Discursos 1997 146


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS OBISPOS DE ANGOLA, SANTO TOMÉ Y PRÍNCIPE

EN VISITA «AD LIMINA»


Martes 27 de mayo de 1997



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado:

1. ¡Qué grata es vuestra presencia hoy aquí, representando y presentando a la Iglesia que, en medio de las tribulaciones del mundo y los consuelos del Espíritu Santo, peregrina en Angola y en Santo Tomé y Príncipe! Muchas veces la he deseado, y he hecho todo lo posible por estar siempre a vuestro lado cuando se reanudó una guerra insensata con su cortejo de privaciones, ruinas, lutos, humillaciones y sufrimientos de todo tipo, que os afectaron a vosotros mismos y a vuestras comunidades y naciones, diezmando cruelmente a la grey y obligando a los supervivientes a la diáspora y a la miseria. Parecía que el infierno se hubiera levantado, furibundo, para apagar la aurora de paz y esperanza que mi visita apostólica quería alentar y confirmar con renovados dones de lo alto, en aquellos días benditos e inolvidables de Pentecostés de 1992.

¡Cómo no recordar, entre otras cosas, la inmensa multitud de gente de todas las edades, apiñada en torno al altar en la «Playa del Obispo», en Luanda, con sus coloridos vestidos de fiesta y sus almas hermanadas en el mismo canto de acción de gracias a Dios y de fraternidad en Cristo! Recuerdo sus efusivas manifestaciones de regocijo y alegría al saber los pastores que el cielo les enviaba como ordinario de Mbanza Congo y como obispo auxiliar de Luanda, respectivamente, mons. Serafim Shyngo-Ya- Hombo y mons. Damião António Franklin, hoy aquí presentes. Vosotros sois la prueba de que aquel día no ha terminado y que el infierno no prevalecerá. De hecho, a pesar de las grandes pruebas que os sobrevinieron, en los años siguientes se renovó igualmente la jerarquía eclesiástica también en Lubango, Kwito-Bié, Novo Redondo y Saurimo, así como el nombramiento de un coadjutor para Malanje. Con profundo agradecimiento eclesial a toda la Conferencia episcopal, sobre todo a cuantos apacentaron y apacientan la grey de Cristo en esas diócesis, os doy la bienvenida a esta humilde «casa de Pedro», que siempre fue y es vuestra. Me congratulo con vuestro presidente recién elegido mons. Zacarias Kamwenho, y agradezco al cardenal do Nascimento las cordiales palabras que, en nombre de todos, me ha dirigido, manifestando el palpitar del corazón atribulado de las comunidades que os han sido confiadas; y saludo fraternalmente a cada uno de vosotros, deseando prolongar mis brazos en los vuestros, para estrechar nuevamente contra mi corazón a todos mis hermanos y hermanas de Angola y de Santo Tomé y Príncipe, con sus compatriotas y sus autoridades, en una reiterada imploración de paz y pacificación: «El Señor te bendiga y te guarde; el Señor ilumine su rostro sobre ti y te sea propicio; el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz» (NM 6,24-26).

2. Con aquella celebración eucarística en Luanda, el 7 de junio de 1992, se clausuraban las conmemoraciones jubilares del V Centenario de la evangelización de Angola. Se clausuraban con una profunda acción de gracias a la santísima Trinidad y a los «padres y madres» de vuestra fe y, con la mirada ya fija en el tercer milenio, esa multitud de hijos y hermanos, orgullosos de su adhesión a Cristo y abiertos al soplo vivificador del Espíritu Santo, renovaban el compromiso de seguir sembrando la buena nueva de la salvación hasta los confines de Angola y hacerla fructificar en los surcos de la cultura y la vida angoleñas, muchos de ellos ensangrentados y comprometidos en su apertura a causa de las vicisitudes de la guerra.

«Seglares para el año 2000». Sobre este tema se celebró, un mes después, más precisamente del 7 al 12 de julio, el primer Congreso nacional de los seglares angoleños, llamando al laicado cristiano a ser el alma de una nación que necesita concentrar todas sus fuerzas en las sendas de la paz y la reconciliación, para organizar la esperanza en un futuro digno de la sociedad angoleña. Con gran satisfacción constaté el elevado grado de madurez manifestado por vuestros fieles laicos, tanto en la larga preparación para la Asamblea que hicieron en el ámbito parroquial, diocesano y nacional, como en las propias exposiciones que realizaron allí con gran sintonía y conocimiento de la doctrina del concilio Vaticano II y de las exhortaciones apostólicas posteriores, especialmente de la Christifideles laici.

