Discursos 1997 245

245 4. A la luz de estas verdades se manifiesta el vínculo estrechísimo que existe entre contemplación y misión. Mediante la unión exclusiva con Dios en la caridad, vuestra consagración resulta, misteriosa pero realmente, fecunda. Esta es vuestra modalidad típica de participar en la vida de la Iglesia, la contribución insustituible a su misión, que os hace «colaboradoras de Dios mismo y apoyo de los miembros débiles y vacilantes de su Cuerpo inefable» (Santa Clara de Asís, Tercera carta a Inés de Praga, 8: Fuentes Franciscanas, 2.886).

En vuestra «forma de vida» se hace visible también a los hombres de nuestro tiempo el rostro orante de la Iglesia, su corazón totalmente rebosante de amor a Cristo y lleno de gratitud al Padre. De cada convento se eleva incesantemente la oración de alabanza e intercesión por el mundo entero, cuyos sufrimientos, expectativas y esperanzas vosotras estáis llamadas a acoger y compartir.

Vuestra vocación contemplativa constituye también un gozoso anuncio de la cercanía de Dios; anuncio muy importante para los hombres de hoy, que necesitan redescubrir la trascendencia de Dios y, al mismo tiempo, su presencia amorosa al lado de cada persona, especialmente de los pobres y desorientados.

Vuestra vida, que con su apartamiento del mundo, manifestado de forma concreta y eficaz, proclama el primado de Dios, constituye una llamada constante a la preeminencia de la contemplación sobre la acción, de lo eterno sobre lo temporal. En consecuencia, se propone como una representación y una anticipación de la meta hacia la que camina la comunidad eclesial: la futura recapitulación de todas las cosas en Cristo.

5. Que todo ello es verdad lo demuestra de modo significativo el ejemplo de santa Teresa de Lisieux, de cuya muerte recordamos este año el primer centenario, y que el próximo día 19 de octubre tendré la alegría de proclamar doctora de la Iglesia. Su breve existencia, que transcurrió en una vida oculta, sigue hablándonos del atractivo de la búsqueda de Dios y de la belleza de la entrega total a su amor.

En su anhelo ardiente de cooperar en la obra de la redención, como sabéis, se preguntaba cuál era su misión específica en la Iglesia. Ninguna opción le resultaba plenamente satisfactoria, hasta el día en que, iluminada interiormente, comprendió que la Iglesia tenía un corazón, y que este corazón ardía de amor: «En el corazón de la Iglesia, mi madre —decidió entonces—, yo seré el amor». Para realizar esta singular vocación al amor, es preciso que no os dejéis encandilar por la sabiduría mundana, pues sólo a los pequeños revela el Padre sus misterios, entrando en su corazón, que, según una hermosa expresión de santa Clara de Asís, es «mansio et sedes», «morada y sede» de la divina Majestad (cf. Tercera carta a Inés de Praga, 21- 26: Fuentes Franciscanas, 2.892-2.893).

Vuestras comunidades de clausura, con su propio ritmo de oración y ejercicio de la caridad fraterna, en donde la soledad se colma de la suave presencia del Señor y el silencio prepara el espíritu para la escucha de sus sugerencias interiores, son el lugar donde cada día os formáis en este conocimiento amoroso del Verbo del Padre. Os deseo de corazón que vuestra vida esté impregnada de esta constante aspiración hacia Dios, de una incesante oblación eucarística que transforme la existencia en total holocausto de amor, en unión con Cristo, por la salvación del mundo.

6. Gracias, amadísimas monjas de clausura, por el don precioso de vuestra aportación específica a la vida de la Iglesia y en particular por la oración con que acompañáis este Congreso eucarístico nacional.

Gracias por vuestra presencia como religiosas contemplativas, que mantienen viva en el corazón de la Iglesia la llamada a un amor total a Cristo esposo. La comunidad cristiana os agradece este testimonio.

Con vuestra vida de unión con el Señor sed signos elocuentes de su amor a toda la humanidad. Así daréis a todos la contribución espiritual de la esperanza y la alegría, orientando a los hombres hacia el encuentro con Cristo, nuestra auténtica paz.

A vosotras, a vuestras comunidades de clausura y a vuestras hermanas contemplativas de Italia, imparto de corazón una bendición apostólica especial.

