Discursos 1997 319


EN LA XXV CONGREGACIÓN GENERAL DE LA ASAMBLEA ESPECIAL PARA AMÉRICA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS


Jueves 11 de diciembre de 1997



Señores cardenales;
queridos hermanos en el episcopado;
queridos hermanos y hermanas:

1. Hemos llegado al término de la Asamblea especial para América del Sínodo de los obispos. En este momento mi alma se abre ante todo a la acción de gracias a Dios, que está en el origen de «toda dádiva buena y todo don perfecto » (Jc 1,17). Manifiesto también mi agradecimiento a todos los que han sido instrumentos de Dios para transmitir estas riquezas espirituales a su Iglesia, con ocasión de esta Asamblea sinodal.

Expreso mi viva gratitud a los padres, principales responsables del Sínodo, que han llevado el peso del trabajo y ahora tienen el mérito de los resultados. Cada día los presidentes delegados han guiado eficazmente la Asamblea; el relator general y los dos secretarios especiales la han ayudado a tratar el tema sinodal con competencia; el secretario general la ha dirigido con seguridad en el itinerario complejo del Sínodo.

Los delegados fraternos de algunas confesiones cristianas de América y muchos hombres y mujeres venidos en calidad de asistentes y auditores han dado su valiosa aportación.

¿Cómo olvidar que la Asamblea ha sido preparada con la oración, la reflexión y la consulta de todas las Iglesias particulares y de los demás organismos elegidos para ese fin, y con las diversas reuniones del Consejo presinodal? La cooperación armoniosa de numerosos componentes eclesiales, así como la de diversos organismos y servicios de la Sede apostólica, ha contribuido ciertamente al éxito de los trabajos.

320 Tenemos presentes también a las numerosas personas que han acompañado los trabajos sinodales con el ofrecimiento de sus sufrimientos y su oración continua. A todos y cada uno va mi gratitud personal.

2. Hemos llegado así al final de esta interesante experiencia eclesial, en la que verdaderamente hemos «caminado juntos» (syn-odos). El encuentro de hoy nos ofrece la posibilidad de hacer un primer balance. Mañana por la mañana, durante la celebración eucarística que tendré la dicha de presidir en la basílica vaticana, podremos agradecer al Señor los frutos apostólicos cosechados durante estas semanas en favor del continente americano, desde Alaska a la Tierra de Fuego, desde el Pacífico al Atlántico.

Más adelante, como es costumbre después de cada Sínodo, tengo la intención de emanar una exhortación apostólica, que tendrá en cuenta las Propositiones aprobadas por la Asamblea y toda la riqueza de las intervenciones y de las diversas relaciones, con objeto de hacer eficaces las sugerencias pastorales surgidas a lo largo de los trabajos sinodales.

Estas jornadas que hemos pasado juntos han sido una auténtica gracia del Señor. Hemos vivido un encuentro especial con Jesucristo vivo, y hemos recorrido unidos un camino de conversión, de comunión y de solidaridad. Nos hemos sentido reunidos en el nombre de Jesús (cf. Mt
Mt 18,19-20) gracias a la acción del Espíritu Santo, que ilumina el presente y el futuro del continente americano con la alegría de la esperanza que nunca defrauda (cf. Rm Rm 5,5). A través de las numerosas intervenciones, que han recordado la grandeza y la belleza de la vocación cristiana, todos hemos sido animados a seguir a Cristo, pastor, sacerdote y profeta, cada uno desde su propia vocación.

La llamada común a seguir a Cristo nos ha hecho sentir lo preocupantes que son todavía las situaciones en que viven muchos de nuestros hermanos y hermanas. No pocos de ellos se encuentran en condiciones contrarias a la dignidad de hijos de Dios: pobreza extrema; falta de un mínimo de asistencia en caso de enfermedad; analfabetismo aún difuso; explotación; violencia; y dependencia de la droga. Y ¿qué decir de las presiones psicológicas ejercidas sobre la población en las sociedades desarrolladas que impiden, de diversos modos, su acceso a las fuentes vivas del Evangelio: clima de desconfianza respecto a la Iglesia; campañas antirreligiosas en los medios de comunicación social; influjo pernicioso de la permisividad; y fascinación por la riqueza fácil, incluso de origen ilegal? La denuncia de estas lamentables situaciones ha aparecido en muchas intervenciones de los padres sinodales.

