Audiencias 1998



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Enero de 1998


Miércoles 14 de enero de 1998



1. La celebración del jubileo nos invitará a fijar nuestra atención en la hora de la salvación. Muchas veces, en diversas circunstancias, Jesús recurre al término «hora» para indicar un momento fijado por el Padre para el cumplimiento de la obra de salvación.

Habla de ella ya desde el inicio de su vida pública, en el episodio de las bodas de Caná, cuando su madre le pide que ayude a los esposos que pasan apuros por la falta de vino. Para indicar el motivo por el que no quiere aceptar esa petición, Jesús dice a su madre: «Todavía no ha llegado mi hora» (Jn 2,4).

Se trata, ciertamente, de la hora de la primera manifestación del poder mesiánico de Jesús. Es una hora particularmente importante, como da a entender la conclusión de la narración evangélica, en la que se presenta el milagro como «el comienzo» o «inicio» de los signos (cf. Jn 2,11). Pero en el fondo aparece la hora de la pasión y glorificación de Jesús (cf. Jn 7,30 Jn 8,20 Jn 12,23-27 Jn 13,1 Jn 17,1 Jn 19,27), cuando lleve a término la obra de la redención de la humanidad.

Al realizar ese «signo» por la intercesi ón eficaz de María, Jesús se manifiesta como Salvador mesiánico. Mientras ayuda a los esposos, en realidad es él mismo quien comienza su obra de Esposo, inaugurando el banquete de bodas que es imagen del reino de Dios (cf. Mt 22,2).

2. Con Jesús ha llegado la hora de nuevas relaciones con Dios, la hora de un nuevo culto: «Llega la hora ?ya estamos en ella? en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad» (Jn 4,23). Este culto universal se fundamenta en el hecho de que el Hijo, al encarnarse, ha dado a los hombres la posibilidad de compartir su culto filial al Padre.

La «hora» es también el tiempo en que se manifiesta la obra del Hijo: «En verdad, en verdad os digo: llega la hora ?ya estamos en ella? en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán. Porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así tambi én le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo» (Jn 5,25-26).

La gran hora en la historia del mundo es el tiempo en que el Hijo da la vida, haciendo oír su voz salvadora a los hombres que están bajo el dominio del pecado. Es la hora de la redención.

3. Toda la vida terrena de Jesús está orientada hacia esa hora. En un momento de angustia, poco tiempo antes de la pasión, Jesús dice: «Ahora mi alma está turbada. Y ¿qué voy a decir? ¿Padre, líbrame de esta hora? Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!» (Jn 12,27).

2 Con estas palabras, Jesús revela el drama íntimo que oprime su alma frente a la perspectiva del sacrificio que se acerca. Tiene la posibilidad de pedir al Padre que aleje de él esa terrible prueba. Pero, por otra parte, no quiere huir de ese destino doloroso: «He llegado a esta hora para esto». Vino para ofrecer el sacrificio que procurará la salvación a la humanidad.

4. Esa hora dramática ha sido querida y establecida por el Padre. Antes de la hora elegida por el designio divino, los enemigos de Jesús no pueden apoderarse de él.

Muchas veces intentaron detenerlo o asesinarlo. Al mencionar una de esas tentativas, el evangelio de san Juan pone de relieve la impotencia de sus adversarios: «Querían, pues, detenerle, pero nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora» (
Jn 7,30).

Cuando llega la hora, se presenta también como la hora de sus enemigos. «Esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas», dice Jesús a «los sumos sacerdotes, jefes de la guardia del templo y ancianos que habían ido contra él» (Lc 22,52-53).

En esa hora tenebrosa, parece que nadie puede detener el poder impetuoso del mal.

Y, sin embargo, también esa hora depende del poder del Padre. Él será quien permita a los enemigos de Jesús apresarlo. Su obra se incluye misteriosamente en el plan establecido por Dios para la salvación de todos.

