Discursos 1997 266

MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II


CON MOTIVO DE LA RECONSAGRACIÓN


DE LA CATEDRAL DE MINSK (BIELORRUSIA)




Al venerado hermano
señor cardenal KAZIMIERZ SWIATEK
Arzobispo de Minsk-Mohilev

Me alegra poder participar, mediante el señor cardenal Edmund C. Szoka, en la ceremonia de reconsagración de la catedral de Minsk y compartir así la alegría de los fieles de Bielorrusia. Ese templo, dedicado a Jesús, a María y a Santa Bárbara, cuya construcción comenzó en 1700 por obra de los padres jesuitas, se convirtió tras la disolución de la Compañía de Jesús en iglesia parroquial y, en 1798, al ser erigida la diócesis de Minsk, fue elegida como catedral de la nueva circunscripción, cuyo primer obispo fue mons. Jakub Daderka.

En 1951, el régimen comunista la cerró, la confiscó y la transformó, entre otras cosas, en un gimnasio. Como muchos otros templos de esa amada nación, sufrió un período de profanación, durante el cual, de acuerdo con los misteriosos planes de la Providencia, no cesó de ser un símbolo para el pueblo de Dios en sus largos años de persecución.

Finalmente, en 1994 la antigua catedral fue devuelta a la comunidad católica y usted, señor cardenal, inició inmediatamente los trabajos de reforma. Ha sido necesario realizar muchas y costosas obras para que recuperara, en la medida de lo posible, su primitivo esplendor. El gran interés que usted le ha dedicado, con la ayuda de los fieles y de los bienhechores, ha hecho que se lograra el objetivo. Al recordar esas circunstancias, no podemos menos de pensar en las pruebas de nuestros padres de la antigua alianza: desterrados de Sión, privados del culto del templo, pero llenos de alegría al volver a la ciudad santa y reconstruir el santuario. Para los miembros de esa comunidad, han resonado con mayor actualidad que nunca las palabras del profeta: «¡Ánimo, pueblo todo de la tierra!, dice el Señor. ¡A la obra, que estoy yo con vosotros! (...) Grande será la gloria de esta casa; la de la segunda, mayor que la de la primera (...), y en este lugar daré yo paz» (Ag 2,4 Ag 2,9).

La gloria de la Iglesia, venerado hermano, es Cristo nuestro Señor: Sacerdote, sacrificio y templo de la nueva alianza. Ojalá que este acontecimiento constituya para los fieles de ese amado país, en el umbral del tercer milenio cristiano, una ocasión providencial para renovar su compromiso de ser «piedras vivas para la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo» (1P 2,5).

267 La nueva dedicación de la catedral de Santa María en Minsk debe recordar a todos esta vocación y misión. Que la Virgen Madre de Dios, imagen y modelo de la Iglesia, estrella de la evangelización, sea la guía del pueblo fiel, para que corresponda a los planes divinos con el fervor de su fe, esperanza y caridad, para edificación y consuelo de toda persona de buena voluntad.

A usted, venerado hermano, que en esa solemne circunstancia celebrará también su 83 cumpleaños, le expreso mi más sincera felicitación y mis mejores deseos. Los acompaño de corazón con una especial bendición apostólica, que extiendo a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles de toda la archidiócesis.

Vaticano, 15 de octubre de 1997





DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II


A UN GRUPO DE FIELES POLACOS


Jueves 16 de octubre de 1997



Amadísimos hermanos:

1. Me alegra que los oyentes de Radio María hayan venido en peregrinación a la ciudad eterna, para visitar las tumbas de los Apóstoles y para encontrarse con el Papa, esta vez en el aniversario de su elección a la sede de san Pedro. Os saludo cordialmente. Saludo también a monseñor Andrzej Suski que, como representante de la Conferencia episcopal polaca, os acompaña en esta peregrinación. En el territorio de su diócesis, en Torun, tiene su sede la Redacción de Radio María. Su presencia aquí manifiesta la solicitud del Episcopado por los medios de comunicación social en Polonia.

