Discursos 1997 134

134 Vaticano, 12 de mayo de 1997

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LA ASAMBLEA DE LOS DIRECTORES NACIONALES

DE LAS OBRAS MISIONALES PONTIFICIAS


Jueves 15 de mayo de 1997



Venerados hermanos en el episcopado;
amadísimos directores nacionales;
colaboradores y colaboradoras en las Obras misionales pontificias:

1. Me alegra daros a cada uno mi cordial bienvenida. En particular, saludo y agradezco a monseñor Charles Schleck, secretario adjunto de la Congregación para la evangelización de los pueblos y presidente de las Obras misionales pontificias, las cordiales palabras con las que ha querido hacerse intérprete de los sentimientos de todos vosotros. Saludo, asimismo, a los secretarios generales y a los directores nacionales, que han venido a Roma para la asamblea general anual de estas instituciones tan beneméritas.

Vuestro encuentro coincide este año con dos importantes aniversarios: el 175 de la fundación de la Obra pontificia de la Propagación de la fe y el 75 del motu proprio Romanorum Pontificum, con el cual mi venerado predecesor el Papa Pío XI concedió el título de «pontificias» a las Obras de la Propagación de la fe, de la Infancia misionera y de San Pedro apóstol. Y estoy seguro de que la celebración de estos dos aniversarios singulares contribuirá a incrementar en el pueblo de Dios el compromiso misionero.

2. Ya es una tradición consolidada el hecho de que cada año vuestra asamblea general se celebre durante el mes de mayo. Este año, en recuerdo de la fundación de la Obra de la Propagación de la fe, habéis querido tener una sesión pastoral especial, analizando la figura y la obra de dos mujeres extraordinarias: la venerable María Paulina Jaricot y la patrona de las misiones, santa Teresa del Niño Jesús.

La primera, joven laica nacida en Lyon en 1799, se interesó de modo particular por los problemas de las misiones católicas de su tiempo. Miembro de una asociación fundada por los padres de las Misiones Extranjeras de París, fue pionera de la cooperación misionera organizada. En efecto, con las obreras de la fábrica de seda, que dirigían su hermana y su cuñado, se propuso ayudar a las misiones por medio de la oración y de un pequeño óbolo semanal.

El 3 de mayo de 1822, un grupo de laicos, inspirándose en esa iniciativa, por la que la venerable María Paulina mereció el título de fundadora de la Obra de la Propagación de la fe, dio un carácter más universal a la asociación para la Propagación de la fe. Animados por una caridad sin fronteras, afirmaban: «Somos católicos; por eso, no debemos sostener ninguna misión en particular, sino todas las misiones del mundo ». Precisamente por esta razón eligieron el lema: Ubique per orbem, que después tomó la Obra de la Propagación de la fe y las demás Obras misionales.

3. Amadísimos hermanos y hermanas, María Paulina, joven atenta a la voz del Espíritu, anticipó proféticamente lo que el Magisterio pontificio y el concilio ecuménico Vaticano II subrayarían después, destacando el carácter misionero de todo el pueblo de Dios y la contribución específica que los laicos están llamados a dar a la actividad evangelizadora de la Iglesia.

135 A ejemplo de esta mujer valerosa, estáis llamados hoy a impulsar una cooperación cada vez más fraterna entre las Iglesias, suscitando y formando numerosos colaboradores para la causa misionera. Infundid en ellos el celo por el anuncio del Evangelio y el deseo de apoyar el compromiso de las jóvenes Iglesias. Esta cooperación será eficaz si está sostenida incesantemente mediante la oración, los sacrificios y la búsqueda constante de la santidad. Sólo esta atmósfera de tensión espiritual y apostólica podrá establecer las condiciones para el desarrollo de numerosas vocaciones misioneras y para el apoyo generoso a las actividades misioneras.

4. La otra figura, sobre la cual habéis querido reflexionar durante vuestra asamblea, es santa Teresa del Niño Jesús, a quien mi venerado predecesor el Papa Pío XI proclamó «patrona de las misiones» el 14 de diciembre de 1927, y de cuya muerte celebramos este año el centenario. Aunque fue llamada a la vida contemplativa, Teresa del Niño Jesús vivió en plena sintonía con la realidad misionera de la Iglesia universal. Su máximo deseo era amar y hacer amar al Señor, trabajando para la glorificación de la Iglesia y la salvación de las almas, como afirmaba en la oración en que se ofrecía a sí misma como víctima de holocausto al amor misericordioso.

