Discursos 1997 306


AL DOCTOR JUL BUSHATI, NUEVO EMBAJADOR DE ALBANIA


ANTE LA SANTA SEDE


Viernes 5 de diciembre de 1997



Señor embajador:

Me alegra acogerlo en su calidad de nuevo embajador de la República de Albania ante la Santa Sede. Mi deferente saludo va, ante todo, al presidente de la República de su país, profesor Rexhep Mejdani. Le ruego que le transmita mi cordial saludo, junto con la expresión de mi gratitud por sus buenos sentimientos, de los cuales usted se ha hecho intérprete.

Como usted acaba de recordar, desde hace algunos años Albania está viviendo una profunda fase de transformaciones sociales. Terminado el duro régimen comunista, el país que usted representa se está abriendo, a través de acontecimientos a veces dramáticos, a una nueva época de democracia e integración en la gran familia de los pueblos de Europa, a la que pertenece no sólo por su situación geográfica, sino sobre todo por su historia milenaria y por su cultura.

Durante los meses pasados he seguido con particular atención y participación espiritual los acontecimientos que han llevado a la actual fase política. Tengo presente continuamente los sufrimientos y las esperanzas de los numerosos ciudadanos albaneses que, impulsados por la necesidad y por el deseo de un futuro mejor, para ellos y para sus seres queridos, dejan su tierra con medios a menudo inadecuados y en condiciones precarias. Mientras formulo votos para que la comunidad internacional se ocupe de un problema tan urgente, a través de medidas inspiradas en la solidaridad y la equidad, deseo asegurar la colaboración efectiva de la Iglesia católica para encontrar soluciones adecuadas a las precarias condiciones en su patria o en otros lugares. Es importante que se aseguren a todos condiciones de vida dignas y justas. A este propósito, deseo hacer mía la exhortación dirigida por los obispos albaneses a Europa, «para que afronte la cuestión de Albania con un compromiso grande y más eficaz».

La reciente crisis, que ha agitado a la República de Albania y ha llegado de modo preocupante al Parlamento, debe hacer que tanto el Gobierno como la oposición sean particularmente solícitos para emprender el camino del diálogo y la colaboración. Hay que evitar la tentación de buscar el enfrentamiento con el adversario político, en primer lugar porque es moralmente inaceptable; pero también porque dicha actitud es siempre perjudicial para la consolidación de una correcta dialéctica democrática y para el desarrollo integral de todos los ciudadanos del país.

Con razón, los obispos, interviniendo muchas veces durante este año, indicaban que el camino para un futuro real de paz y prosperidad consistía en el rechazo del odio y en la reconciliación con Dios y el prójimo. Por eso, han invitado a los albaneses a hacer todo lo posible para restaurar con medios legales un orden público eficiente y restituir a los ciudadanos la seguridad en la vida diaria, también gracias a la confianza recuperada en las instituciones legítimas del Estado. Para alcanzar este objetivo es preciso impulsar todo tipo de esfuerzo, a fin de desarmar lo más rápidamente posible a cuantos poseen ilegítimamente las armas y organizar luego las fuerzas de la policía local y del ejército.

Al proponer estas sugerencias, «no se mueve la Iglesia por ninguna ambición terrena; sólo pretende una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu Paráclito, la obra del mismo Cristo, que vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido» (Gaudium et spes GS 3). La Iglesia participa activamente en la vida social del país, trabajando para que pueda encaminarse hacia horizontes de paz y prosperidad. Esta participación sincera en el destino del pueblo albanés ha sido testimoniada por numerosos misioneros católicos, que durante la reciente crisis política han optado por permanecer en su puesto, a pesar de los peligros y las dificultades. No sólo los católicos, sino también numerosos musulmanes y ortodoxos han reconocido de modo significativo su obra.

307 El nuevo clima que se ha creado en la República albanesa después del fin de la trágica dictadura comunista ha permitido a la Iglesia católica comenzar una significativa obra de evangelización y promoción humana, a través de la reapertura de las iglesias, la institución de nuevos centros pastorales, la fundación de escuelas y dispensarios, y una red de servicios organizados por Cáritas.

