Discursos 1997 299


A UN GRUPO DE OBISPOS DE DIFERENTES CONFESIONES CRISTIANAS, AMIGOS DEL MOVIMIENTO DE LOS FOCOLARES


Jueves 13 de noviembre de 1997



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado;
amadísimos hermanos y hermanas en Cristo:

1. Os acojo con alegría al término del Congreso ecuménico que habéis celebrado durante estos días en el centro Mariápolis de Castelgandolfo. Os saludo afectuosamente a todos y os agradezco cordialmente esta visita.

Agradezco, en particular, al cardenal Miloslav Vlk las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos y la interesante descripción que ha querido hacerme de vuestros trabajos y del impulso evangélico y ecuménico que los ha animado. Me alegra saludar a los obispos y a los responsables de Iglesias y otras comuniones cristianas procedentes de diversas partes del mundo, a la vez que dirijo un saludo cordial a Chiara Lubich y a los demás representantes del movimiento de los Focolares.

2. En el centro de vuestro encuentro de este año, como ha subrayado el cardenal arzobispo de Praga, habéis puesto la profundización de la espiritualidad del movimiento de los Focolares como espiritualidad ecuménica, a fin de vivir a fondo la eclesiología de comunión como exigencia indispensable para un itinerario cada vez más convencido y concorde hacia la unidad plena. A este propósito, os han ayudado en particular los singulares testimonios sobre el reciente desarrollo de vuestro movimiento por lo que respecta al diálogo ecuménico e interreligioso.

Estos encuentros anuales, que ofrecen a los obispos y a los responsables de diversas Iglesias y comuniones cristianas, amigos del movimiento de los Focolares, la oportunidad de pasar juntos algunos días de provechoso trabajo común, a pesar de su carácter informal y privado, contribuyen ciertamente a profundizar los ideales y la espiritualidad evangélica en que se basa el camino de los cristianos hacia la unidad plena querida por Cristo.

La oración común y las celebraciones de la Palabra, el intercambio de testimonios de Evangelio vivido y la comunión fraterna no sólo representan un innegable enriquecimiento recíproco; también contribuyen a acrecentar y difundir una intensa unión espiritual en la caridad y la verdad, que alimenta la esperanza de la superación completa, con la ayuda de la gracia de Dios, de las barreras que, lamentablemente, aún dividen a los cristianos.

3. Como acaba de recordar oportunamente el cardenal Miloslav Vlk, vuestro encuentro quiere dar una contribución significativa a la gran causa ecuménica en el momento histórico y eclesial que estamos viviendo, ya en el umbral del tercer milenio cristiano. Con ocasión del consistorio extraordinario que convoqué en 1994 para la preparación del gran jubileo del año 2000, quise subrayar el anhelo de unidad que se manifiesta de modo cada vez más vivo e intenso en todos los discípulos de Cristo. Lo mismo reafirmé después en la carta apostólica Orientale lumen: «No podemos presentarnos ante Cristo, Señor de la historia tan divididos como, por desgracia, nos hemos hallado durante el segundo milenio. Esas divisiones deben dar paso al acercamiento y a la concordia; hay que cicatrizar las heridas en el camino de la unidad de los cristianos» (n. 4).

300 Durante estos días os habéis preocupado por contribuir a infundir renovada valentía y esperanza en el camino ecuménico, a fin de que se realice plenamente el deseo, manifestado por Cristo en la última cena, de que todos sean uno, para que el mundo crea (cf. Jn Jn 17,21). Con esta esperanza, que la proximidad de la histórica cita del jubileo hace aún más viva, os renuevo a cada uno de vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, mi cordial saludo, invocando sobre todos la abundancia de los dones del Espíritu Santo y de las bendiciones divinas.






AL SEGUNDO GRUPO DE OBISPOS ESPAÑOLES


EN VISITA «AD LIMINA»


Sábado 15 de noviembre de 1997



Queridos hermanos en el episcopado:

1. Es para mí motivo de gozo recibiros hoy, arzobispos y obispos de las Provincias eclesiásticas de Valladolid, Toledo, Mérida-Badajoz, Madrid y del arzobispado castrense, que habéis venido a Roma para renovar vuestra fe ante la tumba de los Apóstoles. Esta es la primera vez que la archidiócesis de Mérida- Badajoz, erigida en el último quinquenio, efectúa la visita «ad limina», con la que todos los obispos reafirman su vínculo de comunión con el Sucesor de Pedro.

