pasado.

Prestáis constante atención a estos problemas, dispuestos a dar todo tipo de contribución útil para su solución. Sin embargo, vuestra preocupación se centra especialmente en las «emergencias » religiosas, que habéis puesto de relieve durante los coloquios de estos días. Ante todo, os empeñáis en la atención y la formación de los sacerdotes, que animan a los laicos y a las comunidades cristianas en su renovación espiritual. Les doy las gracias, porque su ministerio es particularmente duro, y soy muy consciente de ello.

En efecto, después de tantos años de abandono, el ambiente en que trabajan es, con frecuencia, hostil; el campo que hay que arar está lleno de zarzas y espinos. En general, los fieles están dispersos en zonas muy vastas y todavía tienen miedo. La soledad de los sacerdotes a veces es difícil de soportar, ya que, frecuentemente por necesidades pastorales, viven lejos unos de otros. También hay entre ellos poca homogeneidad en su origen, formación, experiencia de vida y mentalidad.

Amadísimos sacerdotes, consciente de vuestras dificultades, me dirijo a vosotros con afecto, os abrazo y os repito la exhortación que dirigí al comienzo de mi pontificado romano a toda la Iglesia: «¡No temáis!, ¡abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!» (L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de octubre de 1978, p. 4). El Señor Jesús ha vencido al mundo (cf. Jn
Jn 16,33) y, junto con él, vosotros ya habéis vencido también.

Amados hermanos en el episcopado, no necesitáis que os recomiende amar a vuestros sacerdotes y sostenerlos con la oración y cercanía, con la palabra y también con ayuda material, porque ya lo hacéis con generosa entrega. Sólo quiero exhortaros a perseverar. Proseguid la buena tradición de las reuniones mensuales del clero. El encuentro del obispo con los sacerdotes es siempre una ocasión providencial de fraternidad y crecimiento espiritual. Seguid apoyando a los presbíteros en su esfuerzo ascético personal y en su formación permanente, inspirándoos en las indicaciones del concilio Vaticano II para la necesaria actualización. Que ninguna dificultad os desanime o frene vuestro entusiasmo apostólico.

4. Al hablar de la formación, no sólo me refiero a la permanente, destinada a los presbíteros, sino también a la preparación de los candidatos al sacerdocio. ¿Acaso no es éste el problema más urgente? Discernir a los llamados, cultivar su vocación y seguir su itinerario formativo es un compromiso del que depende el futuro de la Iglesia en el país. Es necesario preparar a sacerdotes que, gradualmente, tomen el puesto de quienes han llegado de otras regiones y han estado trabajando con tanta generosidad entre vosotros durante estos años. Habrá que hacer el mismo esfuerzo en favor del seminario interdiocesano de Grodno, recién renovado, para que así, poco a poco, puedan guiarlo superiores y profesores originarios del país. Ciertamente, por el momento no es fácil la formación de los sacerdotes, llamados a ser «homines Dei et hominum», porque aún se sienten fuertemente las consecuencias del «homo sovieticus», modelado durante decenios de régimen ateo. A este respecto, no os dejéis llevar por el desaliento. Contad, más bien, con la gracia sanante de Cristo, con la generosidad que brota de una vocación de amor total y oblativo, y con la obra espiritual y pluridisciplinar de los educadores.

«La mies es mucha y los obreros pocos » (Mt 9,37), nos recuerda Jesús en el Evangelio. En espera de los frutos del actual esfuerzo formativo, mirad a vuestro alrededor y llamad con insistencia a la puerta de otras Iglesias particulares, para obtener sacerdotes, religiosos y religiosas de diversa proveniencia, considerando también la actitud del Gobierno a este respecto.

Además, en el campo de la vida religiosa, os ha de brindar luz para el camino y consuelo en las dificultades la exhortación apostólica Vita consecrata, que manifiesta de manera muy precisa la estima de la Iglesia por la vida consagrada, por lo que es en sí misma y por el sentido eclesial que debe tener quien sigue más de cerca a Cristo.

