Discursos 1997 237

237 3. Para proseguir esta ardua misión, se necesita una formación sólida y cualificada, tanto en la fase inicial de la maduración vocacional de los candidatos como en los años sucesivos.

Con este fin, es necesario tener presente que aumenta el número de las naciones de las que proceden los jóvenes misioneros y, al mismo tiempo, no hay que subestimar la urgencia de una adecuada preparación de estas nuevas generaciones, para que sean capaces de afrontar los pasos interculturales característicos de la misión comboniana. Además, debe considerarse la necesidad de acompañarlos durante los primeros años de servicio en el campo misionero, insistiendo en el apoyo que proporcionan el ejemplo y el testimonio de combonianos maduros.

Se manifiesta así la importancia de una formación permanente, que se dirija indistintamente a todos los miembros del instituto y se viva cada vez más como responsabilidad que implica en primer lugar a cada religioso y a la comunidad local.

4. A partir de la situación actual de vuestro instituto, considerada «en el puro ámbito de la fe», según la enseñanza del beato Daniel Comboni, será posible proponer algunas líneas programáticas, que os guíen en el camino hacia el futuro con confianza y con un impulso apostólico siempre vivo.

Ante todo, recoged con alegría los continuos estímulos a la renovación y al compromiso que provienen del contacto real con el Señor Jesús, presente y activo en la misión a través del Espíritu Santo. Así, siguiendo una intuición fundamental de monseñor Comboni, procuraréis la profundización y reafirmación del carisma específico de vuestro instituto. Esto os impulsará a abrir vuestro corazón con disponibilidad y gratitud a la gracia de vuestra misión específica en la Iglesia, que se caracteriza como una vocación ad gentes y ad vitam.

La consagración a la misión deberá expresarse también en una creciente movilidad apostólica, que os permita responder con prontitud y de modo adecuado a las necesidades actuales. Así podréis estar presentes activamente en los nuevos areópagos de la evangelización, privilegiando, aunque esto requiera algunos sacrificios, la apertura a situaciones que, con su realidad de extrema necesidad, son emblemáticas para nuestro tiempo.

5. Siguiendo el ejemplo de vuestro beato fundador, es urgente dar nuevo impulso a la animación misionera. Sobre todo, el celo apostólico de los mismos misioneros, sostendrá a las comunidades cristianas que se les han encomendado, en particular las de reciente fundación. Debéis animarlas a realizar la vocación misionera universal como parte esencial de su identidad, comprometiéndose en la «solidaridad pastoral orgánica» que he indicado en la exhortación apostólica Ecclesia in Africa (cf. n. 131).

En el esfuerzo de renovar el estilo del servicio misionero, será necesario privilegiar algunos elementos hoy significativos, como la sensibilidad ante la inculturación del Evangelio, el espacio concedido a la corresponsabilidad de los agentes pastorales, y la elección de formas sencillas y pobres de presencia entre la gente. Merecen especial atención el diálogo con el islam, el trabajo de promoción de la dignidad de la mujer y de los valores de la familia, y la sensibilidad ante los temas de la justicia y la paz.

6. El esfuerzo de renovación del instituto incluye necesariamente la solicitud amorosa por la situación de cada religioso, para que su consagración misionera pueda ser cada vez más manantial de encuentro vivificante y santificante con Jesús, cuyo corazón traspasado es fuente de consuelo, paz y salvación para todos los hombres.

En esta perspectiva, es decisivo profundizar las raíces de la vocación comboniana. De este modo, podréis alimentaros de vuestra espiritualidad específica y ofrecerla como don precioso a todos los que encontráis en vuestro servicio pastoral. Como recordé con ocasión de la beatificación de Daniel Comboni, «vuestro beato fundador supo obtener apoyo y fuerza para afrontar todas las pruebas de la contemplación de la cruz y de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús (...). Su incansable obra misionera se sostenía gracias a la oración, que consideraba el primer medio de evangelización y de animación misionera» (L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 22 de marzo de 1996, p. 5).

Deseo que las orientaciones elaboradas por el capítulo general guíen a todo el instituto a proseguir con generosidad y determinación por el camino que trazó el fundador y que, con heroica valentía, han seguido tantos hermanos. Con estos sentimientos, mientras invoco la celestial protección de María, Reina de las misiones, y del beato Daniel Comboni, imparto de corazón una bendición apostólica especial a los delegados capitulares y a la entera familia comboniana.

