Discursos 1997 108


VIAJE APOSTÓLICO A LA REPÚBLICA CHECA

CEREMONIA DE BIENVENIDA



109

Aeropuerto internacional de Praga

Viernes 25 de abril de 1997



Señor presidente de la República;
señor cardenal arzobispo de Praga;
venerados hermanos en el episcopado;
ilustres autoridades políticas, civiles y militares;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Hace dos años, al llegar a este aeropuerto para una visita de intenso programa pastoral, que me iba a llevar a Moravia y luego a Polonia, ante la necesidad de reducir a pocas horas mi estancia en Praga, os manifesté el deseo de estar con vosotros «durante más tiempo, en el año 1997, con ocasión de las celebraciones del milenario del martirio de san Adalberto» (L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 9 de junio de 1995, p. 7).

Ese deseo se ha cumplido hoy: por la gracia de Dios, me encuentro nuevamente aquí, para vivir con vosotros el acontecimiento al que os habéis preparado a lo largo de estos diez años.

En efecto, fue el cardenal František Tomášek, que en paz descanse, quien convocó, con auténtico espíritu profético, el «decenio de renovación espiritual» para la preparación al milenario de san Adalberto. Al ser un hombre de Dios, como Abraham «esperó contra toda esperanza » (cf. Rm Rm 4,18). Y fue premiado: vio la canonización de Inés de Bohemia, el proceso de afianzamiento de los principios democráticos, incluso antes de la caída del muro de Berlín, y la restitución de la libertad a la Iglesia, tras largos años de persecución. Después de tener la alegría de acoger al Papa en abril de 1990, ciertamente ha gozado desde el cielo al verme volver otras dos veces a su pueblo. En verdad, ¡la historia está dirigida por la mano omnipotente de Dios!

2. Le agradezco de corazón, señor presidente, el hecho de haber venido a darme la bienvenida, también en nombre de toda la querida República Checa, que usted representa con tan gran prestigio, dado que ha sido uno de los artífices del renacimiento de este país.

110 A usted, querido señor cardenal arzobispo de Praga, y a todos sus hermanos en el episcopado, les saludo y les expreso mi alegría por estar de nuevo en esta amada tierra, al culminar las celebraciones en honor de san Adalberto, preparadas y organizadas con gran acierto pastoral. Saludo con afecto a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a los fieles de esta tierra de santos, así como a todos los ciudadanos de la República.

3. Como sabéis, el motivo que me ha traído de nuevo a vosotros es doble: queremos celebrar el domingo la solemnidad de san Adalberto y, con esa ocasión, meditar en el mensaje que brota del decenio de renovación espiritual.

El milenio y el decenio: he vuelto precisamente para vivir con vosotros estos dos grandes momentos de la vida histórico-espiritual de vuestra patria. Y he venido con mucho más gusto, porque este año 1997 es también el primero del trienio de preparación inmediata para el gran jubileo del año 2000.

¿Cómo no percibir un hilo de oro que une entre sí estos tres grandes acontecimientos? En este momento, que despierta en mí gran emoción, no puedo por menos de recordar las palabras que os dirigí en la homilía, pronunciada aquí en Praga el año 1990, hablando del decenio, proclamado por el cardenal Tomášek, como una «invitación clarividente » a profundizar en la historia religiosa y cívica de vuestra patria (cf. Homilía en la explanada de Letná, n. 4: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de abril de 1990, p. 5).

Se trata de una invitación a afrontar los desafíos del presente, sacando luz y fuerza del pasado. Y ese haz de luz nos llega del martirio de san Adalberto, que tuvo lugar hace mil años. La figura dulce y atractiva de este santo obispo habla con la misma fuerza también a la generación actual. Como dije en aquella homilía, fue «el primer checo en la cátedra episcopal de Praga, el primer checo de importancia realmente europea. (...) San Adalberto, junto con los patronos de Europa Benito, Cirilo y Metodio, pertenece a los fundadores de la cultura cristiana en Europa, especialmente en Europa central» (ib.).

