Discursos 1997 285


AL SIMPOSIO INTERECLESIAL SOBRE


«RAÍCES DEL ANTIJUDAÍSMO EN AMBIENTE CRISTIANO»


Viernes 31 de octubre de 1997



Señores cardenales;
queridos hermanos en el episcopado;
queridos amigos:

286 1. Me alegra acogeros durante vuestro simposio sobre las raíces del antijudaísmo. Saludo, en particular, al señor cardenal Roger Etchegaray, presidente del Comité central para el gran jubileo del año 2000, que preside vuestros trabajos. Os doy las gracias a todos por haber dedicado estas jornadas a un estudio teológico de gran importancia.

Vuestro coloquio se inserta en la preparación para el gran jubileo, con motivo del cual he invitado a los hijos de la Iglesia a hacer el balance del milenio que está a punto de concluir, y especialmente de nuestro siglo, con el espíritu de un necesario «examen de conciencia », en el umbral de lo que debe ser un tiempo de conversión y reconciliación (cf. Tertio millennio adveniente
TMA 27-35).

El objeto de vuestro simposio es la interpretación teológica correcta de las relaciones de la Iglesia de Cristo con el pueblo judío, de las cuales la declaración conciliar Nostra aetate puso las bases, y sobre las cuales, en el ejercicio de mi magisterio, yo mismo he intervenido en varias ocasiones. En efecto, en el mundo cristiano —no digo de parte de la Iglesia en cuanto tal— algunas interpretaciones erróneas e injustas del Nuevo Testamento con respecto al pueblo judío y a su supuesta culpabilidad han circulado durante demasiado tiempo, dando lugar a sentimientos de hostilidad en relación con ese pueblo. Han contribuido a adormecer muchas conciencias, de modo que, cuando estalló en Europa la ola de persecuciones inspiradas por un antisemitismo pagano que, en su esencia, era también un anticristianismo, junto a esos cristianos que hicieron todo lo posible por salvar a los perseguidos, incluso poniendo en peligro su vida, la resistencia espiritual de muchos no fue la que la humanidad tenía derecho a esperar de los discípulos de Cristo. Vuestra lúcida mirada sobre el pasado, con vistas a una purificación de la memoria, es particularmente oportuna para mostrar claramente que el antisemitismo no tiene ninguna justificación y es absolutamente condenable.

Vuestros trabajos completan la reflexión realizada sobre todo por la Comisión para las relaciones religiosas con el judaísmo, traducida, entre otras cosas, en las Orientaciones del 1 de diciembre de 1974 y en las Notas para una correcta presentación de judíos y judaísmo en la predicación y en la catequesis de la Iglesia católica, del 24 de junio de 1985. Aprecio el hecho de que se quiera dirigir con gran rigor científico la investigación de índole teológica realizada por vuestro simposio, con la convicción de que servir a la verdad es servir a Cristo mismo y a su Iglesia.

2. El apóstol Pablo, al final de los capítulos de la carta a los Romanos (9-11) en los que brinda luces decisivas sobre el destino de Israel según el plan de Dios, eleva un canto de adoración: «¡Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios!» (Rm 11,33). En el alma ardiente de Pablo, este himno es un eco del principio que acababa de enunciar y que constituye el tema central de toda la carta: «Pues Dios encerró a todos los hombres en la rebeldía para usar con todos ellos de misericordia» (Rm 11,32). La historia de la salvación, incluso cuando sus peripecias nos parecen desconcertantes, está guiada por la misericordia de Aquel que vino para salvar lo que estaba perdido. Sólo una actitud de adoración ante las insondables profundidades de la Providencia amorosa de Dios permite vislumbrar algo de lo que es un misterio de fe.