Agradezco de corazón a mons. José Delicado Baeza, arzobispo de Valladolid, el saludo que me ha dirigido en nombre de todos y, a cada uno de vosotros, la oportunidad que me ha proporcionado, en las entrevistas particulares, de conocer el sentir de las gentes a quienes servís como pastores, participando así en el anhelo de que vuestra grey crezca «en todo hasta aquel que es la cabeza, Cristo » (Ep 4,15).

Con el fin de alentar vuestra solicitud pastoral, deseo ahora compartir con vosotros algunas reflexiones sugeridas por la situación concreta en que ejercéis el ministerio de dar a conocer y «anunciar el misterio de Cristo» (Col 4,3).

2. Constato con satisfacción el esfuerzo que estáis realizando, tanto de manera conjunta como en las diversas diócesis, por forjar una comunidad eclesial llena de vitalidad y evangelizadora, que viva una profunda experiencia cristiana alimentada por la Palabra de Dios, la oración y los sacramentos, coherente con los valores evangélicos en su existencia personal, familiar y social, y que sepa manifestar su fe en el mundo, frente a la tentación de relegar a la sola esfera privada la dimensión trascendente, ética y religiosa del ser humano.

A ello habéis dedicado varios documentos de la Conferencia episcopal y, especialmente, los «Planes de acción pastoral», que en los últimos a os se han sucedido con regularidad y rigor de método. Vuestra preocupación sigue centrada en el impacto que las profundas y rápidas transformaciones sociales, económicas y políticas han tenido en la concepción global de la vida y, particularmente, en el mundo de los valores éticos y religiosos. Aunque la tarea es ciertamente ingente, pues abarca prácticamente todos los sectores de la vida eclesial, os invito a proseguir en vuestro propósito de fomentar, con fidelidad creativa al Evangelio, un estilo de vida cristiana a la altura de vuestra rica herencia y acorde con las exigencias de los nuevos tiempos. En los momentos de dificultad o incertidumbre, recordad la exclamación de Pedro: «Señor ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68). Sólo la adhesión inquebrantable a Cristo permitirá mantener firme la esperanza en él, «único Salvador del mundo» (Tertio millennio adveniente TMA 40) y anunciarlo con gozo en los umbrales del tercer milenio.

3. En la misión de llevar el Evangelio a los hombres de hoy, contáis con el respaldo de una antiquísima y muy arraigada tradición cristiana. Vuestra tierra ha sido fecunda en modelos de santidad y destacadas figuras del saber teológico, en misioneros audaces y numerosas formas de vida consagrada y de movimientos apostólicos, así como en expresivas manifestaciones de piedad, todo lo cual jalona de gloria vuestra historia.

Contáis también con las muestras de arte que constituyen un espléndido patrimonio religioso y cultural. Me complace comprobar, pues, que la Iglesia en España valora este legado histórico que, con razón, muchos admiran, y que demuestra de manera palpable cómo la fe en Cristo ennoblece al hombre, inspirando su ingenio y llevándole a plasmar el reflejo de la inagotable belleza de Dios en obras de incomparable valor artístico.

A este respecto, es importante que los bienes culturales y artísticos de las Iglesias, especialmente los lugares y objetos sagrados, no permanezcan únicamente como reliquias del pasado que se contemplan pasivamente. Se ha de recordar y mantener en lo posible su especificidad original, para no mermar su mismo valor cultural. Se trata de templos erigidos como lugar de oración y celebraciones religiosas; de escritos y melodías compuestas para alabar al Señor y acompañar al pueblo de Dios en su peregrinar; de imágenes de los modelos de santidad propuestos a los creyentes, que representan los misterios de la salvación para que ellos puedan alimentar su fe y su esperanza.

301 La Iglesia tiene también en este rico patrimonio un precioso instrumento para la catequesis y la evangelización. Hoy, como ayer, es una propuesta válida para toda persona que busca sinceramente a Dios o que desea reencontrarse con él. Por eso no es suficiente conservar y proteger estos bienes, sino que «es necesario (...) introducirlos en los circuitos vitales de la acción cultural y pastoral de la Iglesia» (Discurso a la Comisión para los bienes culturales, 12 de octubre de 1995). A este propósito es de señalar la gran acogida que ha tenido el ciclo de exposiciones realizadas en los últimos a os con el título de «Las edades del hombre», lo cual ha contribuido sin duda a que el mencionado patrimonio haya favorecido la evangelización de las generaciones actuales.