MENSAJE DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

A LA XXVI ASAMBLEA DEL CELAM

RÍO DE JANEIRO (BRASIL)




246 Queridos Hermanos en el Episcopado:

1. Me es muy grato dirigir un cordial saludo a los miembros del Consejo Episcopal Latinoamericano —CELAM— que se reunirá en Río de Janeiro del 30 de septiembre al 3 de octubre 1997, para celebrar su XXVI Asamblea Ordinaria con el objeto de señalar algunas pautas y recomendaciones para los nuevos tiempos que se avecinan.

Cuando faltan pocos días para una nueva Visita a las tierras americanas, para presidir el II Encuentro Mundial con las Familias en esa Ciudad brasileña, deseo renovar mi afecto a sus hijos e hijas de ese amado Continente. He mirado siempre con mucha esperanza a los Pueblos de América Latina, naciones profundamente católicas que, tras cinco siglos de Evangelización, caminan con gozo y paso firme hacia el Tercer Milenio del cristianismo, viviendo con la mirada puesta en Aquél que es el Señor de la Historia, Jesucristo, el único que puede llenar de luz la trayectoria de esos pueblos que han de afrontar los grandes desafíos de la hora presente.

2. Nos encontramos en una hora decisiva para la Iglesia y para la humanidad. Ante ello, urge renovarse, prepararse y llenarse de energías espirituales que se traduzcan después en proyectos y realidades pastorales para anunciar la Buena Nueva a todos los hombres y mujeres, a todos los pueblos, etnias y culturas, llegando así «a toda la creación», según el mandato misionero del Señor (cf. Mc
Mc 16,15), que fiel a su promesa, está con nosotros «todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).

3. La IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, que tuvo lugar en Santo Domingo en 1992 con ocasión del V Centenario de la Evangelización del Nuevo Mundo, dio un fuerte impulso a la misión de las Iglesias en América Latina, comprometiéndolas en la tarea fascinante de la Nueva Evangelización.

Por su parte, la próxima Asamblea Especial para América del Sínodo de los Obispos, que he convocado para los próximos meses de noviembre y diciembre, desde la perspectiva del Gran Jubileo del 2000, está llamada a ser un importante evento eclesial que tiene que producir, sin duda, sus frutos en todas las Iglesias locales del Continente para que progresen, con entusiasmo, generosidad y firmeza, por el camino de la conversión, la comunión y la solidaridad.

Este camino no es otro que Jesucristo vivo. Él es el «único Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre» (cf. Heb He 13,8). En Cristo, nuestro «Salvador y Evangelizador» (Tertio Millennio adveniente TMA 40), se centra la atención de la Iglesia en orden a cumplir adecuadamente su misión.

4. El CELAM está llamado a impulsar ese ritmo de renovación que marcó el Concilio Vaticano II y que las circunstancias actuales hacen aún más apremiante, ya que el final del siglo y la entrada en un nuevo milenio son acontecimientos que interpelan fuertemente a la Iglesia.

El Consejo, reunido en Asamblea ordinaria, se propone tratar, entre otros temas, el de la reforma de sus Estatutos. Es importante que, dentro de la comunión eclesial, el CELAM presente la conciencia clara de su naturaleza y finalidad, expresando así la identidad con que le dotó la Sede Apostólica cuando, a petición de la I Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrada en esa misma ciudad de Río de Janeiro en 1955, lo creó como organismo de comunión, reflexión, colaboración y servicio, manifestándose después cada vez más, a raíz del Concilio cual signo e instrumento del afecto colegial.

Según las necesidades y lo que enseña la experiencia las estructuras del CELAM pueden revisarse y redimensionarse (Cf. Documento de Santo Domingo, 69), de modo que, adecuándose a la realidad actual, resulten más sencillas y ágiles. «Así, reflejando el auténtico rostro de América Latina, con iniciativas bien ponderadas y mediante una mayor participación del Episcopado del Continente, contribuirá de manera decisiva a la Nueva Evangelización del mismo» (Cf. Mensaje con ocasión de los 40 años del CELAM, 16 de abril de 1995, 4)

5.Son muchos e inmensos los desafíos que se presentan a la Iglesia en vuestras naciones en esta excepcional coyuntura histórica que estamos viviendo. Entre ellos: la defensa de la vida; la educación de los niños y de los jóvenes; la promoción de la familia; particular preocupación suscitan el creciente secularismo, la indiferencia religiosa y el extravío en el campo ético (Cf. Tertio Millennio adveniente TMA 36) ; la rápida expansión de las sectas; el fenómeno de la urbanización; la violencia y el narcotráfico; la corrupción y el desorden social; la pobreza e incluso la miseria en la cual se encuentran muchos hermanos; la situación de los indígenas y afroamericanos.