Saludo al padre director de Radio María y a sus colaboradores. Os agradezco el esfuerzo de esta peregrinación y este encuentro, vuestras oraciones y, de manera especial, los dones espirituales, que son una ayuda eficaz para el Papa en su ministerio petrino. Doy gracias, en particular, a nuestras hermanas y hermanos que ofrecen sus sufrimientos por la Iglesia. ¡Que Dios se lo pague! Os pido que transmitáis mi agradecimiento a los que no han podido venir hoy a la plaza de San Pedro: saludad a vuestras familias, a vuestros seres queridos, en particular a los enfermos y a los ancianos. Saludad a todos los oyentes de Radio María en Polonia y en el extranjero.

2. El concilio ecuménico Vaticano II, en el decreto Inter mirifica sobre los medios de comunicación social, enseña: «La Iglesia católica, fundada por Cristo el Señor para llevar la salvación a todos los hombres y, en consecuencia, urgida por la necesidad de evangelizar, considera que forma parte de su misión predicar el mensaje de salvación, con la ayuda, también, de los medios de comunicación social, y enseñar a los hombres su recto uso» (n. 3).

La Iglesia no tiene miedo de los medios de comunicación social; al contrario, los necesita para su misión salvífica, es decir, para la evangelización. Y ¿qué es la evangelización? Es anunciar a la humanidad la buena nueva de Cristo, que con su muerte y resurrección redimió a todo hombre. Los medios de comunicación, usados de modo correcto, prestan un gran servicio a los hombres. Pero deben transmitir una información precisa, correcta y veraz, y también deben enriquecer el espíritu, colaborando en la formación religiosa y moral de sus oyentes. Al perfeccionar los conocimientos humanos, contribuyen al bien común, al desarrollo de toda la sociedad y de toda la nación.

La radio es uno de los medios de comunicación social de mayor difusión. Por eso, es motivo de alegría el hecho de que en Polonia, en los últimos años, hayan surgido numerosos centros de radiodifusión católica gestionados por las diócesis, las parroquias, las órdenes religiosas o las asociaciones. Deseo expresar mi más sincero agradecimiento a los laicos y a los miembros del clero que ponen a su disposición sus talentos, y dedican mucho empeño y mucho tiempo a crear los programas para la radio y a transmitirlos.

Entre estas estaciones, en Polonia, Radio María es muy popular. Vuestra emisora contribuye en gran medida a la labor de la evangelización. Gracias a sus transmisiones, el pensamiento sobre Dios llega a muchas personas y a muchos ambientes en Polonia, e incluso fuera de sus confines, y a otros continentes.

268 Oración y catequesis son los dos elementos esenciales que distinguen a una radio católica de las demás. Me alegra que se hallen presentes en Radio María. Hoy quisiera poner de relieve, en particular, la oración. En efecto, la oración está en el origen de la evangelización. Es una fuente silenciosa pero eficaz, de la que brota la fuerza para dar testimonio. Vuestra presencia en tan gran número aquí es, también, fruto de ese apostolado. A través de las ondas de Radio María se transmiten la santa misa y muchas oraciones profundamente arraigadas en nuestra religiosidad polaca. Se podrían mencionar aquí la oración del rosario, la devoción a la divina Misericordia, el Ángelus, el oficio breve en honor de la Inmaculada Concepción de María santísima, así como el rezo litúrgico de las Horas. Conviene que en Radio María se ore y se enseñe la oración a los oyentes, mostrándoles cuán grande es la necesidad que tienen de ella el hombre contemporáneo, la familia, la Iglesia y el mundo. En la vida de piedad, así como en la vida moral y en el apostolado, la oración es insustituible. San Pablo escribe: «Orad sin cesar» (1Th 5,17), «perseverad en la oración» (Col 4,2).

Algunos días después de mi elección a la sede de Pedro, me dirigí al santuario mariano de la Mentorella, situado cerca de Roma, y allí hablé a los peregrinos de la necesidad de la oración en la vida cristiana. Les dije: «La Iglesia ora, la Iglesia quiere orar, desea estar al servicio del don más sencillo y, a la vez, más espléndido del espíritu humano, que se realiza en la oración. En efecto, la oración es la expresión principal de la verdad interior del hombre, la primera condición de la auténtica libertad del espíritu (...). La oración da sentido a toda la vida en cada momento y en cualquier circunstancia» (29 de octubre de 1978: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 5 de noviembre de 1978, p. 11).