3. Los trágicos acontecimientos que comenzaron durante los últimos meses de ese mismo año 1992, pusieron duramente a prueba el entusiasmo y las decisiones tomadas en aquellos días. ¡El Calvario estaba más cerca del «Monte Tabor» de lo que parecía! Cuando finalmente esperabais recoger los frutos de una larga y atribulada siembra, viendo a cada uno de los fieles convertirse en «otro Cristo» por los caminos de la vida, dejaron en vuestros brazos a un Cristo ultrajado, perseguido y asesinado en muchos de sus miembros, del mismo modo que sucedió en el pasado a la Madre dolorosa y bendita, y os correspondió a vosotros, a los sacerdotes, a las religiosas y a cuantos pudieran ayudaros, suplicar a Dios para los muertos la paz que los vivos les negaron, poner a salvo y velar por los supervivientes, llamar a la conversión a los prevaricadores y mantener encendida en todos la luz de la esperanza.

147 Reunir los numerosos fragmentos que quedan de la vasija rota y pegarlos con materna paciencia e ilimitada confianza en el hombre por amor a Dios, es prueba tangible y auténtica de que está con vosotros y os asiste el Espíritu Creador, que no ha hecho otra cosa desde que su primera obra terrena, modelada con el barro pero animada con su soplo divino, se escapó de sus manos y se quebró en el jardín del Edén. Por eso, amados hermanos, ¡no os desalentéis!; por el contrario, seguid alzando vuestra voz unánime y dando a conocer a todos, con absoluta certeza, que «el grano de trigo que cae en tierra y muere, da mucho fruto» (cf. Jn Jn 12,24). Impulsad a vuestras comunidades cristianas a venerar a sus miembros, caídos o dispersos, víctimas del odio y la injusticia. Como sucedía en las comunidades apostólicas (cf. 1P 3, 8-4, 19), enseñadles a discernir bien el sufrimiento por causa del reino de Dios y de su justicia, del sufrimiento «por ser criminal, ladrón, malhechor y entrometido» (1P 4,15): el segundo debe ser reparado; el primero sea glorificado, porque «ha de dar mucho fruto».

4. ¡Ojalá que el recuerdo de tantas vidas humanas sacrificadas apresure el tiempo de la renovación y la concordia en Angola! Todas las vidas... Las de ayer, que cayeron víctimas de la inclemencia de viajes y climas, o de las incomprensiones y las insidias humanas: tal vez mencionadas todavía en algún lugar, con una cruz o lápida ignorada o rota; tal vez despreciadas u olvidadas, porque las etiquetaron sumaria e indiscriminadamente como conniventes con los intereses de exploradores y comerciantes; quizá tachadas de esclavistas o de vendidas al poder colonial. Iglesia en Angola, si no consigues hoy recuperar el honor de tus padres y madres en la fe, ¿puedes esperar aún sobrevivir en tus hijos? Siempre que alguien ha tomado tu mano en la suya y trazó la señal de la cruz sobre ti y sobre tu tierra, ¿no era portadora de bendición? Tienes quinientos años de evangelización: ¿de cuál de ellos piensas dejarte privar?

Todas las vidas sacrificadas... también las de hoy. Con ocasión de mi visita pastoral, vuestra Comisión Justicia y paz preparó una lista de los cristianos secuestrados, torturados o asesinados durante los años que van de 1960 a 1991. Repasé, conmovido, esos nombres: eran personas pertenecientes a los diferentes estados eclesiales, que provenían de los más diversos lugares de Angola, y algunos de fuera. ¡Cómo desearía que las respectivas comunidades locales se sintieran orgullosas de ellas y las imitaran en la valentía de su fe y en su testimonio de vida cristiana: si ellas pudieron, ¿por qué yo no? Que se narren, según la hermosa tradición africana, sus hechos gloriosos. Que sus nombres y ejemplos vivan en el corazón y configuren el ideal humano y cristiano de todo el pueblo de Dios: niños y ancianos, jóvenes y adultos; ordenados, consagrados o casados, sin olvidar a todas y a todos los que hoy se sienten llamados y se preparan para asumir dentro de poco idénticos compromisos eclesiales. Así quedarán al descubierto, de una vez para siempre, las pseudo-razones invocadas en muchos lugares para considerar al hombre y a la mujer africanos como menores de edad en el cristianismo.

