Discursos 1997 116


VIAJE APOSTÓLICO A LA REPÚBLICA CHECA


DURANTE LA PLEGARIA ECUMÉNICA


EN LA CATEDRAL DE SAN VITO


117

Praga, 27 de abril de 1997



Amadísimos hermanos en Cristo:

1 «Debemos cooperar en la difusión de la verdad» (cf. 3Jn 8). Es la recomendación que nos hace la tercera carta de san Juan. En esta plegaria ecuménica, en la que sentimos más intensamente la nostalgia de la unidad, os saludo con estas palabras, que nos llegan a lo más profundo del corazón. Sí, debemos ser los cooperadores de la verdad.

Por desgracia, a pesar de las consignas que Cristo dejó en la última cena, los cristianos nos hemos dividido. Las profundas laceraciones acaecidas en la historia religiosa de Europa interpelan nuestra conciencia. En particular, la interpelan, en este momento, las divisiones que se han producido en la historia de la nación checa.

Gracias a Dios, nos encontramos en un momento de diálogo en la oración, que nos permite reflexionar juntos en la verdad que, como escribí en la encíclica Ut unum sint, «forma las conciencias y orienta su actuación en favor de la unidad » (n. 33).

2. La búsqueda de la verdad hace que nos sintamos pecadores. Nos hemos dividido por causa de incomprensiones mutuas, a menudo debidas a desconfianza, cuando no a enemistad. Hemos pecado. Nos hemos alejado del Espíritu de Cristo.

Precisamente por esto, en la carta apostólica Orientale lumen escribí: «El pecado de nuestra división es gravísimo: siento la necesidad de que crezca nuestra disponibilidad común al Espíritu que nos llama a la conversión (...). Cada día se hace más intenso en mí el deseo de volver a recorrer la historia de las Iglesias, para escribir finalmente una historia de nuestra unidad» (nn. 17-18). La inminencia del tercer milenio exige de todos los cristianos la disponibilidad a realizar, a la luz del Espíritu, un serio examen de conciencia, repasando el discurso de despedida de Cristo en el cenáculo. No podemos menos de sentir la urgencia de llegar, todos juntos, al humilde reconocimiento de la única verdad.

Percibimos que estamos viviendo hoy la hora de la verdad. Este año de preparación inmediata para el gran jubileo, que he querido dedicar a la reflexión sobre Jesucristo, puede constituir, en una perspectiva ecuménica, una ocasión providencial para un encuentro más auténtico y, por consiguiente, más lleno de fuerza unificante, con él, nuestro único Señor y Maestro.

3. ¿No es acaso símbolo de unidad también la espléndida catedral, en la que nos encontramos? Auténtica joya de arte y de fe, fue construida hace más de 650 años por el emperador Carlos IV y el obispo Arnost de Pardubice, que la fundaron para la comunidad eclesial y civil. Aquí descansan santos y reyes. Aquí se conservan los tesoros de la nación —los trofeos de la Corona checa y los tesoros de la Iglesia—, las reliquias de muchos de sus santos.

Dentro de poco iré a orar ante la insigne reliquia de san Adalberto, y ante la tumba de san Wenceslao en la capilla dedicada a él: son los santos de la comunidad cristiana aún indivisa. Me he detenido a orar ante la tumba del cardenal Tomášek, que con su sólida fe contribuyó a mantener viva en cada uno la esperanza, incluso en los momentos más oscuros de la opresión, hasta la liberación de la patria.

Así pues, estamos viviendo la hora de la esperanza.

118 Esta catedral, en su extraordinaria línea arquitectónica, que se funde con el perfil del castillo de Praga, es el lugar de la tradición eclesial y patriótica, y es el signo de la unidad de la nación.

4. Aquí, desde esta especie de «ciudad situada en la cima de un monte» (cf. Mt
Mt 5,14), me alegra constatar los esfuerzos de acercamiento y de diálogo, que están realizando en esta tierra las diversas Iglesias y comunidades eclesiales para que cicatricen las heridas del pasado.

En mi primera visita, hace siete años, cité «las angustiosas palabras» que escuché de labios del cardenal Beran durante el concilio Vaticano II sobre «el caso del sacerdote bohemio Jan Hus» y expresé el deseo de que se definiera «más exactamente el lugar que Jan Hus ocupa entre los reformadores de la Iglesia, al lado de otras notables figuras reformadoras » (Discurso a los representantes del mundo de la cultura, a los estudiantes y a los líderes de las Iglesias no católicas, n. 5, 21 de abril de 1990: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de abril de 1990, p. 8).