3. En el origen de este pequeño pueblo, situado entre grandes imperios de religión pagana que lo eclipsan con el esplendor de su cultura, se encuentra una elección divina. Este pueblo es convocado y guiado por Dios, creador del cielo y la tierra. Por consiguiente, su existencia no es meramente un hecho natural o cultural, en el sentido de que, por la cultura, el hombre desarrolla los recursos de su propia naturaleza. Más bien, se trata de un hecho sobrenatural. Este pueblo persevera a pesar de todo, porque es el pueblo de la alianza y porque, no obstante las infidelidades de los hombres, el Señor es fiel a su alianza. Ignorar este dato fundamental significa comprometerse por el camino de un marcionismo contra el cual la Iglesia había reaccionado inmediatamente con energía, consciente de su vínculo vital con el Antiguo Testamento, sin el cual el Nuevo pierde su sentido. Las Escrituras son inseparables del pueblo y de su historia, que lleva a Cristo, Mesías prometido y esperado, Hijo de Dios hecho hombre. La Iglesia no cesa de confesarlo cuando repite diariamente, en su liturgia, los salmos y los cánticos de Zacarías, de la Virgen María y de Simeón (cf. Sal Ps 132,17 Lc 1,46-55 Lc 1,68-79 Lc 2,29-32).

Por eso, los que consideran el hecho de que Jesús fue judío y que su ambiente fue el mundo judío como un simple hecho cultural contingente, que hubiera sido posible sustituir con otra tradición religiosa de la que la persona del Señor podría ser separada, sin perder su identidad, no sólo ignoran el sentido de la historia de la salvación, sino que también, de modo más radical, ponen en tela de juicio la verdad misma de la Encarnación y hacen imposible una concepción auténtica de la inculturación.

4. Teniendo en cuenta lo que hemos dicho hasta ahora, podemos sacar algunas conclusiones que orienten la actitud del cristiano y el trabajo del teólogo. La Iglesia condena firmemente todas las formas de genocidio, así como las teorías racistas que las han inspirado y que han pretendido justificarlas. A este respecto, se podría recordar la encíclica de Pío XI Mit brennender Sorge (1937) y la de Pío XII Summi pontificatus (1939); esta última recordaba la ley de la solidaridad humana y de la caridad hacia todo hombre, independientemente del pueblo al que pertenezca. Por consiguiente, el racismo es una negación de la identidad más profunda del ser humano, que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. A la malicia moral de cualquier genocidio se añade, con la shoah, la malicia de un odio que pone en tela de juicio el plan salvífico de Dios sobre la historia. La Iglesia sabe que ella también es directamente blanco de ese odio.

La enseñanza de san Pablo en la carta a los Romanos nos indica cuáles sentimientos fraternos, arraigados en la fe, debemos albergar hacia los hijos de Israel (cf. Rm Rm 9,4-5). El Apóstol lo subraya: «en atención a sus padres» son amados por Dios, cuyos dones y cuya llamada son irrevocables (cf. Rm Rm 11,28-29).

5. Os manifiesto mi gratitud por los trabajos que realizáis sobre un tema de gran importancia y que me interesa mucho. Así contribuís a la profundización del diálogo entre católicos y judíos, y nos alegramos de que ese diálogo se haya renovado de forma positiva en el curso de los últimos decenios.

Os expreso mis mejores deseos a vosotros y a vuestros seres queridos, y os imparto de corazón la bendición apostólica.





287                                                                                   Noviembre de 1997




A LOS PARTICIPANTES EN LA SEGUNDA SESIÓN PÚBLICA


DE LAS ACADEMIAS PONTIFICIAS


Lunes 3 de noviembre de 1997



Señores cardenales;
excelentísimos embajadores;
ilustres miembros de las Academias pontificias;
amables señoras y señores:

1. Me alegra particularmente encontrarme con vosotros, con ocasión de la segunda sesión pública de las Academias pontificias. Agradezco al señor cardenal Paul Poupard, presidente del Consejo de coordinación de las Academias pontificias, que en nombre de todos vosotros ha querido explicar los objetivos, las metas y las finalidades que os proponéis con miras al gran jubileo del año 2000. Saludo a los señores cardenales, a los venerados hermanos en el episcopado, a los excelentísimos embajadores ante la Santa Sede, a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, así como a todos los miembros de las diferentes Academias pontificias.

Nos encontramos hace un año por primera vez en este mismo lugar para celebrar la reforma de las Academias pontificias y para dar nuevo impulso a las instituciones culturales de la Santa Sede. De este modo, se dio reconocimiento público a la labor científica y artística que realizan vuestras Academias pontificias al servicio de la nueva evangelización en los diversos campos de la cultura y del arte, de la teología y de la acción apostólica.