5. La «Iglesia que está en África» habló... Ahí está, al alcance de todos, la exhortación apostólica que recoge «los frutos de sus reflexiones y de sus oraciones, de sus discusiones y de sus intercambios » (Ecclesia in Africa ), apuntando decididamente hacia la meta de la santidad, reconocida y confesada como la vocación común de todos los bautizados: «El Sínodo ha reafirmado que todos los hijos e hijas de África están llamados a la santidad» (ib., 136), entendida como «configuración con Cristo» (ib., 87).

En esta perspectiva, «el matrimonio cristiano» se define como «un estado de vida, un camino de santidad cristiana», si se vive con un «amor indisoluble; gracias a esta estabilidad, puede contribuir eficazmente a realizar con plenitud la vocación bautismal de los esposos» (ib., 83). Pasando, luego, a la «vida consagrada », dice que ésta «tiene un papel particular» en la familia de Dios, que es la Iglesia: «Mostrar a todos la llamada a la santidad» (ib., 94). Y a los que apacientan la grey del Señor, les hace esta advertencia: «El pastor es luz de sus fieles sobre todo por una conducta moral ejemplar e impregnada de santidad» (ib., 98).

Después, ensanchando su mirada hacia la inmensa mies dorada del mundo por evangelizar, que espera a los segadores, la Asamblea sinodal les recomienda: «Cada misionero, lo es auténticamente si se esfuerza en el camino de la santidad». Y para que no haya dudas, añade: «El renovado impulso hacia la misión ad gentes exige misioneros santos. No basta renovar los métodos pastorales, ni organizar y coordinar mejor las fuerzas eclesiales, ni explorar con mayor agudeza los fundamentos bíblicos y teológicos de la fe: es necesario suscitar un nuevo anhelo de santidad entre los misioneros y en toda la comunidad cristiana» (ib., 136).

Y no se trata de un dictamen limitado al ámbito espiritual y a la misión religiosa de la Iglesia, ya que el objetivo que se propone en el diálogo pluricultural entablado con la sociedad es, precisamente, el de «preparar al hombre para acoger a Jesucristo en la integridad de su propio ser personal, cultural, económico y político, para la plena adhesión a Dios Padre y para llevar una vida santa mediante la acción del Espíritu Santo » (ib., 62). Para limitarme al ámbito político, recuerdo que la Asamblea sinodal, al ver la necesidad que existe en él de «una gran habilidad en el arte de gobernar (...), elevó al Señor una ferviente oración para que en África surjan políticos, hombres y mujeres, santos; para que se tengan santos jefes de Estado, que amen a su pueblo hasta el fondo y que deseen servir antes que servirse» (ib., 111).

6. Últimamente se han dado algunos pasos en la nación angoleña muy significativos: me refiero al Gobierno de unidad y reconciliación nacional, constituido el pasado día 11 de abril, y a la Asamblea nacional, que cuenta final- mente con la presencia de todos sus miembros. Son acontecimientos políticos importantes, largo tiempo esperados, para la normalización democrática de las instituciones nacionales. ¡Ojalá que ahora, éstas, con la ayuda de la comunidad internacional, logren que toda la nación vuelva lo más pronto posible a la normalidad de la vida familiar, cultural, económica, sociopolítica y religiosa. De hecho, nos duele en el alma saber que, en diversas regiones, hay comunidades privadas de asistencia religiosa desde 1975. Y, en la serie de las últimas acciones bélicas, las dificultades de comunicación y de libre tránsito han acabado por acentuarse aún más en otros lugares, a causa de las arbitrariedades totalmente injustificadas de las partes contendientes, que han negado así a la Iglesia el más elemental de sus derechos: la asistencia religiosa y la ayuda humanitaria a sus fieles. Uniendo mi voz a la vuestra, pido a quien corresponda que ponga fin a esas irregularidades, para que nunca más un ciudadano se sienta extranjero en su propia patria.