3. Con todo, junto a estas valientes denuncias, no habéis dejado de poner de manifiesto motivos de esperanza y consuelo. Un número cada vez mayor de jóvenes opta por la vida sacerdotal y religiosa, y aporta su dinamismo y su creatividad a la tarea de la nueva evangelización. Muchos y beneméritos sacerdotes, y numerosas personas consagradas, fieles al carisma de sus respectivos institutos, os acompañan, venerados hermanos, en vuestro apostolado. ¡Cómo no recordar a tantos miles de laicos que, respondiendo a vuestro llamamiento, colaboran estrechamente con vosotros en la acción apostólica! Cooperan de diversos modos en la obra de evangelización, especialmente dentro de las pequeñas comunidades de fieles que, tanto en el corazón de las grandes ciudades como en el campo y en los centros más apartados, se reúnen para orar y escuchar la palabra de Dios.

También hay laicos, hombres y mujeres, que, siguiendo su vocación laical específica, trabajan con competencia en los diversos campos de la vida política, social y económica, para que penetre en ellos la levadura del Evangelio, a fin de construir un mundo más justo, fraterno y solidario. Su acción intrépida e insustituible es un elemento esencial de la evangelización, que hace más creíble el anuncio explícito de Jesucristo en un mundo que más que palabras necesita gestos concretos.

A lo largo de este Sínodo hemos podido reflexionar juntos en los caminos de la nueva evangelización, buscando respuestas de vida, de reconciliación y de paz para ofrecerlas a todo el continente americano. La rica experiencia de fraternidad, vivida en estas semanas, debe proseguir como testimonio permanente de unidad para un continente llamado, en sus diversos sectores, a la integración y a la solidaridad. Es una prioridad pastoral que invita a todos a prestar su colaboración.

Varias veces en esta sala se ha recordado la importancia de dar no sólo de lo superfluo sino también de lo necesario, a ejemplo de la viuda que cita el Evangelio (cf. Mc Mc 12,42-44). Si es verdad que en el continente americano, como en otras partes del mundo, los desafíos son muchos y complejos, y las tareas parecen superiores a las energías humanas, yo repito hoy a cada uno de vosotros: «¡No tengáis miedo! Más bien, cimentad toda vuestra vida en la esperanza que no defrauda» (cf. Rm Rm 5,5).

4. Venerados hermanos en el episcopado; queridos hermanos y hermanas, en la medida que me lo ha permitido mi programa diario, he tenido el placer de seguir los trabajos del Sínodo. Me ha impresionado el llamamiento constante que se ha hecho en las intervenciones y en las discusiones: me refiero a la invitación a la solidaridad. Sí, es preciso impulsar proféticamente la solidaridad y testimoniarla en la práctica. La solidaridad, aunando los esfuerzos de todas las personas y todos los pueblos, contribuirá a superar los efectos perniciosos de algunas situaciones presentadas con vigor a nuestra atención durante el Sínodo: una globalización que, a pesar de sus posibles beneficios, también ha producido formas de injusticia social; la pesadilla de la deuda externa de algunos países, para la que es urgente encontrar soluciones adecuadas y equitativas; la plaga del desempleo, debido, al menos en parte, a los desequilibrios existentes entre los países; los difíciles desafíos planteados por la inmigración y la movilidad humana, junto con los sufrimientos que los han producido.

El proceso sinodal nos ha llevado a experimentar la verdad de las palabras del Salmo: «Ecce quam bonum et quam iucundum habitare fratres in unum» (Ps 133,1). La solidaridad nace del amor fraterno, que es tanto más efectivo cuanto más arraigado está en la caridad divina.

321 Dios conceda, como el mejor fruto de este Sínodo, un aumento de la comprensión y el amor entre los pueblos de América. Quisiera recordar aquí que, como se ha observado, lo contrario del amor no es necesariamente el odio; puede ser también la indiferencia, el desinterés, la falta de atención. Nosotros deseamos entrar en el nuevo milenio por el camino del amor.

Queridos amigos, dentro de pocos días volveréis a vuestras Iglesias particulares para uniros a vuestros hermanos y hermanas en la fe a fin de continuar el trabajo de este Sínodo. Transmitidles el saludo del Papa y su abrazo.

