Discursos 1997 291


A UN GRUPO DE PERIODISTAS BELGAS


Viernes 7 de noviembre de 1997



Señor presidente;
señoras y señores:

Con gran placer os acojo hoy a vosotros, que componéis la delegación de la Asociación de periodistas católicos y de la Unión de periódicos católicos de Bélgica. Representáis también a los lectores de la prensa católica belga. Agradezco a vuestro presidente, señor Philippe Vandevoorde, sus cordiales palabras.

En este año, en que celebráis el centenario de vuestra asociación, doy gracias con vosotros por el trabajo que han realizado los periodistas católicos de vuestro país. A veces poniendo en peligro su vida, se han esforzado y siguen esforzándose por informar a sus lectores, para dar a cada uno la posibilidad de valorar las situaciones y sacar las consecuencias para su comportamiento personal. También es preciso reconocer que los periodistas católicos saben habitualmente trascender los aspectos más espectaculares de ciertas situaciones, para respetar la verdad y promover la dignidad de las personas, en particular de los ni os, muchas veces heridos en su ser espiritual y corporal. En efecto, el periodista cristiano sabe que tiene un deber de educación de las conciencias; su lectura de los acontecimientos le brinda la ocasión de dar a conocer los valores evangélicos y morales fundamentales y recordar que no todos los comportamientos individuales y sociales son equivalentes.

Queridos periodistas católicos, tenéis la misión de ayudar a nuestros contemporáneos a descubrir la vida de la Iglesia y del mundo. Así, construís puentes entre los hombres y entre las comunidades cristianas, pues conviene que todos puedan acceder a los acontecimientos y las situaciones en que se realiza la promoción de las personas y los pueblos; del mismo modo, conviene que nuestros contemporáneos sean solidarios con sus hermanos los pobres, afectados por catástrofes naturales o conflictos.

Al venir a visitar al Sucesor de Pedro, manifestáis vuestra adhesión a la Iglesia y a su misión espiritual y caritativa. Colaborando con el Consejo pontificio «Cor unum» y la fundación Populorum progressio, sostenéis algunos proyectos de desarrollo profesional y social en América Latina y en el Caribe. Aprecio los donativos que dais junto con vuestros compatriotas, y os agradezco vivamente vuestro gesto. La comunión y la ayuda forman parte de la vida cristiana; en efecto, los discípulos de Cristo no pueden apartar su mirada del rostro de los pobres, a quienes Dios ama con solicitud. Como decía san Juan Crisóstomo, «la limosna es la reina de las virtudes» (De Davide, n. 4). Nos enseña a desapegarnos de las realidades de este mundo; abre nuestro corazón a nuestros hermanos, para hacer que llegue una era de justicia y paz, y nos acerca al Señor, pues es «don valioso (...) para cuantos la practican en presencia del Altísimo» (Tb 4,11).

292 Encomendándoos a la intercesión de san Francisco de Sales, patrono de los periodistas, y de los santos de Bélgica, os imparto de todo corazón mi bendición apostólica a vosotros, así como a vuestras familias, a los colaboradores de vuestros periódicos y a vuestros lectores.






A LOS PARTICIPANTES EN LA XII CONFERENCIA INTERNACIONAL DE PASTORAL SANITARIA


Sábado 8 de noviembre de 1997



Venerados hermanos en el episcopado y el sacerdocio;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra dar una cordial bienvenida a cada uno de vosotros, que tomáis parte en la XII Conferencia internacional organizada por el Consejo pontificio para la pastoral de los agentes sanitarios sobre el tema «Iglesia y salud en el mundo. Expectativas y esperanzas en el umbral del a o 2000». Deseo manifestar mi particular gratitud a monseñor Javier Lozano Barragán por el esfuerzo realizado para organizar este simposio y por las amables palabras que me ha dirigido en nombre de los presentes. Saludo y doy las gracias, además, a todos sus colaboradores.

