Audiencias 1998 10

10 3. La libertad que da Cristo quita, además del pecado, el obstáculo que impide las relaciones de amistad y alianza con Dios. Desde este punto de vista, es una reconciliación.

A los cristianos de Corinto escribe san Pablo: «Dios nos reconcilió consigo por Cristo» (
2Co 5,18). Es la reconciliación obtenida con el sacrificio de la cruz. De ella brota la paz que consiste en el acuerdo fundamental de la voluntad humana con la voluntad divina.

Esta paz no afecta sólo a las relaciones con Dios, sino también a las relaciones entre los hombres. Cristo «es nuestra paz», porque unifica a los que creen en él, reconciliándolos «con Dios en un solo cuerpo» (cf. Ep 2,14-16).

4. Es consolador pensar que Jesús no se limita a liberar el corazón de la prisión del egoísmo, sino que también comunica a cada uno el amor divino. En la última cena formula el mandamiento nuevo, por el que se deberá distinguir la comunidad fundada por él: «Amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn 13,34 Jn 15,12). La novedad de este precepto de amor consiste en las palabras: «como yo os he amado». El «como» indica que el Maestro es el modelo que los discípulos deben imitar, pero a la vez lo señala como el principio o la fuente del amor mutuo. Cristo comunica a sus discípulos la fuerza para amar como él ha amado, eleva su amor al nivel superior de su amor y los impulsa a derribar las barreras que separan a los hombres.

En el evangelio se manifiesta claramente su voluntad de acabar con cualquier tipo de discriminación y exclusión. Supera los obstáculos que impiden su contacto con los leprosos, sometidos a una dolorosa segregación. Rompe con las costumbres y las reglas que tienden a aislar a los que son tenidos por «pecadores». No acepta los prejuicios que colocan a la mujer en una situación de inferioridad y acepta mujeres en su séquito, poniéndolas al servicio de su Reino.

Los discípulos deberán imitar su ejemplo. La presencia del amor de Dios en los corazones humanos se manifiesta de modo especial en el deber de amar a los enemigos: «Yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos» (Mt 5,44-45).

5. Partiendo del corazón, la salvación que trae Jesús se extiende a los diversos ámbitos de la vida humana: espirituales y corporales, personales y sociales. Al vencer con su cruz al pecado, Cristo inaugura un movimiento de liberación integral. Él mismo, en su vida pública, cura a los enfermos, libra de los demonios, alivia todo tipo de sufrimiento, mostrando así un signo del reino de Dios. A los discípulos les dice que hagan lo mismo cuando anuncien el Evangelio (cf. Mt 10,8 Lc 9,2 Lc 10,9).

Así pues, aunque no sea mediante los milagros, que dependen del beneplácito divino, ciertamente mediante las obras de caridad fraterna y el compromiso en favor de la promoción de la justicia, los discípulos de Cristo están llamados a contribuir de forma eficaz a la eliminación de los motivos de sufrimiento que humillan y entristecen al hombre.

Desde luego, es imposible que el dolor sea totalmente vencido en este mundo. En el camino de cada ser humano persiste la pesadilla de la muerte. Pero todo recibe nueva luz del misterio pascual. El sufrimiento vivido con amor y unido al de Cristo trae frutos de salvación: se convierte en «dolor salvífico». Incluso la muerte, si se afronta con fe, adquiere el aspecto tranquilizador de un paso a la vida eterna, en espera de la resurrección de la carne. De ahí se puede deducir cuán rica y profunda es la salvación que Cristo ha traído. No sólo vino a salvar a todos los hombres, sino también a todo el hombre.

Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular, al grupo de la arquidiócesis de México, a los fieles de las parroquias valencianas de San Luis Bertrán y la Sagrada Familia, al «Orfeó Monteverdi » de Pineda del Mar, así como a los demás grupos de España, Argentina, y México. Al agradeceros vuestra presencia aquí, os imparto de corazón la bendición apostólica.

(En italiano)
11 Saludo también con afecto a los miembros de la Fundación antiusura y a las delegaciones de varias fundaciones regionales, que combaten activamente este preocupante y deplorable fenómeno. Queridísimos hermanos, me son bien conocidas las dificultades que afrontáis, y, al daros las gracias por el don de la preciosa medalla acuñada para esta circunstancia, advierto con admiración vuestra perseverancia y vuestros beneméritos esfuerzos por eliminar un flagelo social tan grave. Continuad sin cesar en esta generosa obra para detener cualquier explotación cruel de la necesidad de los demás, e infundid esperanza en quien se halla implicado en la red de la usura.