5. Más que la hora de sus enemigos, la hora de la pasión es, pues, la hora de Cristo, la hora del cumplimiento de su misión. El evangelio de san Juan nos permite descubrir las disposiciones íntimas de Jesús al inicio de la última Cena: «Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo » (Jn 13,1). Por tanto, es la hora del amor, que quiere llegar «hasta el extremo », es decir, hasta la entrega suprema. En su sacrificio, Cristo nos revela el amor perfecto: ¡no habría podido amarnos más profundamente!

Esa hora decisiva es, al mismo tiempo, hora de la pasión y hora de la glorificación. Según el evangelio de san Juan, es la hora en que el Hijo del hombre es «elevado de la tierra» (Jn 12,32). La elevación en la cruz es signo de la elevación a la gloria celestial. Entonces empezará la fase de una nueva relación con la humanidad y, en particular, con sus discípulos, como Jesús mismo anuncia: «Os he dicho todo esto en parábolas. Se acerca la hora en que ya no os hablaré en parábolas, sino que con toda claridad os hablaré acerca del Padre» (Jn 16,25).

La hora suprema es, en definitiva, el tiempo en que el Hijo va al Padre. En ella se aclara el significado de su sacrificio y se manifiesta plenamente el valor que dicho sacrificio reviste para la humanidad redimida y llamada a unirse al Hijo en su regreso al Padre.

Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular al destacamento del Ejército del Aire español, que participan en la misión de paz en los territorios de la ex Yugoslavia, así como a los grupos procedentes de México, Argentina y Chile. A todos os acojo cordialmente y os bendigo en el Señor. Quiero expresar mi dolor y preocupación por los últimos atentados terroristas ocurridos en España, que contradicen la voluntad de paz manifestada repetidamente por la sociedad. Estos actos de violencia, expresión de una cultura de muerte, no tienen justificación alguna y comprometen el porvenir de todo un pueblo. Deseo que cesen estas acciones, para que todos puedan gozar de un futuro en tolerancia, respeto y libertad.

(En italiano)

3 (A los miembros del circo americano)
Os aliento cordialmente a vosotros, que formáis una gran familia viajera, y que mediante vuestro trabajo ofrecéis una diversión serena a la gente. Deseo de corazón que en vuestro recorrido por los caminos de tantas regiones y naciones llevéis a los pequeños y a los grandes un mensaje de solidaridad, bondad y alegría».

(A los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados)
Dirijo, ahora, un cordial saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados presentes. La fiesta del Bautismo del Señor, que hemos celebrado el domingo pasado, reavive en vosotros, queridos jóvenes, el recuerdo de vuestro bautismo y os sirva de estímulo para testimoniar siempre con alegría vuestra fe en Cristo; constituya para vosotros, queridos enfermos, motivo de consuelo en el sufrimiento, pensando que os une al Cordero de Dios, que con su pasión y muerte quita el pecado del mundo. La vocación bautismal os sostenga a vosotros, queridos recién casados, en el camino del matrimonio para prepararos a educar y guiar a los hijos hacia la plenitud de la fe.
* * * * * * * *

Apremiante llamamiento del Santo Padre en favor de la paz en Argelia y Ruanda


El odio sigue ensangrentando la amada tierra africana. En Argelia no cesan las matanzas, que implican también a mujeres, ancianos y niños. En Ruanda, cinco misioneras de la congregación de las Hijas de la Resurrección, así como dos colaboradores laicos, han sido asesinados en la diócesis de Nyundo. Otras dos religiosas han quedado heridas gravemente.

Consternación y amargura invaden el alma de todos nosotros por estos dramáticos episodios, que no pueden dejar de interpelar la conciencia de la humanidad entera.

Elevemos nuestra oración por las víctimas de estas bárbaras matanzas.

Manifiesto mi solidaridad y cercanía espiritual a cuantos se hallan en la aflicción y en el dolor, mientras formulo el deseo cordial de una pronta curación a los heridos.

Que el sacrificio de tantas personas inermes induzca a sentimientos de arrepentimiento, perdón y finalmente paz.