Durante estas intensas jornadas de estudio y confrontación, las diversas relaciones han subrayado que los problemas de la salud son muy complejos y requieren intervenciones coordinadas y armonizadas para implicar eficazmente no sólo a los agentes sanitarios, llamados a ofrecer una respuesta terapéutica y asistencial cada vez más «competente », sino también a cuantos trabajan en el campo de la educación, en el mundo del trabajo, en la defensa del ambiente, en el ámbito de la economía y de la política.

«Salvaguardar, recuperar y mejorar el estado de salud significa servir a la vida en su totalidad», afirma la Carta de los agentes sanitarios, redactada por vuestro Consejo pontificio. En esta perspectiva, se delinea la alta dignidad de la actividad médico-sanitaria, que se configura como colaboración con el Dios que en la Escritura se presenta como «Señor que ama la vida» (Sg 11,26). La Iglesia os aprueba y anima en el trabajo que afrontáis con generosa disponibilidad al servicio de la vida vulnerable, débil y enferma, dejando a veces vuestra patria y llegando incluso a arriesgar la vida en el cumplimiento de vuestro deber.

2. Son muchos los signos de esperanza presentes en esta última etapa del siglo. Basta recordar «los progresos realizados por la ciencia, por la técnica y sobre todo por la medicina al servicio de la vida humana, un sentido más vivo de responsabilidad en relación con el ambiente, los esfuerzos por restablecer la paz y la justicia allí donde hayan sido violadas, la voluntad de reconciliación y de solidaridad entre los diversos pueblos...» (Tertio millennio adveniente TMA 46).

La Iglesia se alegra por estos importantes objetivos, que han hecho aumentar las esperanzas de vida en el mundo. Sin embargo, no puede callarse ante los 800 millones de personas obligadas a sobrevivir en condiciones de miseria, desnutrición, hambre y salud precaria. Demasiadas personas, sobre todo en los países pobres, sufren enfermedades que pueden prevenirse y curarse. Frente a estas graves situaciones, las organizaciones mundiales están realizando un notable esfuerzo por promover un desarrollo sanitario fundado en la equidad. Están convencidas de que «la lucha contra la desigualdad es, al mismo tiempo, un imperativo ético y una necesidad práctica, y de ella dependerá la realización de una salud para todos en el mundo entero » (Organización mundial de la salud, Projet de document de consultation pour l’actualisation de la strategie mondiale de la santé pour tous, 1996, p. 8). Mientras expreso mi vivo aprecio por esta benemérita acción en favor de nuestros hermanos más pobres, deseo dirigir una urgente invitación a vigilar para que los recursos humanos, económicos y tecnológicos se distribuyan cada vez más equitativamente en las diversas partes del mundo.

Exhorto, además, a los organismos internacionales competentes a que se comprometan eficazmente en la predisposición de garantías jurídicas adecuadas, para que también se promueva en su totalidad la salud de cuantos no tienen voz, y para que el mundo sanitario, no se deje arrastrar por las dinámicas del provecho, se impregne en cambio de la lógica de la solidaridad y de la caridad. Como preparación al jubileo del año 2000, año de gracia del Señor, la Iglesia reafirma que las riquezas tienen que considerarse un bien común de toda la humanidad (cf. Tertio millennio adveniente TMA 13), que hay que utilizar para promover, sin ninguna discriminación de personas, una vida más sana y digna.

3. La salud es un bien precioso, aún hoy acechado por el pecado de muchos y puesto en peligro por comportamientos carentes de referencias éticas apropiadas. El cristiano sabe que la muerte ha entrado en el mundo con el pecado (cf. Rm Rm 5,12) y que la vulnerabilidad ha marcado, ya desde los comienzos, la historia humana. Sin embargo, la enfermedad y el dolor, que acompañan el camino de la vida, a menudo se convierten en ocasiones de solidaridad fraterna e invocación conmovedora a Dios para que asegure su consoladora presencia de amor.