Me alegra poder compartir con vosotros este recuerdo hoy, después de diecinueve años de servicio, en el ministerio petrino, a la Iglesia y al mundo. Os invito a perseverar en la oración y en el apostolado animado por la oración.

Hoy, en la vida de piedad y en la social, en la vida de muchas personas y naciones, es muy urgente este apostolado. La oración hace que la conciencia del hombre sea sensible ante los valores esenciales de la verdad, la justicia, el amor y la paz. En las vicisitudes de una nación, estos valores son como la sal y la luz: sólo ellos pueden dar sabor a los corazones e iluminar las mentes, haciendo que el mundo sea más humano y más divino. Agradezco a Radio María este apostolado de la oración y también la plegaria por las intenciones del Papa. Al mismo tiempo, os pido: alimentad este espíritu de oración. Doy las gracias por esto también a todas las demás estaciones de radio católicas de Polonia.

Cumplís la gran misión de anunciar el Evangelio «a toda la creación». Sois como el sembrador evangélico, que salió a sembrar. Y mientras lo hacía, una parte de la semilla cayó en el camino, otra entre rocas, otra entre espinas, y otra, por último, en tierra buena y dio fruto (cf. Mc Mc 4,2-8). Esta semilla es la palabra de Dios anunciada también a través de las ondas de radio a todos los que la quieran escuchar y encontrar en ella fuerza. La catequesis que realizáis es un servicio a la Iglesia y a la sociedad.

3. Queridos hermanos, vuestra actividad es un servicio a la Iglesia. Esto conlleva para vosotros la gran responsabilidad de colaborar fielmente con los obispos, con espíritu de comunión eclesial y de amor cristiano, para hacer que crezca el Cuerpo de Cristo, es decir, la Iglesia. Ojalá que el Evangelio sea anunciado en Polonia con una sola voz, con la voz de la Iglesia, edificada sobre el cimiento de los Apóstoles, y que esta unidad de acción sea al mismo tiempo el testimonio de vuestra entrega y vuestra fidelidad a Cristo.

Pido al Espíritu Santo, por intercesión de la Virgen santísima, las gracias necesarias para esta gran labor de evangelización. De todo corazón os bendigo a vosotros, aquí presentes, a vuestras familias y a vuestros seres queridos, a los sacerdotes y laicos que colaboran en Radio María, a los voluntarios y a todos los que anuncian a través de las ondas de radio «hasta los últimos confines de la tierra» (Ac 1,8) el mensaje evangélico de la verdad y el amor.






A LOS PARTICIPANTES


EN EL CONGRESO CATEQUÍSTICO INTERNACIONAL


Viernes 17 de octubre de 1997



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

269 1. Me alegra acogeros con ocasión de este Congreso catequístico internacional, promovido para subrayar la presentación de la editio typica del Catecismo de la Iglesia católica y la edición renovada del Directorio general de la catequesis. El número de participantes, la actualidad de los temas que se estudian y la competencia de los relatores hace del encuentro un acontecimiento de relieve en la vida de la Iglesia.

Saluda cordialmente a los señores cardenales, a los presidentes de las comisiones de las Conferencias episcopales para la catequesis, a los directores de los departamentos catequísticos nacionales, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los laicos comprometidos, que desde varias partes del mundo han venido aquí a compartir, para beneficio común, el fruto de su experiencia y de su preparación.

A todos y cada uno agradezco de corazón el valioso servicio que prestan a la Iglesia. En particular, expreso mi gratitud al señor cardenal Joseph Ratzinger y al arzobispo monseñor Darío Castrillón Hoyos, que, con la ayuda de sus colaboradores de las Congregaciones para la doctrina de la fe y para el clero, han organizado y realizado este importante encuentro. El congreso constituye un signo elocuente del lugar que ocupa en la Iglesia la solicitud por anunciar de manera adecuada la palabra de Dios a los hombres de nuestro tiempo. Tomando pie de sus interrogantes es como se les debe ayudar a descubrir, a través de las palabras humanas, el mensaje de salvación que trajo Jesucristo. Este es el complejo y delicado trabajo que está realizando hoy la Iglesia, esforzándose "por hacer que penetre en culturas diversas la perenne verdad del Evangelio.

