Discursos 1997 163

163 De asegurar a vuestros hijos las mejores condiciones materiales a costa de vuestro tiempo y de vuestra atención, que necesitan para crecer "en sabiduría, edad y gracia ante Dios y ante los hombres" (Lc 2,52). Si queréis defender a vuestros hijos contra la corrupción y el vacío espiritual, que el mundo presenta con diversos medios y, a veces, incluso en los programas escolares, rodeados del calor de vuestro amor paterno y materno, y darles el ejemplo de una vida cristiana.

Encomiendo vuestro amor, vuestros esfuerzos y vuestras preocupaciones a la Sagrada Familia, patrona de esta iglesia. Que la protección de Jesús, María y José os conforte.

3. Una vez más, abrazo con mi corazón a los niños aquí presentes y a todos los niños de nuestro país, especialmente a los que soportan el peso del sufrimiento o del abandono.

Rindo homenaje a todos los padres que asumen el compromiso diario de mantener y educar a sus hijos. Agradezco a los pastores y a los fieles de toda la parroquia la benevolencia, la hospitalidad y el don de la oración. Bendigo de corazón a todos.





VIAJE APOSTÓLICO A POLONIA


AL FINAL DEL REZO DEL ROSARIO


Santuario de Ludzmierz

Sábado 7 de junio de 1997



1. ¡«Reina del rosario, ruega por nosotros »! En este primer sábado de mes, en el recuerdo del Corazón inmaculado de la santísima Virgen María, venimos acá, al santuario de Nuestra Señora de Ludzmierz , patrona de Podhale. Este es un lugar muy digno de convertirse hoy en el templo en que se unen los fieles de todo el mundo, junto con el Papa, para la plegaria del rosario. Ya desde hace casi seiscientos años, las sucesivas generaciones de habitantes de Podhale y de fieles de toda Polonia rinden aquí homenaje a la Madre de Dios. Y esta veneración a María está indisolublemente vinculada con el rosario. El pueblo local, que se caracteriza por una fe sencilla y profunda, siempre ha comprendido que la plegaria del rosario es una fuente maravillosa de vida espiritual. Desde hace siglos, con un rosario en las manos, venían acá los peregrinos de varios estados —familias y parroquias enteras— para aprender de María el amor a Cristo.

Y elegían, de este modo, la mejor escuela, porque meditando los misterios del rosario contemplamos con los ojos de María los misterios de la vida del Señor, su pasión, muerte y resurrección. Los revivimos tal como los vivió ella en su corazón de madre. Rezando el rosario hablamos con María, le encomendamos con confianza todas nuestras preocupaciones y tristezas, nuestras alegrías y esperanzas. Le pedimos que nos ayude a aceptar los planes de Dios y nos alcance de su Hijo la gracia necesaria para cumplirlos con fidelidad. Ella —siempre al lado de su Hijo en sus misterios gozosos, dolorosos y gloriosos— también está presente en medio de nuestros problemas de cada día.

2. El ritmo de la plegaria del rosario marca el tiempo en esta tierra de Podhale, de Cracovia y de la nación polaca; lo impregna y lo forma. De cualquier modo que se desarrollaran los acontecimientos humanos —en el gozo por los frutos del trabajo diario, en la lucha dolorosa contra las contrariedades o en la gloria por los triunfos logrados— siempre encontraban su reflejo en los misterios de Cristo y de su Madre. Por eso, la costumbre de rezar el rosario nunca se ha apagado en el corazón de los fieles, y hoy parece consolidarse aún más. Lo manifiesta con claridad el desarrollo de la «Hermandad del Rosario viviente», fundada precisamente aquí, en el santuario de Nuestra Señora de Ludzmierz , hace cien años. El testimonio de los que en esta sencilla plegaria encuentran una fuente inagotable de vida espiritual estimula a los demás. Me alegra saber que esa Hermandad se ha extendido más allá de las fronteras de Polonia, incluso a otros continentes. En muchos centros de emigrantes polacos surgen nuevos círculos del Rosario viviente. Es un apostolado estupendo. Pido a Dios que lo sostenga, para que dé buenos frutos en el corazón de todos los polacos, tanto en la patria como en el extranjero.

3. Hoy quiero agradecer de todo corazón a los fieles de Podhale y de toda la archidiócesis de Cracovia el gran don de la plegaria del rosario.Sé que todos los días os reunís aquí, a los pies de María, Nuestra Señora de Ludzmierz , y en muchos otros lugares, para encomendar a su protección los problemas del Sucesor de Pedro y a la Iglesia misma, que la Providencia ha confiado a su solicitud. Sé también que en las parroquias de Podhale, de Orawa, de Spisz, de Pienini, de Gorce, habéis orado también por este viaje mío a Polonia, reuniéndoos por familias, y elevando una incesante oración en el ámbito del «rosario peregrinante». Os agradezco esta admirable obra de oración. Siempre he podido contar con ella, especialmente en los momentos difíciles. Tengo mucha necesidad de ella y sigo pidiéndola.

Saludo cordialmente a toda la comunidad parroquial de Ludzmierz , a sus pastores y a sus fieles. Se puede decir que se extiende al mundo entero, pues en cualquier parte donde han llegado y siguen llegando los montañeses polacos está presente también la Patrona de Ludzmierz : está presente en las casas y en las iglesias, pero sobre todo en los corazones. ¡Ojalá que su presencia no falte nunca!