La experiencia de la pequeña Teresa representa un camino singular de entrega a la causa de la evangelización, que se enraíza en el itinerario de santidad, requisito indispensable de toda vocación misionera. Como recordé en la encíclica Redemptoris missio, «la vocación universal a la santidad está estrechamente unida a la vocación universal a la misión. Todo fiel está llamado a la santidad y a la misión. Esta ha sido la ferviente voluntad del Concilio al desear, "con la claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz de la Iglesia, iluminar a todos los hombres, anunciando el Evangelio a toda criatura". La espiritualidad misionera de la Iglesia es un camino hacia la santidad» (n. 90).

5. Queridos directores nacionales, vuestra tarea consiste en procurar favorecer con todos los medios un renovado celo misionero en toda la comunidad cristiana. A partir de este ímpetu apostólico, cada una de las Obras —la Propagación de la fe, la Infancia misionera, San Pedro apóstol y la Unión misional— está llamada a realizar su labor específica e insustituible, «para difundir entre los católicos, desde la infancia, el sentido verdaderamente universal y misionero, y para estimular la recogida eficaz de subsidios en favor de todas las misiones (...) y suscitar vocaciones ad gentes y de por vida, tanto en las Iglesias antiguas como en las más jóvenes» (ib.,84).

Amadísimos hermanos y hermanas, deseando que la preparación para el gran jubileo del año 2000 sea para todos vosotros una nueva ocasión de renovado compromiso al servicio de la causa del Evangelio, os encomiendo a vosotros y a vuestros colaboradores a la protección materna de María, Estrella de la evangelización, y os imparto de corazón una especial bendición apostólica.

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL SUPERIOR GENERAL DE LOS PADRES ROGACIONISTAS

DEL CORAZÓN DE JESÚS




Al reverendísimo padre
Pietro Cifuni,
superior general de los padres Rogacionistas del Corazón de Jesús

1. La alegre celebración del primer centenario del nacimiento de la congregación de los Rogacionistas del Corazón de Jesús (fundada el 16 de mayo de 1897), me brinda la grata oportunidad de dirigirle a usted y a todos los hijos del beato Aníbal María Di Francia, así como a las Hijas del Divino Celo y a cuantos comparten su ideal, unas palabras de felicitación y, sobre todo, de acción de gracias a Dios por el don que quiso hacer a su Iglesia, enriqueciéndola con el carisma religioso rogacionista. La perspectiva del ya próximo tercer milenio cristiano ofrece una motivación ulterior para una celebración que suscite en todos los miembros de la familia rogacionista una renovada determinación de prestar un generoso y cualificado servicio de anuncio y de testimonio del Evangelio de Cristo en los diversos países donde está extendida.

2. «Novum fecit Dominus» (Escritos, vol. 1P 96 cf. Is Is 43,19 Ap 21,5). Estas palabras de la sagrada Escritura, que el padre fundador solía repetir, con gratitud y admiración por la obra realizada por el Señor mediante su humilde ministerio, resuenan hoy en el espíritu de sus hijos e hijas, impulsándolos a vivir esa improvisa y luminosa intuición que inflamó su corazón, dándole la certeza de que «había encontrado el secreto de todas las obras buenas y de la salvación de todas las almas» (Antología Rogacionista, p. 382).

«Rogate, ergo, Dominum messis ut mittat operarios in messem suam» (Mt 9,38): ese fue el alegre descubrimiento del beato Aníbal María Di Francia. Meditando esas palabras de Jesús, comprendió el celo apostólico de su Corazón divino al contemplar a las muchedumbres «cansadas y abatidas como ovejas sin pastor» (Mt 9,36) y lo hizo suyo, orientando hacia él toda su existencia y todo su apostolado. Vuestro fundador ya se dedicaba, con todas sus fuerzas, como narra él mismo, al alivio espiritual y temporal de los más abandonados, pero se preguntaba: «¿Qué son estos pocos huérfanos que se salvan, y estos pocos pobres que se evangelizan, frente a los millones que se pierden y yacen abandonados sin pastor?» (Antología Rogacionista, p. 382). Y ese es el «camino de salida amplio e inmenso» —como él lo define—, que le indicaron aquellas palabras del Señor.