4. El decenio y el milenio se armonizan muy bien con la preparación al jubileo del año 2000 que, en 1997, se centra en «Jesucristo, único salvador del mundo, ayer, hoy y siempre». Como señalé en la carta apostólica Tertio millennio adveniente, estamos llamados a profundizar en su misterio, volviendo «con renovado interés» a la Biblia y redescubriendo el bautismo como «fundamento de la existencia cristiana» (cf. nn. 40-41). Se trata de un compromiso importante también bajo la perspectiva ecuménica, ya que «la acentuación de la centralidad de Cristo, de la palabra de Dios y de la fe no debería dejar de suscitar en los cristianos de otras confesiones interés y acogida favorable» (n. 41).

Me alegra de manera especial pronunciar estas palabras pensando en los queridos hermanos y hermanas de las demás Iglesias y comunidades cristianas que viven en esta República. A la vez que los saludo cordialmente, quiero decirles «hasta la vista» en la reunión de plegaria ecuménica, que celebraremos el domingo por la tarde en la catedral de los santos Vito, Wenceslao y Adalberto.

Confío en que las motivaciones espirituales de esta visita encuentren un eco también entre las personas que, por diversos motivos, se sientan alejadas de la Iglesia y de la religión en general. En mis experiencias de joven sacerdote y de obispo en Cracovia pude encontrarme con muchas de estas personas que buscan la verdad, y siempre he sentido gran respeto ante la tribulación interior que a menudo experimentan.

Estoy seguro de que la herencia de los valores cristianos, de los que san Adalberto fue testigo privilegiado en tiempos marcados por la ignorancia y la barbarie, no deja indiferentes a las personas que, aunque estén alejadas de la fe, conservan la estima por las raíces civiles, culturales y espirituales, que han marcado tan profundamente la historia de vuestra patria.

5. Durante mi viaje apostólico, voy a ir al monasterio benedictino de Brevnov, fundado hace 1004 años por san Adalberto. A él encomiendo el éxito de mis pasos de peregrino, esperando que estas celebraciones milenarias constituyan un nuevo paso adelante en la siempre creciente maduración espiritual y ética de todos los amadísimos hijos de esta tierra bendita.

Señor presidente, venerados hermanos, señoras y señores, con estos deseos, que me brotan del corazón, renuevo mi agradecimiento sincero por la acogida que me han dispensado y encomiendo a la bendición de Dios omnipotente vuestras personas, vuestras familias, vuestra patria, firmemente encaminada, a pesar de las comprensibles dificultades, hacia horizontes de paz, de progreso y de colaboración interna e internacional.

111 ¡Alabado sea Jesucristo!





VIAJE APOSTÓLICO A LA REPÚBLICA CHECA


DURANTE EL ENCUENTRO CON LOS OBISPOS


DE LA REPÚBLICA CHECA


Nunciatura apostólica de Praga

Viernes 25 de abril de 1997



Señor cardenal;
amadísimos hermanos en el episcopado:

1. He deseado vivamente este encuentro con vosotros, que tenéis la responsabilidad de guiar en la fe y gobernar en la caridad al pueblo de Dios en estas regiones. Doy gracias a Dios porque tengo la oportunidad de estar hoy aquí entre vosotros, en esta casa que es acogedora para todos, porque es, en cierto sentido, la casa del Papa.

Os agradezco el esmero con que habéis preparado esta visita. Ojalá que produzca abundantes frutos de renovación en la vida cristiana de vuestras respectivas diócesis y circunscripciones eclesiásticas, cuyo número ha aumentado en pocos años con la reciente erección de las diócesis de Plzeo en Bohemia y de Ostrava-Opava en Moravia y Silesia.

Os saludo con afecto a cada uno, comenzando por usted, amadísimo cardenal arzobispo de Praga y sucesor de san Adalberto, y usted, monseñor arzobispo de Olomouc, recordando con placer la acogida que me brindaron usted y sus fieles durante la peregrinación de hace dos años. Dirijo un saludo especial también a monseñor Karel Otcenášek, en cuya diócesis tendré la alegría de celebrar, mañana, la santa misa para la juventud. Veo con satisfacción al exarca apostólico del nuevo exarcado para los fieles de rito bizantino-eslavo residentes en la República Checa. Además de los obispos residenciales, deseo saludar a los auxiliares, entre los que se hallan los dos de Praga, que han recibido recientemente la ordenación episcopal.

Estoy aquí para dar gracias a Dios, junto con vosotros, por los dones espirituales con que ha bendecido a la Iglesia en Bohemia, Moravia y Silesia durante el decenio de renovación espiritual, convocado por el inolvidable cardenal František Tomášek, en tiempos aún densos de tinieblas, para preparar a los creyentes al milenario del martirio de san Adalberto.