Respondiendo a esa invitación, la comisión ecuménica «Husovská» está trabajando seriamente en la dirección señalada. En este marco cobran particular importancia iniciativas como la Conferencia dedicada a Jan Hus, en Beirut, el año 1993, a la que fue invitado, en representación de la Santa Sede, el cardenal Edward Idris Cassidy, presidente del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos. Asimismo, sé que el cardenal arzobispo de Praga Miloslav Vlk participa en las reuniones ecuménicas que se celebran cada año el día 6 de julio, aniversario de la infeliz muerte de Jan Hus.

Me parece que es digna de mención también la actividad de la Comisión ecuménica para el estudio de la historia religiosa checa en los siglos XVI y XVII. Impulsada por un espíritu realmente ecuménico, quiere proporcionar instrumentos científicamente válidos para comprender mejor, con espíritu libre de prejuicios, acontecimientos aún no suficientemente esclarecidos, que llevaron en el pasado a desórdenes y excesos en las relaciones entre miembros de las comunidades de la Reforma y católicos.

Por último, tengo presente, con gran consuelo, el esperanzador éxito de las celebraciones ecuménicas de la Palabra, que se celebran anualmente. A ellas acuden representantes de todas las Iglesias y comunidades eclesiales de la República, tanto al comienzo del año, según la iniciativa internacional de la Alianza evangélica, como en la Semana de oración por la unidad de los cristianos. La atmósfera de intenso recogimiento y caridad fraterna, que se suele crear en esas ocasiones, ayuda a sentir aún más fuerte la nostalgia de la única Eucaristía.

5. Este sugestivo encuentro ecuménico es para todos nosotros la hora de la caridad. Espero sinceramente que valgan para cada uno las palabras que el apóstol Juan escribe al desconocido destinatario de su tercera carta: «Querido, te portas fielmente en tu conducta para con los hermanos, y eso que son forasteros. Ellos han dado testimonio de tu caridad en presencia de la Iglesia» (3 Jn, 5-6).

Este texto puede constituir para nosotros un punto luminoso de referencia y un motivo de estímulo para nuestra actividad ecuménica. En efecto, en la caridad es posible pedir juntos perdón a Dios y encontrar la valentía para perdonarse mutuamente las injusticias y los equívocos del pasado, por más grandes y lamentables que hayan sido. Es preciso derribar las barreras de la sospecha y de la desconfianza recíprocas, para edificar la nueva civilización del amor. Ésta nacerá de nuestro compromiso sincero de ser cooperadores en la difusión de la verdad, de la esperanza y del amor. El santo obispo Adalberto hizo de la unidad de su grey la finalidad, el empeño y el tormento de su vida, y tiene el mérito de haber formado en la aspiración a la unidad a los pueblos de Europa, a pesar de su diversidad. Hoy, siguiendo su ideal, repito también desde esta catedral las palabras que dirigí al país, hace dos años, desde Olomouc, cuando en nombre de la Iglesia de Roma pedí perdón por las injusticias infligidas a los no católicos y, al mismo tiempo, quise asegurar el perdón de la Iglesia católica por todo el mal que sufrieron sus hijos: «Ojalá que este día marque un nuevo inicio en el esfuerzo común de seguir a Cristo, su Evangelio, su ley de amor, su anhelo supremo de llegar a la unidad de los creyentes en él» (Homilía en la canonización de Jan Sarkander y Zdislava de Lemberk, n. 5, 21 de mayo de 1995: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 9 de junio de 1995, p. 10).

6. Amadísimos hermanos, queda aún mucho trabajo por realizar; hay oportunidades que no se pueden perder, dones celestiales que se han de aprovechar para responder a lo que el Señor espera de todos y cada uno de los bautizados. Es importante que todas las Iglesias se interesen en la dimensión teológica del diálogo ecuménico y perseveren en un examen leal y serio de las crecientes convergencias. Es preciso buscar la unidad como la quiere el Señor y, por esto, es necesario convertirse cada vez más a las exigencias de su reino. Estamos llamados a ser, a ejemplo del obispo Adalberto, cooperadores de la verdad, de la esperanza y del amor.

Os agradezco, amados hermanos, el hecho de haber compartido esta providencial experiencia de oración. Doy las gracias también al presidente de la República y al primer ministro, al igual que a las personalidades de la vida política y social del país, que han querido estar aquí presentes.

Cristo se encuentra ante nosotros. Él, que nos «amó hasta el extremo», es para todos nosotros manantial inagotable de fuerza, de creativa inspiración ecuménica, de paciencia y de perseverancia. Él es la verdad.