Yo seguiré cerca de vosotros con la oración. Os encomiendo a la divina Providencia e invoco sobre vosotros la luz y la fuerza del Espíritu Santo.Hemos comenzado juntos el año dedicado especialmente a él, otro paso significativo hacia la celebración del gran jubileo del año 2000. El Espíritu realiza nuestra conversión y nos pone en comunión con nuestros hermanos y hermanas. Es él quien nos impulsa a vivir el mayor de los dones: el amor cristiano, que hoy se manifiesta en la solidaridad.

Que Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de toda América y estrella de la primera y de la nueva evangelización, nos obtenga la gracia de experimentar y ver crecer los abundantes frutos de esta Asamblea especial del Sínodo de los obispos.

A todos os imparto mi bendición.










A LA LIGA ITALIANA PARA LA LUCHA CONTRA EL CÁNCER


Sábado 13 de diciembre de 1997



Gentiles señoras y señores:

1. Me alegra daros mi cordial bienvenida a vosotros que, desde diversas regiones de Italia, habéis venido a Roma para celebrar, con una peregrinación a las tumbas de los Apóstoles, el 70 aniversario de la fundación de vuestra asociación.

Saludo, en particular, al presidente de la «Liga italiana para la lucha contra el cáncer» y le agradezco los sentimientos que ha manifestado en sus nobles palabras. Saludo a los miembros del consejo directivo central, a los presidentes de las secciones provinciales y al comité científico. Al mismo tiempo, deseo extender mi afectuoso saludo a todos los que se reconocen en los altos ideales y en la actividad que vuestra asociación promueve al servicio de cuantos están afectados por este mal que, desgraciadamente, hoy está tan difundido.

Vuestra obra de investigación científica y de sensibilización de la opinión pública sobre el «mal del siglo» es particularmente meritoria, porque va acompañada por una presencia concreta junto a quienes, de diferentes modos, soportan las dificultades, los sufrimientos y las molestias causados por esta enfermedad.

En la experiencia de cada día constatáis cuán complejas son las situaciones que se producen cuando la enfermedad, especialmente este tipo de enfermedad, llama a la puerta de una persona o de una familia. Además de la consulta médica, se necesita una ayuda psicológica y espiritual, pronta y fraterna; hace falta una solidaridad concreta. En este ámbito, vuestra benemérita asociación ya hace mucho, y puede hacer mucho más aún.

322 2. Durante los últimos años, numerosos estudios epidemiológicos han permitido diseñar un amplio panorama sobre la incidencia del cáncer en el mundo y sobre las mejoras que se han logrado en el campo de la asistencia médico-sanitaria, gracias al progreso obtenido en la investigación biomédica y en la atención sanitaria. Esto ha llevado a un considerable alargamiento de la esperanza de vida de esos enfermos, así como a una mejoría de su calidad de vida. Es necesario potenciar ulteriormente, con la aportación de todas las instituciones interesadas, los diversos tipos de curación que han resultado particularmente eficaces. Esto ofrece la posibilidad de administrar válidamente las intervenciones médico-asistenciales, con vistas al mayor bien del paciente. Es preciso evitar siempre las intervenciones inadecuadas a la situación real o desproporcionadas a los resultados médicos, así como acciones u omisiones encaminadas a procurar la muerte para eliminar el dolor.

3. Sobre todo en el caso de los enfermos de cáncer, la medicina está llamada a su tarea más difícil y delicada: ayudar al enfermo a vivir su enfermedad de modo humano y, para los creyentes, a vivirla según los recursos y las exigencias propias de la fe cristiana.

En esta importante obra, que no puede limitarse sólo al aspecto médico, sino que necesariamente debe extenderse a la consideración de toda la persona humana, la Iglesia, que siempre está atenta a ella, especialmente cuando sufre, ofrece su aportación. Precisamente porque considera al hombre como su camino privilegiado, mira de modo especial a cuantos experimentan en su carne las penas de la enfermedad. El sufrimiento, iluminado por la fe, puede llegar a ser participación en el misterio de la redención (cf. Col
Col 1,24): en Cristo el dolor recibe una nueva luz, que lo eleva de simple y negativa pasividad a colaboración positiva en la obra de la salvación, realizada por el Hijo de Dios, que por ello se hizo hombre y puso su morada entre nosotros (cf. Jn Jn 1,14). Así, a la luz del Evangelio, el sufrimiento adquiere un sentido y un valor peculiar: no es energía desperdiciada, porque el amor divino lo transforma, y como tal se ofrece en comunión con los sufrimientos de Cristo.