2. Esta tarde, san Adalberto nos habla de su vida de obispo, devorado por el celo en favor de la grey que se le había confiado y, al mismo tiempo, muy unido a Dios, según el ideal benedictino de oración y acción. La antigua biografía, escrita por Bruno de Querfurt, define de forma lapidaria su fisonomía de obispo: Bene vixit, bene docuit, ab eo quod ore dixit nusquam opere recessit: «Vivió de forma admirable, enseñó de forma admirable; sus obras nunca contradijeron a sus palabras» (Leyenda Nascitur purpureus flos, XI). Asimismo, nos define eficazmente sus virtudes de monje, su amor a la oración, al silencio, a la humildad, a la vida oculta: Erat laetus ad omne iniunctum opus, non solum maioribus sed etiam minoribus oboedire paratus, quae est prima via virtutis: «Se alegraba por cualquier trabajo que le encomendaban; estaba dispuesto a obedecer no sólo a los superiores, sino también a los inferiores, y este es el primer camino de la virtud» (ib., XIV).

Su rica personalidad, su fuerte y amable figura de hombre sensible a los valores de la civilización cristiana, de obispo abierto a las grandes dimensiones europeas, que tuvo el carisma de unir en un solo anhelo de apostolado a las diversas naciones de Europa, constituye para nosotros un modelo. Fue un pastor íntegro y tenaz, que frente a la corrupción y a las debilidades permaneció fiel a la inmutable ley de Dios; fue misionero valiente y responsable, llamado a ampliar cada vez más los horizontes de la evangelización y del anuncio.

112 3. San Adalberto afrontó en la sociedad de su tiempo, tanto civil como eclesiástica, desafíos de enorme gravedad, comprometiéndose en una obra significativa que, aunque no dio inmediatamente frutos visibles, produjo con el tiempo efectos que aún perduran.

Los desafíos que vosotros, amadísimos obispos, tenéis que afrontar hoy no son menos arduos que los de entonces. Pienso, en primer lugar, en la indiferencia religiosa que, como afirmé en la carta apostólica Tertio millennio adveniente, lleva a muchas personas a vivir como si Dios no existiera o a contentarse con una religiosidad vaga, incapaz de enfrentarse con el problema de la verdad y el deber de la coherencia (cf. n. 36). Cuarenta años de opresión sistemática de la Iglesia, de eliminación de sus pastores, obispos y sacerdotes, de intimidación de las personas y de las familias, pesan gravemente sobre la generación actual. Se puede comprobar, en particular, en el ámbito de la moral familiar, como lo ponen de manifiesto algunos datos estadísticos publicados con ocasión del Año internacional de la familia. Casi la mitad de los matrimonios se divorcia o se separa, sobre todo en Bohemia. La práctica del aborto, permitida por las leyes heredadas del pasado régimen, aunque parece estar disminuyendo ligeramente, es aún una de las más elevadas del mundo. Como consecuencia, el fenómeno de la disminución de la natalidad asume proporciones cada vez mayores: ya desde hace algunos años el número de fallecimientos ha superado al de los nacimientos.

Otro desafío para el anuncio del Evangelio es el hedonismo, que se ha introducido en estas tierras desde los países limítrofes, contribuyendo a que la crisis de valores penetre en la vida diaria, en la estructura de la familia e incluso en el modo de interpretar el sentido de la existencia. La difusión de fenómenos como la pornografía, la prostitución y la pederastia es también síntoma de grave malestar social.

Queridos hermanos, vosotros tenéis muy presentes estos desafíos, que impulsan vuestra conciencia pastoral y vuestro sentido de responsabilidad. No deben constituir motivo de desaliento para vosotros, sino más bien ocasión para renovar el compromiso y la esperanza: la misma esperanza que animó a san Adalberto, a pesar de las pruebas, incluso espirituales. Se trata de una esperanza que nace de la conciencia de que «la noche está avanzada, el día se avecina» (
Rm 13,12), porque con nosotros está Cristo resucitado.

En la sociedad se hallan numerosas fuerzas buenas, y muchas de ellas están en las parroquias, donde se distinguen por el compromiso de santificación personal y de apostolado. Espero que, con vuestra ayuda, puedan superar siempre las dificultades y los obstáculos.