2. Vuestro plan de trabajo académico, a pesar de la variedad de disciplinas que autorizadamente representáis, quiere concretarse en una peculiar «contribución al humanismo cristiano en el umbral del tercer milenio». A la vez que manifiesto mi aprecio por este programa tan interesante y siempre actual, os exhorto a proseguir con valentía por ese camino, para que vuestra contribución a una comprensión más exacta, amplia y profunda del humanismo cristiano sirva a la causa de la persona humana y al reconocimiento de su valor específico y de su dignidad inalienable.

En la variedad de las culturas actuales se manifiesta cada vez más el desafío que la Iglesia está llamada a afrontar, pues tiene el deber preciso de «escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda responder a los perennes interrogantes de los hombres sobre el sentido de la vida presente y futura y sobre la relación mutua entre ambas» (Gaudium et spes GS 4).

Los cristianos deben ser capaces de proponer la verdad sobre el hombre, revelada por Jesucristo, «camino, verdad y vida» (Jn 14,6) y «primogénito entre muchos hermanos» (Rm 8,29), porque sólo en él puede resplandecer con plenitud la dignidad del ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn Gn 1,26).

288 3. Agradezco al representante de la Academia romana pontificia de Santo Tomás de Aquino y de religión católica y al de la Academia teológica romana sus sabias reflexiones sobre las líneas maestras del humanismo cristiano, inspiradas en el pensamiento del Aquinate. A la eminente doctrina del doctor Angélico es posible referirse oportunamente para definir el humanismo auténtico, capaz de reconocer y dar expresión conveniente a todas las dimensiones de la persona humana.

En el actual contexto cultural, frecuentemente marcado por incertidumbres y dudas que mortifican los valores espirituales fundamentales, el humanismo cristiano —perenne en su sustancia, pero siempre nuevo en su enfoque y en su presentación— brinda una respuesta válida a la sed de valores y de vida realmente humana, que siente el alma de toda persona interesada por su propio destino.

4. La actividad de los académicos pontificios está en íntima relación con la misión del Sucesor de Pedro. Mientras confirmo vuestra generosa tarea, espero que, gracias a los estudios, a las publicaciones y a las obras artísticas que realizáis y promovéis, los hombres de todas las culturas descubran el auténtico humanismo, verdadero espejo en el que se revelan el rostro de Dios y el rostro del hombre.

Asimismo, espero que, gracias a vuestro ejemplo y a la seriedad de vuestros trabajos académicos, se dé un nuevo impulso a la investigación filosófica y teológica, y a la enseñanza de estas disciplinas, de forma que la razón humana, iluminada por la Revelación divina, pueda descubrir caminos nuevos para expresar en el lenguaje de las diversas culturas «las inescrutables riquezas de Cristo » (
Ep 3,8).

Muchos contemporáneos, especialmente jóvenes, están desilusionados, porque algunas promesas, incluso seductoras, que han marcado la segunda mitad del siglo XX, a menudo han resultado meras utopías, incapaces de librar al hombre de su angustia existencial. No son pocos los que tienen hoy la sensación de avanzar por un callejón sin salida. A los cristianos, y en particular a vosotros, miembros de las Academias pontificias, corresponde la tarea de difundir el conocimiento del humanismo cristiano, principalmente cuando la verdad sobre el hombre es alterada o negada por concepciones que no respetan su dignidad específica.

Con la humildad de los discípulos y la fortaleza de los testigos, vosotros, ilustres académicos, tenéis la exaltante misión de profundizar en el patrimonio filosófico, teológico y cultural de la Iglesia, para hacer partícipes de él a los que buscan una respuesta satisfactoria.

5. Y ahora, acogiendo la indicación del Consejo de coordinación, me complace entregar el premio de las Academias pontificias al Instituto pontificio Regina mundi, que lleva a cabo en Roma actividades universitarias para la formación filosófica, teológica, espiritual y pastoral de las religiosas procedentes de todo el mundo. Ese Instituto pontificio ha presentado los trabajos de tres religiosas: Eufrasie Beya Malumbi, congoleña, que ha sabido traducir con lenguaje moderno y con categorías culturales de su país de origen algunos aspectos significativos de la teología de la salvación en santo Tomás de Aquino; Cecilia Phan Thi Tien, vietnamita, que ha estudiado la eficacia evangelizadora del canto, con particular referencia a la música de su tierra; y Marie Monique Rungruang- Kanokkul, tailandesa, que ha realizado un estudio teológico-pastoral sobre la preparación para el sacramento de la Eucaristía de los hijos de matrimonios mixtos en su región.