7. Amadísimos hermanos, la lectura de vuestros informes quinquenales me permitiría detenerme aún más en algunos asuntos relativos a la vida de vuestras diócesis. Pero ya los he abordado con cada uno durante los encuentros individuales, y he preferido reservar para esta ocasión más colegial el testimonio de gratitud de toda la Iglesia porque habéis amado a vuestra grey más que vuestra propia vida, exhortándoos a perseverar unánimes en vuestro ministerio como «vicarios y legados de Cristo» (Lumen gentium LG 27), quien «vino para que sus ovejas tengan vida y la tengan en abundancia» (cf. Jn Jn 10,10).

La encarnación de Dios en Jesucristo nos ha traído la plenitud de la vida, que invocamos sobre toda la humanidad, llamada a apagar su sed en las fuentes de la salvación. En verdad, el Padre celestial, al enviarnos a su Hijo, ha respondido de modo total y definitivo, como sólo él sabía y podía hacer, a las múltiples inquietudes, dudas y expectativas del corazón humano. En nuestros días asistimos a un materialismo práctico, con su ideal consumista de cosas y de tiempo, que está asfixiando en el corazón de la humanidad su nostalgia natural de Dios y su búsqueda de una vida plena, y está cortando las alas a la inteligencia y a la fe. Esta mentalidad secularista es un terreno árido para la semilla del Evangelio, constituyendo un nuevo y duro desafío para todos nosotros: el desafío a la fuerza espiritual de cada una de las Iglesias particulares y de cada uno de los cristianos. Sólo el Espíritu Santo, que «riega la tierra en sequía y ablanda lo que está endurecido» (cf. Secuencia de Pentecostés), puede arar ese terreno y hacerlo fecundo, para que el Verbo de Dios eche sus raíces en él.

Confiando en el Espíritu Santo, que ha guiado a la Iglesia a través de numerosos obstáculos durante los dos mil años pasados, podréis cruzar, sin miedo, el umbral del tercer milenio. ¡Ojalá que estos años de preparación y la celebración del gran jubileo propicien esa «vida en abundancia» que el Salvador ha venido a traer a todas vuestras comunidades locales, sobre todo a la querida diócesis de Santo Tomé y Príncipe, que recuerdo con gran afecto ante el Señor! Que sus obreros del Evangelio no se dejen impresionar por los frutos, aparentemente limitados, de sus tareas apostólicas; pensando en cada uno de ellos y en ti, querido y venerado hermano mons. Abílio, recuerdo las palabras de Jesús: «No tengas miedo, sigue hablando y no calles; pues [aquí] tengo yo un pueblo numeroso» (Ac 18,9-10).

148 Tengo todavía ante mis ojos la imagen encantadora y pujante de vida de vuestras islas, alimentadas por un clima generoso y fecundo, y en mi corazón veo esa naturaleza como una alegoría de los santomenses, que han de corresponder de la misma forma y medida a la gracia divina, ciertamente tan generosa y creadora de vida como su clima. Recordando que sólo los santos son verdaderamente felices, déjense elevar hacia el cielo, que los llama y atrae continuamente, y únanse íntimamente, con su corazón y su vida, a la «tierra» eclesial donde han sido trasplantados por el bautismo y donde se alimentan, sobre todo, gracias a la Eucaristía.

Por último, implorando a Dios un real bienestar físico y espiritual para todos los santomenses y angoleños, en el respeto a su dignidad de personas amadas por Dios y rescatadas por la sangre de Cristo, os bendigo de todo corazón, especialmente a quienes sufren en el cuerpo o en el espíritu, privados de sus familiares o desplazados lejos de sus casas. A vuestros colaboradores en la edificación de la Iglesia y a cada uno de vosotros os imparto una afectuosa bendición apostólica.

MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II

EN LA CONCLUSIÓN DEL MES MARIANO EN EL VATICANO



Amadísimos hermanos y hermanas:

El sábado próximo, día 31 de mayo, me encontraré en Wroclaw (Polonia), para concluir el Congreso eucarístico internacional sobre el tema: «Eucaristía y libertad». Por este motivo, no podré estar con vosotros ante la gruta de Lourdes, en los jardines vaticanos, con ocasión de la tradicional y sugestiva celebración a los pies de la Virgen, al final del mes de María. Sin embargo, no quiero que falte un testimonio de participación espiritual en ese intenso momento de oración. Por eso, encargo al señor cardenal Virgilio Noè, mi vicario general para la Ciudad del Vaticano, que os transmita a todos mi saludo cordial.