4. Gentiles señoras y señores, en esta perspectiva reviste gran importancia la dimensión ética y religiosa de vuestra profesión, que no es aventurado calificar como una verdadera misión.

Tratáis a pacientes que, afligidos por la angustia sobre su futuro, sienten que les falla la esperanza. Ofreciendo vuestra contribución para restablecer la salud física del ser humano, no perdáis nunca de vista a la persona y su deseo de recuperar la paz interior y la energía espiritual que pueden fortalecerla en el camino diario de la vida. Así, vuestro servicio no podrá menos de caracterizarse por un amor auténtico a toda criatura humana, es decir, por el amor que el Verbo encarnado nos ha revelado y comunicado extraordinariamente en el misterio de su encarnación.

Mientras os invito a perseverar uniendo vuestras energías al servicio de quienes sufren, invoco la abundancia de los favores celestiales sobre vosotros y sobre las personas con las que os pone en contacto vuestra asociación, y expreso a cada uno mi felicitación por la próxima Navidad.

Os imparto a todos de corazón la bendición apostólica.








AL CONSEJO GENERAL DE LOS PADRES REDENTORISTAS


Lunes 15 de diciembre de 1997



Queridos padres de la congregación del Santísimo Redentor:

1. Con alegría os doy mi bienvenida a vosotros, que representáis a toda la familia espiritual fundada por san Alfonso María de Ligorio y que, después del reciente capítulo general, habéis querido encontraros con el Sucesor de Pedro para renovarle la expresión de vuestra adhesión y de vuestros sentimientos de plena comunión.

Saludo al padre Joseph William Tobin, nuevo superior general, y le expreso mis mejores deseos para la ardua misión a la que ha sido llamado. Doy las gracias al padre Juan María Lasso de la Vega, que durante los años de servicio como moderador supremo de los redentoristas se ha prodigado para guiar al instituto hacia una adhesión cada vez más consciente al carisma de vuestro fundador, de cuyo nacimiento habéis conmemorado recientemente el tercer centenario.

323 Al saludaros con afecto a cada uno, deseo saludar cordialmente a todos los redentoristas que trabajan en la Iglesia con generosidad, competencia y adhesión fiel al Evangelio.

2. La celebración del aniversario del nacimiento de san Alfonso ha sido una ocasión propicia para que vuestro instituto muestre cómo la opción radical por el Evangelio, la fidelidad a la palabra de Dios, la comunión profunda y sincera con la Iglesia y la cercanía solidaria a los pobres llevaron al gran doctor de la Iglesia a crear en su época un nuevo estilo de evangelización. Al mismo tiempo, su ejemplo y su enseñanza confirman la original actualidad de su mensaje en la comunidad cristiana de hoy, iluminando la senda que es preciso seguir también hoy, mientras estamos en camino hacia el tercer milenio.

Él no dejó de subrayar cuán necesario era ser fieles a las opciones, a las palabras y al estilo con el que el Redentor fue entre los hombres el evangelio de Dios. En efecto, en su Regla recomienda siempre «seguir el ejemplo de Jesucristo, predicando la palabra de Dios a los pobres», y convirtiéndose él mismo en ejemplo y modelo de cuantos ejercen un ministerio apostólico o pastoral.

Su «celo por la casa del Señor» (cf. Sal
Ps 69,10) lo transformó en maestro y testigo para muchos de sus contemporáneos, y su enseñanza sigue alimentando aún hoy el pensamiento y la acción de la Iglesia.

Para su labor pastoral, realizada con generosidad y competencia, sacaba fuerzas de su ardiente y constante oración, que caracterizó su existencia. En su diálogo íntimo con la Fuente de la sabiduría encontraba las respuestas con las que iluminaba, animaba y consolaba a cuantos se dirigían a él para obtener orientación y apoyo.

3. Amadísimos hermanos, la figura de vuestro fundador, siempre tan actual, constituye un don para la Iglesia y un valioso estímulo para vuestra congregación, llamada a una adhesión renovada y entusiasta a Cristo. Contemplándolo, podéis trabajar con mayor generosidad al servicio de la nueva evangelización, en la que está comprometida hoy toda la Iglesia. Desde luego, hay que actualizar constantemente, con valentía, las formas del anuncio del Evangelio a las situaciones concretas de los diversos ambientes en los que vive la Iglesia; pero esto implica un esfuerzo aún mayor de fidelidad a los orígenes, para que el estilo apostólico que es propio de vuestra familia pueda seguir respondiendo a las expectativas del pueblo de Dios. Sé que éste es el compromiso que os anima, y os exhorto a caminar con valentía en esta dirección.