Y ahora, por último, dirijo mi saludo —como de costumbre— a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Queridos jóvenes, confiad siempre en Jesús, como en un amigo fiel, siguiéndolo con corazón abierto, entusiasta y generoso. Vosotros, queridos enfermos, que experimentáis la fatiga del sufrimiento, sentid la presencia consoladora de Cristo, que invita a participar con fe en el poder salvífico de su cruz. Y vosotros, queridos recién casados, que habéis recibido hace poco el sacramento del matrimonio, vivid en plenitud vuestra vocación, difundiendo el amor de Dios a través de la fidelidad, la unidad y la fecundidad de vuestro amor conyugal.





Miércoles 25 de Febrero 1998


1. Comienza hoy, con la liturgia del miércoles de Ceniza, el itinerario cuaresmal, que culminará en el acontecimiento central de año litúrgico, el Triduo pascual, en el que celebramos la pasión, muerte y resurrección de Cristo.

Jesús pasó cuarenta días en el desierto antes de emprender su misión; hoy, del mismo modo, la Iglesia nos invita a entrar en un tiempo fuerte de reflexión y oración, para encaminarnos hacia el Calvario y experimentar, después, la alegría de la resurrección. Este singular período penitencial comienza con un gesto simbólico y significativo: la imposición de la ceniza. Este gesto, al recordarnos la caducidad de la vida terrena, nos hace presente la necesidad de un generoso esfuerzo ascético, del que ha de nacer la decisión valiente de cumplir no nuestra voluntad, sino la del Padre celestial, según el ejemplo de Jesús.

La imposición de la ceniza pone, asimismo, de relieve nuestra condición de creaturas, en total y agradecida dependencia del Creador. En efecto, Dios, con un sorprendente acto de predilección y misericordia, formó al hombre del polvo, dándole un alma inmortal y llamándolo a compartir su misma vida divina. También será Dios quien, el último día, lo hará resucitar del polvo y transfigurará su cuerpo mortal.

2. El acto humilde de recibir la sagrada ceniza sobre la cabeza, confirmado por la invitación que resuena hoy en la liturgia: «Convertíos y creed el Evangelio», se contrapone al gesto soberbio de Adán y Eva que, con su desobediencia, destruyeron la relación de amistad que existía con Dios creador. A causa de ese drama inicial, todos estamos expuestos, a pesar del bautismo, al peligro de caer en la tentación recurrente que impulsa al ser humano a vivir en una actitud de arrogante autonomía con respecto a Dios y en perenne antagonismo con el prójimo.

Así se nos revela el significado y la necesidad del tiempo cuaresmal que, con la llamada a la conversión, nos lleva, mediante la oración, la penitencia y los gestos de solidaridad fraterna, a reavivar o fortalecer en la fe nuestra amistad con Jesús, a liberarnos de las promesas ilusorias de felicidad terrena, y a gustar nuevamente la armonía de la vida interior en la auténtica caridad de Cristo.

3. Hago mías las palabras de san León Magno que, en uno de sus discursos sobre la Cuaresma, afirmaba: «No hay obras virtuosas sin la prueba de las tentaciones; no hay fe sin contrastes; no hay lucha sin enemigo; no hay victoria sin combate. Nuestra vida transcurre entre asechanzas y luchas. Si no queremos ser engañados, debemos estar vigilantes; si queremos vencer, debemos combatir» (Sermón XXXIX, 3).

Acojamos, amadísimos hermanos y hermanas, esta invitación. Exige una disciplina ardua, especialmente en el contexto social de hoy, a menudo caracterizado por el cómodo desinterés y el ateísmo práctico. El Espíritu Santo nos conforta y nos sostiene en esta lucha, «viene en ayuda de nuestra flaqueza —como afirma san Pablo—, pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables» (Rm 8,26).

Y precisamente al Espíritu Santo está dedicado este segundo año de preparación inmediata para el gran jubileo del 2000. En la carta apostólica Tertio millennio adveniente escribí: «Será, por tanto, importante descubrir al Espíritu como aquel que construye el reino de Dios en el curso de la historia y prepara su plena manifestación en Jesucristo, animando a los hombres en su corazón y haciendo germinar dentro de la vivencia humana las semillas de la salvación definitiva que se dará al final de los tiempos» (TMA 45).

