Discursos 1997 169


VIAJE APOSTÓLICO A POLONIA

ENCUENTRO CON LOS SACERDOTES Y RELIGIOSOS


Convento franciscano de Dukla

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Lunes 9 de junio de 1997



1. «Cantad al Señor un cántico nuevo; cantad al Señor, toda la tierra» (Ps 96,1).

Queridos hermanos y hermanas, ¡cómo se alegra mi corazón porque hoy, en mi itinerario de peregrino, tengo la ocasión de detenerme en la ciudad en que nació el beato Juan de Dukla! Vuelvo con mi memoria a aquel día, hace muchos años, en que visité el santuario de Dukla, especialmente la capilla del beato Juan «en el desierto», como se solía decir. Hoy vengo de nuevo a vuestra ciudad, que con toda su historia «canta al Señor un cántico de gloria y alabanza» por el don de este piadoso religioso, cuya canonización tendrá lugar mañana en Krosno.

Saludo de todo corazón a los padres Bernardinos, custodios fieles de este lugar. Vosotros conserváis con cariño las reliquias de vuestro excelente hermano Juan. Saludo cordialmente también a los sacerdotes que trabajan en esta ciudad, y en particular al decano, a las autoridades civiles y a todos los habitantes de Dukla y de sus alrededores. Hoy, en cierto sentido, es vuestra fiesta, que Dios en su bondad preparó para vosotros. Este es el día que nos dio el Señor.

Saludo también a los que han llegado de lejos, de varias partes del país, y sobre todo al Episcopado, encabezado por el primado; como hemos escuchado, no sólo provienen del país, sino también del extranjero, de más allá de la frontera meridional y de no sé qué otra frontera, para tomar parte en este encuentro.

2. ¡Qué cercano me parece el beato Juan en este templo donde se conservan sus reliquias! Tenía muchos deseos de venir aquí, para escuchar, en el silencio del convento, la voz de su corazón y, junto con vosotros, ahondar en el misterio de su vida y de su santidad. Fue una vida totalmente entregada a Dios. Comenzó en el eremitorio cercano. Allí, en el silencio, y en medio de luchas espirituales, «Dios lo conquistó», de forma que desde ese momento permanecieron unidos hasta el final. Entre estos montes aprendió a orar con intensidad y a vivir los misterios de Dios. Lentamente se consolidó su fe y se fortaleció su amor, para producir más tarde frutos de salvación, ya no en la soledad, en el eremitorio, sino dentro de las paredes del convento de los Franciscanos Conventuales y, luego, de los Bernardinos, donde pasó el último período de su vida.

El beato Juan se ganó la fama de sabio predicador y de celoso confesor. Acudían a él en gran número las personas sedientas de sana doctrina de Dios, para escuchar sus predicaciones o para buscar consuelo y consejo en el confesionario. Se hizo famoso como guía de almas y prudente consejero de muchos. Los textos dicen que, a pesar de la vejez y de la pérdida de la vista, seguía trabajando, pedía que le leyeran las predicaciones, con tal de poder continuar. Iba a tientas al confesionario, para poder convertir a las almas y llevarlas a Dios.

3. La santidad del beato Juan brotaba de su profunda fe. Toda su vida y su impulso apostólico, así como su amor a la oración y a la Iglesia, se basaban en la fe, que era para él una fuerza, gracias a la cual sabía rechazar todo lo material y temporal, para dedicarse a lo que era de Dios y espiritual.

Quiero agradecer cordialmente al arzobispo de Przemysl el haberme invitado a Dukla y sus esfuerzos para que este encuentro pudiera realizarse. Doy las gracias a los sacerdotes, a los religiosos y las religiosas presentes en esta diócesis de frontera, que, siguiendo las huellas del beato Juan, llevan al pueblo de Dios por los caminos de la fe. Que Dios os recompense vuestro esfuerzo y vuestro empeño.