164 También quiero saludar de modo particular a la Asociación de familias numerosas, que han venido a encomendar a María su felicidad familiar, a menudo difícil. En el mundo de hoy sois testigos de la felicidad que brota de la comunión en el amor, incluso a costa de muchas renuncias. No tengáis miedo de dar este testimonio. Tal vez el mundo no os comprenda; tal vez el mundo pregunte por qué no habéis escogido un camino más fácil, pero el mundo necesita vuestro testimonio, el mundo necesita vuestro amor, vuestra paz y vuestra felicidad. Que os sostenga María, protectora de las familias. Dirigíos a ella lo más frecuentemente posible. Rezad el rosario. Que esta oración sea el fundamento de vuestra unidad.

Se encuentran aquí presentes sacerdotes y laicos, que desde hace años desempeñan en esta región la pastoral de la sobriedad. Encomiendo a María, Nuestra Señora de Ludzmierz , vuestro apostolado. Le pido que os obtenga el espíritu de fortaleza, de perseverancia y también de gran sensibilidad y delicadeza con respecto a todo hombre.

Contemplo con admiración este santuario, que ha crecido y se ha embellecido tanto. Eso es signo de vuestra entrega y generosidad. Es vuestro don a María, pero también a los peregrinos que vienen acá. El Papa, que viene hoy como peregrino a Ludzmierz , os da las gracias en nombre de todos por vuestra hospitalidad. Que Dios os lo pague. De todo corazón os bendigo. ¡Nuestra Señora de Ludzmierz , patrona de Podhale, ruega por nosotros!





VIAJE APOSTÓLICO A POLONIA


DURANTE LA VISITA AL SANTUARIO DE LA DIVINA MISERICORDIA


Cracovia, sábado 7 de junio de 1997



1. «Misericordias Domini in aeternum cantabo» (Ps 88,2). Vengo a este santuario como peregrino para unirme al canto ininterrumpido en honor de la divina Misericordia. Lo había entonado el Salmista del Señor, expresando lo que todas las generaciones conservan y conservarán como fruto preciosísimo de la fe. Nada necesita el hombre como la divina Misericordia: ese amor que quiere bien, que compadece, que eleva al hombre, por encima de su debilidad, hacia las infinitas alturas de la santidad de Dios.

En este lugar lo percibimos de modo particular. En efecto, aquí surgió el mensaje de la divina Misericordia que Cristo mismo quiso transmitir a nuestra generación por medio de la beata Faustina. Y se trata de un mensaje claro e inteligible para todos. Cada uno puede venir acá, contemplar este cuadro de Jesús misericordioso, su Corazón que irradia gracias, y escuchar en lo más íntimo de su alma lo que oyó la beata. «No tengas miedo de nada. Yo estoy siempre contigo» (Diario, cap. II). Y, si responde con sinceridad de corazón: «¡Jesús, confío en ti!», encontrará consuelo en todas sus angustias y en todos sus temores. En este diálogo de abandono se establece entre el hombre y Cristo un vínculo particular, que genera amor. Y «en el amor no hay temor —escribe san Juan—; sino que el amor perfecto expulsa el temor» (1Jn 4,18).

La Iglesia recoge el mensaje de la Misericordia para llevar con más eficacia a la generación de este fin de milenio y a las futuras la luz de la esperanza. Pide incesantemente a Dios misericordia para todos los hombres. «En ningún momento y en ningún período histórico —especialmente en una época tan crítica como la nuestra— la Iglesia puede olvidar la oración, que es un grito a la misericordia de Dios ante las múltiples formas de mal que pesan sobre la humanidad y la amenazan. (...) La conciencia humana cuanto más pierde el sentido del significado mismo de la palabra “misericordia”, sucumbiendo a la secularización; cuanto más se distancia del misterio de la misericordia, alejándose de Dios, tanto más la Iglesia tiene el derecho y el deber de recurrir al Dios de la misericordia “con poderosos clamores”» (Dives in misericordia DM 15).

Precisamente por esto, en el itinerario de mi peregrinación he incluido también este santuario. Vengo acá para encomendar todas las preocupaciones de la Iglesia y de la humanidad a Cristo misericordioso. En el umbral del tercer milenio, vengo para encomendarle una vez más mi ministerio petrino: «¡Jesús, confío en ti!».

Siempre he apreciado y sentido cercano el mensaje de la divina Misericordia. Es como si la historia lo hubiera inscrito en la trágica experiencia de la segunda guerra mundial. En esos años difíciles fue un apoyo particular y una fuente inagotable de esperanza, no sólo para los habitantes de Cracovia, sino también para la nación entera. Ésta ha sido también mi experiencia personal, que he llevado conmigo a la Sede de Pedro y que, en cierto sentido, forma la imagen de este pontificado. Doy gracias a la divina Providencia porque me ha concedido contribuir personalmente al cumplimiento de la voluntad de Cristo, mediante la institución de la fiesta de la divina Misericordia. Aquí, ante las reliquias de la beata Faustina Kowalska, doy gracias también por el don de su beatificación. Pido incesantemente a Dios que tenga «misericordia de nosotros y del mundo entero».

2. «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia » (Mt 5,7).