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Miércoles 28 de Enero 1998


1. He regresado anteayer de Cuba, donde, respondiendo a la invitación de los obispos y del mismo presidente de la República, he realizado una inolvidable visita pastoral. El Señor ha querido que el Papa visitara aquella tierra y llevase consuelo a la Iglesia que allí vive y anuncia el Evangelio. A él va, ante todo, mi agradecimiento, que se extiende también a todo el pueblo de Dios, del que, en los días pasados, he recibido un constante apoyo espiritual.

Dirijo unas palabras de agradecimiento en especial al señor presidente de la República de Cuba, doctor Fidel Castro Ruz, y a las demás autoridades, que han hecho posible esta peregrinación apostólica. Doy las gracias con gran afecto a los obispos de la isla, comenzando por el arzobispo de La Habana, cardenal Jaime Ortega, así como a los sacerdotes, los religiosos y las religiosas y a todos los fieles, que me han dispensado una acogida conmovedora.

En efecto, desde mi llegada he estado rodeado por una gran manifestación del pueblo, que ha asombrado incluso a cuantos, como yo, conocen el entusiasmo de la gente latinoamericana. Ha sido la expresión de una larga espera, un encuentro largo tiempo deseado por parte de un pueblo que, en cierto modo, se ha reconciliado en él con su propia historia y su propia vocación. La visita pastoral ha sido un gran evento de reconciliación espiritual, cultural y social, que sin duda producirá frutos positivos también en otros ámbitos.

En la gran plaza de la Revolución José Martí de La Habana, he visto un enorme cuadro que representaba a Cristo, con la leyenda «¡Jesucristo, en ti confío!». He dado gracias a Dios porque precisamente en aquella plaza dedicada a la «Revolución» ha hallado un lugar Aquel que trajo al mundo la auténtica revolución, la del amor de Dios, que libera al hombre del mal y de la injusticia, y le da la paz y la plenitud de la vida.

2. He ido a la tierra cubana, definida por Cristóbal Colón «la más hermosa que ojos humanos hayan visto jamás», ante todo para rendir homenaje a aquella Iglesia y confirmarla en su camino. Es una Iglesia que ha atravesado momentos muy difíciles, pero ha perseverado en la fe, en la esperanza y en la caridad. He querido visitarla para compartir su profundo espíritu religioso, sus alegrías y sus sufrimientos; para dar impulso a su obra evangelizadora.

He ido como peregrino de paz para hacer resonar en medio de aquel noble pueblo el anuncio perenne de la Iglesia: Cristo es el Redentor del hombre y el Evangelio es la garantía del auténtico desarrollo de la sociedad.

La primera santa misa que tuve la alegría de celebrar en tierra cubana, en la ciudad de Santa Clara, fue una acción de gracias a Dios por el don de la familia, en unión ideal con el gran Encuentro mundial de las familias del pasado mes de octubre en Río de Janeiro. Quise hacerme solidario con las familias cubanas frente a los problemas que plantea la sociedad actual.

3. En Camagüey pude hablar a los jóvenes, consciente de que ser jóvenes católicos en Cuba ha sido y sigue siendo un reto. Su presencia dentro de la comunidad cristiana cubana es muy significativa por lo que concierne tanto a los grandes eventos como a la vida de cada día. Pienso con agradecimiento en los jóvenes catequistas, misioneros y agentes de la Cáritas y de otros proyectos sociales.

El encuentro con los jóvenes cubanos fue una inolvidable fiesta de la esperanza, durante la cual los exhorté a abrir el corazón y toda su existencia a Cristo, venciendo el relativismo moral y sus consecuencias. A ellos les renuevo la expresión de mi aliento y de todo mi afecto.

