Discursos 1997 139


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LA ASAMBLEA PLENARIA DE LA CONFERENCIA

EPISCOPAL ITALIANA


Sala del Sínodo, jueves 22 de mayo de 1997



«El último día de la fiesta, el más solemne, Jesús puesto en pie, gritó: "Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí", como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva. Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él» (Jn 7,37-39).

Amadísimos hermanos en el episcopado:

1. Habéis elegido celebrar vuestra asamblea plenaria durante los días inmediatamente sucesivos a Pentecostés: el Espíritu Santo, cuya venida sobre la Iglesia naciente acabamos de celebrar, ilumine y guíe vuestro encuentro y vuestros trabajos.

Me alegra estar con vosotros y compartir vuestras inquietudes y vuestra solicitud pastoral. Saludo y doy las gracias a vuestro presidente, el señor cardenal Camillo Ruini, al igual que a los demás cardenales italianos; saludo, asimismo, a los vicepresidentes, y doy las gracias de modo particular a monseñor Giuseppe Agostino, que ha concluido su servicio, y felicito a monseñor Giuseppe Costanzo, elegido para asumir la función de vicepresidente. En fin, saludo al secretario general y a cada uno de vosotros, venerados hermanos en el episcopado, deseándoos a todos los frutos del Espíritu en vuestro compromiso en cada una de las diócesis y dentro de la Conferencia episcopal.

2. Vuestra asamblea ha dedicado amplio espacio al gran tema del encuentro con Jesucristo a través de la Biblia. En la carta apostólica Tertio millennio adveniente he subrayado cuán importante es que en este año de preparación para el gran jubileo, dedicado a Jesucristo, único Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre (cf. Hb He 13,8), los cristianos «vuelvan con renovado interés a la sagrada Escritura, en la liturgia, tan llena del lenguaje de Dios; en la lectura espiritual, o bien en otras instituciones o con otros medios que para dicho fin se organizan hoy por todas partes» (n. 40).

En efecto, a pesar del gran impulso que el concilio Vaticano II ha dado a los estudios bíblicos y a la pastoral bíblica en las comunidades cristianas, todavía son demasiados los fieles que siguen privados de un encuentro vital con las sagradas Escrituras y no alimentan adecuadamente su fe con la riqueza de la palabra de Dios que se halla en los textos revelados. Por eso, es necesario realizar un esfuerzo ulterior para que tengan amplio acceso a la Biblia. En efecto, como dice san Jerónimo, «ignorar las sagradas Escrituras significa ignorar a Cristo», dado que toda la Biblia nos habla de él (cf. Lc Lc 24,27).

Para un encuentro eficaz con la sagrada Escritura, sigue siendo decisiva la referencia a la constitución dogmática Dei Verbum del concilio ecuménico Vaticano II. En ella encontramos los principios doctrinales y los caminos pastorales más apropiados para lograr que el encuentro con el Libro sagrado mantenga su intrínseca cualidad de escucha de la palabra de Dios, sea un estudio exegéticamente correcto, se convierta en fuente de vida espiritual, anime y reavive toda la acción pastoral, guíe y sostenga el diálogo ecuménico y manifieste la gran riqueza, incluso humana y cultural, que brota de la Biblia y que ha producido maravillosos frutos de civilización en Italia y en muchas otras naciones.

140 En virtud de este nexo entre fe y cultura, la Biblia se presenta como texto fundamental para la formación de las nuevas generaciones, tanto en la catequesis de iniciación cristiana como en la enseñanza de la religión católica en las escuelas.

Por tanto, la ardua tarea de la nueva evangelización pasa por dar a conocer más la Biblia a todo el pueblo de Dios, mediante su proclamación litúrgica, la homilía y la catequesis, la práctica de la lectio divina y otros caminos bien trazados en la reciente Nota pastoral de vuestra Conferencia: «La Biblia en la vida de la Iglesia». Las comunidades parroquiales y las religiosas, las asociaciones y los movimientos laicales, las familias y los jóvenes podrán experimentar así la condescendencia amorosa de Dios Padre que, mediante la sagrada Escritura, sale al encuentro de cada hombre, manifestando la naturaleza de su Hijo unigénito y su designio de salvación para la humanidad.