Expreso también mi agradecimiento a los enfermos y a los que sufren, que llevan la cruz de la vejez y de la soledad, en la vecina localidad de Korczyna y en otros lugares del Gólgota humano. Me dirijo también a los jóvenes: No tengáis miedo de las contrariedades. No os desalentéis a causa de ellas; al contrario, llenos de confianza en la poderosa ayuda del piadoso Juan, llevad con valentía y entusiasmo la luz del Evangelio. Tened el valor de convertiros en sal de la tierra y luz del mundo. También oremos aquí, en este lugar, para obtener numerosas vocaciones sacerdotales y religiosas, y nuevas vocaciones apostólicas entre los seglares. Por lo que yo sé, aquí no faltan las vocaciones; más bien son abundantes; pero la mies es mucha y todo el mundo espera.

4. Hermanos y hermanas, visitad a menudo este lugar. Es el gran tesoro de esta tierra, porque aquí el Espíritu del Señor habla a los corazones de los hombres por medio de vuestro santo paisano. Él os dice que la vida personal, familiar y social se ha de edificar sobre la fe en Jesucristo, pues la fe da sentido a todos nuestros esfuerzos. Ayuda a descubrir el verdadero bien, plantea una correcta jerarquía de valores e impregna toda la vida. ¡Con cuánta previsión se expresa todo eso en las palabras de la carta del apóstol san Juan: «Todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe» (1Jn 5,4).

171 Para concluir, recibid mi bendición, con la que quiero abrazaros a vosotros, a vuestras familias y a vuestros seres queridos. Bendigo a esta ciudad y a todos sus habitantes.

Que san Juan en el cielo escuche cómo lo aplaudís aquí. Ahora es preciso terminar este primer encuentro; esperemos a mañana. Aún debemos orar, y luego os imparto mi bendición.





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DURANTE LA VISITA A LA CLÍNICA DE CARDIOLOGÍA


DEL HOSPITAL DE CRACOVIA


Lunes 9 de junio de 1997



Queridos hermanos:

1. Me alegra poder visitar, durante mi peregrinación a la patria, el Hospital especializado de Cracovia y bendecir la clínica de cardiología, recién construida. Asimismo, me alegra poder encontrarme, en esta ocasión, con los enfermos y los que los atienden. Vengo a vosotros con emoción y agradezco a la Dirección y a los dependientes esta invitación.

En 1913, el Consejo de la ciudad de Cracovia decidió construir, precisamente aquí, en el Bialy Pradnik, el hospital municipal. La construcción se concluyó cuatro años después. Este año el Hospital celebra su 80 aniversario de existencia y de generoso servicio a los enfermos. ¿Cómo no recordar, en esta circunstancia, a todos los que, poniendo en peligro su salud, se apresuraron a prestar, como buenos samaritanos, ayuda a los que sufrían? Rendimos homenaje sobre todo a quienes pagaron el precio máximo, dando su vida. Algunos, ciertamente, recordamos al doctor Aleksander Wielgus, muerto en 1939 después de contraer la tuberculosis, o a la doctora Sielecka-Meier, que murió por esa misma causa en los primeros años después de la liberación. ¿Cómo no recordar también el trabajo de las Esclavas del Sagrado Corazón, realizado con espíritu evangélico? Con su servicio a los enfermos, y con el tributo de su salud, a veces incluso de su vida, escribieron una hermosa página en la historia de este hospital. Aquí, en dos ocasiones, fue curada la beata sor Faustina.

Ahora este hospital especializado ha sido enriquecido con una nueva clínica de cardiocirugía. Quiero expresar palabras de sincero aprecio a los que la han construido. Es mérito de muchas personas; sería difícil citar aquí los nombres de todas. Demos gracias a Dios por el don del trabajo humano y de la solidaridad humana con el enfermo.

2. «Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40).

Con estas palabras de Cristo me dirijo a vosotros, que trabajáis en este hospital y, a través de vosotros, a todos los profesionales de la salud de Polonia. Siento gran aprecio y respeto por vuestro servicio. Exige espíritu de sacrificio y entrega al enfermo y, por eso, tiene una dimensión profundamente evangélica. En la perspectiva de la fe, vuestro servicio se dirige a Cristo mismo, misteriosamente presente en el hombre que sufre. Por consiguiente, vuestra profesión es digna del máximo respeto. Es una misión de valor extraordinario, cuya mejor definición es la palabra: «vocación».