4. En la universidad de La Habana, en presencia también del presidente Fidel Castro, me reuní con los representantes del mundo de la cultura cubana. En el arco de cinco siglos, ésta ha experimentado diversas influencias: la hispánica, la africana, la de los diferentes grupos de inmigrantes y la propiamente americana. En los últimos decenios, ha influido en ella la ideología marxista materialista y atea. Sin embargo, en el fondo, su fisonomía, la llamada «cubanía», ha permanecido íntimamente marcada por la inspiración cristiana, como lo atestiguan los numerosos hombres de cultura católicos, presentes en toda su historia. Entre ellos destaca el siervo de Dios Félix Varela, sacerdote, cuya tumba se halla precisamente en el aula magna de la Universidad. El mensaje de estos «padres de la patria» es muy actual e indica el camino de la síntesis entre la fe y la cultura, el camino de la formación de conciencias libres y responsables, capaces de diálogo y, al mismo tiempo, de fidelidad a los valores fundamentales de la persona y de la sociedad.

5 5. En Santiago de Cuba, sede primada, mi visita fue, en su pleno sentido, una peregrinación: efectivamente, allí veneré a la patrona del pueblo cubano, la Virgen de la Caridad del Cobre.Constaté con alegría íntima y profunda cuánto aman los cubanos a la Madre de Dios, y que la Virgen de la Caridad representa verdaderamente, por encima de cualquier diferencia, el principal símbolo y apoyo de la fe del pueblo cubano y de sus luchas por la libertad. En este contexto de devoción popular, exhorté a encarnar el Evangelio, mensaje de auténtica liberación, en la vida de cada día, viviendo como cristianos plenamente insertados en la sociedad. Hace cien años, ante la Virgen de la Caridad se declaró la independencia del país. Con esta peregrinación le encomendé a todos los cubanos, tanto a los que se hallan en la patria como a los que están en el extranjero, para que formen una comunidad cada vez más vivificada por la auténtica libertad y realmente próspera y fraterna.

En el santuario de San Lázaro me reuní con el mundo del dolor, al que llevé la palabra consoladora de Cristo. En La Habana, finalmente, pude saludar también a una representación de los sacerdotes, de los religiosos, de las religiosas y de los laicos comprometidos, a quienes alenté a entregar su vida generosamente al servicio del pueblo de Dios.

6. La divina Providencia quiso que, precisamente en el domingo en el que la liturgia proponía las palabras del profeta Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí (...). Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres» (
Lc 4,18), el Sucesor del apóstol Pedro pudiese realizar en la capital de Cuba, La Habana, una etapa histórica de la nueva evangelización. En efecto, tuve la alegría de anunciar a los cubanos el evangelio de la esperanza, mensaje de amor y de libertad en la verdad, que Cristo no cesa de ofrecer a los hombres y a las mujeres de todos los tiempos.

¿Cómo no reconocer que esta visita adquiere un valor simbólico notable, a causa de la posición singular que Cuba ha ocupado en la historia mundial de este siglo? En esta perspectiva, mi peregrinación a Cuba —tan esperada y tan esmeradamente preparada— ha constituido un momento muy provechoso para dar a conocer la doctrina social de la Iglesia. En varias ocasiones quise subrayar que los elementos esenciales del magisterio eclesial sobre la persona y sobre la sociedad pertenecen también al patrimonio del pueblo cubano, que los ha recibido en herencia de los padres de la patria, los cuales los han extraído de las raíces evangélicas y han dado testimonio de ellos hasta el sacrificio. En cierto sentido, la visita del Papa ha venido a dar voz al alma cristiana del pueblo cubano. Estoy convencido de que esta alma cristiana constituye para los cubanos el tesoro más valioso y la garantía más segura de desarrollo integral bajo el signo de la auténtica libertad y de la paz.

Deseo de corazón que la Iglesia en Cuba pueda disponer cada vez más libremente de espacios adecuados para su misión.

7. Considero significativo que la gran celebración eucarística conclusiva en la plaza de la Revolución haya tenido lugar en el día de la Conversión de San Pablo, como para indicar que la conversión del gran Apóstol «es una profunda, continua y santa revolución, que vale para todos los tiempos». Toda auténtica renovación comienza por la conversión del corazón.

Encomiendo a la Virgen todas las aspiraciones del pueblo cubano y el esfuerzo de la Iglesia, que con valentía y perseverancia prosigue su misión al servicio del Evangelio.