Para que los fieles comprendan y acojan la Escritura con todo su valor de verdad y de regla suprema de nuestra fe, se necesita claramente una acción de acompañamiento que evite lecturas superficiales, emotivas o, incluso, instrumentalizadas, no iluminadas por un sabio discernimiento y la escucha en el Espíritu. Se trata de una responsabilidad específica nuestra como pastores, para la que contamos con la ayuda de los sacerdotes y los catequistas. En efecto, la verdadera y genuina interpretación y transmisión de los textos sagrados sólo puede realizarse en el seno de la Iglesia, a la luz de la Tradición viva y bajo la guía del Magisterio (cf. Dei Verbum
DV 10).

3. Queridos hermanos, al dedicar particular atención al encuentro con Jesucristo a través de la Biblia, habéis querido impulsar la preparación de este especial Año santo, durante el cual celebraremos los dos mil años de la encarnación del Verbo de Dios. Conozco el esmero con el que cada uno de vosotros en su Iglesia particular, y todos juntos reunidos en la Conferencia episcopal, estáis preparándoos para esta gran cita. Me alegro de ello y me congratulo con vosotros.

Un momento importante de este camino de preparación para el gran jubileo será el Congreso eucarístico nacional, que se celebrará a fines de septiembre en Bolonia, dedicado al mismo tema de este año preparatorio: «Jesucristo, único Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre». Me alegrará encontrarme con vosotros en Bolonia, y ya desde ahora agradezco al cardenal Giacomo Biffi el celo con el que está preparando esta gran manifestación de fe en Cristo Eucaristía y de comunión eclesial.

4. Queridos hermanos, todavía conservo en mi corazón el recuerdo de la Asamblea de Palermo, en la que se dieron cita todas las diócesis de Italia para animar con el evangelio de la caridad la vida de la nación. Después de la Asamblea, habéis trabajado mucho para poner en práctica las opciones que hicisteis allí, en el sentido del primado de la vida espiritual, del compromiso en favor de la nueva evangelización, de la relación entre fe y cultura, de la familia, de los jóvenes, del amor preferencial por los pobres y de la animación cristiana de la vida política y social.

En particular, el proyecto cultural orientado en sentido cristiano señala un objetivo fundamental hacia el que hay que tender y hacer converger sensibilidades y energías: el de una fe que sepa traducirse en obras, de modo que Jesucristo inspire y sostenga también el compromiso temporal de los creyentes en favor del futuro del pueblo italiano, como ya sucedió en el pasado. En esta perspectiva, deseo estimular los esfuerzos que estáis realizando para una presencia cristiana más incisiva y orgánica en el ámbito de la comunicación social, conscientes de que en este terreno se afrontan hoy desafíos decisivos.

5. Comparto con vosotros, amadísimos hermanos, el celo, la solicitud y también la preocupación por el destino de la nación italiana: por su unidad, por su gran herencia cristiana y por el papel que, en consecuencia, debe desempeñar en Europa.

El pueblo italiano es rico en energías, capaz de afrontar y superar incluso las dificultades más duras, pero estas energías deben poder expresarse de modo libre y solidario, dejando espacio, más aún, impulsando la «subjetividad de la sociedad» (Centesimus annus CA 13), que tiene su mayor fuerza en los múltiples cuerpos y asociaciones intermedias y, ante todo, en la familia, que es la célula base de la sociedad y de la Iglesia.

Frente a los múltiples ataques que la familia afronta hoy también en Italia, donde desempeña una función social particularmente importante, quiero deciros a vosotros, mis hermanos en el episcopado, que os apoyo tanto en la acción pastoral en favor de la familia como en el compromiso al que están llamados todos los católicos y los hombres de buena voluntad, para salvaguardar en el ámbito legislativo los derechos propios de la familia fundada en el matrimonio y solicitar que se tomen nuevas medidas e iniciativas en el campo de la ocupación, la construcción y las normas fiscales, a fin de que no salgan perjudicadas injustamente la familia y la maternidad.