Sé bien en qué condiciones tan difíciles debéis trabajar a veces. Espero que se resuelvan de modo acertado y justo en Polonia todos los problemas del servicio sanitario, por el bien de los pacientes y de los que los atienden.

Os expreso mi aprecio por este generoso trabajo, realizado con abnegación. En cierto sentido, lleváis sobre vuestros hombros el peso del sufrimiento y del dolor de vuestros hermanos y hermanas, para proporcionarles alivio y devolverles la anhelada salud. Mi aprecio va, en particular, a todos los que permanecen con valentía de parte de la ley divina, que rige la vida humana. Repito una vez más lo que escribí en la encíclica Evangelium vitae: «Vuestra profesión os exige ser custodios y servidores de la vida humana. En el contexto cultural y social actual, en que la ciencia y la medicina corren el riesgo de perder su dimensión ética original, podéis estar a veces fuertemente tentados de convertiros en manipuladores de la vida o incluso en agentes de muerte. Ante esta tentación, vuestra responsabilidad ha crecido hoy enormemente y encuentra su inspiración más profunda y su apoyo más fuerte precisamente en la intrínseca e imprescindible dimensión ética de la profesión sanitaria, como ya reconocía el antiguo y siempre actual juramento de Hipócrates, según el cual se exige a cada médico el compromiso de respetar a toda costa la vida humana y su carácter sagrado» (n. 89).

172 Me alegra que el ambiente médico en Polonia, en su gran mayoría, asuma esa responsabilidad, no sólo curando y sosteniendo la vida, sino también evitando con firmeza realizar acciones que llevarían a su destrucción. Felicito de corazón a los médicos, a los enfermeros y a todos los profesionales del mundo sanitario de Polonia que ponen la ley divina «No matarás» por encima de lo que permite la ley humana. Os felicito por este testimonio que estáis dando, especialmente en tiempos recientes. Os pido que continuéis con perseverancia y entusiasmo vuestro meritorio deber de servir a la vida en todas sus dimensiones, según vuestras respectivas especializaciones. Mi oración os sostendrá en vuestro servicio.

3. A vosotros, queridos enfermos, que participáis en este encuentro, así como a los que no pueden hallarse presentes aquí con nosotros, dirijo palabras de cordial saludo. Cada día trato de estar cercano a vuestros sufrimientos. Puedo decirlo porque conozco bien la experiencia de un lecho de hospital. Precisamente por esto, invoco en mi oración diaria con más insistencia a Dios, pidiéndole para vosotros fuerza y salud. Oro para que en vuestro sufrimiento y en vuestra enfermedad no perdáis la esperanza, y para que seáis capaces de poner vuestro dolor al pie de la cruz de Cristo.

Desde el punto de vista humano, la situación de un hombre enfermo es difícil, dolorosa; incluso, a veces, humillante. Pero precisamente por eso estáis de modo particular cerca de Cristo; participáis, en cierto sentido físicamente, en su sacrificio. Tratad de recordarlo. La pasión y la resurrección de nuestro Salvador os ayudarán a esclarecer el misterio de vuestro sufrimiento. Gracias a vosotros, gracias a vuestra comunión con Cristo crucificado, la Iglesia posee riquezas inestimables en su tesoro espiritual.

Gracias a vosotros, los demás pueden participar en ellas. Nada enriquece a los otros más que el don gratuito del sufrimiento. Por eso, recordad siempre, especialmente cuando os sintáis abandonados, que la Iglesia, el mundo y nuestra patria tienen gran necesidad de vosotros. Recordad también que el Papa tiene necesidad de vosotros.

Debo admitir que durante los 58 años que viví en Polonia tuve pocas experiencias en hospitales. Sólo de niño, porque mi hermano mayor era médico, y luego a causa de un accidente que sufrí hacia el final de la guerra. Ninguna más. En Roma he tenido muchas más experiencias. Al menos cuatro veces he visitado el hospital policlínico Gemelli, por unos días o por algunas semanas. Lo puede atestiguar el doctor Buzzonetti, que me acompaña en este viaje.