2. El lema elegido para este congreso catequístico internacional —"Tradidi vobis quod accepi" (
1Co 5,3)— explica de forma eficaz la naturaleza de la fe y la misión evangelizadora de la Iglesia. Al respecto leemos en el Catecismo de la Iglesia católica: "La fe es un acto personal: la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela. Pero la fe no es un acto aislado. Nadie puede creer solo, como nadie puede vivir solo. Nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la vida a sí mismo. El creyente ha recibido la fe de otro, debe transmitirla a otro. Nuestro amor a Jesús y a los hombres nos impulsa a hablar a los demás de nuestra fe. Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros" (n. 166).

En esta tarea de transmisión de la fe el Catecismo de la Iglesia católica es un instrumento particularmente autorizado. Sobre él habéis reflexionado en estos días para conocer mejor sus características y finalidades. El Catecismo presenta la verdad revelada mostrando, a la luz del concilio Vaticano II, cómo es creída, celebrada, vivida y orada en la Iglesia. Acudiendo con gran frecuencia al valioso patrimonio del pasado —sobre todo bíblico, litúrgico, patrístico, conciliar y magisterial— y sacando de él cosas nuevas y cosas antiguas (cf. Mt Mt 13,52), expresa en la situación actual de nuestra sociedad la inmutable lozanía de la verdad cristiana. Así se convierte en un elocuente testimonio del grado de conciencia y autoconciencia que la Iglesia, en su conjunto, posee con respecto a su perenne depósito de verdad. Como tal, el Catecismo se presenta como norma segura para la enseñanza de la fe y, a la vez, como texto de referencia cierto y auténtico para la elaboración de los catecismos locales.

3. La Iglesia, vigilante en la esperanza, entre la Pascua y la Parusía, debe cumplir su mandato escatológico proclamando el reino de Dios y recogiendo por todo el universo el trigo del Señor. Lo que debe hacer a toda costa, antes del regreso del Señor, es proclamar el "acontecimiento Cristo", su Pascua de muerte y resurrección. Ser sacramento primero y universal de salvación es su tarea esencial.

El ministerio de la Palabra ocupa, así, el centro mismo de la acción apostólica de la Iglesia, tanto cuando celebra la eucaristía o canta las alabanzas de Dios, como cuando enseña a los fieles cómo deben vivir su fe.

Lejos de permanecer neutral, la Iglesia está al lado del cristiano en los diversos momentos de su vida, para orientarlo hacia opciones coherentes con las exigencias que entraña la ontología sobrenatural de su bautismo. Gracias a esta acción "mistagógica" la fe, recibida en el bautismo, puede desarrollarse y llegar a la plena madurez propia del cristiano adulto y responsable.

Precisamente esta es la misión de la catequesis. Una misión nada fácil. Dado que debe tomar en cuenta la vida del hombre en su totalidad —tanto el aspecto profano como el religioso— la catequesis ha de arraigarse en todo el contexto de la vida. Es decir, no sólo debe tener en cuenta a los catequizandos y su entorno cultural y religioso, sino también sus condiciones sociales, económicas y políticas. La vida entera, en sus aspectos concretos, debe ser leída e interpretada a la luz del Evangelio.

4. Eso supone evaluar atentamente los problemas que afronta hoy un, creyente, que con razón anhela progresar más en la comprensión de su fe. Entre esos problemas se encuentran los grandes interrogantes que el hombre se plantea sobre sus orígenes, el sentido de la vida, la felicidad a que aspira y el destino de la familia humana.

Eso significa que siempre será necesario un doble movimiento para anunciar a los hombres de nuestro tiempo, en su integridad y su pureza, la palabra de Dios, de forma que les resulte inteligible e incluso atractiva. El descubrimiento del misterio integral de la salvación supone, por una parte, el encuentro con el testimonio, dado por la comunidad eclesial, de una vida inspirada en el Evangelio. La catequesis habla con más eficacia de lo que puede parecer realmente en la vida concreta de la comunidad. El catequista es, por decir así, el intérprete de la Iglesia frente a los que son catequizados por él. Lee y enseña a leer los signos de la fe, el principal de los cuales es la Iglesia misma.

