Discursos 1998






Enero de 1998




A LAS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA


DEL INSTITUTO SECULAR «ESPIGADORAS DE LA IGLESIA»


Viernes 2 de enero de 1998



Amadísimas hermanas:

1. Me alegra recibiros con ocasión de la asamblea de vuestro instituto, en compañía del obispo emérito de Prato, monseñor Pietro Fiordelli, a quien agradezco de corazón las palabras con las que ha querido hacerse intérprete de vuestros sentimientos y exponer los motivos que os han sugerido solicitar este encuentro. El año que acaba de terminar ha sido el quincuagésimo desde el nacimiento de vuestro instituto y el trigésimo desde su reconocimiento como instituto secular de derecho diocesano, precisamente por obra de monseñor Fiordelli, a quien bien puede llamarse «vuestro» obispo.

Hace dos días hemos elevado al Señor el anual Te Deum, y vuestra asamblea os ha brindado la oportunidad de compartir como familia consagrada dicha acción de gracias, que hoy en cierto modo prolongamos, repasando los numerosos dones sembrados en vuestro camino en la Iglesia y en el mundo. Las Espigadoras de la Iglesia son ahora más de cien, de las cuales diez son originarias de mi patria, nueve de la India y algunas de Malta. Esto es signo de un crecimiento muy prometedor, no sólo para la diócesis de Prato, sino también para todo el pueblo de Dios extendido en todos los continentes.

2. Vuestra espiritualidad, queridas hermanas, está centrada en Cristo Jesús, quien, en el sacrificio de la Eucaristía, se ofrece a sí mismo al Padre y alimenta a los fieles con su Cuerpo y su Sangre inmolados: en unión con él, vuestra vida está consagrada a Dios y a vuestros hermanos con actitud de reparación, en la actividad secular y en el servicio eclesial.

En este segundo año de preparación inmediata para el gran jubileo del año 2000, ¡cómo no reflexionar y meditar en el misterio eucarístico como sublime obra maestra del Espíritu Santo, renovada diariamente en la pobreza de la Iglesia peregrina en el tiempo! Es el Espíritu quien, invocado sobre el pan y el vino, los convierte en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo, memorial vivo del sacrificio redentor, ofrecido una vez para siempre por el único y eterno Sacerdote.

Si vuestro empeño por vivir en constante comunión con Cristo Eucaristía es grande, estaréis animadas al mismo tiempo por la acción de su santo Espíritu, de quien el sacramento del altar es fuente perenne que brota en el corazón de la Iglesia. Por tanto, sed dóciles al don de Dios, a ejemplo de la Virgen María, que, acogiendo en sí la Palabra divina y conformándose totalmente a ella por la virtud del Espíritu, llegó a ser tabernáculo vivo de Cristo, Madre del Redentor y de los redimidos.

Del mismo modo que María, impulsada interiormente por el Espíritu, avanzó con valentía por los caminos del mundo, llevando en sí al Salvador y ensalzando la misericordia de Dios, así también vosotras, animadas por el mismo Espíritu, sentíos comprometidas a colaborar en la Iglesia y con la Iglesia, para que el Señor pueda visitar a los hombres y mujeres de hoy, especialmente a los más pobres de amor y de apoyos humanos, y encuentren en él esperanza y paz.

3. En este servicio, vuestro estilo debe caracterizarse por la discreción propia de las personas consagradas en el mundo, según el carisma de vuestro instituto. Aludiendo al ejemplo bíblico de Rut, os llamáis «espigadoras»: espigadoras de amor, de verdad y de esperanza, en el campo del mundo, en este paso del segundo al tercer milenio cristiano. Mujeres plenamente insertadas en la sociedad y en la Iglesia, «en el mundo, pero no del mundo», según la oración de Jesús (cf. Jn Jn 17,15-16). Consagradas en la verdad, os esforzáis por ofrecer signos pequeños, pero intensos, de fraternidad, para ayudar a la humanidad a creer y dar cabida al reino de Dios.

Os deseo de corazón que prosigáis en vuestro camino eclesial y seglar, y con este fin os bendigo a todas vosotras, a vuestras hermanas ausentes, así como vuestro trabajo y vuestro apostolado.





DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL INSTITUTO SECULAR FEMENINO

«APÓSTOLES DEL SAGRADO CORAZÓN


Viernes 2 de enero de 1998




Amadísimas hermanas:

1. Me alegra acogeros en este momento solemne e importante de vuestro camino de discernimiento. Estáis celebrando un congreso extraordinario, en el que deseáis actualizar vuestras constituciones. Esta iniciativa quiere responder a la invitación que la Iglesia os dirige a mantener vivo y actual el sentido de vuestra consagración, su valor para la nueva evangelización y para un testimonio cada vez más eficaz del amor de Dios a la humanidad.

Saludo a la presidenta general, señorita Nidia Colussi, así como al consejo y a las demás responsables del instituto secular «Apóstoles del Sagrado Corazón». Saludo, asimismo, a los sacerdotes colaboradores y a las delegadas procedentes de las diversas provincias italianas y latinoamericanas.

2. Os habéis reunido para reflexionar en el camino recorrido y proyectar las próximas etapas. El Sagrado Corazón de Jesús, que ocupa el centro de vuestra espiritualidad, os indica el camino real para un testimonio humilde, a menudo olvidado por los hombres, pero precioso y agradable a los ojos de Dios. Queréis participar en la misión apostólica del Señor: por eso precisamente os llamáis «Apóstoles del Sagrado Corazón».

Así pues, contempladlo siempre a él, que se «entregó a sí mismo» (tradidit semetipsum) por la vida del mundo. Aceptó obedecer al Padre hasta la muerte, y muerte de cruz, para que triunfara en la historia la vida nueva de los hijos de Dios. De este modo, también vosotras estáis llamadas a ser levadura de liberación y de salvación para la humanidad y para toda la creación (cf. Rm Rm 8,18-21), participando desde dentro, con vuestra condición seglar, en la situación vital de numerosos hermanos y hermanas vuestros.

3. Quisiera haceros tres recomendaciones, que son también el motivo de mi oración por vosotras y por vuestro instituto.

En primer lugar, os exhorto a mantener íntegro el espíritu de sencillez que vuestro fundador os enseñó con tanta insistencia. La caridad, don inefable del Espíritu Santo, encuentra en la humildad su fundamento necesario y la posibilidad de su máxima expresión.

Os exhorto, asimismo, a continuar en vuestro valioso servicio de apoyo, mediante la oración y la ayuda concreta, a las vocaciones de consagración especial. Os encomiendo de modo muy particular las vocaciones sacerdotales: ojalá que estén presentes en vuestro espíritu y en vuestro corazón apostólico como el don primero y más importante que podéis contribuir a impetrar y obtener de la misericordia de Dios, dueño de la mies (cf. Mt Mt 9,38), para la Iglesia.

En fin, os deseo que sigáis siendo, en los ambientes de vuestra vida y de vuestro trabajo, la fecunda levadura de testimonio evangélico que exige vuestra opción de consagradas seglares.

4. Al haceros estas reflexiones, invoco sobre vuestras personas, sobre vuestros seres queridos y sobre todo el instituto de las Apóstoles del Sagrado Corazón la continua asistencia del Señor para que, esparcidas por el mundo como una semillita, sin ceder ante los atractivos del mundo, podáis ser para todo el que se os acerque ocasión de encuentro con Jesús y con la riqueza inagotable del amor que brota de su Corazón bendito.

La Virgen santísima, a quien honráis con el hermoso título de Madre del buen consejo, vele por vosotras. Con estos deseos, os imparto a cada una mi bendición especial, prenda de toda gracia celestial.