Para terminar, quiero deciros a todos que he anhelado mucho celebrar este encuentro. No podía faltar en mi itinerario de peregrino. Pido a Dios que la fuerza de la fe os sostenga en estos difíciles momentos de vuestra vida, llenos de dolor. Le pido que la luz del Espíritu Santo os ayude a descubrir que el sufrimiento ennoblecido por el amor «es un bien ante el cual la Iglesia se inclina con veneración, con toda la profundidad de su fe en la redención» (Salvifici doloris, 24). Encomendando a Dios a todos los enfermos y a los que los atienden, os bendigo a todos de corazón.





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DURANTE LA VISITA A LA IGLESIA DE CRACOVIA


DEDICADA A SANTA EDUVIGIS


Lunes 9 de junio de 1997



1. «¡Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor!» (Ps 121,1).

Repito esta exclamación del Salmista al venir hoy acá, a esta iglesia y a vuestra comunidad parroquial. También yo me he alegrado cuando, mientras se fijaba el programa de mi peregrinación, me comunicaron que vendríamos «a la casa del Señor», a esta casa en Krowodrza, cuya patrona es la reina santa Eduvigis. Tenía grandes deseos de volver a este lugar, en el que, el año 1974, siendo metropolitano de Cracovia, celebré por primera vez la santa misa con ocasión del inicio del año escolar.

Recuerdo esta plaza y esta casita, que era a la vez la casa para la catequesis y el centro de la naciente parroquia. Aún faltaba la iglesia, e incluso el permiso para construirla, pero ya había otra Iglesia: la Iglesia construida con piedras vivas sobre el fundamento de Cristo. Estaba ya la comunidad de los fieles, que se reunía bajo el cielo raso, soportando todo tipo de incomodidades, para celebrar la eucaristía, para escuchar la Palabra de Dios, para confesarse, para orar... A los fieles los unía también un gran deseo de que en este lugar, en medio de los edificios del barrio que estaba surgiendo, se levantara una iglesia, una casa del Señor, que fuera también la casa para las futuras generaciones de sus confesores. No escatimaron esfuerzos y sacrificios, y realizaron esta obra. Por designio de la divina Providencia, hoy puedo entrar en este templo, para dar gracias a Dios precisamente aquí, junto con vosotros, por el don de la santidad de la reina Eduvigis, a la que tuve oportunidad de canonizar ayer.

2. Uniéndome a vosotros en esta acción de gracias, quiero saludar a los pastores locales y, en primer lugar, a monseñor Jan, que desde el inicio, por voluntad del entonces arzobispo de Cracovia, ahora Sucesor de Pedro, organizaba la vida de esta parroquia. Saludo a la comunidad de las religiosas de la Sagrada Familia de Nazaret, que desde los primeros años de vida de la parroquia se han dedicado a apoyar a los sacerdotes en su labor catequética, caritativa y litúrgica. Por último, quiero abrazaros con mi corazón a todos vosotros, aquí presentes, y a la comunidad parroquial, que representáis. Sé que es una comunidad viva, que irradia el espíritu de fe y de piedad, y que tiene también gran solicitud por el hombre, por su desarrollo, no sólo espiritual sino también cultural y físico. Esta vida se concentra en numerosos grupos de oración, litúrgicos, caritativos, culturales, deportivos... Cada uno puede encontrar un lugar para ensanchar sus intereses, y también para profundizar su fe. Y se trata de una actividad digna de elogio.

173 Como dice el salmista: «Hasta el gorrión ha encontrado una casa, y la golondrina, un nido (...): tus altares, Señor de los ejércitos, rey mío y Dios mío» (Ps 84,4). Estas palabras marcan con claridad la orientación de la vida y de la actividad de la comunidad parroquial. Todo cuanto acontece en ella debe realizarse «en tus altares», debe llevar hacia el altar. La vida de las comunidades que trabajan en la parroquia, tanto las que están vinculadas directamente a la liturgia, la catequesis o la oración, como las que promueven la cultura o el deporte, es realmente fructuosa, edifica verdaderamente al hombre, si en definitiva lo acerca a Cristo, a este Cristo que se ofrece en el altar en sacrificio al Padre y se entrega totalmente a los hombres, para santificarlos. A los pastores, a las religiosas, a todo el pueblo de Dios de esta parroquia y a todas las comunidades parroquiales de la Iglesia en Polonia, les deseo que su perseverancia fiel junto a Cristo presente en la Eucaristía fructifique con la felicidad en la vida de cada uno. «Dichosos los que viven en tu casa, alabándote siempre» (Ps 84,5).