238 Castelgandolfo, 25 de septiembre de 1997

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS PARTICIPANTES EN LA II ASAMBLEA

DE LA COMISIÓN PONTIFICIA PARA LOS BIENES CULTURALES


DE LA IGLESIA




Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
ilustres señores y señoras:

1. Me alegra enviaros mi saludo, con ocasión de la segunda Asamblea plenaria de la Comisión pontificia para los bienes culturales de la Iglesia. Os agradezco el trabajo que realizáis con esmero, y dirijo un saludo particular a vuestro presidente monseñor Francesco Marchisano, a quien doy las gracias por haberse hecho intérprete de vuestros sentimientos. Vuestro grupo se ha enriquecido recientemente con nuevos miembros cualificados, para representar mejor la universalidad de la Iglesia y la diversidad de las culturas, mediante cuyas expresiones artísticas puede elevarse un himno polifónico de alabanza a Dios, que se reveló en Jesucristo. Os doy a todos una afectuosa bienvenida.

El tema de vuestro encuentro es de gran interés: Los bienes culturales de la Iglesia con referencia a la preparación del jubileo. Como escribí en la Tertio millennio adveniente, la Iglesia, con vistas al jubileo, está invitada a reflexionar nuevamente sobre el camino recorrido durante estos dos milenios de historia. Los bienes culturales representan una porción importante del patrimonio que ha ido acumulando progresivamente para la evangelización, la instrucción y la caridad. En efecto, ha sido enorme la influencia del cristianismo tanto en el campo del arte, en sus diversas expresiones, como en el de la cultura en todo su depósito sapiencial.

La presente asamblea os brinda la ocasión propicia para un intercambio de experiencias sobre cuanto se está organizando con vistas al jubileo, en las diversas realidades eclesiales, de las que sois portavoces autorizados. Además, os permite recoger sugerencias, que podrán comunicarse a los organismos competentes de cada país, para su realización en el momento oportuno, en el ámbito de sus tradiciones peculiares.

Durante este primer año de preparación para la histórica cita del 2000, en particular la contemplación del icono de Cristo debe revitalizar las fuerzas espirituales de los creyentes, a fin de que amen al Señor y den testimonio de él en la situación actual de la Iglesia y de las culturas, con la valentía de la santidad y el genio del arte. Las diversas manifestaciones artísticas, junto con las múltiples expresiones de las culturas, que han constituido un vehículo privilegiado de la siembra evangélica, exigen en este final de milenio una verificación atenta y una crítica clarividente, para que sean capaces de nueva fuerza creativa y den su aportación a la realización de la «civilización del amor».

2. Los «bienes culturales» están destinados a la promoción del hombre y, en el ámbito eclesial, cobran un significado específico en cuanto están orientados a la evangelización, al culto y a la caridad. Son de varias clases: pintura, escultura, arquitectura, mosaico, música, obras literarias, teatrales y cinematográficas. En estas diferentes formas artísticas se manifiesta la fuerza creativa del genio humano que, mediante figuraciones simbólicas, se hace intérprete de un mensaje que trasciende la realidad. Si están animadas por la inspiración espiritual, estas obras pueden ayudar al alma en la búsqueda de las cosas divinas y también llegar a constituir páginas interesantes de catequesis y de ascesis.

Las bibliotecas eclesiásticas, por ejemplo, no son el templo de un saber estéril, sino el lugar privilegiado de la verdadera sabiduría que narra la historia del hombre, gloria de Dios vivo, a través del esfuerzo de cuantos han buscado la huella de la sustancia divina en los fragmentos de la creación y en la intimidad de los corazones.

Los museos de arte sagrado no son depósitos de obras inanimadas, sino viveros perennes, en los que se transmiten en el tiempo el genio y la espiritualidad de la comunidad de los creyentes.

239 Los archivos, especialmente los eclesiásticos, no sólo conservan huellas de las vicisitudes humanas; impulsan también a la meditación sobre la acción de la divina Providencia en la historia, de modo que los documentos que se conservan en ellos se transforman en memoria de la evangelización realizada a lo largo del tiempo y en auténtico instrumento pastoral.