Queridos hermanos, sé que es igualmente grande la atención que prestáis a la enseñanza: a la escuela en general, que hay que sostener, ante todo, en su función primaria de educación y formación de la persona, y, en especial, a la escuela libre. Renuevo aquí, junto con vosotros, la petición de que «finalmente se aplique de modo concreto la equiparación para las escuelas no estatales, que prestan un servicio de interés público, que muchas familias aprecian y buscan» (Palabras pronunciadas el 23 de febrero de 1997 en el instituto romano «Villa Flaminia»). También en este campo las legislaciones de muchos países de la Unión europea pueden servir de ejemplo.

141 6. Venerados hermanos en el episcopado, pongamos en el corazón de María, nuestra dulce Madre, los proyectos elaborados durante estas jornadas de oración, de intercambios fraternos y de reflexión común.

Unidos a María, a los mártires y a los santos que escribieron la historia de esta nación, afrontemos con confianza las tareas que nos esperan.

Dios os bendiga a cada uno y a vuestras Iglesias. Dios bendiga al pueblo italiano, lo confirme en la fe de sus padres, ilumine su mente y abra su corazón para la edificación de la civilización del amor en el umbral del tercer milenio.

PALABRAS DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A UNA DELEGACIÓN OFICIAL

DE LA EX REPÚBLICA YUGOSLAVA DE MACEDONIA


Viernes 23 de mayo de 1997



Estimado ministro;
señores:

Una vez más, en la feliz ocasión de la fiesta de los santos Cirilo y Metodio, habéis venido en peregrinación a la tumba de san Cirilo, en la basílica de San Clemente, en el centro de la antigua Roma. Por el papel único que desempeñaron en el desarrollo de la herencia espiritual y cultural de Europa, los santos hermanos de Salónica sobresalen como un símbolo de la unidad de este continente, y las lecciones de su vida son especialmente oportunas hoy, mientras Europa busca un nuevo sentido para su identidad y su destino.

Cirilo y Metodio muestran, sobre todo, la importancia de buscar la unidad de todos los cristianos en la única Iglesia de Cristo. El patriarca de Constantinopla los había enviado al este de Europa, como respuesta a la petición del príncipe Rostislav de la Gran Moravia. El príncipe deseaba conocer el evangelio de la salvación, y pidió que fuera enviado a su pueblo «un obispo y maestro (...) capaz de explicarle la verdadera fe cristiana en su propia lengua» (Vita Constantini, XIV, 2-4; Slavorum apostoli, 5). Las diócesis occidentales que confinaban con la Gran Moravia creyeron que a ellas competía la responsabilidad de llevar la cruz de Cristo a los países eslavos, y por eso obstaculizaron la empresa de los dos hermanos. Entonces, Cirilo y Metodio se dirigieron al Papa, para que les confirmara su misión entre los eslavos. Así, en una época en que la Iglesia no sufría la división entre el Este y Oeste, una intervención conjunta de Roma y Constantinopla produjo un gran beneficio para la obra de difusión del Evangelio. Pido siempre a Dios que llegue pronto el momento en que las tradiciones del Este y del Oeste, cuyo «nexo de unión, por decirlo así, son los santos Cirilo y Metodio», se reúnan «en la gran tradición de la Iglesia universal» (ib., 27).

Ojalá que la influencia de los dos santos perdure en nuestra herencia europea, especialmente en la cultura de las naciones eslavas, que deben su «comienzo » o desarrollo a la obra de los hermanos de Salónica (cf. Slavorum apostoli, 21). Su vida santa nos habla también de la importancia de la comprensión entre las diversas culturas, esencial para la coexistencia y la paz en Europa y, especialmente, en los Balcanes. Espero que vuestra estancia en Roma refuerce vuestro compromiso de conservar y poner de relieve la herencia cristiana y los tesoros artísticos de vuestro país, que han sobrevivido a las vicisitudes de la historia, para que toda Europa se beneficie de ellos.