270 Al mismo tiempo, el catequista debe saber discernir y valorar los procesos espirituales, ya presentes en la vida de los hombres, según el fecundo todo del diálogo salvífico. Es una tarea que se ha de realizar continuamente: la catequesis debe saber recoger los interrogantes que surgen en el corazón del hombre para orientarlos hacia las respuestas que da el Amor que crea y salva. La meditación, en oración, de la sagrada Escritura, la profundización fiel de las "maravillas de Dios" a lo largo de toda la historia de la salvación, la escucha de la Tradición viva de la Iglesia y la atención dirigida a la historia de los hombres, vinculándose entre sí, pueden ayudar a los hombres a descubrir lo que Dios ya realiza en lo más intimo de su corazón y de su inteligencia para atraerlos hacia sí y colmarlos de su amor, haciéndolos hijos suyos en el Hijo unigénito.

5. Queridos hermanos y hermanas, ojalá que este Congreso catequístico internacional afiance la colaboración fecunda del ministerio sacerdotal, de la vida religiosa y del apostolado de los laicos, con vistas a un renovado anuncio de la Palabra de salvación, misión esencial de la Iglesia y, a la vez, manantial perenne de su alegría al engendrar nuevos hijos. Con un solo corazón, todos debemos cumplir incansablemente esta misión fundamental que Cristo ha confiado a su Iglesia: llevar al mundo la Palabra viva, para librarlo del pecado y hacer que resplandezcan en él las virtudes y las capacidades de la vida nueva en Cristo.

Con estos deseos, invoco sobre todos vosotros la abundancia de las gracias divinas y, como prenda de consuelo y fortaleza, os imparto con afecto mi bendición.






A MÁS DE CINCUENTA MIL MUCHACHOS


DE LA ACCIÓN CATÓLICA ITALIANA


Plaza de San Pedro

Sábado 18 de octubre de 1997



Amadísimos muchachos y muchachas de la Acción católica italiana:

1. ¡Bienvenidos a la plaza de San Pedro!

Habéis querido venir a visitar al Papa, al final de vuestro congreso nacional. Muchas gracias por vuestra presencia, que trae alegría y entusiasmo.

He pasado en medio de vosotros para saludaros y bendeciros a todos. Sé que venís de todas partes de Italia. Envío un saludo también a vuestros familiares, que en este momento están espiritualmente unidos a nosotros.

Mi agradecimiento va, en particular, a vuestro presidente nacional, el abogado Giuseppe Gervasio, al asistente general, monseñor Agostino Superbo, a la responsable y al asistente de la ACR (Acción católica de muchachos) a nivel nacional, que han organizado esta hermosa manifestación y, junto con dos representantes vuestros, me han querido expresar los sentimientos de todos.

Saludo a vuestros formadores, que colaboran con generosidad en la maduración humana y cristiana, eclesial y misionera, de los niños y de los muchachos que la Providencia divina regala a la Iglesia en la experiencia apostólica de la ACR. Saludo a los sacerdotes asistentes y a las religiosas presentes, que orientan la vida evangélica acompañando el camino de fe tanto de los muchachos como de los formadores.

271 También saludo cordialmente a la ministra Rosi Bindi, al alcalde de Roma y al presidente de la región del Lacio, a quienes agradezco su presencia.

2. Queridos muchachos, estáis viviendo este encuentro preparado y esperado desde hace mucho tiempo, en un clima de alegría y fiesta. «Juntos es mayor la fiesta» es el eslogan que habéis escogido y que sintetiza muy bien el mensaje de vuestro encuentro nacional. En él expresáis de forma visible el camino de toda la Iglesia hacia el gran jubileo del año 2000 y anticipáis, de alguna manera, uno de sus aspectos más significativos, diciendo a todos que la fiesta sólo es auténtica cuando se la vive «juntos».

Se trata de la fiesta cristiana, la que nace siempre del encuentro personal con Jesucristo, acogido como amigo y Señor en la experiencia concreta de la Iglesia. Lo hacéis así en vuestros grupos y en vuestras parroquias.

El Señor Jesús es quien colma el corazón de alegría, de su alegría plena y duradera, y de este modo permite la fiesta del encuentro fraterno y solidario con los demás.