Para que esta acción en favor del pueblo albanés pueda seguir incrementándose, espero que, con el consentimiento de todas las fuerzas políticas, se llegue a la redacción de una nueva Constitución y una legislación adecuada, en la que se ofrezca una base jurídica sólida a las libertades humanas fundamentales, entre las que figura la religiosa.

Es conocido, además, el clima de tolerancia que caracteriza desde siempre la convivencia de ciudadanos de fe diversa en el único pueblo albanés. Este clima hunde sus raíces en una larga tradición de respeto recíproco entre los musulmanes, los ortodoxos y los católicos, que constituyen las tres religiones históricas de Albania. ¡Ojalá que esta valiosa herencia, conservada celosamente, represente una premisa importante para la reconstrucción material y espiritual de Albania!

Con estos sentimientos, al recibir con placer sus cartas credenciales, le deseo que la alta misión que se le ha confiado sea rica en satisfacciones, que el Señor concede siempre a quien sirve generosamente a sus hermanos. Al mismo tiempo, le aseguro un recuerdo constante en mi oración, mientras invoco la bendición de Dios omnipotente sobre usted, señor embajador, sobre los gobernantes de su noble país y sobre todo el pueblo albanés.









MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL OBISPO DE LA DIÓCESIS DE BÉRGAMO


CON MOTIVO DEL XVII CENTENARIO


DEL MARTIRIO DE SAN ALEJANDRO




Al venerado hermano

ROBERTO AMADEI

obispo de Bérgamo

1. He sabido con alegría que esa comunidad diocesana se prepara para recordar el XVII centenario del martirio de san Alejandro. Deseo unirme espiritualmente a las celebraciones del «Año alejandrino», con las que la diócesis de Bérgamo conmemora de forma solemne a su patrono celestial y da gracias por los dones con los que el Señor la ha enriquecido, ya desde el comienzo de su historia.

Los testimonios históricos que nos han llegado sobre san Alejandro se limitan casi exclusivamente a atestiguar su martirio. Sin embargo, la antigua liturgia del santo, recordando el simbólico florecimiento de rosas y azucenas de las gotas de su sangre, y traduciendo con sorprendente eficacia la convicción enraizada en los Padres de la Iglesia, según los cuales «la sangre de los mártires es semilla de cristianos», invita a considerar la fecundidad de ese gesto de amor, que hace de san Alejandro una «columna del templo de Dios» (cf. Liturgia de las horas, Común de un mártir). En efecto, a través del martirio de este valiente soldado de Cristo, la fuerza de la Pascua pudo irrumpir en la historia de esas poblaciones para transformar las costumbres, los ordenamientos, las instituciones y el mismo entramado urbano que, habiéndose constituido alrededor de las iglesias edificadas sobre las reliquias del mártir, ha llevado a veces a definir a los ciudadanos de Bérgamo «homines sancti Alexandri», herederos y émulos del mártir. Celebrar a san Alejandro es recordar los comienzos de la Iglesia que está en Bérgamo.

2. En efecto, la herencia de ese heroico testimonio evangélico ha dado origen en tierra bergamasca a una secuencia ininterrumpida de cristianos, conocidos o desconocidos, que han tenido a Cristo como centro de su vida, como, por ejemplo, santa Grata que, según la tradición, recogió el cuerpo del mártir Alejandro y le dio digna sepultura; Narno, Viator y Juan, Fermo y Rústico, Alberto y Vito, Gregorio Barbarigo, Luis María Palazzolo, Teresa Eustochio Verzeri, Paula Isabel Cerioli, Gertrudis Comensoli, Francisco Spinelli y Pierina Morosini. Por no hablar del Papa Juan XXIII, que conmovió al mundo por su bondad, y de otras tantas figuras luminosas, que han enriquecido a la comunidad bergamasca con el tesoro de sus ejemplos de fe vivida.