Amadísimos hermanos, estáis trabajando activamente por salvaguardar el tesoro inestimable de los bienes culturales de la Iglesia, así como también por conservar la memoria histórica de cuanto la Iglesia ha hecho a lo largo de los siglos, y por abrirla a un desarrollo ulterior en el campo de las artes liberales.

En este «tiempo oportuno» de vigilia jubilar habéis asumido el compromiso de proponer con discreción a nuestros contemporáneos cuanto la Iglesia ha realizado a lo largo de los siglos en la obra de inculturación de la fe, y también estimular con sabiduría a los hombres del arte y de la cultura, para que busquen constantemente con sus obras el rostro de Dios y del hombre.

Las innumerables iniciativas que se están proyectando con vistas al Año santo tienen como objetivo subrayar, gracias a la contribución de cada aspecto del arte y de la cultura, el anuncio fundamental: «Cristo ayer, hoy y siempre». Él es el único Salvador del hombre y de todo el hombre. Por eso, es encomiable el esfuerzo que vuestra Comisión está haciendo para coordinar el sector artístico-cultural a través de un organismo correspondiente, que valora las múltiples propuestas de acontecimientos artísticos.

A los antiguos monumentos se añaden los nuevos areópagos de la cultura y del arte, instrumentos a menudo idóneos para estimular a los creyentes, a fin de que crezcan en su fe y den testimonio de ella con renovado vigor. De los sitios arqueológicos a las más modernas expresiones del arte cristiano, el hombre contemporáneo debe poder releer la historia de la Iglesia, para que le resulte más fácil reconocer la fascinación misteriosa del designio salvífico de Dios.

3. El trabajo encomendado a vuestra Comisión consiste en la animación cultural y pastoral de las comunidades eclesiales, valorando las múltiples formas expresivas que la Iglesia ha producido y sigue produciendo al servicio de la nueva evangelización de los pueblos.

Se trata de conservar la memoria del pasado y proteger los monumentos visibles del espíritu con un trabajo minucioso y continuo de catalogación, de manutención, de restauración, de custodia y de defensa. Es preciso exhortar a todos los responsables del sector a este compromiso de primaria importancia, para que se lleve a cabo con la atención que merece la salvaguardia de los bienes de la comunidad de los fieles y de toda la sociedad humana. Estos bienes pertenecen a todos y, por tanto, deben ser queridos y familiares para todos.

Se trata, además, de favorecer nuevas producciones, a través de un contacto interpersonal más atento y disponible con los agentes del sector, para que también nuestra época pueda crear obras que documenten la fe y el genio de la presencia de la Iglesia en la historia. Por eso, hay que alentar a las organizaciones eclesiásticas locales y a las múltiples asociaciones, para favorecer la colaboración constante y estrecha entre Iglesia, cultura y arte.

Se trata, asimismo, de iluminar más el sentido pastoral de este compromiso, para que lo perciba el mundo contemporáneo, tanto los creyentes como los no creyentes. Con este fin, es oportuno favorecer en las comunidades diocesanas momentos de formación del clero, de los artistas y de todos los interesados en los bienes culturales, a fin de que se valore plenamente el patrimonio del arte en el campo cultural y catequístico.

Por eso, os felicito por vuestro esfuerzo de presentar la contribución dada por el cristianismo a la cultura de los diversos pueblos, mediante la acción evangelizadora de sacerdotes, religiosos y laicos comprometidos. En pocos siglos de evangelización se han producido casi siempre expresiones artísticas destinadas a ser decisivas en la historia de los diversos pueblos.

Es oportuno poner de relieve las más genuinas formas de piedad popular, con sus propias raíces culturales. Se ha de reafirmar la importancia de los museos eclesiásticos, parroquiales, diocesanos y regionales, y de las obras literarias, musicales, teatrales o culturales en general, de inspiración religiosa, para dar un rostro concreto y positivo a la memoria histórica del cristianismo.

240 Con este fin, será útil organizar encuentros a nivel nacional o diocesano, en colaboración con centros culturales (universidades, escuelas, seminarios, etc.), para poner de relieve el patrimonio de los bienes culturales de la Iglesia. También convendrá promover localmente el estudio de personalidades religiosas o laicas, que han dejado una huella significativa en la vida de la nación o de la comunidad cristiana; y subrayar los acontecimientos de la historia nacional, en la que el cristianismo ha sido determinante en diversos aspectos, y particularmente en el campo de las artes.