247 El plan global, que el CELAM ha elaborado para estos años y que lleva el expresivo título de «Jesucristo, vida plena para todos», ofrece algunas sugerencias en orden a afrontar estos problemas, sobre los que tratará también la Asamblea Sinodal de noviembre próximo.

6. Hay que tener presente que todo lo que se proyecte en el campo eclesial ha de partir de Cristo y su Evangelio, del testimonio del Señor Jesús ya que —como decía Pablo VI, el primer Papa que visitó América Latina y a quien recordaremos con especial afecto los próximos días celebrando el centenario de su nacimiento—, «no hay evangelización verdadera mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret Hijo de Dios ».(Evangelii Nuntiandi
EN 22)

Para que la Iglesia pueda realizar la misión de anunciar la Buena Nueva que Cristo le ha confiado, se hace presente en el mundo a través de los evangelizadores, sobre todo, de los sacerdotes. Efectivamente, «condición indispensable para la nueva evangelización es poder contar con evangelizadores numerosos y cualificados» (Discurso inaugural en la Conferencia de Santo Domingo, 12 de octubre de 1992, 26).

7. De ahí la importancia de la pastoral vocacional, que ha de ser hoy una prioridad en las diócesis, como «compromiso de todo el Pueblo de Dios» (Ibíd.). Las vocaciones existen, pues tenemos la promesa de Dios, que es también una profecía: « Os daré pastores según mi corazón » (Jr 3,15).Hay que buscar, fomentar y cuidar esas vocaciones, de forma que la profecía se cumpla plenamente en América Latina; pero para ello hay que tener muy en cuenta la recomendación del Señor al respecto: « Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Lc 10,2).

A este respecto, quiero evocar aquí cuanto dije a los fieles reunidos en la Catedral de París, el pasado 21 de agosto: «invito a todos a rezar por los jóvenes que en todo el mundo escuchan la llamada del Señor y por los que podrían tener miedo de responder a la misma. Que encuentren en torno a ellos educadores que los guíen. Que perciban la grandeza de su vocación: amar a Cristo por encima de todo como una llamada a la libertad y a la felicidad. Rezad para que la Iglesia os ayude en vuestro camino y realice un discernimiento acertado. Rezad para que las comunidades cristianas sepan siempre retransmitir la llamada del Señor a las jóvenes generaciones ... Dadle gracias por las familias, por las parroquias y por los movimientos, cuna de vocaciones ».(Mensaje a los jóvenes reunidos en la Catedral de Notre Dame, 8).

Constato con gran satisfacción pastoral el florecer de los seminarios en algunas naciones de vuestro Continente, llamado a ser cada vez más un Continente evangelizador que proyecte su mirada hacia África, Asía y también a Europa.

8. Fuente de vocaciones son las familias cristianas. El Encuentro Mundial del Papa con las Familias, que va a tener lugar en esa ciudad, me motiva a recomendaros que os preocupéis incansablemente de la evangelización y de la santificación de los esposos, de forma que «los padres, y especialmente las madres, sean generosos en entregar sus hijos al Señor que los llama al sacerdocio, y que colaboren con alegría en su itinerario vocacional, conscientes de que así será más grande y profunda su fecundidad cristiana y eclesial, y de que pueden experimentar, en cierto modo, la bienaventuranza de María, la Virgen Madre: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno" (Lc 1,24) ».(Pastores dabo vobis PDV 82)

9. Con estas consideraciones que deseo compartir confiadamente con todos los Obispos de América Latina, os aseguro mi oración y mi cercanía espiritual para que el Señor bendiga con copiosos frutos los trabajos de esa Asamblea. Pongo los afanes, preocupaciones y deseos bajo el amparo de Sama María de Guadalupe, Estrella de la primera y nueva evangelización, a la vez que os imparto gozosamente a vosotros, así como a los sacerdotes y fieles de vuestras diócesis, la Bendición Apostólica.