4. Vuestro patrimonio comprende también las numerosas formas de piedad popular, tan arraigadas especialmente en los pueblos y aldeas españolas. Ante el racionalismo imperante en ciertos momentos de nuestra historia reciente, esta piedad popular refleja una «sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer» (Pablo VI, enc. Evangelii nuntiandi
EN 48) y ha sabido mostrar que Dios habla llanamente al corazón del ser humano, el cual tiene derecho a manifestarle la debida veneración de la manera que le es más congenial.

Así lo ha entendido el concilio Vaticano II al recomendar «los ejercicios piadosos del pueblo cristiano, siempre que sean conformes a las leyes y normas de la Iglesia» (Sacrosanctum Concilium SC 13). Es cierto que en algunos casos las costumbres pueden transmitir elementos ajenos a una auténtica expresión religiosa cristiana. Pero la Iglesia, fijándose más en las disposiciones profundas del alma que en el formalismo ritual, manifiesta comprensión y paciencia, según aquella advertencia de san Agustín: «una cosa es lo que nosotros enseñamos, y otra lo que podemos admitir » (cf. Contra Faustum, 20, 21). Por eso «examina con benevolencia y, si puede, conserva íntegro lo que en las costumbres de los pueblos no está indisolublemente vinculado a supersticiones y errores» (Sacrosanctum Concilium SC 37).

Os animo, pues, a que, con afecto paterno y prudencia pastoral, mantengáis y promováis aquellas formas de piedad en que se hace concreta y entrañable la adoración a la Eucaristía, la devoción a la Virgen María o la veneración debida a los santos, evitando deformaciones espurias y exageraciones impropias mediante una adecuada catequesis y, sobre todo, integrando la devoción con la participación activa en los sacramentos y en la celebración litúrgica, cuyo centro es el misterio Pascual de Cristo.

5. Quisiera llamar la atención también sobre un aspecto que afecta a muchas de vuestras diócesis, y que ciertamente habréis tenido ocasión de comprobar en las visitas pastorales a las villas y aldeas, en las que sólo quedan los padres o abuelos de quienes marcharon a la ciudad. En efecto, en poco tiempo se ha pasado de una sociedad predominantemente campesina y rural a las grandes concentraciones urbanas.

Esta situación reclama, ante todo, un esfuerzo especial para que cuantos ya se sienten relegados en la nueva sociedad puedan experimentar, con más intensidad si cabe, la cercanía de la Iglesia y el amor de Dios que jamás olvida a ninguno de sus hijos. En muchos casos será preciso prestar una ayuda especial a los sacerdotes que, a pesar de las dificultades, permanecen en las peque as parroquias rurales, compartiendo la suerte de sus feligreses y sembrando entre ellos la esperanza cristiana. Y allí donde una presencia estable no sea posible, los planes de pastoral deben asegurar la necesaria atención religiosa y una digna celebración de los sacramentos. Se ha de poder decir con Jesús: «he velado por ellos y ninguno se ha perdido» (Jn 17,12).

Además, muchos de estos pueblos, ahora empobrecidos, poseen en realidad una gran riqueza espiritual, plasmada en el arte, en las costumbres y, sobre todo, en la recia fe de sus habitantes. En modo alguno puede considerarse inútil su existencia, que permite a quienes vuelven, siquiera temporalmente, reencontrarse con la fe de los mayores y las manifestaciones religiosas que tal vez a oran todavía.

6. En vuestra misión de llevar el Evangelio a los hombres de hoy no estáis solos. Colabora estrechamente con vosotros cada uno de los sacerdotes que, en la celebración eucarística y en la de los otros sacramentos, están unidos a su obispo y «así lo hacen presente, en cierto sentido, en cada una de las comunidades de los fieles» (Presbyterorum ordinis PO 5).

Es motivo de particular satisfacción el número notable de seminaristas en varias de vuestras diócesis y el sensible incremento registrado en algunas de ellas. Es un signo de vitalidad cristiana y de esperanza en el futuro, especialmente en diócesis de reciente creación.