Queridas religiosas, tenéis una vocación extraordinaria. Al elegir de entre vosotras a la beata Faustina, Cristo confió a vuestra congregación la custodia de este lugar y, al mismo tiempo, os ha llamado a un apostolado particular: el de su Misericordia. Os pido: cumplid ese encargo. El hombre de hoy tiene necesidad de vuestro anuncio de la misericordia; tiene necesidad de vuestras obras de misericordia y tiene necesidad de vuestra oración para alcanzar misericordia. No descuidéis ninguna de estas dimensiones del apostolado.

165 Hacedlo en unión con el arzobispo de Cracovia, quien tanto valora la devoción a la divina Misericordia, y con toda la comunidad de la Iglesia, que él preside. Que esta obra común dé frutos. Que la divina Misericordia transforme el corazón de los hombres. Que este santuario, conocido ya en muchas partes del mundo, se convierta en centro de un culto de la divina Misericordia que se irradie por toda la Iglesia.

Una vez más, os pido que oréis por las intenciones de la Iglesia y que me sostengáis en mi ministerio petrino. Sé que oráis continuamente por esa intención. Os lo agradezco de todo corazón. Todos lo necesitamos mucho: tertio millennio adveniente.

De corazón os bendigo a los presentes y a todos los devotos de la divina Misericordia.





VIAJE APOSTÓLICO A POLONIA

MENSAJE DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE POLONIA




Queridos hermanos en el servicio episcopal:

1. Aprovecho con alegría la ocasión que me brindan los grandes acontecimientos religiosos en Polonia, relativos a la Iglesia universal, para transmitiros un saludo fraterno y dirigiros unas palabras. De este modo, quiero expresaros mi amor a la Iglesia de Cristo en nuestra patria, a la que sirve con espíritu de responsabilidad colegial toda la Conferencia episcopal polaca y cada uno de los obispos.

Mi peregrinación ha comenzado en Wroclaw con la participación en el 46 Congreso eucarístico internacional. El encuentro con Cristo en su misterio de infinito amor y unidad, entregado a la Iglesia y a la humanidad en el sacrificio eucarístico, tiene para nosotros una profunda elocuencia: no sólo para los católicos, sino también para todos los hermanos cristianos, especialmente para los que participaron en el Congreso. Toda la Iglesia en Polonia ha tenido ocasión de profundizar y contemplar el misterio de la presencia eucarística del Emmanuel, Dios con nosotros (cf. Mt Mt 1,23). Para todos nosotros ha sido una experiencia particular de la verdad sobre Cristo que «es el mismo ayer, hoy y siempre» (He 13,8). Todos podemos acudir a esta fuente vivificante para encontrar en ella la fuerza y la esperanza para seguir construyendo en Polonia una comunidad de fe, la comunidad de todos los creyentes en Cristo.

Esta comunidad, por ser unidad en la caridad, siempre es fruto de sacrificio, de renuncia a algo propio en favor de los hermanos, fruto de solicitud por el bien común. Tenemos el deber de descubrir este bien en la unidad de la Iglesia universal, en la de cada Iglesia particular y, por último, en todas las formas de actividad colegial, entre las cuales, después del concilio Vaticano II, desempeñan un papel particular las Conferencias episcopales. También corresponde a la Iglesia construir los fundamentos morales sobre los que puedan crecer y fructificar las diversas comunidades humanas, comenzando por el matrimonio y la familia, pasando por la comunidad de una nación y un Estado, hasta las múltiples formas de convivencia y cooperación internacional.

Como, por disposición divina, la armonía y el orden en una familia se mantienen gracias a la observancia de las normas que derivan de los vínculos naturales de la sangre y de la ley divina, de la misma manera en la comunidad de la Iglesia la armonía depende de la correspondencia al don de la fe, la esperanza y la caridad, así como de la subordinación jerárquica realizada en sintonía con el principio de subsidiariedad, cum Petro et sub Petro, en todo encargo recibido, especialmente en el oficio episcopal, y en cualquier función o ministerio que se realice. Las exigencias mínimas de esa subordinación las marca la legislación eclesiástica, pero es preciso completarla con el imperativo del corazón, que brota del amor a la verdad presente en la Iglesia. La Verdad divina, cuya revelación auténtica se encuentra en la sagrada Escritura y en la Tradición, se manifiesta también a través de la voz del Magisterio de la Iglesia, y especialmente a través del concilio Vaticano II. Para seguir correctamente esa enseñanza, es necesario contar con los conocimientos de los expertos en los diversos campos de las ciencias eclesiásticas y laicas, profundizando sus contenidos, especialmente a nivel de Conferencia episcopal, para transmitirlos después a los presbíteros y a los fieles de una forma pura y comprensible, de modo que cada uno pueda encontrar en ellos la solución a los problemas personales y sociales que se plantean en la vida diaria.

La unidad de la Iglesia exige que la solicitud de los obispos se extienda a todos los que transmiten el don evangélico de la verdad tanto en las escuelas y ateneos católicos, como a través de los medios de comunicación católicos. La Conferencia episcopal, respetando las competencias de los obispos diocesanos, es responsable del conjunto de la transmisión de la fe en el territorio, independientemente de la pertenencia de los que la transmiten al clero diocesano, a los religiosos o a los fieles laicos. Es necesario que la Iglesia esté presente en los medios de comunicación, pues a través de ellos entra en diálogo con el mundo y, con su ayuda, puede formar la conciencia del hombre. Debemos llegar al mundo con lo mejor que la Iglesia le puede ofrecer, respetando la dignidad de la persona humana e impulsándola a asumir su responsabilidad ante Dios.