12 4. Así pues, dejémonos guiar por el Espíritu Santo durante este tiempo privilegiado: para preparar a Jesús a su misión, lo impulsó al desierto de la tentación y lo confortó luego en la hora de la prueba, acompañándolo desde el monte de los olivos hasta el Gólgota. El Espíritu Santo está a nuestro lado mediante la gracia de los sacramentos. En particular, en el sacramento de la reconciliación nos lleva, por el camino del arrepentimiento y de la confesión de nuestras culpas, a los brazos misericordiosos del Padre.

Deseo de corazón que la Cuaresma sea para cada cristiano una ocasión propicia para este camino de conversión, que tiene su referencia fundamental e irrenunciable en el sacramento de la penitencia. Esta es la condición para llegar a una experiencia más íntima y profunda del amor del Padre.

Que nos acompañe, a lo largo de este itinerario cuaresmal, María, ejemplo de dócil acogida del Espíritu de Dios. A ella nos dirigimos hoy, en el momento en que, junto con los creyentes de todo el mundo, entramos en el clima austero y penitencial de la Cuaresma.

Saludos

Queridos hermanos y hermanas, saludo con afecto a los visitantes de lengua española; en particular, a los peregrinos venidos de España y Argentina, de modo especial a los miembros de la Confederación general del trabajo, y a los numerosos grupos de México. Al agradeceros vuestra presencia aquí, os invito a vivir la Cuaresma con la actitud de María, ejemplo de acogida dócil del Espíritu de Dios. A todos os imparto de corazón la bendición apostólica.

(A los miembros del coro belga «Flores musicales» de San Nicolás)
El salmista nos invita a cantar al Señor un cántico nuevo. Espero que vuestra fe sea como el canto y la música, que alegran siempre el corazón de los hombres.

(En lengua croata)
Amadísimos hermanos, hoy comienza la Cuaresma, tiempo de ayuno y penitencia, a través de los cuales la Iglesia se prepara a la celebración del misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Os deseo que este período de gracia traiga abundantes frutos para cada uno de vosotros, para vuestras familias y para toda la sociedad en la que vivís y trabajáis, e invoco sobre vosotros la bendición de Dios. ¡Alabados sean Jes ús y María!

(A un grupo de la parroquia de San Jenaro, de Benevento, que acudieron con la estatua de la Virgen de Fátima)
Con mucho gusto bendigo y corono la venerada imagen de la Virgen y acompaño con mi oración esta iniciativa vuestra, deseando que afiance vuestro generoso compromiso de fidelidad y testimonio cristiano.

13 Como de costumbre, mi saludo se dirige, asimismo, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. A vosotros, queridos jóvenes, os deseo que, durante este tiempo de Cuaresma, hagáis experiencia del auténtico espíritu penitencial, para entrar en una comunión más profunda con el Señor y seáis más solidarios con vuestros hermanos. A vosotros, queridos enfermos, os invito a ofrecer vuestros sufrimientos en comunión con Cristo, para participar en la alegría de la Pascua. Y a vosotros, queridos recién casados, os exhorto a vivir como «iglesia doméstica» el itinerario cuaresmal, que comenzamos hoy, unidos a toda la comunidad cristiana. Os bendigo a todos.





Marzo de 1998



Miércoles 11 de marzo de 1998

La salvación realizada en la historia

1. Después de considerar la salvación integral llevada a cabo por Cristo redentor, queremos reflexionar ahora sobre su progresiva realización en la historia de la humanidad. En cierto sentido, precisamente sobre este problema interrogan a Jesús los discípulos antes de la Ascensión: «Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el reino de Israel?» (Ac 1,6).

La pregunta, formulada así, revela cuán condicionados están aún por las perspectivas de una esperanza que concibe el reino de Dios como un acontecimiento estrechamente vinculado al destino nacional de Israel. En los cuarenta días que median entre la Resurrección y la Ascensión, Jesús les había hablado del «reino de Dios» (Ac 1,3). Pero ellos sólo podrán captar sus dimensiones profundas después de la gran efusión del Espíritu en Pentecostés. Mientras tanto, Jesús corrige su impaciencia, impulsada por el deseo de un reino con rasgos aún demasiado políticos y terrenos, invitándolos a remitirse a los designios misteriosos de Dios: «A vosotros no os toca conocer los tiempos y los momentos que ha fijado el Padre con su autoridad» (Ac 1,7).