136 Al hacerlo suyo, hizo suyo el Corazón de Cristo: su compasión por los hijos de Dios dispersos, que era necesario volver a reunir en la unidad de una sola familia (cf. Jn Jn 11,52), y, con él, se ponía en manos del Padre, transformando en oración, suscitada por el Espíritu, la invocación de la salvación para los innumerables hombres y mujeres a los que aún no había llegado el gozoso anuncio de la llegada del Reino divino.

3. Así comenzó a brotar, como de una pequeña semilla, la plantita de una obra que hoy está robusta y llena de frutos. Constituye juntamente una escuela de santidad, en el seguimiento exigente de Cristo Señor por el camino de los consejos evangélicos, y un instrumento precioso y providencial de caridad y evangelización.

Siguiendo las huellas del beato Aníbal María Di Francia, los rogacionistas han heredado la vocación a imitar a Cristo, corazón del mundo: un corazón lleno de comprensión y rebosante de amor a los hermanos y hermanas que esperan la Palabra de salvación y el Pan de la vida; un corazón que, con confiada perseverancia, pide incesantemente al Padre «que mande obreros a su mies».

En la fidelidad al carisma específico de la fundación, están llamados a responder, ante todo, a la vocación a la santidad por el camino de los consejos evangélicos. Como recordé en la exhortación apostólica Vita consecrata, esa vocación constituye en medio de los hombres de nuestro tiempo una elocuente confessio Trinitatis, porque se alimenta con un amor cada vez más sincero y fuerte «a Cristo, que llama a su intimidad; al Espíritu Santo, que dispone el ánimo a acoger sus inspiraciones; al Padre, origen primero y fin supremo de la vida consagrada» (n. 21).

La misma oración del «Rogate», de la que brota una original forma de vida apostólica, no es simplemente una oración dirigida a Dios, sino que es una oración vivida en Dios: porque se concibe en unión con el Corazón misericordioso de Cristo; porque está animada por los «gemidos» del Espíritu (cf. Rm Rm 8,26); y porque se dirige al Padre, fuente de todo bien.

4. El beato Aníbal María Di Francia, dócil a las enseñanzas del divino Maestro y guiado interiormente por los impulsos del Espíritu, puso de relieve las condiciones y las características de esa oración, que la hacen obra eclesial por excelencia y la llevan a dar abundantes frutos para la Iglesia y para el mundo.

En primer lugar, poner en el centro de la existencia personal y comunitaria la santísima Eucaristía, para aprender de ella a orar y a amar según el Corazón de Cristo, más aún, para unir el ofrecimiento de la propia vida a la ofrenda que él hizo de la suya, prosiguiendo su intercesión por nosotros ante el Padre (cf. Hb He 7,25 He 9,24). ¡Ojalá que todo miembro de la familia rogacionista, a ejemplo de su fundador, sea un alma profundamente eucarística!

La segunda condición es la concordia de los corazones, que hace aceptable a los ojos de Dios la oración: «Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,19-20). «Declaro —afirmaba el beato fundador— que el mandamiento que nos dio nuestro Señor Jesucristo: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado", y que constituye el distintivo de los verdaderos cristianos, es un mandamiento primario en este instituto, como el de amar a Dios sobre todas las cosas, con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas» (Antología Rogacionista, p. 511).

La tercera condición en la que insistía el fundador es asociarse íntimamente a las penas del Corazón santísimo de Jesús mediante el ejercicio de la meditación y la generosa aceptación, día a día, de los sufrimientos exteriores e interiores, propios y de los demás, sobre todo de los que padece la santa Iglesia, esposa de Cristo.

Por último, el beato Aníbal María subrayaba la necesidad de conformar la propia vida a la de María santísima, que en su Corazón inmaculado llevaba «esculpidas con letras de oro todas las palabras pronunciadas por Jesucristo, nuestro Señor», y que, por ello, no podía por menos de llevar en sí «esas palabras que habían brotado del divino celo del Corazón de Jesús: "Rogate, ergo, Dominum messis"» (Escritos, vol. 54, p. 165).