4. Por tanto, la animación del Año santo a través de los bienes culturales se realiza, ad intra, mediante la valoración del patrimonio que la Iglesia ha producido en estos dos milenios de presencia en el mundo, y ad extra mediante la sensibilización de los artistas, los autores y los responsables.

Amadísimos hermanos y hermanas, la Iglesia, maestra de vida, no puede menos de asumir también el ministerio de ayudar al hombre contemporáneo a recuperar el asombro religioso ante la fascinación de la belleza y de la sabiduría que emana de cuanto nos ha entregado la historia. Esta tarea exige un trabajo prolongado y asiduo de orientación, de aliento y de intercambio. Por tanto, os renuevo mi más profundo agradecimiento por lo que realizáis en este ámbito, y os animo a proseguir con entusiasmo y competencia en este apreciado servicio a la cultura, al arte y a la fe. Esta es vuestra contribución específica a la preparación del gran jubileo del año 2000, para que la Iglesia siga estando presente en el mundo contemporáneo, promoviendo toda expresión artística válida e inspirando con el mensaje evangélico el desarrollo de las diversas culturas.

Invoco la asistencia divina sobre los trabajos de vuestra Asamblea, mientras os bendigo de corazón a cada uno de vosotros, así como a todos los que colaboran con vosotros en un sector tan significativo para la vida de la Iglesia.

Castelgandolfo, 25 de septiembre de 1997

VISITA PASTORAL DE JUAN PABLO II A LA CIUDAD DE BOLONIA

ENCUENTRO CON LA POBLACIÓN EN LA PLAZA MAYOR

Sábado 27 de septiembre de 1997



1. En esta hermosa y antigua plaza Mayor os saludo cordialmente a todos vosotros, que habéis venido a darme la bienvenida: participantes en el Congreso eucarístico nacional, fieles de la Iglesia que está en Bolonia, y ciudadanos.

Saludo, en particular, al cardenal Giacomo Biffi, arzobispo de la ciudad, así como al presidente del Gobierno y al alcalde de Bolonia, a cada uno de los cuales expreso mi cordial agradecimiento por las sinceras y amables palabras de bienvenida que me han dirigido. Su presencia aquí manifiesta, de manera diversa pero convergente, el espíritu de una ciudad y de una nación, cuyas historias están irrevocablemente vinculadas al Evangelio.

Doy las gracias también al señor cardenal Camillo Ruini, a quien saludo cordialmente, por haberme representado aquí como legado mío desde el inicio de las celebraciones conclusivas del Congreso eucarístico nacional.

Mi saludo va, por último, a mis hermanos cardenales y obispos procedentes de toda la nación, a las autoridades regionales, a los alcaldes de las localidades de esta archidiócesis de Bolonia y de muchas otras ciudades de Italia, a las demás autoridades religiosas, civiles y militares, tanto de la nación como de la ciudad, que han querido honrar esta circunstancia con su presencia: a todos saludo cordialmente y los animo vivamente a perseverar con generosidad en sus misiones respectivas, cumpliendo las responsabilidades encomendadas para alcanzar el bien común.

2. En este momento, no puedo por menos de dirigir un saludo afectuoso a las queridas poblaciones de Umbría y de Las Marcas, afectadas ayer varias veces por un grave terremoto, que ha ocasionado daños incalculables a las personas y a los edificios. Expreso mi viva condolencia por las víctimas y mi cordial participación en el dolor de sus familias. Estoy espiritualmente cerca de las personas que han quedado sin casa y de los que han sufrido a causa del seísmo. También han sido motivo de pesar los enormes daños ocasionados al patrimonio artístico y religioso, en particular la basílica superior de San Francisco, el Sacro Convento de Asís y otros monumentos e iglesias en varias localidades afectadas por el seísmo.

241 A la vez que encomiendo a la misericordia divina las almas de los difuntos, invoco del Señor consuelo para sus familiares, aliento para los heridos y apoyo para los que han sido perjudicados por el terremoto. Que la gracia del Señor y la solidaridad de tantas personas generosas que, coordinadas eficazmente por las autoridades públicas, se están prodigando para prestar ayuda a sus hermanos necesitados, hagan menos difícil este momento de sufrimiento y de prueba. Fidelidad al Evangelio

3. Me alegra estar en Bolonia por tercera vez. Con gratitud a la divina Providencia, que me ha permitido realizarlas, recuerdo mis dos venidas anteriores: la primera, en 1982, para la «visita pastoral » a la Iglesia de Bolonia, gobernada entonces por el arzobispo cardenal Antonio Poma, que en paz descanse; la segunda, en 1988, cuando, respondiendo a la invitación del rector de la Universidad, vine para celebrar el noveno centenario de la fundación de ese ilustre ateneo.