2. Esta advertencia de Jesús sobre «los tiempos fijados por Dios» resulta muy actual después de dos mil años de cristianismo. Frente al crecimiento relativamente lento del reino de Dios en el mundo, se nos pide que nos fiemos del plan del Padre misericordioso, que lo dirige todo con sabiduría trascendente. Jesús nos invita a admirar la «paciencia» del Padre, que adapta su acción transformadora a la lentitud de la naturaleza humana, herida por el pecado. Esta paciencia ya se había manifestado en el Antiguo Testamento, en la larga historia que había preparado la venida de Jesús (cf. Rm 3,26). Y sigue manifestándose, después de Cristo, en el desarrollo de la Iglesia (cf. 2P 3,9).

En su respuesta a los discípulos, Jesús habla de «tiempos» ("??????") y de «momentos» ("?a????"). Estas dos expresiones del lenguaje bíblico sobre el tiempo presentan dos matices que conviene recordar. El "??????" es el tiempo en su curso ordinario, que también está bajo el influjo de la Providencia divina, que lo gobierna todo. Pero en este curso ordinario de la historia Dios inserta sus intervenciones especiales, que confieren a determinados tiempos un valor salvífico completamente particular. Son, precisamente, los "?a????", los momentos de Dios, que el hombre está llamado a discernir y por los que debe dejarse interpelar.

3. La historia bíblica contiene muchos de estos momentos especiales. Reviste una importancia fundamental el tiempo de la venida de Cristo. A la luz de esta distinción entre "??????" y "?a????" se puede releer también la historia bimilenaria de la Iglesia.

Enviada a toda la humanidad, ha vivido momentos diversos en su desarrollo. En algunos lugares y períodos encuentra dificultades y obstáculos especiales; en otros, su progreso es mucho más rápido. A veces existen tiempos largos de espera, en los que sus intensos esfuerzos misioneros parecen totalmente ineficaces. Son tiempos que ponen a prueba la fuerza de la esperanza, orientándola hacia un futuro más lejano.

Pero hay también momentos favorables, en los que la buena nueva encuentra una acogida benévola y las conversiones se multiplican. El primer momento de gracia más abundante, un momento fundamental, fue Pentecostés. Muchos otros han venido después, y vendrán aún.

14 4. Cuando llega uno de estos momentos, los que tienen una responsabilidad especial en la evangelización están llamados a reconocerlo, para aprovechar mejor las posibilidades que brinda la gracia. Pero no se puede establecer con anticipación la fecha. La respuesta de Jesús (cf. Ac 1,7) no se limita a frenar la impaciencia de los discípulos; también subraya su responsabilidad.Tienen la tentación de esperar que de todo se encargue Jesús. Y en cambio, reciben una misión que los llama a un compromiso generoso: «Seréis mis testigos» (Ac 1,8). Aunque con la Ascensión se aleje de su vista, Jesús quiere seguir estando presente en medio del mundo precisamente mediante sus discípulos.

A ellos les confía la misión de difundir el Evangelio en todo el mundo, impulsándolos a salir de la estrecha perspectiva limitada a Israel. Ensancha su horizonte, invitándolos a ser sus testigos «en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra» (Ac 1,8).

Todo se realizará, por consiguiente, en nombre de Cristo, pero todo se llevará a cabo también por la obra personal de estos testigos.

5. Ante esta comprometedora misión, los discípulos podían haberse echado atrás, considerándose incapaces de asumir una responsabilidad tan grave. Pero Jesús indica el secreto que les permitirá estar a la altura de la misión: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros» (Ac 1,8). Con esta fuerza, los discípulos lograrán, a pesar de su debilidad humana, ser auténticos testigos de Cristo en todo el mundo.

En Pentecostés, el Espíritu Santo llena a cada uno de los discípulos y a toda la comunidad con la abundancia y la diversidad de sus dones. Jesús revela la importancia del don de la fuerza ("d??aµ??"), que sostendrá su acción apostólica. En la Anunciación, el Espíritu Santo había descendido sobre María como «fuerza del Altísimo» (Lc 1,35), realizando en su seno la maravilla de la Encarnación.

La misma fuerza del Espíritu Santo producirá nuevas maravillas de gracia en la obra de evangelización de los pueblos.