119 Queridos hermanos, muchas gracias. En nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de la historia y guía de nuestros corazones, muchas gracias. Que él os bendiga.





VIAJE APOSTÓLICO A LA REPÚBLICA CHECA

CEREMONIA DE DESPEDIDA



Aeropuerto internacional de Praga

Domingo 27 de abril de 1997



Señor presidente de la República;
señor cardenal y venerados hermanos en el episcopado;
autoridades parlamentarias, gubernativas y militares,
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Al partir de vuestra tierra, deseo dar gracias a Dios por el renovado testimonio de fe y afecto que me habéis dado con ocasión de las celebraciones milenarias del martirio de san Adalberto.

Tengo aún en mis ojos y en mi corazón las multitudes que han acompañado mi peregrinación: los jóvenes que llenaron con sus cantos y sus plegarias la plaza mayor de Hradec Králové, y los enfermos, los religiosos y las religiosas, que abarrotaban la basílica de la archiabadía de Boevnov. ¡Cómo no recordar, también, la intensa concentración espiritual que animaba esta mañana la celebración eucarística en la gran explanada de Letná, y la plegaria ecuménica que acabo de realizar con los hermanos de las demás Iglesias y comunidades cristianas en la catedral de los santos Vito, Wenceslao y Adalberto!

A todos doy las gracias con afecto y cordialidad.

2. En particular, deseo manifestarle mi vivo agradecimiento a usted, señor presidente de la República, por la amable y delicada acogida que me ha dispensado durante mi estancia en la República Checa.

120 Siento, asimismo, el deber de expresar especial gratitud al señor cardenal Miloslav Vlk, a monseñor Karel Otcenášek, obispo de Hradec Králové, y a todos los demás hermanos en el episcopado, por haberme invitado a visitar por tercera vez este país, manifestándome, también durante este viaje apostólico, una comunión fraterna y afectuosa.

Doy las gracias, igualmente, a los sacerdotes y a los agentes pastorales, deseando que el empeño puesto en la preparación y en el desarrollo del milenario del martirio de san Adalberto deje una huella profunda en la historia religiosa de cada una de las Iglesias locales y de la nación entera.

3. Mi saludo afectuoso se dirige también a vosotros, ciudadanos de la República Checa. Las singulares cualidades de vuestro pueblo —la fortaleza de espíritu, la tenacidad, la apertura a los demás, el amor a la paz—, después de haberos ayudado a resistir a una presión ideológica de las más despiadadas del este de Europa, os han permitido lograr en los años recientes espléndidos objetivos de civilización y progreso.

A la vez que me congratulo con vosotros por estas conquistas, os exhorto a poner un empeño especial en promover en vuestro entorno el progreso espiritual. Sólo el pleno desarrollo de las virtudes morales de un pueblo puede garantizar la serena y concorde convivencia de cuantos lo componen.

Este es precisamente el mensaje de san Adalberto, que en tiempos difíciles supo fundar en el primado de Dios y de los valores del espíritu el futuro de vuestra tierra y de otros pueblos de Europa.

Que su testimonio os ayude a dar su justa importancia a las conquistas económicas, pero sin ceder al atractivo engañoso de los mitos consumistas. Asimismo, os debe llevar a reafirmar los valores que constituyen la verdadera grandeza de una nación: la rectitud intelectual y moral, la defensa de la familia, la acogida de los necesitados y el respeto a la vida humana, desde su concepción hasta su ocaso. Ese santo obispo y mártir os recuerda las sólidas raíces espirituales de vuestra nación y os impulsa a conservar con esmero el patrimonio de fe y civilización que, desde la predicación de los santos Cirilo y Metodio, ha llegado de generación en generación hasta vosotros. Ese patrimonio, que se halla presente en las tradiciones populares, en las obras de los filósofos, de los literatos y de los artistas de vuestra tierra, así como en las múltiples expresiones de vuestra cultura, constituye la garantía de vuestra identidad y de vuestro futuro.

4. A vosotros, hermanos y hermanas de la Iglesia católica, peregrina en tierra checa, deseo dirigir un saludo especial, invitándoos a colaborar con todos, leal y desinteresadamente, en la perspectiva del mayor bien de la patria.

El ejemplo de san Adalberto, valiente ante las dificultades y los desafíos de su tiempo y fiel a Cristo hasta el supremo testimonio del martirio, os estimula a comprometeros con generosidad en una renovada obra de evangelización, cuyas premisas necesarias son: el conocimiento profundo de la fe mediante una seria formación bíblica y teológica, la convencida participación en la liturgia y en la vida parroquial, el servicio generoso a los hermanos que padecen necesidad, el diálogo franco y sincero con los cercanos y con los lejanos, y la escucha atenta de las expectativas de las personas de vuestro entorno.