2. La segunda etapa de mi peregrinación ha sido la antiquísima ciudad de Gniezno, nido y cuna de Polonia y de la Iglesia en Polonia. Mil años después de la muerte por martirio de san Adalberto, he podido venerar las reliquias del patrono de Polonia. Adalberto, obediente al mandato de Cristo: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19), con la fuerza que brota del Evangelio, se dirigió a Prusia. Su testimonio no fue escuchado entonces, pero, cuando lo confirmó con su muerte, comenzó a producir la mies y ha seguido haciéndolo en abundancia hasta el día de hoy. ¿No es éste el modelo para los pastores también en nuestro país, en el que se observan preocupantes procesos de debilitamiento de los valores del Evangelio e incluso de hostilidad con respecto a Cristo y a su Iglesia? La sociedad polaca exige una nueva y profunda evangelización. Nadie debe considerarse perdido, porque Cristo murió por todos, abriendo a cada hombre el camino para la vida eterna. Es necesaria una fe renovada con el poder de la cruz de Cristo.

Nos encontramos ante los grandes desafíos que caracterizan a nuestro tiempo. Ya lo advertí en mi discurso a la Conferencia episcopal polaca durante mi peregrinación de 1991. Entonces dije: «El camino de la Iglesia es el hombre (...). El Episcopado y la Iglesia en Polonia deben traducir, en cierto modo, este cometido en un lenguaje de tareas concretas, sirviéndose de la visión conciliar de la Iglesia-pueblo de Dios, así como de nuestra analogía de los signos de los tiempos.Nuestros signos de los tiempos polacos sufrieron una modificación con la caída del sistema marxista y totalitario, que condicionaba la conciencia y los comportamientos de la gente en nuestro país. En el sistema anterior (...) la Iglesia creó un espacio en el que el hombre y la nación podían defender sus derechos (...). Ahora (...) el hombre ha de encontrar en la Iglesia espacio para defenderse de sí mismo, del mal uso de su propia libertad y del peligro de desaprovechar esta gran posibilidad histórica para la nación. Si la Iglesia obtuvo el reconocimiento general en el anterior orden de cosas, incluso por parte de ambientes laicos, en la actual coyuntura no se puede contar en muchos casos con dicho reconocimiento. Más bien, es necesario prestar atención a la crítica y, quizá, a algo peor. Hay que lograr discernir: aceptar lo que para cualquier crítica puede ser justo. Por lo demás, está claro que Cristo será siempre signo de contradicción (cf. Lc Lc 2,34). Esta contradicción es para la Iglesia confirmación de que es ella misma, de que está en la verdad. Tal vez, es también el coeficiente de la misión evangélica y del servicio pastoral» (Discurso a los obispos y a los religiosos, Cracovia, 9 de junio de 1991: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de julio de 1991, p. 9).

166 Entre los problemas concretos y las tareas que es preciso afrontar, quisiera subrayar la necesidad de que los laicos asuman la responsabilidad que les corresponde en la Iglesia. Eso atañe a las esferas de la vida en que los laicos deberían, en nombre propio, pero como miembros fieles de la Iglesia, desarrollar el pensamiento político, la vida económica y la cultura, en sintonía con los principios del Evangelio. Sin duda, es preciso ayudarles en esta misión, pero no hay que ocupar su lugar. La Iglesia debe ser libre en el anuncio del Evangelio y de todas las verdades y las indicaciones contenidas en él. Desea esa libertad, se esfuerza por lograr esa libertad, y esto le basta. No busca y no quiere tener privilegios especiales.

En mi discurso a los obispos polacos, con ocasión de la visita ad limina del año 1993, les recordé la posibilidad de aprovechar el Sínodo plenario para reavivar la participación de los laicos en la vida de la Iglesia. Parece que esa oportunidad sigue existiendo y es preciso hacer todo lo posible para aprovecharla. Una dimensión nueva en la actividad de la Iglesia son las organizaciones católicas y, entre ellas, la Acción católica. Esas posibilidades no existían en Polonia desde la década de 1940. Es verdad que no es fácil sensibilizar a la sociedad para que actúe de forma comunitaria, pero ésta es la dirección correcta de la pastoral polaca y no se puede fácilmente renunciar a ella.

Una solicitud muy seria de la Iglesia es la juventud, de la que depende su futuro. La Iglesia en Polonia tiene magníficas experiencias relacionadas con la catequesis parroquial. Hoy la enseñanza de la religión se realiza en la escuela. Eso ha dado origen a nuevos desafíos, que brotan, entre otras causas, de las transformaciones que se han llevado a cabo en el seno de la sociedad polaca en los últimos años. A los niños y a los jóvenes de nuestro tiempo hay que llevarles el mismo Evangelio, pero anunciado de modo nuevo y adaptado a la mentalidad de hoy y a las condiciones en que vivimos. Eso exige un serio esfuerzo, no sólo encaminado a la formación de los nuevos instrumentos de diálogo con los niños y con los jóvenes, sino también para encontrar los modos oportunos para llegar hasta los jóvenes.

3. La tercera etapa de mi visita fue la ciudad de Cracovia y el VI centenario de la fundación en Polonia del primer centro científico y didáctico del pensamiento teológico, como era la facultad de teología de la Academia de Cracovia, que más tarde se convirtió en la Universidad Jaguellónica. Nació gracias a la reina Eduvigis de Anjou, a la que canonicé solemnemente en Blonia de Cracovia, con lo que fue incluida entre los santos de la Iglesia universal. Agradezco a Dios todopoderoso esta gran gracia.