4. La familia debe ocupar el centro de vuestra solicitud pastoral. Al ser «iglesia doméstica» es la más sólida garantía para la anhelada renovación con vistas al tercer milenio. Expreso mi aprecio por las múltiples iniciativas y por los varios centros para la familia, que han surgido en todo el país a fin de proporcionar una ayuda concreta a la infancia, a la juventud que atraviesa dificultades y a las madres solteras.

En la familia, íntimamente marcada por usos, tradiciones, costumbres y ritos profundamente impregnados de fe, se encuentra el terreno más adecuado para el florecimiento de las vocaciones. Cuando la voz de los pastores era silenciada por la fuerza, las familias supieron mantener la herencia cristiana de sus antepasados y fueron una fragua de formación cristiana para los hijos, de entre los cuales salieron numerosos sacerdotes, religiosos y religiosas. La actual mentalidad consumista puede tener repercusiones negativas en el nacimiento y en el cuidado de las vocaciones; de aquí la necesidad de dar prioridad pastoral a la promoción de las vocaciones sacerdotales y de especial consagración.

La familia es también el fulcro formativo de la juventud. La Europa del año 2000 necesita jóvenes generosos, ardientes, puros, que sepan responsabilizarse de su futuro. Amadísimos hermanos en el episcopado, deseo expresar mi aprecio en especial por la solicitud con que seguís el crecimiento humano y espiritual de la juventud. Ya desde el tiempo de la opresión, existía una gran red de actividades, dirigidas por sacerdotes valientes, con vistas a la formación de los jóvenes. De esa forma se llevó a cabo una acción capilar en beneficio de la juventud, con casas de acogida, retiros espirituales y encuentros formativos periódicos. Esa fecunda actividad ha producido muchos frutos de madurez espiritual. Así pues, conviene apoyar, en esta perspectiva, todas las iniciativas de voluntariado que puedan contribuir a la formación de la juventud.

5. Expreso viva complacencia por las actividades caritativas que las diócesis de Bohemia y Moravia realizan mediante organismos apropiados, especialmente la Cáritas. Con su presencia, esas organizaciones pueden sensibilizar la generosidad pública hacia objetivos sabiamente elegidos y presentados. Me refiero en particular a la ayuda que se brinda a las formas ocultas de pobreza, existentes en la patria; a la loable labor que se lleva a cabo para socorrer a las poblaciones de Bosnia-Herzegovina; y a la solicitud por las obras misioneras, los leprosos y los marginados del mundo entero.

Entre las varias formas de presencia de la Iglesia en la República Checa se pueden contar también numerosos movimientos, que en todos los campos pastorales, especialmente en el de la juventud, colaboran en la maduración de las conciencias. Les recomiendo que se mantengan siempre en sintonía con los pastores de la Iglesia, cultivando un auténtico espíritu de colaboración, testimoniado mediante la pronta disponibilidad a acoger las indicaciones pastorales que han emanado en el ejercicio de su responsabilidad al servicio de la grey que se les ha encomendado.

Amadísimos hermanos en el episcopado, ya conocéis muy bien que la Iglesia estima y promueve toda forma de cultura y se esfuerza por entrar en comunión y diálogo con ella. El lugar del encuentro entre la Iglesia y la cultura es el mundo, y en él el hombre, llamado a realizarse progresivamente con la ayuda de la gracia divina, concedida por mediación de la Iglesia, y de cualquier subsidio espiritual puesto a su disposición por el patrimonio de civilización de la nación. La verdadera cultura es humanización, mientras que las falsas culturas son deshumanizantes. Por esto, en la elección de la cultura el hombre se juega su destino. Praga ha sido un faro de vida intelectual de singular prestigio. Se celebrará este año el 650 aniversario de fundación de la célebre universidad Carlos. En el decurso de los siglos la vida cultural checa ha atravesado muchas corrientes espirituales, a veces contrapuestas, que han dejado huellas indelebles. Tened en vuestra acción pastoral una solicitud constante por la cultura.