VISITA A TRES POBLACIONES ITALIANAS DAMNIFICADAS POR EL TERREMOTO


A LOS HABITANTES DE CESI


Sábado 3 de enero de 1998



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Después de la visita a Annifo, me encuentro ahora aquí, en Cesi, para abrazaros espiritualmente a vosotros y a todas las poblaciones de Las Marcas afectadas por el terremoto. Saludo al obispo de Camerino y al presidente de la Conferencia episcopal regional, el arzobispo de Fermo; al párroco y a toda la comunidad de este pueblo, donde el seísmo destruyó casi todas las casas. Saludo cordialmente, asimismo, a los habitantes de las demás localidades, en las que se derrumbaron o quedaron inservibles iglesias y viviendas. Me dirijo espiritualmente a todas las familias, a los enfermos, a los ancianos y a los niños. A todos, y especialmente a los que se encuentren desalentados, quisiera decirles: ¡Ánimo! ¡Ánimo! El Señor está cerca de vosotros. El Papa está cerca de vosotros.

He estado cerca de vosotros desde el momento en que me llegó la noticia de este devastador terremoto. He orado por vosotros y sigo haciéndolo. Hoy, sin embargo, me encuentro aquí, aunque sea por poco tiempo, para manifestaros mi solidaridad. Al inicio de un nuevo año, vengo a vosotros en nombre del Dios que escogió habitar nuestra frágil humanidad, para infundirle una esperanza nueva e invencible, por estar fundada en la fe.

2. Las pruebas de la vida nos permiten experimentar nuestra precariedad humana. Nos recuerdan que en la tierra estamos de paso y que nuestra patria no se halla aquí, sino en Dios. Sin embargo, en este tiempo navideño la liturgia repite que Dios mismo, el Creador y Señor de todas las cosas, no está lejos de nosotros, incluso cuando pareciera lo contrario. Es solidario con nuestros sufrimientos: ha venido a acampar entre nosotros, ocultándose en nuestra condición humana, porque quiere infundirle amor, fuente y sentido último de toda existencia.

Dice el salmista: «Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza, poderoso defensor en el peligro. Por eso no tememos, aunque tiemble la tierra y los montes se desplomen en el mar» (Ps 45,2-3). En medio de las tragedias, el creyente mantiene la conciencia de la presencia confortadora del Señor. También vosotros, queridos hermanos y hermanas, con la fuerza de su ayuda, no sólo podréis llevar a cabo la reconstrucción material de vuestros pueblos, sino que también tendréis energía espiritual para realizar una auténtica renovación interior y comunitaria.

3. En los días que han alterado la vida tranquila y activa de estas tierras, vuestras poblaciones han dado un singular testimonio de dignidad, que ha despertado admiración universal. Los daños materiales no han disminuido vuestro afecto por estas regiones. Al contrario, la decisión que ha tomado la mayoría de los que han sufrido los efectos del terremoto, de seguir viviendo en sus propias localidades, demuestra que la prueba experimentada ha fortalecido su sentido de identidad y pertenencia.

Al respecto, el nacimiento en estos meses de numerosos niños, que han alegrado a muchas comunidades afectadas por el seísmo, seguramente ha constituido un motivo de estímulo. Quisiera saludar desde aquí a todos los niños, que representan la promesa de futuro y de vida para estas tierras. Ya he podido hablar con algunos, y ahora, desde esta pequeña localidad de la región de los Apeninos, quisiera dirigirme espiritualmente a todos los niños de Las Marcas y de Umbría. En el clima festivo de la Navidad les envío mi saludo y mi abrazo afectuoso. Queridos niños, que el Señor os bendiga, os ayude a crecer buenos y animosos, y os conceda a vosotros y a vuestros seres queridos mucha serenidad y mucha alegría. Tal vez después de algunos años, a estos niños, que nacieron durante el terremoto, sus padres les dirán: «Tú naciste en el momento del terremoto, y no sabías nada». Eso pasa en la vida. Yo nací en el momento de la guerra entre Polonia y la Rusia comunista, y yo tampoco sabía nada. Pero he sentido siempre gran admiración y gran gratitud hacia los que durante aquella guerra tuvieron confianza y luego vencieron. Era muy importante. Corría el año 1920.

4. Al lado de los niños están los padres: a estas familias manifiesto mi admiración por la fuerza de espíritu y por la entereza con que han reaccionado ante la dura prueba de un seísmo intenso y prolongado. Muchas de ellas viven en situaciones de emergencia, y se hallan en viviendas provisionales. Ojalá que no les falte nunca la ayuda de todos nosotros. A este respecto, no puedo por menos de subrayar la sorprendente respuesta de generosidad que el terremoto ha despertado también más allá de los confines de las regiones afectadas. En efecto, en estos meses, amadísimos hermanos y hermanas, habéis podido contar con una amplia red de solidaridad, que os ha permitido sentiros menos solos.