Febrero de 1998


Miércoles 4 de febrero de 1998

Cristo, único Salvador

1. Cristo, durante toda su vida terrena, se presenta como el Salvador enviado por el Padre para la salvación del mundo. Su mismo nombre, Jesús, manifiesta esa misión, pues significa: «Dios salva».

6 Ese nombre se lo pusieron por indicación celestial: tanto María como José (cf. Lc 1,31 Mt 1,21) reciben la orden de llamarlo así. En el mensaje a José, se aclara el significado del nombre: «Porque él salvará a su pueblo de sus pecados ».

2. Cristo define su misión de Salvador como un servicio, cuya manifestación más elevada consistirá en el sacrificio de su vida en favor de los hombres: «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10,45 cf. Mt 20,28). Estas palabras, pronunciadas para contrarrestar la tendencia de los discípulos a buscar el primer lugar en el Reino, quieren sobre todo suscitar en ellos una nueva mentalidad, más acorde con la del Maestro.

En el libro de Daniel, el personaje descrito «como un hijo de hombre» se presenta rodeado de la gloria que corresponde a los jefes, a los que se tributa una veneración universal: «Todos los pueblos, naciones y lenguas le servían» (Da 7,14). A ese personaje Jesús contrapone el Hijo del hombre, que se pone al servicio de todos. Por ser persona divina, tendría pleno derecho a ser servido. Pero, al decir que «vino para servir», manifiesta un aspecto sorprendente del comportamiento de Dios que, a pesar de tener el derecho y el poder de ser servido, se pone «al servicio» de sus creaturas.

Jesús expresa de modo elocuente y conmovedor esta voluntad de servir mediante el gesto de la última Cena, cuando lava los pies a sus discípulos: un gesto simbólico que se grabará indeleblemente en su memoria como una regla de vida: «Vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros» (Jn 13,14).

3. Al decir que el Hijo del hombre vino para dar su vida en rescate por muchos, Jesús alude a la profecía del Siervo sufriente, que «se da a sí mismo en expiación» (Is 53,10). Es un sacrificio personal, muy diverso de los sacrificios de animales, habituales en el culto antiguo. Es la entrega de la propia vida, hecha «en rescate por muchos», es decir, por la inmensa multitud humana, por «todos».

Jesús se presenta así como el Salvador universal: todos los hombres, de acuerdo con el designio divino, son rescatados, liberados y salvados por él. Dice san Pablo: «Todos pecaron y están privados de la gloria de Dios y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús» (Rm 3,23-24). La salvación es un don que cada uno puede recibir en la medida de su aceptación libre y de su cooperación voluntaria.

4. Cristo, Salvador universal, es el único Salvador. San Pedro lo afirma claramente: «Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos» (Ac 4,12).

Al mismo tiempo, es proclamado también único mediador entre Dios y los hombres, como afirma la primera carta de san Pablo a Timoteo: «Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos» (1 Tm 2, 5-6). En cuanto Dios-hombre, Jesús es el mediador perfecto, que une a los hombres con Dios, proporcionándoles los bienes de la salvación y de la vida divina. Se trata de una mediación única, que excluye cualquier otra mediación complementaria o paralela, aunque puede admitir mediaciones participadas o dependientes (cf. Redemptoris missio RMi 5).

Así pues, no se pueden admitir, además de Cristo, otras fuentes o caminos de salvación autónomos. Por consiguiente, en las grandes religiones, que la Iglesia considera con respeto y estima en la línea marcada por el concilio Vaticano II, los cristianos reconocen la presencia de elementos salvíficos, pero que actúan en dependencia del influjo de la gracia de Cristo. Esas religiones pueden así contribuir, en virtud de la acción misteriosa del Espíritu Santo, que «sopla donde quiere» (Jn 3,8), a ayudar a los hombres en el camino hacia la felicidad eterna, pero esta función es igualmente fruto de la actividad redentora de Cristo. Por tanto, también en relación con las religiones, actúa misteriosamente Cristo Salvador, que en esta obra asocia a su Iglesia, constituida «como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (Lumen gentium LG 1).