5. Por último, deseo manifestar mi especial aprecio a cuantos con competencia y entrega han trabajado en la preparación y en el desarrollo de esta visita pastoral: a las comisiones episcopales de Praga y de Hradec Králové; a la policía estatal y municipal, así como a todos los que han contribuido al servicio de orden, no siempre fácil; a los oficiales y los pilotos de los helicópteros, a los periodistas y a los operadores de la radio y la televisión, que han seguido con sus crónicas las diversas fases del viaje.

A todos os expreso mi más sincera gratitud.

6. Encomiendo a san Adalberto, gran hijo y patrono celestial de esta tierra, las esperanzas y el futuro de todo el pueblo checo, deseando que las nuevas generaciones sepan ser dignas de la histórica herencia que han recibido.

121 Os renuevo a cada uno mis deseos sinceros de prosperidad y paz, mientras, invocando la maternal protección de la Virgen María, os bendigo a todos con afecto en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO SOBRE LAS VOCACIONES AL SACERDOCIO Y A LA VIDA CONSAGRADA EN EUROPA




Queridos participantes en el Congreso europeo sobre las vocaciones:

1. Me alegra saludaros y expresaros mis mejores deseos al comienzo de los trabajos sobre el arduo tema: «Nuevas vocaciones para una nueva Europa». El congreso, preparado cuidadosamente con la colaboración de muchas personas dedicadas a la pastoral de las vocaciones, constituye un gran signo de esperanza para las Iglesias del continente europeo y confluye providencialmente en el gran río de experiencias de fe, que recuerdan a Europa sus raíces cristianas y a las Iglesias la misión de anunciar a Jesucristo a las generaciones del tercer milenio.

Esta oportuna iniciativa quiere centrar la atención en la pastoral vocacional, reconociendo en ella un problema vital para el futuro de la fe cristiana en el continente y, en consecuencia, para el progreso espiritual de los mismos pueblos europeos. No se trata de un aspecto parcial o marginal de la experiencia eclesial, sino de la vivencia de la fe en Jesucristo, único Proyecto capaz de colmar plenamente las aspiraciones más profundas del corazón humano.

2. La vida tiene una estructura esencialmente vocacional. En efecto, su proyecto hunde sus raíces en el corazón del misterio de Dios: «Dios nos ha elegido en él —en Cristo— antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor» (Ep 1,4).

Toda la existencia humana, por consiguiente, es respuesta a Dios, que hace sentir su amor sobre todo en algunos momentos: la llamada a la vida; la entrada en la comunión de gracia de su Iglesia; la invitación a dar testimonio de Cristo en la comunidad eclesial, según un proyecto totalmente personal e irrepetible; y la llamada a la comunión definitiva con él en la hora de la muerte.

Por tanto, no cabe duda de que el compromiso de la comunidad eclesial en favor de la pastoral vocacional es uno de los más graves y urgentes. En efecto, hay que ayudar a todos los bautizados a descubrir la llamada que Dios les dirige en su proyecto, y a disponerse a acogerla. Así, al destinatario de una vocación particular al servicio del Reino le resultará más fácil reconocer su valor y aceptarla generosamente. En efecto, no se trata de educar a las personas para que hagan algo, sino para que den una orientación radical a su vida y realicen opciones que determinen para siempre su futuro.

3. En esa perspectiva, este congreso sobre las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada en Europa constituye un acto de fe en la acción eficaz y constante de Dios; un acto de esperanza en el futuro de la Iglesia en Europa; y un gesto de amor al pueblo de Dios del «viejo continente», que necesita personas consagradas plenamente al anuncio del Evangelio y al servicio de sus hermanos. Queréis determinar las estrategias oportunas, a fin de ayudar a quienes el Señor elige para esta entrega total a descubrir su llamada y a pronunciar su «sí» sin reservas.

Vuestra atención se dirige, sobre todo, a los jóvenes, para que sepan acoger la invitación del Maestro a seguirlo. Jesús fija en ellos su mirada penetrante, de la que habla el evangelio de san Marcos (cf. Mc Mc 10,21): una mirada evocadora del misterio de luz y amor, que envuelve y acompaña a toda persona humana desde el primer instante de su existencia.

Son bien conocidas las dificultades que hay que afrontar hoy para acoger la propuesta de Cristo. Entre ellas se hallan: el consumismo, la visión hedonista de la vida, la cultura de la evasión, el subjetivismo exasperado, el miedo a los compromisos definitivos, y una difundida carencia de proyectos.