Otra gran riqueza de las Iglesias que presidís son las numerosas comunidades religiosas, tanto de vida contemplativa como activa. Cada una de ellas es un don para la diócesis, que contribuye a edificar aportando la experiencia del Espíritu propia de su carisma y la actividad evangelizadora característica de su misión. Precisamente por ser un don inestimable para toda la Iglesia, se encomienda al obispo «sustentar y prestar ayuda a las personas consagradas, a fin de que, en comunión con la Iglesia y fieles a la inspiración fundacional, se abran a las perspectivas espirituales y pastorales en armonía con las exigencias de nuestro tiempo» (Vita consecrata VC 49). En este importante cometido, el diálogo respetuoso y fraterno será el camino privilegiado para aunar esfuerzos y asegurar la indispensable coherencia de la actividad pastoral en cada diócesis bajo la guía de su pastor.

7. A todo esto no puede faltar la decisiva contribución de los laicos, a los cuales se debe alentar a que cumplan plenamente su misión específica, animándoles a participar asiduamente en la liturgia y a colaborar en la catequesis, o bien a asumir un compromiso responsable en los movimientos y en las diferentes asociaciones eclesiales, siempre en perfecta comunión con el propio obispo.

302 En efecto, para que el Evangelio ilumine la vida de los hombres es necesario el testimonio de vida de los creyentes, coherente con la fe profesada, así como la preparación suficiente para llevar un «alma cristiana» al mundo de la educación o del trabajo, de la cultura o de la información, de la economía o de la política. Ello requiere una sólida formación, que comprende ante todo una firme espiritualidad, basada en la consagración bautismal, y un conocimiento doctrinal sistemático y bien fundado, que permita "dar razón de la esperanza" que hay en ellos, frente al mundo y sus graves y complejos problemas» (Christifideles laici CL 60).

Una sólida formación se podrá alcanzar sólo por medio de una acción catequética renovada y creativa, incisiva y constante, tanto entre los jóvenes como en los adultos. En esto los pastores tienen un deber primordial por estar llamados a ejercer con esmero su función de enseñar como «maestros auténticos (...) al pueblo que tienen confiado la fe que hay que creer y que hay que llevar a la práctica» (Lumen gentium LG 25). A este propósito os será de gran ayuda el Catecismo de la Iglesia católica, cuyo valor quiero reafirmar recordando que es el «instrumento más idóneo para la nueva evangelización» (Discurso a los presidentes de las comisiones nacionales para la catequesis, 29 de abril de 1993, n. 4). Su riqueza dogmática, litúrgica, moral y espiritual debe llegar a todos, especialmente a los ni os y jóvenes, a través de catecismos diversificados para el uso parroquial, familiar, escolar o para la formación en el seno de diversos movimientos o asociaciones de fieles. No os faltan, queridos hermanos, ni a vosotros ni a vuestros sacerdotes, ilustres ejemplos de predicadores que, preparándose con la oración y el estudio asiduo, han sido capaces con su palabra de mover el corazón de las gentes, manteniéndoles en la pureza de la fe y guiándoles en su compromiso cristiano.

8. Al terminar este encuentro, os ruego encarecidamente que seáis portadores de mi cordial saludo a vuestros diocesanos: sacerdotes, comunidades religiosas y fieles laicos. Tengo especialmente presentes a las comunidades eclesiales de Extremadura que en estos días pasados han sufrido la dura prueba de calamidades naturales con tantas víctimas y cuantiosos da os. Hacedles partícipes de la experiencia que habéis vivido en estos días y animadles a vivir con alegría la fe en Cristo nuestro Salvador.

Encomiendo vuestros anhelos y proyectos pastorales a la maternal intercesión de la Virgen María, a la que con tanto fervor se invoca en esas queridas tierras, a la vez que os imparto complacido la bendición apostólica, extensiva a cuantos colaboran en vuestro ministerio episcopal.






AL SEÑOR LUIS SOLARI TUDELA,


NUEVO EMBAJADOR DE PERÚ ANTE LA SANTA SEDE


Sábado 15 de noviembre de 1997



Señor embajador:

1. Me complace recibirle en este solemne acto en el que me presenta las cartas credenciales que le acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República del Perú ante la Santa Sede. Al darle mi cordial bienvenida, quiero agradecerle sus amables palabras, así como el atento saludo que el se or presidente, ing. Alberto Fujimori, ha querido hacerme llegar por su medio, a lo cual correspondo rogando a usted que tenga a bien transmitirle mis mejores votos de paz y bienestar para todo el noble pueblo peruano.