5. No sorprende que de esa profundidad de doctrina y de experiencia de la oración del «Rogate» haya brotado una actividad apostólica intensa y generosa, tanto en la propagación de este espíritu de oración y en la promoción de las vocaciones, como en la formación de los niños y de los jóvenes, especialmente los pobres y abandonados, y en la evangelización y promoción humana de las clases sociales menos favorecidas.

137 En realidad, el servicio a los pequeños y a los pobres, con el espíritu del padre fundador, no constituye solamente la necesaria comprobación de la sinceridad de la oración, sino que nace de una profunda penetración de los sentimientos del Corazón de Cristo, que bendice al Padre porque ha escondido los secretos del Reino a los sabios y a los inteligentes, y los ha revelado a los pequeños (cf. Mt Mt 11,25).

Por otra parte, la invitación de Jesús «Venid y veréis» (Jn 1,39), constituye también hoy «la regla de oro de la pastoral vocacional», porque «pretende presentar (...) el atractivo de la persona del Señor Jesús y la belleza de la entrega total de sí mismo a la causa del Evangelio » (Vita consecrata VC 64). Por esto, el beato Aníbal María insistía, de forma incansable, en la unión perseverante con Dios y en la unidad entre los hermanos. En efecto, la unidad «manifiesta la venida de Cristo (cf. Jn Jn 13,35 Jn 17,21) y de ella brota un gran dinamismo apostólico» (Perfectae caritatis PC 15).

6. Reverendísimo padre y amadísimos hijos espirituales del beato Aníbal María di Francia, vuestra vocación está marcada por el espíritu del «Rogate»; vuestra misión consiste en difundirlo. La riqueza y la actualidad del carisma del que sois herederos y depositarios os ha de impulsar a hacer fructificar cada día más los dones de gracia para vuestra familia religiosa, para vuestro camino de perfección evangélica y para el servicio cualificado y generoso que prestáis a toda la Iglesia.

Los medios modernos que las ciencias humanas y la técnica de nuestros días ponen a nuestra disposición, y que justamente vosotros tratáis de utilizar en vuestra acción apostólica, sólo alcanzarán su eficacia si están sostenidos y dirigidos por la originaria inspiración carismática del beato fundador, que veía en el «Rogate» el instrumento dado por Dios mismo para suscitar la santidad nueva y divina, con la que el Espíritu Santo quiere enriquecer a los cristianos en el umbral del tercer milenio, para hacer que Cristo sea el corazón del mundo.

Por una providencial coincidencia, el 16 de mayo de 1897, fecha en que hace cien años los primeros tres jóvenes formados por el beato Aníbal entraron en el noviciado, fue precisamente el IV domingo de Pascua, el domingo llamado del Buen Pastor. Ese mismo domingo, el siervo de Dios Pablo VI, mi venerado predecesor, instituyó la Jornada mundial de oración por las vocaciones. Yo mismo, con ocasión de la beatificación de vuestro fundador, el 7 de octubre de 1990, quise señalar a la Iglesia a Aníbal María Di Francia como «auténtico pionero y maestro de la pastoral vocacional moderna» (Discurso a los peregrinos que acudieron a la beatificación n. 3: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 14 de octubre de 1990, p. 12).

Hoy, de forma creciente, «el problema de las vocaciones es un auténtico desafío que interpela directamente a los institutos, pero que concierne a toda la Iglesia», por lo cual «debemos dirigir una constante plegaria al Dueño de la mies para que envíe obreros a su Iglesia, para hacer frente a las exigencias de la nueva evangelización» (Vita consecrata VC 64). Nunca se ha de olvidar que «una Iglesia que evangeliza es una Iglesia que reza para tener evangelizadores» (Discurso al Simposio del Consejo de las Conferencias episcopales de Europa, 11 de octubre de 1985, n. 15: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de octubre de 1985, p. 10).