Queridos hermanos, estad dispuestos a realizar con renovado vigor vuestra misión entre los pobres de Cristo, anunciándoles el evangelio de la esperanza y de la caridad.

Que la Virgen santísima, Madre del Redentor, a la que amáis con particular afecto, os sostenga siempre y obtenga para vosotros abundantes frutos apostólicos.

Con estos sentimientos, y renovándoos en nombre de la Iglesia el más profundo agradecimiento por vuestra acción al servicio del Evangelio, os imparto de corazón mi bendición a vosotros, y la extiendo con gusto a todo vuestro instituto.












AL DEFINITORIO GENERAL DE LA ORDEN DE FRAILES MENORES


Martes 16 de diciembre de 1997



Amadísimos Frailes Menores:

324 1. Me alegra acogeros hoy y os saludo cordialmente a cada uno con las palabras que solía decir san Francisco: «El Señor os conceda su paz». Os agradezco vuestra visita: habéis venido para renovar los vínculos de íntima comunión con el Sucesor de Pedro, que el seráfico padre, en su Regla, quiso que fueran el carácter distintivo de vuestra orden.

Saludo de modo particular al padre Giacomo Bini, recientemente elegido ministro general, y le expreso mis mejores deseos para la ardua tarea que se le ha confiado. Saludo también al padre Hermann Schalück, que ha desempeñado con espíritu de servicio su mandato al frente de la orden.

Vuestra presencia me ofrece, esta mañana, la grata ocasión de hacer llegar a vuestros hermanos esparcidos por el mundo mis sentimientos de agradecimiento por su generoso y provechoso compromiso de fidelidad a Cristo y de activa evangelización. Vuestro trabajo apostólico, muy apreciado, se orienta de varias maneras especialmente a la atención de los pobres y de los más necesitados, siguiendo las huellas de vuestro santo fundador.

2. El pasado mes de mayo celebrasteis vuestro capítulo general en el santuario de la Porciúncula, lugar tan querido para san Francisco, donde recibió la iluminación sobre su vocación y desde donde comenzó su fecunda obra espiritual y misionera, que generó una gran renovación en la Iglesia y en la sociedad de ese tiempo. El gesto de reuniros allí para una acto de fundamental importancia en la vida de un instituto religioso cobra especial significado pues expresa el deseo de volver a las raíces de vuestro carisma específico. La Porciúncula, lugar sagrado conocido en todo el mundo, ha vuelto a ser noticia a causa de las trágicas consecuencias del reciente terremoto, que ha afectado a las regiones de Umbría y Las Marcas, dejando en la gente y en los edificios heridas profundas que aún deben sanar.

Hablando de la Porciúncula, ¡cómo no recordar la famosa invitación que allí recibió Francisco: «Ve, y repara mi iglesia »! Vosotros, atentos a los signos de los tiempos, queréis captar toda llamada para intensificar el entusiasmo y la generosidad de vuestro servicio a la Iglesia con fidelidad inmutable al espíritu de los orígenes. Acogiendo las inspiraciones del Espíritu del Señor, queréis abriros, en una línea de continuidad dinámica con vuestra auténtica tradición, a las expectativas y a los desafíos del presente, para contribuir a guiar a los hombres al encuentro del Señor que viene.

Ciertamente, son graves los terremotos que afectan a las estructuras materiales; pero, no conviene olvidar otros fenómenos, quizá más preocupantes aún, que turban la existencia de las personas y muestran la ausencia y el vacío de humanidad y de sentido de Dios. Me refiero aquí a la pérdida del respeto a la dignidad del hombre y a la intangibilidad de su vida, a la indiferencia religiosa y al ateísmo práctico, que llevan a que el pensamiento de Dios se aleje del horizonte de la vida, abriendo el camino a un peligroso vacío de valores e ideales.