2. Es la segunda vez que usted se desempeña en este honroso cargo de representar ante esta Sede apostólica a su nación, que ha gozado y goza amplia y profundamente de la presencia de la fe católica en la vida de sus ciudadanos y que ha ofrecido a la Iglesia y a la humanidad unos admirables ejemplos de santidad: santa Rosa de Lima y san Martín de Porres, santo Toribio de Mogrovejo, san Juan Macías y san Francisco Solano, la beata Ana de Monteagudo y otros.

3. La Iglesia en su país, bajo la guía solícita y prudente de los obispos, trabaja con generosidad y entusiasmo en el cumplimiento de su misión, favoreciendo así que los valores morales y la concepción cristiana de la vida, tan arraigada allí, continúen inspirando la vida de los ciudadanos y para que cuantos de una u otra forma desempeñan responsabilidades de diverso grado, tengan en cuenta dichos valores para construir día a día una patria cada vez mejor, mas próspera y en la que cada cual vea plenamente respetados sus derechos inalienables.

La Iglesia ejerce la misión que le fue encomendada por su divino Fundador en diversos campos como son, entre otros, la defensa de la vida y de la institución familiar. Al mismo tiempo, trata de promover, basándose en su doctrina social, la pacífica y ordenada convivencia entre los ciudadanos y entre las naciones. La misma Iglesia, que nunca pretende imponer criterios concretos de gobierno, tiene, sin embargo, el deber ineludible de iluminar desde la fe el desarrollo de la realidad social en que está inmersa.

En sus palabras se ha referido usted al hecho de que la nación peruana considera como una riqueza sus componentes multirraciales. Este hecho exige una atención especial por parte de los gobernantes para evitar que de ahí surjan injustas desigualdades, y todos los ciudadanos puedan tener acceso a las instituciones y servicios públicos, como reconocimiento de que cada persona está dotada por Dios de una dignidad que nada ni nadie puede violar.

303 A este respecto, la Iglesia enseña que las estructuras institucionales han de dar «a todos los ciudadanos, cada vez mejor y sin discriminación alguna, la posibilidad efectiva de participar libre y activamente en el establecimiento de los fundamentos jurídicos de la comunidad política, en el gobierno del Estado, en la determinación de los campos y límites de las diferentes instituciones y en la elección de los gobernantes» (conc. ecum. Vat. II, const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 75), lo cual comporta para los mismos ciudadanos «el derecho y el deber de utilizar su sufragio libre para promover el bien común» (ib.), y de acceder a los diversos servicios públicos como son la educación y la salud. En este sentido, aliento a seguir trabajando por la plena integración de todas las poblaciones en la vida nacional, bajo unas condiciones dignas para todos y respetuosas con las tradiciones y culturas que forman ese rico entramado, lo cual ayudará, sin duda, a evitar el peligro de divisiones entre el pueblo peruano y a superar posibles tensiones.

4. También se ha referido usted a la lucha que su Gobierno ha emprendido contra la pobreza. En efecto, ésta no puede considerarse nunca como un mal endémico, sino como la carencia de los bienes esenciales para el desarrollo de la persona, impuesta por diversas circunstancias. A este respecto, la Iglesia siente como propia la difícil situación que atraviesan tantos hermanos sumidos en las redes de la pobreza, y reafirma siempre, por fidelidad evangélica, su compromiso con ellos como expresión del amor misericordioso de Jesucristo. Por eso, la Iglesia misma está cerca de quienes trabajan seriamente para que la promoción humana sea un compromiso eficazmente asumido también por las instituciones sociales en orden a paliar las precarias situaciones en las que se encuentran tantas personas y familias.

La lacra moral y social de la pobreza requiere ciertamente soluciones de carácter técnico y político, haciendo que las actividades económicas y los beneficios que legítimamente generan reviertan efectivamente en el bien común. Como escribí en el Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 1993 «Un Estado —cualquiera que sea su organización política y su sistema económico— es por sí mismo frágil e inestable si no dedica una continua atención a sus miembros más débiles y no hace todo lo posible para satisfacer al menos sus exigencias primarias» (n. 3). Sin embargo, no hay que olvidar que todas estas medidas serían insuficientes si no están animadas por los valores éticos y espirituales auténticos. Por ello, la erradicación de la pobreza es también un compromiso moral en el que la justicia y la solidaridad cristiana juegan un papel imprescindible.