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en especial a los miembros de la asociación cultural «Dante Alighieri» de Rosario y a los fieles venidos de Sevilla, así como a los diversos grupos de España, México, Ecuador, Guatemala, Argentina y otros países de Latinoamérica. A todos os invito, en este tiempo de Cuaresma, a recobrar el sentido de lo esencial en vuestras vidas, a la vez que os confío a la materna protección de María y os imparto de corazón la bendición apostólica.

(A los peregrinos eslovacos)
Toda peregrinación nos debería acercar más a Dios. Ojalá que también vosotros, aquí en Roma, junto a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, logréis adquirir nuevo entusiasmo para vuestra vida cristiana. Fortificad la fe, y que el Espíritu Santo os acompañe con su luz y su fuerza.

(En checo)
15 También en la Cuaresma el Espíritu Santo es el protagonista. Lo mismo que llevó a Jesús al desierto, así nos guía también a nosotros por los caminos de la vida y nos ayuda a vencer las tentaciones de la carne, del mundo y del demonio. Dejaos guiar por él como Jesús, acoged sus inspiraciones y su luz, abrid vuestros corazones a su amor; así experimentaréis profundamente con qué fuerza el Espíritu Santo actúa en vosotros, en vuestras familias y en vuestra patria.

(En italiano)
Saludo cordialmente a los enfermos y a los recién casados.Queridísimos hermanos, la Iglesia, prosiguiendo el itinerario cuaresmal, nos invita a seguir con docilidad la acción del Espíritu Santo, que nos guía tras las huellas de Cristo hacia Jerusalén, donde llevará a cabo su misión redentora. Dejaos plasmar por su gracia, a fin de que tanto en el sufrimiento como en el mutuo amor conyugal, lleguéis a la alegría de la Pascua, robustecidos por el camino de conversión y de penitencia que estamos viviendo ahora.



Miércoles 18 de marzo de 1998


1. Mirando al objetivo prioritario del jubileo, que es «el fortalecimiento de la fe y del testimonio de los cristianos» (Tertio millennio adveniente TMA 42), después de trazar en las anteriores catequesis los rasgos fundamentales de la salvación traída por Cristo, nos detenemos hoy a reflexionar en la fe que él espera de nosotros.

A Dios, que se revela —como enseña la Dei Verbum—, se le debe «la obediencia de la fe» (cf. n. 5). Dios se reveló en la Antigua Alianza, pidiendo al pueblo por él elegido una adhesión fundamental de fe. En la plenitud de los tiempos, esta fe ha de renovarse y desarrollarse, para responder a la revelación del Hijo de Dios encarnado. Jesús la exige expresamente, dirigiéndose a los discípulos en la última Cena: «Creéis en Dios: creed también en mí» (Jn 14,1).

2. Jesús ya había pedido al grupo de los doce Apóstoles una profesión de fe en su persona. Cerca de Cesarea de Filipo, después de interrogar a los discípulos qué pensaba la gente sobre su identidad, les pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mt 16,15). Simón Pedro responde: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16).

Inmediatamente Jesús confirma el valor de esta profesión de fe, subrayando que no procede simplemente de un pensamiento humano, sino de una inspiración celestial: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (Mt 16,17). Estas palabras, de marcado color semítico, designan la revelación total, absoluta y suprema: la que se refiere a la persona de Cristo, el Hijo de Dios.

La profesión de fe que hace Pedro seguirá siendo expresión definitiva de la identidad de Cristo. San Marcos utiliza esas palabras para introducir su Evangelio (cf. Mc 1,1). San Juan las refiere al concluir el suyo, cuando afirma que lo escribió para que se crea «que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios», y para que, creyendo, se pueda tener vida en su nombre (cf. Jn 20,31).

3. ¿En qué consiste la fe? La constitución Dei Verbum explica que por ella «el hombre se entrega entera y libremente a Dios, le ofrece "el homenaje total de su entendimiento y voluntad", asintiendo libremente a lo que Dios revela» (DV 5). Así pues, la fe no es sólo adhesión de la inteligencia a la verdad revelada, sino también obsequio de la voluntad y entrega a Dios, que se revela. Es una actitud que compromete toda la existencia.

El Concilio recuerda también que, para la fe, es necesaria «la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede "a todos gusto en aceptar y creer la verdad"» (ib.). Así se ve cómo la fe, por una parte, hace acoger la verdad contenida en la Revelación y propuesta por el magisterio de quienes, como pastores del pueblo de Dios, han recibido un «carisma cierto de la verdad» (ib.,8). Por otra parte, la fe lleva también a una verdadera y profunda coherencia, que debe expresarse en todos los aspectos de una vida según el modelo de la de Cristo.