Las numerosas iglesias dedicadas al santo, las antiguas oraciones litúrgicas y la devoción popular, las instituciones educativas y caritativas, el fervor de tantas parroquias y comunidades prueban que el martirio de san Alejandro produce aún sus frutos en los hijos de esa Iglesia. Al cristiano bergamasco, como afirmaba el entonces nuncio apostólico monseñor Roncalli, «aunque esté lejos, en otros países, a donde lo haya llevado la búsqueda de trabajo o de fortuna, al servicio de la Iglesia o de la patria, le gusta recordarlo, y sus deseos y propósitos de seriedad, sabiduría y disciplina reciben impulso del aspecto vigoroso y simpático de san Alejandro, soldado y mártir, expresión de dignidad y sacrificio, con una línea decidida que da fisonomía a su gente y la honra» (monseñor A. G. Roncalli, Homilía con ocasión de la fiesta de san Alejandro, 25 de agosto de 1950).

Verdaderamente el grano de trigo caído en tierra ha producido mucho fruto (cf. Jn Jn 12,24) y, gracias a la gesta gloriosa de san Alejandro, esa «Iglesia florece por doquier» (san Agustín, Discurso 329 en el nacimiento de los mártires: PL 38, 1.454). Los hijos de la diócesis bergamasca, con generoso espíritu misionero, han sembrado mucho bien a lo largo de los siglos, no sólo en Italia sino también en numerosas naciones del mundo.

308 3. «Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos» (Jn 15,13). La palabra del Maestro, acogida con seriedad y valentía, llevó a san Alejandro a entregar su vida a Cristo y a sus hermanos, hasta el derramamiento de su sangre.

Uniéndose místicamente a la cruz del Señor y completando en su carne «lo que falta a las tribulaciones de Cristo» (Col 1,24), testimonió la fuerza del Resucitado, que vence a la muerte, y mostró el poder del Espíritu, que sostiene al Cuerpo místico en su lucha contra las fuerzas de las tinieblas.

Con su gesto heroico, este mártir afirma que Cristo es el sentido último de la vida del hombre y la verdad definitiva de la historia, y que sólo en él la humanidad se vuelve capaz de responder plenamente al proyecto divino.

El concilio Vaticano II recuerda que «por el martirio el discípulo se hace semejante a su Maestro, que aceptó libremente la muerte para la salvación del mundo, y se identificó con él derramando su sangre. Por eso la Iglesia considera siempre el martirio como el don por excelencia y como la prueba suprema del amor» (Lumen gentium LG 42). Siguiendo esa enseñanza, los bergamascos de hoy están invitados a dar gracias por su patrono celestial y a aceptar su testimonio como referencia segura para vivir la fidelidad a Cristo en nuestro tiempo.

4. Bajo su iluminada guía pastoral, venerado hermano, los fieles de esa amada diócesis, testigos y protagonistas de grandes cambios culturales y de un bienestar económico difundido ampliamente, podrán evitar eficazmente al sutil secularismo de la sociedad actual, que acecha la vida moral y amenaza su sólida relación con la fe cristiana, rasgo distintivo de la identidad bergamasca.

Frente a la posibilidad de una religiosidad motivada más por referencias culturales, que por la adhesión personal a Cristo, el glorioso martirio de san Alejandro exhorta a todos a reafirmar la centralidad de la cruz y de la Resurrección en la experiencia cristiana y a defenderse del peligro de empobrecer el Evangelio, adaptándolo a la lógica del mundo.

En el umbral del nuevo milenio, como en el curso de la primera evangelización, también para los cristianos de esa tierra se renueva la urgencia de testimoniar con valentía a Jesucristo, único salvador del mundo.

5. Esta urgencia exige a las personas y a las comunidades que se dejen guiar por el Espíritu del Señor. Él reavivará en cada uno la conciencia de que el Padre lo ama y le dará, además de la fuerza de seguir a Cristo, la alegría de redescubrir en él el tesoro que da sentido a su vida. Sostendrá su fe en los momentos difíciles e, infundiéndole una confiada esperanza en el cumplimiento del Reino, guiará su camino de conversión.

A través de la escucha de la palabra de Dios, la obediencia a los pastores, la celebración de los sacramentos y, especialmente, la «fracción del pan» eucarístico, el Espíritu llevará a los cristianos bergamascos a proyectar la convivencia civil a la luz de las bienaventuranzas, para construir la civilización del amor.