113 6. En esta acción de compromiso múltiple, los sacerdotes son vuestros primeros colaboradores; sin ellos vuestra acción no podría dar frutos. Os recomiendo: amad a vuestro clero, estad cerca de vuestros presbíteros, que, como sé muy bien, están sobrecargados de trabajo pastoral, con la atención de parroquias, a veces muy numerosas, que exigen tiempo, disponibilidad y esfuerzo. Muchos de ellos han sufrido en las cárceles del Estado, con consecuencias para su salud que aún se ven y que la edad no puede por menos de agravar. Los sacerdotes más jóvenes, que han salido del seminario con fervorosos propósitos de apostolado, pueden sentir a veces la tentación de ceder a la rutina, cuando no al desaliento, a causa de la soledad o de ciertas insidiosas teorías, ya muy difundidas en Occidente. Estad cerca de ellos. Acogedlos como hermanos. Haced que sepan que los amáis y que su labor es indispensable para vosotros.

Asimismo, es importante instaurar y cultivar una plena y auténtica colaboración con las comunidades religiosas, masculinas y femeninas, de vida activa y contemplativa, y de modo especial con los religiosos que han recibido la sagrada ordenación y administran con generosidad y empeño diversas comunidades parroquiales. Forman parte de vuestro presbiterio.

Por último, es preciso que en vuestro clarividente compromiso pastoral sostengáis y valoréis también las múltiples actividades editoriales de libros y periódicos, y todas las demás posibilidades —que son numerosas— de apostolado y testimonio, que el Espíritu Santo suscita en las familias religiosas, tanto masculinas como femeninas.

7. Sé que existen problemas aún abiertos en las relaciones, por lo demás cordiales y sinceras, entre la Iglesia y las autoridades competentes del Estado. Me permito recordar algunos de los asuntos más urgentes, en los que conviene que centréis vuestra atención, no sólo en el marco de estas celebraciones en honor de san Adalberto, sino también en la perspectiva de la próxima visita ad limina Apostolorum.

No existe aún una normativa clara que regule las relaciones entre el Estado y la Iglesia católica, y es ciertamente necesario, y útil para ambas partes, llegar ahora, después de casi ocho años desde la caída del régimen, a la anhelada definición de los recíprocos derechos y deberes. La Santa Sede se está esforzando por buscar esa solución, de acuerdo con vuestra Conferencia episcopal.

Como es sabido, la Iglesia católica, aquí, como en otras partes, no pide privilegios, ni busca ser servida sino servir, a ejemplo de su Fundador (cf. Mt
Mt 20,28). Lo único que solicita es poder cumplir libremente y con dignidad su propia evangelización y en la promoción humana y, por ello, en la predicación del Evangelio, la instrucción religiosa, la formación de la adolescencia y la juventud, la pastoral universitaria y la actividad caritativa y asistencial.

En este marco se sitúa la cuestión de la restitución de los bienes confiscados de forma arbitraria en los años oscuros de la persecución. En ese período, a la Iglesia le arrebataron las donaciones, procedentes de privados y de diversas instituciones, destinadas a finalidades precisas de educación y de caridad. La Iglesia tiene derecho a vivir de forma autónoma y, si reclama esos bienes, lo hace porque con ellos puede responder a las exigencias inalienables de su misión.

La Iglesia, como se ha repetido desde que esta nación obtuvo su independencia, está dispuesta a dialogar acerca de las modalidades de restitución de los bienes confiscados. Para alcanzar ese fin es preciso que tanto el Estado como la Iglesia establezcan una línea de acción precisa y prudente.

Asimismo, será necesario que estos problemas sean tratados, con objetividad y competencia, por una comisión mixta, en la que participen representantes cualificados del Estado y de la Iglesia. Sobre la base de la experiencia adquirida en casos análogos en otros países, una comisión presidida por el nuncio apostólico y formada por un número conveniente de obispos y laicos expertos podría examinar esos problemas con una comisión correspondiente por parte del Gobierno, a fin de llegar cuanto antes a una solución satisfactoria de las cuestiones aún pendientes. l

Por último, es urgente que se permita a la Iglesia estar presente en campos de destacado carácter espiritual, como acontece ya desde hace tiempo en otros países de Europa. Me refiero a la enseñanza de la religión en las escuelas estatales, que hoy merece ser considerada una contribución fundamental en la construcción de una Europa fundada en el patrimonio de cultura cristiana, que es común a los pueblos del oeste y del este de Europa. También me refiero a la atención pastoral en los hospitales y en las cárceles y, en particular, a la asistencia espiritual en el ejército, con la presencia de capellanes militares bien preparados. Sé que se ha producido un primer intento en este sentido en las tropas desplazadas a Bosnia-Herzegovina, y que está teniendo éxito.