16 4. Al ser fruto de la gracia, la fe influye en los acontecimientos. Se ve claramente en el caso ejemplar de la Virgen santísima. En la Anunciación, su adhesión de fe al mensaje del ángel es decisiva incluso para la venida de Jesús al mundo. María es Madre de Cristo porque antes creyó en él.

En las bodas de Caná, María por su fe obtiene el milagro. Ante una respuesta de Jesús que parecía poco favorable, ella mantiene una actitud de confianza, convirtiéndose así en modelo de la fe audaz y constante que supera los obstáculos.

Audaz e insistente fue también la fe de la cananea. A esa mujer, que acudió a pedirle la curación de su hija, Jesús le había opuesto el plan del Padre, que limitaba su misión a las ovejas perdidas de la casa de Israel. La cananea respondió con toda la fuerza de su fe y obtuvo el milagro: «Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas» (
Mt 15,28).

5. En muchos otros casos el Evangelio testimonia la fuerza de la fe. Jesús manifiesta su admiración por la fe del centurión: «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande» (Mt 8,10). Y a Bartimeo le dice: «Vete, tu fe te ha salvado» (Mc 10,52). Lo mismo repite a la hemorroísa (cf. Mc 5,34).

Las palabras que dirige al padre del epiléptico, que deseaba la curación de su hijo, no son menos impresionantes: «Todo es posible para quien cree» (Mc 9,23).

La función de la fe es cooperar con esta omnipotencia. Jesús pide hasta tal punto esta cooperación, que, al volver a Nazaret, no realiza casi ningún milagro porque los habitantes de su aldea no creían en él (cf. Mc 6,5-6). Con miras a la salvación, la fe tiene para Jesús una importancia decisiva.

San Pablo desarrollará la enseñanza de Cristo cuando, en oposición con los que querían fundar la esperanza de salvación en la observancia de la ley judía, afirmará con fuerza que la fe en Cristo es la única fuente de salvación: «Porque pensamos que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley» (Rm 3,28). Sin embargo, no conviene olvidar que san Pablo pensaba en la fe auténtica y plena, «que actúa por la caridad» (Ga 5,6). La verdadera fe está animada por el amor a Dios, que es inseparable del amor a los hermanos.

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos venidos de España, México y Argentina. Invocando la ayuda de la Virgen María, modelo luminoso de fe y caridad, os imparto complacido la bendición apostólica.

(A los fieles lituanos)
La Cuaresma, tiempo de gracia y de sincera conversión, disponga todos los corazones al diálogo con Dios, a través de la reflexi ón, la penitencia y los gestos de solidaridad fraterna.

17 (A los eslovacos los estimuló a imitar la fe de san José)
Él tuvo su proyecto de vida, pero lo sometió a la voluntad de Dios. De este modo se convirti ó en el jefe de la Sagrada Familia. Vosotros, asimismo, confiad en la palabra de Dios. Que sea la regla de vuestra vida. Así, también vuestras familias serán santas y vuestra nación sana.

Dirijo una cordial bienvenida a todos los peregrinos de lengua italiana, en particular a los obispos, a los misioneros, al clero, a los religiosos y a los fieles de las diócesis toscanas de la metrópoli de Siena, que han venido en peregrinación a Roma para encomendar al Señor el éxito de las misiones populares en preparación del gran jubileo del año 2000. Me alegra vuestra presencia tan numerosa y manifiesto mi viva complacencia por esta iniciativa eclesial. Al mismo tiempo que deseo que este intenso anuncio de la palabra de Dios constituya para los fieles de vuestras comunidades diocesanas una ocasión providencial para reafirmar la ardiente adhesión a las enseñanzas del Evangelio y para un renovado empeño de testimonio cristiano en el umbral del tercer milenio, invoco de corazón sobre todos la abundancia de las gracias divinas».

Dirijo un saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.

Queridos jóvenes, que hoy habéis venido en tan gran número, y entre los cuales saludo especialmente a los que van a recibir el sacramento de la confirmación, de la diócesis de Ascoli Piceno, acompañados del obispo; a los alumnos de muchas escuelas y a los muchachos de diversas parroquias, que van a renovar aquí en Roma su profesión de fe. Profundizad en este tiempo de Cuaresma vuestra adhesión a Jesús para ser, como él os quiere, apóstoles del Evangelio entre vuestros coetáneos.