5. Deseo concluir con una admirable página del Tratado sobre la verdadera devoción a María, de san Luis María Grignion de Montfort, que proclama la fe cristológica de la Iglesia: «Jesucristo es el alfa y la omega, "el principio y el fin" de todo. (...) Él es el único maestro que debe instruirnos, el único Señor del que dependemos, la única cabeza a la que debemos estar unidos, el único modelo al que debemos asemejarnos, el único médico que nos debe curar, el único pastor que nos debe alimentar, el único camino que debemos seguir, la única verdad que debemos creer, la única vida que debe vivificarnos, lo único que nos debe bastar en todo. (...) Todo fiel que no esté unido a Cristo como el sarmiento a la vid, se cae, se seca y sólo sirve para ser arrojado al fuego. En cambio, si estamos en Jesucristo y Jesucristo está en nosotros, no debemos temer ninguna condena. Ni los ángeles del cielo, ni los hombres de la tierra, ni los demonios del infierno, ni ninguna otra creatura podrá producirnos mal alguno, porque no podrá separarnos jamás del amor de Dios, en Jesucristo. Todo lo podemos por Cristo, con Cristo y en Cristo; podemos dar todo honor y toda gloria al Padre, en la unidad del Espíritu Santo; podemos alcanzar la perfección y ser perfume de vida eterna para el prójimo» (n. 61).



Saludos

7 Saludo con afecto a los peregrinos venidos desde España y desde los diversos países de América Latina, en particular, a los jóvenes deportistas de Buenos Aires y a los estudiantes de Santiago de Chile. A todos os acojo cordialmente y os bendigo en el nombre de Jesús, nuestro Salvador.

(En italiano)
Deseo, finalmente, dirigir mi pensamiento a los jóvenes, a los enfermos y a Saludos a los peregrinos los recién casados. Anteayer, 2 de febrero, hemos celebrado la fiesta de la Presentación de Jesús en el templo, y hemos reconocido a Cristo, la «Luz de las gentes». La referencia a la luz de Cristo, que domina esta festividad, os ayude, queridos jóvenes, a abrir el corazón a su Evangelio. Os dé fuerza a vosotros, queridos enfermos, para ofrecer el don precioso de vuestra oración y vuestro sufrimiento por toda la Iglesia. Y os transmita a vosotros, queridos recién casados, la alegría de hacer que vuestras familias sean cuna y apoyo de existencias en las que reinen los valores cristianos.





Miércoles 11 de febrero de 1998


1. Hoy, 11 de febrero, día dedicado a la conmemoración de la Virgen de Lourdes, celebramos la Jornada mundial del enfermo, que ha llegado ya a su sexta edición. Este año tiene lugar en el santuario de Loreto, junto a la Santa Casa, donde se han congregado para esta singular circunstancia enfermos y voluntarios, fieles y peregrinos procedentes de Italia y de otras naciones. Quiero inmediatamente dirigirles a ellos, que están en conexión con nosotros a través de la radio y la televisión, mi pensamiento afectuoso. Saludo ante todo a mi representante en la celebración, el cardenal secretario de Estado Angelo Sodano; al presidente del Consejo pontificio para la pastoral de los agentes sanitarios, monseñor Javier Lozano Barragán, y a cuantos han promovido y organizado la manifestación de hoy. Saludo al delegado pontificio para el santuario lauretano, mons. Angelo Comastri, y a los obispos que han querido estar presentes en el encuentro de oración. Saludo a los agentes sanitarios y a los voluntarios, especialmente a los miembros de la UNITALSI.

Pero, de modo particular, mi palabra se dirige con afecto intenso a los enfermos. Son ellos los verdaderos protagonistas de esta Jornada, que suscita en mi alma un eco tan vivo y profundo. ¡Les expreso mi saludo más cordial!

2. ¡Loreto y los enfermos! ¡Qué binomio tan interesante! El famoso santuario mariano evoca inmediatamente el misterio de la Encarnación, en el que ha sido fundamental la acción del Espíritu. Y precisamente al Espíritu Santo está dedicado el 1998, segundo año de preparación inmediata al gran jubileo del 2000.