293 «Llevando a efecto la redención mediante el sufrimiento, Cristo ha elevado juntamente el sufrimiento humano a nivel de redención. Consiguientemente, todo hombre, en su sufrimiento, puede hacerse también partícipe del sufrimiento redentor de Cristo» (Salvifici doloris, 19). El dolor vivido en la fe lleva al enfermo a descubrir, como Job, el auténtico rostro de Dios: «Yo te conocía sólo de oídas, mas ahora te han visto mis ojos» (Jb 42,5). No sólo: a través de su testimonio paciente, el enfermo puede ayudar a las personas mismas que lo asisten a descubrirse como imágenes de Jesús, que pasó haciendo el bien y sanando.

A este respecto, quisiera subrayar, como recuerda la Carta de los agentes sanitarios, que la actividad médico-sanitaria es, al mismo tiempo, «ministerio terapéutico » y «servicio a la vida». Sentíos colaboradores de Dios, que en Jesús se manifestó como «médico de las almas y de los cuerpos», de modo que lleguéis a ser anunciadores concretos del evangelio de la vida.

4. Jesucristo, único Salvador del mundo, es la Palabra definitiva de salvación. El amor del Padre, que él nos dio, sana las heridas más profundas del corazón del hombre y colma sus inquietudes. Para los creyentes comprometidos en el ámbito sanitario el ejemplo de Jesús constituye la motivación y el modelo del compromiso diario al servicio de cuantos están heridos en el cuerpo y en el espíritu, a fin de ayudarles a recuperar su salud y curarse, en espera de la salvación definitiva.

Contemplando el misterio trinitario, el agente sanitario, con sus opciones respetuosas del estatuto ontológico de la persona, creada a imagen de Dios, de su dignidad y de las reglas inscritas en la creación, sigue narrando la historia de amor de Dios a la humanidad. De igual modo, el estudioso creyente, obedeciendo en su investigación al proyecto divino, permite que la creación exprese gradualmente todas las potencialidades con las que Dios la ha enriquecido. Los estudios, las investigaciones y las técnicas aplicadas a la vida y a la salud deben ser, efectivamente, factores de crecimiento de toda la humanidad, en la solidaridad y el respeto a la dignidad de toda persona humana, sobre todo de la débil e indefensa (cf. Evangelium vitae EV 81). De ningún modo pueden transformarse en expresión del deseo de la criatura de sustituir al Creador.

5. El cuidado de la salud del cuerpo no puede prescindir de la relación constitutiva y vivificante con la interioridad. Por tanto, es preciso cultivar una mirada contemplativa que «no se rinda desconfiada ante quien está enfermo, sufriendo, marginado o a las puertas de la muerte; sino que se deje interpelar por todas estas situaciones para buscar un sentido y, precisamente en estas circunstancias, encuentre en el rostro de cada persona una llamada a la mutua consideración, al diálogo y a la solidaridad» (ib., 83). En la historia de la Iglesia, la contemplación de la presencia de Dios en criaturas humanas débiles y enfermas ha suscitado siempre personas y obras que han expresado con inventiva emprendedora los infinitos recursos de la caridad, como ha testimoniado en nuestro tiempo la madre Teresa de Calcuta. Ella se hizo buen samaritano de toda persona que sufría y era despreciada y, como dije con ocasión de su despedida de este mundo, «nos deja el testimonio de la contemplación que se hace amor y del amor que se hace contemplación» (Ángelus del 7 de septiembre de 1997: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de septiembre de 1997, p. 1).

6. La Virgen María, Madre de la salud e icono de la salvación, que en la fe se abrió a la plenitud del amor, es el ejemplo más alto de contemplación y acogida de la vida. La Iglesia, que «por la predicación y el bautismo, engendra para una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios» (Lumen gentium LG 64), la mira como modelo y madre. A ella, Salus infirmorum, los enfermos se dirigen para recibir ayuda, acudiendo a sus santuarios.

Que María, seno acogedor de la vida, haga que estéis atentos para captar en los interrogantes de tantos enfermos y personas que sufren la necesidad de solidaridad y la «petición de ayuda para seguir esperando, cuando todas las esperanzas humanas se desvanecen» (Evangelium vitae EV 67). Que esté cerca de vosotros para hacer de cada gesto terapéutico un «signo» del Reino.