Siguiendo a Jesús, único y verdadero Salvador del mundo, vosotros, muchachos, estáis invitados a crecer en el conocimiento y en el amor al Padre celestial y a sembrar gestos concretos de amor y esperanza en los surcos de la vida de cada día. Así podrá continuar vuestro esfuerzo por hacer posible la paz, comenzando por los lugares donde vivís vuestras jornadas: la casa, la escuela, la parroquia, el pueblo, la ciudad, Italia.

Este esfuerzo de paz se extiende luego a vuestros coetáneos que viven situaciones menos favorables en otras naciones de Europa y del mundo. Pienso, por ejemplo, en Sarajevo y en el hermosísimo puente de amistad que habéis construido con los muchachos y las muchachas de Bosnia-Herzegovina.

En la amistad cada vez más intensa con Jesucristo, acrecentáis la comunión de la Iglesia y, con vuestros talentos y según vuestras notables capacidades, os ponéis al servicio de las comunidades cristianas, para que sean cada vez más fieles al Evangelio.

3. Muchachos y muchachas de la Acción católica italiana, el Papa confía en vosotros. Precisamente por eso no duda en invitaros a seguir a Jesús, imitando el ejemplo de los santos. Hoy la Iglesia celebra la fiesta litúrgica de san Lucas evangelista. Seguramente conocéis ya muy bien su evangelio y los Hechos de los Apóstoles. Profundizad en la palabra de Dios de forma individual y en común. Os ayudará a comprender cada vez mejor vuestra vocación y a transformaros en testigos intrépidos de Jesús.

Hace algunos días recordamos a san Francisco de Asís, patrono de Italia y de la Acción católica italiana. ¡Qué maestro de vida evangélica y qué modelo más concreto de apóstol de Cristo es este gran santo, conocido y venerado en el mundo entero!

Además de este santo, que lo abandonó todo por amor al Señor, quisiera presentaros hoy a una santa, que murió a los veinticuatro años, hace exactamente cien años: santa Teresa del Niño Jesús, que mañana proclamaré doctora de la Iglesia. Ciertamente, en su adolescencia Teresa podía haber sido una magnífica muchacha de la ACR, al menos antes de entrar en el Carmelo. Estaba llena de vitalidad, de fe y de entusiasmo por Jesús y por el Evangelio. Quiso entregarse totalmente a Dios y escogió ser monja carmelita. Su breve existencia se consumó totalmente por el amor a Dios y el deseo de hacer que el mundo entero lo ame. Teresa nos dejó como testamento el camino sencillo y seguro del amor lleno de confianza en Dios. Ella lo llamaba «el caminito», porque es accesible a los que, como dice Jesús, saben hacerse «pequeños», es decir, humildes y sencillos. En efecto, es el camino del abandono confiado en las manos de Dios, contando más con él que con las propias fuerzas. También vosotros, muchachos, desarrolláis vuestra personalidad haciéndoos fuertes y maduros, pero tratad de que vuestro corazón permanezca humilde, puro, «pequeño» frente a Dios y siempre dispuesto a amar a vuestros hermanos: sólo así se entra en el reino de los cielos, donde el mayor es el más pequeño, y el más importante es el servidor de todos.

4. Ahora os quisiera pedir que manifestéis públicamente y repitáis todos a la vez, formando como un coro, los compromisos de la vida cristiana y de la misión, que asumís cada año cuando os afiliáis a la ACR.

272 Queridos muchachos, sabéis que, por el bautismo, os habéis convertido en hijos de Dios y en piedras vivas de la Iglesia: ¿Queréis cultivar en la oración y en la vida sacramental la intimidad y la amistad con Jesucristo? (Los muchachos responden: Sí).

Sabéis que estáis llamados por el Señor Jesús a transformaros en apóstoles de alegría y constructores de esperanza en la comunidad cristiana: ¿Queréis dar vuestra contribución, personal y de grupo, a la edificación de la Iglesia en las comunidades a las que pertenecéis? (Los muchachos responden: Sí).

Sabéis que estáis llamados, ya desde vuestra adolescencia, a ser testigos generosos de la novedad cristiana: ¿Queréis contagiar con la alegría del Evangelio y con el amor de Cristo a vuestros coetáneos, a vuestros amigos, a vuestras familias, a vuestros pueblos y a vuestras ciudades? (Los muchachos responden: Sí).