5. Otro aspecto del trabajo pastoral que quisiera poner de relieve es el apostolado con los «intelectuales», es decir, con quienes trabajan en los diferentes campos de la cultura. Se trata de una tarea que no hay que descuidar, aunque sé bien que la prioridad que habéis establecido es la atención a la juventud y la familia. En efecto, todo parece ser prioritario si se considera, por una parte, el colapso ético de la sociedad y, por otra, la mentalidad «soviética», aún presente en el hombre común.

Es necesario programar una acción de nueva evangelización audaz y adecuada a las nuevas situaciones históricas y sociales del momento actual. Dedicaos de forma incansable a esta acción evangelizadora, especialmente teniendo en cuenta la gran cita histórica del jubileo del año 2000.

84 La nueva evangelización no puede prescindir de una valiente acción de promoción humana, con tal de que se oriente al servicio de todo hombre y de todo el hombre. A este respecto, la actividad que realiza la Cáritas puede dar una contribución significativa. Mientras me alegro con vosotros porque se ha establecido, al menos como estructura central, en las tres diócesis bielorrusas, espero que pueda desarrollarse mediante organizaciones y obras, beneficiándose, sobre todo, de la ayuda de seglares honrados y fervorosos, competentes y sensibles ante las necesidades de los niños, los enfermos, los pobres, los ancianos y de quienes buscan una preparación adecuada para la vida.

6. No puedo concluir este encuentro sin recordar que en Bielorrusia el diálogo con nuestros hermanos y hermanas ortodoxos se verá facilitado por el hecho de que los católicos pueden decir como ellos: «También nosotros somos de aquí». Es evidente que la presencia y el apostolado de la Iglesia no son «proselitistas » ni «misioneros», según la connotación negativa que tienen a veces estos términos en el ambiente ortodoxo. Los sacerdotes están presentes como pastores de la grey, para responder a las necesidades de asistencia espiritual que todo creyente tiene derecho a recibir.

Procurad, pues, entablar sobre todo el diálogo de la caridad con quienes pertenecen a otras religiones, o no pertenecen a ninguna. Preocupaos, ante todo, por tener relaciones fraternas con aquellos a quienes os unen, aunque en una comunión aún imperfecta, los valores del Evangelio, las bienaventuranzas, el padrenuestro, la piedad mariana, los mismos sacramentos, la misma sucesión apostólica y el amor a la Iglesia, que encuentra su icono en el misterio de la santísima Trinidad.

Es legítima la colaboración con ellos y con sus pastores en iniciativas humanas, culturales, caritativas y religiosas, en la medida en que no lo impidan razones de fidelidad al «depositum fidei», aunando siempre prudencia y valentía.

Dado que para los fieles de rito greco-católico en el territorio bielorruso no hay actualmente una jerarquía constituida, deseo aprovechar esta oportunidad para saludarlos y bendecirlos, y asegurarles que sus alegrías y tristezas, sus angustias y esperanzas, así como las de los amadísimos fieles de rito latino son también las mías, al igual que las de toda la humanidad (cf. Gaudium et spes
GS 1).

A vosotros, y a las poblaciones encomendadas a vuestra solicitud pastoral, imparto mi afectuosa bendición.






A LOS MIEMBROS DE LA FUNDACIÓN PAPAL


Martes 8 de abril de 1997



Eminencias;
excelencias;
queridos amigos en Cristo:

Me agrada siempre recibir a los miembros de la Fundación papal, durante su ya tradicional visita anual a Roma. Ante la tumba del apóstol Pedro, nos unimos a toda la Iglesia en el gran himno de alabanza al Padre durante esta Pascua, en acción de gracias por la resurrección de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A través de la Fundación, expresáis vuestra unión con el Sucesor de Pedro, el fundamento visible de la unidad y la paz de la Iglesia. Estáis verdaderamente cercanos a mi corazón y presentes en mis oraciones.