Si los desafíos de nuestro tiempo inducen, por una parte, a mirar con preocupación al futuro, por otra interpelan con vigor a la comunidad de los creyentes para que los acepte y los afronte con urgencia. El tiempo es breve, nos advierte la liturgia del Adviento, y es preciso preparar el camino para el Señor que viene. Este espíritu, típico del tiempo litúrgico que estamos viviendo, debe animar todas las actividades de los institutos religiosos.

Deseo ardientemente que ese espíritu penetre cada vez más intensamente también en vuestra familia religiosa, llamada a llevar el evangelio de la alegría y del amor a los hombres de nuestro tiempo. Por eso, la misión que os espera, con vistas al tercer milenio, consiste en partir nuevamente de vuestros orígenes para intensificar la atención a los hermanos, promoviendo una acción pastoral actualizada según vuestro carisma. En el centro de esta ardua renovación apostólica está la escucha de Dios en el estilo de vida contemplativo típico de san Francisco. Él solía repetir que «el predicador debe recibir primero en la oración lo que después comunicará en sus predicaciones». Deseándoos que sigáis fielmente los pasos de vuestro seráfico padre, invoco sobre vosotros y sobre toda la orden la renovada efusión de los dones del Espíritu Santo, para que os sostengan y guíen en vuestro servicio a Cristo y a la Iglesia.

Os deseo a todos una santa Navidad y un año nuevo lleno de paz y alegría. Con estos sentimientos, os bendigo a todos.










A LOS EMBAJADORES DE BENÍN, ERITREA, NORUEGA,


SRI LANKA Y TOGO ANTE LA SANTA SEDE


Sala Clementina

Jueves 18 de diciembre de 1997



Excelencias:

325 1. Me agrada daros la bienvenida a la ciudad eterna, con ocasión de la presentación de las cartas que os acreditan como embajadores extraordinarios y plenipotenciarios ante la Santa Sede de vuestros respectivos países: Benin, Eritrea, Noruega, Sri Lanka y Togo. En esta circunstancia, renuevo con gusto la expresión de mi estima y amistad a las autoridades de vuestras naciones y a todos vuestros compatriotas. Os agradezco los cordiales mensajes que me habéis transmitido de parte de vuestros jefes de Estado, y os ruego que les expreséis mi saludo deferente y mis mejores deseos para ellos y para su importante misión al servicio de sus compatriotas.

2. Para responder a las esperanzas y a las aspiraciones legítimas de los pueblos a la paz y al bienestar material y espiritual, conviene recordar la importancia del diálogo en el seno de las comunidades nacionales y entre los países, diálogo que es el camino de la razón y un aspecto esencial de la vida diplomática. Con este espíritu, es preciso sostener a las naciones que aún deben desarrollar su vida democrática, para permitir la participación de un número mayor de personas en la vida pública. Así mismo, invito a quienes desempeñan un papel en el concierto de las naciones a hacer todo lo posible para favorecer la comunicación entre los pueblos y para invitar a los responsables de la vida política y económica a proseguir por la senda de la cooperación internacional. Como la historia ha demostrado frecuentemente, es evidente que la violencia o la fuerza no resuelven jamás, a largo plazo, las situaciones de conflicto. Al contrario, refuerzan todo tipo de particularismos.

3. Al término de la Asamblea especial para América del Sínodo de los obispos, que acaba de celebrarse en Roma, los pastores se han hecho eco muchas veces de la voz de los pobres; junto con ellos, no puedo menos de exhortar a un compromiso renovado de la comunidad internacional en favor de los países que aún deben luchar de manera más intensa contra la pobreza, fuente de numerosos males para las personas y los pueblos, en particular de los flagelos de la droga y de la delincuencia en todas sus formas. Al aproximarse el tercer milenio, es de desear también una toma de conciencia más fuerte en favor del respeto a toda persona, especialmente a los niños, que no siempre tienen la posibilidad de recibir la educación a que tienen derecho, que son objeto de múltiples formas de explotación y que se ven obligados a trabajar, a veces en condiciones degradantes. Estoy seguro de que, como diplomáticos, sois particularmente sensibles ante estos aspectos de la vida social.

4. Al comenzar vuestra misión, que os permitirá conocer más la vida y la acción de la Sede apostólica, os expreso mis mejores deseos e invoco la abundancia de las bendiciones divinas sobre vosotros, así como sobre vuestras familias, sobre vuestros colaboradores y sobre las naciones que representáis.