En el último día de mayo la Iglesia recuerda la Visitación de María a santa Isabel. Nuestra mirada se detiene en la Virgen santísima, admirable Arca de la alianza, que trae al mundo a Jesucristo, Alianza nueva y eterna entre Dios y la humanidad. María se presenta a la mirada de los creyentes como admirable ostensorio del Cuerpo de Cristo, concebido por ella por obra del Espíritu Santo. Mi pensamiento va al momento de la Encarnación, cuando el Verbo, al venir al mundo, ofrece al Padre su propia humanidad, recibida de María: «Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo. (...) Entonces dije: ¡He aquí que vengo (...) a hacer, oh Dios, tu voluntad!» (He 10,5 He 10,7). La oblación de Cristo en la Encarnación encontrará su coronamiento en el misterio pascual, cuyo memorial perenne es la Eucaristía.

María, desde el «sí» de Nazaret hasta el del Gólgota, se sitúa en total sintonía de mente y de corazón con el acto de entrega de su Hijo. La Virgen vive en constante comunión con Cristo: toda su vida podría definirse como una especie de comunión «eucarística», comunión con el «Pan del cielo» que el Padre ha dado para la vida del mundo.

En la comunión con Cristo, María realiza plenamente su libertad de criatura jamás sometida a los vínculos del pecado (cf. Jn Jn 8,34). Se convierte así en icono de esperanza y profecía de liberación para todo hombre y para la humanidad entera. Es lo que canta María en el Magnificat, precisamente durante el encuentro con Isabel: «el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación » (Lc 1,49-50).

Amadísimos hermanos y hermanas, al venerar a la Virgen santísima en la conclusión del mes de mayo, seréis impulsados por ella a uniros espiritualmente a nosotros, reunidos en Wroclaw para adorar a Cristo Eucaristía, Salvador del mundo y libertad del hombre.

Os agradezco vuestro recuerdo en la oración, con el que siempre me acompañáis, particularmente durante mis viajes apostólicos. Os encomiendo a la maternal protección de la Virgen santísima y de corazón imparto a cada uno la bendición apostólica, que con gusto extiendo a vuestros seres queridos.

Vaticano, 28 de mayo de 1997



JOANNES PAULUS PP. II



DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS RELIGIOSOS DEHONIANOS REUNIDOS EN CAPÍTULO

Viernes 30 de mayo de 1997



149 Amadísimos sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús:

1. Bienvenidos a este encuentro, que se celebra con ocasión del vigésimo capítulo general ordinario de vuestra congregación. Agradezco cordialmente al superior general, padre Virginio Bressanelli, las palabras con que se ha hecho intérprete de los sentimientos de todos vosotros y ha ilustrado el tema y los objetivos de vuestras jornadas de oración, reflexión y discernimiento.

He sabido con placer que vuestro instituto está presente hoy en cuatro continentes con casi dos mil cuatrocientos religiosos, constituyendo así una realidad eclesial rica y articulada. La finalidad de vuestra asamblea capitular es trazar algunas líneas que orienten el camino y la actividad de la congregación en sus diversas provincias, para valorar mejor a las personas y los dones que vuestra familia religiosa posee, al servicio de la Iglesia y del Evangelio.

En este propósito, por la comunión de los santos, ciertamente os acompaña vuestro venerado padre fundador, León Juan Dehon, cuyo decreto de virtudes heroicas tuve la alegría de promulgar. Sé que para vuestra congregación se trata de un intenso momento de gracia y un motivo de renovado fervor, por lo que me uno a vuestra alegría.

La vida cristiana, y con mayor razón la vida consagrada, es vida de amor oblativo (cf. Vita consecrata
VC 75). Estaba realmente convencido de esto el padre Dehon, quien, siendo aún joven sacerdote, se sintió llamado a responder al amor del Corazón de Cristo con una consagración de amor misionero y reparador.