Con estos sentimientos, os imparto a vosotros, a vuestros colaboradores y a los enfermos a quienes cuidáis amorosamente, una especial bendición apostólica





DISCURSO DEL CARDENAL ANGELO SODANO,


EN NOMBRE DEL PAPA JUAN PABLO II,


A LA XXIX CONFERENCIA MUNDIAL DE LA FAO


Sábado 8 de noviembre de 1997


Señor presidente señor director general;
ilustres delegados y observadores;
294 señoras y señores:

Deseo en primer lugar agradecerle, señor presidente, el haberme dado la palabra ante esta distinguida asamblea, que ve reunidos a los representantes de todos los países del mundo, expresión de una universalidad concreta y de una efectiva adhesión a los ideales que animan a la FAO desde su institución.

A usted, señor director general, manifiesto mi sentida gratitud por la acogida dispensada y, sobre todo, por haber permitido este encuentro en el momento de la solemne apertura de la 29ª sesión de la Conferencia de la FAO.

Las palabras que ha pronunciado antes, para presentar a la Conferencia las líneas de acción de la Organización en el próximo bienio son una garantía de continuidad en una obra meritoria y una fuerte llamada a las obligaciones y responsabilidades de cada uno.

1. El saludo del Papa

Mi presencia aquí está en continuidad con el tradicional encuentro que, desde 1951, año de la llegada de la FAO a Roma, cada Conferencia tiene con el Sucesor de Pedro. Este año, particulares circunstancias no permiten al Papa renovar personalmente el encuentro y apoyar con su palabra y su aliento los esfuerzos que se están haciendo. El Santo Padre me ha encargado, pues, que haga llenar su saludo, a ustedes y renovarles su estima.

En nombre del Sumo Pontífice quisiera, además, ofrecerles algunos puntos de reflexión, a la luz del Magisterio de la Iglesia.

2. El compromiso de la FAO

No hay duda de que con la creación de la FAO la Comunidad internacional pone de relieve el deber de llevar a cabo una acción con vistas a alcanzar el importante objetivo de liberar a tantos seres humanos de la desnutrición y de la amenaza de sufrimiento a causa del hambre.

Al mismo tiempo, incluso la acción emprendida recientemente por la Organización ha evidenciado una importante evolución, no sólo conceptual, hacia la cultura de las relaciones internacionales. Ésta ha sido olvidada muy a menudo para dar paso a un pragmatismo carente de un sólido fundamento ético-moral.

En las Conclusiones de la Cumbre mundial sobre la alimentación se subraya efectivamente que el hambre y la desnutrición son fenómenos no solamente naturales o incluso un mal endémico de algunas áreas determinadas. En realidad son el resultado de una más compleja condición de subdesarrollo, pobreza y degradación. El hambre forma, pues, parte de una situación estructural -económica, social, cultural- extremamente negativa para la plena realización de la dignidad humana.

295 Esta perspectiva está, por lo demás, sintetizada en el Preámbulo de la Constitución de la FAO, que proclama el compromiso de cada país de aumentar el propio nivel de nutrición, mejorar las condiciones de la actividad agrícola y de las poblaciones rurales, a fin de incrementar la producción y poner en marcha una eficaz distribución de los alimentos en todo el planeta.

3. El derecho a la nutrición

Entre los primeros derechos fundamentales del hombre está justamente el derecho a la nutrición, que no sólo es parte integrante del derecho a la vida propio de cada ser humano, sino que, me atrevería a decir, es una condición esencial para el mismo.

¿Cómo es posible olvidar esta realidad en el momento en que la Comunidad internacional se dispone a dar el debido relieve a la Declaración universal de los derechos del hombre en el cincuentena de su proclamación? Además, los compromisos asumidos recientemente en las conclusiones de la Cumbre sobre la alimentación han señalado justamente en el derecho a la seguridad alimentaria de los pueblos, grupos y naciones, la dimensión comunitaria de este derecho fundamental.