PALABRAS DEL PAPA JUAN PABLO II


A LOS PROMOTORES DEL CONCIERTO DE NAVIDAD


Jueves 18 de diciembre de 1997



Ilustres señores,
gentiles señoras:

Me complace acogeros en este encuentro, que me permite expresaros mi aprecio por la participación en el tradicional concierto «Navidad en el Vaticano », que ya ha llegado a su quinta edición. Os saludo y os doy las gracias de corazón a todos: a los miembros de la orquesta filarmónica de Montecarlo y a los maestros que la dirigirán, a los coros y a los grupos musicales que actuarán, y a los organizadores de la velada. A todos os deseo que disfrutéis tanto en este concierto como en todas las otras iniciativas de carácter artístico y cultural.

Con vuestra participación en el concierto de mañana, manifestáis vuestra sensibilidad ante una exigencia que la comunidad cristiana de Roma siente mucho: como es sabido, la iniciativa a la que os habéis sumado generosamente pretende sensibilizar a la opinión pública sobre el proyecto de construir cincuenta iglesias de aquí al año 2000 para las comunidades parroquiales que aún carecen de ellas. Se trata de realizar, especialmente en los barrios de la periferia, donde se han producido recientemente nuevos asentamientos urbanos, lugares acogedores para el culto, para la catequesis y para diversas actividades sociales, culturales y deportivas. Todo esto forma parte del camino de la nueva evangelización, en el que está comprometida activamente la comunidad eclesial de Roma, con vistas al gran jubileo del año 2000.

Mientras formulo votos para que la manifestación tenga pleno éxito, a cada uno deseo cordialmente unas serenas fiestas navideñas, llenas de alegría y paz. Confirmo este deseo con una especial bendición apostólica, que extiendo complacido a vuestras familias y a vuestros seres queridos.








AL ARZOBISPO DE LUXEMBURGO EN VISITA «AD LIMINA


Viernes 19 de diciembre de 1997

326 1. En este momento, en que usted realiza su visita ad limina, me alegra acogerlo en la sede del Sucesor de Pedro. A cada obispo le brinda una ocasión incomparable para fortalecer su ministerio, orando ante las tumbas de san Pedro y san Pablo, y para vivir tiempos fuertes de comunión eclesial, gracias a los diferentes encuentros con los miembros de los dicasterios de la Curia. Que los Apóstoles le obtengan proseguir su misión pastoral en la alegría, con la fuerza yla luz que da el Espíritu Santo.

2. En su relación quinquenal, me ha hecho partícipe de la vitalidad espiritual de la archidiócesis de Luxemburgo. En la perspectiva del gran jubileo y de la nueva evangelización que la Iglesia debe realizar durante el tercer milenio, usted ha comprometido a la comunidad diocesana en un proceso sinodal, titulado Iglesia 2005: en camino con Jesucristo, juntos en favor de los hombres. Así, invita oportunamente a los pastores y a los fieles a contemplar a Cristo y el misterio cristiano, con propuestas de formación, con una acogida siempre renovada de la palabra de Dios, con una profundización de la liturgia y con una vida comunitaria más intensa. En efecto, con ese itinerario espiritual e intelectual todos los miembros del pueblo de Dios acrecientan su fe y se comprometen más decididamente en la misión, cada uno según su carisma y el servicio que le corresponde realizar en la Iglesia y en la sociedad.

3. Le felicito por el trabajo que realizan los sacerdotes, que se dedican a transmitir fielmente el Evangelio y la enseñanza de la Iglesia, en particular el mensaje conciliar, y a guiar y santificar al pueblo cristiano, para que todos los hombres lleguen a ser discípulos de Cristo. Conozco la importancia y la multiplicidad de sus tareas, especialmente en una época en la que, lamentablemente, se comienza a sentir la falta de sacerdotes. Los exhorto a no desalentarse, y a permanecer vigilantes en la oración y en su vida espiritual. Así, reavivarán el carisma que Dios le ha otorgado por la imposición de las manos (cf.
2Tm 1,6), para ejercer plenamente el ministerio que se les ha confiado.