Con la entrega del premio deseo expresar también mi aprecio a la reverenda directora, madre Fernanda Barbiero, y a los profesores del instituto Regina mundi por la labor que llevan a cabo en favor de la promoción del humanismo cristiano en las múltiples culturas a las que€pertenecen las€religiosas estudiantes.

Encomiendo a todos los presentes y su misión a María santísima, Sede de la sabiduría, y de corazón os imparto a vosotros, a vuestras familias y a todos vuestros seres queridos, una bendición apostólica especial.






A UNA PEREGRINACIÓN DE LA DIÓCESIS DE KALISZ, POLONIA


Jueves 6 de noviembre de 1997



Amadísimos hermanos y hermanas:

289 1. Os doy una cordial bienvenida, queridos peregrinos de la diócesis de Kalisz, que habéis venido a las tumbas de los Apóstoles para dar gracias a Dios, junto con el Papa, por el bien inmenso que todos hemos experimentado durante los días de mi última peregrinación a Polonia. Saludo de modo particular al obispo ordinario, y le agradezco las palabras que me ha dirigido. Quiero saludar, además, al obispo auxiliar de la diócesis. Dirijo también un cordial saludo a los representantes de las autoridades de la ciudad de Kalisz, de Ostrów y de la provincia. Con estos sentimientos, deseo abrazar a toda la comunidad de la Iglesia de Kalisz: a los presbíteros, a las personas consagradas y a todos los fieles.

Está siempre vivo en mí el recuerdo de aquel día en que pude visitar vuestra tierra y, especialmente, la ciudad de Kalisz, que, como he dicho muchas veces, es la ciudad más antigua de Polonia. Os agradezco una vez más la invitación que me hicisteis, la calurosa acogida y el encuentro con el pueblo de Dios de la comunidad de Kalisz. Gracias a vuestra fe y a vuestra oración pudimos vivir un tiempo de particular unidad de toda la Iglesia universal en torno a Cristo en el misterio de la Eucaristía. La gran statio orbis del Congreso eucarístico internacional que celebramos en Wroclaw ha continuado, efectivamente, en las etapas sucesivas de la peregrinación. Con la ayuda de Dios, profundizamos las diferentes dimensiones de la vida diaria, cuya fuerza religiosa encuentra en la Eucaristía su fuente y su cumbre (cf. Presbyterorum ordinis
PO 5). En efecto, la Eucaristía es el corazón palpitante de la Iglesia y de toda la vida cristiana como —según las palabras de san Agustín— «sacramento de la misericordia, signo de unidad y vínculo de caridad».

En ese itinerario no podía faltar una etapa dedicada a la familia. ¿Y cuál es el lugar más adecuado para detenerse a considerar la realidad de la familia, sino Kalisz, cuyo patrono particular es san José, padre de la Sagrada Familia, representado en la imagen milagrosa? A su protección encomendamos la familia en Polonia, que, como en todo el mundo, debe afrontar los diversos peligros de la civilización contemporánea. Nuestra oración, podemos decir familiar, al fiel esposo de María y custodio solícito del Hijo de Dios, fue una gran gracia para toda la Iglesia. En efecto, si la familia es el elemento esencial de la comunidad de los discípulos de Cristo, una oración centrada en la familia enriquece al mismo tiempo a toda la Iglesia. La Iglesia siempre tiene necesidad de la intercesión de san José. Su protección es una defensa eficaz contra los peligros que se presentan y, más aún, un gran apoyo para realizar las tareas de la nueva evangelización.Hoy, en el período de preparación directa al gran jubileo del año 2000, cuando la tarea de la evangelización adquiere una actualidad particular, exhorto a todos a encomendar con perseverancia esta obra a la intercesión de san José.