Quisiera dirigirme espiritualmente en peregrinación a los pies de la Virgen Lauretana junto con vosotros, que estáis reunidos hoy en esta sala Pablo VI para la habitual cita anual del 11 de febrero. Nos unimos espiritualmente a los enfermos que se hallan en Loreto, para orar en la Santa Casa, evocadora de la admirable condescendencia divina, por la cual el Verbo se hizo carne y habitó entre los hombres.

En la atmósfera sugestiva del lugar sagrado, acojamos la luz y la fuerza del Espíritu, capaz de transformar el corazón del hombre en una morada de esperanza. En la casa de María hay lugar para todos sus hijos. En efecto, donde habita Dios, todo hombre halla acogida, consuelo y paz, especialmente en la hora de la prueba. María, «Salud de los enfermos», da apoyo a quien vacila, luz a quien está en la duda y alivio a cuantos padecen el sufrimiento y la enfermedad.

Loreto es casa de solidaridad y esperanza, donde se percibe casi sensiblemente la materna solicitud de María. Confortados por la seguridad de su materna protección, nos sentimos más animados a compartir los sufrimientos de los hermanos probados en el cuerpo y en el espíritu, para derramar sobre sus llagas, a ejemplo del buen samaritano, el aceite del consuelo y el vino de la esperanza (cf. Misal Romano, prefacio común VIII).

Como en las bodas de Caná, la Virgen está atenta a las necesidades de cada uno de los hombres y mujeres, y está dispuesta a interceder por todos ante su Hijo. Por eso es muy significativo que las Jornadas mundiales del enfermo se celebren, año tras año, en santuarios marianos.

8 3. Queridos enfermos, hoy es vuestra Jornada. Pienso en vosotros, reunidos junto a la Santa Casa; en vosotros, presentes en esta sala, así como en todos los enfermos que se han dado cita a los pies de la Inmaculada en la gruta de Lourdes o en otros santuarios marianos del mundo entero. Pienso en vosotros, todavía más numerosos, que estáis en los hospitales, en vuestras casas, en las habitaciones que son los santuarios de vuestra paciencia y de vuestra oración diaria. A vosotros está reservado un puesto especial en la comunidad eclesial. La situación de enfermedad y el deseo de recuperar la salud os hacen testigos privilegiados de la fe y de la esperanza.

Encomiendo a la intercesión de María vuestras aspiraciones a la curación y os exhorto que las iluminéis y las elevéis siempre con la virtud teologal de la esperanza, don de Cristo. María os ayudará a dar un significado nuevo al sufrimiento, transformándolo en camino de salvación, en ocasión de evangelización y de redención. Y así, vuestra experiencia de dolor y soledad, vivida como la de Cristo y animada por el Espíritu Santo, proclamará la fuerza victoriosa de la resurrección.

María os obtenga el don de la confianza, que os sostenga en la peregrinación terrena. La confianza es hoy más necesaria que nunca, porque es más compleja y problemática la experiencia de la vida moderna.

Y tú, Virgen de Loreto, vela sobre el camino de todos nosotros. Guíanos hacia la patria celestial, donde contemplaremos para siempre contigo la gloria de tu Hijo Jesús.

¡A todos mi afectuosa bendición!

Saludos

Quisiera dirigir un pensamiento afectuoso especial al numeroso grupo de sacerdotes y fieles, peregrinos y voluntarios que forman parte de la Obra romana de peregrinaciones, acompañados del cardenal Camillo Ruini. Con ellos saludo a los participantes en el congreso nacional teológico pastoral, organizado por dicha Obra romana de peregrinaciones, sobre el tema «El Espíritu Santo, que es Señor y da la vida»: entre ellos hay muchos encargados diocesanos y regionales del gran jubileo del año 2000. Bendigo asimismo a las personas enfermas e inválidas aquí presentes, especialmente a los de la UNITALSI de la diócesis de Sora-Aquino-Pontecorvo.