A este instituto, en espíritu de plena comunión con toda la Iglesia y de fidelidad al carisma del beato fundador, corresponde la misión urgente de rezar y suscitar la oración por las vocaciones. ¡Ojalá que todo hijo espiritual del beato Aníbal María Di Francia profundice el don recibido y lo reavive, convirtiéndose cada vez más en digno obrero del Evangelio y pastor según el Corazón de Cristo!

Encomiendo a María el ministerio que esta congregación está llamada a desempeñar en la Iglesia y, a la vez que imploro sobre usted, reverendísimo padre, sobre sus hermanos y hermanas, y sobre todos los cooperadores la abundancia de la gracia divina, les imparto de corazón, como prenda de especial afecto, la propiciadora bendición apostólica.

Vaticano, 16 de mayo de 1997

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE ÁFRICA DEL SUR

EN VISITA «AD LIMINA»


Lunes 19 de mayo de 1997



Queridos hermanos en el episcopado:

138 1. Con cordial afecto en el Señor os saludo a vosotros, miembros de la Conferencia episcopal de África del sur, que representáis a la Iglesia en Botsuana, Sudáfrica y Suazilandia, y doy gracias a Dios por «la alegría y el consuelo de vuestro amor» (cf. Flm Phm 7). Vuestra visita ad limina es una nueva ocasión para afirmar nuestra comunión eclesial y fortalecer los vínculos de amor y paz que nos sostienen y alientan en el servicio a la única Iglesia de Cristo. Pido a Dios que, durante este tiempo de preparación para el gran jubileo del año 2000, toda la comunidad católica de África del sur se inspire profundamente en «un verdadero anhelo de santidad, un fuerte deseo de conversión y€de renovación personal » (Tertio millennio adveniente TMA 42). Como sucesores de los Apóstoles debéis desempeñar un papel particular en esta preparación. Tenéis que ser «modelos de la grey» (1P 5,3) y maestros de «vida según el espíritu» (Rm 8,5). San Agustín nos recuerda que tenemos una gran responsabilidad cuando escribe: «Además de ser cristiano (...), también soy pastor, y por eso daré cuenta de mi ministerio a Dios» (Sermón 46: Sobre los pastores, 2). Oremos para que el Señor Jesucristo nos encuentre cumpliendo nuestra misión de maestros, sacerdotes y pastores de su grey.

2. Desde vuestra última visita ad limina, vuestro ministerio ha tenido que adaptarse a condiciones sociales y políticas radicalmente nuevas. Durante mi breve visita a Sudáfrica, en septiembre de 1995, tuve una experiencia directa del nuevo espíritu que anima a su pueblo y a sus líderes. Aunque quedan todavía grandes problemas por resolver, existe un renovado entusiasmo por construir una nación libre y justa para todos. Ciertamente, las heridas del pasado requerirán aún tiempo para cicatrizarse y hará falta realizar muchos esfuerzos para lograr una reconciliación real y transformadora. Ha habido un importante comienzo, y en este proceso la Iglesia tiene que dar una contribución vital, especialmente a través de la formación de las conciencias en las verdades y en los valores morales y religiosos que constituyen los cimientos necesarios de una sociedad que pretende ser digna del hombre y de su destino trascendente. Durante el período del apartheid, vosotros y vuestros colaboradores tuvisteis que mostrar a menudo que «la palabra de Dios no está encadenada» (2Tm 2,9). Ahora debéis proseguir, proclamando colegialmente «la verdad del Evangelio» (Ga 2,5) a los fieles y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Al igual que en el pasado pensabais que toda forma de racismo es una afrenta intolerable a la dignidad inalienable de los seres humanos, también ahora proclamáis que la paz y la justicia sólo pueden establecerse verdaderamente cuando en vez del ciclo mortal de violencia y venganza se ofrece la gracia del perdón (cf. Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 1997, n. 3).

La exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Africa invita a los obispos del continente a plantearse dos interrogantes fundamentales (cf. n. 46): ¿Cómo debe desarrollar la Iglesia su misión evangelizadora en el umbral del año 2000? ¿Cómo podrán los cristianos africanos ser testigos cada vez más fieles del Señor Jesús? Volviendo una y otra vez a estos interrogantes, en vuestra oración personal y en la reflexión y el estudio de vuestra Conferencia, estaréis de acuerdo seguramente con el Sínodo en que el principal desafío es la formación adecuada de los agentes de evangelización.«El pueblo de Dios —entendido en el sentido teológico de la Lumen gentium, un pueblo que abarca a los miembros del Cuerpo de Cristo en su totalidad— ha recibido el mandato (...) de proclamar el mensaje evangélico (...). Es preciso preparar, motivar y fortalecer a toda la comunidad para la evangelización, a cada uno según su función específica dentro de la Iglesia» (Ecclesia in Africa ). Para el futuro de la Iglesia y para el servicio a la sociedad nada es más importante que la sólida formación de sacerdotes, religiosos y fieles laicos.

3. Los laicos están desempeñando un papel cada vez más activo, responsable e insustituible en vuestras Iglesias particulares. Como pueblo sacerdotal, realizan la obra redentora de Cristo mediante el ofrecimiento de su vida en el culto y en el generoso amor a Dios y al prójimo (cf. Rm Rm 12,1-2); como pueblo profético, aceptan el Evangelio con fe y lo proclaman con su palabra y sus obras en las diversas circunstancias de la vida diaria; y como pueblo real, sirven a sus hermanos y hermanas con justicia y caridad. Cuanto más comprendan las implicaciones de su bautismo, tanto más considerarán sus deberes familiares y profesionales, sus responsabilidades cívicas y sus actividades sociopolíticas como una llamada a ejercer una influencia encaminada a cambiar la manera de pensar e incluso las estructuras de la sociedad, para que reflejen mejor el plan de Dios para la familia humana (cf. Ecclesia in Africa ). Seguid animando a los laicos a construir una sociedad caracterizada por la verdad, la honradez, la solidaridad y la reconciliación. Seguid alentando a los jóvenes a creer en su futuro y a construirlo mediante el servicio efectivo en favor del bien común y la participación en la esfera pública, rechazando todo egoísmo, toda corrupción y toda búsqueda del poder.

4. En una sociedad cada vez más urbanizada y secularizada, los fieles laicos necesitan una ayuda pastoral especial para salvaguardar los numerosos elementos positivos de las tradiciones familiares africanas. Donde se ha conservado intacta, la familia africana es la «comunidad de generaciones» en la que se han transmitido valores humanos y espirituales esenciales, convirtiéndose en la célula básica y piedra fundamental de la sociedad, así como en la primera escuela de vida cristiana. Cada diócesis y cada parroquia necesitan un programa de apostolado familiar y de preparación para el matrimonio en el que se presente sin ambigüedad la verdad plena del plan de Dios sobre el amor y la vida. Como pastores debéis velar para que los sacerdotes, los teólogos y los agentes pastorales enseñen fielmente la doctrina de la Iglesia sobre el amor conyugal. Os recomiendo encarecidamente que prestéis atención a los recientes documentos de la Santa Sede relativos a estas cuestiones vitales, en torno a las cuales la legislación del Estado y las campañas públicas se oponen cada vez más a los principios morales cristianos, incluso obligando a las personas y a las parejas a soportar presiones económicas o sociales, minando así su dignidad y su libertad.

Esto es verdad, sobre todo, por lo que respecta al aborto. Esta terrible realidad, además de ser un crimen contra el hijo inocente por nacer, tiene efectos más perjudiciales aún en las personas directamente implicadas y en la sociedad misma, que ya no considera con absoluto respeto la vida, sino que la subordina —un bien humano supremo— a bienes inferiores o a ventajas prácticas. En este tiempo en que se lanzan nuevos ataques a la santidad e inviolabilidad de la vida humana, habéis reafirmado con razón las verdades morales universales e inmutables y habéis acrecentado vuestros esfuerzos por impulsar a las familias y a los jóvenes a aceptar su responsabilidad decisiva de apoyar, fomentar y conservar el don de toda vida humana. Sólo puedo recomendaros que respondáis con vuestro celo pastoral al daño hecho por leyes intrínsecamente injustas, y os exhorto a proseguir ayudando a los fieles en la promoción de las instituciones sociales, la legislación civil y las políticas nacionales que apoyan los valores y los derechos familiares (cf. Familiaris consortio FC 44).