Vaticano, 14 de septiembre de 1997, Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL PRIMER GRUPO DE OBISPOS ESPAÑOLES

EN VISITA «AD LIMINA»


Martes 30 de septiembre de 1997



Queridos hermanos en el episcopado:

248 1. Con gusto os recibo hoy, pastores de la Iglesia de Dios en España, venidos desde las sedes metropolitanas de Santiago, Burgos, Zaragoza y Pamplona, y de las diócesis sufragáneas. Son Iglesias de antigua y rica tradición espiritual y misionera, santificadas por la sangre de muchos mártires y enriquecidas con las sólidas virtudes de numerosas familias cristianas, y que han dado abundantes vocaciones sacerdotales y religiosas. Venís a Roma para realizar esta visita ad limina, venerable institución que contribuye a mantener vivos los estrechos vínculos de comunión que unen a cada obispo con el Sucesor de Pedro. Vuestra presencia aquí me hace sentir también cercanos a los sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles de las Iglesias particulares que presidís, algunas de las cuales he tenido la dicha de visitar en mis viajes pastorales a vuestro país.

Doy las gracias a mons. Elías Yanes Álvarez, arzobispo de Zaragoza y presidente de la Conferencia episcopal española, por las amables palabras que, en nombre de todos vosotros, me ha dirigido para renovar las expresiones de afecto y estima, haciéndome al mismo tiempo partícipe de vuestras inquietudes y proyectos pastorales. A todo ello correspondo pidiendo al Señor que en vuestras diócesis y en España entera progresen siempre la fe, la esperanza, la caridad y el valiente testimonio de todos los cristianos, en conformidad con la herencia recibida desde los tiempos de los Apóstoles.

2. Alentados por las promesas del Señor y la fuerza que nos proporciona su Espíritu, como sucesores de los Apóstoles estáis llamados a ser los primeros en llevar a cabo la misión que él ha confiado a su Iglesia, aunque para ello haya que afrontar y aceptar el peso de la cruz que, en una sociedad como la contemporánea, puede manifestarse de múltiples formas.

Tanto individual como colegialmente, por medio de la Conferencia episcopal o de otras instituciones eclesiales, vosotros participáis en el análisis de las expectativas y logros de la sociedad española actual, tratando de interpretarlos a la luz del Evangelio y orientar a la misma sociedad desde la fe. De este modo, ante la transformación social y cultural que se está dando; ante la paradoja de un mundo que siente la urgencia de la solidaridad, pero al mismo tiempo sufre presiones y divisiones de orden político, económico, racial e ideológico (cf. Gaudium et spes
GS 4), vosotros, en vuestro ministerio pastoral tratáis de promover un nuevo orden social, fundado cada vez más sobre los valores éticos y vivificado por el mensaje cristiano.

Escuchando lo que «el Espíritu dice a las Iglesias» (Ap 2,7), sentís también el deber de hacer un sereno discernimiento, abierto y comprensivo, de las diversas circunstancias y acontecimientos, iniciativas y proyectos, sin descuidar tampoco los graves problemas y las aspiraciones más profundas de la sociedad entera.

Vuestro ministerio pastoral se dirige a los hombres de nuestro tiempo, tanto a los fieles que participan activamente en la vida de la comunidad diocesana como a quienes se dicen no practicantes o indiferentes, así como a cuantos, aun llamándose católicos, no son coherentes en su comportamiento moral. Por eso os aliento a proseguir incansablemente y sin desaliento en el oficio de enseñar y anunciar a los hombres el evangelio de Cristo (cf. Christus Dominus CD 11). Al proponer las enseñanzas cristianas para iluminar la conciencia de los fieles, el obispo ha de hacerlo con el lenguaje y los medios adecuados (cf. ib., 13) para que se comprenda el sentido de las Escrituras, como hizo el Señor con los discípulos de Emaús, y así el magisterio no quede estéril o sea una voz desatendida ante la sociedad actual, que da muestras tan visibles de secularismo. Por lo cual no se debe caer en el desánimo ni dejar de elaborar y llevar a la práctica los oportunos proyectos pastorales. Aunque vuestras responsabilidades son muy grandes, tened presente que el Espíritu del Señor os da las fuerzas necesarias.