2. La incesante oración y la mirada fija en el modelo altísimo de santidad del pobre carpintero de Nazaret, a quien el Evangelio llama hombre justo (cf. Mt Mt 1,19), pueden ser para nosotros fuente de profunda espiritualidad. «El sacrificio total, que José hizo de toda su existencia a las exigencias de la venida del Mesías a su propia casa, encuentra una razón adecuada "en su insondable vida interior, de la que le llegan mandatos y consuelos singularísimos, y de donde surge para él la lógica y la fuerza —propia de las almas sencillas y limpias— para las grandes decisiones, como la de poner enseguida a disposición de los designios divinos su libertad, su legítima vocación humana, su fidelidad conyugal, aceptando de la familia su condición propia, su responsabilidad y peso, y renunciando, por un amor virginal incomparable, al natural amor conyugal que la constituye y alimenta". Esta sumisión a Dios, que es disponibilidad de ánimo para dedicarse a las cosas que se refieren a su servicio, no es otra cosa que el ejercicio de la devoción, la cual constituye una de las expresiones de la virtud de la religión» (Redemptoris Custos, 26).

En el mundo de hoy, lleno de contradicciones y tensiones, el creyente se encuentra todos los días frente a la necesidad de optar. Así pues, pregunta a su propia conciencia qué es justo, qué debe aceptar y qué debe rechazar. Se trata de la pregunta sobre el designio divino que puede escrutar sólo quien está dotado de una profunda vida interior. Y después, se necesita mucha ponderación y fuerza, un gran amor a Dios y al hombre, para aceptar el peso de la responsabilidad que brota de la respuesta a dicha pregunta. También es necesaria la disponibilidad de la voluntad para dedicarse al servicio de Dios. San José nos enseña todo esto. Imitando su ejemplo, quien se entrega a Dios, sostenido por la fuerza del Espíritu Santo, es capaz de transformar el mundo, de modo que se convierta en una morada cada vez más digna de Cristo. En el umbral del tercer milenio es necesario este testimonio de entrega. Lo necesita el hombre, a menudo extraviado entre falsas promesas de fácil felicidad. Hay necesidad de esta entrega en la vida familiar, social, política y cultural, para que todos los hombres puedan reencontrar en el Hijo de Dios la fuente de la verdadera esperanza.

3. Que san José, a quien veneráis en el santuario de Kalisz, llegue a ser para cada uno de vosotros maestro y guía espiritual. Ojalá impetre para todos las gracias de esta disponibilidad a cumplir la voluntad de Dios, que fue la razón de su particular elección.

Os agradezco una vez más el haber venido. Os invito a llevar mi saludo a vuestros seres queridos en la patria, a quienes no han podido venir aquí, especialmente a los enfermos. San José os acompañe a todos e interceda por la joven Iglesia local de Kalisz, en el umbral del nuevo milenio. Os bendigo de corazón.






A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE BÉLGICA


EN VISITA «AD LIMINA»


Viernes 7 de noviembre de 1997



Señor cardenal;
queridos hermanos en el episcopado:

1. Con gran alegría os acojo en la casa del Sucesor de Pedro a vosotros, que habéis recibido la misión de guiar al pueblo de Dios que está en Bélgica. Vuestra presencia me recuerda mi viaje a vuestro país, en junio de 1995, con ocasión de la beatificación de un compatriota vuestro, el padre Damián de Veuster, figura espiritual de relieve y testigo ejemplar de la caridad para con los enfermos. Agradezco al cardenal Godfried Danneels, presidente de vuestra Conferencia episcopal, las afectuosas palabras que me ha dirigido, y deseo expresarle mi felicitación por su fiesta. Habéis venido a Roma para realizar vuestra visita a las tumbas de los Apóstoles, a fin de encontrar luz y apoyo en vuestra misión episcopal «de edificación del Cuerpo de Cristo» (Ep 4,12), en comunión con la Iglesia universal, y recobrar valor para guiar, consolar y reforzar la esperanza de vuestros colaboradores, los sacerdotes y los diáconos, así como la de todo el pueblo de Dios.