5. La presencia de la Iglesia en el campo de la educación es un aspecto crucial de sus esfuerzos por formar a los laicos. Incluso durante los años oscuros del apartheid, las escuelas católicas dieron una inmensa contribución a la formación humana y religiosa de los niños y los jóvenes de todas las razas y clases sociales. Ante políticas que deberían interpretarse como peligrosas para la identidad de las escuelas católicas, conviene recordar que el derecho inalienable de la Iglesia a dirigir libremente escuelas corresponde al derecho de los padres de dar a sus hijos una educación de acuerdo con sus convicciones (cf. Gravissimum educationis GE 8). Es importante que la Iglesia haga todo lo posible para proveer y mantener escuelas en todos los niveles, pero también es legítimo esperar que el Estado, que debe representar y fomentar los mejores intereses de sus ciudadanos, las apoye, permitiéndoles conservar su identidad y dando a los padres la posibilidad efectiva de ejercer su derecho a elegir el tipo de educación que desean para sus hijos.

6. Queridos hermanos, sois los principales responsables de la preparación de vuestros sacerdotes. La formación y la vida cristiana de los laicos dependen en gran medida del servicio que sólo pueden prestar los ministros ordenados del Evangelio. Vuestros informes quinquenales indican que la escasez de sacerdotes en algunas zonas crea dificultades a las comunidades locales para la celebración de la Eucaristía dominical, que es el centro, la fuente y la cima de toda vida cristiana (cf. Lumen gentium LG 11). Donde no hay sacerdotes, otras personas, especialmente los catequistas, guían a la comunidad en la oración, el canto y la reflexión. Hay que considerar siempre que esos encuentros se realizan «en espera del sacerdote» (Congregación para el culto divino, Directorio para las celebraciones dominicales en ausencia de sacerdote, 26) y son ocasiones para pedir al Señor que envíe más obreros a su mies (cf. Mt Mt 9,38). Hay que estar muy atentos para que esas medidas temporales no lleven a interpretar incorrectamente la naturaleza de las órdenes sagradas y el carácter central de la Eucaristía (cf. Pastores dabo vobis PDV 48).

7. De hecho, garantizáis la vida sacramental y eucarística de vuestras comunidades cuando conferís el don del Espíritu Santo a través de la ordenación, por la cual vuestros sacerdotes, tanto diocesanos como religiosos, participan en vuestro ministerio apostólico. La Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos destacó la necesidad de cuidar la selección de los candidatos al sacerdocio (cf. Ecclesia in Africa ). «Es ya un gran signo de la responsabilidad formativa de éste [el obispo] para con los aspirantes al sacerdocio el hecho de que los visite con frecuencia y en cierto modo "esté" con ellos» (Pastores dabo vobis PDV 65). Mediante su palabra y su ejemplo, el obispo debería ayudar a los jóvenes a comprender que el sacerdocio es configuración con Cristo, esposo y cabeza de la Iglesia, pero también víctima y servidor humilde. Un seminario y un presbiterio fortalecidos por la oración, el apoyo mutuo y la amistad favorecen el espíritu de obediencia voluntaria que dispone a todo sacerdote a realizar las tareas pastorales que le ha confiado su obispo. El misterio de la Iglesia como comunión se fortalece cuando la autoridad episcopal se ejerce como amoris officium (cf. Jn Jn 13,14) y cuando la obediencia sacerdotal sigue el modelo de servicio de Cristo (cf. Flp Ph 2,7-8).

Además, ni el seminario ni el presbiterio deberían llevar a un estilo privilegiado de vida. Por el contrario, la sencillez y la abnegación deberían ser las características de quienes siguen al Señor, que «no ha venido a ser servido, sino a servir » (Mc 10,45). Deberíamos tener en cuenta las oportunas palabras del Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros (1994), publicado por la Congregación para el clero: «Difícilmente el sacerdote podrá ser verdadero servidor y ministro de sus hermanos si está excesivamente preocupado por su comodidad y por su bienestar» (n. 67).