Puestos como guías de las Iglesias particulares, sois padres y pastores para cada uno de los fieles, procurando estar especialmente al lado de los más necesitados y marginados. La visita pastoral, prescrita en la disciplina eclesiástica (cf. Código de derecho canónico, cánones 396-398), os ayudará a estar presentes, cercanos y misericordiosos entre vuestros fieles, para proclamar constantemente y en todas partes la verdad que hace libres (cf. Jn Jn 8,32), y fomentar el incremento de la vida cristiana. Esa cercanía a todos debe manifestarse de una forma visible y concreta, estando asequibles a quienes con confianza y amor os buscan porque sienten necesidad de orientación, ayuda y consuelo, siguiendo en ello la indicación de san Pablo a Tito, de que el obispo sea «hospitalario, amigo de bien, sensato, justo, piadoso, dueño de sí» (Tt 1,8).

3. Los presbíteros y los diáconos son respectivamente colaboradores estrechos en vuestra misión para que la Palabra sea anunciada en cada lugar de la propia diócesis, la divina liturgia se celebre en sus templos y capillas, la unión entre todos los miembros del pueblo de Dios sea manifiesta y la caridad sea operante y vigilante. Ellos participan de vuestra importantísima misión y, además, en la celebración de todos los sacramentos están unidos jerárquicamente con vosotros de diversas maneras. Así os hacen presentes, en cierto sentido, en cada una de las comunidades de los fieles (cf. Presbyterorum ordinis PO 5).

El concilio Vaticano II, siguiendo la tradición de la Iglesia, ha profundizado de modo particular en las relaciones de los obispos con su presbiterio. A los sacerdotes tenéis que dedicar vuestros mejores desvelos y energías. Por eso os aliento a estar siempre cerca de cada uno, a mantener con ellos una relación de verdadera amistad sacerdotal, al estilo del buen Pastor. Ayudadles a ser hombres de oración asidua, a gustar el silencio contemplativo frente al ruido y a la dispersión de las múltiples actividades, a la celebración devota y diaria de la Eucaristía y de la liturgia de las Horas, que la Iglesia les ha encomendado para bien de todo el Cuerpo de Cristo. La oración del sacerdote es una exigencia de su ministerio pastoral, de modo que las comunidades cristianas se enriquecen con el testimonio del sacerdote orante, que con su palabra y su vida anuncia el misterio de Dios.

Preocupaos por la situación particular de cada sacerdote, para ayudarlos a proseguir con ilusión y esperanza por el camino de la santidad sacerdotal y ofrecerles los medios oportunos en las situaciones difíciles en que se pudieran encontrar. ¡Que a ninguno de ellos le falte lo necesario para vivir dignamente su sublime vocación y ministerio!

Como tuve ocasión de recordar en la exhortación apostólica Pastores dabo vobis, la formación permanente del clero es de capital importancia. Me complace constatar cómo mi llamada al respecto ha sido acogida y se van programando y organizando en diferentes diócesis actividades orientadas a que el sacerdote responda con la preparación pastoral que exigen las circunstancias y el momento presente. Esta formación «es una exigencia intrínseca del don y del ministerio recibido» (ib., 70) pues con la ordenación «comienza una respuesta que, como opción fundamental, deberá renovarse y realizarse continuamente durante los años del sacerdocio en otras numerosísimas respuestas enraizadas todas ellas y vivificadas por el "sí" de la ordenación» (ib.). La exhortación del apóstol Pedro «hermanos, poned el mayor empeño en afianzar vuestra vocación y vuestra elección» (2P 1,10) es una apremiante invitación a no descuidar este aspecto.

249 En este sentido, el documento «Sacerdotes día a día», preparado por vuestra Comisión episcopal para el clero y dedicado a la formación permanente integral, contribuirá sin duda a potenciarla en vuestro país, pues se trata de una actividad que el presbítero debe asumir por coherencia consigo mismo y que está enraizada en la caridad pastoral que ha de acompañar toda su vida. Es responsabilidad de cada sacerdote, de su obispo y de la propia comunidad eclesial a la que sirve, procurar los medios necesarios para poder dedicar parte del tiempo a la formación en los diversos campos durante toda la vida, sin que este importante deber se vea impedido por las diversas y numerosas actividades que la vida pastoral conlleva ni por los compromisos que configuran la misión sacerdotal.