3. Desde esta iglesia contemplo Cracovia, mi querida ciudad. Tengo en mi memoria todos los barrios, todas las parroquias, que visité como pastor de la archidiócesis. Desde ese tiempo han surgido varias decenas de iglesias nuevas, que en aquellos tiempos sólo existían en los deseos y proyectos del arzobispo. A mi sucesor le ha tocado realizarlas y bendecirlas. Doy gracias a la divina Providencia por todas estas nuevas parroquias de Cracovia y Nowa Huta, que ya existen o que, gracias a la benevolencia de las autoridades locales, están surgiendo ahora donde resultan necesarias. Las abrazo a todas con el corazón y la oración.

Al final quiero añadir algo que no está escrito en estos papeles. Estoy seguro de que la reina Eduvigis sabía que existían los scout de Krowodrza y decidió asociarse a ellos. Hizo bien. Tuvo que esperar 600 años para ser canonizada. Desde que está asociada a los scout de Krowodrza todo ha sido fácil.

Deseo ahora dirigirme a los grupos que se encuentran fuera de la iglesia con sus estandartes. En su mayor parte son estandartes del Ejército nacional. Dado que me han deseado mucha salud, quiero decirles que he estado en el hospital, pero no tuve que quedarme allí mucho tiempo. Me dejaron salir; sólo tomaron mi nombre y apellido, y ahora lo usarán siempre.

Os encomiendo a la protección, llena de amor, de la reina santa Eduvigis a vosotros, a vuestra parroquia y a todas las parroquias de Polonia, y bendigo a todos de corazón.





VIAJE APOSTÓLICO A POLONIA

CEREMONIA DE DESPEDIDA


Aeropuerto de Cracovia,

Martes 10 de junio de 1997



Queridos hermanos y hermanas, compatriotas míos:

1. Mi peregrinación a la querida Polonia se acerca a su fin. Vuelvo una vez más con mi corazón y mi pensamiento a cada una de sus etapas. A las Iglesias locales y a las ciudades que he tenido oportunidad de visitar. Tengo nítidamente ante mis ojos a las muchedumbres de fieles en oración, que me han acompañado en todos los lugares de esta visita. En el momento de despedirme, queridos compatriotas, quiero saludaros a todos una vez más, sin olvidarme de ninguno. Saludo de modo particular a la juventud polaca, que en todas las etapas de esta visita ha estado presente en gran número, y especialmente en Poznan. Saludo a las familias polacas, que siempre han encontrado en Dios la energía y la fuerza que une. Saludo a todos aquellos con quienes he tenido oportunidad de encontrarme personalmente, así como a los que han seguido el desarrollo de esta visita a través de la radio y la televisión, especialmente a los enfermos y los ancianos.

Os abrazo con mi corazón, una vez más, a todos los que trabajáis con esmero, cada uno a su modo, por el bien de nuestra patria, a fin de que se convierta en una casa cada vez más acogedora y segura para todos los polacos; y a fin de que sepa dar su contribución creativa al tesoro común de la gran familia de los países europeos, a la que pertenece desde hace mil años.

Recorriendo el itinerario de esta peregrinación desde la baja Silesia, a través de la Wielkopolska, hasta la Malopolska y los montes Tatra, he podido admirar de nuevo la belleza de esta tierra, especialmente la belleza de las montañas polacas, a las que me siento tan atraído desde mi juventud. He visto los cambios que se realizan en mi patria. He admirado el espíritu emprendedor de mis compatriotas, su iniciativa y su deseo de trabajar por el bien de la patria. Me congratulo de corazón con vosotros por todo esto. Desde luego, hay también muchos problemas, que exigen solución. Estoy convencido de que los polacos encontrarán en sí mismos la sabiduría y la perseverancia necesarias para construir una Polonia justa, que garantice una vida digna a todos sus ciudadanos, una Polonia que sepa unirse en la búsqueda de fines comunes y de los valores fundamentales para cada hombre.