En esas circunstancias pude constatar la constante fidelidad al Evangelio de la comunidad cristiana que vive en esta tierra y la animé a la gran tarea que, en este fin de milenio, compromete de modo especial a las antiguas Iglesias del Occidente cristiano, nacidas de la primera evangelización: la tarea de una nueva evangelización, capaz de impregnar de contenidos evangélicos los comportamientos, la cultura y la vida entera.

Esta tercera peregrinación fue preparada, idealmente, por las dos primeras y, en cierto sentido, constituye su coronación. En efecto, he venido para inscribir en el catálogo de los beatos a un hijo de vuestro pueblo: el venerable don Bartolomé María Dal Monte. He venido, sobre todo, para presidir la conclusión del Congreso eucarístico nacional, etapa privilegiada en el camino de preparación del pueblo italiano para el gran jubileo del año 2000. Una preparación que comienza así con la reflexión sobre Jesucristo, único Salvador del mundo: ayer, hoy y siempre.

4. Él es el principio, el objeto y el fin de toda evangelización. Por eso, a él hemos de mirar con fe y esperanza siempre renovadas, especialmente en esta tierra italiana de antigua evangelización y hoy marcada por tantos desafíos sociales y espirituales.

La doble circunstancia de mi visita me impulsa a encomendaros a todos vosotros, pueblo fiel y hombres de buena voluntad, y especialmente a los que tienen responsabilidades de gobierno del bien público, un doble mensaje. Ante todo un mensaje relacionado con la Eucaristía: «Suma y compendio de la generosidad divina», como afirma el documento doctrinal del Congreso, el sacramento eucarístico es el verdadero don de Dios a todo corazón que con fe se abre al anuncio evangélico. En la participación en el único Pan eucarístico se da a los creyentes la posibilidad de abrirse a la comunión con sus hermanos. La Eucaristía se convierte así en factor de orden fecundo y de colaboración pacificadora en toda sociedad humana.

El segundo mensaje es el de la santidad: con el resplandor de sus riquezas humanas, la santidad es muy útil a la sociedad. Un pueblo que quisiera encerrar entre las paredes de las iglesias este diario «don de Dios» (cf. Jn
Jn 4,10), ciertamente sería más pobre. Lo demuestran los magníficos ejemplos que, en el decurso del tiempo, han venido como respuesta humana a la iniciativa divina. La historia de vuestra Iglesia de Bolonia puede brindar muchos testimonios al respecto.

5. En este día el Congreso eucarístico nacional, que se está desarrollando desde hace casi una semana, concentra su atención en la familia. Reflexionando en la vocación a la santidad, propia de los esposos, los participantes en el Congreso se han unido a los jóvenes en vigilia a la espera de la gran fiesta eucarística de mañana.

La familia es la «comunidad humana primordial». ¿No fue, acaso, una familia por donde el Hijo unigénito del Padre entró en nuestra historia? Por eso, el núcleo familiar sigue siendo siempre y en todas partes el camino de la Iglesia. En cierto sentido, lo es aún más donde sufre crisis internas o se halla sometido a influjos culturales, sociales y económicos perjudiciales, que minan su firmeza interior, cuando no impiden incluso su formación.

Precisamente por ello la Iglesia considera que el servicio a la familia es una de sus tareas esenciales. No se cansa de pedir que se reconozcan sus derechos originarios y connaturales. Sin embargo, al mismo tiempo, la Iglesia sigue promoviendo ayudas concretas en las numerosas situaciones de malestar material y espiritual en que los esposos, especialmente los jóvenes, llegan a encontrarse.

6. Queridos padres, que habéis venido de todas las regiones de Italia, os dirijo a cada uno mi saludo más cordial. Habéis venido con vuestros hijos a adorar a Jesucristo en el sacramento de la Eucaristía. Soléis honrarlo llamándolo con el nombre de Esposo de la Iglesia esposa.