Por una feliz coincidencia, durante la misma visita apostólica a Polonia podemos, después de siglos, contemplar los efectos de las iniciativas clarividentes tanto de san Adalberto, obispo y mártir, como de santa Eduvigis, reina, que querían, desde su misión, consolidar la fe cristiana en nuestra patria. Lo que san Adalberto anunció y sembró con su muerte por martirio, la reina santa Eduvigis decidió extenderlo y hacerlo propio de muchas generaciones, abriendo en Polonia un gran centro donde se pudiera acceder al tesoro del saber y de la ciencia de la Europa cristiana. Después de seiscientos años, sabemos que fue una decisión providencial. Como san Adalberto puede considerarse patrono de la organización eclesiástica en Polonia, así a santa Eduvigis se le puede justamente atribuir el título de patrona de la apertura de Polonia al pensamiento cristiano europeo.

¡Cuán elocuentes son para nosotros esos dos ejemplos hoy que, después de años de aislamiento, volvemos de nuevo al ámbito de la cultura de Occidente, tan conocida para nosotros, puesto que durante siglos le aportamos también nuestra riqueza. No podemos hoy dejar de tomar la dirección que se nos señala. La Iglesia en Polonia puede ofrecer a la Europa que se está uniendo su adhesión a la fe, su tradición inspirada por la religiosidad, el esfuerzo pastoral de los obispos y los sacerdotes, y ciertamente muchos otros valores, gracias a los cuales Europa podrá constituir un organismo rico no sólo por su gran nivel económico, sino también por su profunda vida espiritual.

Queridos hermanos en el episcopado, aquí sólo he tocado algunos problemas. Los presento hoy a vuestra reflexión pastoral y, ante todo, a vuestra ardiente oración. Ciertamente, aún deberemos volver sobre ellos con ocasión del encuentro en Roma en el umbral del año próximo, al que os invito de todo corazón. Os agradezco a todos cordialmente por haberme apoyado con vuestra oración durante toda mi visita. Encomiendo a la intercesión de los santos y los beatos elevados a los altares durante mi peregrinación, a vosotros, a la Iglesia que se os ha confiado y a toda la patria. Os bendigo de corazón.

Cracovia, 8 de junio de 1997





VIAJE APOSTÓLICO A POLONIA


CON OCASIÓN DEL VI CENTENARIO DE LA FUNDACIÓN


DE LA UNIVERSIDAD JAGUELLÓNICA


Cracovia, domingo 8 de junio de 1997



1. Nihil est in homine bona mente melius. Hoy, mientras celebramos con solemnidad el VI centenario de la fundación de la facultad de teología y de la Universidad Jaguellónica de Cracovia, esta inscripción grabada en el dintel de la casa de Dlugosz, en la calle Kanoniczna, en Cracovia, parece encontrar, de modo particular, su confirmación. Se presentan hoy ante nosotros seis siglos de historia; se presentan todas las generaciones de profesores y estudiantes de la universidad de Cracovia, para testimoniar los frutos que ha dado en favor del hombre, de la nación y de la Iglesia la perseverante solicitud por la «mens bona», que se ha vivido en el ámbito de este ateneo.

¿Cómo no escuchar esta voz de los siglos? ¿Cómo no acoger con corazón agradecido el testimonio de los que, buscando la verdad, formaban la historia de esta ciudad real y enriquecían el tesoro de la cultura polaca y europea? ¿Cómo no alabar a Dios por esta obra de la sabiduría del hombre que, inspirándose en su eterna Sabiduría, lleva la mente a lograr un conocimiento cada vez más profundo?

167 Doy gracias a Dios por los seiscientos años de la facultad de teología y de la Universidad Jaguellónica. Me alegra tener la oportunidad de hacerlo aquí, en la Colegiata universitaria de Santa Ana, en presencia de hombres de ciencia de toda Polonia. Saludo de todo corazón al Senado académico de la Universidad Jaguellónica y al de la Academia pontificia de teología, encabezados por sus rectores magníficos. Les agradezco sus palabras de bienvenida y de introducción a este solemne acto académico. Les saludo cordialmente a todos ustedes, ilustres señores rectores y vicerrectores, que representan a las instituciones académicas de Polonia.

Sigue siempre vivo en mí el recuerdo del encuentro que tuve con ustedes al comienzo del año pasado en el Vaticano (el 4 de enero de 1996). En esa ocasión hablé de lo que nos une. En efecto, nos reunimos en nombre del amor común a la verdad, compartiendo la solicitud por el destino de la ciencia en nuestra patria. Me alegra que podamos hoy experimentar nuevamente esa unidad. En efecto, la solemnidad de hoy la pone de relieve de modo particular y destaca su profundísimo significado. Se podría decir que, gracias a vuestra presencia, todas las instituciones académicas de Polonia, tanto las de tradición plurisecular como las totalmente nuevas, se unen en torno a esta más antigua «Alma Mater» Jaguellónica. Vienen a ella para manifestar su propio arraigo en la historia de la ciencia polaca, que comenzó con la fundación realizada hace seiscientos años.

Volvamos juntos a las fuentes, de las que nació, hace seis siglos, la Universidad Jaguellónica y su facultad de teología. Deseamos asumir juntos, una vez más, el gran patrimonio espiritual, que constituye esta universidad en la historia de nuestra nación y en la historia de Europa, con el fin de transmitir intacto este bien inestimable a las generaciones sucesivas de polacos, al tercer milenio.