290 2. En vuestros informes quinquenales me habéis hecho partícipe de las diversas iniciativas promovidas por vuestras diócesis con vistas al gran jubileo, nuevo Adviento para la Iglesia; me alegran la acogida que han tenido entre vuestros diocesanos y el dinamismo que suscitan en el seno de las comunidades cristianas. Es un signo palpable del deseo espiritual de los fieles, de su sed de descubrir de modo renovado el misterio trinitario, para vivirlo y testimoniarlo en su vida diaria.

En vísperas del segundo año de preparación para el gran jubileo, pido al Espíritu Santo que os ilumine y sostenga en el ministerio que debéis desempeñar. Como pastores, debéis apoyar a los sacerdotes en su misión, estando cerca de ellos, animándolos y sosteniéndolos, para que sigan anunciando el Evangelio en sus tareas propias y dando incansablemente ejemplo de una vida de oración auténtica y de una existencia conforme a su compromiso.

Respetando a las personas y con la debida discreción, os corresponde a vosotros corregir, a través de advertencias insistentes, y rectificar situaciones morales equivocadas, para que nadie sea objeto de escándalo para sus hermanos y nadie se pierda, como subrayé en una carta del 11 de junio de 1993 dirigida a los obispos de Estados Unidos, que trataba problemas sociales parecidos a los vuestros (cf. L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 2 de julio de 1993, p. 4;
1Co 10,32 2Co 6,3 Código de derecho canónico, c. CIC 1044, § CIC 2 y c. CIC 1 CIC 395).

3. Os felicito por los grandes esfuerzos realizados en vuestras diócesis para intensificar la catequesis de los niños y los jóvenes, que consideráis una prioridad pastoral. El comportamiento de numerosos jóvenes durante la reciente Jornada mundial de la juventud puede ofreceros la ocasión de intensificar esta pastoral, sobre todo mediante una formación espiritual y religiosa más profunda. En efecto, esta última es uno de los ámbitos fundamentales y una piedra angular de la misión evangelizadora de la Iglesia, como ha subrayado el reciente Directorio general de la catequesis, realizado por la Congregación para el clero. Este documento es un instrumento valioso y una guía que recuerda oportunamente que Cristo y su mensaje están en el centro de cualquier enseñanza de fe. El ministerio de la catequesis debe, pues, ocupar un lugar importante en la misión de toda la comunidad cristiana. Bajo la responsabilidad del obispo, requiere la participación de los padres, los sacerdotes, las personas consagradas y los fieles que, aceptando ser catequistas, recibirán una formación adecuada.

Aprecio también la atención que prestáis a la formación teológica y moral de los laicos, a través de las publicaciones y los diversos cursos organizados en vuestras diócesis. Acompañáis esta formación con una iniciación en la oración y en la liturgia, para que el descubrimiento de Cristo no sea sólo de orden cognoscitivo, sino que implique también la voluntad y los sentimientos, hasta transformar la vida diaria. En vuestra reciente declaración Au souffle de l’Esprit vers l’An 2000, habéis recordado oportunamente a los fieles que la esperanza es un don del Espíritu, que se funda en la fidelidad a Dios, que debemos pedir incesantemente. A través de la vida sacramental y la participación en la comunidad eclesial los cristianos reciben abundantes frutos. La profundización del misterio cristiano y una vida espiritual auténtica permiten encontrar el impulso para cooperar activamente en la misión de evangelización de la Iglesia y, de modo particular, en el desarrollo de la sociedad civil. A la luz del Evangelio y de la doctrina social de la Iglesia, los laicos están llamados a contribuir al bien común mediante un compromiso de orden temporal, con el conjunto de sus compatriotas, promoviendo los principios fundamentales relacionados con el fin de la creación y la forma de vivir del mundo, así como los valores morales (cf. Apostolicam actuositatem AA 7).

Os aliento de modo particular a impulsar la pastoral de la juventud, nombrando a sacerdotes capaces de acompañar a los jóvenes con la delicadeza debida a seres humanos que están formando su propia personalidad. Esto es importante para que los jóvenes puedan descubrir a Cristo y afrontar con serenidad los problemas relacionados con la sociedad moderna. Me alegra el renovado compromiso de los catequistas, los padres, los profesores de religión y los demás docentes, que se encargan de la educación religiosa en las escuelas y parroquias. También es motivo de alegría la vitalidad manifestada por los diversos movimientos que proponen a los jóvenes actividades que les permiten descubrir y vivir los valores cristianos y un camino espiritual.