Así pues, el objetivo de la FAO tiene un carácter primario que hoy es absolutamente necesario alcanzar. En efecto, es un hecho evidente que el subdesarrollo, la pobreza y, en consecuencia, el hambre, minando en su raíz la convivencia ordinaria de los pueblos y naciones, pueden convertirse en causas de tensión y, por consiguiente, amenazar la paz y la seguridad internacional. Ante nuestros ojos se dan tristes situaciones en las cuales se muere de hambre porque se olvida la paz y no se garantiza la seguridad; o bien situaciones en las que por saciar el hambre los hombres llegan a enfrentarse hasta olvidar la propia humanidad.

Incluso el pan de cada día para todo hombre sobre la tierra, aquel «Fiat panis» que la FAO ha puesto en su lema, es instrumento de paz y garantía de seguridad. Este es el objetivo a alcanzar y compete a los trabajos de esta Conferencia indicar los caminos a recorrer.

4. Exigencia de solidaridad

De la documentación preparada para vuestros trabajos emerge un elemento significativo al cual me parece necesario dirigir la atención: la realidad mundial debe modificarse si se quiere garantizar una actividad agrícola equilibrada y, por tanto, una lucha eficaz contra el hambre. La situación actual, bajo el aspecto económico-social, nos hace conscientes a todos de cómo el hambre y la desnutrición de millones de seres humanos son el fruto de inicuos mecanismos de la estructura económica, de criterios desiguales para la distribución de los recursos y de la producción, de políticas llevadas a cabo mirando exclusivamente la salvaguardia de intereses partidistas o de formas diversas de proteccionismo limitadas a áreas concretas.

Es una realidad que, si se examina con categorías de orden moral, pone de relieve una inclinación a ciertas tendencias como el utilitarismo o, aún más radicalmente, el egoísmo y, en consecuencia, la negación de hecho del principio de solidaridad.

La solidaridad es, pues, una opción de vida que se lleva a cabo en la plena libertad de quien da y de quien recibe. Pero se trata de una libertad auténtica, es decir, capaz de realizarse espontáneamente porque está dispuesta a descubrir las necesidades, a manifestar la escasez y a mostrar formas concretas de compartir.

Practicar concretamente la solidaridad en las relaciones internacionales requiere superar los estrechos límites derivados de una insuficiente afirmación del principio de reciprocidad, que pretende a toda costa considerar al mismo nivel los países que, en cambio, son desiguales por un diferente grado de desarrollo humano, social y económico.

296 5. Hay comida para todos

Es necesario comprender las razones de un cuadro tan complejo para modificar después la actitud de cada uno de nosotros, especialmente la interior. Si queremos que el mundo esté libre del hambre y de la desnutrición debemos interrogarnos sobre nuestras convicciones más profundas, sobre qué es lo que inspira nuestra acción, sobre cómo nuestro talento se pone al servicio del presente y del futuro de la familia humana.

Muchas son las paradojas que hay debajo de las causas del hambre, empezando por la «de la abundancia» (cf. Juan Pablo II, Discurso a la Conferencia internacional sobre la nutrición, 5 de diciembre de 1992). Creo interpretar aquí los sentimientos de cuantos se acercan a vuestra documentación, en la cual sigue suscitando admiración el hecho de que actualmente la tierra con sus frutos está en condiciones de alimentar a los habitantes del planeta. Aunque en algunas regiones haya niveles oscilantes de producción y, por consiguiente, los parámetros de seguridad alimentaria causan preocupación, a nivel global se produce lo suficiente. Entonces, ¿por qué frente a una potencial disponibilidad son tantos los que sufren hambre?

Las causas que ustedes bien conocen, aunque diversificadas, reflejan en su raíz una cultura del hombre carente de razones éticas y de fundamento moral, lo cual repercute en el planteamiento de las relaciones internacionales y en los valores que deberían orientarlas.

En el reciente Mensaje para la Jornada mundial de la alimentación, el 16 de octubre pasado, Juan Pablo II ha querido subrayar la prioridad de construir las relaciones entre los pueblos sobre la base de un continuo «intercambio de dones». Este planteamiento refleja una concepción que pone a la persona como fundamento y fin de toda actividad, la superioridad del dar sobre el tener, una disponibilidad para la ayuda o para políticas de asistencia, un compartir la realidad de cada «prójimo» nuestro: persona, comunidad, nación. Son los diversos elementos que pueden inspirar una verdadera y efectiva «cultura del dar» que prepare a cada país a compartir las necesidades de los otros (cf. Juan Pablo II, Discurso con ocasión del 50° aniversario de la FAO, 23 de octubre de 1995).