2. Durante esta ceremonia jubilar dirigimos nuestra gratitud a la figura de santa Eduvigis, Señora de Wawel, fundadora de la Universidad Jaguellónica y de la facultad de teología. Por una admirable disposición de la divina Providencia, las celebraciones del VI centenario coinciden hoy con su canonización, tanto tiempo esperada en Polonia, y especialmente en Cracovia y en su ambiente académico. Todos anhelaban grandemente esta canonización. Tanto el Senado académico de la Universidad Jaguellónica como el de la Academia pontificia de teología lo han expresado con cartas dirigidas a mí.

La santa fundadora de la Universidad, Eduvigis, sabía, con la sabiduría propia de los santos, que la universidad, como comunidad de hombres que buscan la verdad, es indispensable para la vida de la nación y para la de la Iglesia. Por eso, se esforzó con perseverancia por hacer que renaciera la Academia de Cracovia, fundada por Casimiro, y por enriquecerla con la facultad de teología. Un acontecimiento sumamente importante, pues, según los criterios de la época, sólo la fundación de la facultad de teología confería a un ateneo pleno derecho de ciudadanía y una especie de ennoblecimiento en el mundo académico.

Eduvigis abogó por esta fundación con perseverancia ante el Papa Bonifacio IX, el cual, en 1397, precisamente hace seiscientos años, acogió la solicitud, erigiendo en la Universidad Jaguellónica la facultad de teología con la solemne bula Eximiae devotionis affectus. Solamente entonces la universidad de Cracovia comenzó a existir plenamente en el mapa de las universidades europeas, y el Estado jaguellónico elevó su nivel a la altura de los países occidentales.

La universidad de Cracovia se desarrolló muy rápidamente. Durante el siglo XV alcanzó el nivel de las mayores y más conocidas universidades de la Europa de entonces. Se la comparaba con la Sorbona de París o con otras más antiguas que ella, como las universidades italianas de Bolonia y Padua, sin olvidar las universidades cercanas a Cracovia: las de Praga, Viena y Pecs, en Hungría. Ese período de oro en la historia de la universidad fructificó en numerosas figuras de eminentes profesores y estudiantes. Me limitaré a nombrar solamente dos: Pawel Wlodkowic y Nicolás Copérnico.

La obra de Eduvigis dio frutos también en otra dimensión. En efecto, el siglo XV, en la historia de Cracovia, es el siglo de los santos y éstos estuvieron vinculados estrechamente a la Universidad Jaguellónica. En esa época aquí estudiaba, y más tarde dio clases, san Juan de Kety, cuyos restos mortales se encuentran precisamente en esta Colegiata académica de Santa Ana. Y, además de él, se formaron aquí algunos otros, como el beato Estanislao Kazimierczyk, Simón de Lipnica, Ladislao de Gielniów, o Miguel Giedroya, Isaac Boner, Miguel de Cracovia y Mateo de Cracovia, que tienen fama de santidad. Son solamente algunos entre la multitud de los que, buscando la verdad, llegaron a la cima de la santidad y forman la belleza espiritual de esta universidad. Creo que, durante esta celebración jubilar, no podemos olvidar esta dimensión.

3. Permitidme, queridos señores, que me dirija ahora directamente a la Academia pontificia de teología de Cracovia, heredera de la facultad de teología de la Universidad Jaguellónica, fundada por santa Eduvigis hace seiscientos años. No sólo en la historia de la teología polaca, sino también en la de la ciencia y la cultura polaca, ha desempeñado —como he dicho— un papel excepcional. He estado estrechamente unido a esa facultad porque hice en ella mis estudios de filosofía y teología durante la ocupación, es decir, en la clandestinidad, y sucesivamente porque conseguí en ella el doctorado y la habilitación.

Hoy vuelven a mi memoria, ante todo, los años de las dramáticas luchas por su existencia en el período de la dictadura comunista. Yo personalmente participé en ellas como arzobispo de Cracovia. Ese doloroso período merece, bajo cualquier punto de vista, una esmerada documentación y un profundo estudio histórico. La Iglesia nunca se resignó al hecho de una liquidación unilateral e injusta de la Facultad por parte de las autoridades del Estado de entonces. Hizo todo lo posible para que el ambiente universitario de Cracovia no quedase privado de un «Studium» académico de teología.

A pesar de las numerosas dificultades y vejaciones por parte de las autoridades, la Facultad existía y funcionaba en el Seminario mayor de Cracovia, primero como Facultad pontificia de teología; seguidamente, el asunto maduró hasta el punto de que pudo nacer en Cracovia la Academia pontificia de teología, como ateneo formado por tres facultades, en continuidad ideal con la antiquísima facultad de teología de la Universidad Jaguellónica.

168 Así pues, ¿cómo no dar gracias a Dios hoy, con ocasión de esta celebración jubilar, por habernos permitido no sólo defender este gran bien espiritual de la facultad de teología, sino también desarrollarlo y conferirle una forma académica nueva y más rica? De esta manera, la Academia pontificia de teología, junto con otros ateneos católicos de nuestra patria, aporta su contribución al desarrollo de la ciencia y la cultura polaca, permaneciendo al mismo tiempo como un particular testimonio de nuestra época, una época de luchas por el derecho a la presencia de los ateneos teológicos en el horizonte académico de la Polonia de nuestros tiempos.