A pesar de las condiciones tan difíciles en que han actuado a causa de la estación del año y de que no siempre han funcionado bien las comunicaciones, la colaboración de todos ha permitido ya poner en marcha nuevamente en cada localidad los servicios indispensables. Particularmente significativa ha sido, asimismo, la presencia de numerosos voluntarios que, procedentes de todas las partes de Italia, han compartido con las víctimas del terremoto las incomodidades y las preocupaciones, los dramas y las esperanzas. También ha sido singular la solidaridad de mucha gente, que de diversas maneras les ha enviado ayudas materiales, así como innumerables testimonios de cercanía espiritual y afecto. Entre los diferentes organismos dedicados a esta labor, aliento en particular el trabajo de la Cáritas, que coordina los servicios de solidaridad en nombre de la comunidad eclesial.

Deseo expresar mi aprecio por lo que se ha hecho y animo a las autoridades competentes a proseguir por el camino emprendido, para poner en marcha con oportunidad las necesarias iniciativas de financiación y coordinación de los trabajos de reconstrucción. Junto con mi felicitación por el año nuevo, formulo votos para que, cuanto antes, se pueda volver al anterior ritmo de vida: las casas, las iglesias y los edificios públicos, reconstruidos con criterios antisísmicos, serán el signo de la vuelta a la normalidad, y sobre todo de una identidad espiritual que permanece y se proyecta hacia el futuro.

Amadísimos hermanos y hermanas, os invito a proseguir en este esfuerzo de generosa fraternidad, y, mientras invoco la constante protección de la Virgen María, con gran afecto imparto a todos mi bendición.





VISITA A TRES POBLACIONES ITALIANAS DAMNIFICADAS POR EL TERREMOTO


A LOS HABITANTES DE ANNIFO


Sábado 3 de enero de 1998



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Os saludo con afecto y con profunda emoción. Hoy puedo, por fin, realizar un deseo que llevo en el corazón desde que comenzaron a llegarme las dramáticas noticias sobre el terremoto que os estaba sometiendo a una dura prueba. Hubiera querido venir inmediatamente a las zonas devastadas por el seísmo, pero hubiera estorbado las labores de los primeros socorredores. En estos meses he seguido constantemente vuestra situación, he compartido vuestros sufrimientos y he orado por vosotros. El Señor me concede ahora la posibilidad de manifestaros personalmente mis sentimientos y de abrazaros espiritualmente a vosotros y a cuantos han sufrido, como vosotros, esa experiencia dolorosa en muchos lugares de estas queridas regiones de Umbría y de Las Marcas.

¡Gracias por vuestra presencia! Como una gran familia, más fuerte y más unida por la reciente prueba, habéis afrontado el frío y muchas incomodidades para reuniros en torno al Papa y testimoniar también de esta manera la voluntad de reconstruir el entramado material y humano de vuestra comunidad tan duramente afectada por el seísmo.

Aquí, ante esta iglesita que os ha regalado la Cáritas, para sustituir la vuestra, completamente destruida, deseo dirigir mi cordial saludo al venerado hermano Arduino Bertoldo, obispo de Foligno, agradeciéndole las palabras que ha querido dirigirme en nombre de todos. Saludo, asimismo, al obispo emérito, al párroco y a las demás autoridades religiosas. Saludo cordialmente al sr. Micheli, subsecretario de la Presidencia del Gobierno, y al sr. Barberi, subsecretario para la Protección civil. Saludo también al alcalde y a las autoridades civiles y militares aquí reunidas. A todos expreso mi agradecimiento.