El Sínodo también insistió en que los futuros sacerdotes deben comprender el valor del celibato para el ministerio ordenado (cf. Ecclesia in Africa ). Los seminaristas necesitan una madurez humana y una formación espiritual que les permita tener «las ideas claras y una íntima convicción sobre el vínculo que hay entre el celibato y la castidad del sacerdote» (ib.). Los pastores sabios se deben preocupar en especial por convencer a los sacerdotes y a los seminaristas de que la devoción filial a la santísima Virgen María, el ascetismo, el sacrificio personal, la generosidad con los demás y la fraternidad sacerdotal son esenciales para un sacerdote que desea consagrarse a Dios y a su misión con alegría y con un corazón indiviso. La experiencia muestra que las oportunidades de proseguir la formación ayudan a los presbíteros a salvaguardar su identidad sacerdotal, a crecer espiritual, intelectual y pastoralmente, y a estar mejor preparados para construir las comunidades confiadas a su ministerio.

139 8. Al mismo tiempo, la Iglesia en África del Sur no podría ser lo que es sin el don extraordinario de la vida consagrada. Miembros celosos de congregaciones misioneras realizaron la plantatio Ecclesiae en vuestras tierras, y a ellos se han añadido muchos nuevos institutos de vida contemplativa y activa. Los hombres y mujeres consagrados en vuestras diócesis dependen de vosotros para que los guiéis en sus actividades pastorales, y necesitan vuestro apoyo para vivir los consejos evangélicos. La armonía entre los obispos y las personas consagradas es esencial para el bien común de la familia de Dios. Los institutos religiosos, representados por sus superiores, deberían mostrar siempre «espíritu de comunión y de colaboración » (ib., 94) en sus relaciones con los obispos en cuyas diócesis trabajan. Los obispos, por su parte, «acojan y estimen los carismas de la vida consagrada » (Vita consecrata VC 48) y denles el lugar debido en los programas pastorales diocesanos. Es especialmente importante para los obispos prestar mucha atención a los programas formativos de los institutos de derecho diocesano. Con prudencia y discernimiento (cf. 1Th 5,21), deberíais velar para que los candidatos sean seleccionados con esmero y para que reciban la formación integral humana, espiritual, teológica y pastoral que los prepare para su misión en la Iglesia.

9. En vuestras diócesis sois los sumos sacerdotes del culto sagrado y los «administradores de los misterios de Dios» (1Co 4,1). Soy consciente de los esfuerzos de vuestra Conferencia por llevar a cabo la auténtica inculturación del culto, «de modo que el pueblo fiel pueda comprender y vivir mejor las celebraciones litúrgicas» (Ecclesia in Africa ). El principio consiste en acoger de las culturas autóctonas «las expresiones que pueden armonizarse con el verdadero y auténtico espíritu de la liturgia, respetando la unidad sustancial del Rito romano » (Vicesimus quintus annus, 16). Sin embargo, esa tarea, difícil y delicada, sólo puede realizarse con éxito como un proceso en el que toda adaptación se haga como una profunda asimilación del patrimonio de la Iglesia, totalmente fiel al «depósito sagrado de la palabra de Dios» (Dei Verbum DV 10) cuya interpretación autorizada ha sido confiada a todo el Colegio episcopal, con el Sucesor de Pedro, su fundamento de unidad. Como reconoce la exhortación apostólica Ecclesia in Africa, este es uno de los mayores desafíos para la Iglesia en vuestro continente, en el umbral del tercer milenio (cf. n. 59), y requiere una sabiduría y una fidelidad ejemplares por parte de los obispos.

10. Queridos hermanos en el episcopado, estos son algunos de los pensamientos que suscita en mí vuestra visita. La solemnidad de Pentecostés, que acabamos de celebrar, nos impulsa a orar en unión con María para implorar una nueva efusión del Espíritu Santo sobre las Iglesias encomendadas a vuestro cuidado pastoral. Pidamos juntos a este mismo Espíritu que ilumine nuestra mente, colme nuestro corazón de esperanza y nos conceda ser audaces en nuestra tarea al servicio del Evangelio. Confiando en que el Señor siga acrecentando el fervor de los sacerdotes, los religiosos y los laicos de Botsuana, Sudáfrica y Suazilandia, y que la obra buena que ha iniciado en ellos continúe floreciendo (cf. Flp Ph 1,6), os imparto cordialmente mi bendición apostólica.

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