242 Conozco vuestra generosidad, vuestro compromiso y vuestra paciencia en las dificultades y en las pruebas que cada día debéis afrontar. ¡No tengáis miedo! Habéis abierto la puerta de vuestra casa a Cristo; más aún, habéis querido construir vuestro hogar sobre la roca de su palabra. Cristo protegerá a vuestras familias de cualquier asechanza del maligno.

Procurad transmitir a las nuevas generaciones aquello en lo que creéis y esperáis, acompañando su crecimiento para que se transformen en personas maduras, capaces de gastar su vida por sus hermanos y de hacer de su existencia un don sincero al prójimo. Así serán artífices del «humanismo familiar» que la sociedad italiana necesita con urgencia.

En este contexto, saludo también a los miembros del Movimiento en favor de la vida, del que me consta que se hallan presentes numerosos miembros en esta jornada dedicada a la familia. A la vez que agradezco de corazón a cuantos han trabajado generosamente por el éxito de este gran Congreso eucarístico, invoco sobre el pueblo de Bolonia y sobre las autoridades la constante protección de Dios y de la Virgen de san Lucas.

A todos saludo e imparto mi bendición.

VISITA PASTORAL DE JUAN PABLO II A LA CIUDAD DE BOLONIA

DISCURSO A LOS JÓVENES

DURANTE LA VELADA DEL SÁBADO


Sábado 27 de septiembre de 1997



Amadísimos jóvenes:

1. Me complace tomar parte en esta vigilia, que se realiza en un marco de fe y de alegría, donde el canto ocupa un lugar importante. Es la fe y la alegría de los jóvenes que he podido experimentar ya en otras circunstancias, especialmente con ocasión de grandes citas mundiales con la juventud. Y he notado con interés que, después de la Jornada mundial en Manila, en 1995, se tuvo el encuentro europeo en Loreto; después de la reciente de París, nos encontramos esta tarde en Bolonia. Se alternan en varias partes del mundo estos encuentros, en los que son protagonistas los jóvenes. Pero luego se vuelve siempre a Italia. Vuelve quiere decir que el Papa regresa al Vaticano o a Castelgandolfo. Aprovecho esta circunstancia para saludaros con afecto, queridos jóvenes, y extiendo mi cordial saludo a todos los chicos y chicas de Italia.

Hemos comenzado nuestro encuentro, que he seguido con gran atención, con el Salmo 96, que invita a «cantar al Señor un cántico nuevo», a bendecir su nombre, a alegrarse y exultar junto con toda la creación. El canto se convierte así en la respuesta de un corazón rebosante de alegría, que reconoce a su lado la presencia de Dios.

«Has permanecido aquí, Misterio visible », estáis repitiendo en estos días, durante el Congreso eucarístico nacional. La fe se expresa también con el canto. La fe nos hace cantar en la vida la alegría de ser hijos de Dios. Todos vosotros, artistas y jóvenes presentes, a quienes saludo con afecto, expresáis mediante la música y el canto, «con las cítaras de nuestro tiempo», palabras de paz, de esperanza y de solidaridad.

Esta tarde, la música y la poesía han dado voz a los interrogantes y a los ideales de vuestra juventud. Por el camino de la música, esta tarde os sale al encuentro Jesús.

2. Amadísimos jóvenes, os doy las gracias por esta fiesta, que habéis querido organizar como una especie de diálogo a varias voces, donde la música y la coreografía nos ayudan a reflexionar y a orar. Hace poco, uno de vuestros representantes ha dicho, en nombre vuestro, que la respuesta a los interrogantes de vuestra vida «está silbando en el viento». Es verdad. Pero no en el viento que todo lo dispersa en los torbellinos de la nada, sino en el viento que es soplo y voz del Espíritu, voz que llama y dice: «Ven» (cf. Jn Jn 3,8 Ap 22,17).

243 Me habéis preguntado: ¿Cuántos caminos debe recorrer un hombre para poder reconocerse hombre? Os respondo: Uno. Uno solo es el camino del hombre; es Cristo, que dijo: «Yo soy el camino» (Jn 14,6). Él es el camino de la verdad, el camino de la vida.