A vosotros, queridos enfermos, os invito a depositar vuestro sufrimiento, que es don de salvación para el mundo, en el altar del sacrificio supremo de Cristo.

Queridos recién casados, acoged con gran disponibilidad la gracia del Espíritu Santo, que os guía por el sendero de la auténtica comunión.




Miércoles 25 de marzo de 1998


Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Doy gracias al Señor que, en los días pasados, con mi breve pero intensa estancia en Nigeria, me concedió volver a visitar el amado continente africano. En la Iglesia, África se está convirtiendo cada vez más en protagonista de su propia historia y corresponsable del camino de todo el pueblo de Dios.

En Nigeria me encontré con una Iglesia viva, que acaba de celebrar el centenario de la primera evangelización y se encamina con firmeza hacia el año 2000, guiada e impulsada por las orientaciones del reciente Sínodo africano. En los últimos tiempos han surgido nuevas comunidades diocesanas y parroquiales. Aumentan las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada: se han abierto tres nuevos seminarios, que se añaden a los ocho ya existentes. Todo ello es fruto del Espíritu Santo, que ha animado a la Iglesia en Nigeria en estos cien años, y sigue sosteniéndola en su camino hacia el futuro.

18 2. Agradezco al jefe del Estado y a las demás autoridades civiles la acogida que me dispensaron. Espero que este singular acontecimiento espiritual contribuya a intensificar el proceso hacia la reconciliación en la justicia y hacia el pleno respeto de los derechos humanos de cada uno de los miembros del pueblo nigeriano.

Expreso mi agradecimiento fraterno a los obispos del país por el testimonio de comunión y afecto que brindaron al Sucesor de Pedro, implicando en él a los sacerdotes, a los religiosos y las religiosas, a los catequistas y a todos los fieles laicos. Renuevo a cada uno mi gratitud y mi abrazo de paz.

Saludo con deferencia a los seguidores de las demás religiones, especialmente a los musulmanes, que tienen una notable presencia en el país. A todo el pueblo nigeriano se dirige mi más cordial saludo.

3. Durante mi estancia en Nigeria, además de visitar a las autoridades del país, pude reunirme con los obispos, pastores solícitos del pueblo cristiano. Asimismo, conservo un grato recuerdo del encuentro con los máximos representantes del islam, con quienes quise reafirmar la importancia de los vínculos espirituales que unen a los cristianos y los musulmanes: la fe en el Dios único y misericordioso, el compromiso de buscar y cumplir su voluntad, el valor de cada persona en cuanto creada por Dios con un fin especial, la libertad religiosa y la ética de la solidaridad. Pido al Señor que los cristianos y los musulmanes, ambos numerosos en Nigeria, colaboren en la defensa de la vida, así como en la promoción del efectivo reconocimiento de los derechos humanos de cada persona.

4. Otro momento fuerte de mi visita pastoral fue la santa misa en Abuja, nueva capital federal del país. En el centro del continente negro, elevé a Dios, junto con los obispos, con el clero y con los fieles, una gran oración por África, para que goce de justicia, paz y desarrollo; y para que conserve sus valores más genuinos, su amor a la vida y a la familia, a la solidaridad y a la vida comunitaria. Oré para que África, habitada por innumerables grupos étnicos, se convierta en una familia de pueblos, como el Señor quiere que sea el mundo entero: una familia de naciones. El Evangelio es levadura de auténtica paz y unidad.

La Iglesia anuncia hasta los últimos confines de la tierra esta buena nueva de la salvación y anima el compromiso en favor de la justicia, la paz y el desarrollo integral de la sociedad, así como en favor del respeto de los derechos fundamentales de la persona.

Por esa causa han dado su vida los misioneros, primeros evangelizadores del continente africano; a esa misma causa han consagrado su existencia muchos nigerianos, como el padre Tansi, y tantos otros que, después de él, han respondido a la llamada del Señor y ahora cooperan en la nueva evangelización en su patria y en otras partes del mundo. La Iglesia no deja de dar gracias a Dios por este misterioso intercambio de dones, fruto de la acción eficaz y universal del Espíritu Santo.

5. El momento culminante de mi peregrinación apostólica fue la solemne celebración eucarística para la beatificación del padre Cipriano Miguel Iwene Tansi, que tuvo lugar en su ciudad natal, Onitsha.