Amadísimos hermanos, proseguid generosamente por este sendero, conscientes de que, para ser fieles al carisma de vuestro fundador, necesitáis ante todo cultivar en vosotros mismos la docilidad al Espíritu Santo que le permitió adherirse plenamente a la inspiración divina. Precisamente de esta intensidad de vida espiritual, actuada principalmente en la oración, depende la vitalidad de vuestra familia religiosa. Amadísimos hermanos, el Corazón de Cristo es el punto focal de vuestra consagración. Jesús, en quien toda la Iglesia fija su mirada especialmente durante este año, primera etapa del trienio de preparación para el jubileo del año 2000, muestra al hombre contemporáneo su Corazón, fuente de vida y santidad. Cristo, Rey y centro de todos los corazones, pide a los consagrados no sólo que lo contemplen, sino también que entren en su Corazón, para poder vivir y actuar en constante comunión con sus sentimientos.

La radicalidad del seguimiento, la fidelidad a los votos, la fraternidad, el servicio apostólico y la comunión eclesial: todo deriva de aquí, de esta fuente inagotable de gracia.

2. Entre los objetivos prioritarios de vuestra asamblea capitular, se encuentra con razón el de una formación cualificada, permanente y adecuada a las diversas etapas de la vida del candidato y del consagrado. He escrito en la exhortación postsinodal Vita consecrata: «La vida consagrada necesita también en su interior un renovado amor por el empeño cultural, una dedicación al estudio como medio para la formación integral y como camino ascético, extraordinariamente actual, ante la diversidad de las culturas. Una disminución de la preocupación por el estudio puede tener graves consecuencias también en el apostolado, generando un sentido de marginación y de inferioridad, o favoreciendo la superficialidad y ligereza en las iniciativas» (n. 98).

Por tanto, es parte integrante de la formación inicial y permanente el estudio, la profundización teológica, indispensable para la calidad de la vida personal y el servicio que hay que prestar al encuentro entre el Evangelio y las culturas. Una ferviente vida espiritual y cultural, en sintonía con la tradición y las enseñanzas del magisterio de la Iglesia, permite superar las posibles tentaciones de encerrarse y aislarse en las metas ya alcanzadas, aunque sean notables.

Amadísimos hijos del padre Dehon, fieles a vuestro fundador, amad a la Iglesia y a sus pastores.Son admirables los vínculos de estima, e incluso de amistad, que unieron al padre Dehon con los Romanos Pontífices, durante su larga vida. León XIII, por ejemplo, lo consideraba un óptimo intérprete de su magisterio. Benedicto XV fue su amigo personal y le encomendó la construcción de la basílica de Cristo Rey en Roma. Esforzaos para que vuestras actitudes e iniciativas estén orientadas siempre a la colaboración efectiva con la jerarquía eclesiástica, sobre todo en la delicada tarea de formar e iluminar las conciencias de los fieles, frecuentemente desorientadas y confundidas.

Os repito a vosotros cuanto he escrito dirigiéndome a todas las personas consagradas: «¡Vosotros no solamente tenéis una historia gloriosa que recordar y contar, sino una gran historia que construir! Poned los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu os impulsa para seguir haciendo con vosotros grandes cosas» (Vita consecrata VC 110). El carisma del padre Dehon es un don fecundo para la construcción de la civilización del amor, ya que el alma de la nueva evangelización es el testimonio de la caridad divina: «Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único...» (Jn 3,16).

150 3. ¡Conservad siempre vivo el anhelo misionero! Hace cien años partieron hacia el Congo los primeros misioneros de vuestro Instituto, guiados por el padre Gabriele Grison, que vivió entre las poblaciones de la región de Kisangani, llegando a ser su vicario apostólico. Me complace recordar que me arrodillé ante su tumba durante mi primer viaje apostólico a África, en mayo de 1980. Con viva admiración he sabido que no habéis dejado ninguna de vuestras misiones en el Congo-Zaire, aceptando todos los riesgos del momento actual. Dios bendecirá seguramente vuestro valiente testimonio de amor a Cristo y a las poblaciones locales, tan duramente probadas. Amadísimos hermanos, junto con vosotros, quisiera encomendar, una vez más, al Señor a los hijos e hijas de esas martirizadas regiones del continente africano, para que encuentren el camino de la reconciliación y del desarrollo.