6. Salvaguardia de los recursos

Para una lucha eficaz contra el hambre no basta, pues, pretender un correcto planteamiento de los mecanismos de mercado o alcanzar niveles de producción cada vez más altos y funcionales. Es preciso ciertamente dar al trabajo agrícola el lugar que le corresponde, valorizando cada vez más los recursos humanos que son los protagonistas de esta actividad, pero es preciso también recuperar el verdadero sentido de la persona humana, su papel central como fundamento y objetivo prioritario de toda acción.

En esta perspectiva un ejemplo concreto se encuentra en la agenda de trabajo de esta Conferencia, por su atención a la cuestión ambiental entendida como salvaguardia del «ambiente humano». Una acción que ve a la FAO comprometida en reducir los daños al ecosistema agrícola, preservándolo de fenómenos como la desertización y la erosión, o de arma actividad humana imprudente. Así como permitiendo un uso más racional y reducido de sustancias fuertemente tóxicas por medio de específicos «Códigos de conducta», que son instrumentos eficaces aceptados en las políticas de los Estados miembros.

El desafío futuro en este delicado sector está en los compromisos asumidos a nivel internacional en defensa del ambiente natural, que ponen de relieve el papel central de la FAO en la realización de muchos de los programas del «Action 21» de Río de Janeiro y en la conservación de las diversas especies biológicas.

Este último aspecto exige un esfuerzo ulterior, para asumir el necesario planteamiento de orden ético y conceptual al afirmar que la disponibilidad común del patrimonio genético natural es una cuestión de justicia internacional.

La disponibilidad de los diversos recursos biológicos es de la humanidad, por pertenecer a su patrimonio común, como la FAO puso de relieve ya en 1983 adoptando el específico «International Undertaking on Plant Genetic Resources».

297 Practicar una justicia efectiva en las relaciones entre los pueblos significa ser conscientes del destino universal de los bienes y que el criterio con el cual se ha de orientar la vida económica y la internacional es una comunión de los bienes mismos.

7. Colaboración de la Iglesia

La Iglesia católica está cercana a ustedes en este esfuerzo. Lo atestigua también la atención y el compromiso con los cuales la Santa Sede, por su parte, sigue desde 1947 - han pasado ya cincuenta años- la acción de la FAO, la primera entre las Organizaciones intergubernamentales del Sistema de las Naciones Unidas con la que estableció relaciones formales.

La Iglesia, al llevar a cabo su propia misión de difundir la buena nueva a todas las gentes, no deja de recordar la invitación de Cristo a pedir al Padre que está en los cielos el «pan de cada día». Por esto se siente cercana a la realidad de los últimos, de los olvidados; conoce también la vida de los que trabajan la tierra con fatiga y esfuerzo, y está dispuesta a sostener las iniciativas de cuantos trabajan para procurar a todos los hombres el pan cotidiano. Éstos colaboran en una acción que en el mensaje cristiano es la primera de las obras de misericordia, porque la medida del obrar cristiano es corresponder diligentemente al «tuve hambre» (
Mt 25,42).

Este es un principio que parece acompañar toda la acción de la FAO, con un esfuerzo justamente realista y al mismo tiempo serenamente optimista. Como demuestra vuestra presencia y vuestro compromiso, la FAO no parece desanimarse viendo los numerosos obstáculos en su camino ni detenerse ante las dificultades objetivas, sino que prefiere afrontarlas.

La Iglesia, fiel a su mensaje, resalta ampliamente este espíritu positivo, de servicio desinteresado, de desafío razonable, sostenido por la confianza en la posibilidad de resolver uno de los grandes problemas de la familia humana.