4. Estas celebraciones jubilares suscitan en mi mente una serie de interrogantes y reflexiones de carácter general y muy esencial: ¿qué es la universidad? ¿Cuál es su misión en la cultura y en la sociedad? Alma mater. Alma Mater Jagellonica... Ese apelativo, que se suele dar a la universidad, tiene un sentido profundo. Mater, madre, es decir, la que engendra, educa y forma. Una universidad guarda semejanza con una madre. Es como una madre por su solicitud materna, una solicitud de índole espiritual: engendrar almas para el saber, para la sabiduría, para la formación de las mentes y los corazones. Es una contribución que no se puede comparar a ninguna otra cosa.

Personalmente, después de años, veo cada vez mejor cuánto debo a la Universidad: el amor a la verdad, la indicación de las sendas para buscarla. En mi vida desempeñaron un papel importante los grandes profesores que conocí: personas que me enriquecieron y siguen haciéndolo con la grandeza de su espíritu. No puedo resistir a la necesidad de mi corazón de recordar hoy los nombres de al menos algunos de ellos: los profesores de la facultad de letras, ya fallecidos, Stanislaw Pigon, Stefan Kolaczkowski, Kazimierz Nietsch y Zenon Klemensiewicz. A ellos hay que añadir a los profesores de la facultad de teología: don Konstanty Michalski, Jan Salamucha, Marian Michalski, Ignacy Rózycki, Wladyslaw Wicher, Kazimierz Klósak y Aleksy Klawek. ¡Qué gran contenido y cuántas personas encierra el nombre: Alma mater!

La vocación de toda universidad es el servicio a la verdad: descubrirla y transmitirla a otros. De modo elocuente lo expresó el artista que proyectó la capilla de san Juan de Kety, que embellece esta Colegiata. El sarcófago del maestro Juan fue colocado en los hombros de las figuras que personifican a las cuatro facultades tradicionales de la Universidad: medicina, jurisprudencia, filosofía y teología. Eso me trae a la memoria precisamente esta forma de universidad que, mediante el esfuerzo de investigación de muchas disciplinas científicas, se acerca gradualmente a la Verdad suprema. El hombre supera los confines de las diversas disciplinas del saber, hasta el punto de orientarlas hacia aquella Verdad y hacia la definitiva realización de la propia humanidad. Aquí se puede hablar de la solidaridad de varias disciplinas científicas al servicio del hombre, llamado a descubrir la verdad, cada vez más completa, sobre sí mismo y sobre el mundo que lo rodea.

El hombre tiene conciencia viva del hecho de que la verdad está fuera y por «encima» de sí mismo. El hombre no crea la verdad, sino que ésta se revela ante él cuando la busca con perseverancia. El conocimiento de la verdad genera el gozo espiritual (gaudium veritatis), único en su género. ¿Quién de vosotros, queridos señores, no ha vivido, en mayor o menor medida, ese momento en su trabajo de investigación? Os deseo que instantes de esa índole sean frecuentes en vuestro trabajo. En esta experiencia de gozo por haber conocido la verdad se puede ver también una confirmación de la vocación trascendente del hombre, incluso de su apertura al infinito.

Si hoy, como Papa, estoy aquí con vosotros, hombres de ciencia, es para deciros que el hombre de hoy os necesita. Necesita vuestra curiosidad científica, vuestra perspicacia al plantear las preguntas y vuestra honradez al buscar sus respuestas. Necesita también la específica trascendencia, propia de las universidades. La búsqueda de la ver- dad, incluso cuando atañe a una realidad limitada del mundo o del hombre, no termina nunca, remite siempre a algo que está por encima del objeto inmediato de los estudios, a los interrogantes que abren el acceso al Misterio. ¡Cuán importante es que el pensamiento humano no se cierre a la realidad del Misterio; que no falte al hombre la sensibilidad ante el Misterio; que no le falte la valentía de bajar a lo profundo!

5. Hay pocas cosas tan importantes en la vida del hombre y de la sociedad como el servicio del pensamiento. En su esencia, el «servicio del pensamiento» al que aludo, no es más que el servicio de la verdad en la dimensión social. Todo intelectual, independientemente de sus convicciones personales, está llamado a dejarse guiar por este sublime y difícil ideal y a cumplir una función de conciencia crítica con respecto a todo lo que constituye un peligro para la humanidad o la disminuye.

El ser hombre de ciencia obliga. Ante todo, obliga a una particular solicitud por el desarrollo de la propia humanidad. Quiero recordar aquí a un hombre a quien conocí personalmente, al igual que muchos de los presentes. Vinculado al ambiente científico de Cracovia, era profesor en el Politécnico de esta ciudad. Para nuestra generación fue un particular testigo de esperanza. Me refiero al siervo de Dios Jerzy Ciesielski. Su pasión científica estuvo indisolublemente unida a la conciencia de la dimensión trascendente de la verdad. A su escrupulosidad de científico se unía la humildad del discípulo para escuchar lo que la belleza del mundo creado revela del misterio de Dios y del hombre. De su servicio de científico, del «servicio del pensamiento», hizo un camino hacia la santidad. Hablando de la vocación del hombre de ciencia, no podemos ignorar esta perspectiva.