2. Mientras venía en helicóptero hacia acá, a Annifo, primera etapa de un itinerario que me llevará a Cesi y a Asís, me impresionó el escenario de destrucción que, al contemplar el territorio que circunda los Apeninos de Umbría y Las Marcas, se me presentó ante los ojos. Desde Casia y Nursia hasta Espoleto, desde Fabriano y Macerata hasta Camerino, desde Foligno hasta Asís, es impresionante y conmovedor el espectáculo de casas, iglesias, edificios llenos de historia reducidos a un montón de ruinas en unos instantes. A las poblaciones de estas zonas, ricas en arte y cultura, que no me ha sido posible visitar, les dirijo mi afectuoso saludo.

He podido constatar personalmente cómo el terremoto ha marcado profundamente el ambiente, el patrimonio de monumentos, los lugares de trabajo y de vida, los símbolos de la identidad religiosa y cultural de estas tierras. Aquí, en Annifo, las sacudidas sísmicas, particularmente violentas, casi destruyeron totalmente el centro urbano, dejando en pie sólo siete casas: una situación, por desgracia, muy parecida a la de muchos pueblos vecinos, tanto de Umbría como de Las Marcas.

¿Cómo no ver en las casas, en las iglesias, en los caminos y en las plazas destruidas, los emblemas de una intimidad herida, de relaciones humanas violadas, de una continuidad histórica interrumpida y de un sentido de seguridad perdido? ¿Cómo no considerar la angustia de los que han visto derrumbarse, junto con su casa, los frutos de sus ahorros y de sacrificios de años de vida? ¿Cómo no pensar en los enfermos, que se han sentido más débiles y solos sin el calor protector de la casa y de los afectos familiares? Y ¿qué decir del extravío de los niños, repentinamente privados de su ambiente normal de vida y de sus juegos, y expuestos a las incógnitas e incomodidades de viviendas provisionales?

En este momento, mi pensamiento va, en particular, a las personas que murieron en esos trágicos sucesos. A la vez que las encomiendo al Señor, espero que su recuerdo suscite en todos el compromiso de rehacer lo más pronto posible los ambientes en los que vivieron, trabajaron, oraron y amaron.

3. Amadísimos hermanos y hermanas, el terremoto, que inicialmente os hizo sentir débiles e indefensos, no destruyó en vuestro corazón el tesoro más grande: el patrimonio de valores cristianos y humanos, que desde hace siglos mantienen unidas a vuestras comunidades. Más aún, puso de relieve, de modo sorprendente, los recursos humanos y espirituales de que disponéis. Admirables gestos de bondad, de solidaridad y de comunión fraterna, realizados por niños y adultos, por personas revestidas de responsabilidad y por simples ciudadanos, han caracterizado y siguen caracterizando la vida diaria de vuestros pueblos después del terremoto.

Tal vez entre las ruinas de vuestros pueblos estáis escribiendo una de las páginas más significativas de vuestra historia. Seguid caminando unidos, con confianza. Mirad hacia el futuro con espíritu abierto. El misterio de la Navidad, que en estos días estamos contemplando, nos recuerda que el Señor es el Emmanuel, el Dios con nosotros, el Dios que vino al mundo para quedarse con nosotros. Esta contemplación, alimentada por la fe cristiana, herencia preciosa transmitida por vuestros padres y eje de la vida de vuestras comunidades, os ayude en este momento particular a confiar de modo inquebrantable ?en la Providencia divina, cultivando una esperanza activa y un amor fraterno y solidario.

4. En Navidad han resonado entre vosotros, en un contexto desacostumbrado, estas palabras de alegría: «Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres que él ama» (Lc 2,14). Annifo y muchos otros pueblos afectados por el terremoto, pequeños y grandes, han recordado en la Noche santa la pobreza y la precariedad de la cueva de Belén. Esta situación de emergencia, amadísimos hermanos, os ha transformado en destinatarios privilegiados del anuncio gozoso de los ángeles: ¡Tened serenidad y paz, porque Cristo ha venido a vosotros!

Quisiera repetiros esas mismas palabras, exhortándoos a no caer en el desaliento, a pesar de las grandes dificultades. Más bien, poned en manos del Señor vuestros proyectos, vuestras penas y vuestra vida. Él curará vuestras heridas, sostendrá vuestros propósitos y os acompañar á en el arduo camino que os espera. Con estos deseos, mientras invoco sobre cada uno de vosotros la maternal protección de la Virgen María y de vuestros santos patronos, os imparto con gran afecto a vosotros y a vuestras familias mi bendición.