También las comunidades cristianas, dóciles a la voz del Espíritu, se comprometerán a proclamar con nuevo entusiasmo el Evangelio y a elaborar itinerarios de fe que permitan a las personas cercanas y lejanas, a los jóvenes y los adultos, encontrar personalmente a Jesucristo y aceptarlo como la referencia esencial de su existencia.

Contemplando a san Alejandro, don insigne del Señor para las poblaciones bergamascas, las diversas comunidades eclesiales, confiadas a su cuidado pastoral, están llamadas a valorar los numerosos y preciosos carismas con que han sido enriquecidas, para seguir poniéndolos al servicio del crecimiento de la Iglesia particular y de la universal. Es preciso invitarlas también a vivir con entrega evangélica las actividades educativas y a transformar en modernas fronteras de evangelización las innumerables tradiciones populares, dándoles nuevo impulso y motivaciones más profundas.

309 Con estos sentimientos, mientras pido al Señor, por intercesión de san Alejandro, el don de una fe viva, una firme esperanza y una caridad activa para los fieles de la amada diócesis de Bérgamo, le imparto de corazón a usted, venerado hermano, a los presbíteros, a los religiosos y a las religiosas, a las familias y a todo el pueblo de Dios, una especial bendición apostólica.

Vaticano, 7 de noviembre de 1997










A LOS SUPERIORES Y ALUMNOS


DEL PONTIFICIO COLEGIO MEXICANO


Viernes 5 de diciembre de 1997



Queridos hermanos en el episcopado;
estimados superiores y alumnos presbíteros del Pontificio Colegio Mexicano de Roma:

1. Me es grato daros la bienvenida en este encuentro con la comunidad de esa institución y con el personal colaborador, acompañados por el señor cardenal Juan Sandoval Íñiguez, arzobispo de Guadalajara, y otros pastores diocesanos de vuestra nación, que participan actualmente en la Asamblea especial para América del Sínodo de los obispos.

Vuestra presencia aquí, con la cual deseáis renovar el afecto y adhesión al Sucesor de Pedro, coincide con el XXX aniversario de fundación de vuestro colegio, en la cual intervinieron de manera muy directa el Papa Pablo VI —cuyo centenario de nacimiento hemos celebrado recientemente— y el primer cardenal mexicano, José Garibi Rivera, arzobispo de Guadalajara. Asimismo quiero recordar las dos visitas que hice a vuestra casa, en diciembre de 1979 y la segunda en noviembre de 1992, con ocasión del XXV aniversario. Estar con vosotros me hace sentir cerca de vuestras diócesis y lugares de origen y, al mismo tiempo, me hace revivir los inolvidables viajes pastorales efectuados a vuestro querido país.

2. Durante estos años el Colegio ha favorecido un ambiente adecuado que permite profundizar y ampliar la formación académica y espiritual, tan necesaria para el ministerio sacerdotal en el futuro, que es el objetivo concreto de vuestra estancia aquí. Al mismo tiempo, estar unos años en Roma facilita percibir de cerca la dimensión universal de la Iglesia, a la vez que se vive la comunión eclesial, que ayuda a acoger mejor las enseñanzas de su magisterio; también os proporciona conocer otras realidades eclesiales y culturales, gracias a la convivencia con sacerdotes de diversos países, lo cual es sin duda un enriquecimiento para el vasto campo de la pastoral.

3. Aunque lejos físicamente, sé que en vuestro corazón tenéis presentes a las personas que atendíais en vuestro ministerio; el pastor de verdad no puede olvidarse de sus fieles, llevado de la caridad pastoral al estilo de Cristo. A este respecto, «la misma caridad pastoral impulsa al sacerdote a conocer cada vez más las esperanzas, necesidades, problemas y sensibilidad de los destinatarios de su ministerio, los cuales han de ser contemplados en sus situaciones personales concretas, familiares y sociales» (Pastores dabo vobis PDV 70).