4. Por otra parte, el seminario, donde se forman los futuros sacerdotes, ha de ser un centro de atención privilegiada por parte del obispo. La crisis vocacional, que en los años pasados hizo disminuir sensiblemente el número de seminaristas, parece que va superándose y hay datos esperanzadores al respecto. Damos gracias a Dios por ello, pero hay que seguir rogando con insistencia al Dueño de la mies que mande operarios a su Iglesia. En tiempos recientes, la crisis mencionada provocó también que los seminarios menores desaparecieran o sufrieran transformaciones en algunas diócesis. Donde sea posible habría que replantearse la presencia de los mismos, tan recomendados por el concilio Vaticano II (cf. Optatam totius
OT 3), pues ayudan al discernimiento vocacional de los adolescentes y jóvenes, proporcionándoles a la vez una formación integral y coherente, basada en la intimidad con Cristo. De este modo, los que sean llamados se disponen a responder con gozo y generosidad al don de la vocación.

Al obispo le corresponde en última instancia la responsabilidad sobre el seminario, pues un día, por la imposición de las manos, admitirá en el presbiterio diocesano a quienes allí se han formado. Cuando no hay seminario en una diócesis, es importante que el obispo y sus colaboradores mantengan relaciones frecuentes con el centro donde envían a sus candidatos, así como que se dé a conocer a los fieles, sobre todo a los jóvenes, esa institución tan vital para las diócesis.

En el seminario se ha de favorecer un verdadero espíritu de familia, preámbulo de la fraternidad del presbiterio diocesano, donde cada alumno, con su sensibilidad propia, pueda madurar su vocación, asuma sus compromisos y se forme en la vida comunitaria, espiritual e intelectual peculiar del sacerdote, bajo la guía sabia y prudente de un equipo formador adecuado a esa misión. Es fundamental iniciar a los seminaristas en la intimidad con Cristo, modelo de pastores, mediante la oración y la recepción asidua de los sacramentos. Al mismo tiempo y en un contexto de formación integral, no es menos importante enseñarles a ser progresivamente responsables de los actos de su vida diaria y a adquirir el dominio de sí mismos, aspectos esenciales para la práctica de las virtudes teologales y cardinales que en el futuro habrán de proponer con el propio ejemplo al pueblo fiel.

Si bien la formación en el seminario no debe ser sólo teórica, pues los seminaristas realizan además actividades pastorales en parroquias y movimientos apostólicos, lo cual favorece su arraigo en la comunidad diocesana, la primacía en esa etapa corresponde al estudio en orden a adquirir una sólida preparación intelectual, filosófica y teológica, esencial para ser los misioneros que anuncien a sus hermanos la buena nueva del Evangelio. Si esta preparación no se adquiere en los años del seminario, la experiencia muestra que es muy difícil, si no prácticamente imposible, completarla después. Por otro lado, es necesario prever y programar una adecuada formación académica superior a los sacerdotes jóvenes que tengan aptitudes para ello, a fin de se dediquen a la investigación y así se asegure la continuidad en la docencia en el seminario o en otros centros eclesiásticos. Igualmente es conveniente preparar a algunos sacerdotes para el discernimiento de las vocaciones y la dirección espiritual, necesaria para completar la tarea formativa del seminario.

5. Muchos factores, entre los que cabe destacar el relativismo imperante y el mito del progreso materialista como valores de primer orden, como habéis señalado en el Plan de acción pastoral de la Conferencia episcopal española para el cuatrienio 1997-2000 (cf. n. 45), así como el temor de los jóvenes a asumir compromisos definitivos, han influido negativamente en el número de las vocaciones. Ante esa situación se ha de confiar ante todo en el Señor, y al mismo tiempo comprometerse seriamente en fomentar en cada comunidad eclesial un ambiente espiritual y pastoral que favorezca positivamente la manifestación de la llamada del Señor para la vida sacerdotal o consagrada en la diversidad de formas como hay en la Iglesia, animando a los jóvenes a la entrega total de sus vidas al servicio del Evangelio.