4. Me habéis expresado vuestros temores a causa de la disminución cada vez mayor del número de sacerdotes y de las arduas tareas que deben realizar actualmente, a veces hasta el límite de sus fuerzas y en edad muy avanzada. Conociendo las difíciles condiciones en que viven, los felicito por su dedicación, su perseverancia y su fidelidad, y los invito a no perder la esperanza y a encontrar en la oración personal y litúrgica y, sobre todo en la celebración de la Eucaristía, la fuerza para vivir en conformidad con Cristo, del que son icono vivo, para ser servidores del Evangelio y mostrar a los hombres que una vida entregada a Dios en el celibato es fuente de alegría profunda y de equilibrio interior. Seguid interesándoos por la calidad de su vida material, ayudándoles a conservar una justa armonía entre la vida espiritual, la vida pastoral, el tiempo libre y las relaciones de amistad.

Por otra parte, es importante favorecer todo lo que puede fortalecer la unidad y el sentido fraterno en el seno del «presbiterio, que está acordado con el obispo, como las cuerdas con la guitarra » (san Ignacio de Antioquía, Carta a los ). Los sacerdotes están unidos a sus hermanos «por los lazos de amor, oración y todo tipo de colaboración» (Presbyterorum ordinis PO 8). Por tanto, las relaciones deben basarse en la amistad y la atención recíproca; los más jóvenes deben pedir que se les sostenga al comienzo de su ministerio y en sus primeras responsabilidades, y los más ancianos deben aportar toda su experiencia. A todo esto contribuirán los momentos de retiro espiritual y los tiempos de formación teológica, propuestos al conjunto del clero, para que su enseñanza se afiance y pueda responder de modo más preciso a los interrogantes de nuestros contemporáneos. Transmitid a los sacerdotes y a los diáconos mi afectuoso apoyo y la seguridad de mi oración, en particular a los enfermos y a los que experimentan dificultades en su ministerio. Transmitid mis saludos más cordiales a los miembros de los institutos de vida consagrada que, a pesar de la escasez de vocaciones, prosiguen su misión a costa de grandes esfuerzos, por amor a Cristo y a la Iglesia. Espero que encuentren los medios para reunir sus fuerzas y transmitir su espiritualidad a los laicos que trabajan con ellos, como ya están haciendo.

5. Habéis decidido mantener en cada diócesis un seminario mayor, institución esencial y central que contribuye a la visibilidad de la Iglesia y a su dinamismo apostólico. Es una opción valiente, que muestra la gran atención que dedicáis a la formación de los futuros sacerdotes y la preocupación por un buen discernimiento. Gracias a esta cercanía, los jóvenes refuerzan su relación de confianza y obediencia filial con su obispo y toman conciencia de las realidades diocesanas que deberán vivir después. Por lo que atañe a la formación, es oportuno ante todo verificar la recta intención de los candidatos al sacerdocio y su grado de madurez, y ayudarles a estructurar su personalidad (cf. Pastores dabo vobis PDV 62). A este propósito, sería perjudicial que los mismos jóvenes eligieran su lugar de formación, en función de criterios relacionados con su subjetividad, su sensibilidad y su historia. Eso podría limitar el discernimiento y debilitar la dimensión de servicio que exige el ministerio sacerdotal. Aprecio la atención que prestáis a la enseñanza filosófica y teológica, así como al progreso espiritual de los futuros sacerdotes, eligiendo a profesores y directores particularmente preparados para este delicado ministerio.

La presencia de un seminario ofrece también a todos los fieles la ocasión de estar cerca y sostener con su oración fraterna a quienes serán sus pastores. Todos los cristianos y, en particular los padres, deben comprometerse a suscitar vocaciones en sus familias y a acompañar a los jóvenes que se sienten llamados a seguir a Cristo en la vida sacerdotal y religiosa. Con este espíritu, me alegro por el nuevo impulso que habéis querido dar a los diversos Servicios de vocaciones.