El domingo pasado hemos iniciado el segundo año de preparación al gran jubileo del año 2000, dedicado al Espíritu Santo. Él debe estar presente en nuestra vida, ya que es el alma de la verdadera caridad pastoral y de la santificación personal. El Espíritu de Cristo, que hemos recibido en la ordenación sacerdotal, nos configura con él, modelo de pastores, para que podamos actuar en su nombre y vivir íntimamente sus mismos sentimientos. Imitando a Cristo, pobre, casto y humilde, es como el sacerdote puede entregarse sin reservas a los demás, amando a la Iglesia que es santa y que nos quiere santos, para poder ayudar así a la santificación de las personas que nos han sido encomendadas.

4. Antes de terminar, deseo expresar mi reconocimiento a la Comisión episcopal pro Colegio Mexicano por seguir de cerca la programación de iniciativas y su desarrollo. Asimismo, quiero agradecer a los padres superiores su labor de orientación y guía espiritual de los presbíteros estudiantes, así como a las religiosas Hermanas de los Pobres, Siervas del Sagrado Corazón de Jesús, las cuales, calladamente, junto con el personal seglar, hacen posible que esta comunidad sacerdotal viva como en familia y su convivencia esté presidida por un sano y alegre clima de fraternidad.

310 Dentro de pocos días, precisamente en la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, se clausurará la Asamblea especial para América del Sínodo de los obispos. A ella, la primera evangelizadora de América, confío la nueva ocasión de gracia que ha sido este nuevo encuentro eclesial, donde sus pastores han asumido con todas sus fuerzas y esperanzas los retos de la nueva evangelización para aquel vasto continente.

A la Guadalupana, Reina de vuestra amada nación y Madre de todos los mexicanos, que en su basílica del Tepeyac recibe las muestras de amor de sus hijos, le pido que interceda por vosotros ante su divino Hijo, sumo y eterno Sacerdote, y que os acompañe siempre con su solícita presencia y ternura materna. Como confirmación de estos vivos deseos, me complace impartiros la bendición apostólica, que gustosamente extiendo a vuestros familiares y a los bienhechores del Colegio.










A LAS PARTICIPANTES EN EL XXIV CONGRESO NACIONAL


DEL CENTRO ITALIANO FEMENINO


Sábado 6 de diciembre de 1997



Amadísimas hermanas:

1. Con ocasión del XXIV Congreso de vuestra Asociación, me agrada acogeros en esta audiencia especial. Saludo cordialmente a vuestra presidenta, la señora María Chiaia, a quien agradezco sus amables palabras, a las participantes en el Congreso y a todas las mujeres que forman parte del Centro italiano femenino.

Os formulo a todas mis mejores votos, acompañados de mi ferviente deseo de que vuestro encuentro, cuyo tema es Mujeres y cultura europea hacia el tercer milenio, favorezca la valoración de la insustituible aportación de la reflexión y de la sensibilidad femeninas a los rápidos procesos que están viviendo Italia y Europa en este último período del segundo milenio.

El compromiso femenino al servicio de la sociedad y de la comunidad cristiana, iluminado por la fe, enraizado en la fuente inagotable de la revelación e injertado en la vida de la Iglesia, puede mostrar válidamente, en las formas apropiadas y para beneficio de todos, el «genio» con que Dios creador ha querido enriquecer a la mujer.

2. Las narraciones evangélicas nos muestran que la actitud de Cristo con las mujeres se inspiró siempre en la afirmación de la verdad sobre su ser y su misión. Con sus palabras y sus obras, Cristo se opuso a todo lo que ofendía su dignidad. Por tanto, el mensaje del Redentor es obra de liberación; verdad que, una vez conocida, hace libres (cf. Jn Jn 8,32), de modo que quien vive en ella va a la luz (cf. Jn Jn 3,21).

Lo comprendieron muy bien la Madre de Jesús y las discípulas, que no abandonaron jamás al Maestro, ni siquiera cuando parecía que su vida terrena había concluido con la tragedia de la cruz. Para premiar su fidelidad, Cristo quiso elegirlas como primeros testigos de su resurrección (cf. Mt Mt 28,1-10 Lc 24,8-11 Jn 20,18).