Que Dios Omnipotente y rico de misericordia haga descender la gracia de su bendición sobre ustedes y sus trabajos. Este es el augurio que me ha encargado traer personalmente Su Santidad Juan Pablo II.






A LOS FIELES QUE PARTICIPARON EN LA CEREMONIA


DE BEATIFICACIÓN


Lunes 10 de noviembre de 1997



Venerados hermanos en el episcopado y el sacerdocio;
amadísimos hermanos y hermanas en el Señor:

1. El himno de alegría y acción de gracias a Dios por la solemne liturgia de beatificación de ayer se renueva en este encuentro, en el que queremos detenernos, una vez más, a meditar en los ejemplos y las enseñanzas de los tres nuevos beatos. Os saludo con afecto a todos vosotros que, con vuestra presencia, les rendís homenaje. Extiendo mi saludo a vuestras familias, a vuestras comunidades y a las naciones de las que procedéis. Os llegue a todos mi cordial saludo. Estos nuevos beatos son para nosotros faros luminosos de esperanza que, en la comunión de los santos, iluminan nuestro camino diario en la tierra.

298 2. «La cruz fortalece al débil y hace humilde al fuerte». El lema elegido por el obispo y mártir húngaro Vilmos Apor constituye una síntesis admirable de su itinerario espiritual y de su ministerio pastoral. Fortalecido con la verdad del Evangelio y del amor a Cristo, alzó con valentía su voz para defender siempre a los más débiles de la violencia y los abusos.

Durante los años difíciles de la segunda guerra mundial se prodigó incansablemente en aliviar la pobreza y los sufrimientos de su gente. El amor concreto por la grey que se le había confiado lo llevó a poner también el palacio episcopal a disposición de los evacuados a causa de la guerra, defendiendo a los más expuestos a los peligros, incluso con riesgo de su propia vida. Su martirio, que ocurrió el Viernes santo de 1945, fue el digno coronamiento de una existencia caracterizada totalmente por su íntima participación en la cruz de Cristo. Que su testimonio evangélico sea para vosotros, amadísimos hermanos y hermanas de Hungría, un estímulo constante a una entrega cada vez mayor al servicio de Cristo y de vuestros hermanos.

3. El beato Juan Bautista Scalabrini resplandece hoy como ejemplo de pastor de corazón sensible y abierto. A través de su admirable obra en favor del pueblo de Dios, monseñor Scalabrini se propuso aliviar las heridas materiales y espirituales de sus numerosos hermanos obligados a vivir lejos de su patria. Los sostuvo en la defensa de los derechos fundamentales de la persona humana y quiso ayudarles a vivir los compromisos de su fe cristiana. Como auténtico «padre de los emigrantes», trabajó para sensibilizar a las comunidades con vistas a una acogida respetuosa, abierta y solidaria. En efecto, estaba convencido de que, con su presencia, los emigrantes son un signo visible de la catolicidad de la familia de Dios y pueden contribuir a crear las premisas indispensables para el auténtico encuentro entre los pueblos, que es fruto del Espíritu de Pentecostés.

Deseo de corazón que su ejemplo sirva de constante aliento para todos vosotros, queridos peregrinos, que habéis venido a fin de rendirle homenaje. Os saludo con gran cordialidad. Os saludo en particular a vosotros, peregrinos de la diócesis de Piacenza-Bobbio, presentes con vuestro pastor, mons. Luciano Monari, y con los se ores cardenales Ersilio Tonini y Luigi Poggi, originarios de vuestra tierra. El servicio apostólico que durante largos a os prestó el nuevo beato en vuestra diócesis siga inspirando vuestro actual empeño de vida cristiana, para que el Evangelio ilumine siempre los pasos de todos los creyentes.

Un recuerdo especial para los Misioneros y las Misioneras de San Carlos, religiosos y laicos pertenecientes a la familia espiritual fundada por el nuevo beato. Ellos, con su presencia en la Iglesia y su apostolado entre los emigrantes, prosiguen la obra de su padre y maestro para el bien de sus numerosos hermanos emigrantes y refugiados en las diversas partes del mundo.