Si he recordado estos compromisos, lo he hecho también para poner de manifiesto que la Santa Sede, con su conocimiento directo de vuestros deseos y necesidades, está y estará siempre a vuestra disposición para ofreceros una colaboración discreta y concreta para la solución de esos problemas.

114 8. Señor cardenal, venerados hermanos, el milenario de san Adalberto nos ha brindado la ocasión para reflexionar sobre los problemas de la Iglesia en esta querida nación. Ciertamente, estos problemas existen, e incluso pueden ser graves. Pero, por otra parte, también son la prueba de que la Iglesia está viva, en crecimiento, y se presenta como interlocutora autorizada en las diversas instancias de renovación espiritual, cultural, social y política de la actualidad. Después de largos años de persecución, el decenio de renovación espiritual ha contribuido a concretar, en la línea de la milenaria civilización cristiana del país, la esperada respuesta a los diversos sectores de la vida eclesial y civil. Sí, podemos repetir que «la noche está avanzada, el día se avecina» (Rm 13,12).

Si aún quedan zonas de sombra, son un motivo para un compromiso todavía mayor. En la carta encíclica Ut unum sint describí la misión del Sucesor de Pedro en el ámbito del Colegio episcopal como la de un «centinela» que confirma a sus hermanos en el episcopado, de forma que «se escuche en todas las Iglesias particulares la verdadera voz de Cristo pastor» (n. 94). Así pues, doy gracias al Padre de nuestro Señor Jesucristo porque nos ha brindado la oportunidad de experimentar nuestra «cooperación en la difusión del Evangelio » (cf. Flp Ph 1,5), fortaleciéndonos y estimulándonos unos a otros según «la sobreabundante riqueza de su gracia» (Ep 2,7). Al culminar las celebraciones en honor de san Adalberto, me permito preguntaros: Custos, quid de nocte? Custos, quid de nocte? «Centinela, ¿qué hay de la noche? Centinela, ¿qué hay de la noche» (Is 21,11). Debe despuntar el día. Debe despuntar el alba nueva del Sol de justicia (cf. Ml Ml 3,20), Cristo, Dios de Dios, Luz de Luz, sin el cual no se puede construir la civilización del amor. Por consiguiente, sed centinelas, que señalan a la grey la llegada de tiempos mejores.

Con la colaboración de todas las fuerzas sinceramente preocupadas por el bien del hombre, espero que se consolide la paz de Cristo, que es indispensable para la instauración de un orden de justicia, de paz y de progreso, al que tienden las aspiraciones más profundas de este pueblo, tan querido por vosotros y por mí.

Dios os bendiga y os acompañe en la difícil y exaltante labor que estáis llevando a cabo.





VIAJE APOSTÓLICO A LA REPÚBLICA CHECA


DURANTE EL ENCUENTRO CON LOS ENFERMOS Y LOS RELIGIOSOS


Sábado 26 de abril de 1997



Amadísimos enfermos;
queridos religiosos y religiosas;
amados hermanos y hermanas:

1. «Al vencedor le pondré de columna en el santuario de mi Dios» (Ap 3,12). Este encuentro en la antigua basílica de Santa Margarita, corazón de la archiabadía de Brevnov, constituye un motivo de alegría para mí. En este lugar, lleno de recuerdos, brotó, por decir así, la fuente de la historia religiosa y nacional de vuestra patria.

Este monasterio benedictino, como sabéis bien, está íntimamente vinculado al nombre y a la historia de san Adalberto, que aquí se construyó un refugio y una celda para encontrar, en la vida oculta y en la oración, la fuerza interior necesaria. El monasterio, querido por él y realizado con la ayuda del príncipe premislida Boleslao II, se convirtió en la cuna del monaquismo benedictino en Bohemia y Moravia y en centro de irradiación del cristianismo en esta zona de Europa.

2. Después de diez siglos de su martirio, san Adalberto se nos presenta aún como el vencedor que Dios estableció como sólida columna para sostener vuestra historia cristiana. Su figura de monje, obispo, misionero y apóstol de la Europa centro-oriental sigue actual también hoy, proponiendo a todos un estilo de fidelidad a Cristo y a la Iglesia capaz de llegar hasta el supremo testimonio del martirio.