5. Queridos muchachos y muchachas, el Espíritu Santo, don del Padre celestial y de Cristo, su Hijo, os ayude a permanecer fieles a estos compromisos y a crecer en la alegría de la amistad cristiana, permitiendo que el Señor realice maravillas en vosotros. Él quiere hacer también de vosotros un don para la Iglesia y para la humanidad entera.

Por esto, os encomiendo a María, la dulce joven de Nazaret, la Madre del Señor y de todos nosotros, para que vele cada día sobre vuestro camino, a lo largo de los senderos de la verdad y de la paz.

Juntos, con Cristo, con María, con los santos y con la ACR, es realmente mayor la fiesta.

A todos vosotros y a vuestras familias imparto una bendición especial.






QUE ASISTIERON A LA PROCLAMACIÓN


DE SANTA TERESA DE LISIEUX COMO DOCTORA DE LA IGLESIA



Pablo VI, lunes 20 de octubre de 1997




Queridos hermanos en el episcopado;
queridos amigos:

1. En la jornada de ayer habéis participado en una ceremonia poco frecuente en la vida de la Iglesia, pero rica de sentido: la proclamación de una Doctora de la Iglesia. Saludo cordialmente a cada uno de los peregrinos que se hallan presentes esta mañana, y en particular a monseñor Pierre Pican, obispo de Bayeux y Lisieux, así como a monseñor Guy Gaucher, su auxiliar, y a monseñor Georges Gilson, arzobispo de Sens y prelado de la Misión de Francia. Habéis deseado venir para seguir la escuela de la mujer que encarna para nosotros el «caminito», el camino real del amor. Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz forma parte del grupo de santos que la Iglesia reconoce como maestros de vida espiritual. Como Doctora, enseña, puesto que, aunque sus escritos no tengan la misma naturaleza que los de los teólogos, son para cada uno de nosotros una gran ayuda para la inteligencia de la fe y de la vida cristiana.

2. Me dirijo a los representantes de la orden de los Carmelitas y los saludo afectuosamente, ya que esta proclamación de Teresa de Lisieux como Doctora es para ellos una fiesta muy particular. Saludo cordialmente a todas las personas consagradas y a los miembros de los movimientos espirituales que están bajo el patrocinio de santa Teresa de Lisieux. Os aliento a permanecer fieles al mensaje que ella da a la Iglesia: se lo da gracias a vosotros, testigos vivos de su enseñanza. Esforzaos constantemente por escuchar su mensaje y difundirlo en vuestro entorno, con la palabra y el ejemplo.

273 3. Para nuestro tiempo, Teresa es un testigo eficaz y cercano de una experiencia de fe en Dios, en Dios fiel y misericordioso, en Dios justo por su mismo amor. Vivió profundamente su pertenencia a la Iglesia, Cuerpo de Cristo. Creo que los jóvenes encuentran realmente en ella una inspiración que los guía en su fe y en su vida eclesial, en una época en la que el camino puede estar sembrado de pruebas y dudas. Teresa conoció muchas formas de pruebas, pero, como ella misma atestigua, recibió la gracia de mantener la fidelidad y la confianza. Ella sostiene a sus hermanos y hermanas en todos los caminos del mundo.

4. Teresa, en su sencillez, es modelo de vida entregada al Señor desde los actos más insignificantes. En efecto, escribió: «Quiero santificar los latidos de mi corazón, mis pensamientos, mis actos más triviales, uniéndolos a sus méritos infinitos» (Oración n. 10). Con estas disposiciones de ánimo se dirigió un día a su Maestro y Señor, diciéndole: «Te pido que seas tú mismo mi santidad» (Consagración al Amor misericordioso, Oración n. 6).

De la unión con Cristo brotan los frutos de caridad que debemos dejar madurar también en nosotros. Teresa había comprendido muy bien que precisamente aquí está el origen del amor abierto a los demás: «Cuando soy caritativa, es Jesús únicamente quien obra en mí; cuanto más unida estoy a él, tanto más amo a todas mis hermanas» (Ms C, 12 v). En las dificultades que la vida diaria presenta necesariamente, nunca trataba de hacer valer sus derechos; por el contrario, estaba siempre dispuesta a ceder ante una hermana, aunque eso le costara mucho interiormente. Es una actitud que, en todas las épocas de la vida de la Iglesia, los bautizados, de cualquier edad y condición, deben imitar. Sólo la virtud de la humildad, que Teresa pidió a Cristo con insistencia, hace posible una auténtica atención a los demás.