Que Dios todopoderoso os bendiga a vosotros y a vuestros compatriotas con la unidad y la paz.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS ALUMNOS DEL PONTIFICIO COLEGIO BEDA

Viernes 23 de mayo de 1997



142 Queridos amigos en Cristo:

1. Con gran alegría os doy la bienvenida a vosotros, seminaristas, sacerdotes estudiantes y ex alumnos del Pontificio Colegio Beda, así como al rector, al personal y a las Franciscanas Misioneras de la Maternidad Divina, que han prestado su servicio en el Colegio durante treinta años. En la feliz ocasión de vuestro centenario, me uno a vosotros en la acción de gracias a Dios por las «maravillas» (cf. Lc
Lc 1,49) que, durante los últimos cien años, ha realizado a través de vuestro Colegio para el bien de la Iglesia. Desde su fundación, el «Beda» ha estado comprometido decididamente en su misión de promover hombres maduros, procedentes de los países anglófonos, con una sólida preparación para el ministerio sacerdotal.

2. Vuestro centenario coincide con la preparación de la Iglesia para el gran jubileo del año 2000. Os exhorto a celebrar los cien años del Colegio con espíritu de ferviente anticipación del gran aniversario de la encarnación redentora de Jesús, el Hijo de Dios. Los llamados a ser «pastores según el corazón del Señor » (cf. Jr Jr 3,15) deben ser los primeros en aspirar a lo que yo deseé a todos los miembros de la Iglesia en mi carta apostólica Tertio millennio adveniente, a saber, «un verdadero anhelo de santidad, un fuerte deseo de conversión y de renovación personal en un clima de oración cada vez más intensa y de solidaria acogida del prójimo, especialmente del más necesitado» (n. 42). Puesto que los sacerdotes están configurados sacramentalmente con Cristo, Cabeza, Pastor y Servidor de la Iglesia, tienen que ser especialmente «santos e inmaculados en su presencia» (Ep 1,4).

3. Vuestro patrono, el venerable Beda, es para vosotros un modelo de sacerdote que se dedicó al estudio devoto y a la contemplación de la sagrada Escritura. Ojalá que la familiaridad con la santa palabra de Dios sea la fuente de vuestra fe y alegría, e ilumine vuestra mente para «proclamar la buena nueva a toda la creación» (Mc 16,15) con convicción y fuerza.

Pido en mi oración para que, con ocasión del centésimo aniversario del Pontificio Colegio Beda, el Espíritu Santo os colme de ardiente celo por llevar a Cristo, esperanza de la humanidad, a un mundo que anhela el amor y la paz que sólo Dios puede dar. Agradezco al colegio su fidelidad al Sucesor de Pedro a lo largo de los años, y os encomiendo a vosotros y a los bienhechores del colegio a la intercesión amorosa de María, Madre de Jesús, eterno y sumo sacerdote. Con mi bendición apostólica.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A UN GRUPO DE PEREGRINOS DE LA FUNDACIÓN ITALIANA

«PRO JUVENTUTE DON CARLO GNOCCHI»


Sábado 24 de mayo de 1997



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra daros mi bienvenida y el más cordial saludo a todos vosotros, dirigentes y trabajadores cualificados de la fundación «Pro Juventute Don Carlo Gnocchi». Agradezco, en particular, a su presidente, monseñor Angelo Bazzari, las palabras que me ha dirigido y con las que también ha ilustrado el contexto en que se sitúa esta audiencia.

Es casi una prolongación de las celebraciones con ocasión del 40 aniversario de la muerte de don Carlo Gnocchi, que tuvieron lugar el año pasado. En efecto, nuestro encuentro ya estaba previsto para octubre del año pasado, pero la Providencia dispuso diversamente, de modo que hoy nos encontramos para renovar la conmemoración de don Gnocchi, cincuenta años después de haber dado vida a la «Federación en favor de la infancia mutilada», destinada a convertirse en la fundación «Pro Juventute ». Esto me brinda la oportunidad de reanudar con vosotros algunas reflexiones que, hace unos meses, os hacía en el mensaje especial que os envié con ocasión de vuestro congreso internacional sobre el tema de la rehabilitación.