Este acontecimiento comunicó un elevado mensaje de santidad, pacificación y esperanza, admirablemente concentrado en el testimonio del padre Tansi. Todo su apostolado encontraba fuerza en la Eucaristía: celebraba la santa misa con visible fervor de fe y de amor, y pasaba largas horas en adoración al Santísimo Sacramento, en el recogimiento de la contemplación.

En esas prolongadas pausas de oración, el Señor lo atrajo cada vez más hacia sí, haciéndole percibir con creciente claridad la llamada a la vida contemplativa. A la edad de 47 años, se dirigió a Inglaterra, donde entró en la abadía cisterciense de Monte San Bernardo. No pudo volver a su patria, como era su deseo y su proyecto, para fundar en ella una comunidad monástica. La muerte se le anticipó, pero su testimonio, fecundado por la oración y el sacrificio, ha quedado como una semilla valiosa y eficaz, que ha dado abundantes frutos.

6. El padre Tansi es el primer testigo de la fe cristiana en Nigeria elevado al honor de los altares: por esto, resulta espontáneo considerarlo el «protomártir» de esa nación. No porque haya sido martirizado, sino en el sentido de que dio un inquebrantable testimonio de amor, entregándose completamente al servicio de Dios y de sus hermanos durante toda su vida.

19 En la historia de la Iglesia los protomártires revisten notable importancia para el desarrollo de la comunidad de los creyentes y para la evangelización. Pensemos, por ejemplo, en los protomártires romanos y en los de otros muchos países, donde la fe ha brotado de su testimonio heroico. La beatificación del padre Tansi no es sólo el reconocimiento de su santidad y del clima espiritual en el que creció hasta llegar a la perfección de la unión con Dios y con sus hermanos. También es un augurio y un signo de esperanza para el futuro desarrollo de la Iglesia en Nigeria y en África.

7. Que el nuevo beato interceda para que se incremente en la sociedad nigeriana y en todos los países africanos un deseable y sincero espíritu de reconciliación y se difunda cada vez más el mensaje evangélico; para que crezca la comprensión recíproca, fuente de paz, de alegría y unidad en las familias; para que se afirme la solidaridad en la justicia, pues ese es el camino para lograr el desarrollo armonioso de toda nación.

Encomendemos estos deseos a la Virgen santísima, que hoy la liturgia nos invita a contemplar en el misterio de la Anunciación. El Espíritu Santo la impulsó a pronunciar su «fiat» a Dios y formó en su seno al Verbo encarnado. El mismo Espíritu fecundó, en el decurso de los siglos, la labor misionera de los Apóstoles y de los testigos de Cristo en todos los lugares de la tierra.

Contemplando a María, icono de la fidelidad y de la obediencia, hoy se nos invita a acoger con generosidad la llamada divina y a pronunciar nuestro «sí» fiel y definitivo a la voluntad del Señor, para que se cumpla en todas partes su plan de salvación.

La Virgen de la Anunciación, que hoy celebramos, nos haga dóciles y valientes servidores de la Palabra, que en ella se hizo carne para la salvación de todo ser humano.

Saludos

Saludo con afecto a los visitantes de lengua española; en particular, a los diversos grupos parroquiales y a los peregrinos de Llucmajor, venidos de España. Al agradeceros vuestra presencia aquí, os imparto de corazón la bendición apostólica.

(En croata)
Los sacramentos son signo del amor constante de Dios a cada hombre. La preparación al gran jubileo es una ocasión especial para profundizar este misterio de salvación, que el Padre realiza en la Iglesia por medio de Jesucristo en el Espíritu Santo.

(A la cuarta edición del maratón de la ciudad de Roma)
Corred juntos por la paz: que sea éste el sentido de una iniciativa que me alegra se celebre en Roma, también en preparación del gran jubileo del año 2000. Os acompañe mi bendición.

20 Saludo, finalmente, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Queridísimos hermanos: es para mí una gran alegría acogeros en el día en que la Iglesia celebra la solemnidad de la Anunciación del Señor. En este misterio descubrimos el maravilloso designio con el que Dios ha querido hacernos partícipes de su vida inmortal y también el gesto de generosa disponibilidad de María, que acogió con fe el anuncio del ángel, convirtiéndose en la Madre del Salvador.

Deseo de corazón a los jóvenes, a las personas que sufren y a los recién casados aquí presentes, que crezcáis en vuestra disponibilidad generosa con relación al Señor, siguiendo el ejemplo de María.






Audiencias 1998 10