5. Unida a Cristo y entregada a los demás, Teresa se siente inclinada naturalmente a extender su amor a todo el mundo. Mi predecesor el Papa Pío XI puso de relieve este aspecto de su doctrina espiritual al proclamarla «patrona de las misiones» en 1927. Partiendo del amor que la une a Cristo, comienza a identificarse con la bien amada del Cantar de los cantares: «Llévame en pos de ti» (
Ct 1,4). Después comprende que, con ella, el Señor atrae a la multitud de los hombres, puesto que su alma tiene un inmenso amor por ellos. «Todas las almas a quienes ama son arrastradas a seguirla» (Ms C, 34 r). Con una maravillosa audacia y finura espiritual, Teresa se apropia de las palabras de Jesús después de la Cena, para decir que también ella entra a formar parte del gran movimiento por el que el Señor atrae a todos los hombres y los conduce al Padre: «Vuestras palabras, ¡oh Jesús!, son, por lo tanto, mías y puedo servirme de ellas para atraer sobre las almas, que están unidas a mí, los favores del Padre celeste » (Ms C, 34 v).

6. Queridos hermanos; queridos amigos, a vosotros corresponde vivir cada día esta doctrina ofrecida ahora públicamente a toda la Iglesia. Procurad hacerla vuestra y darla a conocer. Como la sagrada Escritura, que Teresa citaba con predilección, no es nunca tan difícil como para desanimarse, ni tan fácil como para agotarla: «No es cerrada como para desalentarnos, ni tan accesible como para resultar banal. Cuanto más se la frecuenta, menos cansa; cuanto más se la medita, más se la ama» (san Gregorio Magno, Moralia in Job, XX, 1, 1).

Deseándoos muchos descubrimientos y alegrías en la escuela de santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, Doctora de la Iglesia universal, os imparto de todo corazón la bendición apostólica, y la extiendo a todos los que representáis y que os acompañan espiritualmente.





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL PRIOR GENERAL DE LA ORDEN DE SAN JUAN DE DIOS


EN EL CENTENARIO DEL NACIMIENTO


DE SAN RICARDO PAMPURI




Al reverendísimo
fray PASCUAL PILES FERRANDO
Prior general de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios

1. En el centenario del nacimiento de san Ricardo Pampuri, deseo dar gracias al Señor por este santo que honra a esta familia religiosa. La presencia de sus reliquias en el hospital de los Hermanos de San Juan de Dios en la isla tiberina, constituye la ocasión oportuna para proponer nuevamente, a quienes trabajan en el ámbito de dicha estructura hospitalaria, el testimonio elocuente de su vida, impregnada completamente del programa ascético de «ama nesciri et pro nihilo reputari». Tuve la alegría de proclamar beato en 1981 y santo en 1989 a esta límpida figura de hombre de nuestro tiempo. En él resplandecen los rasgos de la espiritualidad laical delineada por el concilio ecuménico Vaticano II.

Su existencia terrena, vivida en el arco de apenas 33 años, muestra cómo en poco tiempo este joven religioso supo alcanzar la cumbre de la santidad. En sus primeros años de vida en Trivolzio y Torrino, durante sus estudios secundarios y universitarios en Milán y Pavía, en el frente ítalo-austriaco en el curso de la primera guerra mundial, y después en Morimondo, como médico del pueblo, dejó por doquier huellas de piedad y amor a los pobres. Sostenido por el ejemplo de sus seres queridos y por el trato frecuente con sacerdotes piadosos y celosos, se comprometió en múltiples campos de apostolado: fue socio asiduo y generoso del Círculo universitario y de las Conferencias de San Vicente de Paúl, presidente de la Asociación juvenil de Acción católica, terciario franciscano y animador incansable de iniciativas de formación espiritual y de caridad. A la edad de 30 años ingresó en la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, de cuyo carisma llegó a ser uno de los intérpretes más significativos.


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