4. Los pastores están llamados a realizar su misión en relación con los laicos, de manera coordinada y sin confusión entre lo que compete al ministerio ordenado y lo que pertenece al sacerdocio universal de los bautizados. «Cada uno, en su unicidad e irrepetibilidad, con su ser y con su obrar, se pone al servicio del crecimiento de la comunión eclesial; así como, por otra parte, recibe personalmente y hace suya la riqueza común de toda la Iglesia» (Christifideles laici CL 28). En esta perspectiva, según la cual la riqueza y la diversidad se han de poner al servicio de todos, los sacerdotes están invitados a «reconocer sinceramente y promover la dignidad de los laicos y la función que tienen como propia en la misión de la Iglesia» (Presbyterorum ordinis PO 9). En los cargos eclesiales que pueden confiárseles en virtud de su bautismo y su confirmación, o en las asociaciones de laicos de las que forman parte, teniendo en cuenta los criterios de eclesialidad que he recordado (cf. Christifideles laici CL 30), los fieles saben que no sustituyen al sacerdote o al diácono, sino que colaboran en una obra común: la edificación del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, «la evangelización y santificación de los hombres» (Apostolicam actuositatem AA 20).

5. Gracias a la colaboración armoniosa de los diferentes servicios diocesanos, usted ha intensificado la formación cristiana de los adultos. Me alegran los esfuerzos realizados en este campo. Estoy seguro de que usted ya contempla sus frutos en el seno de la Iglesia particular, especialmente en la calidad de la liturgia y en la colaboración de los fieles en las diferentes tareas eclesiales. Animo a los laicos a proseguir su participación activa en la comunidad parroquial a la que pertenecen, ya que especialmente en el seno de la parroquia se expresa el legítimo pluralismo de las sensibilidades y de los modos de obrar, y se realizan colaboraciones útiles. En la Iglesia se nos han dado hermanos y hermanas, para que todo contribuya al beneficio de todo el Cuerpo.

También para afrontar las cuestiones morales de nuestro tiempo y renovar el orden temporal, los laicos necesitan profundizar incesantemente el mensaje evangélico. Si lo hacen, estarán mejor preparados para asumir compromisos y responsabilidades al servicio de sus hermanos, en el marco de la sociedad civil, que se construye sobre la base de las normas objetivas de la moralidad (cf. Gaudium et spes GS 16). En el mundo moderno, caracterizado por el materialismo y el poder del dinero, la enseñanza de la doctrina social de la Iglesia es particularmente útil para recordar que el hombre es el centro de la vida social y que el desarrollo de la solidaridad y de la vida fraterna supone «una conciencia cada vez más viva de estas disparidades » entre las personas y «un cambio en la mentalidad y la actitud de todos» (ib., 63). Desde este punto de vista, su archidiócesis desempeña también un papel específico en el seno de la gran Europa. Congratulándome por los importantes esfuerzos que han realizado los fieles de su diócesis en el curso de estos últimos años en el campo de la caridad, los exhorto a proseguir y a intensificar su apoyo a los hombres y a los pueblos que tienen necesidad de su talento y de su ayuda. Así, manifestarán de manera evidente el sentido de la catolicidad, que es la apertura a la universalidad, según el ejemplo de las primeras comunidades cristianas (cf. Rm Rm 16,25-27).

6. Quisiera expresar mi agradecimiento cordial a los institutos de vida consagrada, cuyo apostolado es muy apreciado. En particular, conviene señalar la importancia de su presencia en la enseñanza, en la que numerosos jóvenes pueden tomar conciencia de su vocación, y en los servicios de la sanidad. Las instituciones de formación de la juventud deben ser objeto de la atención de las comunidades cristianas y movilizar a numerosos adultos, padres, profesores, educadores, sacerdotes y religiosos. Los jóvenes necesitan recibir una educación moral y espiritual adecuada, y se les debe acompañar en la maduración de su personalidad, en la preparación de su futuro y en la realización de su vocación específica, sea el matrimonio, el sacerdocio o la vida consagrada. A este propósito, me alegra la nueva vitalidad de los movimientos de jóvenes, sobre los que usted me ha informado. Tienen que desempeñar un papel muy importante en el apostolado de la juventud de su país.

7. A través de usted, también saludo con afecto a las comunidades católicas melquita y ucraniana de su archidiócesis. Transmita mi aliento cordial a los sacerdotes, a los diáconos, a los religiosos y religiosas, y a los fieles, llamados todos a trabajar en comunión con usted en la misión de la Iglesia. Invoco sobre usted y sobre su comunidad diocesana la intercesión materna de Nuestra Señora de Luxemburgo, Consuelo de los afligidos, y de san Willibrordo, y le imparto de todo corazón la bendición apostólica.








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