174 2. Doy gracias, sobre todo, a la divina Providencia porque me ha permitido servir una vez más a la Iglesia que está en Polonia, mi patria, y a todos mis compatriotas. He venido aquí para serviros, queridos compatriotas, en nombre de Cristo Redentor del mundo. Esta es la misión de la Iglesia, a la que trata de ser fiel.

Doy gracias a Dios por el don de esta visita. También es preciso dar las gracias a los hombres, porque hicieron posible esta visita y su desarrollo tan hermoso. Expreso una vez más al señor presidente de la República de Polonia mi agradecimiento por la invitación que me hizo en nombre de las autoridades del Estado, y también por haber contribuido al éxito de esta peregrinación. Muchas gracias por todas las manifestaciones de benévola colaboración y de disponibilidad a ayudar, donde hacía falta. También dirijo palabras de agradecimiento a los representantes de las autoridades locales, que no han escatimado esfuerzos y medios para que la visita pudiera desarrollarse de modo eficiente y digno. Sería preciso enumerar aquí a las autoridades locales de todas las ciudades que he visitado durante este viaje: Wroclaw, Legnica, Gorzów Wielkopolski, Gniezno, Poznan, Kalisz, Czestochowa, Zakopane, Ludzmierz , Cracovia, Dukla y Krosno.

Muchas gracias, también, a la radio y a la televisión, a los periodistas y a todos los que han colaborado para transmitir a la opinión pública noticias esmeradas y amplias con respecto a la peregrinación del Papa a Polonia. Agradezco todos los gestos de buena voluntad y la disponibilidad a cooperar. Que Dios os pague vuestra acogida tan cordial. Expreso también mi gratitud a la Policía, al Ejército y a todos los que durante el viaje han cumplido su deber con esmero y cordialidad.

3. Dirijo palabras especiales de agradecimiento en este momento a toda la Iglesia que está en Polonia, y en particular al Episcopado polaco, aquí presente, encabezado por el cardenal primado. Les agradezco una vez más la invitación a visitar mi patria, así como toda la labor pastoral y el trabajo realizado para la preparación y el desarrollo de la peregrinación. En cada etapa de esta visita ha habido gran recogimiento y gran compromiso. En efecto, en la base de todos estos encuentros de oración se hallaba un esfuerzo pastoral común de los obispos, los presbíteros, los religiosos y las religiosas, y también de innumerables laicos católicos. Me congratulo por este intenso trabajo y espero que dé frutos duraderos en la vida de la Iglesia y en la de Polonia.

Pienso que esta visita ha sido, de alguna manera, diversa de las anteriores, pero que al mismo tiempo ha confirmado la continuidad espiritual de esta nación y de esta Iglesia. Durante la visita la Iglesia en Polonia se ha manifestado una vez más como una Iglesia consciente de su misión, una Iglesia de gran labor evangelizadora en la nueva situación, en que le ha tocado vivir.

Quiero también expresar mi agradecimiento en particular a la Iglesia de Wroclaw, que acogió el 46 Congreso eucarístico internacional. Al cardenal arzobispo metropolitano de Wroclaw le agradezco cordialmente el esfuerzo de la organización de este Congreso, mediante el cual la Iglesia en Polonia ha tenido ocasión de prestar un servicio a la Iglesia universal.

4. «Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre» (
He 13,8). Estas palabras de la carta a los Hebreos han constituido el hilo conductor de mi visita a la patria. La Iglesia, que se está preparando para el gran jubileo, concentra este año la mirada de la fe en la figura de Cristo Redentor del hombre. En cada una de las etapas de mi visita hemos tratado de descubrir juntos qué lugar ocupa Cristo en la vida de las personas y en la vida de la nación. Nos lo recordó el Congreso eucarístico de Wroclaw y el histórico encuentro de Gniezno, junto a la tumba de san Adalberto, donde celebramos el milenario de su martirio. Adalberto nos ha recordado el deber de construir una Polonia fiel a sus raíces.También nos lo recordó el jubileo de la fundación de la Universidad Jaguellónica de Cracovia, y especialmente de su facultad de teología.