Como el joven rico, del que habla el evangelio (cf. Mc Mc 10,22), muchos jóvenes sienten fuertes resistencias interiores y exteriores a la llamada de Cristo y, con frecuencia, se retiran entristecidos, cediendo ante los condicionamientos que los frenan. La tristeza que se apoderó del rostro del joven rico es el riesgo que suele correr quien no se decide por el «sí» a la llamada; y la tristeza es sólo un reflejo del vacío de valores que reina en lo profundo del corazón y que, a menudo, induce a su víctima a seguir la senda de la alienación, la violencia y el nihilismo.

122 El Congreso, con todo, no puede detenerse a examinar los problemas, bastante evidentes, que caracterizan el mundo juvenil. Su tarea consiste, sobre todo, en indicar a las comunidades cristianas los recursos, las expectativas y los valores presentes en las nuevas generaciones, dando al mismo tiempo sugerencias concretas para la elaboración, basándose en esas premisas, de un serio proyecto de vida inspirado en el Evangelio. Quien ama a los jóvenes no puede privarlos de esta nueva y exaltante posibilidad de vida, a la que Cristo llama a la persona con vistas a una realización más plena de sus potencialidades, como premisa de una alegría íntima y duradera. Por tanto, es preciso hacer todos los esfuerzos posibles para que los jóvenes lleguen a poner a Cristo en el centro de su búsqueda y a seguir dócilmente su eventual llamada.

4. Gran luz pueden brindar a vuestro congreso las palabras del Apóstol, que delinean el estatuto teológico de toda comunidad eclesial: «Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra en todos» (
1Co 12,4-6). En esta perspectiva, las Iglesias particulares deben comprometerse a sostener el desarrollo de los dones y los carismas que el Señor no deja de suscitar en su pueblo. Engendrar en el Espíritu nuevas vocaciones es posible cuando la comunidad cristiana es viva y fiel a su Señor. Esta fecunda vitalidad implica una fuerte atmósfera de fe, la oración intensa y asidua, la atención a la calidad de la vida espiritual, el testimonio de comunión y estima con respecto a los múltiples dones del Espíritu, y el celo misionero al servicio del reino de Dios.

Por tanto, hay que reafirmar que la pastoral vocacional no puede agotarse en iniciativas ocasionales y extraordinarias, que se yuxtaponen al camino normal de la comunidad eclesial. Más bien, debe ser una de las preocupaciones constantes en la pastoral de la Iglesia particular.

A este propósito, el mismo año litúrgico constituye una escuela permanente de fe, gracias a la cual todo bautizado está invitado a entrar en lo más vivo del misterio de Dios, para dejarse modelar a su imagen y semejanza.

5. Es sabido cuán urgente resulta hoy la atención pastoral a la mediación educativa. Más aún, una Iglesia particular sólo puede mirar con confianza hacia su futuro si es capaz de realizar esta atención pedagógica, cuidando de modo constante de sus formadores y, ante todo, de sus presbíteros.

Por tanto, este congreso es una invitación a todos los llamados —sacerdotes, consagrados y consagradas— a ser testigos gozosos al servicio del Reino, sabiendo bien que su vida es presencia siempre significativa al lado de los jóvenes: alienta o desalienta, suscita el deseo de Dios o constituye un obstáculo para seguirlo. El testimonio coherente de Cristo resucitado representa la primera propuesta vocacional. El congreso, además, quiere favorecer el crecimiento de una auténtica conciencia educativa en los mismos formadores, llamados a una responsabilidad grave y exaltante al lado de los jóvenes: la de acompañarlos en su búsqueda, haciéndoles sentir el deseo de dar una respuesta generosa a su vocación, para renovar en esta etapa de la Iglesia el milagro de la santidad, verdadero secreto de la anhelada renovación eclesial.

6. Amadísimos hermanos y hermanas, ante vosotros tenéis una tarea ciertamente difícil, pero la oración incesante, que está acompañando este encuentro de las Iglesias en Europa, alimenta la esperanza en la promesa de Dios y en las respuestas radicales a su llamada, que también son posibles en nuestros días. La oración es el secreto capaz de garantizar el renacimiento de la confianza dentro de las comunidades cristianas. La oración es el apoyo constante a cuantos están llamados a servir a la causa del Evangelio y a promover la pastoral de las vocaciones durante estos años difíciles, pero con claras señales de una nueva primavera espiritual. El Señor no permitirá que falte a su Iglesia, ya en el umbral del tercer milenio, el don de la profecía del radicalismo evangélico.