5. En su discurso ha se alado que uno de los objetivos de la política exterior de su país es la contribución a la paz y la seguridad internacionales, así como la promoción de vínculos de cooperación con todos los pueblos, en especial la interrelación vecinal. En este sentido me complace recordar el valor del diálogo como vehículo privilegiado para instaurar y mantener relaciones pacíficas con las otras naciones, superando así las posibles controversias que pudieran surgir y teniendo presente la importancia de la solidaridad y la cooperación internacional. Deseo que el proceso que se desarrolla en Brasilia pueda llegar a buen término, con la ayuda eficaz de los países garantes, para poner fin al diferendo con la hermana nación del Ecuador. Por otra parte, la paz en el orden internacional exige actualmente numerosos contactos en los diversos foros. Con la participación activa en el concierto de las naciones y en las organizaciones que lo configuran se logra vencer la tentación del aislamiento nacional, lo cual permite rescatar a los pueblos de la marginación internacional y de su empobrecimiento (cf. enc. Centesimus annus
CA 33). Ello no se limita a los aspectos económicos, sino que ha de aplicarse también al mundo de las ideas, de los derechos fundamentales y de los valores. No hay que olvidar, además, que la concordia entre los pueblos se logrará más fácilmente si las iniciativas diplomáticas se ven acompañadas por una auténtica pedagogía de la paz, que contribuya a incrementar una actitud de colaboración y armonía entre todos.

6. Señor embajador, al final de este encuentro quiero formularle mis más cordiales votos por el desempeño de su misión ante esta Sede apostólica, siempre deseosa de mantener y consolidar cada vez más las buenas relaciones ya existentes con la República del Perú y de ayudar a superar con buena voluntad las dificultades que pudieran aparecer entre la Iglesia y el Estado en su país. Le aseguro mi plegaria al Todopoderoso para que, por intercesión de Nuestra Se ora de la Evangelización, tan venerada en la catedral de Lima, asista siempre con sus dones a usted y a su distinguida familia, a sus colaboradores, a los gobernantes y ciudadanos de su noble país, al que recuerdo con gran afecto y sobre el cual invoco copiosas bendiciones del Altísimo.



                                                                                  Diciembre de 1997




AL PONTIFICIO COLEGIO PÍO LATINO AMERICANO


Sala Clementina

Lunes 1 de diciembre de 1997



Señores cardenales y hermanos en el episcopado;
queridos padre rector,
superiores y alumnos del Pontificio Colegio Pío Latino Americano de Roma.

304 1. La celebración de la Asamblea especial para América del Sínodo de los obispos me ofrece la oportunidad de recibir a este nutrido grupo de antiguos alumnos que participan en la misma, junto con los superiores y sacerdotes que residen actualmente en esa venerable institución, fundada por el Papa Pío IX el 21 de noviembre de 1858. Con gusto os doy la bienvenida y os agradezco esta visita con la que habéis querido renovar vuestro afecto y cercanía a la persona del Sucesor de Pedro.

Vuestra presencia aquí trae a mi memoria la visita que realicé a vuestro Colegio el 10 de enero de 1982, cuando en la fiesta del Bautismo del Señor celebré la eucaristía en vuestra capilla y tuve la oportunidad de dirigiros la palabra y visitar algunas instalaciones del centro.

2. Desde su fundación, la historia de vuestro Colegio está íntimamente unida a la evangelización de América. En efecto, a lo largo de ese tiempo una numerosa pléyade de sacerdotes han residido en él durante los años de su formación académica en diversas universidades y ateneos romanos y, después de esa privilegiada oportunidad, han llevado a cabo como pastores del pueblo de Dios, a lo largo y ancho de las tierras latinoamericanas, el anuncio del Evangelio y la celebración de los sacramentos. Es de justicia, pues, recordar con complacencia la obra del Pontificio Colegio Pío Latino Americano en Roma durante estos casi ciento cuarenta años.