La fidelidad a las raíces no significa una duplicación mecánica de los modelos del pasado. La fidelidad a las raíces es siempre creativa, dispuesta a bajar a las profundidades, abierta a nuevos desafíos y sensible a los «signos de los tiempos». Se manifiesta también en la solicitud por el desarrollo de la cultura nativa, en la que el elemento cristiano ha estado presente desde el principio.

La fidelidad a las raíces significa, sobre todo, la capacidad de construir una síntesis orgánica entre los valores perennes, que tantas veces se han confirmado en la historia, y el desafío del mundo actual, entre la fe y la cultura, entre el Evangelio y la vida. A mis compatriotas, a Polonia le deseo que sepa ser, precisamente así, fiel a sí misma y a las raíces de las que ha crecido. Polonia, fiel a sus raíces. Europa, fiel a sus raíces. En este contexto ha adquirido importancia histórica la participación de los presidentes de la República Checa, Alemania, Hungría, Eslovaquia, Lituania, Ucrania y Polonia en las celebraciones relacionadas con san Adalberto, y se lo agradezco.

Durante esta peregrinación he realizado la canonización y la beatificación de santos y beatos polacos: la reina santa Eduvigis, san Juan de Dukla, la beata María Bernardina Jab<lonska y la beata María Karlowska. Los santos de la Iglesia son una revelación particular de los horizontes más altos de la libertad humana. Nos manifiestan que el destino definitivo de la libertad humana es la santidad. Por eso es tan grande la elocuencia de la canonización y de la beatificación, que he realizado durante esta visita.

5. En el momento de despedirme, he querido compartir estos pensamientos con todos vosotros, queridos hermanos y hermanas. Es evidente que la profundidad del contenido espiritual que entraña este encuentro con vosotros, el encuentro con la Iglesia que está en Polonia, rebasa el ámbito de este breve discurso. Al despedirme de vosotros, elevo mi oración para que esta siembra dé abundantes frutos según la voluntad del Dueño de la mies. El Dueño de la mies es Cristo, y todos nosotros somos sus «siervos inútiles» (cf. Lc Lc 17,10).

175 Los momentos de despedida son siempre difíciles. Me despido de vosotros, queridos compatriotas, profundamente convencido de que esto no significa una rotura de la relación que me une a vosotros, a mi querida patria. Al volver al Vaticano, os llevo en mi corazón a todos vosotros, vuestras alegrías y preocupaciones; llevo en mi corazón a toda mi patria. Quisiera que recordéis que en la «geografía de la oración del Papa» por la Iglesia universal y por el mundo entero Polonia ocupa un lugar destacado. Al mismo tiempo, os pido, siguiendo el ejemplo de san Pablo apóstol, que me llevéis también vosotros en vuestro corazón (cf. 2Co 6,11-13) y me encomendéis en vuestras oraciones, para que pueda servir a la Iglesia de Dios hasta que Cristo me lo pida.

Que Dios os pague vuestra hospitalidad. Que bendiga a mi patria y a todos mis compatriotas.






A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO ORGANIZADO


POR EL CONSEJO PONTIFICO PARA LA FAMILIA



Viernes 13 de junio de 1997




Señor cardenal;
amadísimos hermanos en el episcopado;
ilustres señoras y señores:

Me es muy grato recibiros, distinguidos participantes en el Encuentro de estos días sobre «La familia ante las alteraciones cerebrales de sus hijos». En primer lugar, deseo agradecer las amables palabras del señor cardenal Alfonso López Trujillo, presidente del Pontificio Consejo para la familia, que junto con la benemérita institución CEFAES (Centro de educación familiar especial) ha promovido tan laudable iniciativa, en unión también con el Pontificio Consejo para la pastoral de los agentes sanitarios, cuyo presidente, monseñor Javier Lozano Barragán, participa también en esta audiencia.