María, modelo de toda vocación y ejemplo transparente de respuesta sin reservas a la llamada de Dios, os acompañe en vuestro esfuerzo pastoral al servicio de «nuevas vocaciones para una nueva Europa».

Con estos sentimientos, os imparto a todos una especial bendición apostólica.

Vaticano, 29 de abril de 1997





                                                                                  Mayo de 1997



MENSAJE DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II


A LOS LIBANESES CON OCASIÓN DE SU INMINENTE VISITA




123 Queridos hermanos y hermanas del Líbano:

Si Dios quiere, dentro de poco tiempo iré a vuestro país para un viaje apostólico, que deseo realizar desde hace mucho tiempo. Agradezco profundamente a los patriarcas y a los obispos su invitación fraterna. Agradezco a las autoridades del país las medidas adoptadas, para facilitar las diferentes etapas de mi visita. Doy las gracias también a todos los libaneses, que se están dedicando a preparar mi llegada. Conociendo la hospitalidad libanesa, sé que puedo contar con la calurosa acogida de todo el pueblo.

Mi viaje al Líbano será para mí una peregrinación por vuestra tierra, que forma parte de la región por donde pasó el Redentor hace dos mil años. Con el espíritu de la visita que Jesús realizó a Tiro y Sidón, este viaje tiene una finalidad profundamente religiosa y humana. Celebraré con vosotros la fase conclusiva de la Asamblea especial para el Líbano del Sínodo de los obispos, entregándoos la exhortación apostólica postsinodal.

Ya desde ahora quiero expresar mi profundo afecto a todos los fieles de la Iglesia católica, niños, jóvenes y adultos, así como a los miembros de las demás comunidades. Ruego especialmente por los enfermos y las personas que afrontan dificultades en su vida diaria. Encomiendo al Altísimo la actitud valiente del pueblo libanés por el camino de la reconciliación nacional y la reconstrucción social, con una unidad y una colaboración cada vez más intensas. Confío en que encontraréis en el amor a vuestra tierra la energía necesaria para vencer las divisiones y superar todos los obstáculos que puedan presentarse.

A vosotros, hermanos y hermanas de la Iglesia católica, y a todos vosotros, hombres y mujeres de buena voluntad, os invito a prepararos espiritualmente para las diferentes manifestaciones religiosas que viviremos juntos, a fin de agradecer al Señor la esperanza que nos da y aceptar valientemente la llamada del Salvador a una conversión cada vez más profunda de los corazones y las mentes.

Que Dios os bendiga a todos, para que hagáis reflorecer vuestra tierra, construyáis el futuro y deis a vuestros hijos un país donde reinen la paz y la concordia entre todos sus habitantes.

¡Que Dios bendiga al Líbano!

Vaticano, 1 de mayo de 1997


PALABRAS DEL PAPA JUAN PABLO II

AL FINAL DE LA PLEGARIA MARIANA

Sábado 3 de mayo de 1997



Doy la bienvenida a los peregrinos gitanos que han venido para la beatificación de Ceferino Giménez Malla, mártir. Gracias por vuestra presencia y por vuestro canto. En verdad, la oración del santo rosario era la mejor manera de honrar a «el Pelé», que afrontó el extremo sacrificio con el rosario en la mano. ¡Nos vemos mañana!

Me complace saludar al grupo de voluntarios de la UNITALSI de Settimo Torinese, y los aliento en su labor de servicio a los enfermos.

124 Saludo, asimismo, a los jóvenes de la 32ª Prefectura de Roma, comprometidos en la pastoral de la juventud, así como a los grupos parroquiales.

Dirigiéndose a los fieles de lengua española presentes en la sala Pablo VI, añadió en castellano:

Saludo ahora cordialmente a las personas de lengua española que se han unido a esta entrañable práctica de piedad mariana, al comienzo del mes de mayo, tradicionalmente dedicado a la Virgen María. Saludo en particular al numeroso grupo de gitanos que han venido a Roma para participar mañana en la beatificación del venerable Ceferino Giménez, «el Pelé». Este ilustre hijo de vuestra raza fue mártir de la fe y murió con el rosario en la mano. Vosotros, que habéis sabido mantener vuestra identidad étnica y cultural más allá de las fronteras, haciendo con frecuencia del camino vuestra patria, seguid su ejemplo de piedad cristiana y de especial devoción a María, que vosotros invocáis como «Amari Develeskeridaj» «Nuestra Madre de Dios», para que ella sea la Estrella que guíe y alegre vuestros pasos.