3. En estas semanas, el nombre de América ha sido pronunciado muchas veces por los padres sinodales, los cuales van presentando los gozos y esperanzas de esa numerosa porción de la Iglesia que peregrina en el querido continente de la esperanza. Para ayudaros a responder a los nuevos desafíos que tiene la vida eclesial y poder guiar a vuestros hermanos al «encuentro con Jesucristo vivo, camino para la conversión, la comunión y la solidaridad en América», el Colegio os acoge y facilita un ambiente propicio para una más amplia formación académica y espiritual, necesaria en vuestra futura misión sacerdotal. El hecho de residir por unos años aquí os ofrece grandes posibilidades de abriros a la dimensión universal de la Iglesia, fomentar la comunión eclesial y la buena disposición a acoger las enseñanzas de su magisterio, el intercambio con otras realidades culturales y el contacto con las memorias históricas de los primeros siglos del cristianismo. Es todo un bagaje de fe y cultura que después habréis de difundir en Latinoamérica como fruto de vuestro paso por Roma.

Os aliento, pues, queridos sacerdotes, a asimilar todo lo que este período de vuestra vida os ofrece, a recibirlo con un fuerte espíritu de fe, que oriente vuestras bien fundamentadas opciones pastorales futuras, bajo la guía y disposiciones del propio obispo, siendo, junto con él, auténticos pastores de las almas (cf. Presbyterorum ordinis
PO 4), maestros del espíritu, formadores de las nuevas generaciones de católicos americanos, hambrientos de Dios y, como todo ser humano, necesitados de Cristo.

4. No puedo concluir estas palabras sin agradecer la obra que lleva a cabo la Comisión episcopal para el Colegio, así como el testimonio de estima y afecto hacia el mismo que manifiestan tantos antiguos alumnos, algunos de los cuales se han asociado hoy a esta audiencia.

Deseo, asimismo, agradecer los esfuerzos de la comunidad de la Compañía de Jesús, y particularmente del padre Luis Palomera, en la dirección y guía espiritual de los residentes, así como a todos los demás que, con su trabajo silencioso y oculto, contribuyen a la buena marcha de esa comunidad sacerdotal.

Que la Virgen María de Guadalupe, primera evangelizadora de América y tan amada por vuestros pueblos, interceda por todos ante el Señor y os acompañe siempre con su presencia materna.






A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO SOBRE


«EL CINE, VEHÍCULO DE ESPIRITUALIDAD Y CULTURA»


Lunes 1 de diciembre de 1997



Señor cardenal;
señoras y señores:

305 1. Me alegra poder encontrarme con vosotros, que participáis en el Congreso internacional de estudios sobre el tema: «Cine, vehículo de espiritualidad y cultura ». Expreso mi aprecio al Consejo pontificio para la cultura y al Consejo pontificio para las comunicaciones sociales que, en colaboración con la revista de cine del Organismo para el espectáculo, han organizado este congreso.

A la vez que os doy mi cordial bienvenida, quiero hacer llegar también mi saludo a quienes trabajan con vosotros en el mundo de la cultura, de la comunicación y del cine, deseándoles un trabajo cada vez más fecundo.

2. El cine acaba de cumplir su primer siglo de vida y sigue suscitando el interés del público, que lo percibe como ocasión de espectáculo. Sin embargo, el cine tiene también la capacidad de promover el crecimiento personal, si lleva al hombre a la elevación estética y espiritual. Por esta razón, la Iglesia quiere dar su contribución a la reflexión sobre los valores espirituales y culturales que el cine puede transmitir, en el ámbito de este primer festival «Tertio millennio ».

Desde su fundación, la Iglesia ha reconocido la importancia de los medios de comunicación social, como instrumentos útiles para dar a conocer y apreciar los valores humanos y religiosos que sostienen la maduración de la persona, llamando a quienes trabajan en este delicado sector a un alto sentido de responsabilidad. El cine se sitúa junto a estos medios, utilizando un lenguaje propio, que le permite llegar a personas de culturas diversas.

Durante sus primeros cien años de existencia, el cine ha acompañado a otras artes que lo habían precedido, uniéndolas de un modo nuevo y original y produciendo así obras maestras que ahora forman parte del patrimonio cultural común. Se trata de un progreso logrado tanto a nivel técnico como artístico y humano. Durante el primer siglo de vida del cine se ha verificado un progreso notable, que le ha ofrecido grandes posibilidades de expresión, aunque en algunos casos la tecnología se ha orientado más hacia los efectos especiales que hacia los contenidos.