La familia, como ámbito integrador de todos sus miembros, es una comunidad solidaria en donde el amor se hace más responsable y solícito aún ante quienes, por su especial situación, necesitan una atención más cercana, paciente y cariñosa, por parte de todos los miembros y más concretamente de los padres. En el seno de la sociedad hay todo un conjunto de tareas o de mediaciones sociales que la familia puede y debe desarrollar con particular competencia y eficacia, en unión con otras instituciones. Con frecuencia la participación de la familia como sujeto social abre muchas puertas y crea fundadas esperanzas para la recuperación de los propios hijos. Este es el ámbito preciso que vosotros estáis afrontando, con la colaboración de investigadores, expertos y personas comprometidas en este campo. Por eso me complace alentar vuestro trabajo y preocupación que os anima por ayudar a las familias en tales necesidades.

La familia, lugar del amor y solicitud por los miembros más necesitados, puede y debe ser la mejor colaboradora para la ciencia y la técnica al servicio de la salud. A veces algunas familias se ven puestas a prueba —a dura prueba— cuando llegan hijos con alteraciones cerebrales. Estas son situaciones que requieren de los padres y de los demás miembros de la familia una fortaleza y una solidaridad especial.

El Señor de la vida acompaña a las familias que acogen y aman a sus hijos con alteraciones cerebrales serias, y que saben cuán grande es su dignidad. Reconocen también que el origen de su dignidad de personas humanas está en ser hijos predilectos de Dios, que los ama personalmente y con amor eterno. Sustentada y protegida por el amor divino, la familia se convierte en lugar de entrega y esperanza en la que todos los miembros hacen converger sus energías y cuidados para el bien de los hijos necesitados. En efecto, vosotros sois testigos privilegiados y testimonio, a la vez, de todo lo que puede lograr el verdadero amor.

Como muestran los programas que se están llevando a cabo en diversas naciones —por ejemplo el programa «Leopoldo »—, tras una atención paciente, laboriosa y bien dispuesta a las posibilidades que ofrece la ciencia en el seno mismo de las familias, se obtienen logros sorprendentes de recuperación de niños nacidos ciegos, sordos y mudos. Es como un milagro del amor que no sólo permite el desarrollo cerebral progresivo sino que sitúa al hijo en el centro de sus atenciones. Con esa ayuda y con la colaboración de todos crece esta comunidad de amor y de vida que es la familia, formada en la presencia y bajo la mirada paterna de Dios. Desde él llegan a tantos hogares nuevas energías en el dolor y serenidad en el sufrimiento, para acoger la enfermedad y, en no pocos casos, buscar los remedios y recursos más adecuados.

La familia es una comunidad insustituible para estas situaciones, y no únicamente por los costos ingentes que ciertos cuidados requieren de las instituciones de salud, sino por la calidad, el talante y la ternura de los cuidados solícitos que sólo los padres saben brindar abnegadamente a sus hijos. Estas familias, sin ser sustituidas en la atención de los hijos, deberían recibir de la comunidad circundante y de toda la sociedad las ayudas necesarias para hacer más efectiva dicha atención. En este sentido se ha de destacar la importancia de las asociaciones de padres que miran a poner en común experiencias, ayudas y medios técnicos al servicio de las familias con tales necesidades.

176 Programas y acciones como las que lleváis entre manos, contando con el apoyo de la Iglesia, son una prolongación del evangelio de la vida desde la familia misma. Seguid, por tanto, fijando vuestra mirada en el hogar de Nazaret, cuyo centro era el Niño Dios. En efecto, en la sagrada Familia tampoco estuvo ausente la espada del dolor (cf. Lc Lc 2,35), iluminado por la esperanza que viene de lo alto. Como María, que con alma contemplativa conservaba y ponderaba todo en su corazón (cf. Lc Lc 2,19 Lc Lc 2,51), obediente a la voluntad de Dios, también vosotros, con fe y caridad ardientes, llevad la esperanza a tantas otras familias, con vuestro compromiso y experiencia.

Con estos vivos sentimientos e invocando abundantes dones del Señor sobre vuestras personas y vuestras actividades en este ámbito tan importante de la vida familiar, os imparto con afecto la bendición apostólica.






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