Amadísimos hermanos, veo asimismo con placer que deseáis animar con espíritu misionero cada aspecto y cada actividad de vuestra congregación. En efecto, todo en la Iglesia está orientado al anuncio de Cristo. Deseo cordialmente que, con una fecunda armonía, conjuguéis siempre la comunión fraterna y el compromiso apostólico, la proyección en el mundo y la plena sintonía con los legítimos pastores, la atención a vuestros hermanos, especialmente ancianos, enfermos y necesitados, y la valoración de cada uno para la misión común.

¡Ojalá que este anhelo apostólico anime también a las demás «ramas» de la familia que sigue la espiritualidad del padre Dehon, es decir, la de las personas consagradas en el mundo y la de los laicos dehonianos!

4. Queridos hermanos, dentro de pocos días celebraremos la solemnidad del Sagrado Corazón: la liturgia de la Iglesia os ofrece la fuente más rica de inspiración para vuestro capítulo. Pido al Señor que, por intercesión de María santísima, os colme de su sabiduría a cada uno, para que vuestra asamblea produzca los frutos esperados. Con este fin, os imparto de corazón a vosotros y a todos los sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús una bendición apostólica especial, que extiendo con mucho gusto a toda la familia dehoniana.

ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II

A UN GRUPO DE INDUSTRIALES ITALIANOS

Sala Clementina, viernes 30 de mayo de 1997



Amables señoras y señores:

Os doy mi cordial bienvenida a todos vosotros, que habéis participado en el 35° Curso de perfeccionamiento en las funciones directivas empresariales. Me alegra acogeros junto con vuestros profesores y familiares. Agradezco las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre el doctor Michele Tedeschi, presidente del Instituto para la reconstrucción industrial, a quien se debe esta meritoria iniciativa de cooperación internacional.

Procedéis de veintisiete países de África, América Latina, Asia y Europa, países en vías de desarrollo y —como se suele decir— en transición hacia una economía de mercado. Precisamente este término «transición » es muy significativo: el curso que habéis frecuentado se pone, precisamente, al servicio de esa transición, para que sea positiva, equilibrada y gradual, no traumática ni unilateral.

Ya he expresado varias veces, en el pasado, mi aprecio y aliento a este tipo de proyectos, en los que el aspecto de formación cultural y humana se une al más específico, del ámbito empresarial, favoreciendo la confrontación sobre los temas económicos y sociales, estudiados a la luz de las actuales tendencias de interdependencia global.

La cooperación internacional, en diversos niveles y ámbitos de la economía, se presenta en realidad como el camino real del auténtico desarrollo y, en consecuencia, de la construcción de relaciones de justicia y de paz entre los pueblos. Como sabéis, se trata de un camino que la doctrina social de la Iglesia comparte plenamente, porque pone en práctica el principio de la solidaridad y, al mismo tiempo, el de la subsidiariedad.

Por tanto, estoy seguro de que también este curso ha sido provechoso para cada uno de vosotros, y espero que sus frutos sean mayores en el futuro, para los compromisos que os esperan en vuestros países de origen y para el estilo de cooperación que, sin duda, sabréis mantener e incrementar.

151 Al mismo tiempo que os manifiesto mi agradecimiento por vuestra grata visita, formulo mis mejores deseos de paz y prosperidad para los pueblos a los que pertenecéis, e invoco la bendición de Dios para cada uno de vosotros y para vuestras familias.

VIAJE APOSTÓLICO A POLONIA

CEREMONIA DE BIENVENIDA


Aeropuerto de Wroclaw

Sábado 31 de mayo\i de 1997



Insigne señor presidente de la República de Polonia;
venerado señor cardenal metropolitano de Wroclaw:

1. Agradezco profundamente al señor presidente las palabras de bienvenida que ha pronunciado en nombre de las autoridades del Estado de la República de Polonia. También expreso mi gratitud al metropolitano de Wroclaw por el saludo que me ha dirigido en nombre de esta archidiócesis, del Episcopado y de toda la Iglesia que está en Polonia. Deseo de todo corazón corresponder con los mismos sentimientos que me han manifestado.