2. Conmemorar a figuras como la de don Gnocchi permite, especialmente a los creyentes, palpar la realidad de una vida que perdura, más aún, que crece en cierto modo más allá del umbral de la muerte.

Para el cristiano, el acto de morir representa la coronación de la vida, de su vocación y misión. En el seguimiento de Cristo, él aprendió a morir a sí mismo y a realizarse en la entrega de sí, a encontrarse cabal y verdaderamente a sí mismo «perdiéndose», como el grano de trigo. Para quien ha conocido y cree en el amor de Dios (cf. 1Jn 4,16), lo único esencial es amar, tanto viviendo como muriendo. Y el sentido auténtico y pleno del vivir es «dar la vida».

143 Para un sacerdote, en particular, esto significa seguir el ejemplo de Cristo, el buen pastor, que «da su vida por las ovejas» (Jn 10,11). Es lo que hizo, de modo admirable, vuestro fundador. Su muerte prematura constituyó el sello de una vida consagrada totalmente a Dios y al prójimo. Incluso después de morir quiso dar aún algo suyo, ofreciendo sus córneas a un muchacho y a una muchacha ciegos, quienes, a partir del 29 de febrero de 1956, al día siguiente de su fallecimiento, pudieron así comenzar a ver.

Para aquellos tiempos fue un gesto valeroso e innovador, aunque humilde y discreto; un gesto capaz de sacudir las conciencias y estimular positivamente a la sociedad.

Con ocasión de su funeral, una multitud inmensa se reunió alrededor de aquel que, después de la segunda guerra mundial, había llegado a ser casi un símbolo de la esperanza. Un sacerdote que, después de haber compartido, como capellán, el trágico destino de los Alpinos en el frente ruso, se había dedicado a sus hijos huérfanos y mutilados, empezando una tenaz «reconstrucción » humana, en la que gastó todas las energías de su caridad admirable e incansable.

3. El desarrollo que la fundación Pro Juventute ha tenido durante estos cuarenta años constituye el mejor testimonio de la fecundidad de la obra apostólica de don Carlo Gnocchi. Él supo responder a las necesidades concretas y urgentes, pero, sobre todo, supo hacerlo con un estilo de gran actualidad, anticipando los tiempos, gracias a su notable sensibilidad educativa, que maduró durante el primer período de su ministerio y que después cultivó siempre. No le bastaba asistir a las personas, sino que quería «restaurarlas», promoverlas, y ayudarles a encontrar la condición de vida más adecuada a su dignidad. Este fue su gran desafío, y sigue siendo el gran desafío para la fundación que lleva su nombre.

En esta perspectiva, la figura de don Gnocchi puede citarse, con razón, como ejemplo alentador de la acción caritativa, insertada profundamente en la historia, que la Iglesia italiana ha tomado como modelo de compromiso pastoral para este decenio (cf. Nota pastoral de la Conferencia episcopal italiana después de la Asamblea de Palermo). Esa caridad se caracteriza, precisamente, por una fuerte y constante atención a la educación, cuyo objetivo es la promoción integral de la persona con vistas a la edificación de una sociedad solidaria y fraterna.

La fundación Pro Juventute ha mostrado que sabe continuar con fidelidad la obra de su venerado iniciador —mérito que es preciso reconocer, ante todo, a sus sucesores—, haciendo fructificar los «talentos» que él había recibido y que, al morir, legó a sus colaboradores. En particular, la fundación ha sabido prestar una gran atención al cambio de las exigencias, desarrollando la capacidad de responder a nuevas situaciones de necesidad, pero sin renunciar jamás a la centralidad de la persona y al rigor científico de sus intervenciones.