En ello tiene mucha influencia la vida espiritual y el ejemplo diario de los propios sacerdotes, así como el ambiente propicio de las familias cristianas, que así pueden contribuir a que abunden las vocaciones de consagrados en vuestras Iglesias particulares, tan ricas y fecundas espiritualmente hasta hace muy pocos años.

6. Algunas de vuestras diócesis padecen desde hace años el sufrimiento de repetidos atentados terroristas contra la vida y la libertad de las personas. Sigo con mucho dolor esos trágicos acontecimientos y con vosotros quiero expresar de nuevo la condena más rotunda y sin paliativos por estas injustificadas e injustificables agresiones. Ante ellas, enseñad la vía del perdón, de la convivencia fraterna y solidaria y de la justicia, que son los verdaderos fundamentos para la paz y la prosperidad de los pueblos. Os animo, junto con vuestros fieles, a colaborar del mejor modo posible en la extirpación total y radical de esta violencia, y a los que la ejercen, en nombre de Dios, les pido que renuncien a ella como pretexto de acción y reivindicación política.

7. «El Año jubilar compostelano, pórtico del Año santo del 2000». Con este lema la Iglesia en España invita a participar en ese acontecimiento eclesial de hondas raíces históricas que tendrá lugar en el año 1999 y que ha de ser una buena preparación para el gran jubileo del tercer milenio cristiano. El Año compostelano tiene primordialmente una finalidad religiosa, que se manifiesta en la peregrinación a lo largo del llamado «Camino de Santiago». Son conocidos los frutos espirituales de los Años jacobeos en los que tantos peregrinos de España, Europa y otras partes del mundo acuden para alcanzar la «perdonanza». Os aliento, pues, a preparar bien este acontecimiento para que sea un verdadero «año de gracia» en el que, por medio de la conversión continua y la predicación asidua de la palabra de Dios, se favorezca la fe y el testimonio de los cristianos; la oración y la caridad promuevan la santidad de los fieles, y la esperanza en los bienes futuros anime la evangelización continua de la sociedad, lo cual pueda ser el gran fruto espiritual y apostólico de ese Año jubilar en consonancia con la rica tradición precedente.

8. Queridos hermanos, una vez más os aseguro mi profunda comunión en la oración, con una firme esperanza en el futuro de vuestras diócesis, en las que se manifiesta una gran vitalidad, a pesar de las pruebas. Que el Señor Jesucristo os conceda la alegría de servirlo, guiando en su nombre a las Iglesias particulares que se os han confiado. Que la Virgen santísima y los santos patronos de cada lugar os acompañen y protejan siempre.

A vosotros, amados hermanos en el episcopado y a vuestros fieles diocesanos, imparto de corazón la bendición apostólica.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO INTERNACIONAL

DE RELIGIOSOS Y RELIGIOSAS JÓVENES


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Martes 30 de septiembre de 1997



Amadísimos jóvenes consagrados y consagradas:

1. Es para mí un gran consuelo encontrarme con vosotros, reunidos aquí en Roma de todo el mundo, con ocasión del Congreso internacional de jóvenes religiosos y religiosas. Saludo al señor cardenal Eduardo Martínez Somalo, prefecto de la Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, y le agradezco las cordiales palabras que me acaba de dirigir en nombre de todos vosotros. Saludo al reverendo padre Camilo Maccise y a la reverenda madre Giuseppina Fragasso, presidentes, respectivamente, de las Uniones de superiores y superioras generales. Han organizado este congreso, en el que se reúnen por primera vez jóvenes pertenecientes a tantas familias religiosas, en un momento significativo de la historia de la Iglesia y de la vida consagrada. Dirijo mi saludo a los superiores y superioras generales de los diversos institutos aquí representados.