85 Este año, como preparación para el gran jubileo del año 2000, toda la Iglesia ha sido llamada a reflexionar en Cristo, el Verbo de Dios, que se hizo hombre por el poder del Espíritu Santo (cf. Tertio millennio adveniente TMA 40). Como cristianos, nuestras acciones deberían manifestar siempre la presencia en nuestra vida del misterio de salvación, en el que hemos sido incorporados por el bautismo. En unión de mente y corazón con el Señor, debemos esforzarnos por vivir el mismo estilo de vida de Cristo: «Todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo» (Ga 3,27). La gracia más grande que podría invocar sobre vosotros es ésta: que vuestra fe se fortalezca y vuestro amor se renueve.

La Fundación papal es una obra de fe y amor. Esto significa apoyar el ministerio del Papa y las iniciativas que la Sede apostólica desea promover en diversos lugares del mundo al servicio del Evangelio. Os agradezco vuestra generosidad y los incansables esfuerzos que habéis hecho para alcanzar cada vez más los objetivos de la Fundación.

Que María, Madre del Redentor, interceda por vosotros, por vuestras familias y por todos los que sostienen la Fundación. Como prenda de la gracia que brota de la fidelidad a Cristo y a su Iglesia, os imparto cordialmente mi bendición apostólica.





DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II


A UNA DELEGACIÓN CROATA CON MOTIVO DEL INTERCAMBIO DE LOS INSTRUMENTOS DE RATIFICACIÓN DE TRES ACUERDOS ESTIPULADOS ENTRE LA SANTA SEDE Y LA REPÚBLICA DE CROACIA


Jueves 10 de abril de 1997



Señor viceprimer ministro y distinguidas autoridades;
venerados hermanos en el episcopado:

Agradezco de corazón al doctor Jure Radia, viceprimer ministro de la República de Croacia y presidente de la Comisión estatal para las relaciones con las comunidades religiosas, las amables palabras que me ha dirigido, también en nombre de las más altas autoridades de Croacia. Saludo cordialmente al señor cardenal Franjo Kuharia y a los demás eclesiásticos que han venido aquí para esta ocasión. A todos doy mi más cordial bienvenida. ç

El motivo de vuestra visita es el intercambio de los instrumentos de ratificación de tres Acuerdos estipulados entre la Santa Sede y la República de Croacia, que ha tenido lugar ayer en este palacio apostólico. Se trata de los siguientes documentos: 1) Acuerdo entre la Santa Sede y la República de Croacia sobre cuestiones jurídicas; 2) Acuerdo entre la Santa Sede y la República de Croacia sobre la colaboración en el campo educativo y cultural, y 3) Acuerdo entre la Santa Sede y la República de Croacia sobre la asistencia religiosa a los fieles católicos, miembros de las Fuerzas armadas y de la Policía de la República de Croacia.

Me alegra que estos acuerdos ofrezcan ahora un claro marco jurídico para la obra de la Iglesia católica en la República de Croacia, permitiéndole cumplir de modo adecuado su misión. Como es sabido, estos acuerdos se fundan en tres principios básicos, que son la libertad religiosa, la distinción entre la Iglesia y el Estado, y la necesidad de colaboración entre las dos instituciones.

El respeto a la libertad religiosa sirve de trasfondo para establecer las relaciones mutuas entre la comunidad eclesial y la política. Para la Iglesia católica, este principio ha quedado recogido en los documentos del concilio Vaticano II y, después, en el Código de derecho canónico. Con la llegada de la democracia, esta norma ha sido sancionada también en la Constitución de la República de Croacia.

La distinción entre Iglesia y Estado, que son dos entidades independientes y autónomas, cada una en su orden, es el segundo principio inspirador de estos acuerdos. Cada una tiene su campo específico de acción; son diversos sus orígenes, sus finalidades y los medios para alcanzarlas. Sin embargo, la Iglesia y el Estado se encuentran en el hombre que es, como ciudadano, miembro de un Estado, y en cuanto creyente, miembro de la Iglesia católica.


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