4. Amadísimos hermanos y hermanas, casi todos los centros de la fundación están dedicados a María, para testimoniar la profunda devoción mariana de don Carlo Gnocchi. Hoy, 24 de mayo, recordamos a la Virgen santísima venerada con el título de María auxiliadora. A ella deseo encomendarle vuestras iniciativas y a las miles de personas que, gracias a ellas, encuentran alivio para sus sufrimientos y esperanza para el futuro.

Precisamente quisiera terminar mi reflexión bajo el signo de la esperanza: toda la vida de don Carlo Gnocchi, incluida su muerte, es un luminoso signo de esperanza. Esa «insistente esperanza» que, como él mismo escribió, guió siempre su búsqueda del rostro de Dios en el de los inocentes marcados por el sufrimiento (cf. Escritos, p. 527). Espero que lo sigáis siempre dignamente, para gozar, como él, de la alegría que brota del amor. Con estos sentimientos, os imparto de corazón a todos vosotros una bendición apostólica especial, extendiéndola a toda la familia de la fundación Pro Juventute.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A UNA DELEGACIÓN OFICIAL DE LA REPÚBLICA DE BULGARIA

Sábado 24 de mayo de 1997



Señor vicepresidente;
señores ministros; señoras y señores:

144 1. Me alegra particularmente acoger a vuestra delegación, que ha venido a Roma, siguiendo una tradición bien consolidada, con ocasión de la fiesta anual de los santos Cirilo y Metodio.

Vuestra peregrinación a la tumba de san Cirilo, en la antigua basílica de San Clemente, muestra que el pueblo búlgaro reconoce con gratitud la importancia de la misión evangelizadora que realizaron los santos hermanos.

La obra misionera de Cirilo y Metodio ha desempeñado un papel decisivo para el destino de los pueblos eslavos y ha caracterizado profundamente la historia espiritual y cultural de Europa.

Originarios de Salónica y enviados a las naciones eslavas por mandato de Constantinopla, los santos hermanos supieron predicar el Evangelio en comunión con toda la Iglesia. Incluso en los momentos difíciles y en la adversidad, preservaron los vínculos de unidad y de caridad, hasta el punto de convertirse en modelos para la unidad eclesial en Oriente y Occidente. Reflexionando en la importancia de ese gran período de la evangelización, escribí en la encíclica Slavorum apostoli que «para nosotros, hombres de hoy, su apostolado posee también la elocuencia de una llamada ecuménica: es una invitación a reconstruir, en la paz de la reconciliación, la unidad que fue gravemente resquebrajada en tiempos posteriores a los santos Cirilo y Metodio y, en primer lugar, la unidad entre Oriente y Occidente» (n. 13).

2. La acción de los santos hermanos presenta otra dimensión, relacionada estrechamente con su misión evangelizadora. No impusieron a las poblaciones eslavas su cultura griega, seguramente muy rica, sino que recordaron las palabras de la Escritura: «Toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre» (
Ph 2,11); se dedicaron a la traducción de los libros santos. «Sirviéndose del conocimiento de la propia lengua griega y de la propia cultura para esta obra ardua y singular, se prefijaron el cometido de comprender y penetrar la lengua, las costumbres y tradiciones propias de los pueblos eslavos, interpretando fielmente las aspiraciones y valores humanos que en ellos subsistían y se expresaban» (Slavorum apostoli, 10). Su obra, especialmente la creación de un alfabeto adaptado a la lengua eslava, dio una contribución esencial a la cultura y a la literatura del conjunto de las naciones eslavas.

Quiero recordar también que, a través de sus discípulos directos, la misión de los santos hermanos se ha afirmado y desarrollado en vuestro país gracias a centros de vida monástica muy dinámicos. El cristianismo se difundió enseguida desde Bulgaria hacia los países limítrofes, y se extendió hasta la Rus' de Kiev (cf. ib., 24).

3. Si hoy parece que una gran parte de Europa va en busca de su identidad, no puede hacerlo sin volver a sus raíces cristianas y, especialmente, a la obra de Cirilo y Metodio. Sin duda alguna, se trata de una contribución de gran importancia para la unidad de Europa en sus dimensiones religiosa, civil y cultural. Un estudio profundo de la acción y de la herencia de los santos hermanos permitirá redescubrir los valores que forjaron la identidad de Europa en el pasado, pero que también hoy pueden renovar el rostro de este continente.