Os saludo especialmente a vosotros, queridos jóvenes consagrados y consagradas. Algunos de vosotros se han hecho intérpretes de los sentimientos de todos y me han manifestado las expectativas y los generosos deseos que animan vuestra juventud consagrada a Dios y a la Iglesia. Vuestra presencia, tan numerosa y alegre, no puede por menos de traer a la memoria la imagen, aún fresca en mi mente y grata a mi corazón, de la XII Jornada mundial de la juventud, celebrada en París el pasado mes de agosto. Al igual que aquella muchedumbre entusiasta de jóvenes, vosotros representáis, a través de la consagración a Dios, que «alegra la juventud», la manifestación rica y exaltante de la perenne vitalidad del espíritu. Se puede decir que ahora los jóvenes están de moda: jóvenes en París, jóvenes el sábado pasado en Bolonia. Veremos ahora en Brasil, en Río de Janeiro.

2. Observo con agrado un motivo de continuidad entre el acontecimiento de París y este congreso, felizmente destacado por los temas de ambos encuentros. Si el tema de la Jornada mundial de la juventud se proponía con las palabras del evangelio de san Juan: «Maestro, ¿dónde vives? Venid y lo veréis» (Jn 1,38-39), el de vuestro congreso indica la acogida de la invitación dirigida por Jesús a los discípulos que culminó en el anuncio pascual del descubrimiento decisivo del Resucitado: «Hemos visto al Señor» (Jn 20,25).

Vosotros sois testigos privilegiados de esta admirable verdad frente al mundo entero: el Señor ha resucitado y se hace compañero de viaje del hombre peregrino a lo largo del camino de la vida, hasta que los senderos del tiempo confluyan en el camino del Eterno, cuando «lo veremos tal cual es» (1Jn 3,2).

La vida consagrada reviste así un carisma profético porque se halla enmarcada entre la experiencia del «haber visto al Señor» y la esperanza cierta de verlo también «tal cual es». Es un camino que habéis emprendido y que os llevará progresivamente a asumir los mismos sentimientos de Cristo Jesús (cf. Flp Ph 2,5). Dejad que el Padre, mediante la acción del Espíritu, modele en vuestro corazón y en vuestra mente los mismos sentimientos de su Hijo. Estáis llamados a vibrar con su mismo celo por el Reino, a ofrecer como él vuestras energías, vuestro tiempo, vuestra juventud y vuestra existencia por el Padre y vuestros hermanos. Así aprenderéis una auténtica sabiduría de vida.

Esta sabiduría, queridos jóvenes, es el sabor del misterio de Dios y el gusto de la intimidad divina, pero también es la belleza de estar juntos en su nombre, es la experiencia de una vida casta, pobre y obediente vivida por su gloria, es el amor a los pequeños y a los pobres, y la transfiguración de la vida a la luz de las bienaventuranzas. Este es el secreto de la alegría de tantos religiosos y religiosas, alegría desconocida para el mundo y que vosotros tenéis el deber de comunicar a vuestros demás hermanos y hermanas mediante el testimonio luminoso de vuestra consagración.

3. Queridos religiosos y religiosas, ¡cuánta riqueza espiritual hay en vuestra historia! ¡Qué preciosa herencia tenéis en vuestras manos! Pero recordad que todo eso os ha sido dado no sólo para vuestra perfección, sino también para que lo pongáis a disposición de la Iglesia y de la humanidad, a fin de que constituya motivo de sabiduría y de dicha para todos.

Así hizo santa Teresa de Lisieux, con su «camino de la infancia espiritual», que es una auténtica teología del amor. Joven como vosotros, logró transmitir a tantas almas la belleza de la confianza y el abandono en Dios, de la simplicidad de la infancia evangélica, de la intimidad con el Señor, de la que brotan espontáneamente la comunión fraterna y el servicio al prójimo. La sencilla gran Teresa del Niño Jesús y del Santo Rostro será proclamada doctora de la Iglesia precisamente por esto: porque con la «teología del corazón» ha sabido indicar, con términos accesibles a todos, un camino seguro para buscar a Dios y para dejarse encontrar por él.

Esta es también la experiencia de tantos hermanos y hermanas vuestros del pasado y del presente. Ellos han sabido encarnar, en el silencio y en la vida oculta, el alma típicamente apostólica de la vida religiosa, y, en particular, la extraordinaria capacidad de la persona consagrada para unir la intensidad de la contemplación y del amor a Dios con el ardor de la caridad hacia los pobres y necesitados, y todos aquellos a los que el mundo frecuentemente margina y rechaza.


Discursos 1997 245