6. La situación presente os lleva a reorganizar y reestructurar las parroquias, teniendo en cuenta las posibilidades que se os presentan y las necesidades pastorales. La parroquia no es una simple asociación; es un signo de la visibilidad de la Iglesia y un hogar en el que se expresa la comunión entre todos los miembros de la comunidad. Es la unidad fundamental, que tiene el deber de asegurar las grandes funciones de la misión eclesial y que, precisamente por eso, debe disponer de fuerzas vivas. Así pues, es importante que esta reorganización tenga en cuenta el número de fieles, la posibilidad de asegurar los diversos servicios pastorales indispensables y el entramado humano, que encuentra parte de su vitalidad en las asambleas dominicales y en las actividades parroquiales.

291 7. En vuestros informes manifestáis vuestras preocupaciones y las de una parte importante de los belgas frente a la evolución de la sociedad. Subrayáis el aumento de los fenómenos de pobreza, que están relacionados con la coyuntura económica y el incremento del desempleo, y que producen un aumento de la delincuencia en todas sus formas y llevan a perder la esperanza en el futuro. Constatáis también la erosión de los valores morales en los que se fundan la vida personal recta y las relaciones entre vuestros compatriotas, la necesaria solidaridad en el seno de la comunidad nacional y la gestión de la res publica. La Iglesia debe prestar atención a todos los hombres, especialmente a los marginados. Por tanto, exhorto a los cristianos a ponerse cada vez más al servicio de sus hermanos y a estar atentos a la necesidad de una justa asistencia a cada persona, mediante un compromiso en todos los ámbitos de la vida social, con un mayor sentido de honradez, que deben tener todos los llamados a participar en la gestión del bien común. Este tipo de conducta contribuirá a reforzar la confianza de vuestros compatriotas en las instituciones nacionales.

La Iglesia también debe recordar incansablemente que hay que proteger a todas las personas, y especialmente a los niños que, por ser débiles e indefensos, a menudo son víctimas de adultos perversos que hieren gravemente y durante mucho tiempo a los jóvenes, para dar rienda suelta a sus pasiones. En este momento pienso, en particular, en las familias que se han visto afectadas recientemente por comportamientos criminales, cuyas víctimas han sido sus hijos. Aseguradles que el Papa está cerca de ellas con la oración, y que aprecia el gran valor que han mostrado en el dolor, invitando a sus compatriotas a un profundo impulso moral y al perdón.

8. El futuro de la sociedad plantea a todos nuestros contemporáneos un gran desafío ético; por eso, es oportuno realizar una reflexión moral renovada, que proporcione a todas las personas elementos para discernir, para juzgar la bondad moral de un acto y para adoptar actitudes correctas. En este sentido, aprecio las declaraciones fuertes y valerosas de los obispos, que han llamado la atención de los fieles y de todo el pueblo belga sobre la necesidad de respetar la dignidad intrínseca de todo ser humano, desde su concepción hasta su muerte natural. En cada país, la Iglesia tiene el deber de hacer oír la voz de los más débiles y enseñar en todo momento, a tiempo y a destiempo, los valores morales que ninguna ley puede ignorar impunemente. Además, aunque la Iglesia no se confunde de ningún modo con la comunidad política, a la que respeta, debe recordar a cuantos prestan un servicio legítimo al pueblo y a todos nuestros contemporáneos lo que fundamenta el obrar personal y comunitario, y lo que, por el contrario, hiere gravemente al hombre y a la humanidad. En efecto, «el ejercicio de la autoridad ha de manifestar una justa jerarquía de valores con el fin de facilitar el ejercicio de la libertad y de la responsabilidad de todos » (Catecismo de la Iglesia católica
CEC 2 CEC 236).

9. Al término de nuestro encuentro, queridos hermanos en el episcopado, os pido que transmitáis mi saludo afectuoso a los sacerdotes, a los diáconos, a los religiosos, a las religiosas y a los laicos de vuestras comunidades. Aseguradles mi oración para que, en medio de las dificultades presentes, no pierdan la esperanza, y para que en todos el Espíritu inspire gestos intrépidos y proféticos, que sean para sus hermanos un signo evidente de la salvación que nos trajo Cristo y de la conversión que él realiza en los corazones. Encomendándoos a la intercesión de los santos de vuestra tierra, os imparto de corazón mi bendición apostólica a vosotros y a los miembros del pueblo de Dios confiado a vuestra solicitud pastoral.






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