La sensibilidad característica de la femineidad hizo de las discípulas anunciadoras privilegiadas de las maravillas realizadas por Dios en Cristo (cf. Ac 2,11), manifestando así la vocación profética que compete a la mujer en la Iglesia y en el mundo. «Entendida así la vocación, lo que es personalmente femenino adquiere una medida nueva: la medida de las "maravillas de Dios", de las que la mujer es sujeto vivo y testigo insustituible » (Mulieris dignitatem MD 16). La sensibilidad femenina se transforma en riqueza para la comunidad de los creyentes y en instrumento insustituible para la edificación del humanismo cristiano, que es el fundamento de la «civilización del amor». El papel de la mujer en la sociedad y en la Iglesia

3. Amadísimas hermanas, en virtud de esta vocación específica, la mujer está llamada a ser sujeto activo en los procesos que se refieren, ante todo, a ella misma, como el respeto a su dignidad personal, su igualdad efectiva como trabajadora, la valoración de la aportación cultural y política que puede ofrecer a la vida civil, su papel en el anuncio del Evangelio, y la promoción de las riquezas de su femineidad en los ámbitos social y eclesial.

311 Pero hay que reconocerle, además, un mayor espacio en los esfuerzos que la sociedad realiza para resolver los problemas que la afectan. En particular, el papel de la mujer es muy importante por lo que concierne a la calidad de la vida y el necesario cuidado del ambiente, la prestación de servicios sociales con atención a las auténticas necesidades de las características específicas de la persona, la humanización de las medidas legislativas relativas a los fenómenos migratorios, la organización del tiempo libre, la protección de la maternidad y de la familia, la afirmación de la preeminencia de la dignidad humana sobre los procesos productivos y económicos, y la educación de las generaciones jóvenes.

4. Esta obra de atenta promoción de las características humanas, espirituales, morales e intelectuales específicas que el genio femenino puede ofrecer a la sociedad contemporánea, se vuelve más urgente aún en la perspectiva del próximo milenio. Se trata de valorar las potencialidades típicas de la mujer, complementarias de los dones con los que Dios ha enriquecido la sensibilidad masculina. Ambos constituyen un complemento recíproco y, gracias a esta dualidad, lo «humano» se realiza plenamente.

Hermanas amadísimas, dejaos guiar y sostener por la fuerza de Cristo redentor; así, viviréis más profundamente la misión que Dios os ha confiado de estar al servicio de la vida por el amor, a imagen de María, «la esclava del Señor» (
Lc 1,38). Esta misión os impulsa a vosotras, mujeres, a ser protagonistas en la humanización de las complejas cuestiones que interpelan o preocupan a la humanidad de nuestro tiempo. Estáis llamadas a ser constructoras de esperanza efectiva, una esperanza que para los creyentes está fortalecida por la gracia del Espíritu Santo, el cual guía y sostiene los esfuerzos en favor de la edificación de una civilización y de una historia cada vez más inspiradas en los valores evangélicos de la justicia, el amor y la paz. Que en este segundo año de preparación del acontecimiento jubilar del año 2000, que acaba de empezar, el ejemplo y la intercesión de la Virgen, mujer dócil que, «esperando contra toda esperanza» (Rm 4,18), dio al mundo el Salvador, sostengan vuestra obra y la de tantas otras mujeres que, con la ayuda de Dios, quieren y pueden contribuir a la edificación de un mundo mejor.

Con estos deseos, e invocando la abundancia de los favores celestiales sobre vosotras y sobre vuestras amadísimas hermanas que comparten los ideales del Centro italiano femenino, os imparto a todas mi cordial bendición.










A LOS DIRECTIVOS Y JUGADORES DEL EQUIPO ITALIANO


DE FÚTBOL ATALANTA


Sábado 6 de diciembre de 1997



Queridos directivos y jugadores del «Atalanta»:

1. Me alegra acogeros, junto con vuestros familiares, y os agradezco vuestra visita. Venís de la tierra de Bérgamo, rica en tradiciones cristianas. Es la tierra en que nacieron mi venerado predecesor el Papa Juan XXIII, numerosos obispos y sacerdotes, misioneros y misioneras, que trabajaron y siguen trabajando activamente por el reino de Dios, y tantos laicos comprometidos activamente en el servicio al prójimo.