VISITA A TRES POBLACIONES ITALIANAS DAMNIFICADAS POR EL TERREMOTO


A LOS HABITANTES DE ASÍS


Sábado 3 de enero de 1998



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Después de haber visitado las pequeñas localidades de Annifo y Cesi, desde las cuales he abrazado espiritualmente a todos los pueblos afectados por la tragedia del terremoto, me encuentro ahora en Asís, en vuestra ciudad, que lleva visibles los signos de una prueba tan dura. He venido a vosotros para testimoniar concretamente a cada uno mi cercanía y la de toda la comunidad eclesial. Ya desde Bolonia, donde me encontraba para el Congreso eucarístico, al día siguiente de las primeras sacudidas, expresé mi solidaridad a los afectados por el seísmo. Desde entonces no he cesado de seguir diariamente su situación con sentimientos de aprensión y comunión; y agradezco al Señor la oportunidad que me concede hoy de estar entre vosotros para confirmaros mi afecto.

Dirijo un cordial saludo ante todo al pastor de esta amada diócesis, el querido monseñor Sergio Goretti, a quien agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido, y a todos los obispos de las zonas afectadas por el terremoto, en particular al arzobispo de Espoleto y al obispo de Fabriano, a cuyas diócesis no he podido acudir, pero a los que he invitado a venir aquí, junto con algunos párrocos, en representación de sus comunidades. Saludo, asimismo, a la comunidad de los Frailes Menores conventuales, que con tanto amor atienden esta basílica patriarcal. Mi saludo va, igualmente, al señor presidente del Gobierno, al secretario del Gobierno y al subsecretario para la coordinación de la Protección civil, a los presidentes de las regiones de Umbría y Las Marcas, al alcalde de Asís, y a los demás numerosos alcaldes de los municipios afectados por el terremoto, así como a todas las autoridades civiles, militares y religiosas presentes.

Sé muy bien que el terremoto ha dañado el valioso patrimonio humano y artístico, que caracteriza vuestra tierra, queridos hermanos y hermanas. Pero sé también que tenéis la firme decisión de no ceder al desaliento ante las dificultades, por más numerosas y grandes que sean. El Papa se encuentra aquí, hoy, para deciros que está con vosotros y desea alentaros en vuestros propósitos de un esfuerzo renovado en la ardua labor de reconstrucción.

2. Desde la altura de esta colina, llena de recuerdos franciscanos, la mirada se extiende por el valle, sube por las laderas de los montes y llega a estrechar en un abrazo espiritual todas las localidades —las pequeñas comunidades de montaña y los grandes centros, como por ejemplo Nocera Umbra y Gualdo Tadino—, afectadas por el terremoto. Las incomodidades son, por lo general, las mismas, y también son parecidos los daños a las casas y a los monumentos, ricos en arte y cultura. Al sufrimiento de los que han perdido a sus seres queridos se añade el de los que han visto desaparecer en unos instantes los frutos de sus sacrificios de toda la vida, y ahora sienten la tentación de caer en el desaliento. Y aquí resultan muy actuales las palabras: «Francisco, ve y reconstruye mi casa».

Es preciso reconocer, sin embargo, que en los días de los frecuentes movimientos sísmicos ha despertado gran admiración en todos el testimonio de dignidad y amor a la propia tierra que han dado los habitantes de Umbría y Las Marcas. Amadísimos hermanos y hermanas, mantened vuestra entereza. Que no disminuyan la fuerza espiritual, las cualidades de laboriosidad y el tradicional espíritu de iniciativa que os caracterizan. Os deseo que esas cualidades, más bien, se consoliden en esta prueba, para que se manifiesten mediante una colaboración eficaz y concreta, que tenga como resultado una rápida recuperación.

En este marco, quiero expresar mi sincero aprecio por la generosa contribución que dan los voluntarios y cuantos colaboran, de diversas maneras, en los trabajos de asistencia y reconstrucción. A todos los aliento a intensificar sus esfuerzos para proseguir la labor iniciada. La fe nos dice que todo lo que hacemos en favor de los necesitados y de los que sufren lo hacemos a Cristo (cf. Mt Mt 25,40).