115 En la biografía de san Adalberto, escrita por Bruno de Querfurt, se lee que, cuando el santo decidió abandonar el mundo, lo hizo movido por un compromiso preciso: Una cogitatio, unum studium erat: nihil concupiscere, nihil quaerere praeter Christum. «Su único pensamiento, su única intención era no desear ni buscar nada fuera de Cristo» (Leyenda Nascitur purpureus flos, XI).

Y nos ofrece hoy este mismo programa. Lo propone, en particular, a vosotros, hermanos y hermanas, que representáis dos aspectos fundamentales de la vida cristiana: el de la singular identificación con Cristo crucificado a través del sufrimiento y el de la especial consagración a Dios y a la difusión de su reino.

Os saludo a todos con afecto y, en particular, al señor cardenal Vlk, a los obispos y a las demás autoridades presentes, así como al archiabad, a quien agradezco las palabras de bienvenida, y a los monjes benedictinos que nos acogen.

3. Me dirijo ahora a vosotros, amadísimos hermanos y hermanas enfermos. Con vuestro dolor sois configurados a aquel «Siervo del Señor» que, según las palabras de Isaías, «tomó sobre sí nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores» (
Is 53,4 cf. Mt Mt 8,17 Col 1,24).

Vosotros constituís una fuerza oculta que contribuye en gran medida a la vida de la Iglesia: con vuestros sufrimientos participáis en la redención del mundo. También vosotros, como san Adalberto, estáis puestos por Dios de columna en el templo de la Iglesia para que seáis su firme apoyo.

La Iglesia, amadísimos enfermos, os agradece vuestra paciencia, vuestra resignación cristiana, más aún, la generosidad y entrega con que lleváis, a veces de forma heroica, la cruz que Jesús ha puesto sobre vuestros hombros. Estáis cerca de su corazón. Él está con vosotros y vosotros dais de él un testimonio valioso en este mundo pobre en valores, que confunde a menudo el amor con el placer y considera el sacrificio como algo sin sentido.

En este año milenario del martirio de san Adalberto, que es también el primero de la preparación para el gran jubileo del año 2000, y está consagrado a Cristo, único Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre, os encomiendo mis intenciones por la Iglesia universal y por la Iglesia que está en vuestra tierra: ofreced vuestros sufrimientos por las necesidades de la nueva evangelización; por la Iglesia misionera, en la que el Señor sigue suscitando también hoy sus mártires, como aconteció con san Adalberto; por los que se han alejado de la fe, y por los que la han perdido. Os pido, además, que oréis por la obra que la Iglesia realiza en este país: por vuestros obispos y sacerdotes; por el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas; y por la causa del ecumenismo. Que san Adalberto, hijo de la nación checa y testigo intrépido de Cristo, infunda en vosotros un ardiente deseo de la unidad plena entre los cristianos.

Pongo todas estas esperanzas en vuestras manos y en vuestro corazón, amadísimos hermanos y hermanas que sufrís. La Virgen de los Dolores, que experimentó el sufrimiento y que os comprende, esté cerca de vosotros como Madre afectuosa.

Y mientras pienso en vosotros, probados duramente en el cuerpo y en el espíritu, quisiera dirigir una apremiante invitación a los responsables de la nación para que sean siempre sensibles y atentos a las situaciones de sufrimiento, presentes en la sociedad actual. Las autoridades civiles y todos los ciudadanos han de interesarse por las exigencias de los enfermos y promover en la sociedad una solidaridad efectiva y constante. El respeto al hombre y a la vida, desde su inicio hasta su fin natural, debe ser el gran tesoro de la civilización de esta tierra.

4. Quisiera dirigirme ahora a vosotros, amadísimos religiosos y religiosas de toda la nación. San Adalberto os muestra a cada uno que es posible conjugar la vida contemplativa con la apostólica, y pone de manifiesto cuán providencial es la vida consagrada para la Iglesia y para el mundo. Vosotros constituís una fuerza viva e indispensable para la comunidad cristiana.