También forman parte de esta tradición los «oratorios», en los que el deporte constituye un componente importante de la educación de los muchachos. Pienso que también algunos de vosotros, queridos jugadores, habéis crecido en el ambiente de los oratorios, y esto os ayuda a conservar una visión equilibrada y completa del papel del deporte en la formación y en la vida personal y familiar.

2. El esfuerzo deportivo puede ser un entrenamiento útil para la fortaleza, una base para construir en los jóvenes una personalidad armoniosa, solidaria y generosa, abierta a la comprensión y a la colaboración con los demás. El apóstol Pablo, que conocía el espíritu de las competiciones deportivas, comparaba el esfuerzo del cristiano, en ciertos aspectos, con el que debe afrontar un atleta cabal. Espero que también para vosotros sea así: ojalá que toda competición deportiva sea una carrera para el bien y para promover los auténticos valores de la existencia con la tenacidad y el espíritu de sacrificio que se os exige en los entrenamientos y en los partidos.

Y no olvidéis jamás, queridos jugadores, que los demás, especialmente los jóvenes, os miran, ya que para ellos sois modelos y, a menudo, importantes puntos de referencia. Si vuestro testimonio es positivo, seréis un ejemplo para vuestros numerosos seguidores, que verán en vosotros no sólo a óptimos jugadores, sino sobre todo a jóvenes y hombres maduros y responsables.

3. Queridos hermanos, estamos viviendo el tiempo de Adviento, tiempo de preparación para la Navidad, que mantiene viva en los creyentes la espera del Señor que viene. Ojalá que cada uno de vosotros sepa encontrar a Cristo que viene en los acontecimientos de todos los días.

312 Formulo votos para que vuestras familias y vuestra sociedad sean cada vez más lugares donde se vivan serenamente los ideales evangélicos de solidaridad y paz.

Aprovecho, asimismo, esta ocasión para expresaros a todos vosotros y a vuestros seres queridos mi felicitación por la próxima Navidad, y os bendigo de corazón.









PLEGARIA DEL PAPA JUAN PABLO II


A LA INMACULADA MADRE DE DIOS EN LA PLAZA DE ESPAÑA


Lunes 8 de diciembre d 1997



1. Te saludamos, Hija de Dios Padre.
Te saludamos, Madre del Hijo de Dios.
Te saludamos, Esposa del Espíritu Santo.
Te saludamos, morada de la santísima Trinidad.
Con este saludo nos presentamos ante ti,
en el día de tu fiesta,
con confianza filial,
y venimos, como ya es tradición,
313 al pie de esta histórica columna,
a la cita anual en la plaza de España.
Desde aquí tú, amada y venerada Madre de todos,
velas sobre la ciudad de Roma.

2. Permanece con nosotros, Madre inmaculada,
en el centro de nuestra preparación
para el gran jubileo del año 2000.
Vela, te pedimos, de modo particular sobre el triduo,
formado por los últimos tres años del segundo milenio,
1997, 1998 y 1999,
años dedicados a la contemplación
314 del misterio trinitario de Dios.
Deseamos que este nuestro siglo,
rico en acontecimientos,
y el segundo milenio cristiano
se clausuren con el sello trinitario.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo
cada día comenzamos el trabajo y la oración.
También dirigiéndonos al Padre celestial
terminamos todas nuestras actividades,
con las palabras:
«Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
315 que vive y reina contigo,
en la unidad del Espíritu Santo».
Y así, en el signo del misterio trinitario,
la Iglesia que está en Roma,
unida a los creyentes del mundo entero,
avanza, orando, hacia la conclusión del siglo XX,
para entrar con corazón renovado en el tercer milenio.