Una vez pasada la fase de emergencia, comienza ahora la de la reconstrucción. El año que acabamos de iniciar ha de ser el año del renacimiento y de la recuperación social y económica de estas zonas. Me han complacido las iniciativas que han puesto en marcha las autoridades locales y regionales, así como las ayudas económicas concedidas por el Gobierno italiano para resolver vuestras necesidades más urgentes. Espero que todo se realice en poco tiempo, para que el panorama de las ciudades y las aldeas, marcado hoy generalmente por un cúmulo de ruinas y caminos destruidos, gracias a las necesarias labores de reconstrucción y reforma de las viviendas, de las iglesias y de los monumentos dañados, vuelva a ser tan sugestivo como antes.

3. He venido aquí, a Asís, para orar ante la tumba del Poverello. Desde este lugar sagrado para la tradición franciscana y tan duramente herido por el seísmo; desde esta basílica, hacia la cual miran con admiración hombres y mujeres del mundo entero, elevo al Señor una ferviente oración por las víctimas del terremoto, por sus familiares y por todos los que aún viven en situación precaria. Asimismo, pido a Dios por los operarios y los voluntarios que, con gran entrega, están trabajando en las labores de asistencia y ayuda a las personas que han quedado sin hogar. Que el Señor los conforte a todos y les haga sentir su apoyo.

San Francisco, el seráfico hijo de esta tierra, testimonió con su vida el valor de la solidaridad y del servicio prestado con amor a los necesitados. Santa Clara, humilde plantita surgida en esta ciudad, pasó aquí toda su vida, apoyando con su oración los trabajos apostólicos de los agentes de paz y de los heraldos del Evangelio. ¡Cómo no sentirlos presentes entre nosotros en estos meses de dificultad y prueba! Ciertamente, desde el cielo bendicen y sostienen el generoso compromiso de generosidad de numerosas personas de toda Italia para con las poblaciones afectadas por el seísmo. Al mismo tiempo, os invitan a todos vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, a afrontar con espíritu evangélico la precaria situación que estáis viviendo. No faltaron en la vida de san Francisco y de santa Clara momentos de sufrimiento y soledad. Basta recordar sus numerosas enfermedades, privaciones y angustias, que alcanzaron su culmen en el abrazo místico con el Crucificado, que tuvo lugar en el monte de la Verna, o en la constante adoración de la Eucaristía.

El mensaje franciscano sobre el valor que la privación y el dolor asumen a la luz del Evangelio os ayude a reconocer y aceptar también en los acontecimientos dolorosos de estos meses la voluntad de un Padre que siempre es amoroso, incluso cuando permite la prueba.

4. Amadísimos hermanos y hermanas, estamos en el clima de las festividades navideñas y, desde hace algunos días, hemos comenzado un año nuevo. Me alegra formular a cada uno de vosotros mis mejores deseos para el año 1998: que sea el año de la esperanza y de la solidaridad. Dios no quiera que sea un año sísmico. Estoy seguro de que Asís, como las demás ciudades y aldeas afectadas por el terremoto, recuperarán pronto su gran atractivo y resplandecerán como antes tras recobrar la belleza de sus monumentos. Así podrán responder mejor a su vocación natural de ser signo de paz y de fraternidad para la Iglesia, para Italia y para el mundo entero.

San Francisco y santa Clara de Asís obtengan del Señor fuerza para las personas probadas, y luz para las mentes y calor para los corazones, a fin de que pronto se pueda realizar lo que todos esperan. Con este deseo, de corazón os imparto una especial y afectuosa bendición a vosotros, aquí reunidos, a los que sufren, a los voluntarios y a los que están colaborando, de diversas maneras, en los trabajos de reconstrucción, así como a todos los habitantes de Umbría y Las Marcas.

Feliz año nuevo. Creía que mi primera visita de este año iba a ser a Cuba, pero en cambio ha sido a Asís. También se podía prever lluvia para hoy, pero, gracias a Dios, luce el sol, el sol de san Francisco.