3. El verdadero progreso de esta moderna forma de comunicación se mide por su capacidad de transmitir contenidos y proponer modelos de vida. Cuantos se acercan al cine, en las diversas formas en que se presenta, perciben la fuerza que deriva de él, puesto que es capaz de orientar reflexiones y comportamientos de generaciones enteras. Por eso, es importante que sepa presentar valores positivos y respete la dignidad de la persona humana.

Además de las películas que tienen como finalidad principal el entretenimiento, existe un filón cinematográfico más sensible a los problemas existenciales. Su éxito es, quizá, menos espectacular, pero en él se refleja el trabajo de grandes maestros que, con su obra, han contribuido a enriquecer el patrimonio cultural y artístico de la humanidad. Ante estas películas el espectador se siente impulsado a la reflexión, hacia los aspectos de una realidad a veces desconocida, y su corazón se interroga, se refleja en las imágenes, se confronta con perspectivas diversas, y no puede quedar indiferente ante el mensaje que la obra cinematográfica le transmite.

El cine es capaz de crear momentos de particular intensidad, fijando en las imágenes un instante de la vida y deteniéndose en él con un lenguaje que puede dar lugar a una expresión de auténtica poesía. Así, esta nueva forma de arte puede aportar muchos elementos valiosos al inagotable camino de búsqueda que el hombre realiza, ensanchando su conocimiento tanto del mundo que lo rodea como el de su universo interior. Naturalmente, es preciso ayudar al público, sobre todo al más joven, a adquirir la capacidad de leer críticamente los mensajes propuestos, a fin de que el cine sea provechoso para el crecimiento global y armonioso de las personas.

4. El cine ha afrontado, y sigue afrontando hoy, argumentos inspirados en la fe. En este contexto, la Escritura, la vida de Jesús, de la Virgen y de los santos, así como los problemas de la Iglesia, son fuentes inagotables para quien busca el sentido espiritual y religioso de la existencia.

Así, el arte cinematográfico a menudo ha sabido transmitir un mensaje sublime, contribuyendo a difundir el respeto a los valores que enriquecen el espíritu humano, y sin los cuales es muy difícil vivir una vida plena y completa. De ese modo, el cine puede dar una valiosa aportación a la cultura y una cooperación específica a la Iglesia. Esto es particularmente significativo, mientras nos preparamos para cruzar el umbral de un nuevo milenio cristiano. Espero que los argumentos relacionados con la fe se traten siempre con competencia y con el debido respeto.

También en las películas de argumento no explícitamente religioso es posible encontrar auténticos valores humanos, una concepción de la vida y una visión del mundo abiertas a la trascendencia. Así, es posible el intercambio entre las diversas culturas que se asoman a la ventana abierta que ofrece el cine: de este modo se acortan las distancias del mundo y se favorece la recíproca comprensión en el respeto mutuo.

306 5. Por tanto, este medio de comunicación puede cumplir también una función pedagógica, que ayuda al hombre en el conocimiento de los valores universales presentes en las diversas culturas, llevándolo a percibir las legítimas diferencias como ocasión de intercambio recíproco de dones.

El cine es un medio particularmente adecuado para expresar el misterio inefable que rodea al mundo y al hombre. Por medio de las imágenes, el director dialoga con el espectador, le transmite su pensamiento y lo impulsa a afrontar situaciones ante las cuales su corazón no puede permanecer insensible. Si además de expresarse con arte, sabe hacerlo con responsabilidad e inteligencia, puede prestar su contribución específica al gran diálogo que existe entre las personas, los pueblos y las civilizaciones. Así, en cierto modo, se transforma en un pedagogo no sólo para sus contemporáneos, sino también para las generaciones futuras, como sucede con todos los otros agentes culturales.

El cine es, pues, un instrumento sensibilísimo, capaz de leer en el tiempo los signos que a veces pueden escapar a la mirada de un observador apresurado. Cuando se usa bien, puede contribuir al crecimiento de un verdadero humanismo y, en definitiva, a la alabanza que de la creación se eleva hacia el Creador. Este es el deseo que formulo para vuestra actividad y, a la vez que invoco la luz del Espíritu sobre vuestros esfuerzos al servicio de la cultura, de la paz y del diálogo, os imparto de corazón a todos vosotros y a vuestros seres queridos la bendición apostólica.










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