3. Te saludamos, Hija de Dios Padre.
Te saludamos, Madre del Hijo de Dios.
Te saludamos, Esposa del Espíritu Santo.
Te saludamos, morada de la santísima Trinidad.
316 Este saludo pone de manifiesto
cuán impregnada estás de la vida misma de Dios,
de su profundo e inefable misterio.
En este misterio estás totalmente envuelta,
desde el primer instante de tu concepción.
Tú eres llena de gracia. Tú eres inmaculada.

4. Te saludamos, inmaculada Madre de Dios.
Acepta nuestra oración y dígnate
llevar maternalmente a la Iglesia
presente en Roma y en el mundo entero
a la plenitud de los tiempos,
317 a la que tiende el universo
desde el día en que vino al mundo
tu Hijo divino y Señor nuestro Jesucristo.
Él es el principio y el fin, el alfa y la omega,
el rey de los siglos, el primogénito de toda la creación,
el primero y el último.
En él todo tiene su cumplimiento definitivo;
en él toda realidad madura
hasta la medida querida por Dios,
en su arcano designio de amor.

5. Te saludamos, Virgen prudentísima.
318 Te saludamos, Madre clementísima.
¡Ruega por nosotros,
intercede por nosotros,
Virgen inmaculada,
Madre nuestra, misericordiosa y poderosa,
María!






EN LA BASÍLICA DE SANTA MARÍA LA MAYOR



Lunes 8 de diciembre de 1997




Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Después del tradicional homenaje a la Virgen en la plaza de España, mi breve peregrinación mariana del 8 de diciembre me trae ahora a esta antiquísima basílica dedicada a la Madre de Dios, para recogerme en oración ante la imagen de la Salus populi romani, tan venerada por los ciudadanos y los peregrinos.

Te saludo, oh llena de gracia, Salvación del pueblo romano. Vengo a ti como Obispo de Roma y como devoto tuyo. Vengo como Pastor de la Iglesia universal, que reconoce en ti a su Madre y modelo. Al venir hoy a Santa María la Mayor, tengo la feliz oportunidad de dirigir un cordial saludo a cuantos se ocupan de las necesidades pastorales y administrativas de la basílica, al cabildo liberiano, a los fieles presentes y a los peregrinos que en gran número vienen aquí de todo el mundo. Que María, con su protección materna, ayude y consuele a todos.

2. Además, con esta visita a la Virgen, santuario del Espíritu, me alegra comenzar el segundo año de preparación para el gran jubileo del año 2000, dedicado al Espíritu Santo. A María encomiendo el camino de la Iglesia hacia la puerta santa del tercer milenio. Que ella, Esposa del Espíritu Santo y su perfecta cooperadora, enseñe a la comunidad cristiana de hoy a dejarse guiar y animar por el Espíritu divino, para que se refuercen en ella los vínculos de caridad y comunión, y llegue a todos creíble el mensaje de Cristo Salvador del mundo.

De modo particular, pido por la Asamblea especial para América del Sínodo de los obispos, que ya se encamina hacia su conclusión. Que la Virgen, venerada en tantos santuarios de ese continente, obtenga para las comunidades cristianas de América el don de una auténtica renovación.

319 Me dirijo, además, a la Salus populi romani, pidiéndole que vele por la misión ciudadana de esta ciudad, que entra ahora en la fase más intensa de su desarrollo. Que la intercesión de María sostenga el esfuerzo del cardenal vicario, de los obispos auxiliares, de los párrocos y vicepárrocos y de todos los sacerdotes, de los religiosos y religiosas, de los misioneros y misioneras.

3. Desde este corazón mariano de Roma, pido por cuantos viven en nuestra ciudad. Pido por todos, según la intención particular que sugieren este lugar y el tiempo litúrgico de Adviento, invocando para cada hombre y cada mujer, para cada familia y cada ambiente de vida el don de la esperanza.¡Cuántas son las expectativas de esta ciudad! Que el Señor no permita que se frustren, produciendo desaliento y resignación. Que el Espíritu Santo encienda en todos la virtud de la esperanza, a fin de construir juntos la Roma del año 2000, una ciudad que sea signo de esperanza para todo el mundo.

Virgen Inmaculada, Salus populi romani, ¡ruega por nosotros!








Discursos 1997 306