Por eso, os digo: en las encrucijadas donde convergen los muchos senderos de vuestras jornadas, interrogaos sobre el valor de verdad de todas vuestras opciones. Puede suceder, a veces, que la decisión sea difícil y dura, y que la tentación del desaliento resulte insistente. Eso les pasó a los discípulos de Jesús, porque el mundo está lleno de caminos cómodos y atractivos, sendas de bajada que se sumergen en la sombra del valle, donde el horizonte se hace cada vez más estrecho y sofocante. Jesús os propone un camino de subida, difícil de recorrer, pero que permite al ojo del corazón dilatarse en horizontes cada vez más amplios. A vosotros os toca elegir: o ir deslizándoos hacia abajo, hacia los valles de un conformismo romo, o afrontar el esfuerzo de la subida hacia las cimas donde se respira el aire puro de la verdad, la bondad y el amor.

Poco más de un mes después del gran encuentro de París, nos volvemos a reunir aquí en Bolonia, y sigue resonando en nosotros el eco del tema de esa Jornada mundial: «Maestro, ¿dónde vives? Venid y lo veréis». Es la invitación que os dirijo también a vosotros: venid y veréis dónde vive el Maestro. Este congreso en Bolonia nos dice que vive en la Eucaristía.

3. Os deseo que también vosotros, como Simón Pedro y los demás discípulos, os encontréis con Cristo para decirle: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,67).

Sí, Jesús tiene palabras de vida eterna; en él todo ha sido redimido y renovado. Con él resulta de verdad posible «cantar un cántico nuevo» (Ps 96,1) en esta vigilia de espera de la gran fiesta, que concluiremos mañana con la celebración de la Eucaristía, culmen del Congreso eucarístico nacional.

Quisiera ahora haceros una confidencia. Con el paso del tiempo, para mí lo más importante y hermoso sigue siendo el hecho de ser sacerdote desde hace más de cincuenta años, porque cada día puedo celebrar la santa misa. La Eucaristía es el secreto de mi jornada. Da fuerza y sentido a todas mis actividades al servicio de la Iglesia y del mundo entero.

Dentro de poco, cuando ya sea noche cerrada, la música y el canto dejarán espacio a la adoración silenciosa de la Eucaristía. En vez de la música y el canto reinarán el silencio y la oración. Los ojos y el corazón se fijarán en la Eucaristía.

Dejad que Jesús, presente en el Sacramento, hable a vuestro corazón. Él es la verdadera respuesta de la vida que buscáis.

Él permanece aquí con nosotros: es el Dios con nosotros. Buscadlo incansablemente, acogedlo sin reservas, amadlo sin pausas: hoy, mañana y siempre.

Al final debo deciros que durante esta vigilia he pensado en todas las riquezas que hay en el mundo, especialmente en el hombre; las voces, las intuiciones, las respuestas, la sensibilidad, y tantos, tantos, tantos talentos. Hay que dar gracias por todos estos talentos. Y precisamente Eucaristía quiere decir acción de gracias. Dando gracias por los bienes del mundo, por todas estas riquezas, por todos estos talentos, nos disponemos más a vivir todos estos talentos, a multiplicarlos, como supo hacer aquel siervo bueno del Evangelio. Buenas noches. ¡Alabado sea Jesucristo!

A todos saludo con afecto e imparto mi bendición.

244 Al final del encuentro, el Santo Padre añadió las siguientes palabras:

Así pues, antes de despedirnos, quisiera concluir lo que os he dicho antes. Os decía que es necesaria la Eucaristía, porque es preciso dar gracias por todos estos bienes, por todas estas riquezas, por todos estos talentos. Hay que dar gracias. Pero esta acción de gracias se debía realizar mediante el sacrificio de la cruz, mediante la muerte cruenta de Cristo. Sin la muerte, no tendríamos la Resurrección, ni el misterio pascual. Mors et vita duello conflixere mirando; dux vitae mortuus regnat vivus. Todos vosotros sabéis bien latín... Bueno, alguno de los sacerdotes más cultos os lo traducirá. Esto es lo que quería deciros para completar un poco la visión de lo que quiere decir Eucaristía. Gracias por este encuentro.