Queridísimos hermanos, os doy las gracias por vuestra numerosa presencia, por los dones que generosamente habéis querido ofrecer y por vuestra oración a la Bienaventurada Virgen María. Un gracias particular va a la coral y a la orquesta de Asolo, que han animado la celebración.

Habéis querido renovar también este año, aquí en el Vaticano, la tradicional cita que nos hace revivir el sugestivo clima del santuario de Lourdes. Como en Lourdes, dentro de poco, al final de nuestro encuentro, repetiremos la característica procesión de antorchas al canto del «Ave María».

Encomiendo a todos a la protección de María santísima, para que el servicio de la Obra romana de peregrinaciones y de la UNITALSI contribuya cada vez más a la tarea de la evangelización, especialmente con miras al gran jubileo.

Saludo también al grupo de fieles del santuario diocesano de Santa María en Fiume, que han venido para recordar el 40° aniversario de la reapertura al culto de su antiguo templo. Queridísimos hermanos, participo con gusto en vuestra alegría y deseo que el ejemplo e intercesión de la Bienaventurada Virgen María os sirvan de estímulo para reforzar vuestro testimonio evangélico.

9 En la memoria de la Virgen de Lourdes, me complace saludar también a los jóvenes, deseándoles que imiten a la Virgen en su plena disponibilidad a la voluntad de Dios, y a los recién casados, invitándolos a consagrar sus familias a María, para que sean comunidades de intensa vida espiritual y apostólica.

Saludo ahora con afecto a los peregrinos de lengua española; en particular, al Cuerpo de voluntarios del museo Thyssen- Bornemisza de Madrid, a los jóvenes deportistas de Buenos Aires, así como a los demás grupos venidos de España, Argentina y Chile. Sobre todos vosotros y vuestros enfermos invoco la intercesi ón de la Virgen María. Que ella haga brillar en cuantos sufren la luz de la esperanza, abriéndolos a la experiencia consoladora del amor de Dios.

(A un grupo de profesores checos)
A vosotros está encomendada la tarea de enseñar y educar. Hay que tener presente que el Maestro supremo es Cristo. Él se dirige a nosotros con la sagrada Escritura, la sagrada Tradición y el Magisterio de la Iglesia.

Antes de impartir la bendición, el Santo Padre añadió

Queridísimos hermanos y hermanas, os encomiendo a vosotros y a vuestros seres queridos a la materna protección de María santísima y bendigo a todos de corazón.





Miércoles 18 de febrero de 1998

1. En el discurso programático que Jesús pronunció en la sinagoga de Nazaret al inicio de su ministerio, se aplicó a sí mismo la profecía de Isaías en la que el Mesías aparece como el que proclama «a los cautivos la liberación» (Lc 4,18 cf. Is 61,1-2).

Jesús viene a ofrecernos una salvación que, a pesar de ser ante todo liberación del pecado, abarca también la totalidad de nuestro ser, en sus exigencias y aspiraciones más profundas. Cristo nos libera de este peso y de esta amenaza, y nos abre el camino al cumplimiento pleno de nuestro destino.

2. El pecado —nos recuerda Jesús en el Evangelio— pone al hombre en una situación de esclavitud: «En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es un esclavo» (Jn 8,34).

Los interlocutores de Jesús piensan principalmente en el aspecto exterior de la libertad, basándose con orgullo en el privilegio que tenían de ser el pueblo de la Alianza: «Nosotros somos descendencia de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie» (Jn 8,33). Jesús, en cambio, quiere atraer su atención hacia otro tipo de libertad, más fundamental, amenazada no tanto desde fuera, cuanto más bien por insidias presentes en el corazón mismo del hombre. Los que se hallan oprimidos por el poder dominador y nocivo del pecado no pueden acoger el mensaje de Jesús, más aún, su persona, única fuente de verdadera libertad: «Si el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres» (Jn 8,36). En efecto, sólo el Hijo de Dios, comunicando su vida divina, puede hacer partícipes a los hombres de su libertad filial.


Audiencias 1998