A LAS RELIGIOSAS SIERVAS DE MARÍA DE PISTOIA


Lunes 5 de enero de 1998




Amadísimas hermanas:

1. Os acojo con alegría, mientras estáis reunidas en Roma para el capítulo general de vuestra congregación. Agradezco a vuestra superiora general, madre Luisa Giuliani, las palabras que me ha dirigido en nombre de todas, y le deseo que realice con generosidad y copiosos frutos el mandato que le ha sido confirmado.

Vuestra reunión, queridas hermanas, coincide casi con el tiempo litúrgico de Navidad, tiempo muy propicio para recoger, a la luz de la fe, todas las experiencias e, imitando el ejemplo de la Virgen María, meditar en el designio de Dios, en nuestra vocación y en la misión que él nos encomienda.

Vuestra familia religiosa está consagrada a la Madre de Dios; os invito, de modo particular, a aprender de ella cada vez más profundamente la virtud del discernimiento, con plena docilidad a la acción del Espíritu Santo, al que está dedicado este año, como preparación al gran jubileo del año 2000.

2. También el tema del actual capítulo: «Con María, la mujer nueva, al servicio de Dios en nuestros hermanos», os invita a volver a comenzar una nueva etapa en vuestro camino, bajo la guía de ella, que es modelo de consagración y seguimiento según el espíritu del radicalismo evangélico (cf. Vita consecrata VC 28).

Vuestra reflexión, basada en el carisma que marca la identidad de vuestro instituto, ha subrayado la importancia de la formación permanente y ha puesto de manifiesto las exigencias de la misión en los ámbitos de la educación, la asistencia, la sanidad y la pastoral.

A propósito de la formación permanente, quisiera recordar el primado de la vida en el Espíritu. «En ella la persona consagrada encuentra su identidad y experimenta una serenidad profunda, crece en la atención a las insinuaciones cotidianas de la palabra de Dios y se deja guiar por la inspiración originaria del propio instituto. Bajo la acción del Espíritu se defienden con denuedo los tiempos de oración, de silencio, de soledad, y se implora de lo Alto el don de la sabiduría en las fatigas diarias (cf. Sb Sg 9,10)» (ib., 71).

3. Vuestros trabajos están proporcionando orientaciones fundamentales para la vida de cada religiosa y de cada comunidad: ante todo, el compromiso de renovar, a ejemplo de las madres fundadoras, vuestro «ser» y vuestro «servir»; luego, la conciencia de la necesidad de poner siempre a Cristo en el centro de vuestra existencia, así como de renovar y consolidar constantemente relaciones de comunión; en fin, en el campo del apostolado, la orientación a hacer vuestra la opción de «humanizar la vida» en los diversos ámbitos de vuestro servicio: escuelas, casas-familia, hospitales, hogares para ancianos, y centros que responden a diferentes formas de marginación.

No puedo menos de alentaros a proseguir con renovado entusiasmo en estas líneas de acción que el Espíritu del Señor os está sugiriendo en un momento tan importante para la vida del instituto, como es la celebración del capítulo general: abrid vuestro corazón para acoger las mociones interiores de la gracia de Dios.

4. Vuestra visita, queridas hermanas, me brinda la oportunidad de expresaros mi gratitud y mi aprecio por vuestro compromiso, y de confirmaros en vuestros propósitos. Sabéis bien cuán grande es la estima de la Iglesia por la vida consagrada. De dicha estima dio un testimonio singular la Asamblea del Sínodo de los obispos sobre la vida consagrada, que fue, ante todo, un coro de acción de gracias por el gran don de la vida consagrada. En efecto, se sitúa en el corazón mismo de la Iglesia y es un elemento decisivo para su misión (cf. ib., 3), a la que da una contribución específica mediante el testimonio de una vida entregada totalmente a Dios y a los hermanos (cf. ib., 76).

Ojalá que, con la ayuda materna de María santísima, éste sea el compromiso de cada una de vosotras y de toda vuestra congregación. Con este deseo, os imparto de corazón a vosotras y a vuestras hermanas una especial bendición apostólica.






Discursos 1998