A la vez que os agradezco vuestra amable visita, os expreso mis mejores deseos para vuestra delegación y para las autoridades y el pueblo búlgaro.

Espero que, actualizando la herencia de Cirilo y Metodio, todos contribuyáis activamente a la reconstrucción de vuestro país y también de Europa. Encomiendo estos deseos al Señor e imploro sobre vosotros los beneficios de sus bendiciones.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL SEÑOR CÉSAR IVÁN FERIS IGLESIAS,

NUEVO EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DOMINICANA


ANTE AL SANTA SEDE


Lunes 26 de mayo de 1997



Señor embajador:

145 1. Le recibo con mucho gusto en este solemne acto de presentación de las cartas credenciales que le acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República Dominicana ante la Santa Sede, y le agradezco sinceramente las amables palabras que ha tenido a bien dirigirme.

Ante todo, deseo corresponder al deferente saludo que el señor presidente de la República, doctor Leonel Fernández Reyna, ha querido hacerme llegar por medio de usted. Le ruego que tenga la bondad de transmitirle mis mejores votos por el feliz desempeño de su mandato.

2. Vuestra excelencia viene a representar a una nación que tiene muchos vínculos con la Iglesia católica y con esta Sede apostólica. Timbre de honor para la República Dominicana es el hecho de que, en los inicios de la evangelización del continente americano, en su suelo se celebró la primera misa en aquellas tierras, y —como recordé el año pasado—, se administraron los primeros bautismos de indígenas en el nuevo mundo. Hoy la Iglesia en ese país, fiel a las exigencias del Evangelio y con el debido respeto por el legítimo pluralismo, reafirma su vocación de servicio a las grandes causas del hombre como ciudadano e hijo de Dios. En este sentido, los principios cristianos constituyen una sólida esperanza e infunden un renovado dinamismo a la sociedad, para que prevalezca la laboriosidad, la honestidad y el espíritu de participación a todos los niveles.

3. Por otra parte, la Santa Sede se complace por las buenas relaciones entre la Iglesia y el Estado, y formula fervientes votos para que continúen incrementándose en el futuro. Ambas tienen un sujeto o destinatario común, que es la persona humana, la cual como ciudadano es miembro del Estado y como bautizado lo es de la Iglesia católica. En efecto, existe un amplio campo en el que confluyen y se interrelacionan las propias competencias y acciones. Por lo cual, no se trata en modo alguno de pretender privilegios para la Iglesia, sino más bien de ordenar las mutuas relaciones en beneficio de los ciudadanos.

De este modo la Iglesia puede llevar a cabo su obra de evangelización y de promoción humana. Ella quiere sólo poder proseguir su misión de servicio con renovado vigor, materna solicitud y continua creatividad. Por eso se ha de considerar la acción que lleva a cabo a través de los movimientos de apostolado y, por otro lado, en el campo sanitario y en las escuelas católicas, lo cual merece un justo reconocimiento y apoyo por parte del Estado.

4. En muchas partes del mundo se da una crisis de valores que afecta a instituciones, como la familia, y a amplios sectores de la población, como la juventud y el complejo mundo del trabajo. Ante esto es urgente que los dominicanos tomen mayor conciencia de sus propias responsabilidades y, de cara a Dios y a los deberes ciudadanos, se esfuercen en seguir construyendo una sociedad más justa, fraterna y acogedora. Para ello, la concepción cristiana de la vida y las enseñanzas morales de la Iglesia ofrecen unos valores que deben ser tomados en consideración por quienes trabajan al servicio de la nación.

Ante todo se ha de recordar que el ser humano es el primer destinatario del desarrollo. Aunque en el pasado este concepto fue pensado exclusivamente en términos económicos, hoy es obvio que el desarrollo de las personas y de los pueblos debe ser integral. Es decir, el desarrollo social ha de tener en cuenta los aspectos políticos, económicos, éticos y espirituales.