Dirijo también un saludo al grupo de componentes de la Misión católica española en Munich, que han querido peregrinar a la tumba de san Pedro para robustecer su fe. A todos os encomiendo a la Madre

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS PEREGRINOS QUE PARTICIPARON

EN LA CEREMONIA DE BEATIFICACIÓN


Sala Pablo Pablo VI

Lunes 5 de mayo de 1997



Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
amadísimos religiosos y religiosas;
hermanos y hermanas:

1. La atmósfera de alegría y fiesta, característica del tiempo pascual, que ha iluminado la solemne liturgia de beatificación que celebramos ayer por la mañana, prosigue y se profundiza en este encuentro, en el que queremos reflexionar juntos, una vez más, en la experiencia espiritual y en las virtudes evangélicas de los nuevos beatos.

En comunión con las Iglesias particulares donde vivieron y actuaron, elevamos nuestra acción de gracias al Señor por las maravillas realizadas por su gracia en estos ilustres hermanos nuestros en la fe. Al mismo tiempo, nos sentimos alentados por ellos a convertirnos también nosotros en testigos cada vez más convencidos de Cristo, nuestro Señor, para anunciarlo con las palabras y con la vida. Nos confortan la cercanía espiritual y la ayuda fraterna de su poderosa intercesión.

125 2. Con gran afecto me dirijo a todos los peregrinos de lengua española, que habéis venido desde España y América Latina para participar en el gozo de la beatificación del obispo Florentino Asensio, de Ceferino Giménez Malla «el Pelé» y de la madre María Encarnación Rosal.

Saludo a los obispos de España, y particularmente a mons. Ambrosio Echebarría, obispo de Barbastro-Monzón, y a los fieles de esa diócesis que desde ayer tiene dos nuevos beatos. Vuestra comunidad eclesial tiene la honra de haber visto florecer estos dos mártires, modelos de vida para los cristianos, y que ahora interceden por nosotros.

Entre las muchas facetas que perfilan la rica biografía espiritual de mons. Asensio, cabe subrayar su constante e incondicional dedicación a la predicación del Evangelio, primero como sacerdote y después en su breve ministerio episcopal. A ella permaneció siempre fiel, predicando en la catedral, hasta el último domingo antes de ser apresado. Con ello nos ofrece un admirable ejemplo de la gran importancia que tiene para la vida cristiana el anuncio explícito de Cristo y la transmisión y formación en la fe por medio de la catequesis. Os animo a todos, pastores y fieles, a no escatimar esfuerzos y medios para que la actividad catequética ocupe el puesto que le corresponde en la vida de las comunidades eclesiales y pueda llevar a todos a un conocimiento más profundo de Cristo.

El nuevo beato murió como testigo de la fe que había vivido y proclamado tantas veces. No le faltó en ese momento decisivo la entereza y la dignidad, la fuerza y el valor, que son frutos de su adhesión incondicional a Cristo y a su Evangelio. Que su ejemplo ayude a los cristianos a testimoniar la fe como lo hizo él.

3. El beato Ceferino Giménez Malla alcanzó la palma del martirio con la misma sencillez que había vivido. Su vida cristiana nos recuerda a todos que el mensaje de salvación no conoce fronteras de raza o cultura, porque Jesucristo es el redentor de los hombres de toda tribu, estirpe, pueblo y nación (cf. Ap
Ap 5,9).

«El Pelé» fue un hombre profundamente piadoso: particularmente devoto de la Eucaristía y de la Virgen María, participaba asiduamente en la santa misa y rezaba el rosario con fervor, oraba con frecuencia y pertenecía a diversas asociaciones religiosas. Su vida fue coherente con su fe, practicando la caridad con todos, siendo honrado en sus actividades, poniendo paz en las contiendas y aconsejando sabiamente sobre las situaciones que se presentaban. Por esto gozó de la estima de quienes lo conocieron.

Queridos hijos del pueblo gitano, el beato Ceferino es para vosotros una luz en vuestro sendero, un poderoso intercesor, un guía para vuestros pasos. «El Pelé», en su camino hacia la santidad, tiene que ser para vosotros un ejemplo y un estímulo para la plena inserción de vuestra particular cultura en el ámbito social en que os encontráis. Al mismo tiempo, es necesario que se superen antiguos prejuicios que os llevan a padecer formas de discriminación y rechazo que a veces conducen a una no deseada marginación del pueblo gitano.

4. América Latina cuenta con una nueva beata, la madre María Encarnación Rosal. Saludo con afecto a los obispos y fieles que han venido desde allí, formando parte de la peregrinación de la Familia Bethlemita proveniente de Guatemala, tierra natal de la madre María Encarnación, de Colombia, país que guarda su sepulcro, de Ecuador, Costa Rica, Panamá, Venezuela, El Salvador, Nicaragua, Estados Unidos, así como de España e Italia y las dos naciones donde hay misiones Bethlemitas: Camerún e India.