4. Saludo ahora cordialmente al numeroso grupo de fieles procedentes de la diócesis de Como, quienes junto con su obispo, monseñor Alessandro Maggiolini, se alegran hoy por la beatificación de su paisano, monseñor Scalabrini. Amadísimos hermanos, vuestra presencia me renueva el recuerdo de la visita pastoral que tuve la alegría de realizar a vuestra comunidad diocesana el a o pasado. Durante los días transcurridos en tierra comasca pude constatar que en la ciudad de Como, en la zona del lago y en la Valtelina, existe aún una sólida tradición de valores religiosos y de santidad. Pienso, en particular, en los primeros mártires Carpóforo y compañeros, en los primeros obispos Félix y Abundio, en el Papa Inocencio XI, en el beato cardenal Andrea Carlo Ferrari, en el beato Luigi Guanella, en la beata Chiara Bosatta, sin olvidar por último al venerable Nicol Rusca. A este ejército de testigos generosos de Cristo se une hoy este nuevo beato, que fue rector del seminario comasco de San Abundio y prior de la parroquia de San Bartolomé.

Que vuestra rica tradición cristiana prosiga enriqueciéndose cada vez más con nuevos fieles servidores de Cristo. Para ello, dejaos formar por el Espíritu Santo, al que la Iglesia le dedica especial atención durante 1998, segundo a o de preparación inmediata al gran jubileo del a o 2000. Vuestras comunidades parroquiales y de zona podrán actuar así, con coherente fervor apostólico, el compromiso de la evangelización. Que os sostengan los santos patrones de vuestra diócesis y, en especial, la Virgen, a quien veneráis particularmente en la catedral y en los santuarios del Soccorso, Gallivaggio y Tirano.

5. Con gusto acojo hoy a los peregrinos mexicanos que, acompañados por sus obispos, han venido hasta Roma desde Guadalajara, cuna de la obra de la nueva beata María Vicenta de Santa Dorotea Chávez Orozco, y desde otras diócesis de ese querido país para compartir juntos el rico patrimonio espiritual de esta intrépida mujer, nacida en tierras mexicanas y llamada a dar gloria a la Iglesia universal.

«Caritas Christi urget nos» (
2Co 5,14). La caridad de Cristo nos urge. Este fue siempre el lema y el distintivo de la madre Vicentita. Su gran amor a Cristo crucificado la impulsó a dar lo mejor de sí a los que sufren, viviendo una auténtica opción preferencial por los enfermos, los ancianos y los pobres. Exigente consigo misma y extremadamente dulce con los demás, supo encarnar el rostro materno y evangelizador de la Iglesia entre las camas de los hospitales, enseñando a los enfermos que en el sufrimiento se esconde una fuerza especial que acerca interiormente el hombre a Cristo y que se convierte en fuente de paz y de alegría espiritual (cf. Salvifici doloris, 26).

Queridos hermanos y hermanas, el testimonio extraordinario de esta alma consagrada por completo a Dios uno y trino es una invitación a todos, y de modo especial a las Siervas de la Santísima Trinidad y de los Pobres, a vivir con abnegación y sencillez la propia vocación cristiana, haciendo presente en el mundo el espíritu de las bienaventuranzas.

¡Que la nueva beata interceda por los trabajos de la próxima Asamblea para América del Sínodo de los obispos! ¡Y que su ejemplo santo anime el gran reto de la nueva evangelización a la que está convocada toda la Iglesia ante el tercer milenio cristiano!

299 6. Amadísimos hermanos y hermanas, al volver a vuestras comunidades de procedencia, llevad el recuerdo de estas singulares jornadas pasadas en Roma. Siguiendo las huellas de los nuevos beatos, esté vivo en cada uno de vosotros el deseo de responder cada vez más generosamente a la gracia del Señor y a la vocación universal a la santidad. Invoco para ello la protección celestial de la Virgen y de los beatos Vilmos Apor, Juan Bautista Scalabrini y María Vicenta de Santa Dorotea Chávez Orozco, y os imparto de corazón a vosotros, a vuestras familias, a vuestras comunidades y a vuestros seres queridos, una especial bendición apostólica.






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