5. Un problema crucial actual, y que se manifiesta de modo muy concreto en América Latina, es el de las grandes desigualdades sociales entre ricos y pobres. No se debe olvidar que los desequilibrios económicos contribuyen al progresivo deterioro y pérdida de los valores morales, que provoca tantas veces la desintegración familiar, el permisivismo en las costumbres y el poco respeto por la vida.

Ante ello es urgente considerar como objetivos prioritarios la recuperación de dichos valores con medidas políticas y sociales que fomenten un empleo digno y estable para todos, de modo que se supere la pobreza material en que viven muchos de los habitantes, se fortalezca la institución familiar y se favorezca el acceso de todas las capas de la población a la enseñanza. Por eso es ineludible dedicar un cuidado especial a la educación en los verdaderos valores morales y del espíritu, mediante programas educativos que difundan estos valores fundamentales en una sociedad que, como la suya, está enraizada en los principios cristianos. Por lo cual, las diversas instancias públicas tienen la responsabilidad de intervenir en favor de la familia y, en lo relativo a la orientación demográfica de la población, nunca deben recurrir a métodos que no respeten la dignidad de la persona y sus derechos fundamentales.

En el mundo de hoy no basta limitarse a la ley del mercado y su globalización; hay que fomentar la solidaridad. Por eso es necesario promover un desarrollo con equidad. A este respecto he escrito en la encíclica Centesimus annus que «Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno» (n. 31). Por lo cual, un modelo de desarrollo que no tuviera presente y no afrontara con decisión esas desigualdades no podría prosperar de ningún modo.

Al mismo tiempo, se está tomando conciencia de la necesidad de armonizar las políticas económicas con las sociales. No tienen futuro quienes, buscando resultados exclusivamente económicos, marginan lo social, ni quienes propugnan políticas sociales que no son realistas ni sostenibles. Con la experiencia diaria de miles de instituciones ligadas a la Iglesia católica, se puede afirmar que el desarrollo equilibrado, encaminado hacia el bien común, será auténtico y contribuirá, incluso a largo plazo, a la estabilidad social. Una sociedad, pues, que no esté anclada en sólidos valores éticos va a la deriva, privada del fundamento esencial sobre el cual se ha de construir, de modo duradero, el tan deseado desarrollo social.

146 6. La integración social sólo es posible si se supera la falta de confianza de la población en la administración de la justicia, en las fuerzas de seguridad e incluso en los representantes políticos del pueblo. Nada lleva más a la desintegración de una sociedad que la corrupción y su impunidad. Por eso, el esfuerzo por un auténtico desarrollo social exige fortalecer los valores democráticos, el respeto universal de los derechos humanos —inherentes a cada ser humano por el mero hecho de ser persona— y un correcto funcionamiento del Estado de derecho.

Es necesaria, pues, la consolidación de la familia, procurando preservar y favorecer sus derechos, las capacidades y las obligaciones de sus miembros. Por tanto, se debe prestar una atención particular a los grupos más vulnerables de la sociedad, por las peculiares necesidades que experimentan o la discriminación que sufren. Por una parte, la mujeres —especialmente las que tienen la responsabilidad de un hogar—, los ancianos y los niños. Por otra, los discapacitados, los enfermos de sida, las poblaciones indígenas y otras minorías étnicas, los emigrantes y refugiados. A este respecto, las instituciones de la Iglesia católica ofrecen una aportación significativa en el esfuerzo común por fomentar una sociedad más justa y más atenta a las necesidades de sus miembros más débiles.

7. Antes de concluir este encuentro, deseo expresarle, señor embajador, mis mejores votos para que la misión que hoy inicia sea fecunda en copiosos frutos y éxitos. Le ruego, de nuevo, que se haga intérprete de mis sentimientos y esperanzas ante las autoridades de su país, mientras invoco la bendición de Dios sobre usted, sobre su distinguida familia y colaboradores, y sobre los amadísimos hijos de la noble nación dominicana.

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