La beata María Encarnación enriqueció a la Iglesia ayudando a que se conservara la espiritualidad de Belén. Mujer tenaz y fuerte, con una personalidad extraordinaria y enamorada del Corazón de Cristo, no se desanimaba ante las dificultades, llegando a ser así colaboradora activa y fiel del plan de Dios, que quiere que «todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1Tm 2,4). Su entrega a la tarea evangelizadora, aun en medio de sinsabores y sacrificios, la hace digna de admiración de todos y, muy especialmente, un modelo constante para sus hijas.

Hoy que la Iglesia, en el umbral del gran jubileo del año 2000, cobra renovada conciencia de la misión confiada por el Señor, la beata María Encarnación Rosal es ejemplo y estímulo ante los desafíos de la nueva evangelización.

Queridas Hermanas Bethlemitas, en vuestra Madre tenéis un admirable modelo de vida enteramente consagrada a Dios y entregada a la misión con generosidad, de fidelidad creativa al propio carisma y de incondicional servicio a la Iglesia y a los hermanos, con el espíritu de sencillez y acogida que irradia de la gruta de Belén.

126 5. Junto con la comunidad cristiana de Reggio Calabria-Bova, exultamos por la beatificación de Gaetano Catanoso, el primer sacerdote diocesano calabrés elevado a la gloria de los altares. Resplandece por su fidelidad a la grey de Cristo, cuyos sufrimientos y privaciones compartió plenamente, sintiendo como propios sus problemas y llevando a todos una palabra de consuelo y esperanza. Realizó este ideal de vida sacerdotal tanto en el pobre y aislado centro de la montaña de Aspromonte, donde comenzó su actividad pastoral, como en la parroquia de la ciudad de Reggio Calabria, que durante muchos años fue encomendada a su solicitud pastoral.

Ya desde sus primeros años de ministerio sacerdotal, sintió vivamente la preocupación de la reparación, centrada en la devoción a la Santa Faz de Jesús. Él mismo decía: «La Santa Faz es mi vida; es mi fuerza». Transmitió esta espiritualidad particular a la congregación que fundó, la cual, ya en su mismo nombre, religiosas Verónicas de la Santa Faz, manifiesta su finalidad y misión en la Iglesia y en la sociedad: enjugar la Faz de Cristo, herido y sufriente, en todos los «crucificados» del mundo actual.

La vida del beato Catanoso, totalmente gastada por el bien de los hermanos y por el rescate de su tierra, constituye para todos una apremiante invitación a buscar en los valores perennes de la fe y de la tradición cristiana las bases para construir el auténtico progreso de la sociedad.

6. También el beato Enrico Rebuschini, ya desde su juventud, se esforzó por seguir a Cristo, «camino, verdad y vida ». Se puso siempre en manos de Dios y cultivó la intimidad con el misterio pascual, la oración incesante y la humildad. Al mismo tiempo, gastó su vida por los demás, en primer lugar por los necesitados, con respecto a los cuales cultivó la virtud de la escucha y del servicio y, más aún, la obediencia, «como si obedeciera a Dios mismo».

En los meses que precedieron a su entrada en la orden de los Clérigos Regulares Ministros de los Enfermos, escribió en su diario: «Ofrezco por mi prójimo todo mi ser y toda mi vida». Dios lo premió con el don de la oración contemplativa, en la que se quedaba absorto, incluso mientras recorría a pie las calles de Cremona. La gente solía llamarlo «el místico de la calle». El ejemplo y la intercesión del beato Rebuschini nos impulsan a intensificar, con inquebrantable fidelidad a Cristo, nuestro servicio diario, para afirmar en el mundo la «civilización del amor».

7. Amadísimos hermanos y hermanas, estos cinco nuevos beatos iluminan con su testimonio nuestro camino, siguiendo las huellas de Cristo.

Al volver a vuestras ciudades, llevaréis con vosotros el alegre recuerdo de las intensas horas transcurridas en Roma. Que os sostenga hoy y siempre la celestial intercesión de los nuevos beatos. Os proteja la maternal presencia de la Madre de Dios, a la que está dedicado de manera especial el mes de mayo, que acabamos de comenzar.

Y os acompañe también la bendición, que de corazón os imparto a todos vosotros, aquí presentes, así como a vuestras familias y a vuestras comunidades.

Discursos 1997 116