Recuerdo el encuentro que celebré con vosotros hace siete años en la catedral de San Vito. En aquel tiempo salíais de un largo y difícil período de represión, que había obligado a los creyentes, y en especial a vosotros, al silencio. También en los años oscuros habéis sabido dar un gran testimonio de fidelidad a la Iglesia. Los de mayor edad de entre vosotros han experimentado grandes humillaciones y sufrimientos durante las dos terribles dictaduras, la nazi y la comunista. Muchos consagrados fueron recluidos en campos de concentración, encarcelados, enviados a las minas y a trabajos forzados. Pero, aun en esas situaciones, supieron dar ejemplo de gran dignidad en el ejercicio de las virtudes cristianas, como el jesuita p. A. Kajpr, el dominico p. S. Braito y la religiosa borromea Vojticha Hasmandová. Y, como ellos, muchísimos otros.

116 Ciertamente, esta riqueza de gestos de amor, de sacrificio y de inmolación, sólo conocidos por Dios en su totalidad, han preparado el florecimiento de vocaciones de estos nuevos tiempos de libertad religiosa recuperada.

5. Amadísimos hermanos y hermanas, el milenario de san Adalberto os interpela directamente y en profundidad. Hombre de cultura y de oración, misionero y obispo, no dejó que se apagara nunca en su corazón la vocación originaria de monje benedictino. Fue un firme baluarte en la defensa del Evangelio.

El Señor quiere poneros también a vosotros de columnas en su santuario espiritual, que es la Iglesia, para la nueva evangelización. En la nueva atmósfera de libertad que se respira y en las profundas transformaciones culturales y de mentalidad, os dais cuenta, tal vez más que en el pasado, de que la vida consagrada encuentra resistencias y dificultades y de que puede parecer difícil y sin motivaciones.

¡No os desalentéis! Comunicad ideales elevados y exigentes a los jóvenes que se acerquen a llamar a la puerta de vuestras casas. Transmitidles la experiencia del misterio pascual en la vida religiosa de cada día. Vivid intensamente el esplendor del amor, del que brota la belleza de la consagración total a Dios.

En calidad de testigos y profetas de la trascendencia de la vida humana, dejaos interpelar «por la Palabra revelada y por los signos de los tiempos» (exhortación apostólica Vita consecrata
VC 81), viviendo con radicalidad el seguimiento de Cristo y aspirando con todas vuestras fuerzas a la perfección de la caridad: «Aspirar a la santidad: éste es en síntesis el programa de toda vida consagrada, también en la perspectiva de su renovación en los umbrales del tercer milenio» (ib., 93). No olvidéis que vosotros, hombres y mujeres consagrados, tenéis «una gran historia que construir» (ib., 110).

6. Esta historia de renovada fidelidad a Cristo y a vuestros hermanos debéis escribirla en un mundo con problemas urgentes y concretos, que exigen vuestra generosa contribución. Sabed darla en plena sintonía con el Evangelio y con la inspiración propia de vuestro carisma específico. Vuestra entrega total a Dios ha de irradiar convicciones y valores, capaces de interpelar a vuestros contemporáneos y orientarlos hacia perspectivas plenamente respetuosas del plan de Dios sobre el hombre.

En vuestra acción permaneced siempre en comunión con las directrices de las autoridades eclesiásticas. Sin la Iglesia, la vida consagrada resulta incomprensible. Pero, ¿qué sería la Iglesia sin vosotros, monjes y monjas, almas contemplativas; sin vosotros, religiosos, religiosas y miembros de los institutos seculares y las sociedades de vida apostólica, dedicados al anuncio del Evangelio, a la asistencia a los enfermos, a los ancianos y a los marginados, y a la educación de la juventud en las escuelas? La Iglesia os necesita. En vosotros manifiesta su fecundidad de madre y su pureza de virgen.

Sabed difundir en vuestro entorno el sentido del absoluto de Dios, la alegría, el optimismo y la esperanza. Se trata de realidades que brotan de una vida inmersa en el amor y en la belleza de Dios, y de «no haber buscado nada fuera de Cristo», como hizo san Adalberto.

7. Amadísimos consagrados y queridos enfermos, mientras os deseo a cada uno que sepáis descubrir en la existencia diaria el amor insondable de Dios y captar la abundancia de sus gracias, os encomiendo a todos a la protección maternal de María que, al pie de la cruz, supo confirmar su total abandono a la voluntad de Dios con una adhesión convencida y confiada.

Que la Virgen santísima guíe vuestros pasos en la búsqueda de Cristo. Que él sea el deseo único y profundo de vuestro corazón.

A todos os imparto mi bendición.





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