En el trabajo diario de un estudioso hace falta también una particular sensibilidad ética. En efecto, no basta el interés por la corrección lógica, formal del proceso del pensamiento. Las actividades de la mente deben ser necesariamente insertadas en el clima espiritual de las indispensables virtudes morales, como la sinceridad, la valentía, la humildad, la honradez, así como una auténtica solicitud por el hombre. Gracias a la sensibilidad moral se conserva un vínculo muy esencial para la ciencia entre la verdad y el bien.

En efecto, estos dos problemas no pueden separarse. El principio de la libertad de la investigación científica no puede separarse de la responsabilidad ética de todo estudioso. En el caso de los hombres de ciencia, esa responsabilidad ética es especialmente importante. El relativismo ético y las actitudes puramente utilitaristas constituyen un peligro no sólo para la ciencia, sino también directamente para el hombre y para la sociedad.

Otra condición para un sano desarrollo de la ciencia, que quisiera subrayar, es la concepción integral de la persona humana. La gran controversia sobre el tema del hombre aquí, en Polonia, no terminó con la caída de la ideología marxista. Prosigue y, en cierto aspecto, incluso se ha intensificado. Las formas de decadencia de la concepción de la persona y del valor de la vida humana se han hecho más sutiles y, por eso mismo, más peligrosas. Hoy hace falta una gran vigilancia en este ámbito. Se abre así, para los hombres de ciencia, un vasto campo de acción precisamente en las universidades. Una visión del hombre deformada o incompleta hace que la ciencia se transforme con facilidad de beneficio en una seria amenaza para el hombre.

169 Los progresos que las investigaciones científicas han logrado hoy confirman plenamente tales temores. De ser sujeto y fin, el hombre, a veces, se ha convertido en objeto o incluso en «materia prima »: basta recordar los experimentos de ingeniería genética, que suscitan grandes esperanzas, pero también, a la vez, muchos temores ante el futuro del género humano.

Son realmente proféticas las palabras del concilio Vaticano II, a las que recurro frecuentemente en los encuentros con el mundo de la ciencia: «Nuestra época, más que los siglos pasados, necesita esa sabiduría para que se humanicen todos los nuevos descubrimientos realizados por el hombre. El destino futuro del mundo está en peligro si no se forman hombres más sabios» (Gaudium et spes
GS 15). El gran desafío que se plantea a las instituciones académicas en el campo de la investigación y la didáctica consiste en formar hombres no sólo competentes en su especialización o dotados de un saber enciclopédico, sino sobre todo llenos de auténtica sabiduría. Sólo personas así formadas serán capaces de tomar sobre sus hombros la responsabilidad del futuro de Polonia, de Europa y del mundo.

6. Sé que la ciencia polaca debe afrontar en la actualidad muchos problemas difíciles, al igual que toda la sociedad polaca.

Hablé ampliamente de ello durante el encuentro celebrado en el Vaticano con los rectores de las universidades polacas. Con todo, no faltan las luces de la esperanza. Los estudiosos polacos, a veces en condiciones muy difíciles, realizan con gran esmero las investigaciones y la enseñanza. A menudo alcanzan posiciones que cuentan en la ciencia mundial. Hoy deseo expresar mi sincero aprecio a todos los que están comprometidos en favor de la ciencia polaca, por su esfuerzo diario, y me congratulo por los éxitos que consiguen.

¡Muchísimas gracias por este encuentro! Lo deseaba mucho para testimoniar una vez más que los asuntos de la ciencia no son indiferentes a la Iglesia. Señores, quisiera que tuvierais siempre la certeza de que la Iglesia está con vosotros y, de acuerdo con su misión, quiere serviros. Pido a los presentes que transmitan mis cordiales saludos a los Senados académicos, a los profesores, a los docentes, al personal administrativo y técnico, así como a la juventud universitaria de las instituciones de donde procedéis. Doy gracias cordialmente a los representantes de las autoridades del Gobierno por su presencia.

Me dirijo, por último, a los venerados festejados: a la Universidad Jaguellónica y a la Academia pontificia de teología, con mis mejores deseos de abundantes dones del Espíritu Santo para el ulterior servicio a la Verdad.

Invocando la intercesión de los santos patronos: san Estanislao, obispo y mártir, san Juan de Kety, santa Eduvigis, fundadora de la Universidad Jaguellónica y de su facultad de teología, a todos imparto de corazón la bendición apostólica.

Antes de hacerlo no puedo menos de revelar un hecho difícil de olvidar. Tenía en mi mente muchos recuerdos como ese mientras preparaba este discurso, pero uno debo añadirlo necesariamente, aunque no esté en el texto. Quiero recordar el día 6 de noviembre de 1939.

Entonces era yo estudiante de polonística. Desde luego era ya el tiempo de la guerra. Ese día estuve en la calle Golebia, en nuestro instituto. Pude hablar aún con los profesores —con el profesor Nietsch—, que tenían prisa por ir al encuentro convocado por las autoridades alemanas. De ese encuentro nunca volvieron, no volvieron más a casa. Fueron deportados a Sachsenhausen.

En la historia de la universidad de Cracovia hay seguramente muchos otros episodios como éste. Pero confirman que nuestra Alma mater es una Alma mater que sufre, que se sacrifica. Recuerdo a esos profesores míos, los que murieron, los del campo de concentración, los que volvieron y poco después murieron, y pido para ellos vida en Dios, porque en definitiva toda madre quiere entregarse para que se cumpla la vocación de todo hombre en Dios. Muchas gracias a todos los presentes.





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