VISITA PASTORAL DE JUAN PABLO II A LA CIUDAD DE BOLONIA


A LAS MONJAS DE CLAUSURA


Domingo 28 de septiembre de 1997



Amadísimas hermanas:

1. Con gran alegría os saludo afectuosamente a todas vosotras, que os habéis reunido en esta magnífica catedral de Bolonia y, a través de vosotras, deseo dirigirme a las monjas de clausura de los monasterios de Italia, unidas espiritualmente a las celebraciones del Congreso eucarístico nacional. Saludo al querido cardenal Eduardo Martínez Somalo, que ha celebrado esta mañana la santa misa para vosotras; asimismo, saludo al querido cardenal Giacomo Biffi, arzobispo de Bolonia, y a los obispos y sacerdotes presentes. El Congreso eucarístico, que se vive en estos días en Bolonia, es un acontecimiento espiritual extraordinario, que interesa a todo el pueblo de Dios. Y os interesa particularmente a vosotras, cuya vocación contemplativa se sitúa en el corazón mismo de la Iglesia. En efecto, vuestra misión consiste en alimentar y sostener la acción pastoral de la Iglesia con la valiosa contribución de la contemplación, la oración, el sacrificio, que continuamente ofrecéis en vuestros conventos, cuya silenciosa presencia manifiesta a los hombres de nuestro tiempo el inicio del reino de Dios.

2. Al igual que la Iglesia, también la comunidad monástica nace de la Eucaristía, se alimenta con el sacramento del Cuerpo y la Sangre del Señor y hacia él está constantemente orientada. Cada día la liturgia os invita a contemplar, a través del costado traspasado de Cristo en la cruz, el misterio del amor eterno del Padre, para testimoniarlo luego en vuestra vida totalmente consagrada a Dios. A vosotras Jesús os revela el misterio de su amor, para que lo conservéis, como María, en el silencio fecundo de la fe, convirtiéndoos como ella en colaboradoras en la obra de la salvación.

Amadísimas hermanas, vuestra vida, centrada y conservada en el misterio de la Trinidad, os hace partícipes del íntimo diálogo de amor que el Verbo entabla de forma ininterrumpida con el Padre en el Espíritu Santo.

Así, vuestro diario «sacrificium laudis », unido al cántico que constituyen vuestras vidas de personas consagradas en la vocación de clausura, anticipa ya en esta tierra algo de la eterna liturgia del cielo. La contemplativa, afirmaba la beata Isabel de la Trinidad, «debe estar siempre dedicada a dar gracias. Cada uno de sus actos y movimientos; cada uno de sus pensamientos y aspiraciones, al mismo tiempo que la arraigan más profundamente en el amor, son como un eco del Sanctus eterno» (Escritos, Retiro, 10, 2).

3. La Eucaristía es el don que Cristo hizo a su Esposa en el momento de dejar este mundo para volver al Padre. Queridas hermanas, la comunidad cristiana reconoce en vuestra vida un «signo de la unión exclusiva de la Iglesia- Esposa con su Señor» (Vita consecrata VC 59). El misterio de la esponsalidad, que pertenece a la Iglesia en su totalidad (cf. Ef Ep 5,23-32), asume en las vocaciones de especial consagración un relieve particular, que alcanza su expresión más elocuente en la mujer consagrada, pues, por su misma naturaleza, es figura de la Iglesia, virgen, esposa y madre, la cual mantiene íntegra la fe que le dio a su Esposo, engendrando a los hombres a una vida nueva en el bautismo.

En la monja de clausura, además, precisamente porque está consagrada a vivir en plenitud el misterio esponsal de la unión exclusiva con Cristo, «se realiza el misterio celeste de la Iglesia» (San Ambrosio, De institutione virginis, 24, 255: PL 16, 325 C). Al misterio del «cuerpo entregado» y de la «sangre derramada », que toda Eucaristía representa y actualiza, la monja de clausura responde con la oblación total de sí misma, en la renuncia completa «no sólo de las cosas, sino también del "espacio", de los contactos externos, de tantos bienes de la creación» (Vita consecrata VC 59). La clausura constituye una manera particular de «estar con el Señor», participando en su anonadamiento en una forma de pobreza radical, mediante la cual se elige a Dios como «lo único necesario» (cf. Lc Lc 10,42), amándolo exclusivamente como el Todo de todas las cosas. De ese modo los espacios del convento de clausura se dilatan en horizontes inmensos, porque están abiertos al amor de Dios que abraza a toda criatura.

Por tanto, la clausura no es sólo un medio de inmenso valor para lograr el recogimiento, sino también un modo sublime de participar en la Pascua de Cristo. La vocación a la vida contemplativa os inserta en el Misterio eucarístico, favoreciendo vuestra participación en el sacrificio redentor de Jesús por la salvación de todos los hombres.


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