Así, queridos hermanos y hermanas, hijos e hijas de nuestra madre patria, me encuentro de nuevo entre vosotros como peregrino. Ya es el sexto viaje del Papa polaco a su tierra natal. No obstante, me embarga siempre el corazón una profunda emoción. Cada vez que regreso a Polonia es como si volviera a estar bajo el techo de la casa paterna, donde cualquier objeto, por más pequeño que sea, nos recuerda lo más cercano y más querido para nuestro corazón. Por tanto, ¿cómo no dar gracias en este instante a la divina Providencia por haberme permitido aceptar, una vez más, la invitación que me han hecho la Iglesia en Polonia y las autoridades del Estado a volver a mi patria? He aceptado con gozo esta invitación y hoy, una vez más, quiero agradecerla cordialmente.

En este momento abrazo con mi pensamiento y con mi corazón a toda mi patria y a todos mis compatriotas, sin excepción alguna. Os saludo a todos vosotros, queridos hermanos y hermanas. Saludo a la Iglesia en Polonia, al cardenal primado, a todos los cardenales, arzobispos y obispos, a los sacerdotes, a las familias religiosas masculinas y femeninas y a todo el pueblo creyente, tan enraizado en la fe católica. Saludo especialmente a la juventud polaca, puesto que es el futuro de esta tierra. Saludo, de modo particular, a las personas que sufren a causa de la enfermedad, la soledad, la vejez, la pobreza o la indigencia. Saludo a los hermanos y a las hermanas de la Iglesia ortodoxa de Polonia y de las comunidades de la Reforma, y también a nuestros hermanos mayores en la fe de Abraham y a los que profesan el islam en esta tierra. Saludo a todos los hombres de buena voluntad, que buscan con sinceridad la verdad y el bien. No quiero olvidar a nadie, pues os llevo a todos en mi corazón y os recuerdo a todos en mis oraciones.

2. ¡Te saludo, Polonia, patria mía! Aunque me ha tocado vivir lejos, no dejo de sentirme hijo de esta tierra, y nada de lo que tiene que ver con ella me resulta extraño. Ciudadanos polacos, me alegro con vosotros por los éxitos que obtenéis y comparto vuestras preocupaciones. Sin duda infunde optimismo, por ejemplo, el proceso, en realidad difícil, del «aprendizaje de la democracia» y la consolidación gradual de las estructuras de un Estado democrático y de derecho. Se están logrando muchos éxitos en el campo de la economía y de las reformas sociales, reconocidos por prestigiosos organismos internacionales. Pero no faltan tampoco los problemas y las tensiones, a veces muy dolorosas, que es necesario resolver con el esfuerzo común y solidario de todos, respetando los derechos de todo hombre y, especialmente, del más indefenso y débil. Estoy seguro de que los polacos son una nación dotada de un enorme potencial de talentos espirituales, intelectuales y de voluntad; una nación que es capaz de hacer mucho y que puede desempeñar un papel importante dentro de la familia de los países europeos. Y precisamente esto es lo que deseo de todo corazón a mi patria.

Vengo a vosotros, queridos compatriotas, como quien desea servir, brindar un servicio apostólico a todos y a cada uno de vosotros. El servicio del Sucesor de san Pedro es el ministerio de la fe, según las palabras de Cristo: «Yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos» (Lc 22,32). Esta es la misión de Pedro y esta es la misión de la Iglesia. Con su mirada fija en el ejemplo de su Maestro, sólo desea poder servir al hombre, anunciando el Evangelio. «El hombre en la plena verdad de su existencia, de su ser personal y a la vez de su ser comunitario y social —en el ámbito de la propia familia, en el ámbito de la sociedad y de contextos tan diversos, en el ámbito de la propia nación, o pueblo (...), en el ámbito de toda la humanidad— este hombre es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión, él es el camino primero y fundamental de la Iglesia, camino trazado por Cristo mismo, vía que inmutablemente conduce a través del misterio de la Encarnación y de la Redención» (Redemptor hominis RH 14).

3. Vengo a vosotros, queridos compatriotas, en nombre de Jesucristo, de aquel que es «el mismo ayer, hoy y siempre» (He 13,8). Este es el lema de mi visita. En el itinerario de esta peregrinación apostólica, en unión con vosotros, deseo profesar la fe en aquel que es el «centro del cosmos y de la historia » y, en especial, el centro de la historia de esta nación, bautizada ya hace más de mil años. Debemos renovar esta profesión de fe, junto con toda la Iglesia, que se prepara espiritualmente para el gran jubileo del año 2000.


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